Seminario de técnica freudiana del 10 de Febrero de 1954.
Han podido medir ustedes cuán fecundo se muestra nuestro método de recurrir a los textos de Freud para someter a un examen critico el uso presente de los conceptos fundamentales de la técnica psicoanalítica y especialmente de la noción de resistencia.
La adulteración que ha sufrido en efecto esta última noción recibe su gravedad de la consigna que Freud consagró con su autoridad de dar preeminencia en la técnica al análisis de las resistencias. Pues si Freud pretendía sin duda señalar con ello un viraje de la práctica, creemos que no hay sino confusión y contrasentido en la manera en que algunos se autorizan en una orden de urgencia para apoyar en ella una técnica que no desconoce nada menos que aquello a lo que se aplica.
La cuestión es la del sentido que hay que restituir a los preceptos de esta técnica que, por haberse reducido pronto a fórmulas preestablecidas, han perdido toda la virtud indicativa que sólo podrían conservar en una comprensión auténtica de la verdad de la experiencia que están destinados a guiar. Freud, por supuesto, no podría escapar a esta consideración ni más ni menos que los que practican su obra. Pero, ustedes han podido comprobarlo, no es el punto fuerte de aquellos que en nuestra disciplina se parapetan ruidosamente detrás de la primacía de la técnica -sin duda para cubrirse con la concomitancia segura que concuerda efectivamente con ella los progresos de la teoría, en el uso entontecido de los conceptos analíticos que es el único que puede justificar la técnica que usan.
Inténtese examinar un poco más estrechamente lo que representa en el uso dominante el análisis de las resistencias: se sentirá una gran decepción. Pues lo primero que llama la atención cuando se lee a esos doctrinarios es que el manejo dialéctico de una idea cualquiera es para ellos impensable, que no sabrían ni siquiera reconocerlo cuando se ven precipitados en éI a la manera de Monsieur Jourdain que hacía prosa sin saberlo, por una práctica a la que la dialéctica le es en efecto inmanente. Por consiguiente no podrían detener en ella su reflexión sin aferrarse bajo un modo pánico a las objetivaciones más simplistas, aunque fuesen las más groseramente productoras de imágenes.
Así es como la resistencia acaba por ser para ellos imaginada mas que concebida, según lo que connota en su empleo semántico medio, o sea, si se examina bien ese empleo, en una acepción transitiva indefinida. Gracias a lo cual «el sujeto resiste» se entiende como «resiste a…»-¿A qué? Sin duda a sus tendencias en la conducta que se impone en cuanto sujeto neurótico, a su confesión en las justificaciones que propone de su conducta al analista. Pero como las tendencias vuelven a la carga, y como esa técnica está ahí por una vez, se supone que la resistencia es puesta a prueba seriamente: entonces para mantenerla es preciso que ponga algo de su parte y, aun antes de que tengamos tiempo de volvernos, ya estamos resbalando en el carril de la idea obtusa de que el enfermo «se defiende». Pues eI contrasentido sólo se sella definitivamente gracias a su conjunción con otro abuso de lenguaje: la que atribuye al término defensa el beneficio de la firma en blanco que le confiere su uso en medicina, sin que se note, porque no se es mejor médico por ser mal psicoanalista, que también aquí hay error en la baza en cuanto a la noción, si es que se pretende hacer eco a su sentido correcto en fisiopatología -y que no se traiciona menos, pues no se es mas instruído en psicoanálisis por ser ignorante en medicina, la aplicación perfectamente al tanto que Freud hace de ella en sus primeros escritos, sobre la patogenia de las neurosis.
Pero, se nos dirá, al centrar su punto de mira de una idea confusa en su aspecto más bajo de disgregación, ¿no cae usted en el desvío de lo que se llama propiamente un proceso de intención [o tendencia]? Es que también, responderemos, nada retiene en esa tendencia a los usuarios de una técnica así aparejada, pues los preceptos con que adornan su confusión original no ponen ningún remedio a sus consecuencias. Así, se profiere que el sujeto no puede comunicarnos nada sino de su yo y por medio de su yo -y aquí una mirada de reto del buen sentido que vuelve por sus fueros en la casa; que para llegar a algo hay que apuntar a reforzar el yo, o por lo menos, añaden corrigiendo, su parte sana -y los bonetes asienten ante esta burrada; que en el uso de material analítico procederemos por planos -esos planos de los que por supuesto tenemos en el bolsillo el alzado garantizado; que iremos así de la superficie a la profundidad -nada de poner la carreta delante de los bueyes; que para hacer esto el secreto de los maestros es analizar la agresividad, nada de carreta que mate a los bueyes; finalmente aquí está la dinámica de la angustia, y los arcanos de su economía -que nadie toque, si no es experto hidráulico, los potenciales de ese maná sublime. Todos estos preceptos, digámoslo, y su ornamentación teórica serán descuidados por nuestra atención sencillamente porque son macarrónicos.
La resistencia en efecto no puede no ser desconocida en su esencia si no se la comprende a partir de las dimensiones del discurso en que se manifiesta en el análisis, Y las hemos encontrado de buenas a primeras en la metáfora con que Freud ilustró su primera definición. Quiero decir la que comentamos a su debido tiempo, y que evoca los pentagramas en que el sujeto desenvuelve «longitudinalmente», para emplear el término de Freud, las cadenas de su discurso, según una partitura de la que el «núcleo patógeno» forma el leitmotiv. En la lectura de esta partitura, la resistencia se manifiesta «radialmente», y con un crecimiento proporcional a la proximidad que toma la línea en proceso de desciframiento de la que entrega acabándola la melodía central. Y esto hasta el punto de que este crecimiento, subraya Freud, puede tomarse como la medida de esa proximidad.
Es en esa metáfora donde algunos han querido incluso encontrar el fádice de la tendencia mecanicista que según ellos gravaría el pensamiento de Freud. Para darse cuenta de la incomprensión de que da pruebas esta reserva basta con referirse a la investigación que hemos llevado adelante paso a paso en los esclarecimientos sucesivos que Freud aportó a la noción de resistencia, y especialmente al escrito sobre el que nos encontramos y donde da su fórmula más clara.
¿Qué nos dice Freud efectivamente allí? Nos descubre un fenómeno estructurante de toda revelación de la verdad en el diálogo. Hay la dificultad fundamental que el sujeto encuentra en lo que tiene que decir; la más común es la que Freud demostró en la represión, a saber esa especie de discordancia entre el significado y el significante, determinada por toda censura de origen social. La verdad puede siempre en este caso comunicarse entre luces. Es decir que el que quiere darle a entender puede siempre recurrir a la técnica que indica la identidad de la verdad con los símbolos que la revelan, a saber: llegar a sus fines introduciendo deliberadamente en un texto discordancias que responden criptograficamente a las que impone la censura.
El sujeto verdadero, es decir el sujeto del inconsciente, no procede de otra manera en el lenguaje de sus síntomas, que no es ante todo descifrado por el analista sino que más bien viene a dirigirse a él de manera cada vez más consistente, para la satisfacción siempre renovada de nuestra experiencia, Esto es en efecto lo que esta ha reconocido en el fenómeno de la transferencia.
Lo que dice el sujeto que habla, por muy vacío que pueda ser al principio su discurso, toma su efecto de la aproximación que se realiza en el de la palabra en la que convertirla plenamente la verdad que expresan sus síntomas. Precisemos incluso en seguida que esta fórmula es de un alcance más general, lo veremos hoy, que el fenómeno de la represión por el cual venimos a reproducirla.
Sea como sea, es en cuanto que el sujeto llega al límite de lo que el momento permite a su discurso efectuar de la palabra, como se produce el fenómeno en el que Freud nos muestra el punto de articulación de la resistencia con la dialéctica analítica. Pues ese momento y ese límite se equilibran en la emergencia, fuera del discurso del sujeto, del rasgo que puede más particularmente dirigirse a ustedes en lo que está diciendo, Y esta coyuntura es promovida a la función de puntuación de su palabra, Para dar a entender semejante efecto hemos hecho uso de la imagen de que la palabra del sujeto bascula hacia la presencia del oyente.
Esa presencia que es la relación mas pura de que es capaz el sujeto con respecto a un ser y que es tanto más vivamente sentida como tal cuanto que ese ser está para él menos calificado, esa presencia por un instante liberada hasta el extremo de los velos que la recubren y la eluden en el discurso común en cuanto que se constituye como discurso del ser impersonal precisamente para ese fin, esa presencia se señala en el discurso por una escansión suspensiva a menudo connotada por un momento de angustia, como lo mostré a ustedes en un ejemplo de mi experiencia.
De donde el alcance de la indicación que Freud nos dio siguiendo la saya: a saber que, cuando el sujeto se interrumpe en su discurso, pueden ustedes estar seguros de que le ocupa un pensamiento que se refiere al analista.
Esta indicación la verán ustedes casi siempre confirmada si hacen al sujeto la pregunta: «¿Qué piensa usted en este instante que se refiera a lo que le rodea aquí y mas precisamente a mi que le escucho?» Con todo, la satisfacción que puedan ustedes sacar de oír unas observaciones más o menos ofensivas sobre su aspecto general y su humor de ese día, sobre el gusto que denota la elección de sus muebles o la manera en que están ustedes ataviados no basta para justificar tal iniciativa si no saben ustedes qué esperan de esas observaciones, y la idea, aceptada por muchos, de que dan una oportunidad de descargarse a la agresividad del sujeto es propiamente imbécil.
La resistencia, decía Freud antes de la elaboración de la nueva tópica, es esencialmente un fenómeno del yo. Entendamos aquí lo que eso quiere decir, Esto nos permitirá más tarde comprender lo que se entiende de la resistencia cuando se la refiere a las otras instancias del sujeto.
El fenómeno aquí examinado muestra una de las formas más puras en que el yo puede manifestar su función en la dinámica del análisis En lo cual hace captar bien que el yo tal como opera en la experiencia analítica no tiene nada que ver con la unidad supuesta de la realidad del sujeto que la psicología llamada general abstrae como instituida en sus «funciones sintéticas». El yo del que hablamos es absolutamente imposible de distinguir de las captaciones imaginarias que lo constituyen de cabo a rabo, en su génesis como en su estatuto, en su función como en su actualidad, por otro y para otro. Dicho de otra manera, la dialéctica que sostiene nuestra experiencia, situándose al nivel más envolvente de la eficacia del sujeto, nos obliga a comprender el yo de punta a punta en el movimiento de enajenación progresiva en que se constituye la conciencia de si en la fenomenología de Hegel.
Lo cual quiere decir que si tienen ustedes que vérselas, en el momento que estudiamos, con el ego del sujeto, a que son ustedes en ese momento el soporte de su alter ego.
Les he recordado que uno de nuestros colegas, curado mas tarde de ese prurito del pensamiento que le atormentaba todavía en un tiempo en que cavilaba sobre las indicaciones del analista, había sido dominado por una sospecha de esa verdad; así, mientras el milagro de la inteligencia iluminaba su rostro, hizo culminar su discurso sobre dichas indicaciones con el anuncio de esta noticia: que el análisis debía subordinarse a la condición primera de que el sujeto tuviese el sentimiento del otro como existente.
Es precisamente aquí donde empieza la pregunta: ¿cuál es la clase de alteridad por la cual el sujeto se interesa en esa existencia? Pues de esa alteridad misma es de la que el yo del sujeto participa, hasta el punto de que, si hay un conocimiento que sea propiamente clasificatorio para el analista, y de naturaleza tal que satisfaga esa exigencia de orientación previa que la nueva técnica proclama con un tono tanto mas ensordecedor cuanto que desconoce hasta su principio, es la que en cada estructura neurótica define el sector abierto a las coartadas del ego.
En pocas palabras, lo que esperamos de la respuesta del sujeto al hacerle la pregunta estereotipada, que las más de las veces lo liberará del silencio que señala para ustedes ese momento privilegiado de la resistencia, es que les muestre quién habla y a quién: que es una sola y misma pregunta.
Pero queda a discreción de ustedes dárselo a entender interpelándolo en el lugar imaginario en que se sitúa: será según que ustedes puedan o no enlazar ese equívoco en el punto de su discurso con que haya venido a tropezar su palabra
Homologarán así ese punto como una puntuación correcta, Y aquí es donde se conjuga armoniosamente la oposición, que sería catastrófico sostener formalmente, del análisis de la raistencia y del análisis del material. Técnica en la cual se forman ustedes prácticamente en el seminario llamado de control
Sin embargo, para aquellos que han aprendido otra, cuya sistemática conozco demasiado, y que le conservan todavía algún crédito, haré observar que por supuesto no dejarán ustedes de obtener una respuesta actual al patentizar la agresividad del sujeto para con ustedes, e incluso al mostrar alguna finura en reconocer en ello bajo un modo contrastado la «necesidad de amor» Después de lo cual, el arte de ustedes verá abrirse para éI el campo de los manejos de la defensa ¡Vaya negocio! ¿No sabemos acaso que en los confines donde la palabra dimite empieza el dominio de la violencia, y que reina ya allí, incluso sin que se la provoque?
Si llevan pues allí la guerra, sepan por lo menos sus principios y que se desconocen sus Iímites si no se la comprende con un Clausewitz como un caso particular del comercio humano
Es sabido que fue reconociendo, bajo el nombre de guerra total, su dialéctica interna, como éste llegó a formular que exige ser considerada como el prolongamiento de los medios de la política.
Lo cual permitió a ciertos practicantes más adelantados en la experiencia moderna de la guerra social, a la que éI preludiaba, sacar el corolario de que la primera regla que observar sería no dejar escapar el momento en que el adversario se hace otro que lo que era -lo cual indicaría proceder rápidamente a ese reparto de las apuestas que funda las bases de una paz equitativa Ustedes pertenecen a una generación que ha podido comprobar que este arte es desconocido de los demagogos que no pueden desprenderse de las abstracciones más que un psicoanalista vulgar. Por eso las guerras mismas que ganan no hacen sino engendrar las contradicciones en las que apenas hay ocasión de reconocer los efectos de ellas que prometían.
Entonces se lanzan a la desesperada en la empresa de humanizar al adversario que ha caído bajo su cargo en su derrota -llamando incluso al psicoanalista al rescate para colaborar en la restauración de human relations, en lo cual éste, al paso que llevan ahora las cosas, no vacila en extraviarse.
Todo esto no parece desplazado para volver a encontrar a la vuelta de la esquina la nota de Freud sobre la que me he detenido ya en el mismo escrito, y tal vez esto ilumina con una luz nueva lo que quiere decirnos con la observación de que no habría que inferir, de la batalla que se encarniza a veces durante meses alrededor de una granja aislada, que ésta represente el santuario nacional de uno de los combatientes, ni siquiera que, albergue una de sus industrias de guerra. Dicho de otra manera, el sentido de una acción defensiva u ofensiva no debe buscarse en el objeto que le disputa aparentemente al adversario, sino más bien en el designio del que participa y que define al adversario por su estrategia.
El humor obsidional que se trasluce en la morosidad del análisis de las defensas daría pues sin duda frutos más alentadores para quienes se fían de ellos si tan sólo lo pusieran en la escuela de la más pequeña lucha real, que les enseñaría que la respuesta más eficaz a una defensa no es llevar a ella la prueba de fuerza.
De hecho se trata sólo en ellos, por falta de atenerse a las vías dialécticas en las que se ha elaborado el análisis, y por falta de talento para volver al uso puro y simple de la sugestión, de recurrir a una forma pedante de esta a favor de un psicologismo ambiente en la cultura. En lo cual no dejan de ofrecer a sus contemporáneos el espectáculo de unas gentes que no eran llamadas a su profesión por otra cosa sino por estar en posición de tener siempre en ella la última palabra, y que, por encontrar en eso un poco mas de dificultad que en otras actividades llamadas liberales, muestran la figura ridícula de Purgones obsesionados por la «defensa» de cualquiera que no comprenda por qué su hija está muda.
Pero con eso no hacen sino entrar en esa dialéctica del yo y del otro que constituye el callejón sin salida del neurótico y que hace a su situación solidaria del prejuicio de su mala voluntad. Por eso alguna vez he dicho que no hay en análisis otra resistencia que la del analista. Porque este prejuicio no puede ceder ante una verdadera conversión dialéctica, y aun es preciso que se mantenga en el sujeto por un ejercicio contínuo. A eso se reducen verdaderamente todas las condiciones de la formación del psicoanalista.
Fuera de tal formación, seguirá siendo siempre dominante el prejuicio que ha encontrado su mas estable fórmula en la concepción del pitiatismo. Pero otras la habían precedido, y no quiero inducir lo que Freud podía pensar de ello sino recordando sus sentimientos ante la más reciente de los, tiempos de su juventud. Tomo el testimonio correspondiente del capítulo IV de su gran escrito sobre Psicología de las masas y análisis del yo, Habla de las asombrosas contorsiones de la sugestión de las que fue testigo en casa de Bernheim en 1899.
«Puedo recordar –dice- la sorda rebeldía que, incluso en aquella época, experimenté contra la tiranía de la sugestión, cuando un enfermo que no mostraba bastante flexibilidad oía que le gritaban: ¿Qué es lo que está haciendo? ¡Se está usted contrasugestionando! (‘Qu’est ce que vous faites donc? Vous vous contre-suggestionnez!’ En francés en el texto.) Me decía en mi fuero interno que era la más palmaria de las injusticias y de las violencias que el enfermo tenía buen derecho a utilizar la contrasugestión cuando se intentaba subyugarlo por artificios de sugestión. Mi resistencia tomó mas tarde la dirección más precisa de sublevarme contra el hecho de que la sugestión que lo explicaba todo tuviese a su vez que hurtarse a la explicación. Solía yo repetir pensando en ella la vieja broma:
Cristóbal llevaba en vilo a Cristo,
Cristo en vilo al mundo todo,
¿dónde los píes de Cristóbal
encontraban pues apoyo?»
Y si Freud prosigue deplorando que el concepto de sugestión haya derivado hacia una concepción cada vez más relajada, que no le deja prever para pronto el esclarecimiento del fenómeno, ¿qué no habría dicho del uso presente de la noción de la resistencia, y cómo no hubiera alentado cuando menos nuestro esfuerzo de estrechar técnicamente su empleo? Por lo demás, nuestra manera de reintegrarla en el conjunto del movimiento dialéctico del análisis es tal vez lo que nos permitirá dar un día de la sugestión una fórmula a prueba de los criterios de la experiencia.
Tal es el designio que nos guía cuando iluminamos la resistencia en el momento de transparencia en que se presenta, según la feliz expresión de M. Mannoni, por la punta transferencial.
Y por eso la iluminamos por ejemplos donde puede verse jugar la misma síncopa dialéctica.
Así es como hicimos caso de aquel con que Freud ilustra de manera casi acrobática lo que entiende por deseo del sueño. Pues si considera que sale al paso a la alteración que el sueño sufriría por su rememoración en el relato, aparece claramente que sólo le interesa la elaboración del sueño en cuanto que se prosigue en el relato mismo, es decir que el sueño no vale para él sino como vector de la palabra. Tan es así que todos los fenómenos que da ese olvido, incluso de duda, que vienen a estorbar el relato, han de interpretarse como significantes de esa palabra, y que, si no hubiese de quedar de un sueño más que un despojo tan evanescente como el recuerdo flotante en el aire del gato que se disipa de manera tan inquietante ante los ojos de Alicia, esto no sirve sino para hacer más seguro que se trata de la punta quebrada de lo que en el sueño constituye su punta transferencial, dicho de otra manera lo que en dicho sueño se dirige directamente al analista. Aquí por intermedio de la palabra «canal», único vestigio subsistente del sueño, o sea otra vez una sonrisa, pero ésta impertinente y de mujer, con que aquella a quien Freud se tomó el trabajo de hacer paladear su teoría del Witz acoge su homenaje, y que se traduce por la frase que concluye el chiste que a invitación de Freud ella asocia con la palabra canal: «De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso.»
Del mismo modo, en el ejemplo del olvido de un nombre, que tomamos antes literalmente como el primero que se presentó en la Psicopatología de la vida cotidiana, pudimos darnos cuenta de que la imposibilidad en que se encuentra Freud de evocar el nombre de Signorelli en el diálogo que lleva a cabo con el colega que es entonces su compañero de viaje responde al hecho de que censurando en su conversación anterior con el mismo, todo lo que las palabras de éste le sugerían, tanto por su contenido como por los recuerdos que en él formaban su séquito, de la relación del hombre y del médico con la muerte, o sea con el amo absoluto, Herr, signor, Freud había abandonado literalmente en su interlocutor, y por lo tanto desprendido de sí, la mitad rota (entendámoslo en el sentido más material del término) de la espada de la palabra, y por un tiempo, precisamente aquel en que seguía dirigiéndose a dicho interlocutor, no podía disponer de ese término como material significante, por quedar ligado a la significación reprimida -y esto tanto mas cuanto que el tema de la obra cuyo autor se trataba de recordar en Signorelli, concretamente el fresco del Anticristo, en Orvieto, no hacía sino historiar bajo una forma de las más manifiestas, aunque apocalíptica, este señorío de la muerte,
¿Pero podemos contentarnos con hablar aquí de represión? Sin duda podemos asegurar que está presente sólo por las sobredeterminaciones que Freud nos da del fenómeno, y podemos confirmar también por la actualidad de sus circunstancias el alcance de lo que quiero darles a entender en la fórmula: el inconsciente es el discurso del Otro.
Pues el hombre que, en el acto de la palabra, parte con su semejante el pan de la verdad, comparte la mentira.
¿Pero esta dicho todo con esto? Y la palabra aquí retirada ¿podía acaso no apagarse ante el ser-para-la-muerte, aun cuando se le hubiera acercado hasta un nivel donde sólo la broma es todavía viable, pues las apariencias de la seriedad para responder a su gravedad no tienen ya sino el aspecto de la hipocresía?
Así la muerte nos aporta la cuestión de lo que niega el discurso, pero también la de saber si es ella la que introduce en él la negación. Pues la negatividad del discurso, en cuanto que hace ser en él lo que no es, nos remite a la cuestión de saber lo que el no-ser, que se manifiesta en el orden simbólico, debe a la realidad de la muerte.
Así es como el eje de los polos en que se orientaba un primer campo de la palabra, cuya imagen primordial es el material de Ia tésera (donde volvemos a encontrar la etimología del símbolo), esta cruzado aquí por una dimensión segunda no reprimida sino engañosa por necesidad. Ahora bien, a aquella de donde surge con el no-ser la definición de la realidad.
Así vemos ya saltar el cemento con que la sedicente nueva técnica tapa ordinariamente sus fisuras, a saber un echar mano, desprovisto de toda crítica, a la relación con lo real.
No nos ha parecido poder hacer nada mejor, para que sepan ustedes que esta crítica es absolutamente consubstancial al pensamiento de Freud, que confiar su demostración al señor Jean Hyppolite, que no sólo ilustra este seminario por el interés que se sirve mostrar en él, sino que, por su presencia, les garantiza en cierta forma que no me extravío en mi dialéctica.
Le he pedido que comente de Freud un texto muy corto, pero que, por situarse en 1925, es decir mucho mas adelante en el desarrollo del pensamiento de Freud, puesto que es posterior a los grandes escritos sobre la nueva tópica, nos lleva hasta el corazón de la nueva cuestión planteada por nuestro examen de la resistencia. He nombrado el texto sobre la denegación,
El señor Jean Hyppolite, al encargarse de este texto, me descarga de un ejercicio en el que mi competencia está lejos de alcanzar a la suya, Le agradezco haber accedido a mi súplica y Ie cedo la palabra sobre la Verneinung.