Sentimientos inconcientes
Hemos circunscrito el anterior debate a las representaciones, y ahora podemos plantear un nuevo problema cuya respuesta no podrá menos que contribuir a la aclaración de nuestras opiniones teóricas. Dijimos que había representaciones concientes e inconcientes; ¿existen también mociones pulsionales, sentimientos, sensaciones inconcientes, o esta vez es disparatado formar esos compuestos?
Opino, en verdad, que la oposición entre conciente e inconciente carece de toda pertinencia respecto de la pulsión. Una pulsión nunca puede pasar a ser objeto de la conciencia; sólo puede serlo la representación que es su representante. Ahora bien, tampoco en el interior de lo inconciente puede estar representada si no es por la representación. Si la pulsión no se adhiriera a una representación ni saliera a la luz como un estado afectivo, nada podríamos saber de ella. Entonces, cada vez que pese a eso hablamos de una moción pulsional inconciente o de una moción pulsional reprimida, no es sino por un inofensivo descuido de la expresión. No podemos aludir sino a una moción pulsional cuya agencia representante-representación es inconciente, pues otra cosa no entra en cuenta.
Creeríamos que la respuesta a la pregunta por las sensaciones, los sentimientos, los afectos inconcientes se resolvería con igual facilidad. Es que el hecho de que un sentimiento sea sentido, y, por lo tanto, que la conciencia tenga noticia de él, es inherente a su esencia. La posibilidad de una condición inconciente faltaría entonces por entero a sentimientos, sensaciones, afectos. Pero en la práctica psicoanalítica estamos habituados a hablar de amor, odio, furia, etc., inconcientes, y aun hallamos inevitable la extraña combinación «conciencia inconciente de culpa» (1) o una paradójica «angustia inconciente». ¿Tiene este uso lingüístico mayor significado aquí que en el caso de la «pulsión inconciente»?
En realidad, las cosas se presentan en este caso dispuestas de otra manera. Ante todo puede ocurrir que una moción de afecto o de sentimiento sea percibida, pero erradamente. Por la represión de su representante genuino fue compelida a enlazarse con otra representación, y así la conciencia la tiene por exteriorización de esta última. Cuando restauramos la concatenación correcta, llamamos «inconciente» a la moción afectiva originaria, aunque su afecto nunca lo fue, pues sólo su representación debió pagar tributo a la represión. El uso de las expresiones «afecto inconciente» y «sentimiento inconciente» remite en general a los destinos del factor cuantitativo de la moción pulsional, que son consecuencia de la represión. Sabemos que esos destinos pueden ser tres: el afecto persiste -en un todo o en parte- como tal, o es mudado en un monto de afecto cualitativamente diverso (en particular, en angustia), o es sofocado, es decir, se estorba por completo su desarrollo. (Estas posibilidades son quizá más fáciles de estudiar en el trabajo del sueño que en las neurosis.) (2). Sabemos también que la sofocación del desarrollo del afecto es la meta genuina de la represión, y que su trabajo queda inconcluso cuando no la alcanza. En todos los casos en que la represión consigue inhibir el desarrollo del afecto, llamamos «inconcientes» a los afectos que volvemos, a poner en su sitio tras enderezar {Redressement} lo que el trabajo represivo había torcido. Por tanto, no puede negarse consecuencia al uso lingüístico; pero en la comparación con la representación inconciente surge una importante diferencia: tras la represión, aquella sigue existiendo en el interior del sistema Icc como formación real, mientras que ahí mismo al afecto inconciente le corresponde sólo una posibilidad de planteo {de amago} a la que no se le permite desplegarse. En rigor, y aunque el uso lingüístico siga siendo intachable, no hay por tanto afectos inconcientes como hay representaciones inconcientes. Pero dentro del sistema Icc muy bien puede haber formaciones de afecto que, al igual que otras, devengan concientes. Toda la diferencia estriba en que las representaciones son investiduras -en el fondo, de huellas mnémicas-, mientras que los afectos y sentimientos corresponden a procesos de descarga cuyas exteriorizaciones últimas se perciben como sensaciones. En el estado actual de nuestro conocimiento de los afectos y sentimientos no podemos expresar con mayor claridad esta díferencia (3).
Especial interés tiene para nosotros el haber averiguado que la represión puede llegar a inhibir la trasposición de la moción pulsional en una exteriorización de afecto. Esa comprobación nos muestra que el sistema Cc normalmente gobierna la afectividad así como el acceso a la motilidad, y realza el valor de la represión, por cuanto revela que no sólo coarta la conciencia, sino el desarrollo del afecto y la puesta en marcha de la actividad muscular. Con una formulación invertida podríamos decir: Mientras el sistema Cc gobierna la afectividad y la motilidad, llamamos normal al estado psíquico del individuo. Empero, hay una innegable diferencia en la relación del sistema dominante con las dos acciones de descarga próximas entre sí (4). Mientras que el imperio de la G, sobre la motilidad voluntaria es muy firme, y por regla general resiste el asalto de la neurosis y sólo es quebrantado en la psicosis, su gobierno del desarrollo del afecto es menos sólido. Y aun dentro de la vida normal puede discernirse una pugna permanente de los dos sistemas, Cc e Icc, en torno del primado sobre la afectividad; se deslindan entre sí ciertas esferas de influencia y se establecen contaminaciones entre las fuerzas eficaces.
La importancia del sistema Cc (Prcc) (5) para el acceso al desprendimiento de afecto y a la acción nos permite también comprender el papel que toca a la representación sustitutiva en la conformación de la enfermedad. Es posible que el desprendimiento de afecto parta directamente del sistema Icc, en cuyo caso tiene siempre el carácter de la angustia, por la cual son trocados todos los afectos «reprimidos». Pero con frecuencia la moción pulsional tiene que aguardar hasta encontrar una representación sustitutiva en el interior del sistema Cc. Después el desarrollo del afecto se hace posible desde este sustituto conciente, cuya naturaleza determina el carácter cualitativo del afecto. Hemos afirmado que en la represión se produce un divorcio entre el afecto y su representación, a raíz de lo cual ambos van al encuentro de sus destinos separados. Esto es incontrastable desde el punto de vista descriptivo; empero, el proceso real es, por regla general, que un afecto no hace su aparición hasta que no se ha consumado la irrupción en una nueva subrogación {Vertretung} del sistema Cc.
Notas:
1- [«SchuIdbesstsein», un equivalente habitual de «SchuIdgefühI», «sentimiento de culpa».]
2- [Véase el principal examen de los afectos en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, págs. 458-84.]
3- [Esta cuestión vuelve a tratarse en el capítulo II de El yo y el ello (1923b). La naturaleza de los afectos es objeto de un examen más claro en la 25ª de las Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), AE, 16, págs. 360-1, y también en Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20, págs. 125-6.]
4- La afectividad se exterioriza esencialmente en una descarga motriz (secretoria, vasomotriz) que provoca una alteración (interna) del cuerpo propio sin relación con el mundo exterior; la motilidad, en acciones destinadas a la alteración del mundo exterior.
5- [En la edición de 1915 no figura «(Prcc)».]