Obras de S. Freud: La interpretación de los sueños, Estímulos y fuentes del sueño: Fuentes psíquicas de estímulo (Teorías sobre el sueño y función del sueño)

Fuentes psíquicas de estímulo

Teorías sobre el sueño y función del sueño.
Llamaremos con derecho teoría sobre el sueño a un enunciado acerca de este que procure explicar desde un solo punto de vista el mayor número de los caracteres en él observados y, al mismo tiempo, determine la posición del sueño respecto de un campo de fenómenos más vasto. Las diversas teorías se diferenciarán entre sí por destacar como esencial tal o cual carácter del sueño al que puedan anudarse explicaciones y relaciones. No es forzoso que de la teoría pueda derivarse una función del sueño, vale decir, una utilidad o algún otro rendimiento; pero como estamos habituados a buscar una teleología, de buena gana acogeremos aquellas teorías que vayan asociadas con la perspectiva de una función del sueño.
Hemos tomado ya conocimiento de varias concepciones del sueño que, en mayor o en menor
grado, merecerían el nombre de teorías sobre el sueño, en el sentido dicho. La creencia de los
antiguos en que el sueño era un envío de los dioses destinado a guiar las acciones de los
hombres era una cabal teoría sobre el sueño, que daba razón de todo cuanto en él presenta
interés. Desde que el sueño pasó a ser objeto de la indagación biológica, conocemos gran
cantidad de teorías sobre él, pero muchas de ellas nada cabales.
Sí renunciamos a una cuenta exhaustiva, podemos intentar un agrupamiento laxo de las teorías,
según el supuesto (le que partan en cuanto al grado e índole de la actividad psíquica en el
sueño.
1. Las teorías que hacen proseguir en el sueño la plena actividad psíquica de la vigilia, como la de Delboeuf [1885, págs. 221-2]. Aquí el alma no se duerme, su aparato permanece intacto, pero, puesta en las condiciones del estado del dormir, que divergen de la vigilia, su
funcionamiento normal tiene que arrojar otros resultados que en esta última. Es dudoso que
estas teorías sean capaces de inferir de las condiciones del estado del dormir todas las
diferencias entre el sueño y el pensamiento de vigilia. Y además no ofrecen perspectiva alguna respecto de una posible función del sueño; no se advierte para qué se sueña ni por que el
complicado mecanismo del aparato psíquico prosigue su juego cuando ha sido trasladado a
situaciones para las que no parece apto. El dormir sin soñar, o el despertar cuando sobrevienen
estímulos perturbadores, serían las únicas reacciones adecuadas; pero no el soñar.
2. Las teorías que, por lo contrario, suponen para el sueño un rebajamiento de la actividad psíquica, un aflojamiento de las conexiones y un empobrecimiento del material que puede convocarse. Según estas teorías, debería darse una caracterización psicológica del estado del dormir completamente diversa de la de Delboeuf, por ejemplo. El dormir se extiende por el alma toda, y no la hace meramente amurallarse contra el mundo exterior; más bien, penetra en su mecanismo y lo vuelve temporariamente inutilizable. Si se me permite establecer una comparación con el material psiquiátrico, diría yo que las primeras teorías construyen el sueño como una paranoia, mientras que las mencionadas en segundo término lo hacen siguiendo el modelo de la imbecilidad o de la amencia.
La teoría que ve expresarse en la vida onírica sólo un fragmento de la actividad anímica, paralizada por el dormir, es con mucho la preferida de los autores médicos y en el mundo científico. Si cabe suponer la existencia de un interés más general por la explicación de los sueños, podemos definir indudablemente a esta teoría como la dominante. Cumple destacar la facilidad con que ella sortea el más temible escollo para toda explicación de los sueños, o sea el peligro de encallar en una de las oposiciones que el sueño encarna. Puesto que para esta teoría el sueño es el resultado de una vigilia parcial -«una vigilia que procede poco a poco, parcial y al mismo tiempo muy anómala», dice la. Psychologie de Herbart acerca del sueño (1892, pág. 307)-, puede ella, por una serie de estados cada vez más cercanos a la vigilia plena -hasta culminar en esta última- hacerse congruente con toda la gradación que va desde el rendimiento inferior del sueño, traslucido en su carácter absurdo, hasta el rendimiento del pensar plenamente concentrado.
Si hay quien tiene por insoslayable el modo fisiológico de exposición, o lo pretende más
científico, ese hallará expresada una tal teoría del sueño en la descripción de Binz (1878, pág. 43):
«Pero ese estado (de letargo) sólo poco a poco llega, en las primeras horas de la mañana, a su
fin. Van disminuyendo las toxinas acumuladas en la albúmina del cerebro; una parte cada vez
mayor de ellas es destruida o es arrastrada por el incesante afluir de la sangre. Aquí y allí
despiertan ya grupos aislados de células, mientras en derredor todo sigue quieto y entumecido.
Ante nuestra conciencia obnubilada emerge ahora el trabajo aislado de estos grupos, falto del
control de otras partes del cerebro que presiden la asociación. Por eso las imágenes creadas,
que casi siempre corresponden a las impresiones materiales del pasado más reciente, se
suceden salvajemente y sin regla alguna. Cada vez más grande es la cantidad de las células
cerebrales despejadas, y cada vez menor la sinrazón del sueño».
En todos los fisiólogos y filósofos modernos hallaremos sin duda la concepción del soñar como
vigilia incompleta, parcial, o al menos huellas de su influencia. Quien la ha expuesto con el
máximo detalle ha sido Maury (1878, págs. 6-7). No obstante, aquí tenemos la impresión de que
el autor se imagina el estar despierto o el estar dormido como desplazables de una región
anatómica a otra, aunque en todo caso una provincia anatómica y una función psíquica
determinada le aparecen enlazadas entre sí. Sólo señalaré que, aun si la teoría de la vigilia
parcial se confirmase, habría que debatir muchísimo acerca de su construcción más fina.
Desde luego, de esta concepción de la vida onírica no puede deducirse una función del sueño.
Más bien, el juicio sobre la posición y el significado del sueño es dado de la manera más
consecuente por esta frase de Binz (1878, pág. 35): «Todos los hechos que vemos nos llevan a
caracterizar al sueño como un proceso corporal, en todos los casos inútil y, en alguno,
directamente patológico … ».
La expresión «corporal» referida al sueño, que el autor mismo nos ofrece subrayada, apunta sin
duda en más de un sentido. Primero, se refiere a la etiología onírica, que Binz en particular tuvo
a la mano cuando estudió la producción experimental de sueños por suministro de sustancias
tóxicas. En efecto, en el espíritu de este tipo de teorías sobre e¡ sueño está el hacer que la
estimulación parta, todo lo exclusivamente que se pueda, de lo somático. Expuesto en su forma
más extrema, se diría así: Después que, alejados de los estímulos, pasamos a dormirnos, no
habría necesidad ni ocasión de sueños hasta la mañana, cuando el gradual despertar por los
nuevos estímulos que nos llegan podría reflejarse en el fenómeno del soñar. Pero es el caso
que no conseguimos preservar de estímulos nuestro dormir; de todas partes, y tal como se
quejaba Mefistófeles de los gérmenes de la vida (1), llegan al durmiente estímulos, desde
afuera, desde adentro, y aun desde todos los ámbitos del cuerpo de los que, despiertos,
siempre nos hemos desentendido. Así es perturbado el dormir, y el alma es despertada a
sacudones ahora en este, ahora en este otro rinconcito, y funciona después un ratito con esa
parte despertada para, una vez que se sosiega, volverse a dormir. El sueño es la reacción
frente a la perturbación del dormir causada por un estímulo; por lo demás, es una reacción
puramente superflua.
Pues bien, todavía tiene otro sentido el definir el sueño, que de cualquier manera sigue siendo
una operación del órgano anímico, como proceso corporal. Es la dignidad de proceso psíquico
la que se pretende negarle así. El símil, ya muy viejo en su aplicación al sueño, de los «diez
dedos de un hombre enteramente ignaro en música que recorriesen las teclas de un piano»
[Strümpell, 1877, pág. 84] ilustra quizás a la perfección la manera como la operación onírica ha
sido apreciada las más de las veces por los sustentadores de la ciencia exacta. En esta
concepción, el sueño deviene algo lisa y llanamente indeterminable. ¿Acaso los dedos del
ejecutante no músico podrían producir una pieza musical?
Desde muy temprano, no faltaron objeciones a la teoría de la vigilia parcial. Decía Burdach
(1838, págs. 508-9): «Cuando, se afirma que el sueño es una vigilia parcial, con ello no se
explican, en primer lugar, ni el despertar ni el dormirse, y en segundo lugar no se dice sino que
algunas fuerzas del alma están activas en el sueño mientras otras descansan. Pero esa
desigualdad es característica de la vida en su conjunto… ».
En la teoría dominante que ve en el sueño un proceso «corporal» se apoya una concepción del
sueño muy interesante formulada por vez primera en 1886 por Robert, y que sedujo porque
supo indicar una función, un resultado útil de los sueños. Robert toma como fundamento de su
teoría dos hechos de la observación, en los que ya nos detuvimos cuando consideramos el
material onírico: con suma frecuencia se sueña con las impresiones secundarias del día, y rara
vez se retoman los grandes intereses que nos ocuparon en la vigilia. Robert tiene por justa esta
tesis excluyente: las cosas que hemos pensado a fondo nunca devienen excitadoras de sueño;
sólo lo hacen aquellas que han quedado inconclusas en nuestra mente o apenas han rozado
nuestro espíritu (1886, pág. 10). «Por eso casi nunca podemos explicarnos los sueños, porque
sus causas son justamente las impresiones sensoriales de la víspera sobre las cuales el
soñante no alcanzó un conocimiento suficiente». La condición para que una impresión llegue al
sueño es, por tanto, que haya sido perturbada en su procesamiento o ni siquiera lo haya
requerido, por demasiado insignificante.
Ahora bien, Robert imagina al sueño «como un proceso. de eliminación corporal que llegamos a conocer en su fenómeno mental reactivo». Los sueños son eliminaciones de pensamientos ahogados en su germen. «Un hombre a quien se le quitase la facultad de soñar sufriría una perturbación mental en breve tiempo, porque en su cerebro se acumularía una multitud de pensamientos inconclusos, no elaborados, y de impresiones fútiles bajo cuyo peso quedaría
ahogado aquello que él debería incorporar a su memoria como un todo acabado» El sueño
presta al cerebro sobrecargado el servicio de una válvula de seguridad. Los sueños tienen virtud
curativa, de descarga.
Andaríamos descaminados si preguntáramos a Robert por el modo en que el representar en el
sueño puede producir un aligeramiento del alma. Es manifiesto que de aquellas dos
propiedades del material onírico el autor infiere que mientras dormimos se cumple de algún
modo, como proceso somático, esa expulsión de impresiones sin valor, y que el soñar no sería
un proceso psíquico particular, sino sólo el anuncio que nos llega de esa expulsión. Además,
una eliminación no es lo único que por la noche sucede en el alma. Robert agrega que se da
remate a las incitaciones del día, y «lo que no puede eliminarse de ese material de
pensamientos no digeridos es ligado en un todo compuesto mediante hitos de pensamiento
tomados de la fantasía y así introducido en la memoria como inocua pintura de la fantasía».
En diametral oposición a la teoría dominante se encuentra empero la de Robert en el juicio
sobre las fuentes del sueño. Mientras que para aquella en absoluto soñamos si los estímulos
exteriores e interiores no despiertan al alma cada vez, según la teoría de Robert la impulsión
para soñar reside en el alma misma, en su sobrecarga que pide aligerarse, y Robert juzga, con
perfecta consecuencia, que las causas condicionantes del sueño que dependen del estado
corporal ocupan un lugar subordinado, y que jamás podrían mover a soñar a una mente en que
no existiera material alguno para la formación de sueños, tomado de la conciencia de vigilia.
Admite solamente que las imágenes de la fantasía que en los sueños se desarrollan desde las
profundidades del alma pueden ser influidas por estímulos nerviosos
Así, según Robert, el sueño no depende tanto de lo somático. Pero tampoco es un proceso
psíquico ni tiene lugar alguno entre los procesos psíquicos de la vigilia; es un hecho somático
que ocurre todas las noches en el aparato de la actividad anímica y tiene una función que
cumplir: preservar a ese aparato de la hipertensión o, si podemos trocar la metáfora, purgar al
alma. (2)
En esos mismos caracteres del sueño, que se hacen patentes en la selección del material
onírico, apoya otro autor, Yves Delage, su propia teoría, y es instructivo observar el modo en que
un giro imperceptible en la concepción de las mismas cosas lleva a un resultado final de
alcance muy diferente.
Delage (1891, pág. 41) había experimentado en sí mismo, tras la muerte de una persona
querida, que no se sueña con lo que nos ha ocupado intensamente durante el día, o sólo se
sueña con ello cuando ha empezado a retroceder frente a otros intereses. Sus investigaciones
en otras personas le confirmaron la universalidad de esta situación. Una bella observación de
este tipo, si es que resulta universalmente válida, hace Delage acerca de los sueños de los
matrimonios jóvenes: «S’ils ont été fortement épris, presque jamaís ils n’ont rêvé l’un de l’autre
avant le mariage ou pendant la lune de miel; et s’ils ont rêvé d’amour c’est pour être infidèles
avec quelque personne indifférente ou odieuse» (3) [loc. cit.]. Pero entonces, ¿con
qué soñamos? Delage reconoce el material que ocurre en nuestros sueños como compuesto
por fragmentos y restos de impresiones de la víspera y de períodos anteriores. Todo lo que
emerge en nuestros sueños, y que quizá nos inclinamos primero a ver como creación de la vida
onírica, ante un examen más preciso se muestra como reproducción no conocida, como
«souvenir inconscient» («recuerdo inconciente»}. Pero todo este material de representaciones
exhibe un carácter común: proviene de impresiones que han afectado probablemente a
nuestros sentidos con mayor fuerza que a nuestro espíritu, o de las que se desvió la atención
enseguida que surgieron. Cuanto menos conciente y por tanto más fuerte ha sido una
impresión, tantas más posibilidades tiene de cumplir un papel en el próximo sueño.
En lo esencial se trata de las mismas dos categorías de impresiones, las secundarias y las no
tramitadas, que Robert destacó. Pero Delage toma otra orientación: juzga que esas
impresiones no son soñables por indiferentes, sino por no tramitadas. También las impresiones
secundarias han quedado en cierto modo sin tramitarse por completo, y por su naturaleza de
impresiones nuevas son «autant de ressorts tendus» {«otros tantos resortes tensos») que se
distenderán mientras dormimos. Mucho más que la impresión débil y casi inadvertida tendrá’
derecho a desempeñar un papel en el sueño una impresión fuerte cuyo procesamiento se
interrumpió por azar o que fue refrenada con deliberación. La energía psíquica acumulada
durante el día por inhibición y sofocación se convierte por la noche en el resorte impulsor del
sueño. En el sueño, lo psíquicamente sofocado pasa al primer plano. (4)
Por desgracia, el razonamiento de Delage se interrumpe en este punto; es que él no puede
conceder en el sueño sino el papel más ínfimo a una actividad psíquica autónoma, y así vuelve a
plegarse sin transiciones con su teoría del sueño a la doctrina dominante, la del adormecimiento
parcial del cerebro: «En somme le rêve est le produít de la pensée errante, sans but et sans
direction, se fixant successivement sur les souvenirs, qui ont gardé assez d’intensité pour se
placer sur sa route et l’arrêter au passage, établissant entre eux un lien tantôt faible et indécis,
tantôt plus fort et plus serré, selon que l’activité actuelle du cerveau est plus ou moins abolie par
te sommeil» (5)
3. En un tercer grupo pueden reunirse aquellas teorías sobre el sueño que atribuyen al alma
soñante la capacidad e inclinación para rendimientos psíquicos particulares que ella en la vigilia
no puede cumplir, o puede hacerlo sólo de manera imperfecta. De la afirmación de estas
capacidades se infiere casi siempre una función útil del sueño. Las apreciaciones que hacen
sobre el sueño los vicios autores de psicología pertenecen casi siempre a este grupo. Pero aquí
me contentaré con citar en su remplazo la frase de Burdach según la cual el sueño «es la
actividad natural del alma no restringida por el poder de la individualidad, no perturbada por la
autoconciencia, no dirigida por la autodeterminación, sino que es la vitalidad del punto nuclear
sensible que se explaya en su libre juego» (1838, pág. 512).
Este regodeo en el uso libre de las propias fuerzas lo imaginan Burdach y otros, según es
manifiesto, como un estado en que el alma se restaura y reúne nuevas fuerzas para el trabajo
diurno; como si ella gozara de una licencia. Por eso Burdach cita y acepta también las
amorosas palabras con que el poeta Novalis encomia el reino de los sueños: «El sueño es
escudo protector contra la monotonía y habitualidad de la vida, libre consolación de la fantasía
encadenada, donde ella despliega sin regla todas las imágenes de la vida e interrumpe la
seriedad nunca depuesta del adulto con el gozoso juego del niño; sin los sueños
envejeceríamos sin duda más temprano, y así podemos considerar al sueño, si no directamente
como un don de lo alto, al menos como un don precioso, como un amistoso compañero en
nuestra peregrinación a la tumba». (6)
Con mayor vigor aún pinta Purkinje la actividad renovadora y reparadora del sueño (1846, pág.
456): «Particularmente cumplirían estas funciones los sueños productivos. Son graciosos
juegos de la imaginación, sin vínculo alguno con los acontecimientos diurnos. El alma no quiere
proseguir las tensiones de la vigilia, sino resolverlas, aliviarse de ellas. Tiene predilección por
engendrar estados opuestos a los de la vigilia. Cura la melancolía con el júbilo, la inquietud con
las esperanzas y las imágenes expansivas y regocijantes, el odio con el amor y la amistad, el
miedo con la osadía y la confianza; calma la duda con la fe y las creencias firmes, la espera
estéril con el cumplimiento de lo querido. Muchas heridas del ánimo que el día había dejado
abiertas sana el dormir, puesto que las restaña y cubre impidiendo que vuelvan a excitarse. En
esto se basa en, parte la acción del tiempo que cura los dolores». Todos sentimos que el dormir
es un beneficio para la vida psíquica, y a esta oscura vislumbre de la conciencia popular va
inseparablemente unido el prejuicio de que el sueño es uno de los caminos por los cuales el
dormir dispensa sus beneficios.
El intento más vasto y original por explicar el sueño desde una actividad particular de la psique
que sólo puede desplegarse libremente en el estado del dormir es el emprendido por Scherner
en 1861. El libro de Scherner, escrito con estilo recargado y pomposo, inspirado por un
entusiasmo casi orgiástico por su objeto, que tiene que repugnarnos si no logra arrastrarnos
consigo, opone tales dificultades al análisis que de buen grado echaremos mano de la
exposición, más clara y más breve, con que el filósofo Volkelt nos presenta las doctrinas de
Scherner: «De esos mazacotes místicos, de todos esos fuegos retóricos se desprende y brilla
una entrevista apariencia de sentido, sólo que ella en nada ilumina los caminos del filósofo»
[Volkelt. 1875, pág. 29]. Es el j uicio que la exposición de Scherner merece aun a sus
seguidores.
Scherner no es de los autores que permiten al alma llevarse intactas sus facultades a la vida
onírica. Explica él mismo [según Volkelt] cómo en el sueño se enerva el carácter nuclear, la
energía espontánea del yo, cómo a consecuencia de esta descentralización el conocer, el
sentir, el querer y el representar se alteran, y cómo el residuo de estas fuerzas psíquicas no
posee un verdadero -carácter espiritual, sino sólo el de un mecanismo. Pero mientras tanto,
remonta vuelo en el sueño la actividad del alma que ha de llamarse fantasía, libre del poder del
entendimiento y por eso de toda medida rigurosa, hasta alcanzar un predominio ilimitado. Sin
duda, toma los últimos ladrillos de la memoria de vigilia, pero con ellos construye edificios que
difieren enormemente de las figuras de la vigilia; en los sueños ella resulta ser no sólo
reproductiva, sino también productiva. Sus propiedades prestan a la vida onírica sus caracteres
particulares. Muestra predilección por lo desmesurado, extremado, monstruoso. Pero al mismo
tiempo, liberada de las estorbantes categorías del pensamiento, gana mayor flexibilidad, soltura,
versatilidad. Es sensible, hasta la extrema finura, para los movimientos tiernos del ánimo y para
los afectos provocativos, y, trasforma enseguida la vida interior en algo exterior visible y plástico.
A la fantasía onírica le falta el lenguaje conceptual; lo que tiene que decir debe pintarlo en forma
intuible, y dado que no influye el concepto debilitante, aquella pinta con la plenitud, la fuerza y la
grandiosidad de la forma plástica. Con ello su lenguaje se vuelve, por nítido que sea, difuso,
embarazado y torpe. Estorba particularmente la claridad de su lenguaje el hecho de que este
tiene repugnancia a expresar un objeto con su imagen propia, y de buena gana escoge una
imagen ajena si esta es apta para expresar aquel único aspecto del objeto en cuya figuración se
empeña. Esta es la actividad simbolizadora de la fantasía. ( … ) Muy importante es además que
la fantasía onírica no dibuja exhaustivamente los objetos: sólo delinea sus contornos, y aun esto
con la mayor libertad. Por eso sus pinturas parecen inspiradas por el genio. Pero la fantasía
onírica no se detiene en el mero dibujo del objeto, sino que se ve interiormente precisada a
enredar con él, en mayor o menor grado, al yo-sueño, y así a producir una acción. El sueño por
estímulo visual, por ejemplo, pinta monedas de oro esparcidas en la calle; el soñante las
recoge, se regocija, las lleva consigo.
El material con que la fantasía onírica cumple su actividad artística es, según Scherner, el de los
estímulos corporales orgánicos, tan oscuro durante el día. De tal modo, en cuanto al supuesto
sobre las fuentes y los excitadores del sueño, la demasiado fantástica teoría de Scherner y la
quizá reseca doctrina de Wundt y de otros fisiólogos, que en lo demás se comportan como sí
estuvieran en los antípodas, coinciden plenamente. Pero de acuerdo con la teoría fisiológica, la
reacción psíquica frente a los estímulos corporales interiores se agota con el despertar de
cualesquiera representaciones que les sean adecuadas; estas convocan después a otras
representaciones por la vía de la asociación, y en este estadio parece terminar el curso de los
procesos psíquicos del sueño. Para Scherner, en cambio, los estímulos corporales dan
únicamente al alma un material que ella puede poner al servicio de sus propósitos fantásticos.
La formación del sueño sólo empieza, a juicio de Scherner, allí donde se agota a los ojos de los demás.
De todas maneras, no cabe considerar lo que la fantasía onírica emprende con los estímulos
corporales como algo que sirva a un fin. Promueve con ellos un juego burlón e insidioso, se
representa las fuentes orgánicas de que parten los estímulos siguiendo algún simbolismo
plástico. Y aun opina Scherner (en lo cual Volkelt [1875, pág. 37] y otros no lo siguen) que la
fantasía onírica tiene una determinada figuración favorita para el organismo entero; sería la casa.
Pero, por suerte para sus figuraciones, no parece atarse a este material; puede también, a la
inversa, servirse de series enteras de casas para designar un único órgano; por ejemplo,
larguísimas calles edificadas para denotar el intestino. Otras veces, partes de la casa figuran
realmente partes del cuerpo; así, en el sueño por dolor de cabeza, el techo de una habitación
(que el soñante ve cubierto de asquerosas arañas como sapos) puede figurar la cabeza.
Además del simbolismo de la casa, se emplea toda suerte de otros objetos para figurar las
partes del cuerpo que envían el estímulo onírico. «Así, los pulmones y su respiración encuentran
su símbolo en un horno llameante con su tiro a modo de fuelle; el corazón, en cajas o cestas
huecas, y la vejiga, en objetos redondos, con forma de bolsa, o simplemente cóncavos. Si se
trata de un hombre, el sueño por estímulo sexual hace que el soñante encuentre en la calle la
boquilla de un clarinete, o la de una pipa de fumar, o también un abrigo de piel. Clarinete y pipa
de fumar figuran la forma aproximada del miembro masculino, y la piel, el vello pubiano. En el
sueño sexual de una mujer, el espacio que corre donde se unen los muslos puede simbolizarse
por un estrecho patio cercado de edificios, y la vagina por un senderito muy estrecho,
untuosamente suave, que corre por mitad del patio y que la soñante debe atravesar, por
ejemplo, para llevar una carta a un señor». Particular importancia tiene que en la conclusión de
uno de esos sueños por estímulo corporal la fantasía onírica se desenmascare, por así decir,
mostrando sin disimulo el órgano excitador o su función. Así, es habitual que el «sueño por
estímulo dentario» concluya con que el soñante se extrae un diente de la boca.
Pero la fantasía onírica puede no dirigir su atención meramente a la forma del órgano excitador,
sino tomar como objeto de simbolización la sustancia en él contenida. Así, el sueño por
estímulo intestinal lleva por calles enfangadas, y el sueño por estímulo de la vejiga, por aguas
espumosas. O bien el estímulo como tal, la índole de su excitación, el objeto que él anhela son
figurados simbólicamente, o bien el yo-sueño entra en unión concreta con las simbolizaciones
de su propio estado, por ejemplo, cuando frente a estímulos dolorosos peleamos a la
desesperada con perros mordedores o toros embravecidos, o cuando en un sueño sexual la
soñante se ve perseguida por un hombre desnudo. Si prescindimos de toda la riqueza posible
en el detalle de la ejecución, nos resta que la fuerza nuclear de todo sueño es una actividad
simbolizadora de la fantasía.

Penetrar más a fondo en el carácter de esa fantasía, señalar la posición de la actividad psíquica
así reconocida dentro de un sistema de ideas filosóficas, es lo que procuró después Volkelt en
su libro, cálida y bellamente escrito, pero arduo para los que no se han preparado mediante
estudios anteriores en asir los esquemas conceptuales filosóficos a fuerza de vislumbres.
La tesis de Scherner sobre la fantasía simbolizante no se asocia con ninguna función útil de los
sueños. En ellos, el alma juega con los estímulos que se le ofrecen. Y podríamos dar en la
sospecha de que juega por travesura. Ahora bien, aquí podría preguntársenos si esperamos
conseguir algo útil al ocuparnos tanto de la teoría de Scherner sobre el sueño, cuyo carácter
arbitrario y cuya despreocupación por las reglas que debe observar toda investigación son
demasiado evidentes. Es que habría que oponer un veto, por excesivo apresuramiento, a una
desestimación de la teoría de Scherner previa a cualquier examen. Esta doctrina está
construida sobre la impresión que recibió, de sus propios sueños, alguien que les prestó gran
atención y que parece personalmente mu y dotado para pesquisar cosas oscuras del alma.
Además, trata de un objeto que durante siglos los hombres consideraron sin duda enigmático,
pero también rico en contenido y relaciones, y a cuyo esclarecimiento la ciencia estricta (como
ella misma lo sabe bien) no ha contribuido con mucho más que el intento de negar al objeto
contenido y significación, en total antítesis con la intuición popular. Por último, y a fuer de
honestos, queremos decir que no parece fácil sustraerse de la fantasía cuando se intenta
explicar el sueño. También hay una fantasía de las células ganglionares; la cita de un
investigador tan sobrio y exacto como Binz, quien nos pinta el modo en que la aurora del
despertar se extiende por las células dormidas dé la corteza cerebral, no quedaba a la zaga de
los intentos de explicación de Scherner en cuanto a fantasía y a… inverosimilitud. Espero poder
demostrar que esos intentos ocultan algo real, aunque haya sido reconocido de manera
nebulosa y no posea el carácter de universalidad al que debe aspirar una teoría del sueño.
Provisionalmente, la teoría de Scherner, en su antítesis con la teoría médica, puede hacernos
entrar por los ojos -si se nos permite la expresión- los extremos entre los que oscila insegura,
todavía hoy, la explicación de la vida onírica.

Continúa en ¨Fuentes psíquicas de estímulo (Relaciones entre el sueño y las enfermedades mentales)¨

Notas:
1- [En su primera conversación con Fausto (parte 1, escena 3), Mefistófeles se quejaba amargamente de que sus esfuerzos destructivos se veían perpetuamente frustrados por la aparición de miles de nuevos gérmenes de vida. Freud cita el pasaje completo en El malestar en la cultura (1930a), AE, 21, págs. 116-7n.]
2- [La teoría de Robert es objeto de ulterior consideración infra, págs. 181n., 19-34, y 5, pág. 570. – En una nota al pie de Estudios sobre la histeria (Breuer y Freud, 1895), citada en mi «Introducción» al presente volumen Freud acepta que esta teoría de Robert describe uno de los dos factores principales en la producción de los sueños.]
3- {«Si han estado intensamente enamorados, casi nunca han soñado el uno con el otro antes del matrimonio o durante la luna de miel; y si han tenido sueños de amor, ha sido para incurrir en infidelidad con alguna persona indiferente u odiosa».}
4- [Nota agregada en 1909:1 En Le lys rouge, Anatole France expresa exactamente la misma idea: «Ce que nous voyons la nuit, ce sont les restes malheureux de ce que nous avons négligé dans la veille. Le rêve est souvent la revanche des choses qu’on mêprise ou le reproche des êtres abandonnés». {«Lo que vemos por la noche son los restos desdichados de lo que descuidamos durante la vigilia. El sueño suele ser la revancha de las cosas que uno desprecia o el reproche de los seres abandonados».}
5- {«En suma, el sueño es el producto del pensamiento errante, sin meta ni dirección, el cual se fija sucesivamente sobre los recuerdos que han conservado suficiente intensidad para ubicarse en su ruta y detenerlo a su paso, estableciendo entre ellos un vínculo a veces débil e indeciso, a veces más fuerte y más estrecho, según que la actividad del cerebro en ese momento esté más o menos abolida por el sueño».}
6- [Heinrich von Ofterdingen (1802), parte 1, cap. l.]