La defensa patológica
No obstante, estamos muy alejados de una solución. El resultado de la represión histérica se distingue mucho, como sabemos, del resultado de la defensa normal, que acabamos de tratar.
Es totalmente universal que evitemos pensar en aquello que sólo despierta displacer, y lo hagamos dirigiendo los pensamientos a algo otro. Empero, si así logramos que la [representación] B inconciliable aflore rara vez a nuestra conciencia, porque la hemos conservado lo más aislada posible, nunca conseguimos olvidar a B de tal modo que no pueda recordárnosla una percepción nueva. Ahora bien, tampoco en la histeria se puede prevenir ese despertar; el distingo sólo consiste en que aquí siempre deviene conciente -vale decir, deviene investido- A en lugar de B. Por tanto, es esta formación de símbolo, tan fija, la operación que va más allá de la defensa normal.
La explicación más inmediata de esta operación en exceso consistiría en inculpar a la intensidad mayor del afecto defensivo. Sin embargo, la experiencia enseña que los recuerdos más penosos, que necesariamente despertarán el máximo displacer (recuerdo de arrepentimiento por malas acciones), no pueden ser reprimidos ni sustituidos por símbolos. La existencia de la segunda condición para la defensa patológica -la sexualidad- indica que la explicación ha de buscarse en otra parte.
Es de todo punto imposible suponer que unos afectos sexuales penosos sean tan superiores en intensidad a todos los otros afectos displacenteros. Tiene que ser otro carácter de la representación sexual el que pueda explicar que únicamente representaciones sexuales sucumban a la represión.
Cabe incluir aquí otra puntualización. Es evidente que la represión histérica acontece con auxilio de la formación de símbolo, del desplazamiento a otra neurona. Ahora bien, uno podría opinar que el enigma reside sólo en el mecanismo de este desplazamiento, y en cuanto a la represión misma no habría nada que explicar. No obstante, a raíz del análisis de la neurosis obsesiva, por ejemplo, averiguaremos que en ella sobreviene una represión sin formación de símbolo y, además, represión y sustitución no coinciden en el tiempo. Por tanto, el proceso de la represión subsiste como núcleo del enigma.