Podría comenzar enseguida pasando por encima de mi título, del que después de todo al cabo de un tiempo verán lo que quiere decir. Sin embargo, por gentileza, ya que en verdad está hecho para retenerlos, voy a introducirlo por un comentario que lleva a él: «…ou pire»; quizás sin embargo algunos de ustedes ya lo han comprendido, «…ou pire», en suma, es lo que yo puedo siempre hacer. Basta que lo muestre para entrar en lo vivo del sujeto. Lo muestro, en suma, a cada instante. Para no permanecer en ese sentido que, como todo sentido— ustedes lo perciben, pienso— es una opacidad, voy entonces a comentarlo textualmente.
«…ou pire», ocurre que algunos leen mal, han creído que era: «ou lo pire». No es lo mismo. «Pire» es tangible, es lo que se llama un adverbio, como «bien», o «mejor». Se dice: yo hago bien, se dice yo hago pire. Es un adverbio pero disjunto, separado de algo que es llamado en algún lugar justamente el verbo, el verbo que está reemplazado por los tres puntos. (Pire: peor. Le pire: lo peor).
Esos tres puntos se refieren al uso, al uso ordinario para marcar — es curioso, pero eso se ve, se ve en todos los textos impresos— para hacer un lugar vacío; lo que subraya la importancia de este lugar vacío y demuestra también que es la única manera de decir algo con el lenguaje. Y este señalamiento de que el vacío es la única manera de atrapar algo con el lenguaje es justamente lo que nos permite penetrar en su naturaleza, al lenguaje.
También, ustedes lo saben, desde que la lógica ha llegado a confrontarse a algo, a algo que soporta una referencia de verdad, es cuando produjo la noción de variable. Es una variable aparente (aparente/también manifiesta). La variable «apparente» X está siempre constituída por lo siguiente: que la X, en lo que se trata, marca un lugar vacío; la condición para que eso funcione es que se ponga el mismo significante en todos los lugares que se conservan vacíos. Es la única manera con la que el lenguaje llega a algo y es por lo cual me he expresado en esta fórmula de que no hay metalenguaje.
¿Qué es lo que quiero decir?. Parecería que diciéndolo, no formulo sino una paradoja, pues, ¿desde dónde lo diría?. Ya que lo digo en el lenguaje, sería ya suficiente afirmar que hay uno desde donde puedo decirlo. No hay sin embargo nada de esto. El metalenguaje, seguramente, es necesario que se lo elabore como ficción, cada vez que se trata de lógica, a saber que se forja en el interior del discurso lo que se llama lenguaje-objeto, por medio de lo cual es el lenguaje el que deviene meta, entiendo, el discurso común, sin el cual no hay medio de establecer esta división. «No hay metalenguaje» niega que esta división sea sostenible. La fórmula rechaza (forclot) en el lenguaje que haya discordancia.
¿Qué ocupa entonces este lugar vacío en el título que he producido para retenerlos?. He dicho: forzosamente un verbo, ya que hay un adverbio. Sólo que es un verbo elidido por los tres puntos. Y eso, en el lenguaje, a partir del momento en que se lo interroga en lógica, es lo único que no puede hacerse. El verbo en la ocasión no es difícil de encontrar, basta hacer bascular la letra con que comienza la palabra «pire», eso hace «dire». Sólo que, como en lógica, el verbo es precisamente el único término con el que ustedes no pueden hacer lugar vacío porque cuando una proposición, ustedes intentan hacer de ella función, es el verbo que hace función y es de lo que lo rodea que pueden hacer argumento, al vaciar ese verbo entonces hago de esto argumento, es decir cierta sustancia, no es «dire», es «le dire».
Ese dire, éste que retomo de mi seminario del año pasado, se expresa como todo decir en una proposición completa: no hay relación sexual. Lo que mi título adelanta es que no hay ambigüedad: es que al salir de ahí ustedes no enunciarán, no dirán sino peor (pire).
«No hay relación sexual» se propone entonces como verdad. Pero ya he dicho que la Verdad no puede decirse sino a medias (mi-dire). Entonces, lo que digo es que se trata en suma de que la otra mitad diga peor (pire). Si no hubiera peor, ¿simplificaría eso las cosas?. Es el caso de decirlo. La cuestión es: es que eso no los simplifica ya, en tanto si aquello de lo que he partido es de lo que yo puedo hacer, y que sea justamente lo que yo no hago, ¿es que eso no basta para simplificarlos?. Sólo que vean, no puede hacerse que yo no pueda hacerlo, ese peor. Exactamente como todo el mundo. Cuando digo que no hay relación sexual, adelanto precisamente esta verdad en el ser hablante de que el sexo no define ahí ninguna relación.
No es que niegue la diferencia que hay, desde la más temprana edad, entre lo que se llama una niñita y un varoncito. Es incluso de ahí que parto. Perciban enseguida que no saben, cuando parto de ahí, de qué hablo. No hablo de la famosa «Pequeña diferencia», que es aquella por la cual, a uno de los dos, le parecerá cuando sea sexualmente maduro, le parecerá absolutamente del orden del buen gusto, del rasgo de ingenio gritar: ¡Hurra!, ¡hurra! por la pequeña diferencia. Nada, por divertido que fuera, bastaría para indicarnos, denota, hace referencia, a la relación complexual, es decir al hecho inscrito en la experiencia analítica y que es aquello hacia lo cual nos ha llevado la experiencia complexual con este órgano, la pequeña diferencia, ya destacada muy temprano como órgano, lo que es ya decir todo (escritura en griego) (órganos-organon): instrumento.
¿Acaso un animal tiene la idea de tener órganos?, ¿Cuándo se ha visto eso?, ¿Y para qué?. Bastaría enunciar: «Todo animal —es una manera de retomar lo que he enunciado recientemnte a propósito de la suposición del goce llamado sexual como instrumental en el animal, he contado eso en otra parte, aquí lo diré de otra manera— todo animal que tiene pinzas no se masturba». Es la diferencia entre el hombre y la langosta. Ven, eso siempre produce su pequeño efecto.
Por medio de lo cual, se les escapa lo que esta frase tiene de histórico. No es del todo a causa de lo que ella aserta —no digo nada más, ella aserta— sino de la cuestión que introduce a nivel de la lógica. Esto está oculto pero —es lo único que ustedes no han visto— es que ella contiene el «no-todo», que es muy precisamente y muy curiosamente lo que elude la lógica aristótélica en la medida en que se ha producido y destacado la función de los proadiorismos que no son ninguna otra cosa que éso que ustedes saben, a saber, el uso de «todo», de «alguno», en torno de lo cual Aristóteles hace girar los primeros pasos de la lógica formal.
Esos pasos están cargados de consecuencias, son ellos los que han permitido elaborar lo que se llama la función de los cuantificadores. Es con el «Todo» que se establece el lugar vacío del que hablaba hace un rato. Alguien como Frege cuando comenta la función de la aserción en relación a una función verdadera o falsa de X, le hace falta, para que X tenga existencia de argumento aquí ubicada en ese pequeño hueco (creux), imagen del lugar vacío, que haya algo que se llama «Todo X» que conviene a la función:
La introducción del «No-todo» es aquí esencial. El «no-todo» no es esta universal negativizada, el «No-todo» no es «ningún», no es «Ningún animal que tenga pinzas se masturba». Es «no todo animal que tenga pinzas» está por ahí requerido a lo que sigue. Hay órgano y órgano, como hay fagot y fagot, el que da los golpes y el que los recibe.
Y esto los lleva al corazón de nuestro problema. Pues, ustedes ven que simplemente al bosquejar el primer paso, nos deslizamos así al centro, sin haber tenido inclusive el tiempo de volvernos, al centro de algo donde hay una máquina que nos lleva. Es la máquina que yo desmonto. Pero —hago la observación para el uso de algunos— no es para demostrar que es una máquina, tampoco para que un discurso sea tomado por una máquina, como lo hacen algunos justamente al querer embragarse sobre el mío, de discurso. En lo cual lo que ellos demuestran es que no se embragan sobre lo que hace un discurso, a saber lo Real que ahí pasa. Desmontar la máquina no es del todo lo mismo que lo que venimos de hacer, es decir ir sin más al agujero del sistema, es decir el lugar donde lo Real pasa por ustedes, ¡y cómo pasa, ya que los aplasta!.
Naturalmente me gustaría, me gustaría mucho preservar vuestra canallería natural que es lo que hay de más simpático, pero que, lástima, lástima, recomenzando siempre, como dice el otro, viene a reducirse a la tontería por el efecto mismo de ese discurso que es esto que demuestro. En lo cual ustedes deben sentir al instante que hay al menos dos maneras de demostrar ese discurso, quedando abierto que la mía sea aún una tercera. Es necesario forzarme en insistir, por supuesto, en este energética de la canallería y la tontería a las cuales no hago nunca más que una lejana alusión. Desde el punto de vista de la energética, por supuesto, esto no se sostiene. Ella es puramente metafórica. Pero es de esta vena de metáfora de la que el ser hablante subsiste, quiero decir, que constituye para él el pan y la levadura.
Les he entonces pedido benevolencia sobre el punto de insistencia. Es en la esperanza de que la teoría ahí supla —perciben el acento del subjuntivo, lo he aislado porque… y luego hubiera podido estar recubierto por el acento interrogativo, piensen en todo eso, así, en el momento dónde eso pasa, y especialmente para no perder lo que viene ahí, a saber, la relación del inconsciente a la verdad— la buena teoría, y es ella quien facilita la vía, la vía misma en que el inconsciente estaba reducido a insistir. No habría más que hacerlo si la vía estuviera bien facilitada. Pero eso no quiere decir que todo estaría resuelto por eso, al contrario.
La teoría, al dar esta base, debería ella misma ser ligera, ligera al punto de no dar la impresión de apoyarse ahí, debería tener lo natural que hasta hoy no tienen más que los errores… no todos, una vez más, por supuesto. Pero esto vuelve más seguro que haya algunos para sostener ese natural del que tantos otros hacen apariencia (semblant).
Aquí adelanto que para que aquellos, los otros, puedan hacer apariencia, es necesario que, de esos errores, para sostener lo natural, haya «al menos una»:
Reconozcan lo que ya he escrito el año pasado con una terminación diferente, precisamente a propósito de la histérica y del «homoinzin» que ésta exige. Esta «homoinzune», el rol, es evidente, no podría estar mejor sostenido que por lo natural mismo. Es en lo cual yo negaba al comienzo, por el contrario, es en lo cual no negaba al comienzo la diferencia que hay, perfectamente notable y desde la primera edad, entre una niñita y un varoncito, y que esta diferencia que se impone como nativa es en efecto natural, es decir, responde a esto de que lo que hay de real en el hecho de que, en la especie que se denomina a sí misma así hija de sus obras, en eso como en muchas otras cosas, que se denomina «homo sapiens», los sexos parecen repartirse en dos números aproximadamente iguales de individuos y que bastante temprano, más temprano de lo que se espera, esos individuos se distinguen.
Se distinguen, es cierto. Sólo que, se los señalo al pasar, esto no forma parte de una lógica, ellos no se reconocen, no se reconocen como seres hablantes sino al rechazar esta distinción por todo tipo de identificaciones, y es la moneda corriente del psicoanálisis percibir que es el resorte mayor de las fases de cada niñez. Pero esto es un simple paréntesis.
Lo importante lógicamente es esto: es que lo que yo no negaba, está justamente ahí el deslizamiento, es que ellos se distinguen. Es un deslizamiento. Lo que yo no negaba es que se los distingue, no son ellos quienes se distinguen. Es así que se dice: «¡Oh, el verdadero hombrecito, como se ve ya que es absolutamente diferente de una niñita. Es inquieto, inquisidor, eh!» ya en tren de vanagloriarse. Mientras que la niñita está lejos de parecérsele. Ella no piensa ya sino en jugar con esta suerte de abanico que consiste en esconder el rostro en un hueco y rehusarse a saludar.
Sólo que vean: uno no se maravilla de eso sino porque es así, es decir exactamente así como será más tarde, es decir conforme a los tipos del hombre y de la mujer tales como van a constituirse a partir de otra cosa, a saber, de la consecuencia, del precio (prix) que habrá tomado a continuación la pequeña diferencia. Inútil agregar que «la pequeña diferencia, ¡hurra!» estaba ya ahí para los padres desde una paga (depuis une paye) y que ella ha podido ya tener efectos sobre la manera con la que ha sido tratado, hombrecito y mujercita. No es seguro, no siempre es así. Pero no hay necesidad de esto para que el juicio de reconocimiento de los adultos que lo rodean se apoye entonces en un error, el que consiste en reconocerlos, sin duda por lo que ellos se distinguen, pero al no reconocerlos sino en función de criterios formados bajo la dependencia del lenguaje, si es que, como lo adelanto, es porque el ser es hablante que hay complejo de castración. Agrego esto para insistir, para que comprendan bien lo que quiero decir.
Entonces, es en eso que el homoinzune, de error, hace consistente lo natural por otra parte incuestionable de esta vocación prematura si puedo decir, que cada uno experimenta por su sexo. Hay que agregar por otra parte que en el caso en que esta vocación no es evidente, esto no debilita el error, ya que puede completarse con comodidad por atribuirse a la naturaleza como tal, esto, por supuesto, no menos naturalmente. Cuando eso no funciona se dice: «es un varón en falta» (manqué) y en ese caso, la falta tiene toda la facilidad para ser considerada como lograda en la medida en que nada impide que se le impute a esa falta un suplemento de femineidad. La mujer, la verdadera, la pequeña mujercita se oculta detrás de esa falta misma, es un refinamiento absolutamente por otra parte plenamente conforme a lo que nos enseña el inconsciente de no tener éxito nunca mejor que al fallar.
En esas condiciones, para acceder al otro sexo, es necesario realmente pagar el precio, justamente el de la pequeña diferencia que pasa engañosamente a lo real por el intermediario del órgano, justamente en lo que él deja de ser tomado por tal y al mismo tiempo revela lo que quiere decir por ser órgano: un órgano no es instrumento sino por intermedio de esto en lo que todo instrumento se funda, es que es un significante. Y bien, es en tanto que significante que el transexualista no quiere más de esto, y no en tanto que órgano. En lo cual comete un error, el error justamente común. Su pasión, la del transexualista, es allí locura de querer liberarse de este error: el error común que no ve que el significante, es el goce y que el falo no es de esto, sino el significado. El transexualista no quiere más ser significado falo por el discurso sexual que, lo enuncio, es imposible. No se equivoca más que por querer forzar el discurso sexual que, en tanto que imposible, es el pasaje a lo Real, por querer forzarlo por la cirugía.
Es lo mismo que lo que he anunciado en un programa para un cierto «Congreso sobre la sexualidad femenina». Sólo, decía, para aquellos que saben leer, la homosexual, a escribir en femenino, sostiene el discurso sexual. Es por lo que invocaba el testimonio de Las Preciosas que, ustedes saben, permanecen para mí como un modelo, las Preciosas que, si puedo decir, definen tan admirablemente el Ecce Homo, permítanme detener ahí el término, el exceso al término (l’exces au mot) el ecce homo del amor, porque ellas no arriesgan tomar el falo por un significante. Entonces, » Φ pues!» signo Φ pues: no es más que al romper (briser) el significante en su letra que se llega al final en último término.
Es enojoso no obstante que esto ampute para ella, la homosexual, el discurso psicoanalítico. Pues ese discurso, es un hecho, las pone, a las muy queridas, en una ceguera total sobre lo que hay aquí del goce femenino. Contrariamente a lo que se puede leer en un célebre drama de Apollinaire (el que introduce el término, «surrealista»), «Therese vuelve a Tiresias», vengo de hablar de ceguera, no lo olviden, no dejando sino recuperando los dos pájaros llamados «su debilidad» (cito a Apollinaire, para aquellos que no lo hayan leído), es decir los pequeños y grandes globos que en el teatro los representan y son quizás, digo quizás porque no quiero distraer vuestra atención, me conformo con un quizás, que son quizás eso, gracias a lo cual la mujer no sabe gozar sino de una ausencia.
La homosexual no está del todo ausente en lo que le queda de goce. Lo repito, esto le facilita el discurso del amor, pero es claro que eso la excluye del discurso psicoanalítico que no puede apenas sino balbucear. Intentemos avanzar.
Dado la hora, no podría más que indicar rápidamente esto que en relación a todo lo que se plantea como, instituyendo esta relación sexual por una suerte de «ficción», que se llama el matrimonio, sería buena la regla de que el psicoanalista se diga: sobre ese punto, que ellos se las arreglen como puedan. Es eso lo que él hace en su práctica. El no lo dice, ni siquiera se lo dice por una suerte de falsa vergüenza, pues se cree en deber de paliar todos los dramas. Es una herencia de pura superstición: hace de médico. Nunca el médico se había metido a asegurar la felicidad conyugal y, como el psicoanalista, no se ha percatado aún que no hay relación sexual, naturalmente el rol de providencia de las parejas lo habita.
Todo eso: la falsa vergüenza, la superstición y la incapacidad de formular una regla precisa para ese punto, ésta que acabo de enunciar, «que se las arreglen», proviene del desconocimiento de esto que su experiencia le repite, pero podría incluso decir le machaca, que no hay relación sexual. Hay que decir que la etimología de machacar (seriner) nos conduce directamente a «sirena». Es textual, está en el dicciónario etimológico, no soy yo quien se entrega aquí de golpe a un canto análogo.
Es sin duda por esto que el psicoanalista, como Ulises lo hace, permanece atado a un mástil… ¡si!… naturalmente para que eso dure, lo que escucha como el canto de las sirenas, es decir permaneciendo encantado, es decir entendiendo todo al revés, y bien, el mástil, ese famoso mástil en el cual naturalmente no puede dejar de reconocerse el falo, es decir, el significante mayor, global, ¡y bien! él permanece atado y eso conviene a todo el mundo. No conviene sin embargo a todo el mundo sino en esto de que no tiene ninguna consecuencia enojosa ya que está hecho para eso, para el navío psicoanalítico mismo, es decir para todos aquellos que están en el mismo barco.
No es menos cierto que él lo entiende al revés, ese machaqueo de la experiencia y que es por eso que hasta ahora queda como un dominio privado entiendo para aquellos que están sobre el mismo barco. Lo que sucede sobre ese barco, donde hay también seres de los dos sexos, es no obstante remarcable: lo que sucede que escucho de esto por boca de la gente que a veces viene a visitarme, de esos barcos, yo que estoy, ¡mi dios! sobre otro en que no rigen las mismas reglas, sería bastante ejemplar si la manera con la que obtengo viento de esto no fuera tan particular.
Al estudiar lo que resulta de un cierto modo de desconocimiento de lo que constituye el discurso analítico, a saber las consecuencias que eso tiene sobre lo que llamaría el estilo de lo que se refiere a la ligazón, ya que finalmente la ausencia de relación sexual es muy manifiestamente lo que no impide, muy lejos de esto, la ligazón, sino lo que le da sus condiciones, esto permitirá quizás entrever lo que podría resultar del hecho de que el discurso psicoanalítico permanezca alojado sobre sus barcos donde actualmente navega y de lo cual algo deja temer que permanezca el privilegio. Podría ser que algo de este estilo venga a dominar el registro de las ligazones en lo que impropiamente se llama el vasto campo del mundo, y en verdad eso no es tranquilizante. Sería seguramente aún más enojoso que el estado presente que es tal que es en este desconocimiento que vengo de puntuar de donde resulta lo que después de todo no es injustificado, a saber lo que se ve a menudo a la entrada del psicoanálisis, los temores manifestados a veces por sujetos que no saben que es en suma por creer el silencio psicoanalítico institucionalizado sobre el punto de que no hay relación sexual que evoca, en esos sujetos esos temores, a saber, ¡mi Dios!, de todo lo que puede estrechar, afectar las relaciones interesantes, los actos apasionantes, aún las perturbaciones creadoras que requiere esta ausencia de relación.
Quisiera entonces, antes de dejarlos, esbozar aquí algo. Ya que se trata de una exploración de lo que he llamado una nueva lógica, la que se debe construir sobre lo que ocurre de esto al plantear en primer lugar que en ningún caso nada de lo que ocurre, por el hecho de la instancia del lenguaje, puede desembocar sobre la formulación de ningún modo satisfactoria de la relación, es que no hay acaso algo a tomar de lo que, en la exploración lógica, es decir en el cuestionamiento de lo que, al lenguaje, no sólo impone límite, en su aprehensión de lo Real, sino que demuestra en la estructura misma de este esfuerzo de aproximarlo, es decir, de situar en su propio manejo lo que puede haber de Real, haber determinado el lenguaje, es que acaso no es conveniente, probable, propio para ser inducido que, si es en el punto de una cierta falla de lo Real, hablando con propiedad indecible, ya que sería ella la que determina todo el discurso, donde reposan las líneas de ese campo que son las que descubrimos en la experiencia analítica, es que acaso todo lo que la lógica ha diseñado, al referir el lenguaje a lo que es planteado de Real, no nos permitirá ubicar en algunas líneas a inventar, y está ahí el esfuerzo teórico que designo por esta facilidad que encontraría una insistencia, ¿es que no es posible acaso encontrar aquí una orientación?.
No haré, antes de dejarlos, más que puntuar que hay tres registros, hablando con propiedad, ya emergidos de la elaboración de la lógica, tres registros en torno a los cuales girará este año mi esfuerzo por desarrollar lo que resulta de las consecuencias de esto, planteado como primero, que no hay relación sexual.
Primeramente lo que ustedes ya han visto en mi discurso puntuar, los prosdiorismos. En el discurso de ese primer abordaje no he hoy encontrado sino el enunciado del «No-todo». Ese, ya el año pasado, he creído aislarlo muy precisamente: para no todo
(escritura en griego)
cerca de la función, que dejo aquí totalmente enigmática, de la función, no de la relación sexual, sino de la función que propiamente vuelve el acceso a esto imposible. Es aquella a definir, en suma, a definir este año, imaginen el goce. ¿Porqué no sería posible escribir una función del goce?. Es poniéndolo a prueba que veremos la sostenibilidad de esto o no. La función del «no-todos», ya el año último he podido avanzar, y ciertamente desde un punto de vista mucho más próximo en cuanto a aquello de lo que se trataba, no hago hoy más que abordar nuestro terreno, por una barra negativa puesta por encima del término que, en la teoría de los cuantificadores designa el equivalente, diría aún más: la purificación respecto del uso ingenuo hecho en Aristóteles del prosdiorismos «todos». Lo importante es que hoy he adelantado ante ustedes la función del «no-todos».
Cada uno sabe que a propósito de la proposición llamada, en Aristóteles, particular, lo que surge, si puedo decir, ingenuamente, es que existe algo que respondería a esto. Cuando emplean «alguno», en efecto, eso parece ir de suyo. Parece ir de suyo y no va de suyo, porque es absolutamente claro que no basta negar el «no-todo» para que cada uno de los dos pedazos, si puedo expresarme así, la existencia sea afirmada. Seguramente, si la existencia es afirmada, el «no-todo» se produce. Es en torno de este «existe» que debe consistir nuestro avance. Desde hace tanto tiempo las ambigüedades se perpetúan ahí que se llega a confundir la esencia y la existencia, y, de una manera aún más sorprendente a creer que es plus de existir que de ser. Es tal vez justamente que existen seguramente hombres y mujeres, y para decirlo todo, que no hacen más que existir, lo que constituye todo el problema.
Porque después de todo, en el uso correcto que hay que hacer a partir del momento en que la lógica se permite despegarse un poco de lo Real, única manera a decir verdad que tiene para poder situarse en relación a él, es a partir del momento en que no se asegura sino de esta parte de lo Real, en donde sea posible una verdad, es decir las matemáticas, es a partir de ese momento que lo que se ve bien que designa un «existe» cualquiera, no es ninguna otra cosa por ejemplo que un número para satisfacer una ecuación. No decido saber si el número es a considerar o no como Real. Para no dejarlos en la ambigüedad puedo decir que decido, que el número forma parte de lo Real. Pero es ese Real privilegiado a propósito del cual el manejo de la verdad hace progresar la lógica. Sea lo que sea, el modo de existencia del número no es, hablando con propiedad, lo que puede asegurarnos lo que hay ahí de la existencia cada vez que el prosdiorismo «algún» es avanzado.
Hay un segundo plano sobre el cual no hago aquí más que abrochar como referencia del campo en el cual iremos a avanzar de una lógica que nos sería propicia, la de la modalidad. La modalidad, como cada uno sabe al abrir Aristóteles, juega con cuatro categorías, de lo imposible que se opone a lo posible, de lo necesario que se opone a lo contingente. Veremos que no hay nada sostenible en esas oposiciones y hoy les señalo simplemente lo que hay de una formulación de lo necesario que es propiamente ésta: «no poder no». «No poder no», está ahí propiamente lo que para nosotros define la necesidad. ¿Eso va dónde?. De lo imposible «no poder» a «poder no». ¿Es lo posible o lo contingente?. Pero lo que hay de seguro es que, si ustedes quieren hacer la ruta contraria, lo que encuentran es «poder no poder», es decir que eso conjuga lo improbable, lo caduco de esto que puede ocurrir, a saber, no que este imposible al cual se volvería cerrando el círculo, sino muy simplemente la impotencia. Esto simplemente para indicar, en frontispicio, el segundo campo de las cuestiones a abrir.
El tercer término es la negación. No les parece ya, que lo que he escrito ahí de lo que lo completa en las fórmulas, el año último, ya anotadas en el pizarrón, es a saber que hay dos formas (escritura en griego) absolutamente diferentes de negación posible presentidas ya por los gramáticos. Pero en verdad, como se trataba de una gramática que pretendía ir de las palabras al pensamiento, para decirlo todo, el embarcarse en la semántica es el naufragio seguro. Por lo tanto, la distinción hecha de la forclusión y la discordancia debe ser recordada a la entrada de lo que haremos este año.
Es necesario aún que yo precise, y será el objeto de las charlas que seguiremos, dar a cada uno de esos capítulos el desarrollo que conviene, que la forclusión no podría, como lo dicen Damourette y Pichon ser ligada en sí misma al «pas», al «point», al «goutte», al «mie» o a algunos otros de esos accesorios que parecen soportarlo en francés. Sin embargo hay que remarcar que lo que va en contra es precisamente nuestro «no todos». Nuestro «no-todos» es la discordancia. ¿Pero qué es la forclusión?.
Seguramente debe ubicarse en un registro muy distinto a este de la discordancia, en el punto en que hemos escrito el término llamado de la función. Ahí se formula la importancia del decir. No hay forclusión sino del decir. Que de eso que existe, estando la existencia ya promovida a lo que seguramente nos hace falta dar su estatuto, que algo pueda ser dicho o no, es de esto que se trata en la forclusión. Y de que algo no pueda ser dicho seguramente no podría concluirse sino una cuestión sobre lo Real.
Por el momento, la función Φλ tal como la he escrito no quiere decir sino esto: que para todo lo que es del ser hablante la relación sexual hace cuestión. Está ahí toda nuestra experiencia, quiero decir el mínimo que podemos extraer de ahí. Pues esta cuestión, como toda cuestión (pregunta), no habría pregunta si no hubiera más respuesta que los modos bajo los cuales esta pregunta se plantea, es decir las respuestas, precisamente lo que se trata de escribir en esta función, está ahí sin duda lo que va a permitirnos sin ninguna duda hacer función entre lo que se ha elaborado de la lógica y lo que puede, sobre el principio considerado como efecto de lo Real, sobre el principio de que no es posible escribir la relación sexual, sobre ese principio mismo fundar lo que es de la función, de la función que regla todo lo que pertenece a nuestra experiencia, en esto que al hacer cuestión, la relación sexual que no es, en el sentido de que no se la puede escribir, esa relación sexual determina todo lo que se elabora de un discurso cuya naturaleza es ser un discurso quebrado (rompu).