Los escritos técnicos de Freud
Apertura 18 de Noviembre de 1953
Clase 1 Introducción a los comentarios sobre los escritos técnicos de Freud.
13 de Enero de 1954
Clase 2 Primeras intervenciones sobre el problema de la resistencia.
20 y 27 de Enero de 1954
Clase 3 La resistencia y las defensas.
7 de Enero de 1954
Clase 4 El yo y el otro yo.
3 de Febrero de 1954
Clase 5 Introducción y respuesta a una exposición de Jean Hyppolite sobre la
Verneinung de Freud.
10 de Febrero de 1954
Clase 6 Análisis del discurso y análisis del yo.
17 de Febrero de 1954
Clase 7 La tópica de lo imaginario.
24 de Febrero de 1954
Clase 8 ¡El lobro! El lobo!.
10 de Marzo de 1954
Clase 9 Sobre el narcisismo.
17 de Marzo de 1954
Clase 10 Los dos narcisismos.
24 de Marzo de 1954
Clase 11 Ideal del Yo y Yo-Ideal.
31 de Marzo de 1954
Clase 12 Zeitlich-Entwickelungsgeschichte.
7 de Abril de 1954
Clase 13 La báscula del deseo.
5 de Mayo de 1954
Clase 14 Las fluctuaciones de la libido.
12 de Mayo de 1954
Clase 15 El núcleo de la represión.
19 de Mayo de 1954
Clase 16 Primeras intervenciones sobre Balint.
26 de Mayo de 1954
Clase 17 Relación de objeto y relación intersubjetiva.
2 de Junio de 1954
Clase 18 El orden simbólico.
9 de Junio de 1954
Clase 19 Función creadora de la palabra.
16 de Junio de 1954
Clase 20 De locutionis significatione.
23 de Junio de 1954
Clase 21 La verdad surge de la equivocación.
30 de Junio de 1954
Clase 22 El concepto del análisis.
7 de Julio de 1954
18 de Noviembre de 1953
El maestro interrumpe el silencio con cualquier cosa, un sarcasmo, una patada.
Así procede, en la técnica zen, el maestro budista en la búsqueda del sentido. A los
alumnos les toca buscar la respuesta a sus propias preguntas. El maestro no enseña ex
cathedra una ciencia ya constituida, da la respuesta cuando los alumnos están a punto de
encontrarla.
Esta enseñanza es un rechazo de todo sistema. Descubre un pensamiento en movimiento:
que, sin embargo, se presta al sistema, ya que necesariamente presenta una faz
dogmática. El pensamiento de Freud está abierto a revisión. Reducirlo a palabras gastadas
es un error. Cada noción posee en él vida propia. Esto precisamente es lo que se llama
dialéctica.
Algunas de estas nociones fueron, en cierto momento, para Freud, indispensables, pues
respondían a una pregunta que él había planteado, anteriormente, en otros términos.
Su valor sólo se capta cuando se las re-situa en su contexto.
Pero no basta hacer historia, historia del pensamiento, y decir que Freud surgió en un siglo
de cientificismo. En efecto, con La Interpretación de los sueños, es re-introducido algo de
esencia diferente, de densidad psicológica concreta, a saber el sentido.
Desde el punto de vista cientificista, Freud pareció entonces coincidir con el más arcaico
pensar: leer algo en los sueños. Retornó luego a la explicación causal. Pero, cuando se
interpreta un sueño, estamos siempre de lleno en el sentido. Es la subjetividad del sujeto,
sus deseos, su relación con su medio, con los otros, con la vida misma, lo aquí
cuestionado.
Nuestra tarea, aquí, es re-introducir el registro del sentido, registro éste que debe ser
reintegrado a su nivel propio.
Brucke, Ludwig, Helmholtz, Du Bois-Reymond, habían constituido una especie de pacto de
fe: todo se reduce a fuerzas físicas, las de atracción y las de repulsión. Cuando se eligen
estas premisas no hay razón alguna para abandonarlas. Si Freud las abandonó, fue por
haber confiado en otras. Osó atribuir importancia a lo que le ocurría a él, a las antinomias
de su infancia, a sus trastornos neuróticos, a sus sueños. Por ello, es Freud, para todos
nosotros, un hombre situado como todos en medio de todas las contingencias: la muerte,
la mujer, el padre.
Esto constituye un retorno a las fuentes que apenas merece el título de ciencia. Con el
psicoanálisis sucede como con el arte del buen cocinero que sabe cómo trinchar el animal,
cómo separar la articulación con la menor resistencia. Se sabe que existe, para cada
estructura, un modo de conceptualización que le es propio. Mas como se entra así en el
sendero de las complicaciones, hay quienes se atienen a la noción monista de una
deducción del mundo. Así, uno se extravía.
Es preciso entender que no disecamos con un cuchillo, sino con conceptos. Los conceptos
poseen su orden original de realidad. No surgen de la experiencia humana, si así fuera
estarían bien construidos. Las primeras denominaciones surgen de las palabras mismas,
son instrumentos para delinear las cosas. Toda ciencia, entonces, permanece largo tiempo
en la oscuridad, enredada en el lenguaje.
En primer lugar existe un lenguaje ya acabado, del que nos servimos cual si fuese una
mala herramienta. De vez en cuando se producen vuelcos: del flogisto al oxígeno, por
ejemplo. Pues Lavoisier contribuye, a la vez, con el flogisto y con el concepto correcto, el
oxígeno. La raíz de la dificultad estriba en que sólo pueden introducirse símbolos,
matemáticos u otros, gracias al lenguaje cotidiano, pues es preciso explicar cómo se los va
a utilizar. Estamos pues en cierto nivel del intercambio humano, en este caso en el nivel
del terapeuta. Freud está allí a pesar de su denegación. Pero, como lo mostró Jones, se
impuso desde el inicio la ascesis de no caer en el dominio especulativo, al que su
naturaleza le inclinaba. Se sometió a la disciplina de los hechos, al laboratorio. Se alejó del
mal lenguaje.
Consideremos ahora la noción de sujeto. Cuando se la introduce, se introduce el sí mismo.
El hombre que les habla es un hombre como los demás: hace uso del mal lenguaje. El sí
mismo está entonces cuestionado.
Así, Freud sabe desde el comienzo que sólo si se analiza progresará en el análisis de los
neuróticos. La importancia creciente actualmente atribuida a la contratransferencia implica
el reconocimiento de que, en el análisis, no sólo está el paciente. Hay dos; y no solamente
dos.
Fenomenológicamente, la situación analítica es una estructura, es decir que sólo gracias a
ella son aislables, separables, ciertos fenómenos. Es otra estructura, la de la subjetividad,
la que crea en los hombres la idea de que pueden comprenderse a sí mismos.
Ser neurótico puede pues ser útil para llegar a ser un buen psicoanalista, y al comienzo,
esto le sirvió a Freud. Producimos sentido, contra-sentido, sin-sentido, como Monsieur
Jourdain su prosa. Aún hacía falta encontrar allí los lineamientos de la estructura. También
Jung, maravillándose, re-descubre en los símbolos de los sueños y de las religiones,
ciertos arquetipos propios de la especie humana. Esta también es una estructura; pero
distinta a la estructura analítica.
Freud introdujo el determinismo peculiar de esta estructura. De allí la ambigüedad presente
por doquier en su obra. ¿El sueño, por ejemplo, es deseo o reconocimiento del deseo? O
más aún, el ego es, por un lado, un huevo vacío diferenciado en su superficie por el
contacto con el mundo de la percepción, pero es también cada vez que nos topamos con
él, quien dice «no» o yo (moi) , yo (je)(1), quien habla a los otros, quien se expresa en
diferentes registros.
Vamos a seguir las técnicas de un arte del diálogo. Como el buen cocinero, tenemos que
saber qué articulaciones, qué resistencias encontramos.
El super-ego es una ley sin sentido aún cuando no tiene más fundamento que el lenguaje.
Si digo «tú irás hacia la derecha», es para permitir al otro acordar su lenguaje con el mío.
Pienso en lo que está pensando en el momento en que le hablo. Este esfuerzo por
encontrar un acuerdo constituye la comunicación propia del lenguaje. Este tú es tan
fundamental que su intervención es previa a la conciencia. Por ejemplo, la censura, que es
intencional, actúa antes que la conciencia, funciona vigilante. Tú no es una señal, sino una
referencia al otro, es orden y amor.
Del mismo modo, el ideal del yo es un organismo de defensa perpetuado por el yo para
prolongar la satisfacción del sujeto. Pero es también la función más deprimente en el
sentido psiquiátrico del término.
El id no es reducible a un puro dato objetivo, a las pulsiones del sujeto. Nunca un análisis
culminó en la determinación de tal o cual índice de agresividad o erotismo. El punto al cual
conduce el progreso del análisis, el punto extremo de la dialéctica del reconocimiento
existencial, es: Tú eres esto. Este ideal, de hecho, nunca es alcanzado.
El ideal del análisis no es el completo dominio de sí, la ausencia de pasión. Es hacer al
sujeto capaz de sostener el diálogo analítico, de no hablar ni demasiado pronto, ni
demasiado tarde. A esto apunta un análisis didáctico.
Se denomina razón a la introducción de un orden de determinaciones en la existencia
humana, en el orden del sentido. El descubrimiento de Freud es el re-descubrimiento, en
un terreno virgen, de la razón.
La continuación de esta lección falta, al igual que todas las lecciones de finales del año
1953.
Introducción a los comentarios sobre los escritos técnicos de Freud.
13 de Enero de 1954
El seminario. La confusión en el análisis. La historia no es el pasado. Teorías del ego.
Introduciré con mucho gusto este año, en el que les deseo la mejor suerte, diciéndoles:
¡se acabaron las bromas!
Durante el último trimestre, sólo han tenido que escucharme; les anuncio solemnemente
que en este trimestre que comienza, cuento con, espero, me atrevo a esperar, que,
también yo, los escucharé un poco.
Es la ley misma, y la tradición del seminario que quienes participan en él aporten algo más
que un esfuerzo personal: una colaboración a través de comunicaciones efectivas. La
colaboración sólo puede venir de quienes están interesados del modo más directo en este
trabajo, de aquellos para quienes estos seminarios de textos tienen pleno sentido, de
quienes están comprometidos, de diferentes modos, en nuestra práctica. Esto no excluirá
que obtengan las respuestas que dentro de mis posibilidades pueda darles.
Me interesaría especialmente que todos y todas, en la medida de sus medios, a fin de
contribuir a este nuevo estadio del seminario, dieran el máximo. Este máximo consiste en
que, cuando interpele a tal o cual pala encomendarle una parte precisa de nuestra tarea
común, éste no responda con aire aburrido que, precisamente, tiene esta semana
ocupaciones particularmente importantes.
Me dirijo aquí a quienes forman parte del grupo de psicoanálisis que representamos.
Quisiera que captaran que si éste est constituido como tal, con carácter de grupo
autónomo, lo est en función de una tarea que implica para cada uno de nosotros nada
menos que el porvenir.: el sentido de todo lo que hacemos y tendremos que hacer durante
el resto de nuestra existencia. Si no vienen aquí a fin de cuestionar toda su actividad, no
veo por qué est n ustedes aquí. ¿Por qué permanecerían ligados a nosotros, en lugar de
asociarse a una forma cualquiera de burocracia, quienes no sintiesen el sentido de nuestra
tarea?
Contin{ua en «Seminario 1 de J. Lacan: Los escritos técnicos de Freud (segunda parte)«