LOS MÉTODOS PROGRAMADOS Y LAS MÁQUINAS DE ENSEÑAR
En relación más o menos, estrecha, según los casos, con la reflexología soviética
(escuela de Pavlov), la psicología americana ha elaborado un cierto número de
teorías del aprendizaje basadas en el esquema estímulo-respuesta (o S –> R).
Hull y después Tolman han elaborado doctrinas detalladas tomando en
consideración la formación de los hábitos, después “familias jerárquicas de
hábitos”, utilización de índices significativos, etc. No obstante, los autores no se
han puesto de acuerdo sobre los detalles de estos factores mientras que todos
reconocían la importancia de los “refuerzos” externos (éxitos y fracasos o
sanciones diversas) y la exigencia de leyes relativamente constantes de
aprendizaje en función de las repeticiones y del tiempo empleado.
El último de los grandes teóricos americanos del aprendizaje, Skinner, autor de
interesantes experiencias sobre las palomas (el animal que hasta entonces servía
de sujeto para las experiencias era el ratón blanco, particularmente dócil pero
desgraciadamente sospechoso de degeneración en sus conductas domésticas),
ha adoptado una actitud más resueltamente positiva. Persuadido del carácter
inaccesible de las variables intermediarias y del nivel demasiado rudimentario de
nuestros conocimientos neurológicos, ha decidido considerar sólo los estímulos o
inputs, manipulables a voluntad, y las respuestas observables o outputs y dedicarse
a sus relaciones directas sin ocuparse de las conexiones internas. Esta
concepción del organismo-caja-vacia, como se la ha llamado, hace
voluntariamente abstracción de toda vida mental para ocuparse únicamente del
comportamiento en sus aspectos más materiales, e ignora toda búsqueda de la
explicación para no considerar más que las leyes en bruto proporcionadas por una
experimentación minuciosa.
De esta manera, Skinner, en posesión de las leyes de aprendizaje controladas o
elaboradas por él y liberado de toda preocupación teórica que hubiera
obstaculizado los intentos de generalización o aplicación practica, ha constatado
en primer lugar que sus experimentos iban tanto mejor cuanto más se
reemplazaban las intervenciones humanas del experimentador por dispositivos
mecánicos bien regulados. En otros términos: las palomas proporcionaban
reacciones más regulares cuando se las ponía en presencia de “máquinas de
enseñar” que distribuían los estímulos con mayor precisión y menos detalles
accesorios. La genial idea que de aquí ha sacado Skinner, profesor de su oficio al
mismo tiempo que teórico del aprendizaje, es que esta observación vale también
para los hombres y que máquinas para enseñar suficientemente bien programadas
proporcionaban un rendimiento mejor que tina enseñanza oral y más o menos bien
impartida. Y puesto que la concepción del organismo-caja-vacía permite
economizar las consideraciones previas sobre los factores internos del aprendizaje
humano, es suficiente conocer las leyes generales del aprendizaje y el contenido
de las ramas a enseñar para construir programas cuya riqueza por lo menos iguala
a la de los conocimientos comúnmente exigidos.
La experiencia intentada ha alcanzado pleno éxito y es evidente que, con respecto
a los procedimientos usuales de enseñanza por transmisión verbal y procesos
perceptivos, habla de tener éxito. Los espíritus sentimentales o pesarosos se han
entristecido de que se pueda sustituir a los maestros por máquinas; sin embargo,
estas máquinas nos parece que prestan el gran servicio de demostrar sin posible
réplica el carácter mecánico de la función del maestro tal como lo concibe la
enseñanza tradicional: si esta enseñanza no tiene más ideal que el de hacer
repetir correctamente lo que ha sido correctamente expuesto, está claro que la
máquina puede cumplir correctamente estas condiciones.
Se ha dicho también que la máquina suprime los factores efectivos, pero esto no
es exacto y Skinner pretende con razón alcanzar una motivación (necesidades e
intereses) más fuerte que en muchas “lecciones” ordinarias. En efecto, el problema
es establecer si la afectividad del maestro juega siempre un papel favorable.
Clarapède decía ya que en la formación de los maestros debía reservarse un
tiempo suficiente para el amaestramiento de los animales, puesto que cuando el
amaestramiento fracasa el experimentador sabe perfectamente que es culpa suya,
mientras que en la educación de los niños los fracasos siempre son atribuidos a
los alumnos. Por tanto, a este respecto las máquinas de Skinner dan testimonio de
una buena psicología que sólo utiliza refuerzos positivos y que descarta toda
sanción negativa o castigo.
El principio de la programación (que Skinner ha intentado en sus propias lecciones
de psicología antes de generalizarlo a toda la enseñanza) es, en efecto, el
siguiente. Dadas las definiciones, en primer término el alumno debe sacar las
consecuencias correctas y para ello elegir entre dos o tres soluciones que la
máquina le ofrece. Si elige la buena (presionando un botón) el trabajo continúa,
mientras que si se equivoca vuelve a comenzar el ejercicio. Cada nueva
información que la máquina proporciona da lugar a elecciones que ponen de
manifiesto la comprensión obtenida, con tantas repeticiones como haga falta y con
progresos ininterrumpidos en el caso de éxitos constantes, Cualquier rama puede
ser programada de esta manera, tanto si se trata de razonamiento puro como de
simple memoria.
Concebidas así, las máquinas de enseñar han tenido un éxito considerable y dan
lugar a una próspera industria. En un momento de multiplicación del número de
alumnos y de penuria de maestros pueden prestar servicios innegables y ahorran
en general mucho tiempo con respecto a la enseñanza tradicional. Se emplean no
solamente en las escuelas, sino en las empresas donde debe ser impartida una
enseñanza rápida a los adultos.
En cuanto al valor intrínseco de un método tal de enseñanza, depende,
naturalmente, de los fines que se le asigne en cada rama particular. En los casos
en que sólo se trata de adquirir un saber, como en la enseñanza de las lenguas,
queda fuera de toda duda que la máquina proporciona servicios reconocidos, en
particular en forma de ahorro de tiempo. En el caso en que el ideal sea la
reinvención de la serie de razonamientos, como en las matemáticas, la máquina ni
excluye la comprensión ni el mismo razonamiento, pero lo canaliza de forma
fastidiosa y excluye la iniciativa. A este respecto es interesante anotar que en la
conferencia de Woods Hole de la que ya hemos hablado (pág. 64), donde
matemáticos y físicos buscaban una renovación en la enseñanza de las ciencias,
las proposiciones de Skinner sólo recibieron una moderada acogida, ya que
entonces el problema era encontrar los medios de una buena comprensión más
que favorecer la formación de investigadores e inventores.
De una manera general, como toda disciplina su. pone un cierto bagaje adquirido
que da lugar a actividades múltiples de investigación y redescubrimientos, puede
imaginarse un equilibrio, variable según la: ramas, entre las partes de registro y las
de actividad libre. A este respecto es posible que el empleo de máquinas para
aprender economice un tiempo que sena más largo con los métodos tradicionales
y, en consecuencia, aumente las horas disponibles de cara al trabajo activo. Si
estas horas comprenden particularmente trabajos en equipo, con todo lo que
comportan de incitaciones y control mutuo, mientras que la máquina supone un
trabajo esencialmente individualizado, este equilibrio realizaría al mismo tiempo la
balanza necesaria entre los aspectos colectivos e individuales del esfuerzo
intelectual, necesarios ambos para una vida escolar armoniosa.
Sin embargo, la enseñanza programada sólo está en sus comienzos y es un poco
pronto para hacer profecías sobre su futuro empleo. Como todos los métodos de
enseñanza basados en el estudio de algún aspecto particular del desarrollo
mental, la enseñanza programada puede triunfar bajo el ángulo considerado y
seguir siendo insuficiente como método general. Sobre este punto, como en todas
las cuestiones de pedagogía, no será una discusión conceptual o abstracta lo que
resolverá el problema, sino una acumulación de datos y controles precisos.
Cosa curiosa, esos controles por el momento proceden más de la enseñanza
dedicada a los adultos que de la pedagogía propiamente escolar; las razones son,
por lo menos, dos. La primera es y esto es triste decirlo, pero muy instructivo.- que
se controla mucho más un método de enseñanza cuando se trata de adultos que
no tienen tiempo que perder (especialmente si el tiempo cuenta en la financiación
de las empresas privadas) que en el caso de los niños, cuyo tiempo para el
estudio parece valer menos a los ojos de mucha gente. Las experiencias en
adultos, por tanto, se siguen más de cerca y pueden citarse a este respecto los
cursos de matemáticas para aviadores o las investigaciones de algunos médicos
militares como los del centro de Versalles, que trabajan en conexión con el Instituto
de Psicología de la Sorbona.
La segunda razón es que en muchos casos los métodos de enseñanza
programada se desvalorizan por adelantado por el hecho de que en lugar de
construir programas adecuados basados en un principio de comprensión
progresiva, se limitan a trasplantar en términos de programación mecánica el
contenido de los manuales corrientes e incluso de los peores manuales. Uno
esperanza que el método de Skinner hubiera dado al menos como resultado el
librarnos de una utilización exagerada de los manuales escolares, de los que se
sabe perfectamente los problemas que plantean (y en estos últimos años la
edición de obras escolares representa, según algunas estimaciones, la mitad de la
producción mundial de libros, con una tirada que es la más elevada habida hasta
ahora). Sin embargo, ocurre a menudo que para facilitares el trabajo de
programación, se utilizan simplemente los manuales existentes escogiendo
naturalmente aquellos que se prestan mejor a encadenamientos de preguntas y
respuestas del modo más pasivo y más automático.