Naturaleza y mecanismo de la neurosis obsesiva
En la etiología de la neurosis obsesiva, unas vivencias sexuales de la primera infancia poseen la misma significatividad que en la histeria; empero, ya no se trata aquí de una pasividad sexual, sino de unas agresiones ejecutadas con placer y de una participación, que se sintió placentera, en actos sexuales; vale decir, se trata de una actividad sexual. A esta diferencia en las constelaciones etiológicas se debe que la neurosis obsesiva parezca preferir al sexo masculino.
Por lo demás, en todos mis casos de neurosis obsesiva he hallado un trasfondo de síntomas históricos que se dejan reconducir a una escena de pasividad sexual anterior a la acción placentera. Conjeturo que esta conjugación es acorde a ley, y que una agresión sexual prematura presupone siempre una vivencia de seducción. Todavía no puedo, sin embargo, proporcionar una exposición acabada de. la etiología de la neurosis obsesiva; sólo tengo una impresión: la decisión de que sobre la base de los traumas de la infancia se genere una histeria o una neurosis obsesiva parece entramada con las constelaciones temporales del desarrollo de la libido.
La naturaleza de la neurosis obsesiva admite ser expresada en una fórmula simple: las representaciones obsesivas son siempre reproches mudados, que retornan de la represión {desalojo} y están referidos siempre a una acción de la infancia, una acción sexual realizada con placer. Para elucidar esta tesis es necesario describir la trayectoria t pica de una neurosis obsesiva.
En un primer periodo -periodo de la inmoralidad infantil-, ocurren los sucesos que contienen el germen de la neurosis posterior. Ante todo, en la más temprana infancia, las vivencias de seducción sexual que luego posibilitan la represión; y después las acciones de agresión sexual contra el otro sexo, que más tarde aparecen bajo la forma de acciones-reproche.
Pone término a este periodo el ingreso -a menudo anticipado- en la maduración sexual. Ahora, al recuerdo de aquellas acciones placenteras se anuda un reproche, y el nexo con la vivencia inicial de pasividad posibilita -con frecuencia sólo tras un empeño conciente y recordadoreprimir ese reproche y sustituirlo por un síntoma defensivo primario. Escrúpulos de la conciencia moral, vergüenza, desconfianza de s mismo, son esos síntomas, con los cuales empieza el tercer periodo, de la salud aparente, pero, en verdad, de la defensa lograda.
El periodo siguiente, el de la enfermedad, se singulariza por el retorno de los recuerdos reprimidos, vale decir, por el fracaso de la defensa; acerca de esto, es incierto si el despertar de esos recuerdos sobreviene más a menudo de manera casual y espontánea, o a consecuencia de unas perturbaciones sexuales actuales, por así decir como efecto colateral de estas últimas.
Ahora bien, los recuerdos reanimados y los reproches formados desde ellos nunca ingresan inalterados en la conciencia; lo que deviene conciente como representación y afecto obsesivos, sustituyendo al recuerdo patógeno en el vivir conciente, son unas formaciones de compromiso entre las representaciones reprimidas y las represoras.
Para describir de una manera intuible y con acierto probable los procesos de la represión, del retorno de lo reprimido y la formación de representaciones patológicas de compromiso, uno tendría que decidirse por unos muy precisos supuestos sobre el sustrato del acontecer psíquico y de la conciencia. Mientras se los quiera evitar, habrá que limitarse a las siguientes puntualizaciones, entendidas más bien figuralmente: Existen dos formas de la neurosis obsesiva, según que se conquiste el ingreso a la conciencia sólo el contenido mnémico de la acción-reproche, o también el afecto-reproche a ella anudado. El primer caso es el de las representaciones obsesivas típicas, en que el contenido atrae sobre s la atención del enfermo y como afecto se siente sólo un displacer impreciso, en tanto que al contenido de la representación obsesiva sólo convendrá el afecto del reproche. El contenido de la representación obsesiva está doblemente desfigurado respecto del que tuvo la acción obsesiva en la infancia: en primer lugar, porque algo actual remplaza a lo pasado, y, en segundo lugar, porque lo sexual está sustituido por un análogo no sexual. Estas dos modificaciones son el efecto de la inclinación represiva que continúa vigente, y que atribuiremos al yo. El influjo del recuerdo patógeno reanimado se muestra en que el contenido de la representación obsesiva sigue siendo fragmentariamente idéntico a lo reprimido o se deriva de esto por medio de una correcta secuencia de pensamiento. Si uno reconstruye, con ayuda del m todo psicoanalítico, la génesis de cada representación obsesiva, halla que desde una impresión actual han sido incitadas dos diversas ilaciones de pensamiento; de ellas, la que ha pasado por el recuerdo reprimido demuestra estar formada tan correctamente desde el punto de vista lógico como la otra, no obstante ser insusceptible de conciencia e incorregible. Si los resultados de las dos operaciones ps quicas no concuerdan, esto no conduce, por ejemplo, a la nivelación lógica de la contradicción entre ambas, sino que en la conciencia entra, junto al resultado del pensar normal, y como un compromiso entre la resistencia y el resultado del pensar patológico, una representación obsesiva que parece absurda. Y si las dos ilaciones de pensamiento llevan a la misma conclusión, se refuerzan entre s, de suerte que un resultado del pensar adquirido por v a normal se comporta ahora, psicológicamente, como una representación obsesiva. Toda vez que una obsesin neur tica aparece en lo psíquico, ella proviene de una represión. Las representaciones obsesivas {Zwangsvorstellung} no tienen, por as decir, curso ps quico forzoso {Zwangskurs} a causa de su valor intrínseco, sino por el de la fuente de que provienen o que ha contribuido a su vigencia.
Una segunda plasmación de la neurosis obsesiva se produce si lo que se conquista una subrogación en la vida psíquica conciente no es el contenido mnémico reprimido, sino el reproche, reprimido igualmente. El afecto de reproche puede mudarse, en virtud de un agregado ps quico, en un afecto displacentero de cualquier otra índole; acontecido esto, el devenir-conciente del afecto sustituyente ya no encuentra obst culos en su camino. Entonces el reproche (por haber llevado a cabo en la infancia la acción sexual) se muda fácilmente en vergüenza (de que otro se llegue a enterar), en angustia hipocondriaca (por las consecuencias corporalmente nocivas de aquella acción-reproche), en angustia social (por la pena que impondrá la sociedad a aquel desaguisado), en angustia religiosa, en delirio de ser notado (miedo de denunciar a otros aquella acción), en angustia de tentación (justificada desconfianza en la propia capacidad de resistencia moral), etc. A todo esto, el contenido mnémico de la acción-reproche puede estar subrogado también en la conciencia o ser relegado por completo, lo cual dificulta en sumo grado el discernimiento diagnóstico. Muchos casos que tras una indagación superficial se tendrían por una hipocondría común (neurastnica) pertenecen a este grupo de los afectos obsesivos; en particular, la llamada neurastenia periódica o melancolía periódica parece resolverse con insospechada frecuencia en afectos y representaciones obsesivos, discernimiento este que no es indiferente desde el punto de vista terapéutico.
Junto a estos síntomas de compromiso, que significan el retorno de lo reprimido y, con l, un fracaso de la defensa originariamente lograda, la neurosis obsesiva forma una serie de otros síntomas de origen por entero diverso. Y es que el yo procura defenderse de aquellos retoños del recuerdo inicialmente reprimido, y en esta lucha defensiva crea unos síntomas que se podrían agrupar bajo el título de defensa secundaria.
Todos estos síntomas constituyen medidas protectoras que han prestado muy buenos servicios para combatir las representaciones y afectos obsesivos. S estos auxilios para la lucha defensiva consiguen efectivamente volver a reprimir los síntomas del retorno [de lo reprimido] impuestos al yo, la compulsión se trasfiere sobre las medidas protectoras mismas, y as crea una tercera plasmación de la neurosis obsesiva: las acciones obsesivas. Estas nunca son primarias, nunca contienen algo diverso de una defensa, nunca una agresión; acerca de ellas, el análisis psíquico demuestra que en todo sólos casos se esclarecen plenamente -no obstante su rareza- reconduciéndolas al recuerdo obsesivo que ellas combaten.
La defensa secundaria frente a las representaciones obsesivas puede tener éxito mediante un violento desvío hacia otros pensamientos, cuyo contenido sea el más contrario posible; en el caso de prevalecer la compulsión de cavilar, por ejemplo, pensamientos sobre cosas suprasensibles, porque las representaciones reprimidas se ocupan siempre de lo sensual. O el enfermo intenta enseñorearse de cada idea obsesiva singular mediante un trabajo lógico y una invocación a sus recuerdos concientes; esto lleva a la compulsión de pensar y examinar, y a la manía de duda. La superioridad de la percepción frente al recuerdo en estos ex menes mueve al enfermo primero, y lo compele después, a coleccionar y guardar todo sólos objetos con los cuales ha entrado en contacto. La defensa secundaria frente a los afectos obsesivos da por resultado una serie todavía mayor de medidas protectoras que son susceptibles de mudarse en acciones obsesivas. Es posible agrupar estas con arreglo a su tendencia: medidas expiatorias (fastidiosos ceremoniales, observación de números), preventivas (toda clase de fobias, superstición, meticulosidad pedante, acrecentamiento del síntoma primario de los escrúpulos de la conciencia moral) , miedo a traicionarse (coleccionar papeles, misantropía), aturdimiento (dipsomanía). Entre estas acciones e impulsos obsesivos, las fobias desempeñan el máximo papel como limitaciones existenciales del enfermo.
Hay casos en los que se puede observar cómo la compulsión se trasfiere de la representación o el afecto a la medida de defensa; otros en que la compulsión oscila periódicamente entre el síntoma de retorno [de lo reprimido] y el síntoma de la defensa secundara; pero, junto a estos, otros casos en que no se forma representación obsesiva alguna, sino que el recuerdo reprimido está subrogado de manera inmediata por la medida de defensa aparentemente primar a. Aquí se alcanza de un salto aquel estadio que de lo contrario cierra la trayectoria de la neurosis obsesiva sólo tras la lucha de la defensa. Los casos graves de esta afección culminan en la fijación de acciones ceremoniales, o en una mana de duda universal, o en una existencia estrafalaria condicionada por fobias.
Que la representación obsesiva y todo cuanto de ella deriva no halle creencia [en el sujeto] se debe a que a raíz de la represión primaria se formó el síntoma defensivo de la escrupulosidad de la conciencia moral, que de igual modo cobró vigencia obsesiva. La certidumbre de haber vivido con arreglo a la moral durante todo el periodo de la defensa lograda impide creer en el reproche que está envuelto en la representación obsesiva. Los síntomas patológicos del retorno reciben también creencia sólo pasajeramente, a raíz de la emergencia de una representación obsesiva nueva y, aquí y allá, en estados de agotamiento melancólico del yo. La compulsión de las formaciones psíquicas aquí descritas no tiene absolutamente nada que ver con su reconocimiento por la creencia, y tampoco se debe confundir con aquel factor que se designa como fortaleza o intensidad de una representación. Su carácter esencial es, antes bien, que no puede ser resuelta por la actividad psíquica susceptible de conciencia; y este carácter no experimenta cambio alguno porque la representación a que la obsesión adhiere sea más fuerte o más débil, está más o menos intensamente iluminada, investida con energía, etc.