* El interés del psicoanálisis para las ciencias no psicológicas
El interés para la ciencia del lenguaje
Sin duda trasgredo el significado usual de los términos cuando postulo el interés del psicoanálisis para el investigador de la lengua. Por «lenguaje» no se debe entender aquí la mera expresión de pensamientos en palabras, sino también el lenguaje de los gestos y cualquier otro modo de expresar una actividad anímica, por ejemplo la escritura. Es que es lícito aducir que las interpretaciones del psicoanálisis son sobre todo unas traducciones de un modo de expresión que nos resulta ajeno, al modo familiar para nuestro pensamiento. Cuando interpretamos un sueño, no hacemos más que traducir un cierto contenido de pensamiento (los pensamientos oníricos latentes), del «lenguaje del sueño» al de nuestra vida de vigilia. De esa manera se toma conocimiento de las peculiaridades de ese lenguaje del sueño y se recibe la impresión de que pertenece a un sistema expresivo arcaico en grado sumo. Por ejemplo, la negación {Negation} nunca se designa en especial en el lenguaje del sueño. En su contenido, los opuestos se subrogan uno al otro, y son figurados mediante un mismo elemento. O, como también se puede decir: en el lenguaje del sueño los conceptos son todavía ambivalentes, reúnen dentro de sí significados contrapuestos, tal como supone el lingüista que ocurría en el caso de las raíces más antiguas de las lenguas históricas . Otro carácter llamativo de nuestro lenguaje del sueño es el frecuentísimo empleo de los símbolos, que en cierta medida permiten traducir el contenido del sueño independientemente de las asociaciones individuales {del soñante}. La investigación todavía no aprehendió con claridad la naturaleza de estos símbolos; se trata de sustituciones y comparaciones basadas en similitudes en parte evidentes; empero, en otra parte de estos símbolos hemos perdido la noticia conciente del conjeturable tertium comparationis. Acaso estos últimos, justamente, provengan de las fases más antiguas del desarrollo del lenguaje y la formación de conceptos. En el sueño son sobre todo los órganos y desempeños sexuales los que experimentan una figuración simbólica en lugar de una directa. Un lingüista, Hans Sperber (de Upsala), ha intentado demostrar hace poco (1912) que palabras que en su origen significaban actividades sexuales han llegado a un cambio de significado extraordinariamente rico sobre la base de tal comparación.
Si reparamos en que los medios figurativos del sueño son principalmente imágenes visuales, y no palabras, nos parecerá mucho más adecuado comparar al sueño con un sistema de escritura que con una lengua. De hecho, la interpretación de un sueño es en un todo análoga al desciframiento de una escritura figural antigua, como los jeroglíficos egipcios. Aquí como allí hay elementos que no están destinados a la interpretación, o consecuentemente a la lectura, sino sólo a asegurar, como unos determinativos, que otros elementos se entiendan. La multivocidad de diversos elementos del sueño halla su correspondiente en aquellos antiguos sistemas de escritura, lo mismo que la omisión de diversas relaciones que tanto en uno como en otro caso tienen que complementarse a partir del contexto. Si este modo de concebir la figuración onírica no ha hallado todavía un mayor desarrollo es debido a la comprensible circunstancia de que el psicoanalista no posee aquellos puntos de vista y conocimientos con los cuales el lingüista abordaría un tema como el del sueño.
El lenguaje del sueño, podría decirse, es el modo de expresión de la actividad anímica inconciente. Pero lo inconciente habla más de un dialecto. Bajo las alteradas condiciones psicológicas que caracterizan a las formas singulares de neurosis, y que las separan entre sí, resultan también unas modificaciones constantes de la expresión para mociones anímicas inconcientes. Mientras que el lenguaje de gestos de la histeria coincide en un todo con el lenguaje figural del sueño, de las visiones, etc., para el lenguaje de pensamiento de la neurosis obsesiva y de las parafrenias (dementia praecox y paranoia) se obtienen particulares plasmaciones idiomáticas que en una serie de casos ya comprendemos y somos capaces de referir unas a las otras. Por ejemplo, lo que en una histérica se figura mediante el vómito, en el obsesivo se exteriorizará mediante unas penosas medidas protectoras contra la infección, y moverá al parafrénico a quejarse o a sospechar que lo envenenan. Lo que aquí halla expresión tan diferente es el deseo, reprimido en lo inconciente, de preñez, o alternativamente la defensa de la persona enferma frente a esa preñez.
El interés filosófico
En la medida en que la filosofía se edifica sobre una psicología, no podrá dejar de tomar en cuenta, y de la manera más generosa, los aportes que el psicoanálisis ha hecho a esta última, ni de reaccionar frente a este nuevo enriquecimiento de nuestro saber en forma parecida a lo que ya ha hecho a raíz de todos los progresos significativos de las ciencias especiales. En particular, la postulación de las actividades anímicas inconcientes obligará a la filosofía a tomar partido y, en caso de asentimiento, a modificar sus hipótesis sobre el vínculo de lo anímico con lo corporal a fin de ponerlas en correspondencia con el nuevo conocimiento. Es cierto que la filosofía se ha ocupado repetidas veces del problema de lo inconciente, pero sus exponentes -con pocas excepciones- han adoptado una de las dos posiciones que ahora indicaré. Su inconciente era algo místico, no aprehensible ni demostrable, cuyo nexo con lo anímico permanecía en la oscuridad, o bien identificaron lo anímico con lo conciente y dedujeron luego, de esta definición, que algo inconciente no podía ser anímico ni objeto de la psicología. Tales manifestaciones se deben a que los filósofos apreciaron lo inconciente sin tener noticia de los fenómenos de la actividad anímica inconciente, o sea sin vislumbrar en cuánto se aproximan a los fenómenos concientes ni en qué se diferencian de estos. Pero si luego de tomar noticia de aquellos uno quiere aferrarse a la convención que iguala lo conciente con lo psíquico, negando entonces carácter psíquico a lo inconciente, por cierto que nada se podrá objetar, salvo que semejante separación demuestra ser muy poco práctica. En efecto, desde el lado de su nexo con lo conciente, con lo cual tiene tantas cosas en común, es fácil describir lo inconciente y perseguirlo en sus desarrollos; en cambio, todavía hoy parece enteramente excluido aproximársele por el lado del proceso físico. Por tanto, tiene que seguir siendo objeto de la psicología.
Aún de otro modo puede la filosofía recibir incitación del psicoanálisis, a saber, convirtiéndose ella misma en su objeto. Las doctrinas y sistemas filosóficos son la obra de un reducido número de personas de sobresalientes dotes individuales; en ninguna otra ciencia la personalidad del trabajador científico alcanza ni aproximadamente un papel tan descollante como en la filosofía. Ahora bien, sólo el psicoanálisis nos ha permitido proporcionar una psicografía de la personalidad. (Cf. AE, 13, «El interés sociológico», pág. 190.) Nos da a conocer las unidades afectivas -los complejos dependientes de pulsiones- que cabe presuponer en todo individuo y nos guía en el estudio de las trasmudaciones y resultados finales que provienen de esas fuerzas pulsionales. Revela los vínculos existentes entre las disposiciones constitucionales y los destinos vitales de una persona, y los logros que le son posibles en virtud de unas particulares dotes. Así es capaz de colegir de una manera más o menos certera, a partir de la obra del artista, su personalidad íntima, que tras ella se esconde. De igual modo, el psicoanálisis puede pesquisar la motivación subjetiva e individual de doctrinas filosóficas pretendidamente surgidas de un trabajo lógico imparcial, y hasta indicar ‘ a la crítica los puntos débiles del sistema. Ocuparse de esta crítica como tal no es asunto del psicoanálisis, puesto que, como bien se comprende, el determinismo psicológico de una doctrina no excluye su corrección científica.
El interés biológico
A diferencia de otras ciencias jóvenes, el psicoanálisis no tuvo el destino de ser saludado con esperanzada simpatía por los interesados en el progreso del conocimiento. Durante largo tiempo no se le prestó oídos, y cuando al fin ya no se pudo desdeñarlo más, fue objeto, por razones afectivas, de la más violenta hostilización por parte de quienes ni se habían tomado el trabajo de estudiarlo. Debe esa inamistosa recepción a una circunstancia: le cupo en suerte descubrir muy temprano, en sus objetos de investigación, que la contracción de neurosis expresaba una perturbación de la función sexual , y por eso tuvo razones para consagrarse a la exploración de esta última, tanto tiempo ignorada. Pero quien se atenga al requisito de que el juicio científico no puede ser influido por actitudes afectivas, concederá al psicoanálisis, en virtud de esta orientación suya de estudio, un elevado interés biológico y apreciará las resistencias que contra él se levantan como otras tantas pruebas en favor de sus aseveraciones.
El psicoanálisis ha hecho justicia a la función sexual humana persiguiendo hasta en los detalles su significatividad para la vida anímica y práctica, significatividad destacada por tantísimos poetas y muchos filósofos, pero nunca admitida por la ciencia . Para este propósito, el concepto de la sexualidad, indebidamente restringido, debió experimentar primero una ampliación que pudo justificarse invocando las trasgresiones de la sexualidad (las llamadas «perversiones») y el comportamiento del niño. Se demostró insostenible seguir aseverando que la niñez es asexual y sólo en la pubertad es tomada por asalto debido a la irrupción repentina de las mociones sexuales. Al contrario, la observación, con tal que se librara de su enceguecimiento por obra de intereses y prejuicios, podía probar fácilmente que en el niño existen, casi en todos sus períodos y desde el comienzo mismo, intereses y quehaceres sexuales. Esta sexualidad infantil no ve reducida su significatividad por el hecho de que no sea posible trazar con certeza en todo lugar sus fronteras con el obrar asexual del niño. Por otra parte, es algo diverso de la sexualidad llamada «normal» del adulto. Su alcance abarca los gérmenes de todos aquellos quehaceres sexuales que luego habrán de contraponerse de manera ríspida, como perversiones, a la vida sexual normal, y que en ese momento no podrán menos que aparecer inconcebibles y viciosos. Desde la sexualidad infantil surge la normal del adulto a través de una serie de procesos de desarrollo, composiciones, escisiones y sofocaciones, que casi nunca se producen con la perfección ideal y por eso dejan como secuela las predisposiciones a que la función involucione en estados patológicos.
La sexualidad infantil permite discernir otras dos propiedades que revisten significatividad para la concepción biológica. Revela estar compuesta por una serie de pulsiones parciales que aparecen anudadas a ciertas regiones del cuerpo -zonas erógenas-, de las que algunas se presentan desde el comienzo como pares de opuestos -como una pulsión con una meta activa y una pasiva-. Así como más tarde, en estados de anhelo sexual, no son sólo los órganos sexuales de la persona amada los que se convierten en objeto sexual, sino su cuerpo entero, desde el comienzo mismo no meramente los genitales, sino además otras diversas partes del cuerpo, constituyen los almácigos donde se origina la excitación sexual y, con una estimulación apropiada, producen placer sexual. Con esto se entrama de manera íntima el segundo carácter de la sexualidad infantil, su inicial apuntalamiento en las funciones de la nutrición y excretorias, que sirven a la conservación de sí, y probablemente también en las de la excitación muscular y la actividad sensorial.
Si con ayuda del psicoanálisis estudiamos la sexualidad en el individuo maduro y abordamos la vida del niño a la luz de las intelecciones así obtenidas, la sexualidad ya no nos aparece como una función al exclusivo servicio de la reproducción, equiparable a la digestión o la respiración, etc., sino como algo mucho más autónomo, que, antes bien, se contrapone a todas las otras actividades del individuo y se introduce con violencia en la unidad de la economía individual sólo mediante un complicado desarrollo, rico en restricciones. El caso, bien concebible en la teoría, de que los intereses de estas aspiraciones sexuales no coincidan con los de la autoconservación individual parece hallarse realizado en el grupo patológico de las neurosis, pues la fórmula última que el psicoanálisis ha decantado sobre la naturaleza de las neurosis reza: El conflicto primordial del cual surgen las neurosis es el que se entabla entre las pulsiones que conservan al yo y las pulsiones sexuales. Las neurosis corresponden a un avasallamiento más o menos parcial del yo por la sexualidad, después que el yo fracasó en el intento de sofocarla.
Hemos considerado necesario mantener alejados los puntos de vista biológicos en el curso del trabajo psicoanalítico, y no emplearlos ni siquiera con fines heurísticos a fin de no equivocarnos en la apreciación imparcial de lis sumarios de hechos psicoanalíticos que teníamos ante nosotros. Empero, luego de consumar el trabajo psicoanalítico, nos vimos precisados a hallar su enlace con la biología, y podemos declararnos contentos si ahora ese enlace ya parece haberse certificado en este o aquel punto esencial. La oposición entre pulsiones yoicas y pulsión sexual, a la que debimos reconducir la génesis de las neurosis, se continúa, en el ámbito biológico, como oposición entre unas pulsiones que sirven a la conservación del individuo y otras que procuran la pervivencia de la especie. En la biología nos sale al paso la representación más abarcadora del plasma germinal inmortal, del cual los individuos efímeros dependen como unos órganos que se desarrollaran en orden sucesivo; y sólo a partir de esa representación podemos comprender rectamente el papel de las fuerzas pulsionales sexuales en la fisiología y psicología del individuo.
A pesar de todo nuestro empeño por evitar que términos y puntos de vista biológicos pasen a presidir el trabajo psicoanalítico, nos resulta imposible dejar de usarlos ya para la descripción de los fenómenos que estudiamos. No podemos evitar la «pulsión» como concepto fronterizo entre una concepción psicológica y una biológica, y hablamos de cualidades y aspiraciones anímicas «masculinas» y «femeninas» cuando en sentido estricto las diferencias entre los sexos no pueden reclamar para sí una característica psíquica particular. Lo que en nuestra vida corriente llamamos «masculino» 0 «femenino» se reduce para el abordaje psicológico a los caracteres de la actividad y de la pasividad, es decir, a unas propiedades que no se enuncian sobre las pulsiones mismas, sino sobre sus metas. En la relación de comunidad que de ordinario muestran en el interior de la vida anímica tales pulsiones «activas» y «pasivas» se espeja la bisexualidad de los individuos, que se cuenta entre las premisas clínicas del psicoanálisis.
Me consideraré satisfecho si estas escasas puntualizaciones han puesto de relieve la vastísima mediación que el psicoanálisis establece entre la biología y la psicología.
El interés para la psicología evolutiva
No cualquier análisis de fenómenos psicológicos merecerá el nombre de «psicoanálisis». Este último implica algo más que desagregar unos fenómenos compuestos en sus elementos simples; consiste en reconducir una formación psíquica a otras que la precedieron en el tiempo y desde las cuales se ha desarrollado. El procedimiento psicoanalítico médico no podía eliminar síntoma patológico alguno sin rastrear su génesis y su desarrollo: así el psicoanálisis, desde su mismo comienzo, se vio llevado a perseguir procesos de desarrollo. Primero descubrió la génesis de ciertos síntomas neuróticos, y en su ulterior progreso se vio precisado a abordar otras formaciones psíquicas y a realizar con respecto a ellas el trabajo de una psicología genética {genetischen Psychologie}.
El psicoanálisis tuvo que derivar la vida anímica del adulto de la del niño, tomar en serio el aforismo «El niño es el padre del hombre». Ha rastreado la continuidad entre la psique infantil y la del adulto, pero también notó las trasmudaciones y los reordenamientos que sobrevienen en ese camino. La mayoría de nosotros tenemos una laguna en la memoria de nuestros primeros años infantiles, de los que conservamos sólo unos jirones de recuerdo. Es lícito afirmar que el psicoanálisis ha llenado esa laguna, ha eliminado esa amnesia de la niñez de los seres humanos. (Cf. AE, 13, «El interés pedagógico» [pág. 191].)
A medida que se profundizaba en la vida anímica infantil se obtenían algunos notabilísimos hallazgos. Así se corroboró lo que a menudo se había vislumbrado antes: la extraordinaria sígnificatividad que para toda la posterior orientación de un hombre poseen las impresiones de su niñez, en particular las de su primera infancia. Pero así se tropezaba con una paradoja psicológica que sólo para la concepción psicoanalítica no es tal, a saber: que justamente esas impresiones, las más significativas entre todas, no se conservaran en la memoria de los años posteriores. El psicoanálisis ha podido comprobar con la máxima nitidez para la vida sexual este carácter paradigmático e imborrable de las vivencias más tempranas. «On revient toujours à ses premiers amours», he ahí una positiva verdad. Los numerosos enigmas de la vida amorosa de los adultos sólo se solucionan cuando se ponen de relieve los factores infantiles en el amor. Para la teoría de estos efectos importa el hecho de que las primeras vivencias infantiles no le sobrevienen al individuo sólo como unas contingencias, sino que también corresponden a los primeros quehaceres de la disposición constitucional congénita.
Otro descubrimiento, mucho más sorprendente, nos dice que de las formaciones anímicas infantiles nada sucumbe en el adulto a pesar de todo el desarrollo posterior. Todos los deseos, mociones pulsionales, modos de reaccionar y actitudes del niño son pesquisables todavía presentes en el hombre maduro, y bajo constelaciones apropiadas pueden salir a la luz nuevamente. No están destruidos, sino situados bajo unas capas que se les han superpuesto, como se ve precisada a decirlo la psicología psicoanalítica con su modo de figuración espacial. Así, se convierte en un carácter del pasado anímico no ser devorado por sus retoños, como lo es el histórico; persiste junto a lo que devino desde él, sea de una manera sólo virtual o en una simultaneidad real. Prueba de esta aseveración es que el sueño de los hombres normales revive noche tras noche el carácter infantil de estos y reconduce su entera vida anímica a un estadio infantil. Este mismo regreso al infantilismo psíquico (regresión) se pone de relieve en las neurosis y psicosis, cuyas peculiaridades pueden ser descritas en buena parte como arcaísmos psíquicos. En la intensidad que los restos infantiles hayan conservado en la vida anímica vemos la medida de la predisposición a enfermar, de suerte que ella pasa a ser para nosotros la expresión de una inhibición en el desarrollo. Ahora bien, lo que en el material psíquico de un ser humano permaneció infantil, reprimido {desalojado} como inviable, constituye el núcleo de su inconciente, y creemos poder perseguir, en la biografía de nuestros enfermos, cómo eso inconciente, sofrenado por las fuerzas represoras, está al acecho para pasar al quehacer práctico y aprovecha las oportunidades cuando las formaciones psíquicas más tardías y elevadas no consiguen sobreponerse a las dificultades del mundo real.
En estos últimos años los autores psicoanalíticos han reparado en que la tesis «la ontogénesis es una repetición de la filogénesis» tiene que ser también aplicable a la vida anímica, lo cual dio nacimiento a una nueva ampliación del interés psicoanalítico.
El interés para la historia de la cultura
La comparación de la infancia del individuo humano con la historia temprana de los pueblos ya se ha revelado fecunda en muchos sentidos, y ello a pesar de que este trabajo apenas se encuentra en sus inicios. En él, el modo de pensar psicoanalítico se comporta como un nuevo instrumento de investigación. El aplicar sus premisas a la psicología de los pueblos permite tanto plantear problemas nuevos como ver bajo una luz diferente los ya elaborados y contribuir a solucionarlos.
En primer lugar, parece de todo punto posible trasferir a productos de la fantasía de los pueblos, como lo son el mito y los cuentos tradicionales, la concepción psicoanalítica obtenida a raíz del sueño . Hace tiempo que ha sido propuesta la tarea de interpretar esas formaciones; se les sospecha un «sentido secreto», y se espera que presenten variantes y trasmudaciones que oculten ese sentido. Y el psicoanálisis, de sus trabajos con el sueño y la neurosis, trae el saber sobre los caminos técnicos para colegir tales desfiguraciones. Y también, en una serie de casos, es capaz de descubrir los motivos ocultos que causaron esas mudanzas del mito respecto de su sentido originario. No le parece que el primer envión para la formación de mitos pudiera haberlo proporcionado la necesidad de explicar los fenómenos naturales y de dar razón de unos preceptos y usos de la cultura que se habían vuelto incomprensibles, sino que lo busca en los mismos «complejos» psíquicos, en las mismas aspiraciones afectivas que ha rastreado en el fondo de los sueños y de las formaciones de síntoma.
Mediante idéntica trasferencia de sus puntos de vista, premisas y conocimientos, el psicoanálisis se habilita para arrojar luz sobre los orígenes de nuestras grandes instituciones culturales: la religión, la eticidad, el derecho, la filosofía . Al pesquisar las situaciones psicológicas primitivas de las que pudieron surgir las impulsiones para esas creaciones, se ve capacitado para refutar muchos intentos de explicación que se basaban en alguna provisionalidad psicológica, y sustituirlos por unas intelecciones que calan a mayor profundidad.
El psicoanálisis establece un íntimo vínculo entre todas estas operaciones psíquicas del individuo y las comunidades, puesto que para ambos postula la misma fuente dinámica. Parte de la representación básica de que la principal función del mecanismo anímico es aligerar a la criatura de las tensiones que le producen sus necesidades. Un tramo de esa tarea es solucionable por vía de satisfacción, que uno le arranca al mundo exterior; para este fin se requiere el gobierno sobre el mundo real. A otra parte de estas necesidades -entre ellas, esencialmente, ciertas aspiraciones afectivas-, la realidad por regla general les deniega la satisfacción. De aquí se sigue un segundo tramo de aquella tarea: procurar una tramitación de otra índole a las aspiraciones insatisfechas. Toda historia de la cultura no hace sino mostrar los caminos que los seres humanos han emprendido para la ligazón {Bíndung} de sus deseos insatisfechos, bajo las condiciones cambiantes, y alteradas por el progreso técnico, de permisión y denegación por la realidad.
La indagación de los pueblos primitivos nos muestra a los hombres presos, al comienzo, de la creencia infantil en la omnipotencia , y nos permite comprender una multitud de formaciones anímicas como otros tantos esfuerzos por desconocer (ableugnen) las perturbaciones de esa omnipotencia y de ese modo mantener la realidad apartada de todo influjo sobre la vida afectiva, todo el tiempo que no se la puede gobernar mejor y aprovecharla para la satisfacción. El principio de la evitación de displacer rige el obrar humano hasta el momento en que es relevado por otro principio mejor, el de la adaptación al mundo exterior. Paralelo al progresivo gobierno que los hombres adquieren sobre el mundo discurre un desarrollo de su cosmovisión que se extraña cada vez más de la creencia originaria en la omnipotencia y se remonta desde la fase animista, pasando por la religiosa, hasta la científica. Dentro de esta concatenación, mito, religión y eticidad se insertan como unos intentos de procurarse resarcimiento por la deficiente satisfacción de los deseos.
El conocimiento de las neurosis que los individuos contraen ha prestado buenos servicios para entender las grandes instituciones sociales, pues las neurosis mismas se revelan como unos intentos de solucionar por vía individual los problemas de la compensación de los deseos, problemas que deben ser resueltos socialmente por las instituciones. El relegamiento del factor social y el predominio del factor sexual hacen que estas soluciones neuróticas de la tarea psicológica sean unas caricaturas que sólo sirven para nuestro esclarecimiento de estos sustantivos problemas.
El interés para la ciencia del arte
Sobre algunos de los problemas relativos al arte y al artista, el abordaje psicoanalítico proporciona una información satisfactoria; otros se le escapan por completo. Discierne también en el ejercicio del arte una actividad que se propone el apaciguamiento de deseos no tramitados, y ello en primer término, desde luego, en el propio artista creador y, en segundo, en su lector o espectador. Las fuerzas pulsionales del arte son los mismos conflictos que empujan a la neurosis a otros individuos y han movido a la sociedad a edificar sus instituciones. No es asunto de la psicología averiguar de dónde le viene al artista la capacidad para crear. Lo que el artista busca en primer lugar es autoliberación, y la aporta a otros que padecen de los mismos deseos retenidos al comunicarles su obra . Es verdad que figura como cumplidas sus más personales fantasías de deseo, pero ellas se convierten en obra de arte sólo mediante una refundición que mitigue lo chocante de esos deseos, oculte su origen personal y observe unas reglas de belleza que soborne a los demás con unos incentivos de placer. No le resulta difícil al psicoanálisis pesquisar, junto a la parte manifiesta del goce artístico, una parte latente, pero mucho más eficaz, que proviene de las fuentes escondidas de la liberación de lo pulsional. El nexo entre las impresiones de la infancia y peripecias de vida del artista, por un lado, y por el otro sus obras como reacciones frente a esas incitaciones, constituye uno de los más atractivos objetos del abordaje analítico .
En lo demás, la mayoría de los problemas del crear y el gozar artísticos aún aguardan una elaboración que arroje sobre ellos la luz de un discernimiento analítico y les indique su puesto dentro del complicado edificio de las compensaciones de deseo del ser humano. Como una realidad objetiva convencionalmente admitida, en la cual, merced a la ilusión artística, unos símbolos y formaciones sustitutivas son capaces de provocar afectos reales y efectivos, el arte constituye el reino intermedio entre la realidad que deniega los deseos y el mundo de fantasía que los cumple, un ámbito en el cual, por así decir, han permanecido en vigor los afanes de omnipotencia de la humanidad primitiva.
El interés sociológico
Es cierto que el psicoanálisis ha tomado’ por objeto la psique individual, pero a raíz de su exploración no podían escapársele las bases afectivas del vínculo del individuo con la sociedad. Ha descubierto que los sentimientos sociales son portadores, por lo, común, de un erotismo cuyo hiperrelieve y represión subsiguiente es la peculiaridad de un grupo determinado de perturbaciones anímicas. Ha discernido el carácter asocial de las neurosis en general, todas las cuales aspiran a esforzar al individuo fuera de la sociedad y sustituirle el asilo en el claustro, de épocas anteriores, por el aislamiento de la enfermedad. El intenso sentimiento de culpabilidad que gobierna a tantas neurosis se le revela como la modificación social de la angustia neurótica.
Por otro lado, el psicoanálisis descubre en su más amplia escala la participación que las constelaciones y los requerimientos sociales tienen en la causación de la neurosis. Las fuerzas que originan la limitación y la represión de lo pulsional por obra del yo surgen, en lo esencial, de la docilidad hacía las exigencias de la cultura. Una constitución y unas vivencias infantiles que de lo contrario no podrían menos que llevar a la neurosis, no provocarán ese efecto si no media esa docilidad o si el círculo social para el cual el individuo vive no plantea tales requerimientos. La vieja afirmación de que el aumento de las afecciones nerviosas es un producto de la cultura recubre al menos la mitad del verdadero estado de cosas. La educación y el ejemplo aportan al individuo joven la exigencia cultural; y toda vez que la represión de lo pulsional sobreviene en este con independencia de ambos factores, cabe suponer que un requerimiento de la prehistoria primordial ha terminado por convertirse en patrimonio heredado y organizado de los seres humanos. Así, el niño que produce de manera espontánea las represiones de lo pulsional no haría sino repetir un fragmento de la historia de la cultura. Lo que hoy es una abstinencia interior antaño fue sólo una exterior, impuesta quizá por el apremio de los tiempos, y de igual modo es posible que alguna vez se convierta en disposición {constitucional} interna a reprimir lo que hoy se presenta a todo individuo en crecimiento como una exigencia exterior de la cultura.
El interés pedagógico
El gran interés de la pedagogía por el psicoanálisis descansa en una tesis que se ha vuelto evidente. Sólo puede ser educador quien es capaz de compenetrarse por empatía con el alma infantil, y nosotros los adultos no comprendemos a los niños porque hemos dejado de comprender nuestra propia infancia. Nuestra amnesia de lo infantil es una prueba de cuánto nos hemos enajenado de ella. El psicoanálisis ha descubierto los deseos, formaciones de pensamiento y procesos de desarrollo de la niñez; todos los empeños anteriores fueron enojosamente incompletos y erróneos porque habían dejado por entero de lado un factor de importancia inapreciable: la sexualidad en sus exteriorizaciones corporales y anímicas. El asombro incrédulo con que se ha recibido a las averiguaciones más seguras del psicoanálisis acerca de la infancia -sobre el complejo de Edipo, el enamoramiento de sí mismo (narcisismo), las disposiciones perversas, el erotismo anal, el apetito de saber sexual- mide la distancia que separa a nuestra vida anímica, a nuestras valoraciones y aun a nuestros procesos de pensamiento, de los del niño, aun los del niño normal.
Cuando los educadores se hayan familiarizado con los resultados del psicoanálisis hallarán más fácil reconciliarse con ciertas fases del desarrollo infantil y, entre otras cosas, no correrán el riesgo de sobrestimar las mociones pulsionales socialmente inservibles o perversas que afloren en el niño. Más bien se abstendrán de intentar una sofocación violenta de esas mociones cuando se enteren de que tales intervenciones a menudo producen unos resultados no menos indeseados que la misma mala conducta que la educación teme dejar pasar en el niño. Una violenta sofocación desde afuera de unas pulsiones intensas en el niño nunca las extingue ni permite su gobierno, sino que consigue una represión en virtud de la cual se establece la inclinación a contraer más tarde una neurosis. El psicoanálisis tiene a menudo oportunidad de averiguar cuánto contribuye a producir enfermedades nerviosas la severidad inoportuna e ininteligente de la educación, o bien a expensas de cuántas pérdidas en la capacidad de producir y de gozar se obtiene la normalidad exigida. Pero puede también enseñar cuán valiosas contribuciones a la formación del carácter prestan estas pulsiones asociales y perversas del niño cuando no son sometidas a la represión, sino apartadas de sus metas originarias y dirigidas a unas más valiosas, en virtud del proceso de la llamada sublimación. Nuestras mejores virtudes se han desarrollado como unas formaciones reactivas y sublimaciones sobre el terreno de las peores disposiciones {constitucionales}. La educación debería poner un cuidado extremo en no cegar estas preciosas fuentes de fuerza y limitarse a promover los procesos por los cuales esas energías pueden guiarse hacia el buen camino. En manos de una pedagogía esclarecida por el psicoanálisis descansa cuanto podemos esperar de una profilaxis individual de las neurosis .
En este ensayo no podía proponerme la tarea de exponer el alcance y contenido del psicoanálisis, sus premisas, problemas y conclusiones, ante un público interesado en las ciencias. Mi propósito estará cumplido si se ha vuelto evidente cuán numerosos son los ámbitos del saber para los cuales resulta interesante, y cuán ricos enlaces empieza a establecer entre ellos.
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