Escritos breves. (1932-36)
Prólogo a Richard Sterba, Handwörterbuch der Psychoanalyse. (1936 [1932])
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3 de julio de 1932
Estimado doctor Sterba: Su Diccionario me ha parecido valioso para los estudiantes, y un bello logro en sí mismo. La precisión y corrección de cada una de las entradas es de hecho excelente. La traducción de los términos al inglés y francés, si bien no es indispensable, realzaría todavía más su valor (2). No ignoro, claro está, que recorrer todo el alfabeto desde la A implica un muy largo camino y significaría para usted un enorme recargo de trabajo. No lo haga usted si no se siente interiormente esforzado a ello. ¡Sólo bajo esa compulsión, y de ningún modo bajo incitación externa!
Cordialmente suyo,
Freud
Sándor Ferenczi. (1933)
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Hemos hecho la experiencia de que desear es barato, Y por eso nos obsequiamos con largueza unos a otros los más cálidos y mejores deseos, entre los que descuella el de una larga vida. La doble valencia de este deseo ‘ precisamente, es puesta en descubierto en una famosa anécdota oriental. El Sultán llamó a dos sabios para que le dijeran su horóscopo. «Te tengo por dichoso, señor -dijo uno-; en las estrellas está escrito que verás morir a todos tus parientes antes que tú». Este vidente fue ajusticiado. «Te tengo por dichoso -dijo también el otro-, pues leo en las estrellas que sobrevivirás a todos tus parientes». A este le dieron una rica recompensa; los dos habían expresado el mismo cumplimiento de deseo.
En 1926 debí escribir la nota en memoria de nuestro inolvidable amigo Karl Abraham. Pocos años antes, en 1923, pude saludar a Sándor Ferenczi al cumplir sus cincuenta años de vida. Hoy, apenas una década después, me duele haberlo sobrevivido también. En aquel ensayo que escribí para su jubileo pude rendir público tributo a su polifacético talento y su originalidad, a la riqueza de sus dotes: es que la discreción debida al amigo me impedía entonces hablar de su personalidad amable, humanitaria, abierta a todo lo sustantivo.
Desde que el interés por el joven psicoanálisis lo atrajo hacia mí, compartimos muchas cosas. Cuando en 1909 fui llamado a Worcester, Massachusetts, para dictar unas conferencias durante una semana conmemorativa, lo invité a acompañarme. La mañana del día en que yo iniciaba mis conferencias, paseábamos frente a los edificios de la universidad y le pedí que me propusiese el tema sobre el cual yo hablaría, y él me bosquejó lo que media hora después expuse en una improvisación. De ese modo participó en la génesis de las Cinco conferencias (Freud, 1910a). Poco más tarde, en el Congreso de Nuremberg de 1910, lo moví a proponer que los analistas se organizasen en una asociación internacional, tal como lo habíamos meditado entre ambos. Su propuesta fue aceptada con escasas modificaciones y está en vigencia todavía. Durante varios años sucesivos pasamos juntos en Italia las vacaciones de otoño, y más de un ensayo que luego apareció en la bibliografía bajo su nombre o el mío cobró allí, en nuestras charlas, su forma primera. Cuando el estallido de la Guerra Mundial puso término a nuestra libertad de movimientos, pero paralizó también nuestra actividad analítica, él aprovechó la pausa para iniciar su análisis conmigo, interrumpido después por su llamado a filas pero que pudo proseguir más tarde. Y el sentimiento de solidaridad que nació entre nosotros bajo tantas vivencias comunes no sufrió mengua ninguna cuando él, en un momento de la vida por desgracia demasiado tardío, se unió a la destacada mujer que hoy lo llora como viuda.
Una década atrás, cuando la Internationale Zeitschrift [y la International Journall consagró a Ferenczi una separata al cumplir él cincuenta años, se habían publicado ya la mayoría de los trabajos que hicieron de todos los analistas sus discípulos. Pero se reservaba todavía su obra más brillante y fecunda en ideas. Lo supe, y en la frase con que concluía mi contribución le pedí que nos la enviara. Así, en 1924 apareció su Versuch ciner Genitaltheorie {Ensayo de teoría genital}. Ese opúsculo es más bien un estudio biológico que psicoanalítico, una aplicación a la biología de los procesos sexuales, y, más allá, a la vida orgánica en general, de los puntos de vista e intelecciones que el psicoanálisis había producido; es quizá la más atrevida aplicación del análisis que se haya intentado nunca. Como idea conductora, se insiste en la naturaleza conservadora de las pulsiones, cada una de las cuales quiere restablecer un estado que una perturbación exterior obligó a resignar. Los símbolos se disciernen como testimonios de conexiones antiguas; con notables ejemplos se muestra cómo las peculiaridades de lo psíquico conservan las huellas de antiquísimas alteraciones de la sustancia corporal. Cuando uno lee ese escrito cree comprender numerosas singularidades de la vida sexual que nunca antes había podido abarcar en su concatenación, y se enriquece con vislumbres que prometen unas intelecciones profundas en vastos campos de la biología. Es en vano intentar separar desde ahora lo que puede aceptarse como conocimiento digno de crédito y lo que, a modo de una fantasía científica, procura colegir un conocimiento futuro. Uno deja ese pequeño libro con este juicio: «Es demasiado para una sola vez, lo releeré pasado un tiempo». Pero no sólo a mí me ocurre eso; es probable que efectivamente llegue a existir un «bioanálisis» como Ferenczi lo anunció, y en tal caso no podrá menos que remontarse al Versuch einer Genitaltheorie.
Tras este elevado logro ocurrió que el amigo se fue apartando de nosotros poco a poco. De regreso de un período de trabajo en Estados Unidos, quien antes había tenido la más viva participación en todo cuanto acontecía en los círculos analíticos pareció retirarse cada. vez más a un trabajo solitario. La necesidad de curar y asistir se había vuelto hiperpotente en él. Es probable que se propusiera metas inalcanzables con nuestros actuales medios terapéuticos. Desde fuentes afectivas inextinguibles le afluyó el convencimiento de que era posible conseguir mucho más con los enfermos si se les daba bastante del amor que habían añorado de niños. Quiso averiguar cómo podía lograrse esto en el marco de la situación psicoanalítica, y hasta no lograr éxito se mantuvo segregado, inseguro tal vez de coincidir con los amigos. Dondequiera que pudiese haberlo llevado ese camino, no pudo recorrerlo hasta el final. De manera paulatina se revelaron en él los signos del grave proceso de destrucción orgánica que probablemente ensombrecía su vida desde varios años atrás. Poco antes de cumplir los sesenta años murió de anemia perniciosa. Es imposible creer que la historia de nuestra ciencia haya de olvidarlo.
Mayo de 1933
Prólogo a Marie Bonaparte, Edgar Poe, étude psychanalytique. (1933)
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En este libro, mi amiga y discípula Marie Bonaparte ha dirigido la luz del psicoanálisis sobre la vida y la obra de un gran poeta de genio patológico. Merced a su trabajo interpretativo se comprende ahora cuántos de los caracteres de su obra están condicionados por la peculiaridad del hombre, pero se averigua también que esta última es la sedimentación de intensas ligazones afectivas y vivencias dolorosas de su primera juventud. Tales indagaciones no están destinadas a explicar el genio del poeta, pero muestran los motivos que lo han despertado y el material que el destino le ofreció. Reviste un particular encanto estudiar las leyes de la vida anímica de los seres humanos en individuos descollantes.
La sutileza de un acto fallido. (1935)
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Preparaba un regalo de cumpleaños para una amiga, una pequeña gema destinada a ser engarzada en un anillo (6). Sobre una tarjeta rígida en cuyo centro se había fijado la piedrecita, escribo: «Bueno para hacer confeccionar un anillo de oro en casa del orfebre L. . . . para la piedra enviada, que muestra un buque con su vela y timón». En el lugar que ocupan los puntos suspensivos, entre «orfebre L.» y «para» {für}, había empero una palabra que debí tachar porque no venía para nada al caso, la palabrita «bis» {hasta}. Ahora bien, ¿por qué la escribí?
Al releer ese breve texto se me ocurre que contiene por dos veces, vecinas entre sí, la preposición «para»: «Bueno para un anillo para la piedra enviada». Suena mal y debería evitarse. Entonces recibo la impresión de que el deslizamiento de «hasta» en lugar de «para» ha sido un intento de evitar esa torpeza estilística. Esto sin duda es así. Pero un intento con medios particularmente insuficientes. La preposición «hasta» es por entero inadecuada en ese lugar y no puede sustituir a la indispensable, que es «para». ¿Por qué, entonces, justamente «hasta» {bis}?
Pero acaso la palabrita «bis» no es de ningún modo la preposición que marca un límite temporal, sino algo completamente diverso. Es la latina bis (una segunda vez) que ha pasado al francés con idéntico significado. «Ne bis in idem» (6), se dice en el derecho romano. «¡Bis, bis!», exclama el francés cuando pide la repetición de una pieza musical. He ahí pues, la explicación de mí disparatado desliz en la escritura. El segundo «para» me alertó, no he querido repetir la misma palabra. Por ende, ¡algo diverso en lugar de «para»! Y entonces, la casual homofonía de la palabra extranjera bis {repetición} -que objetaba la dicción originaria- con la preposición alemana hizo posible sustituir «für» {para} por «bis» {hasta} como si se tratara de un error. Nótese que esta operación fallida no alcanza su propósito cuando se impone, sino sólo cuando es remediada. Me veo obligado a tachar «bis» y es así como en cierto modo llego a eliminar la repetición misma que me molestaba. ¡Una variante en el mecanismo de la acción fallida, que no carece, sin duda, de interés!
Quedo muy satisfecho con esta solución, pero en los autoanálisis es particularmente grande el peligro de la interpretación incompleta (7). Uno se contenta demasiado pronto con un esclarecimiento parcial, tras el cual la resistencia retiene fácilmente algo que puede ser más importante. Mi hija, a quien referí este pequeño análisis, halla enseguida su continuación: «Ya una vez le has regalado una gema así para un anillo. Probablemente sea esa la repetición que quieres evitar. No es grato hacer siempre el mismo regalo». Esto me ilumina, es evidente que se trata de una objeción a repetir el mismo regalo, no la misma palabra. Esto último no es sino un desplazamiento a algo nimio, destinado a escatimar algo de mayor monta: acaso una dificultad estética en remplazo de un conflicto pulsional.
En efecto, es fácil hallar la ulterior continuación. Busco un motivo para no enviar esa gema. Se lo encuentra en la consideración de que ya una vez he regalado lo mismo -algo muy parecido- ¿Por qué se esconde y disfraza esa objeción? Ahí tiene que haber algo que recela de salir a la luz. Y enseguida veo claro qué es. De ningún modo quiero desprenderme de esta pequeña gema, me gusta muchísimo.
No ha deparado grandes dificultades el esclarecimiento de esta operación fallida. Y enseguida sobreviene la reflexión reconciliadora: Lamentarlo así no hace más que realzar el valor del regalo. ¡Qué sería un regalo que a uno no le pesara un poquito! Comoquiera que fuese. sería lícito tomar esto como otro indicio de lo complejo que pueden ser los procesos anímicos inaparentes y supuestamente más simples. Uno yerra en una redacción, introduce un «hasta» donde era necesario un «para», luego lo nota y corrige, y este pequeño error -en verdad, sólo el intento de un error- ha tenido muchísimas premisas y condiciones dinámicas. Claro que, además, no habría sido posible sin un particular favorecíimiento del material.
A Thomas Mann, en su 60º cumpleaños. (1935)
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Querido Thomas Mann: Acepte usted mi cordial saludo para su sexagésimo aniversario. Soy uno de sus «más viejos» lectores y admiradores, y podría desearle una vida muy larga y dichosa, como es usual en una ocasión de esta índole. Pero me abstengo de hacerlo; desear es barato y me parece una recaída en las épocas en que se creía en la omnipotencia mágica del pensamiento. Y por mi más íntima experiencia, creo también bueno que un destino compasivo ponga oportuno término a nuestra vida (9).
Además, no me parece cosa digna de imitarse que en tales oportunidades festivas la ternura prevalezca sobre el respeto, y se obligue al festejado a escuchar cómo se lo abruma con loas en su condición de hombre y se lo analiza y critica en su condición de artista. No quiero incurrir en esa arrogancia. Pero sí puedo permitirme otra cosa: en nombre de incontables contemporáneos suyos me siento autorizado a expresar nuestra certidumbre de que usted nunca hará o dirá -puesto que las palabras del poeta son obras-nada cobarde o bajo, y aun en tiempos y situaciones que extravían el juicio andará por el camino recto y se lo enseñará a los demás.
Notas:
1- [Reproducido en facsímil como frontispicio a la primera entrega (que abarcaba desde «Abasie» {«abasia»} hasta «Angst» {«angustia»}) de Richard Sterba, Handworterbuch der Psychoanalyse, Viena, 1936. No hubo, al parecer, reimpresiones posteriores de esta carta, escrita cuando la preparación del diccionario estaba aún en sus comienzos y Freud sólo había visto una muestra de él.]
2- [En la obra definitiva se incluyeron tales traducciones.]
3- [«Sándor Ferenczi». Ediciones en alemán.- 1933: Int. Z. Psycboanal., 19, nº 3, págs. 301-4; 1934: GS, 12, págs. 397-9; 1950: GW, 16, págs. 267-9. (Traducciones en castellano (cf. la «Advertencía sobre la edición en castellano», supra, pág. xi y n. 6): 1951: «Sándor Ferenczi», RP, 8, nº 1, págs. 94-6, trad. de L. Pfeiffer; 1955: «En memoria de Sándor Ferenczi», SR, 20, págs. 217-20, trad. de L. Rosenthal; 1968: Igual título, BN (3 vols.), 3, págs. 335-7; 1974: Igual título, BN (9 vols.), 8, págs. 3237-9.}
Sándor Ferenczi nació el 16 de julio de 1873 y murió el 22 de mayo de 1933. Como el propio Freud lo menciona, ya le había rendido un tributo afios atrás (Freud, 1923i).]
4- [Primera edición (en francés), en Marie Bonaparte, Edgar Poe, étude psychanalytíque, París, 1933, 1, pág. xi. Ediciones en alemán: 1934: en Edgar Poe, eine psychoanalytische Studie, Viena; 1934: GS, 12, pág. 391; 1950: GW, 16, pág. 276. {Traducciones en castellano (cf. la «Advertencia sobre la edición en castellano»): 1955: «Prólogo para un libro de Marie Bonaparte», SR, 20, pág. 181, trad. de L. Rosenthal; 1968: Igual título, BN (3 vols.), 3, pág. 314; 1974: Igual título, BN (9 vols.), 8, pág. 3223}]
5- [«Die Feinheit einer FehlhandIung». Ediciones en alemán: 1935: Almanach 1936, págs. 15-7; 1950: GW, 16, págs. 37-9. (Traducciones en castellano (cf. la «Advertencia sobre la edición en castellano»): 1955: «La sutileza de un acto fallido», SR, 21, págs. 311-4, trad. de L. Rosenthal; 1968: Igual título, BN (3 vols.), 3, págs. 538-40; 1975: Igual título, BN (9 vols.), 9, págs. 3325-6.} Este fue uno de los últimos aportes de Freud a su tema predilecto de la psicopatología de la vida cotidiana (1901b), pero no el último: volvió a ocuparse de él en «Algunas lecciones elementales sobre psicoanálisis» (1940b).]
6- {«No repetir el mismo procedimiento».}
7- [Freud había insistido en el riesgo de la interpretación incompleta de los sueños en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, pág. 287, y 5, pág. 517. En cuanto a las dificultades especiales que en tal sentido presenta el autoanálisis, véase una nota al pie en «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d), AE, 14, págs. 19-20.]
8- [«Thomas Mann zum 60. Geburtstag». Ediciones en alemán: Probablemente la primera sea la del Almanach 1936, 1935, pág. 18; 1950: GW, 16, pág. 249. {Traducciones en castellano (cf. la «Advertencia sobre la edición en castellano»): 1955: «A Thomas Mann, en su 60° aniversario», SR, 20, pág. 221, trad. de L. Rosenthal; 1968: Igual título, BN (3 vols.), 3, págs. 337-8; 1975: Igual título, BN (9 vols.), 9, pág. 3327.}
Según nos informa Ernest Jones (1957, pág. 213), esta carta fue escrita a requerimiento de la casa Fischer Verlag, editora de las obras de Mann, como parte del homenaje que se le tributó a este en su 60° cumpleaños. Ha sido imposible hallar una publicación de esta misiva anterior a la del Almanach 1936; véanse, no obstante, los comentarios que hago con respecto a la carta a Romain Rolland, AE, 22, pág. 211. Thomas Mann era un entusiasta admirador de Freud y escribió muchos comentarios elogiosos sobre él. En la biografía de Jones (1957, págs. 492-3) se incluye una larga carta de Freud a Mann acerca de Napoleón, redactada un año después de la presente, el 29 de noviembre de 1936.]
9- [Freud contaba a la sazón 79 años.]