Esquema del psicoanálisis (1940 [1938])
Parte I. [La psique y sus operaciones]
Un ejemplo:
La interpretación de los sueños
La indagación de estados normales, estables, en los que las fronteras del yo respecto del ello
están aseguradas mediante resistencias (contrainvestiduras), en los que esas fronteras no se
han movido y el superyó no se distingue del yo pues ambos trabajan de consuno, una
indagación así, decimos, nos aportaría escaso esclarecimiento. Sólo podrán hacernos adelantar
los estados de conflicto y de sublevación, cuando el contenido del ello inconciente tiene
perspectivas de penetrar en la conciencia y el yo ha vuelto a ponerse en guardia contra su
intrusión. Sólo bajo estas condiciones podemos hacer las observaciones que confirmen o
rectifiquen nuestras noticias sobre ambos copartícipes. Ahora bien, un estado así es el dormir
nocturno, y por eso mismo la actividad psíquica en el dormir, que percibimos como sueño, es
nuestro objeto de estudio más propicio. Además, de ese modo evitamos el reproche, oído con
tanta frecuencia, de que nosotros construiríamos la vida anímica normal siguiendo los hallazgos
de la patología; en efecto, el sueño es un suceso regular en la vida de los seres humanos
normales, aun cuando sus caracteres se puedan distinguir de las producciones de nuestra vida
de vigilia. El sueño, como es de todos consabido, puede ser confuso, ininteligible, sin sentido
alguno; llegado el caso, sus indicaciones contradicen todo nuestro saber de la realidad, y nos
comportamos como unos enfermos mentales pues, mientras soñamos, atribuimos a los
contenidos del sueño una realidad objetiva.
Echamos a andar por el camino hacía el entendimiento («interpretación») del sueño si
suponemos que aquello por nosotros recordado como sueño tras el despertar no es el proceso
onírico efectivo y real, sino sólo una fachada tras la cual el sueño se oculta. Es nuestro distingo
entre un contenido manifiesto del sueño y los pensamientos oníricos latentes. Y llamamos
trabajo del sueño al proceso que de los segundos hace surgir el primero. El estudio del trabajo
del sueño nos enseña, mediante un destacado ejemplo, cómo un material inconciente, un
material originario y reprimido, se impone al yo, deviene preconciente y en virtud de la revuelta
del yo experimenta las alteraciones que conocemos como desfiguración onírica. Ninguno de los
caracteres del sueño deja de hallar esclarecimiento de esta manera.
Lo mejor es empezar comprobando que hay dos clases de ocasiones para la formación del
sueño. O bien una moción pulsional de ordinario sofocada (un deseo inconciente) ha hallado
mientras uno duerme la intensidad que le permite hacerse valer en el interior del yo, o bien una
aspiración que quedó pendiente de la vida de vigilia, una ilación de pensamiento preconciente
con todas las mociones conflictivas que de ella dependen, ha hallado en el dormir un refuerzo
por un elemento inconciente. Vale decir, sueños desde el ello o desde el yo. El mecanismo de la
formación del sueño es para ambos casos el mismo, y también la condición dinámica es
idéntica. El yo prueba su tardía génesis a partir del ello suspendiendo temporariamente sus
funciones y permitiendo el regreso a un estado anterior. Esto acontece de la manera correcta
cuando interrumpe sus vínculos con el mundo exterior y retira sus investiduras de los órganos
de los sentidos. Uno puede decir, con derecho, que al nacer se ha engendrado una pulsión a
regresar a la vida intrauterina abandonada, una pulsión de dormir. El dormir es un regreso tal al
seno materno. Como el yo de la vigilia gobierna la motilidad, esta función está paralizada en el
estado del dormir y, por eso, se vuelven superfluas buena parte de las inhibiciones que pesaban
sobre el ello inconciente. De esta manera, el recogimiento o rebajamiento de esas
«contrainvestiduras» permite al ello una medida de libertad que ahora es inocua.
Las pruebas de la participación del ello inconciente en la formación del sueño son abundantes y
de fuerza demostrativa. a) La memoria del sueño es mucho más amplia que la del estado de
vigilia. El sueño trae recuerdos que el soñante ha olvidado y le eran inasequibles en la vigilia.
b) El sueño usa sin restricción alguna unos símbolos lingüísticos cuyo significado el
soñante la mayoría de las veces desconoce. Empero, mediante nuestra experiencia podemos
corroborar su sentido. Es probable que provengan de fases anteriores del desarrollo del lenguaje.
c) La memoria del sueño reproduce muy a menudo impresiones de la primera infancia del soñante,
de las cuales podemos aseverar de manera precisa que no sólo han sido olvidadas, sino que
devinieron inconcientes por obra de la represión. Sobre esto se basa la ayuda, indispensable las
más de las veces, que el sueño presta para reconstruir la primera infancia del soñante, cosa
que nosotros intentamos en el tratamiento analítico de las neurosis. d) Además, el sueño saca a
la luz contenidos que no pueden provenir de la vida madura ni de la infancia olvidada del
soñante. Nos vemos obligados a considerarlos parte de la herencia arcaica que el niño trae
congénita al mundo, antes de cualquier experiencia propia, influido por el vivenciar de los
antepasados. Y luego hallamos el pendant de ese material filogenético en las sagas más
antiguas de la humanidad y en las supervivencias de la costumbre. El sueño se erige así,
respecto de la prehistoria humana, en una fuente no despreciable.
Ahora bien, lo que vuelve al sueño tan inestimable para nuestra intelección es la circunstancia
de que el material inconciente trae consigo, cuando penetra en el yo, sus modalidades de
trabajo. Esto quiere decir que los pensamientos preconcientes en los cuales halló su expresión
son tratados, en el curso del trabajo del sueño, como si fueran sectores inconcientes del ello; y,
en el otro caso de formación del sueño, los pensamientos preconcientes que consiguieron un
refuerzo de la moción pulsional inconciente son degradados al estado inconciente. Sólo por este
camino averiguamos las leyes del decurso en el interior de lo inconciente, y aquello que las
distingue de las reglas, por nosotros consabidas, del pensar de vigilia. El trabajo del sueño es,
pues, en lo esencial, un caso de elaboración inconciente de procesos de pensamiento
preconcientes. Para tomar un símil de la historia: Los conquistadores que penetran con
violencia en un país no lo tratan según el derecho que ahí encuentran, sino de acuerdo con el
suyo propio. Sin embargo, el resultado del trabajo del sueño es inequívocamente un
compromiso. En la desfiguración impuesta al material inconciente y en los intentos, harto a
menudo insuficientes, por dar al todo una forma todavía aceptable para el yo (elaboración
secundaria), se discierne el influjo de la organización yoica aún no paralizada. Es, en nuestro
símil, la expresión de la resistencia que signen ofreciendo los sometidos.
Las leyes del decurso en lo inconciente que de este modo salen a la luz son asaz raras y
bastan para explicar la mayor parte de lo que en el sueño nos parece ajeno. Hay, sobre todo,
una llamativa tendencia a la condensación, una inclinación a formar nuevas unidades con
elementos que en el pensar de vigilia habríamos mantenido sin duda separados. A
consecuencia de ello, un único elemento del sueño manifiesto suele subrogar a todo un
conjunto de pensamientos oníricos latentes como si fuera una alusión común a estos, y, en
general, la extensión del sueño manifiesto está extraordinariamente abreviada por comparación al rico material del cual surgió. Otra propiedad del trabajo del sueño, no del todo independiente
de la primera, es la presteza para el desplazamiento de intensidades psíquicas(182)
(investiduras) de un elemento sobre otro, de suerte que a menudo en el sueño manifiesto un
elemento aparece como el más nítido y, por ello, como el más importante, pese a que en los
pensamientos oníricos era accesorio; y a la inversa, elementos esenciales de los pensamientos
oníricos son subrogados en el sueño manifiesto sólo por unos indicios mínimos. Además, al
trabajo del sueño le bastan, las más de las veces, unas relaciones de comunidad harto ínfimas
para sustituir un elemento por otro en todas las operaciones ulteriores. Bien se advierte cuánto
habrán de dificultar estos mecanismos de la condensación y el desplazamiento la interpretación
del sueño y el descubrimiento de los vínculos entre sueño manifiesto y pensamientos oníricos
latentes. De la prueba de estas dos tendencias a la condensación y el desplazamiento, nuestra
teoría deduce que en el ello inconciente la energía se encuentra en un estado de movilidad más
libre, y que al ello le importa, más que nada, la posibilidad de la descarga para cantidades de
excitación (vere nota(183)); así, nuestra teoría emplea ambas propiedades para caracterizar el
proceso primario atribuido al ello.
Por el estudio del trabajo del sueño hemos tomado noticia de muchas otras particularidades, tan
asombrosas como importantes, de los procesos que ocurren en el interior de lo inconciente.
Aquí hemos de mencionar sólo algunas. Las reglas decisorias de la lógica no tienen validez
alguna en lo inconciente; se puede decir que es el reino de la alógica. Aspiraciones de metas
contrapuestas coexisten lado a lado en lo inconciente sin mover a necesidad alguna de
compensarlas. O bien no se influyen para nada entre si, o, si ello ocurre, no se produce ninguna
decisión, sino un compromiso que se vuelve disparatado por incluir juntos unos elementos
inconciliables. Con esto se relaciona que los opuestos no se separen, sino que sean tratados
como idénticos, de suerte que en el sueño manifiesto cada elemento puede significar también
su contrario. Algunos lingüistas han discernido que en las lenguas más antiguas sucedía lo
mismo, y opuestos como fuerte-débil, claro-oscuro, alto-profundo se expresaban
originariamente por medio de una misma raíz, hasta que dos diversas modificaciones de la
palabra primordial separaron entre sí ambos significados. Restos del doble sentido originario se
conservarían en una lengua tan evolucionada como el latín, en el uso de «altus» («alto» y
«profundo»), «sacer» («sagrado» e «impío»), etc. (ver nota(184)).
En vista de la complicación y la multivocidad {Vieldeutigkeit; «indicación múltiple»} de los
vínculos entre el sueño manifiesto y el contenido latente, que tras aquel yace, es desde luego
legítimo preguntar por el camino siguiendo el cual se consigue derivar lo uno de lo otro, y si para
esto sólo dependemos de la suerte que tengamos en colegirlo, apoyándonos acaso en la
traducción de los símbolos que aparecen en el sueño manifiesto. Se está autorizado a informar
lo siguiente: En la gran mayoría de los casos esa tarea admite solución satisfactoria, pero ello
sólo con ayuda de las asociaciones que el soñante mismo brinde para los elementos del
contenido manifiesto. Cualquier otro procedimiento será arbitrario y no proporcionará seguridad
alguna. Pues bien, las asociaciones del soñante traen a la luz los eslabones intermedios que
insertamos en las lagunas entre ambos [el contenido manifiesto y el latente] y con cuyo auxilio
restablecemos el contenido latente del sueño, podemos «interpretar» el sueño. No es
asomb roso que en ocasiones este trabajo de interpretación, contrapuesto al trabajo del sueño,
no alcance la certeza plena.
Nos queda todavía por dar el esclarecimiento dinámico de la razón por la cual el yo durmiente
asume la tarea del trabajo del sueño. Por suerte, es fácil descubrirlo. Todo sueño en tren de
formación eleva al yo, con el auxilio de lo inconciente, una demanda de satisfacer una pulsión, si
proviene del ello; de solucionar un conflicto, cancelar una duda, establecer un designio, si
proviene de un resto de actividad preconciente en la vida de vigilia. Ahora bien, el yo durmiente
está acomodado para retener con firmeza el deseo de dormir, siente esa demanda como una
perturbación y procura eliminarla. Y el yo lo consigue mediante un acto de aparente
condescendencia, contraponiendo a la demanda, para cancelarla, un cumplimiento de deseo
que es inofensivo bajo esas circunstancias. Esta sustitución de la demanda por un
cumplimiento de deseo constituye la operación esencial del trabajo del sueño. Quizá no huelgue
ilustrar esto con tres ejemplos simples: un sueño de hambre, uno de comodidad y uno de
necesidad sexual. En el soñante, dormido, se anuncia una necesidad de comer, sueña con un
soberbio banquete y sigue durmiendo. Desde luego, tenía la opción entre despertarse para
comer o continuar su dormir. Se decidió por esto último y satisfizo su hambre mediante el
sueño. Al menos por un rato; si el hambre persiste, no tendrá más remedio que despertar. El
otro caso: el soñante (es médico y} debe despertar a fin de encontrarse en la clínica a cierta
hora. Pero sigue durmiendo y sueña que ya está ahí, es verdad que como paciente, y entonces
no necesita abandonar su lecho. O bien por la noche se mueve en él la añoranza de gozar de
un objeto sexual prohibido, la esposa de un amigo. Sueña que mantiene comercio sexual, no
con esa persona, ciertamente, pero sí con otra que lleva igual nombre, por más que esta le
resulta indiferente. O su revuelta se exterioriza en permanecer la amada en total anonimato.
Desde luego que no todos los casos se presentan tan simples; en particular, en los sueños que
parten de restos diurnos no tramitados y no han hecho sino procurarse en el estado del dormir
un refuerzo inconciente, suele no ser fácil poner en descubierto la fuerza pulsional inconciente y
su cumplimiento de deseo, pero es lícito suponer su presencia en todos los casos. La tesis de
que el sueño es un cumplimiento de deseo será recibida con incredulidad si se recuerda
cuántos sueños poseen un contenido directamente penoso o aun hacen que el soñante
despierte presa de angustia, para no hablar de los tantísimos sueños que carecen de un tono de
sentimiento definido. Pero la objeción del sueño de angustia no resiste al análisis. No se debe
olvidar que el sueño es en todos los casos el resultado de un conflicto, una suerte de formación
de compromiso. Lo que para el ello inconciente es una satisfacción puede ser para el yo, y por
eso mismo, ocasión de angustia.
Según ande el trabajo del sueño, unas veces lo inconciente se habrá abierto paso mejor, y otras
el yo se habrá defendido con más energía. Los sueños de angustia son casi siempre aquellos
cuyo contenido ha experimentado la desfiguración mínima. Si la demanda de lo inconciente se
vuelve demasiado grande, a punto tal que el yo durmiente ya no sea capaz de defenderse de
ella con los medios de que dispone, este resignará el deseo de dormir y regresará a la vida
despierta. Se dará razón de todas las experiencias diciendo que el sueño es siempre un intento
de eliminar la perturbación del dormir por medio de un cumplimiento de deseo; que es, por
tanto, el guardián del dormir. Ese intento puede lograrse de manera más o menos perfecta;
también puede fracasar, y entonces el durmiente despierta, en apariencia por obra de ese
mismo sueño. De igual modo, el valiente guardián nocturno cuya misión es velar por el reposo
de la pequeña ciudad no tiene más remedio, en ciertas circunstancias, que armar alboroto y
despertar a los ciudadanos que duermen.
Para concluir estas elucidaciones, asentemos la comunicación que justificará el habernos
demorado tanto en el problema de la interpretación de los sueños. Ha resultado que los
mecanismos inconcientes que hemos discernido merced al estudio del trabajo del sueño, y que
nos explicaron la formación de este, permiten también inteligir las enigmáticas formaciones de
síntoma en virtud de las cuales las neurosis y psicosis reclaman nuestro interés. Una
coincidencia como esta no puede menos que despertar en nosotros grandes esperanzas.
Volver al índice principal de «Obras Sigmund Freud«