Obras de S. Freud: Fragmento de análisis de un caso de Histeria. Palabras preliminares

Palabras preliminares.

En 1895 y 1896 formulé algunas tesis sobre la patogénesis de síntomas histéricos y sobre los procesos psíquicos que ocurren en la histeria. Ahora que, tras una larga pausa, procedo a sustentarlas mediante la comunicación circunstanciada del historial de un caso y su tratamiento, no puedo ahorrarme este prólogo, tanto para justificar mi proceder en diversos sentidos cuanto para reducir a un grado razonable las expectativas que pueda despertar.

Fue sin duda espinoso tener que publicar resultados de mis investigaciones, por añadidura de naturaleza sorprendente y poco halagüeña, sin que mis colegas tuviesen la posibilidad de controlarlos. No es menos espinoso empezar a exponer ahora al juicio público una parte del material que me permitió obtener aquellos resultados. No dejarán de hacérseme reproches. Si antes se me endilgó no comunicar nada acerca de mis enfermos, ahora se me dirá que comunico acerca de ellos lo que no debe comunicarse. Serán las mismas personas, lo espero, las que cambiarán así el pretexto para sus reproches, y de antemano renuncio a Desarmar alguna vez a estos críticos.

Pero aun si no hago caso de esas personas malintencionadas y torpes, publicar mis historiales clínicos sigue siendo para mí una tarea de difícil solución. Las dificultades son en parte de orden técnico, y en parte se deben a la naturaleza de las circunstancias mismas. Si es verdad que la causación de las enfermedades histéricas se encuentra en las intimidades de la vida psicosexual de los enfermos, y que los síntomas histéricos son la expresión de sus más secretos deseos reprimidos, la aclaración de un caso de histeria tendrá por fuerza que revelar esas intimidades y sacar a la luz esos secretos. Es cierto que los enfermos no habrían hablado si sospechaban que sus confesiones podrían: ser objeto de un uso científico, y también es cierto que sería vano pretender que ellos mismos autorizasen la publicación. Personas delicadas, más bien pusilánimes, harían prevalecer en estas condiciones el deber de la discreción médica y lamentarían no poder contribuir al esclarecimiento científico. Pero yo opino que el médico no sólo ha contraído obligaciones hacia sus enfermos como individuos, sino hacia la ciencia. Y decir hacia la ciencia equivale, en el fondo, a decir hacia los muchos otros enfermos que padecen de lo mismo o podrían sufrirlo en el futuro. La comunicación pública de lo que uno cree saber acerca de la causación y la ensambladura de la histeria se convierte en un deber, y es vituperable cobardía omitirla, siempre que pueda evitarse el daño personal directo al enfermo en cuestión. Creo haberlo hecho todo para impedir que mi paciente sufra ese daño. He escogido a una persona cuyas peripecias no tuvieron por escenario a Viena, sino a una remota y pequeña ciudad de provincia, y cuyas circunstancias personales, por ende, tienen que ser totalmente desconocidas en Viena. Y desde el comienzo he guardado con tanto celo el secreto del tratamiento que un solo colega, digno de toda confianza, puede saber que esa muchacha fue mi paciente; concluido el tratamiento, esperé todavía cuatro años para su publicación, hasta enterarme de que en la vida de la paciente había sobrevenido un cambio por el cual supuse que su interés en los hechos y procesos anímicos aquí relatados podría haberse desvanecido. Como es natural, no he conservado ningún nombre que pudiera poner sobre la pista a un lector ajeno a los círculos médicos; por lo demás, la publicación en una revista especializada, estrictamente científica, servirá como protección frente a tales lectores no especializados, Desde luego, no puedo impedir que la paciente misma sufra una impresión penosa si por casualidad le cae en las manos el historial de su propia enfermedad. Pero no se enterará de nada que no sepa ya, y podrá decirse a sí misma que muy difícilmente otro averigüe que se trata de su persona.

Sé que hay -al menos en esta ciudad- muchos médicos que (cosa bastante repugnante) querrán leer un caso clínico de esta índole como una novela con clave destinada a su diversión y no como una contribución a la psicopatología de las neurosis. A esta clase de lectores les aseguro que todos los historiales clínicos que tal vez publique en lo sucesivo burlarán su sagacidad mediante similares garantías de secreto, aunque este propósito me obligue a restringirme enormemente en el uso de mi material.

Ahora bien; en este historial clínico, el único que hasta ahora he podido arrancar a las limitaciones de la discreción médica y a lo desfavorable de las circunstancias, se elucidan con total franqueza relaciones sexuales, se llama por sus verdaderos nombres a los órganos y funciones de la vida sexual, y el lector casto puede convencerse por mi exposición de que no me ha arredrado tratar de tales asuntos y en semejante lenguaje con una joven. ¿También debo defenderme de este reproche? Reclamaré para mí simplemente los derechos del ginecólogo -o, mejor dicho, unos mucho más modestos-, y si alguien llegara a suponer que esas conversaciones son un buen medio para excitar o satisfacer apetitos sexuales, declararé que eso indica en él una extraña y perversa salacidad. En lo demás, me inclino a expresar mi juicio con palabras de otro:

«Es lamentable tener que hacer lugar en una obra científica a tales protestas y garantías. Pero no se me lo reproche a mí; acúsese al espíritu de la época, que nos ha llevado hasta el extremo de que ningún libro serio puede estar seguro de sobrevivir».

Paso a comunicar ahora la manera en que vencí en este historial clínico las dificultades técnicas que supone la redacción de los informes. Esas dificultades son muy grandes para el médico que cotidianamente tiene que realizar seis u ocho tratamientos de esta clase y no puede tomar notas durante la sesión misma, pues ello despertaría la desconfianza del enfermo y perturbaría la recepción del material por parte de aquel. Además, para mí sigue siendo un problema no resuelto el modo en que debo fijar para su comunicación el historial de un tratamiento muy prolongado. En el presente caso vinieron en mi auxilio dos circunstancias: la primera, que la duración del tratamiento no superó los tres meses; la segunda, que los esclarecimientos se agruparon en torno de dos sueños -uno contado hacia la mitad de la cura y el otro al final-, que puse textualmente por escrito enseguida de terminada la sesión y pudieron proporcionarme un apoyo seguro para la trama de interpretaciones y recuerdos que se urdió desde ahí. En cuanto al historial clínico mismo, lo redacté sólo después de concluida la cura apoyándome en mi memoria, cuando aún tenía su recuerdo fresco y avivado por el interés de la publicación. (1) Por ello el registro no es absolutamente -fonográficamente- fiel, pero puede reclamar una gran confiabilidad. Nada esencial alteré en él, si bien, para mayor coherencia expositiva, en muchos pasajes modifiqué la secuencia de los esclarecimientos.

Ahora paso a señalar lo que se hallará en este informe y lo que se echará de menos en él. Originariamente el trabajo llevaba por título «Sueños e histeria», que me parecía muy apto para mostrar cómo la interpretación de los sueños se entreteje en el historial de un tratamiento y cómo con su ayuda pueden llenarse las amnesias y esclarecerse los síntomas. No sin buenas razones hice preceder, en 1900, un laborioso y exhaustivo estudio sobre el sueño a las publicaciones que me proponía hacer sobre la psicología de las neurosis. Es verdad que la recepción que él tuvo me permitió advertir cuán insuficiente comprensión muestran los colegas, todavía hoy, hacía tales empeños. Y en este caso no era válida la objeción de que, por haber yo retaceado el material, mis tesis no podían producir un convencimiento basado en el control crítico. En efecto, cualquiera puede someter a indagación analítica sus propios sueños y, por las indicaciones y ejemplos que yo daba allí, era fácil aprender la técnica de su interpretación. Hoy como entonces debo aseverar que la profundización en los problemas del sueño es una condición previa indispensable para comprender los procesos psíquicos que ocurren en la histeria y en las otras psiconeurosis, y nadie que pretenda ahorrarse ese trabajo preparatorio tiene la menor perspectiva de avanzar un solo paso en este campo. Por tanto, el presente historial clínico presupone el conocimiento de la interpretación de los sueños; su lectura resultará insatisfactoria en alto grado para quienes no cumplan con ese presupuesto. En vez del esclarecimiento buscado, no hallarán sino motivos de extrañeza; y sin duda proyectarán la causa de esta sobre el autor, al que declararán fantaseador. En realidad, esa extrañeza es inseparable de los fenómenos mismos de la neurosis; no es sino nuestro acostumbramiento médico el que la oculta, y a cada intento de explicación sale de nuevo a la luz. Sólo se la podría eliminar del todo si se lograse derivar exhaustivamente la neurosis de factores que ya se nos hubieran hecho familiares. Pero todo indica, al contrario, que el estudio de las neurosis nos moverá a hacer muchos supuestos nuevos, que sólo poco a poco se convertirán en objeto de un conocimiento seguro. Ahora bien, lo nuevo ha suscitado siempre extrañeza y resistencia.

Erraría quien creyese que los sueños y su interpretación ocupan en todos los psicoanálisis una posición tan destacada como en este ejemplo. (2)

Si el presente historial clínico parece privilegiado en lo tocante al empleo de los sueños, en otros puntos, en cambio, resultó más pobre de lo que yo hubiera deseado. Pero sus defectos dependen de las mismas circunstancias a que debemos la posibilidad de publicarlo. Ya dije que no sabría dominar el material de un historial de tratamiento que se extendiese todo un año. Este historial, que duró sólo tres meses, es abarcable y memorizable, pero sus resultados quedaron incompletos en más de un aspecto. El tratamiento no prosiguió hasta alcanzar la meta prefijada, sino que, llegado cierto punto, fue interrumpido por voluntad de la paciente. En ese momento, algunos de los enigmas del caso no se habían abordado todavía, y otros se habían aclarado de manera incompleta; de haberse proseguido el trabajo, con seguridad se habría avanzado en todos los puntos hasta el último esclarecimiento posible. Por eso no puedo ofrecer aquí sino un fragmento de análisis.

Quizás algún lector familiarizado con la técnica de análisis que expuse en Estudios sobre la histeria [Breuer y Freud, 1895] se asombrará de que en tres meses no se haya podido obtener la solución definitiva al menos de los síntomas abordados. Pero esto se volverá comprensible sí comunico que desde los Estudios la técnica psicoanalítica ha experimentado un vuelco radical. En aquella época, el trabajo partía de los síntomas y se fijaba como meta resolverlos uno tras otro. He abandonado después esta técnica por hallarla totalmente inadecuada a la estructura más fina de la neurosis. Ahora dejo que el enfermo mismo determine el tema del trabajo cotidiano, y entonces parto de la superficie que el inconciente ofrece a su atención en cada caso. Pero así obtengo fragmentado, entramado en diversos contextos y distribuido en épocas separadas lo que corresponde a la solución de un síntoma. A pesar de esta desventaja aparente, la nueva técnica es muy superior a la antigua, e indiscutiblemente la única posible.

En vista del carácter incompleto de mis resultados analíticos, no me queda otra opción que seguir el ejemplo de aquellos exploradores :que, tras largas excavaciones, tienen la dicha de sacar a luz los inapreciables aunque mutilados restos de la antigüedad. He completado lo incompleto de acuerdo con los mejores modelos que me eran familiares por otros análisis, pero, tal como haría un arqueólogo concienzudo, en ningún caso he omitido señalar dónde mi construcción se yuxtapone a lo auténtico.

Hay otra clase de insuficiencia que yo mismo deliberadamente he introducido. En efecto, en general no expuse el trabajo interpretativo a que fue preciso someter las ocurrencias y comunicaciones de la enferma, sino meramente sus resultados. Por tanto, y aparte de los sueños, la técnica del trabajo analítico sólo fue mostrada en unos pocos lugares. Es que en este historial clínico me interesaba poner de relieve el determinismo {determinierung} de los síntomas y el edificio íntimo de la neurosis; si al mismo tiempo hubiera intentado cumplir también las otras tareas, se habría producido una inextricable confusión. Para la fundamentación de las reglas técnicas, halladas las más de las veces por vía empírica, sin duda habría que reunir el material de muchos historiales de tratamiento. No se imagine, empero, muy grande la mutilación que pueda ocasionar la omisión de la técnica en este caso justamente la pieza más difícil del trabajo técnico no estuvo en juego con la enferma; en efecto, el factor de la «trasferencia», de que se habla al final del historial clínico, no fue examinado en el curso del breve tratamiento.

De una tercera insuficiencia de este informe, ni la enferma ni el autor tienen la culpa. Es evidente que un único historial clínico, aunque fuera completo y no dejara lugar a dudas, no podría dar respuesta a todas las preguntas que plantea el problema de la histeria. No puede ponernos en conocimiento de todos los tipos de contracción de la enfermedad, ni de todas las conformaciones de la estructura interna de la neurosis, ni de todas las variedades de trabazón entre lo psíquico y lo somático posibles en la histeria. De un solo caso no puede pedirse razonablemente más que lo que puede brindar. En cuanto a aquellos que no han querido creer hasta ahora en la validez universal y sin excepciones de la etiología psicosexual en la histeria, difícilmente adquirirán esa convicción por el conocimiento de un historial clínico. Lo mejor que pueden hacer es posponer su juicio hasta adquirir por su propio trabajo el derecho a tener una convicción. (3)

Notas:
1) Freud había intentado publicar el trabajo inmediatamente después de concluir su redacción.
2)Se hallará una evaluación ulterior del papel que cumple la interpretación de los sueños en el método psicoanalítico en el trabajo que Freud dedicó a ese tema (1911e).
3) Nota agregada en 1923. El tratamiento aquí comunicado se interrumpió el 31 de diciembre de 1899. [Debería decir «1900»] Redacté el informe sobre él en las dos semanas subsiguientes, pero sólo en 1905 lo publiqué. No podría esperarse que más de dos decenios de trabajo continuado no modificarían en nada la concepción y exposición de un caso patológico como este, pero evidentemente sería absurdo poner «up to date» este historial clínico mediante correcciones y ampliaciones, adecuarlo al estado actual de nuestro saber. Por tanto, lo he dejado intacto en lo esencial, y sólo he mejorado en su texto algunos descuidos e imprecisiones sobre los que llamaron mi atención mis destacados traductores ingleses, el señor James Strachey y su esposa. Lo que me pareció admisible en materia de agregados críticos, lo incorporé en notas añadidas al historial clínico, de suerte que el lector tiene derecho a suponer que todavía sustento las opiniones expuestas en el texto cuando en las notas no se diga lo contrario. El problema de la discreción médica que me ocupó en este prólogo no cuenta para los otros historiales clínicos contenidos en este volumen [véase más adelante]; en efecto, tres de ellos se publican con el expreso consentimiento de los pacientes (en el caso del pequeño Hans, el de su padre), mientras que en el cuarto caso (el de Schreber) el objeto del análisis no es propiamente una persona, sino un libro escrito por ella. En el caso de Dora, el secreto se guardó hasta este año. Durante largo tiempo no tuve noticias de ella, pero recientemente me enteré de que, enferma por otras razones, confió a su médico que de muchacha había sido analizada por mí; entonces mi colega, un hombre muy bien informado, la reconoció como la Dora de 1899. [También aquí debería decir «1900».] Ningún crítico imparcial de la terapia analítica reprochará a esta que en esos tres meses de tratamiento sólo se finiquitase el conflicto que la paciente tenía entonces, sin protegerla de enfermedades que pudiera contraer después.  [Esta nota apareció por primera vez en el octavo volumen de los Gesammelte Schriften de Freud (1924), y, en inglés, en el tercer volumen de sus Collected Papers (1925). Cada uno de esos volúmenes contenía sus cinco historiales clínicos más extensos, o sea, además del presente, los casos (mencionados en esta nota) del pequeño Hans (1909b), del «Hombre de las Ratas» (1909d), de Schreber (1911c) y del «Hombre de los Lobos» (1918b).  Acerca de la posterior historia de Dora, véase el trabajo de Felix Deutsch (1957).]

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