Obras de S. Freud: Inhibición, síntoma y angustia, CAPÍTULO VI
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VI
En el curso de estas luchas pueden observarse dos actividades del yo en la formación de síntoma; merecen particular interés porque son claramente subrogados de la represión y por eso mismo son aptos para ilustrar su tendencia y su técnica. Y acaso, cuando estas técnicas auxiliares y sustitutivas salen a un primer plano, tengamos derecho a ver en ello una prueba de que la ejecución de la represión regular tropezó con dificultades. Si consideramos que en la neurosis obsesiva el yo es mucho más que en la histeria el escenario de la formación de síntoma; que ese yo se atiene con firmeza a su vínculo con la realidad y la conciencia, y para ello emplea todos sus recursos intelectuales; y más aún, que la actividad de pensamiento aparece sobreinvestida, erotizada, tales variaciones de la represión quizá nos parezcan más comprensibles.
Las dos técnicas a que nos referimos son el anular lo acontecido {Ungeschehenmachen} y el aislar {Isolieren). La primera tiene un gran campo de aplicación y llega hasta muy atrás. Es, por así decir, magia negativa; mediante un simbolismo motor quiere «hacer desaparecer» no las consecuencias de un suceso (impresión, vivencia), sino a este mismo. Al elegir esa expresión indicamos el papel que desempeña esta técnica, no sólo en la neurosis, sino en las prácticas de encantamiento, en los usos de los pueblos y en el ceremonial religioso. En la neurosis obsesiva, nos encontramos con la anulación de lo acontecido sobre todo en los síntomas de dos tiempos [pág. 1081, donde el segundo acto cancela al primero como si nada hubiera acontecido, cuando en la realidad efectiva acontecieron ambos. El ceremonial de la neurosis obsesiva tiene en el propósito de anular lo acontecido una segunda raíz. La primera es prevenir, tomar precauciones para que no acontezca, no se repita, algo determinado. La diferencia es fácil de aprehender; las medidas precautorias son acordes a la ratio, mientras que las «cancelaciones» mediante anulación de lo acontecido son desacordes a la ratio {irrationell}, de naturaleza mágica. Debe conjeturarse, desde luego, que esta segunda raíz es la más antigua, desciende de la actitud animista hacia el mundo circundante. El afán de anulación de lo acontecido halla su debilitamiento como proceso normal en la decisión de tratar cierto suceso como «non arrivé», pero en tal caso no se emprende acción alguna en contrario, no se hace caso ni del suceso ni de sus consecuencias, mientras que en la neurosis se cancela al pasado mismo, se procura reprimirlo {suplantarlo} por vía motriz. Esta misma tendencia puede explicar también la compulsión de repetición, tan frecuente en la neurosis, en cuya ejecución concurren luego muchas clases de propósitos que se contrarían unos a otros. Lo que no ha acontecido de la manera en que habría debido de acuerdo con el deseo es anulado repitiéndolo de un modo diverso de aquel en que aconteció, a lo cual vienen a agregarse todos los motivos para demorarse en tales repeticiones. En la trayectoria ulterior de la neurosis la tendencia a anular el acaecimiento de una vivencia traumática se revela a menudo como una de las principales fuerzas motrices de la formación de síntoma. Así obtenemos una inesperada visión de una nueva técnica, una técnica motriz de la defensa o, como podríamos decir aquí con menor inexactitud, de la represión {esfuerzo de suplantación}.
La otra de estas técnicas que estamos describiendo es la del aislamiento, peculiar de la neurosis obsesiva. Recae también sobre la esfera motriz, y consiste en que tras un suceso desagradable, así como tras una actividad significativa realizada por el propio enfermo en el sentido de la neurosis, se interpola una pausa en la que no está permitido que acontezca nada, no se hace ninguna percepción ni se ejecuta acción alguna. Esta conducta a primera vista rara nos revela pronto su nexo con la represión. Sabemos que en la histeria es posible relegar a la amnesia una impresión traumática; es frecuente que no se lo consiga así en la neurosis obsesiva: la vivencia no es olvidada, pero se la despoja de su afecto, y sus vínculos asociativos son sofocados o suspendidos, de suerte que permanece ahí como aislada y ni siquiera se la reproduce en el circuito de la actividad de pensamiento. Ahora bien, el efecto de ese aislamiento es el mismo que sobreviene a raíz de la represión con amnesia. Es esta técnica, pues, la que reproducen los aislamientos de la neurosis obsesiva, pero reforzándola por vía motriz con un propósito mágico. Lo que así se mantiene separado es algo que asociativamente se copertenece; el aislamiento motriz está destinado a garantizar la suspensión de ese nexo en el pensamiento. El proceso normal de la concentración ofrece un pretexto a este proceder de la neurosis. Lo que nos parece sustantivo como impresión o como tarea no debe ser perturbado por los simultáneos reclamos de otros desempeños o actividades de pensamiento. Pero ya en la persona normal la concentración no sólo se emplea para mantener alejado lo indiferente, lo que no viene al caso, sino, sobre todo, lo opuesto inadecuado. Será sentido como lo más perturbador aquello que originariamente estuvo en copertenencia y fue desgarrado luego por el progreso del desarrollo, por ejemplo, las exteriorizaciones de la ambivalencia del complejo paterno en la relación con Dios o las mociones de los órganos excretorios en las excitaciones amorosas. Así, el yo tiene que desplegar normalmente un considerable trabajo de aislamiento para guiar el decurso del pensar, y sabemos que en el ejercicio de la técnica analítica nos vemos precisados a educar al yo para que renuncie de manera temporaria a esa función, por completo justificada de ordinario.
Según toda nuestra experiencia, el neurótico obsesivo halla particular dificultad en obedecer a la regla psicoanalítica fundamental. Su yo es más vigilante y son más tajantes los aislamientos que emprende, probablemente a consecuencia de la elevada tensión de conflicto entre su superyó y su ello. En el curso de su trabajo de pensamiento tiene demasiadas cosas de las cuales defenderse: la injerencia de fantasías inconcientes, la exteriorización de las aspiraciones ambivalentes. No le está permitido dejarse ir; se encuentra en un permanente apronte de lucha. Luego apoya esta compulsión a concentrarse y a aislar: lo hace mediante las acciones mágicas de aislamiento que se vuelven tan llamativas como síntomas y que tanta gravitación práctica adquieren; desde luego, en sí mismas son inútiles, y presentan el carácter del ceremonial.
Ahora bien, en tanto procura impedir asociaciones, conexiones de pensamientos, ese yo obedece a uno de los más antiguos y fundamentales mandamientos de la neurosis obsesiva, el tabú del contacto. Si uno se pregunta por qué la evitación del contacto, del tacto, del contagio, desempeña un papel tan importante en la neurosis y se convierte en contenido de sistemas tan complicados, halla esta respuesta: el contacto físico es la meta inmediata tanto de la investidura de objeto tierna como de la agresiva. Eros quiere el contacto pues pugna por alcanzar la unión, la cancelación de los límites espaciales entre el yo y el objeto amado. Pero también la destrucción, que antes del invento de las armas de acción a distancia sólo podía lograrse desde cerca, tiene como premisa el contacto corporal, el poner las manos encima. Tener contacto con una mujer es en el lenguaje usual un eufemismo para decir que se la aprovechó como objeto sexual. No tocar el miembro es el texto de la prohibición de la satisfacción autoerótica. Puesto que la neurosis obsesiva persiguió al comienzo el contacto erótico y, tras la regresión, el contacto enmascarado como agresión, nada puede estarle vedado en medida mayor ni ser más apto para convertirse en el centro de un sistema de prohibiciones. Ahora bien, el aislamiento es una cancelación de la posibilidad de contacto, un recurso para sustraer a una cosa del mundo de todo contacto; y cuando el neurótico aísla también una impresión o una – actividad mediante una pausa, nos da a entender simbólicamente que no quiere dejar que los pensamientos referidos a ellas entren en contacto asociativo con otros.
Hasta ahí llegan nuestras indagaciones sobre la formación de síntoma. No vale la pena resumirlas; han dado escaso fruto y quedaron incompletas, y además aportaron muy poco que ya no supiéramos desde antes. Sería infructuoso considerar la formación de síntoma en otras afecciones, aparte de las fobias, la histeria de conversión y la neurosis obsesiva; se sabe demasiado poco sobre esto. Pero ya del cotejo de estas tres neurosis resulta un muy serio problema, cuyo tratamiento no puede posponerse. El punto de arranque de las tres es la destrucción del complejo de Edipo, y en todas, según suponemos, el motor de la renuencia del yo es la angustia de castración. Pero sólo en las fobias sale a la luz esa angustia, sólo en ellas es confesada. ¿Qué se ha hecho de la angustia en las otras dos formas, cómo se la ha ahorrado el yo? El problema se agudiza aún si atendemos a la posibilidad, ya citada, de que la angustia misma brote por una suerte de fermentación a partir de la investidura libidinal perturbada en su decurso; y además: ¿es seguro que la angustia de castración constituye el único motor de la represión (o de la defensa)? Si se piensa en las neurosis de las mujeres no se puede menos que dudar, pues si bien se comprueba en ellas la presencia del complejo de castración, no puede hablarse, en este caso en que la castración ya está consumada, de un,,, angustia de castración en el sentido propio.
Continúa en Inhibición, síntoma y angustia, CAPÍTULO VII