Obras de S. Freud: Parte II. El sueño (1916 [1915-16]) – 9ª conferencia. La censura onírica

1. Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17 [1915-17])

Parte II. El sueño (1916 [1915-16])

9ª conferencia. La censura onírica

Señoras y señores: Merced al estudio de los sueños de niños hemos llegado a conocer la

génesis, la esencia y la función del sueño. Los sueños son eliminaciones de estímulos

(psíquicos) perturbadores del dormir ‘ por la vía de la satisfacción alucinada. En cuanto a los

sueños de adultos, sólo hemos podido esclarecer un grupo, el que designamos como sueños

de tipo infantil. No sabemos aún qué ocurre con los otros, y tampoco los comprendemos.

Provisionalmente llegamos a un resultado cuya importancia no queremos menospreciar. Toda

vez que un sueño nos resulta plenamente comprensible, revela ser el cumplimiento alucinado

de un deseo. Esta coincidencia no puede ser contingente ni indiferente.

Respecto de los sueños de otro tipo, supusimos, basados en diversas consideraciones y por

analogía con la concepción de las operaciones fallidas, que eran sustitutos desfigurados de un

contenido desconocido y tenían que reconducirse primero a este. La indagación, la

comprensión de esta desfiguración onírica, es ahora nuestra tarea inmediata.

La desfiguración onírica es aquello que nos hace aparecer ajeno e incomprensible el sueño.

Queremos saber varias cosas de ella: en primer lugar, de dónde proviene, su dinamismo; en

segundo lugar, lo que hace, y por último, cómo lo hace. Podemos decir también que la

desfiguración onírica es la Ara del trabajo del sueño. Queremos describir el trabajo del sueño y

reconducirlo a las fuerzas que en él operan (ver nota(114)).

Escuchen ustedes, entonces, este sueño. Fue registrado por una dama de nuestro círculo(115),

y según nos informa proviene de una señora mayor, muy estimada, muy fina y culta. No se

emprendió ningún análisis de este sueño. Nuestra informante señala que para un psicoanalista

no requeriría de interpretación. La soñante misma tampoco lo interpretó, pero lo ha juzgado y

condenado como si supiera interpretarlo. En efecto, dijo sobre él: «¡Y chismes tan abominables

y tan estúpidos sueña una mujer de 50 años, que de día y de noche no piensa en otra cosa que

en su hijo! » (ver nota(116)).

Y ahora el sueño de los «servicios de amor(117)». Ella va al hospital militar n° 1 y dice en la

guardia de la entrada que le es preciso hablar con el médico jefe … (menciona un nombre

desconocido para ella) porque quiere prestar servicio en el hospital. Al decirlo acentúa la

palabra «servicio» de tal modo que el suboficial cae enseguida en la cuenta de que se trata de

un «servicio de amor». Como es una mujer de edad, tras alguna vacilación la deja pasar. Pero

en vez de llegar hasta el médico jefe, se ve dentro de una sala espaciosa y sombría en que

muchos oficiales y médicos militares están de pie o sentados a una larga mesa. Se dirige con

su propuesta a un capitán médico, quien, tras pocas palabras, ya comprende. El texto de su

dicho en el sueño es: «Yo y muchas otras mujeres y muchachas jóvenes de Viena estamos

dispuestas a … », aquí sigue en el sueño un murmullo, « … los soldados, tropa y ofíciales sin

distinción». Que eso mismo fue comprendido rectamente por todos los presentes, se lo

muestran los gestos en parte turbados y en parte maliciosos de los oficiales. La dama prosigue:

«Yo sé que nuestra decisión suena sorprendente, pero es de lo más seria. Nadie pregunta al

soldado en el campo de batalla si quiere o no morir». Sigue un penoso silencio de varios

minutos. El capitán médico le rodea la cintura con su brazo y dice: «Noble señora, suponga

usted el caso, de hecho se llegaría a … » (murmullo). Ella se desprende de su brazo pensando:

Es igual que los otros, y replica: «Mi Dios, yo soy una mujer anciana y quizá nunca he de llegar

a esa situación. Además, tendría que respetarse una condición: considerar la edad; no sea que

una mujer mayor … (murmullo) con un mozo jovencito; sería terrible». El capitán médico:

«Comprendo perfectamente». Algunos ofíciales, entre ellos uno que en años mozos la había

cortejado, estallan en carcajadas, y la dama desea ser llevada ante el médico jefe, conocido de

ella, para que todo se ponga en claro. En eso se da cuenta, para su máxima consternación, de

que no conoce el nombre de él. No obstante, el capitán médico, muy cortés y

respetuosamente, le indica que se dirija al segundo piso por una escalera de caracol, de hierro,

estrechísima, que la lleva directamente desde la sala hasta el piso superior. Mientras asciende

oye decir a un oficial: «Es una decisión colosal, no importa que sea una joven o una vieja; ¡mis

respetos!». Con el sentimiento de cumplir simplemente su deber, ella trepa por una escalera

interminable.

Este sueño se repitió dos veces en el lapso de unas pocas semanas, con variantes -según

observa la dama- «mínimas que no alteraban su sentido» (ver nota(118)).

El sueño concuerda, por su discurrir continuado, con una fantasía diurna; presenta sólo unas

pocas rupturas, y muchas particularidades de su contenido habrían podido aclararse por

averiguación, lo cual, como dijimos, no se hizo. Pero lo llamativo e interesante para nosotros es

que el sueño muestra varias lagunas, no del recuerdo, sino del contenido. En tres lugares el

contenido está como borrado; los dichos en que se insertan estas lagunas son interrumpidos

por un murmullo. Puesto que no hemos emprendido ningún análisis, en rigor no tenemos

derecho a manifestar nada sobre el sentido del sueño. Sólo que se dan indicaciones de las que

algo puede inferirse, por ejemplo, en la expresión «servicios de amor»; y sobre todo, los

fragmentos de dichos que proceden inmediatamente al murmullo compelen a completamientos

que no pueden menos que saltar a la vista como unívocos. Si los remplazamos en esos

lugares, obtenemos una fantasía del siguiente contenido: la soñante está dispuesta, en

cumplimiento de un deber patriótico, a ofrecer su persona para la satisfacción de las

necesidades de amor del personal militar, tanto de los oficiales como de la tropa. Esto es, por

cierto, en extremo chocante, un modelo de desvergonzada fantasía libidinosa, pero … ni siquiera

en el sueño ocurre. Precisamente ahí donde la trama exigiría esta confesión, en el sueño

manifiesto hallamos un murmullo no nítido, algo se ha perdido o fue sofocado.

Espero que reconozcan ustedes como evidente que fue el carácter chocante de estos pasajes

el motivo de su sofocación. Ahora bien, ¿dónde encuentran un paralelo con este suceso? En

nuestros días no hace falta que busquen mucho. Tomen cualquier periódico político y hallarán

que en ciertos lugares el texto ha sido suprimido y en su remplazo resplandece la blancura del

papel. Ustedes saben que es obra de la censura de prensa. En esos lugares que quedaron

vacíos había algo desagradable para el alto comité de censura, y por eso se lo extirpó. Ustedes

opinan que es una lástima, habrá sido sin duda lo más interesante, era «el mejor pasaje».

Otras veces la censura no opera sobre las frases ya listas.

El autor ha previsto los pasajes en que cabía esperar la objeción de la censura y por eso

preventivamente atemperó, modificó apenas o se conformó con aproximaciones y alusiones a

lo que genuinamente querría escribir. En tal caso la hoja no presenta lugares vacíos, pero por

ciertos circunloquios y oscuridades de la expresión puede colegirse que de antemano se tuvo

en cuenta a la censura.

Bien; nos atendremos a ese paralelo. Decimos que también los dichos oníricos omitidos,

encubiertos por un murmullo, se sacrificaron a una censura. Hablamos directamente de una

censura onírica, a la que ha de atribuirse una cuota de participación en la desfiguración onírica.

Dondequiera que haya lagunas dentro del sueño manifiesto, la censura onírica es la culpable.

Tendríamos que dar un paso más y reconocer una manifestación de la censura toda vez que un

elemento onírico es recordado de manera particularmente débil, imprecisa y dudosa, entre otros

perfilados con mayor nitidez. Pero sólo en raras oportunidades se manifiesta la censura tan

desembozada, tan ingenua podría decirse, como en el ejemplo del sueño de los «servicios de

amor». Con frecuencia mucho mayor la censura alcanza su cometido siguiendo el segundo

tipo: la producción de atenuaciones, aproximaciones, alusiones, en lugar de lo genuino.

Respecto de un tercer modo de operación de la censura onírica, no conozco paralelo alguno en

el ejercicio de la censura de prensa; no obstante, puedo exhibirlo justamente en el único ejemplo

de sueño analizado hasta ahora. Recuerdan ustedes el sueño de las «tres malas localidades de teatro por 1 florín y 50 kreuzer». En los pensamientos latentes de este sueño estaba en el

primer plano el elemento « apresuradamente, demasiado temprano». Quería decir: Fue un

disparate casarse tan temprano -también fue un disparate procurarse tan temprano entradas

para el teatro-, y fue ridículo que la cuñada se apurase tanto a deshacerse de su dinero para

comprarse una joya a cambio. De este elemento central de los pensamientos oníricos nada se

ha traspasado al sueño manifiesto; aquí se han puesto en el centro el ir al teatro y el conseguir

entrada. Por medio de este desplazamiento del acento, de este reagrupamiento de los

elementos del contenido, el sueño manifiesto se vuelve tan desemejante a los pensamientos

oníricos latentes que nadie adivinaría a estos detrás de aquel. Este desplazamiento del acento

es uno de los recursos principales de la desfiguración onírica y presta al sueño aquella ajenidad

en virtud de la cual el soñante mismo no querría reconocerlo como algo producido por él.

Omisión, modificación, reagrupamiento del material son, por tanto, los efectos de la censura

onírica y los medios de la desfiguración del sueño. La censura onírica misma es la causante o

uno de los causantes de la desfiguración del sueño, cuyo estudio nos ocupa ahora. A la

modificación y el reordenamiento solemos también reunirlos bajo el título de «desplazamiento».

Tras estas observaciones sobre los efectos de la censura onírica, nos volvemos ahora a su

dinamismo. Espero que no tomen ustedes la expresión de manera demasiado antropomórfica y

no se representen el censor del sueño como un hombrecillo riguroso o un espíritu que moraría

en una celda del cerebro y desplegaría allí su oficio; pero tampoco de manera demasiado

localizadora, de suerte que pensaran en un «centro cerebral» del que partiría una influencia

censuradora de esa índole, que cesaría con el deterioro o l a ablación de ese centro.

Provisionalmente, no es más que un término cómodo para designar una relación dinámica. Esta

advertencia no nos impide preguntar por las tendencias que ejercen esa influencia, y por

aquellas sobre las cuales lo hacen; tampoco nos sorprenderá enterarnos de que ya antes, en

una ocasión, tropezamos con la censura onírica, quizá sin reconocerla.

En efecto, ello ocurrió realmente. Recuerden que hicimos una sorprendente experiencia cuando

empezamos a emplear nuestra técnica de la asociación libre. Hubimos de sentir que nuestros

esfuerzos por alcanzar desde el elemento onírico el elemento inconciente, cuyo sustituto es

aquel, chocaban con una resistencia. Esta resistencia, dijimos, puede ser de diversa cuantía,

unas veces enorme, y otras directamente desdeñable. En el último caso nos hacía falta recorrer

sólo unos pocos eslabones intermedios en nuestro trabajo interpretativo; pero cuando ella es

grande, tenemos que seguir paso a paso largas cadenas de asociación a partir del elemento,

somos llevados muy lejos de él y a lo largo de ese camino nos es forzoso vencer todas las

dificultades que se presentan como objeciones críticas contra la ocurrencia. A eso que en el

trabajo de interpretación nos sale al paso como resistencia, tenemos que apuntarlo ahora

dentro del trabajo del sueño como censura onírica. La resistencia a la interpretación es sólo la

objetivación(119) de la censura onírica. Nos prueba también que la fuerza de la censura no

quedó agotada cuando produjo la desfiguración del sueño, disipándose a partir de ese

momento, sino que esta censura sigue persistiendo como institución permanente con el

propósito de mantener la desfiguración. Además, así como es variable la intensidad de la

resistencia frente a la interpretación de cada elemento, también resulta de cuantía diversa la

desfiguración provocada por la censura en cada uno de los elementos de un mismo sueño. Si

comparamos sueño manifiesto y sueño latente, vemos que algunos elementos han sido

eliminados por completo, otros se recogieron en el contenido del sueño manifiesto modificados

en mayor o menor medida, y otros entraron en él inalterados y quizá reforzados.

Pero queríamos indagar qué tendencias ejercen la censura, y contra cuáles se ejercen. Ahora

bien, esta pregunta, fundamental para comprender el sueño, y aun quizá para comprender la

vida humana, es de fácil respuesta sí abarcamos con la mirada la serie de los sueños que se

ha conseguido interpretar. Las tendencias que ejercen la censura son las que el soñante admite

despierto en su actividad indicativa y con las cuales se siente consustanciado. Si ustedes

deciden rechazar la interpretación correctamente realizada de un sueño propio, tengan la

seguridad de que lo hacen por los mismos motivos por los cuales se ejerció la censura onírica,

se produjo la desfiguración del sueño y se hizo necesaria la interpretación. Piensen en el sueño

de nuestra dama de 50 años. Sin haber interpretado su sueño, lo encuentra abominable, y se

habría indignado aún más si la doctora Von Hug-Hellmuth le hubiera comunicado algo de la

obligada interpretación. Por causa de esta condena {Verurteilung}, justamente, los pasajes más

chocantes se sustituyeron en su sueño por un murmullo.

En cuanto a las tendencias contra las cuales se dirige la censura onírica, es preciso describirlas

primero desde el punto de vista de esta instancia misma. Entonces sólo puede decirse que son

de naturaleza enteramente repudiable, chocantes en el aspecto ético, estético o social, cosas

en las que ni siquiera se osa pensar o en que se piensa con repugnancia. Sobre todo, estos

deseos censurados y que en el sueño han alcanzado una expresión desfigurada son

exteriorizaciones de un egoísmo sin límites ni miramientos. Y, en verdad, el yo propio aparece

en todo sueño, y en todo sueño desempeña el papel principal, aunque sepa ocultarse muy bien

en lo que hace al contenido manifiesto. Este «sacro egoísmo» del sueño no deja por cierto de

relacionarse con la actitud que se adopta para dormir, que consiste en el retiro del interés

respecto de todo el mundo exterior (ver nota(120)).

Ese yo desembarazado de todo freno ético sabe también avenirse a todos los requerimientos

del anhelo sexual, aquellos que mucho tiempo ha merecieron el juicio adverso {verurteilen} de

nuestra educación estética, y aquellos que contradicen todas las restricciones éticas. El ansia

de placer -la libido, como nosotros decimos- escoge sus objetos sin inhibición, y por cierto da

preferencia a los prohibidos. No sólo la mujer del prójimo, sino sobre todo objetos incestuosos,

sacralizados por la convención: la madre y la hermana en el hombre, el padre y el hermano en

la mujer. (También el sueño de nuestra dama de 50 años es incestuoso: inequívocamente su

libido está dirigida al hijo. Apetitos que creemos lejos de la naturaleza humana demuestran

fuerza suficiente para excitar sueños. También el odio se incuba sin frenos. Deseos de

venganza y de muerte contra personas allegadas, las más amadas en la vida, los padres,

hermanos, el cónyuge, los propios hijos, no son nada inhabitual. Estos deseos censurados

parecen subir de un verdadero infierno; tras la interpretación, en la vigilia, ninguna censura nos

parece suficientemente dura contra ellos.

Pero no hagan ustedes reproche alguno al sueño por este contenido malo. No olviden que él

tiene la función inofensiva, y aun útil, de preservar de perturbación al dormir. Esa perversidad no

reside en la esencia del sueño. Saben ustedes, además, que ciertos sueños pueden

reconocerse como satisfacción de deseos legítimos y de urgentes necesidades corporales.

Estos no tienen, es verdad, ninguna desfiguración onírica; tampoco la necesitan, pues pueden

desempeñar su función sin ofender las tendencias éticas y estéticas del yo. Tengan presente

también que la desfiguración onírica es proporcional a dos factores. Por una parte, se vuelve tanto mayor cuanto peores sean los deseos que han de censurarse, pero, por la otra, cuanto

mayor sea la rigidez con que se presenten las exigencias de la censura en ese momento. Una

muchacha joven, educada con severidad y melindrosa, desfigurará con inflexible censura

mociones oníricas que, por ejemplo, nosotros los médicos nos veríamos obligados a admitir

como unos deseos permitidos, inofensivamente libidinosos, y que la propia soñante, un decenio

después, juzgará también así.

Por lo demás, no hemos avanzado lo suficiente como para que nos sea lícito indignarnos por

este resultado de nuestro trabajo interpretativo. Creo que todavía no lo comprendemos

rectamente; pero, sobre todo, nos aguarda la tarea de asegurarlo contra ciertas impugnaciones.

No es difícil, en modo alguno, hallarle contras. Nuestras interpretaciones de sueños se han

efectuado bajo las premisas que antes declaramos, a saber, que el sueño en general tiene un

sentido, que es lícito trasferir del estado hipnótico al normal la existencia de procesos anímicos

inconcientes por el momento, y que todas las ocurrencias están sujetas a un determinismo. Si

sobre la base de esas premisas hubiéramos obtenido resultados verosímiles en la

interpretación del sueño, con derecho habríamos inferido que ellas eran correctas. Pero, ¿qué

ocurre si esos resultados tienen el aspecto que acabo de pintar? Entonces parece más

indicado decir: Son resultados imposibles, disparatados, o al menos muy improbables, y por

tanto había algo falso en las premisas. 0 bien el sueño no es un fenómeno psíquico, o bien no

hay nada inconciente en el estado normal, o bien nuestra técnica hace agua por algún lado. ¿No

es más simple y satisfactorio suponer esto, en vez de todas las atrocidades que presuntamente

hemos descubierto sobre la base de nuestras premisas?

¡Las dos cosas! Es más simple y es más satisfactorio, pero no por ello necesariamente más

correcto, Tomémonos tiempo, la cosa todavía no está madura para un veredicto final. Ante todo,

podemos reforzar más aún la crítica a nuestras interpretaciones de sueños. Quizá no pese

tanto en la balanza que sus resultados sean tan poco agradables y atractivos; un argumento

más fuerte es que los soñantes a quienes, por la interpretación de sus sueños, imputamos tales

tendencias de deseo las rechazan de sí de la manera más enérgica y con buenas razones.

«¿Qué? -dice uno-. ¿Quiere usted demostrarme por el sueño que me afligen las sumas que he

gastado en la dote de mí hermana y en la educación de mi hermano? Pero eso no puede ser;

trabajo exclusivamente para mis hermanos, no tengo otro interés en la vida que cumplir mis

deberes para con ellos, tal cual lo prometí, como hermano mayor, a nuestra difunta madre». 0

dice una soñante: «¿Que yo deseo la muerte a mi marido? ¡Es un disparate indignante! No sólo

vivimos el más dichoso matrimonio -eso usted probablemente no lo creerá-, sino que con su

muerte terminaría para mí todo lo que tengo en el mundo». 0 bien, otro nos replicará: «¿Acaso

tengo deseos sensuales hacia mi hermana? Es ridículo; ella no me importa un ardite; estamos

en malas relaciones y hace años que no cruzamos una palabra». Quizá para nosotros sería

más fácil si estos soñantes no corroboraran ni desmintieran las tendencias que se les imputan;

podríamos decir que son justamente cosas que ellos no saben de sí mismos. Pero en definitiva

tiene que dejarnos perplejos que sientan dentro de sí exactamente lo contrario del deseo que se

les apuntó, y puedan demostrar por su conducta en la vida el predominio de eso contrario. ¿No

sería ya tiempo de arrojar a un lado todo el trabajo de la interpretación de sueños como algo que

es llevado ad absurdum por sus resultados?

No; todavía no. También este argumento más fuerte sucumbe si lo abordamos críticamente.

Suponiendo que dentro de la vida anímica existan tendencias inconcientes, carece de fuerza

probatoria demostrar que en la vida conciente gobiernan sus opuestas. Quizá dentro de la vida

del alma hay lugar también para tendencias opuestas, para contradicciones que subsisten unas

al lado de las otras; y aun posiblemente el predominio de una de las mociones sea condición

para que su opuesta permanezca inconciente. No obstante, de las objeciones planteadas en

primer término, quedan en pie estas: los resultados de la interpretación del sueño no son

simples, y son desagradables. A lo primero cabe replicar que ustedes, con todo ese fanatismo

por lo simple, no podrían solucionar ni uno solo de los problemas del sueño; tienen que avenirse

entonces a suponer condiciones más complejas. Y a lo segundo, que evidentemente no tienen

derecho a usar el agrado o la repugnancia que puedan sentir como motivo para formular un

juicio científico. ¿Conque los resultados de la interpretación del sueño les parecen

desagradables, y aun humillantes y asquerosos? «Ça n’empêche pas d’exister(121)», oí decir

en un caso parecido, siendo yo un joven médico, a mi maestro Charcot. Hay que ser humilde y

dejar de lado buenamente las propias simpatías y antipatías cuando se pretende averiguar lo

que en este mundo es real. Si un físico pudiera demostrarles que la vida orgánica de este

planeta tiene que sufrir a corto plazo una parálisis total, ¿se atreverían ustedes a oponerle: «Eso

no puede ser; esa perspectiva es demasiado desagradable»? Yo creo que ustedes callarán

hasta que venga otro físico y le demuestre al primero que cometió una falla en sus premisas o

en sus cálculos. Si ustedes arrojan de sí lo que les resulta desagradable, más bien repiten el

mecanismo de la formación del sueño, en vez de comprenderlo y vencerlo.

Ahora ustedes acaso prometan prescindir del carácter chocante de los deseos oníricos

censurados, y se retiren a este otro argumento: de todos modos es improbable que deba

concederse al mal un espacio tan grande en la constitución del hombre. Pero, ¿las propias

experiencias de ustedes los autorizan a decir eso? No quiero hablar del modo en que les

gustaría verse a sí mismos, pero, ¿han hallado tanta benevolencia entre sus jefes y

competidores, una conducta tan caballeresca en sus enemigos y tan poca envidia en quienes

los rodean, que deban sentirse comprometidos a salir de fiadores de que no hay en la

naturaleza humana una parte de maldad egoísta? ¿No saben bien, acaso, cuán desenfrenados

y turbulentos son, en promedio, los hombres en todos los asuntos de la vida sexual? ¿O ignoran

que todos esos atentados y trasgresiones con que soñamos por las noches son cometidos

realmente todos los días por hombres despiertos, como crímenes? ¿Qué hace aquí el

psicoanálisis sino corroborar el viejo dicho de Platón, que los buenos son los que se conforman

con soñar aquello que los otros, los malos, hacen realmente? (Ver nota(122)).

Y ahora aparten la mirada de lo individual y contemplen la gran guerra que sigue asolando a

Europa, piensen en la brutalidad, la crueldad y la mendacidad de que es pasto el mundo

civilizado. ¿Creen realmente que un puñado de ambiciosos y farsantes inmorales habrían

logrado desencadenar todos esos malos espíritus si los millones de seguidores no fueran sus

cómplices? ¿Osan en estas circunstancias romper lanzas para sustentar la ausencia de

maldad en la constitución anímica del hombre? (Ver nota(123)).

Me reprocharán que yo juzgo unilateralmente la guerra; ella ha sacado a la luz también lo más

hermoso y lo más noble del hombre, su espíritu heroico, su autosacrificio, su sentimiento social.

Sin duda; pero no incurran también ustedes en !la injusticia que tan a menudo se comete contra

el psicoanálisis cuando se le reprocha descreer de lo uno porque asevera lo otro. No es nuestro

propósito poner en entredicho las aspiraciones nobles de la naturaleza humana, ni hemos

hecho nada para despreciar su valor. Al contrarío; no sólo les muestro los deseos oníricos malos, censurados, sino también la censura que los sofoca y los hace irreconocibles. Nos

detenemos con mayor insistencia en la maldad del hombre sólo porque los otros pretenden

desmentirla, con lo cual la vida anímica del hombre no se vuelve mejor, sino incomprensible.

Por lo tanto, si abandonamos la valoración ética unilateral, podremos hallar sin duda la fórmula

más correcta en cuanto a la proporción del mal y el bien en la naturaleza humana.

Así pues, eso queda en pie. No nos hace falta renunciar a los resultados de nuestro trabajo en la

interpretación del sueño, aunque no podamos menos que hallarlos sorprendentes. Quizá más

adelante, por otros caminos, nos aproximemos a su comprensión. Provisionalmente

establezcamos: La desfiguración onírica es una consecuencia de la censura ejercida por

tendencias admitidas del yo en contra de mociones de deseo cualesquiera, chocantes, que se

agitan en nosotros por las noches, mientras dormimos. En cuanto a por qué precisamente por

las noches, y a la proveniencia de estos deseos reprobables, mucho queda ahí todavía por

preguntar y por investigar.

Pero haríamos mal si omitiéramos destacar ahora debidamente otro resultado de estas

indagaciones. Los deseos oníricos que quieren perturbarnos mientras dormimos nos son

desconocidos, únicamente por la interpretación del sueño nos enteramos de ellos; es preciso

definirlos, por tanto, como inconcientes por el momento, en el sentido ya dicho. Pero tenemos

que decirnos que son inconcientes más que por el momento. El soñante desmiente su realidad,

según lo hemos experimentado tantas veces, después de haber llegado a conocerlos por la

interpretación del sueño. Así se repite el caso con que tropezamos por primera vez, en la

interpretación del trastrabarse «eructar», cuando el que hizo el discurso del brindis aseguraba,

indignado, que ni entonces ni antes de entonces había tenido conciencia de un conato

irreverente hacia su jefe. Ya en esa ocasión habíamos puesto en duda el valor de un

aseguramiento así, y lo habíamos sustituido por el supuesto de que el orador permanentemente

no sabe nada de esta moción presente en él. Lo mismo se repite ahora a raíz de la

interpretación de todo sueño fuertemente desfigurado, y cobra entonces importancia para

nuestra concepción. Ahora estamos preparados para suponer que en la vida anímica existen

procesos, tendencias, de los que uno no sabe absolutamente nada, no sabe nada desde hace

mucho tiempo y aun quizá nunca ha sabido nada. Así lo inconciente adquiere para nosotros un

nuevo sentido; el «por el momento» o «temporariamente» se esfuma de su esencia: puede

significar permanentemente inconciente, y no sólo «latente por el momento». Desde luego,

tendremos que hablar de nuevo sobre esto.

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