Obras de S. Freud: Parte II. El sueño (1916 [1915-16]) – 10ª conferencia. El simbolismo en el sueño

1. Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17 [1915-17])

Parte II. El sueño (1916 [1915-16])

10ª conferencia. El simbolismo en el sueño

Señoras y señores: Hemos hallado que la desfiguración onírica que nos estorba la comprensión

del sueño es consecuencia de una actividad censuradora dirigida contra las mociones de deseo

inconcientes, desagradables. Pero, desde luego, no hemos aseverado que la censura sea el

único factor responsable de la desfiguración onírica, y en verdad, por el posterior estudio del

sueño, podremos descubrir que en este efecto participan otros factores. Esto equivale a decir

que ni siquiera si se eliminase la censura onírica estaríamos todavía en condiciones de

comprender los sueños, el sueño manifiesto no sería aún idéntico a los pensamientos oníricos

latentes.

A este otro factor que hace impenetrable al sueño, a esta nueva contribución a la desfiguración

onírica, la descubrimos si prestamos atención a una laguna de nuestra técnica. Ya les he

concedido que a veces al analizado no se le ocurre realmente nada sobre elementos singulares

del sueño. Es verdad que ello no sucede tan a menudo como él lo asevera; en muchos casos la

ocurrencia puede arrancarse perseverando. No obstante, restan casos en que la asociación

fracasa o, si se la arranca, no brinda lo que esperábamos de ella. Si esto sucede durante un

tratamiento psicoanalítico, posee un significado particular que no nos interesa aquí (ver

nota(125)). Pero también se presenta en la interpretación de sueños con personas normales o

en la interpretación de sueños propios. Si uno se convence de que en tales casos de nada vale

presionar, termina por descubrir que esa contingencia no deseada se presenta a raíz de

determinados elementos oníricos, y empieza a reconocer una nueva legalidad allí donde al

comienzo se creía experimentar sólo un excepcional fracaso de la técnica.

De tal manera, uno tiene la tentación de interpretar por sí mismo esos elementos oníricos

«mudos», de emprender por sus propios medios una traducción de ellos. Y se le impone con

evidencia que toda vez que arriesga esa sustitución obtiene un sentido satisfactorio, mientras

que el sueño permanece falto de sentido y su trama interrumpida hasta que uno no se resuelve

a esa intervención. La acumulación de muchos casos enteramente parecidos se encarga

después de proporcionar la certeza requerida a nuestro experimento, al comienzo tímido.

Expongo todo esto de una manera un poquito esquemática, pero con fines de instrucción eso

está permitido, y además, no falseo sino que meramente simplifico.

De este modo se obtienen para una serie de elementos oníricos traducciones constantes, y por

ende completamente similares a las que hallamos para todas las cosas soñadas en nuestros

libros populares sobre los sueños. No olviden que en nuestra técnica de la asociación nunca

aparecen sustituciones constantes de los elementos oníricos.

Enseguida dirán ustedes que esta vía de interpretación les parece aún más incierta

cuestionable que la anterior, que hacía uso de las libres ocurrencias. Pero hay algo más. En

efecto, cuando por la experiencia se ha reunido un número suficiente de esas sustituciones

constantes, uno llega a decirse que su propio conocimiento le habría permitido obtener de

hecho estos fragmentos de la interpretación del sueño; realmente podían comprenderse sin las

ocurrencias del soñante. ¿De dónde conoceríamos su significado? Lo averiguaremos en la

segunda mitad de nuestra elucidación.

Llamamos simbólica a una relación constante de esa índole entre un elemento onírico y su

traducción, y al elemento onírico mismo, un símbolo del pensamiento onírico inconciente.

Recuerdan ustedes que antes, a raíz de la indagación de las relaciones entre elementos

oníricos y lo genuino de ellos, yo distinguí tres de tales relaciones: la de la parte al todo, la de la

alusión y la de la ilustración en imágenes. En ese momento les anuncié una cuarta, pero no la

nombré. Esa cuarta es la que aquí introduzco, la simbólica. Con ella se ligan discusiones muy

interesantes, que consideraremos antes de exponer nuestras observaciones especiales sobre

el simbolismo. El simbolismo es quizás el capítulo más asombroso de la doctrina del sueño.

Ante todo: En la medida en que los símbolos son traducciones fijas, realizan en cierto grado el

ideal tanto antiguo cuanto popular de la interpretación del sueño, del cual nos habíamos alejado

mucho por nuestra técnica. En ciertas circunstancias nos permiten interpretar un sueño sin

indagar al soñante, quien, por lo demás, nada sabe decir sobre el símbolo. Si uno conoce los

símbolos oníricos usuales y, además, la persona del soñante, las circunstancias en que vive y

las impresiones tras las cuales sobrevino el sueño, a menudo está habilitado para interpretar sin

más un sueño, para traducirlo, digamos, de primera intención. Un virtuosismo así lisonjea al

intérprete del sueño e impresiona al soñante; contrasta agradablemente con el laborioso trabajo

de indagación del soñante. Pero no se dejen ustedes seducir por eso. No es nuestra tarea crear

virtuosismos. La interpretación basada en el conocimiento de los símbolos no es una técnica

que pueda sustituir a la asociativa o medirse con ella. Es su complemento, y únicamente

insertada dentro de ella brinda resultados utilizables. Y por lo que atañe al conocimiento de la

situación psíquica del soñante, tengan en cuenta que no sólo se les ofrecerán para interpretar

sueños de personas bien conocidas; que por lo general no conocerán los acontecimientos

diurnos excitadores del sueño, y que las ocurrencias del analizado les aportarán precisamente

el conocimiento de aquello que se llama situación psíquica.

Por otra parte, es desde todo punto de vista asombroso, aun considerando unos nexos que

después mencionaremos, que también se hayan expresado las resistencias más enconadas

contra la existencia de la referencia simbólica entre sueño e inconciente. Aun personas

juiciosas y de prestigio, que habían acompañado al psicoanálisis durante un buen trecho de su

camino, se han negado a seguirlo aquí. Ahora bien, esta conducta es tanto más asombrosa

cuanto que, en primer lugar, el simbolismo no pertenece con exclusividad al sueño ni es

característico de él y, en segundo lugar, el simbolismo dentro del sueño ni siquiera fue

descubierto por el psicoanálisis, aunque en otros terrenos este no ha sido pobre en

descubrimientos sorprendentes. Como descubridor del simbolismo en el sueño ha de

mencionarse, si es que a toda costa se quiere asignarle un comienzo en los tiempos modernos,

al filósofo K. A. Scherner (1861). El psicoanálisis ha corroborado el descubrimiento de

Scherner, modificándolo de una manera a todas luces radical.

Ahora querrán ustedes oír algo sobre la esencia del simbolismo onírico, y ejemplos de él. De

buena gana les comunicaré lo que sé, pero les confieso que nuestro conocimiento no llega a

tanto como nos gustaría.

La esencia de la referencia simbólica es una comparación, pero no una cualquiera. Uno

sospecha que esta comparación está sujeta a un condicionamiento particular, pero no puede

decir en qué consiste. No todo lo que podemos comparar con un objeto o con un proceso

emerge también en el sueño en calidad de símbolo de estos. Por otra parte, el sueño tampoco

lo simboliza todo, sin importar qué, sino sólo determinados elementos de los pensamientos

oníricos latentes. Por tanto, hay aquí restricciones en ambas direcciones. Debe admitirse

también que el concepto de símbolo no está por ahora deslindado con nitidez, se confunde con

la sustitución, la figuración, etc., y aun se aproxima a la alusión. En una serie de símbolos, la

comparación subyacente es bien notoria. junto a ellos hay otros símbolos respecto de los

cuales tenemos que preguntarnos dónde, pues, ha de buscarse lo común, el tertium

comparation is de esta comparación presunta. Quizá lo descubramos después mediante una

reflexión más detenida, o quizá se nos oculte realmente. Además, si el símbolo es una

comparación, es extraño que esta última no se deje despejar por medio de la asociación, y que,

no conociéndola, el soñante se sirva de ella sin saberlo. Y aún más: que el soñante no tenga

ninguna gana de reconocer esta comparación una vez que le ha sido presentada. Ven ustedes,

entonces, que una referencia simbólica es una comparación de tipo muy particular, cuyo

fundamento no hemos aprehendido todavía claramente. Tal vez más adelante podamos hallar

referencias a e so desconocido.

La gama de cosas que encuentran figuración simbólica en el sueño no es grande: el cuerpo

humano como un todo, los padres, hijos, hermanos, el nacimiento, la muerte, la desnudez … y

algunas otras. La única figuración típica, o sea, regular, de la persona humana como un todo es

la de la casa, según lo ha reconocido Scherner, quien hasta querría conferirle a este símbolo

una importancia sobresaliente, que no le corresponde. En sueños sucede que uno, ora

placenteramente, ora con angustia, se descuelga por fachadas de casas. Las que tienen

paredes enteramente lisas son hombres; las provistas de salientes y balcones en los que uno

puede sostenerse son mujeres. Los padres aparecen en el sueño como emperador y

emperatriz, rey y reina [loc. cít.], o como otras personas encumbradas; el sueño es aquí, pues,

muy piadoso. De manera menos tierna procede hacia hijos y hermanos; estos son

simbolizados como animales pequeños, sabandijas. Casi por regla general, el nacimiento

encuentra figuración mediante una relación con el agua; o bien uno se precipita en el agua o

sale de esta, rescata a una persona del agua o es rescatado por ella, esto es, tiene con ella una

relación como la de la madre y el hijo. El morir es sustituido en el sueño por el partir, el viajar en

ferrocarril, y el estar muerto, por diversas alusiones oscuras y, por así decir, vacilantes; la

desnudez, mediante vestidos y uniformes. Como ven ustedes, aquí se borran las fronteras

entre figuración simbólica y figuración alusiva.

Por comparación con la pobreza de esta enumeración, tiene que resaltar llamativo que objetos y

contenidos de otro círculo sean figurados mediante un simbolismo extraordinariamente rico. Es

el círculo de la vida sexual, de los genitales, de los procesos sexuales, del comercio sexual. La

inmensa mayoría de los símbolos del sueño son símbolos sexuales. Esto pone de resalto una

asombrosa desproporción. Los contenidos designados son sólo unos pocos, los símbolos para

ellos inconmensurablemente muchos, de suerte que cada una de estas cosas puede ser

expresada por numerosos símbolos, de valor casi idéntico. El resultado, cuando se los interpreta, excita universal repugnancia. Las interpretaciones de símbolos son, a diferencia de la

multiplicidad de las figuraciones oníricas, harto monótonas. Provocan desagrado en todas las

personas que toman conocimiento de ellas; peto, ¿qué hacer en contra de eso?

Como es la primera vez que en esta conferencia se habla de contenidos de la vida sexual, les

debo una explicación sobre la manera en que pienso tratar este tema. El psicoanálisis no halla

motivo alguno para ocultamientos y alusiones; no juzga necesario avergonzarse por ocuparse

de este importante tema; opina que es correcto y decoroso llamar a todo por su nombre

verdadero y espera que ese ha de ser el mejor modo de alejar segundos pensamientos

perturbadores. Y la circunstancia de hablar frente a un público mixto, formado por personas de

ambos sexos, en nada puede modificar esto. Así como no hay ninguna ciencia ín usum delphini ,

tampoco la hay para colegialas, y las damas que veo entre ustedes, al presentarse en esta sala

de conferencias, han dado a entender que quieren ser tratadas en un pie de igualdad con los

hombres.

Para los genitales masculinos, entonces, el sueño cuenta con un número de figuraciones que

han de llamarse simbólicas, en que lo común de la comparación es las más de las veces muy

claro. Primero, para los genitales masculinos en total tiene significación simbólica el número

sagrado 3. Su componente más llamativo, e interesante para ambos sexos, el miembro

masculino, halla sustituto simbólico en primer lugar mediante cosas que se le parecen en la

forma, y por tanto son alargadas y enhiestas, como bastones, paraguas, varas, árboles, etc.

Además, mediante objetos que tienen en común con lo designado la propiedad de

penetrar-en-el-cuerpo y de herir: armas aguzadas de cualquier clase, cuchillos, dagas, lanzas,

sables; pero también mediante armas de fuego: fusiles, pistolas, y el revólver, tan idóneo para

ello por su forma. En los sueños de angustia de las muchachas, la persecución por un hombre

con un cuchillo o un arma de fuego desempeña un gran papel. Es quizás este el caso más

frecuente del simbolismo onírico, que ahora ustedes pueden traducir con facilidad.

Comprensible sin irás es también la sustitución del miembro masculino por objetos de los que

fluye agua: grifos, regaderas, surtidores, y por otros objetos que son susceptibles de alargarse,

como lámparas colgantes, portaminas extensibles, etc. Que portaminas, estilográficas, limas

de uñas, martillos y otros instrumentos sean indudables símbolos sexuales masculinos se

relaciona con una concepción del órgano no demasiado remota.

La asombrosa propiedad del miembro de poder enderezarse en contra de la fuerza de la

gravedad, uno de los fenómenos parciales de la erección, lleva a su figuración simbólica

mediante aeróstatos, máquinas voladoras, y, según un dato recentísimo, por el dirigible

Zeppelin. Pero el sueño conoce todavía otro modo, más expresivo, de simbolizar la erección.

Convierte al miembro sexual en lo esencial de la persona toda, y hace volar a esta última. No se

apenen ustedes por el hecho de que los sueños de vuelo, a menudo tan hermosos, que todos

conocemos, tengan que ser interpretados como sueños de excitación sexual general, como

sueños de erección. Entre los investigadores del psicoanálisis, P. Federn [1914] ha certificado

esta interpretación fuera de toda duda; pero también el tan alabado por su sobriedad Mourly Vold

[1910-12], que realizó aquellos experimentos con posiciones artificiales de brazos y piernas a

los que ya aludí, y que estaba realmente bien lejos del psicoanálisis y quizá nada sabía de él, ha

llegado por sus investigaciones a una conclusión idéntica. Y no esgriman ustedes como

objeción el hecho de que también las mujeres pueden tener estos mismos sueños de vuelo.

Mejor acuérdense de que nuestros sueños quieren ser cumplimientos de deseo, y que el deseo

de ser un hombre se encuentra en la mujer con harta frecuencia, conciente o inconcientemente.

Y que la mujer puede realizar este deseo mediante las mismas sensaciones que el hombre, he

ahí algo que no desconcertará a nadie que conozca anatomía. La mujer posee en sus genitales

también un pequeño miembro semejante al masculino, y este pequeño miembro, el clítoris,

desempeña aun en la infancia y en la edad previa al comercio sexual el mismo papel que el

miembro grande del hombre (ver nota(126)).

Entre los símbolos sexuales masculinos menos comprensibles se cuentan ciertos reptiles y

peces, sobre todo el famoso símbolo de la serpiente. ¿Por qué el sombrero y el manto han

hallado el mismo empleo? Sin duda no es fácil colegirlo, pero su significado simbólico es desde

todo punto de vista indubitable. Por último, cabe preguntarse todavía si la sustitución del

miembro masculino por otro miembro, el pie o la mano, puede caracterizarse como simbólica.

Creo que nos vemos precisados a hacerlo por el contexto y por sus contrapartidas femeninas.

Los genitales femeninos son figurados simbólicamente por medio de todos aquellos objetos que

comparten su propiedad de incluir un espacio cóncavo que puede recoger algo dentro de él. Así,

por pozos, cuevas y cavidades, por vasijas y frascos, por cajas, tabaqueras, baúles, cofres,

cestas, bolsos, etc. También el barco pertenece a esta serie. Muchos símbolos se relacionan

más con el vientre materno que con los genitales de la mujer, como armarios, hornos y, sobre

todo, la habitación. El simbolismo de la habitación linda aquí con el simbolismo de la casa;

puertas y portales pasan a ser, a su vez, símbolos de la abertura genital. Pero también ciertos

materiales son símbolos de la mujer: lo madera, el papel, y objetos hechos de estos materiales,

como la mesay el libro. Entre los animales, por lo menos el caracol y los moluscos valvados

han de mencionarse como indubitables símbolos femeninos; entre las partes del cuerpo, la

boca como subrogación de la abertura genital y, entre los edificios, las iglesias y capillas. Como

vemos, no todos los símbolos se comprenden igualmente bien.

Entre los genitales tienen que contarse los pechos, que, al igual que los hemisferios mayores

del cuerpo femenino, encuentran su figuración en manzanas, melocotones y frutos en general.

Al vello pubiano de ambos sexos, el sueño lo describe como bosque y matorral. La complicada

topografía de las partes sexuales femeninas explica que con harta frecuencia se las figure como

paisaje con roca, bosque y agua, mientras que el imponente mecanismo del aparato sexual

masculino lleva a que pasen a ser símbolos de él toda clase de máquinas complejas y difíciles

de describir.

Otro símbolo de los genitales femeninos digno de mención es el alhajero(127); también en el

sueño, alhaja y tesoro son designaciones de la persona amada; los dulces, una frecuente

figuración del goce sexual. La satisfacción con los genitales propios es aludida mediante todo

tipo de juego {Spielen}, incluyendo el tocar el piano {Klavierspiel}. Refinadas figuraciones

simbólicas del onanismo son el deslizarse y el resbalar, así como el arrancar una rama. Un

símbolo onírico particularmente notable es la caída de un diente o la extracción de un diente.

Significa primordialmente, a no dudarlo, la castración como castigo por el onanismo [loc. cit.].

Figuraciones particulares del comercio sexual se encuentran en el sueño en menor número de

lo que pudiera esperarse por lo comunicado hasta aquí. Deben mencionarse actividades

rítmicas como danzar, cabalgar y trepar, y también vivencias violentas como el ser aplastado.

Además, ciertas actividades artesanales y, desde luego, la amenaza con armas.

No crean ustedes que el uso y la traducción de estos símbolos son sumamente simples. Se

presentan en ellos toda clase de cosas que contradicen nuestra expectativa. Por ejemplo,

apenas parece creíble, pero en estas figuraciones simbólicas las diferencias entre los sexos a

menudo no se mantienen bien deslindadas. Muchos símbolos significan un genital en general,

sin que importe que sea masculino o femenino, por ejemplo, un niño pequeño, hijo pequeño o

hija pequeña(128). Otras veces, un símbolo predominantemente masculino puede usarse para

un genital femenino, o a la inversa. Esto no se comprende si antes no se obtiene un mejor

entendimiento sobre el desarrollo de las representaciones sexuales en los seres humanos. En

muchos casos esta ambigüedad de los símbolos puede ser sólo aparente; los símbolos más

patentes, como armas, bolsos, cestas, están por cierto excluidos de este uso bisexual.

Ahora no quiero partir de lo figurado, sino del símbolo. Daré un panorama de los ámbitos de

donde se toman la mayoría de las veces los símbolos sexuales, y agregaré algunaacotación

con particular referencia a los símbolos en los que no se advierte el elemento común que les

sirvió de base. Un símbolo oscuro de esa índole es el sombrero, y quizás en general todo lo que

cubra la cabeza; habitualmente tiene significado masculino, pero también es susceptible del

femenino (ver nota(129)). De igual modo, el manto significa un hombre, quizá no siempre con

referencia genital. Dejo librado a ustedes el inquirir por qué (ver nota(130)). La corbata que

pende, y que la mujer no lleva, es un símbolo nítidamente masculino. Ropa interior y ropa

blanca, en general, son femeninos; vestidos, uniformes, son, como ya vimos, sustitutos de

desnudez, formas del cuerpo; zapatos, pantuflas, son genitales femeninos; mesa y madera ya

se mencionaron como símbolos enigmáticos, pero ciertamente femeninos. Las escalas de

cuerda, las escaleras de mano o las escaleras interiores de las casas, así como el subir por

ellas, son símbolos seguros del comercio sexual. Ante una reflexión más detenida, el carácter

rítmico de esta subida nos saltará a la vista como el término común; quizá también el aumento

de la excitación, el jadeo a medida que se trepa.

Al paisaje aludimos ya como figuración de los genitales femeninos. Monte y roca son símbolos

del miembro masculino; el jardín, un símbolo habitual de los genitales femeninos. El fruto no

hace las veces del hijo, sino de los pechos. Animales salvajes signif ican personas

sensualmente excitadas, y además, pulsiones malas, pasiones. Florescencia y flores designan

los genitales de la mujer o, en especial, la virginidad. No olviden ustedes que las flores son

realmente los genitales de las plantas (ver nota(131)).

A la habitación ya la conocemos como símbolo. La figuración puede proseguirse aquí, cobrando

las ventanas y las entradas y salidas de la habitación el significado de las aberturas del cuerpo.

También el estar abierta o cerrada la habitación condice con este simbolismo, y la llave, que la

abre, es un seguro símbolo masculino.

Sería ese, pues, un material para el simbolismo onírico. No está completo y se lo podría

aumentar tanto en profundidad cuanto en extensión. Pero creo que habrá de parecerles más

que suficiente, y quizá se hayan exasperado ustedes. Preguntarán: «¿Vivo yo acaso, realmente,

en medio de símbolos sexuales? ¿Son todos los objetos que me rodean, todos los vestidos que

me pongo, todas las cosas que tomo en la mano, siempre y repetidamente símbolos sexuales y

ninguna otra cosa?». Hay en verdad sobrada ocasión para asombrados interrogantes, y el

primero de ellos diría: ¿Cómo habríamos de conocer con propiedad el significado de estos

símbolos oníricos para los cuales el soñante mismo no nos da información o nos la da sólo

insuficientemente?

Yo respondo: partiendo de fuentes muy diversas, de los cuentos tradicionales y mitos, de los

chascarrillos y chistes, del folklore (vale decir: el saber sobre las costumbres, usos, refranes y

canciones de los pueblos), del lenguaje poético y del lenguaje usual. Este mismo simbolismo se

presenta por doquier, y en muchos de estos lugares lo comprendemos sin más instrucción. Si

estudiamos con detalle estas fuentes, encontraremos tantos paralelos con el simbolismo

onírico que nos veremos llevados a dar por ciertas nuestras interpretaciones.

El cuerpo humano, dijimos, encuentra a menudo en el sueño, según Scherner, una figuración

por el símbolo de la casa. Continuando esta figuración, vienen después las ventanas, puertas y

portales, los ingresos en las cavidades del cuerpo; las fachadas lisas o provistas con balcones

y saledizos para sostenerse. Ahora bien, este simbolismo se encuentra en nuestro lenguaje

usual, cuando saludamos familiarmente a un viejo conocido como «altes Hous» (casa vieja),

cuando hablamos de darle a uno «eins aufs Dachl» {una reprimenda; literalmente, «una sobre el

tejado»}, o aseveramos de otro que «anda mal de la azotea». En la anatomía, las aberturas del

cuerpo se llaman directamente Leibesplorten {portales del cuerpo}.

Que encontremos en el sueño a los padres como pareja de emperadores y reyes es a primera

vista sorprendente, pero esto tiene su paralelo en los cuentos. ¿No empezamos a sospechar

que los muchos cuentos que empiezan «Había una vez un rey y una reina» no quieren decir

sino «Había una vez un padre y una madre»? En familia llamamos a los niños, en broma,

príncipes, pero al mayor, príncipe heredero. El rey mismo se llama padre del país {Landesvater}.

A los niños pequeños los llamamos bromeando gusanos {Würmer} y decimos,

compasivamente: «Pobre gusano» {das arme Wurm}.

Volvamos al simbolismo de la casa. Cuando en el sueño aprovechamos para sostenernos los

saledizos de las casas, ¿no trae esto a la memoria el conocido dicho popular sobre un busto

muy desarrollado: «Ella tiene de dónde sostenerse»? En un caso así, el pueblo se expresa

todavía de otro modo; dice: «Ella tiene mucha madera en el frente de la casa», como si quisiera

venir en auxilio de nuestra interpretación de que la madera es un símbolo femenino, materno.

Algo más sobre la madera. No comprendemos cómo este material ha llegado a ser subrogación

de lo materno, de lo femenino. Quizá nos ayude la filología comparada. Nuestra palabra

alemana «HoIz» {madera} parece venir del mismo origen que la griega que significa material,

materia prima. Estaríamos frente al caso, no raro, de un nombre genérico para «material» que

en definitiva quedó reservado para un material particular. Ahora bien, hay en el océano una isla

que lleva el nombre de Madeira. Es el que le dieron los portugueses cuando el descubrimiento,

porque en esa época estaba toda cubierta por bosques. En efecto, madeira significa, en la

lengua de los portugueses, madera. Pero ustedes saben que madeira no es otra cosa que la

palabra latina, poco alterada, materia, que a su vez significa material en general. Ahora bien,

materia deriva de mater, madre. El material en que algo consiste es, por así decir, su parte

materna. En el uso simbólico de madera por mujer, madre, sobrevive, por tanto, esta antigua

concepción.

El nacimiento es expresado en el sueño, por lo general, mediante una relación con el agua; uno

se zambulle en el agua o sale de ella, vale decir, pare o es parido. Ahora bien, no olvidemos que este símbolo puede apelar por partida doble a una verdad de la historia evolutiva. No sólo todos

los mamíferos terrícolas, incluidos los predecesores del hombre, han surgido de animales

acuáticos -este sería el hecho más remoto-; también cada mamífero singular, cada hombre, ha

pasado la primera fase de su existencia en el agua, a saber, ha vivido como embrión dentro del

vientre de su madre en el líquido amniótico, y con el nacimiento ha salido del agua. No pretendo

aseverar que el soñante lo sepa; al contrario, sostengo que no le hace falta saberlo. Es probable

que sepa otra cosa distinta, la que le dijeron en su infancia; también con relación a esto

aseveraré que ese saber nada le aportó para la formación del símbolo. Los encargados de su

crianza le dijeron que es la cigüeña la que trae los niños, pero, ¿de dónde los toma? Del

estanque, de la fuente, y entonces de nuevo del agua. Uno de mis pacientes, en ese tiempo un

pequeño condesito, tras recibir esa información desapareció toda una tarde. Por último se lo

halló al borde del estanque del castillo, su carita inclinada sobre el espejo de agua y espiando

con ahínco para ver si podía divisar a los niñitos en el fondo.

En los mitos del nacimiento del héroe, que Otto Rank [19091 ha sometido a una investigación

comparativa -el más antiguo es el del rey Sargon de Agade, alrededor de 2800 a. C.-, la

exposición en el agua y el rescate del agua desempeñan un sobresaliente papel. Rank los ha

reconocido como figuraciones del nacimiento, análogas a las usuales en el sueño. Si alguien en

el sueño rescata a una persona del agua, es que se convierte en su madre o, lisa y llanamente,

en madre; en el mito, una persona que salva a un niño del agua se confiesa como la verdadera

madre del niño. Hay un conocido chiste en que le preguntan a un inteligente muchacho judío:

«¿Quién fue la madre de Moisés?», y él responde sin vacilar: «La princesa». «Pero no -se le

recuerda-, ella solamente lo sacó del agua». «Eso dice ella», replica el muchacho, y así

demuestra haber hallado la interpretación correcta del mito (ver nota(132)).

El partir significa en el sueño morir. Es también usual en la crianza de los niños, cuando

preguntan por el paradero de un muerto a quien echan de menos, decirles que se fue de viaje.

De nuevo me opondría yo a la creencia de que el símbolo onírico proviene de este subterfugio a

que se recurre con el niño. El dramaturgo(133) se sirve de esta misma relación simbólica

cuando habla del más allá como de una tierra no descubierta, una comarca de la cual ningún

viajero regresa. También en la vida cotidiana es totalmente habitual que hablemos del último

viaje. Todo el que conozca los ritos antiguos sabe cuán en serio, por ejemplo en las creencias

del antiguo Egipto, se tornaba la idea de un viaje al país de la muerte. Se han conservado hasta

nuestros días muchos ejemplares del Libro de los muertos, que, como un Baedeker(134), se le

proporcionaba a la momia para ese viaje. Desde que los enterramientos se separaron de las

viviendas, el último viaje del difunto se convirtió en realidad.

El simbolismo genital es menos atribuible todavía al sueño solo. Todos ustedes habrán sido

alguna vez tan descorteses como para denominar a una mujer «caja vieja» {alte Schachtell,

quizá sin saber que se valían de un símbolo genital. El Nuevo Testamento dice: La mujer es una

vasija frágil. Las Sagradas Escrituras de los judíos, en su estilo tan próximo al poético, rebosan

de expresiones de simbolismo sexual que no siempre se han comprendido rectamente y cuya

exégesis, por ejemplo en el Cantar de los Cantares(135),ha llevado a numerosos

malentendidos. En la literatura hebraica posterior, la figuración de la mujer como casa, donde

las puertas subrogan a la abertura genital, está muy difundida. Por ejemplo, si halla que su

mujer no es virgen, el hombre se queja de que ha encontrado la puerta abierta. También el

símbolo mesa para mujer es conocido en esta literatura. La mujer dice de su marido: «Yo le

tendí la mesa, pero él la revolvió». Niños tullidos nacerían cuando el hombre revuelve la mesa.

Tomo estos documentos de un ensayo de L. Levy, de Brno [1914 ].

Que también los barcos del sueño significan mujeres nos lo hacen creíble los expertos en

etimologías, quienes aseveran que barco {Schiff} fue en su origen el nombre de una vasija de

arcilla, y es la misma palabra que Schalf {palabra dialectal que significa tina}. Que el horno

indica la mujer y su vientre nos lo corrobora la saga griega de Periandro de Corinto y su mujer

Melisa. Según relata Herodoto, el tirano idolatraba a su esposa, pero la había matado por celos;

cuando conjuró a su sombra para que le diese algún indicio de ella, la muerta se identificó

diciéndole que él, Periandro, había introducido su pan en un horno frío, dándole así a entender

encubiertamente un hecho que de ninguna otra persona podía ser conocido. En la publicación

periódica Anthropophyteia, dirigida por F. S. Krauss, fuente insustituible para todo lo que atañe a

la vida sexual de los pueblos (ver nota(136)), leemos que en cierta comarca de Alemania se

dice, de una mujer que ha parido: «El horno se le partió». La preparación del fuego y todo lo

relativo a este están penetrados hasta el tuétano por un simbolismo sexual. Siempre la llama es

un genital masculino, y el lugar donde se enciende el fuego, el fogón, un vientre femenino.

Si les ha resultado asombrosa la frecuencia con que los paisajes se usan en el sueño para

figurar los genitales femeninos, dejen ustedes que los mitólogos les enseñen el papel que la

Madre Tierra ha desempeñado en las concepciones y cultos de la Antigüedad y el modo en que

la concepción de la agricultura estuvo determinada por ese simbolismo. Que Zimmer

{habitación} representa en el sueño Fratienzimmer {mujer}, se inclinarán ustedes a inferirlo de

nuestro uso lingüístico, que remplaza Frau {mujer} por Frauenzimmer(137), vale decir, hace que

la persona humana esté subrogada por el espacio destinado a ella. De manera parecida

hablamos de la «Sublime Puerta(138)» y con ello entendemos al Sultán y a su gobierno;

también el título del señor del antiguo Egipto, faraón, no significaba otra cosa que «gran recinto».

(En el antiguo Oriente, los recintos entre las puertas dobles de la ciudad eran lugares de

reunión, como en el mundo clásico lo fueron las plazas del mercado.) No obstante, opino que

esta derivación es demasiado superficial. juzgo más verosímil que la habitación se haya

convertido en símbolo de la mujer en cuanto es el espacio que circunda a los seres humanos. A

la casa la conocemos ya en ese significado; por la mitología y por el estilo poético nos es lícito

agregar ciudad, ciudadela, castillo, fortaleza, como otros tantos símbolos para la mujer, Fácil

sería resolver este problema recurriendo a sueños de personas que no hablan alemán ni lo

entienden. En los últimos años he tratado sobre todo a pacientes que hablan lenguas

extranjeras, y creo recordar que en sus sueños la habitación significaba también mujer, aunque

en sus idiomas no disponían de ningún uso análogo. Hay otros indicios de que la referencia

simbólica puede rebasar los límites idiomáticos, cosa que por lo demás ya aseveró Schubert

[1814], el viejo investigador de los sueños. Empero, ninguno de mis soñantes ignoraba por

completo el alemán, de suerte que tengo que dejar ese discernimiento a aquellos psicoanalistas

que en otros países puedan recoger experiencias en personas monolingües.

Entre las figuraciones simbólicas de los genitales masculinos, difícilmente haya una que no

aparezca repetidamente en el uso lingüístico jocoso, vulgar, o en el poético, sobre todo en los

dramaturgos de la Antigüedad clásica. Pero aquí no encontramos sólo los símbolos que

emergen en el sueño, sino también otros nuevos, por ejemplo los instrumentos de diversos

quehaceres, en primer lugar el arado. Por lo demás, con la figuración simbólica de lo masculino

nos aproximamos a un ámbito muy extenso y discutido, del que nos mantendremos apartados por motivos de economía. Unicamente al símbolo del 3, que por así decir se sale de la serie,

quiero consagrarle algunas observaciones. No entraremos a considerar si esta cifra no debe

acaso su sacralidad a esa referencia simbólica. Empero, parece seguro que muchas cosas

que en la naturaleza se presentan tripartitas deben a ese significado simbólico su uso en

escudos de armas y en emblemas; por ejemplo, el trébol. También la llamada flor de lis

francesa, y los curiosos escudos de armas de dos islas tan apartadas entre sí como lo están

Sicilia y la Isla de Man, el trisquelión (tres piernas semiflexionadas que arrancan de un centro),

no parecen sino estilizaciones de un genital masculino. Efigies del miembro masculino eran

consideradas en la Antigüedad como los más potentes medios de defensa (Apotropaea) contra

los malos influjos, y en relación con ello está el hecho de que todos los amuletos de la suerte

empleados en nuestros días se reconocen fácilmente como símbolos genitales o sexuales.

Consideremos una colección de ellos, por ejemplo, la que se lleva en la forma de pequeños

dijes de plata: un trébol de cuatro hojas, un chancho, un hongo, una herradura, una escalera, un

deshollinador de chimeneas. El trébol de cuatro hojas está en lugar del trébol de tres hojas, el

verdaderamente apto para símbolo; el chancho es un antiguo símbolo de la fecundidad; el hongo

es un innegable símbolo fálico -hay hongos que a su inequívoca semejanza con el miembro

masculino deben su nombre taxonómico (Phallus impudicus)-; la herradura repite el esbozo de

la abertura genital femenina, y el deshollinador, que lleva la escalera, calza en esta relación de

comunidad, porque practica una de esas maniobras con que vulgarmente es comparado el

comercio sexual (véase Anthropophyteia).

De su escalera hemos tomado noticia en el sueño como símbolo sexual; el uso lingüístico del

alemán viene aquí en nuestro auxilio, mostrándonos el modo en que la palabra «Steigen»

{montar, trepar) es usada en un sentido refinadamente sexual. Se dice: «den Frauen

nachsteigen» {«rondar a las mujeres»; literalmente, montarlas}, y «ein alter Steiger» {«un viejo

Don Juan»; literalmente, un viejo montadoril. En francés, donde «escalón» se dice marche,

hallamos de manera enteramente análoga esta expresión, para un viejo calavera: «un vieux

marcheur». Probablemente no sea ajeno a esta conexión el hecho de que el comercio sexual de

muchos grandes animales tiene por premisa un montar, un montársele a la hembra (ver

nota(139)).

El arrancar una rama como figuración simbólica del onanismo no sólo se corresponde con

designaciones vulgares del acto onanista (ver nota(140)) sino que tiene también extensos

paralelos mitológicos. Particularmente asombrosa, empero, es la figuración del onanismo o,

mejor, de su castigo, la castración, mediante la caída o extracción de un diente, porque en la

etnología le encontramos una homología que poquísimos soñantes han de conocer. No me

parece dudoso que la circuncisión, practicada por tantos pueblos, sea un equivalente y un

relevo de la castración. Y ahora se nos informa que en Australia ciertas tribus primitivas

ejecutan la circuncisión como rito de pubertad (en la celebración de la virilidad de los jóvenes),

mientras que otras, que moran en la vecindad, han estatuido en lugar de este acto la extracción

de un diente.

Con estos ejemplos, doy fin a mi exposición. Son sólo ejemplos; sabemos más sobre eso, y

pueden ustedes fígurarse cuánto más rica e interesante resultaría una colección así si fuera

emprendida, no por diletantes como nosotros, sino por los verdaderos especialistas en la

mitología, la antropología, la lingüística, el folklore.

Lo dicho nos impone algunas conclusiones que no pueden ser exhaustivas, pero nos darán

mucho que pensar. En primer lugar, nos enfrentamos con el hecho de que el soñante dispone

de modos de expresión simbólica que en la vigilia no conoce ni reconoce. Esto es tan

asombroso como si ustedes descubrieran que la muchacha de servicio entendía el sánscrito,

siendo que ustedes saben que nació en una aldea de Bohemia y nunca lo ha aprendido. No es

fácil dar cuenta de este hecho con nuestras concepciones psicológicas. Sólo podemos decir

que el conocimiento del simbolismo es inconciente para el soñante, pertenece a su vida mental

inconciente. Pero tampoco con este supuesto nos alcanza. Hasta aquí sólo nos habíamos visto

forzados a suponer aspiraciones inconcientes de tal índole que nada se sabe de ellas

temporaria o permanentemente. Pero ahora se trata de algo más, precisamente de

conocimientos inconcientes, de conexiones conceptuales, de comparaciones entre objetos

diversos, que llevan a que pueda remplazarse de manera constante uno por el otro. Estas

comparaciones no se establecen como algo nuevo cada vez, sino que ya están disponibles,

están listas de una vez para siempre; es lo que resulta de su concordancia en diversas

personas, concordancia esta que quizá se cumple a pesar de las diferencias de idiomas.

¿De dónde vendría el conocimiento de esas referencias simbólicas? El uso lingüístico abarca

apenas una parte de ellas. Los múltiples paralelos provenientes de otros ámbitos son casi

siempre desconocidos para el soñante; y aun nosotros debimos rebuscarlos con trabajo.

En segundo lugar, estas referencias simbólicas no son algo peculiar del soñante o del trabajo

onírico por el cual llegan a expresarse. Sabemos ya que del mismo simbolismo se sirven los

mitos y los cuentos tradicionales, el pueblo en sus proverbios y canciones, el uso lingüístico

corriente y la fantasía poética. La esfera del simbolismo es enorme, el simbolismo onírico es

sólo una pequeña parte de ella; y ni siquiera es conveniente abordar todo el problema partiendo

del sueño. Muchos de los símbolos usuales en otros ámbitos no se presentan en el sueño o lo

hacen muy raramente; muchos de los símbolos oníricos no se reencuentran en todos los otros

ámbitos, sino, como hemos visto, sólo aquí o allí. Se recibe la impresión de estar frente a un

modo de expresión antiguo, pero desaparecido, del que en diversos ámbitos se han conservado

diferentes cosas. una sólo aquí, la otra sólo ahí, y una tercera, quizás en formas levemente

alteradas, en varios de ellos. Tengo que mencionar aquí la fantasía de un interesante enfermo

mental [psicótico], quien había imaginado un «lenguaje fundamental» del cual todas estas

referencias simbólicas serían los relictos (ver nota(141)).

En tercer lugar, tiene que saltarles a la vista que, en los otros ámbitos mencionados, el

simbolismo en modo alguno es sólo un simbolismo sexual, mientras que en el sueño los

símbolos se usan casi exclusivamente para expresar objetos y referencias sexuales. Tampoco

esto se explica con facilidad. ¿Acaso símbolos de significado originariamente sexual recibieron

después otro uso? ¿Tal vez guarda relación con eso el debilitamiento de la figuración simbólica

en otros tipos de figuración? Estas preguntas, es evidente, no pueden responderse si uno no se

ha ocupado más que del simbolismo onírico. Sólo es lícito atenerse a la conjetura de que existe

un vínculo particularmente íntimo entre los verdaderos símbolos y lo sexual.

Un importante indicio nos fue dado en estos últimos años. Un investigador del lenguaje, Hans

Sperber [1912], de Upsala, que trabaja independientemente del psicoanálisis, ha sentado la

tesis de que necesidades sexuales han tenido la máxima participación en la génesis y ulterior

formación del lenguaje. Los sonidos iniciales del lenguaje servían a la comunicación y llamaban al compañero sexual: el posterior desarrollo de las raíces lingüísticas se adhirió a las

actividades de trabajo de los hombres primordiales {Urmensch}. Estos trabajos, sostiene

Sperber, se hacían en común y se acompañaban de manifestaciones lingüísticas repetidas

rítmicamente. Así se habría injertado en el trabajo un interés sexual. El hombre primordial habría

convertido su trabajo en algo agradable, por así decir, tratándolo como equivalente y sustituto de

la actividad sexual. La palabra proferida en el trabajo en común, prosigue Sperber, tuvo así dos

significados: designó tanto el acto sexual cuanto la actividad de trabajo que se le equiparaba.

Con el tiempo, la palabra se desprendió del significado sexual y se fijó a ese trabajo.

Generaciones después, sufrió la misma suerte una palabra nueva que hasta entonces poseía

significado sexual y fue aplicada a una nueva modalidad de trabajo. De tal manera se habría

formado un número de raíces lingüísticas, todas de origen sexual, pero que perdieron ese

significado. Si la tesis aquí esbozada acierta, se nos abre sin duda una posibilidad de

comprender el simbolismo onírico. Entenderíamos la razón por la cual en el sueño, que

conserva algo de estas condiciones antiquísimas, hay en número tan extraordinario símbolos

para lo sexual y, en general, armas e instrumentos hacen siempre las veces de lo masculino, y

los materiales y materias trabajadas, de lo femenino, La referencia simbólica sería el relicto de

la vieja identidad léxica; cosas que una vez se llamaron de igual modo que los genitales podrían

ahora remplazarlos en el sueño en calidad de símbolos.

Ahora bien, merced a nuestros paralelos con el simbolismo onírico pueden ustedes formarse

una idea del carácter del psicoanálisis, que lo habilita para convertirse en objeto del interés

general como ni la psicología ni la psiquiatría pudieron hacerlo. A raíz del trabajo psicoanalítico

se urden lazos con muchas otras ciencias del espíritu, cuyo estudio promete los más valiosos

frutos; tanto con la mitología como con la lingüística, con el folklore, con la psicología de los

pueblos y con la doctrina de las religiones. Así les resultará comprensible que sobre el terreno

psicoanalítico haya germinado una revista que se ha propuesto como tarea exclusiva el cultivo

de esos lazos; me refiero a Imago(142), fundada en 1912 y dirigida por Hariris Sachs y Otto

Rank. En todas estas relaciones, el psicoanálisis es ante todo la parte que da, y pocas veces la

que recibe. Obtiene, por cierto, la ventaja de que sus extraños resultados se nos hacen

familiares reencontrándolos en otros ámbitos, pero en el conjunto es el psicoanálisis el que

aporta los métodos técnicos y los puntos de vista cuya aplicación está destinada a probar su

fecundidad en esos otros ámbitos. La vida anímica del individuo humano nos proporciona, por

su indagación psicoanalítica, los esclarecimientos con los cuales podemos solucionar muchos

de los enigmas que plantea la vida de las masas de hombres o, al menos, ponerlos bajo una luz

verdadera.

Además, todavía no les he dicho las circunstancias en las cuales podemos obtener la

intelección más profunda de aquel supuesto «lenguaje fundamental», ni el ámbito en que ha

sobrevivido la mayor parte de él. Hasta que ustedes no sepan esto, no podrán apreciar la cabal

importancia del asunto. Este ámbito es el de las neurosis; su material, los síntomas y otras

exteriorizaciones de los neuróticos, para cuyo esclarecimiento y tratamiento fue creado, en

verdad, el psicoanálisis.

Ahora bien, mi cuarto punto de vista nos hace regresar al lugar de donde partimos y nos

encamina por la vía que ya se nos perfiló. Dijimos: aunque no existiera censura onírica alguna,

el sueño no nos resultaría comprensible, pues entonces nos aguardaría la tarea de traducir el

lenguaje simbólico del sueño al de nuestro pensamiento de vigilia. Por consiguiente, el

simbolismo es, junto a la censura onírica, un segundo factor de la desfiguración del sueño, y un

factor autónomo. Pero es fácil suponer que a la censura onírica le resulta cómodo servirse del

simbolismo, puesto que le procura el mismo objetivo: la ajenidad y el carácter incomprensible

del sueño.

Enseguida se verá si cuando avancemos en el estudio del sueño no hemos de toparnos con un

nuevo factor que contribuye a la desfiguración onírica. Pero no querría abandonar el tema del

simbolismo onírico sin volver a rozar el enigma de que haya podido tropezar con una resistencia

tan encarnizada en las personas cultas, cuando es tan indubitable la difusión del simbolismo en

el mito, la religión, el arte y el lenguaje. ¿No tendrá otra vez la culpa de ello su vínculo con la

sexualidad?

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