Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente (1911 [1910]).
«Psychoanalytische Bernerkurigen über einen autobiographisch beschriebenen
Fall von Paranoia (Dementia paranoides)»
Nota introductoria
Aunque las Memorias de un enfermo nervioso, de Daniel Paul Schreber, se publicaron en 1903 y fueron ampliamente discutidas en los círculos psiquiátricos, no parecen haber atraído la atención de Freud hasta el verano de 1910. Se sabe que habló de esas Memorias, y de la cuestión de la paranoia en general, durante su viaje a Sicilia con Ferenczi, en setiembre de ese año. Al regresar a Viena comenzó a escribir el trabajo, y en cartas a Abraham y Ferenczi fechadas el 16 de diciembre anunciaba que ya lo había concluido. Aparentemente, su primera publicación tuvo lugar en el verano de 1911. El «Apéndice» fue leído el 22 de setiembre de ese año en el 3º Congreso Psicoanalítico Internacional, que se llevó a cabo en Weimar, y publicado a comienzos del año siguiente.
Freud abordó el problema de la paranoia en una etapa muy temprana de sus investigaciones sobre psicopatología. El 24 de enero de 1895, meses antes de aparecer los Estudios sobre la histeria (1895d), envió a Fliess un largo informe acerca del tema (Freud, 1950a, Manuscrito H), AE, 1, págs. 246-53. Incluía un breve historial clínico y consideraciones teóricas tendientes a establecer dos puntos principales: que la paranoia es una neurosis de defensa y que su mecanismo fundamental es la proyección. Casi un año más tarde, el 1º de enero de 1896, remitió a Fliess otra nota, mucho más breve, sobre la paranoia, como parte de su descripción general de las «neurosis de defensa», AE, 1, págs. 266-8. Pronto ampliaría esta última en sus «Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa» (1896b), cuya sección III constituía otro historial clínico, más extenso, que llevaba por título «Análisis de un caso de paranoia crónica» -aunque en una nota al pie, agregada casi veinte años más tarde, Freud enmendó el diagnóstico y prefirió el de «dementia paranoides»-. En lo tocante a la teoría, ese trabajo de 1896 añadía poco a sus proposiciones anteriores; pero en una carta a Fliess escrita no mucho después, el 9 de diciembre de 1899 (Freud, 1950a, Carta 125), AE, 1, pág. 322, se encuentra un párrafo algo críptico que da una vislumbre de las posteriores ideas de Freud, y allí sugiere que la paranoia entraña un retorno a un temprano autoerotismo. (Ese párrafo se reproduce completo en mi «Nota introductoria» a «La predisposición a la neurosis obsesiva» (1913i), en relación con el problema de la «elección de neurosis».)
Entre la fecha del mencionado párrafo y la aparición del caso Schreber trascurrieron más de diez años, durante los cuales Freud apenas hizo mención de la paranoia en sus trabajos publicados. No obstante, Ernest Jones nos anoticia (1955, pág. 281) de que el 21 de noviembre de 1906 presentó ante la Sociedad Psicoanalítica de Viena un caso de paranoia en una mujer. Por entonces no había arribado aún, aparentemente, a lo que sería su principal generalización en esta materia: el nexo entre la paranoia y la homosexualidad pasiva reprimida; pero algo más de un año después expuso esa hipótesis en sendas cartas a Jung (27 de enero de 1908) y a Ferenczi (11 de febrero de 1908), pidiendo y recibiendo la confirmación de ambos. Pasaron más de tres años hasta que las memorias de Schreber le ofrecieron la oportunidad de dar a publicidad por primera vez su teoría, apuntalándola con una detallada reseña de su análisis de los procesos inconcientes que operan en la paranoia.
En los escritos posteriores de Freud hay varias referencias a esta enfermedad; entre los más importantes cabe mencionar «Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica» (1915f) y la sección B de «Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad» (1922b). Además, «Una neurosis demoníaca en el siglo XVII» (1923d) incluye algunas consideraciones sobre el caso Schreber (AE, 19, págs. 92-3), si bien en ningún lugar Freud denomina «paranoia» a la neurosis que es tema de ese ensayo. No hay, en todos estos escritos posteriores, modificación esencial alguna de las concepciones que sobre la paranoia vertió en el presente trabajo.
Sin embargo, la importancia del análisis de Schreber no se limita en absoluto a la luz que arroja sobre los problemas de la paranoia. En especial, su tercera sección fue en muchos aspectos -junto con el breve artículo, de publicación simultánea, «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico» (1911b), 217 y sigs.- un preanuncio de los trabajos metapsicológicos en los que Freud se embarcó tres o cuatro años más tarde. En ambos -se tocan una serie de temas que luego él sometería a un examen más detenido. Así, las puntualizaciones sobre el narcisismo antecedieron a «Introducción del narcisismo» (1914c); la descripción del mecanismo de la represión fue retomada años después en el trabajo que le dedicara (1915d), y el examen de las pulsiones abrió el camino hacia el más elaborado de «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c). En cambio, el pasaje sobre la proyección, pese a su promisorio carácter, no dejó secuela. De los dos temas considerados en la sección final del presente trabajo -los diversos ocasionamientos de la neurosis (incluido el concepto de «frustración») y el papel que cumplen los sucesivos «lugares de fijación»- se ocupó al poco tiempo en sendos artículos: sobre los tipos de contracción de neurosis» (1912c), y «La predisposición a la neurosis obsesiva» (1913i). Por último, en el «Apéndice» encontramos la primera incursión somera de Freud en el campo de la mitología y su primera mención del «tótem», que a partir de entonces fue objeto de sus elucubraciones y dio origen a una de sus obras principales: Tótem y tabú (1912-13).
Según afirma el propio Freud, en este historial recurrió a un solo dato no contenido en las Memorias de Schreber: la edad de este en el momento en que cayó enfermo. Gracias a un trabajo del doctor Franz Baumeyer (1956) contamos ahora con una cantidad de información adicional. El doctor Baumeyer estuvo a cargo varios años (1946-49) de un hospital cercano a Dresde, donde halló algunos de los registros originales correspondientes a los sucesivos episodios de la enfermedad de Schreber. Baumeyer hizo una síntesis de estos registros, citando muchos de ellos en forma extensa; además, reunió gran número de datos concernientes a la historia y antecedentes de la familia de aquel. Consignaremos en notas de pie de página todo lo que de este material pueda tener relación directa con el trabajo de Freud. Aquí sólo es necesario dar cuenta de los hechos que siguieron a la historia narrada en las Memorias.
Después de ser dado de alta a fines de 1902, Schreber parece haber llevado durante algunos años una vida exteriormente normal. En noviembre de 1907 su esposa sufrió un ataque (aunque vivió luego hasta 1912), lo cual precipitó quizás un rebrote de sus dolencias. Schreber debió ser internado nuevamente quince días más tarde (esta vez en un asilo de Dósen, en el distrito de Leipzig). Permaneció allí en un estado de grave perturbación y en gran medida inabordable, y tras un período de gradual deterioro físico murió en la primavera de 1911 -muy poco antes de que se publicara este trabajo de Freud-.
La siguiente tabla cronológica, basada en datos tomados en parte de las Memorias y en parte del material de Baumeyer, tal vez permita entender con mayor facilidad los pormenores del historial:
1842 (25 de julio) Nace en Leipzig Daniel Paul Schreber.
1861 (Noviembre) Muere el padre, a los 53 años de edad.
1877 Muere su hermano (tres años mayor que él), a los 38 años de edad.
1878 Contrae matrimonio.
Primera enfermedad
1884 (Otoño) Es candidato a la cámara baja del Parlamento (Reichstag).
1884 (Octubre) Internado durante algunas semanas en el asilo Sonnenstein. (8 de diciembre) Clínica psiquiátrica de Leipzig.
1885 ( 1º de junio) Es dado de alta.
1886 (1º de enero) Inicia su actividad en el Tribunal Regional de Leipzig. Segunda enfermedad
1893 (junio) Se le informa de su próxima designación para el Superior Tribunal. (1º de octubre) Inicia su actividad como Senatspräsident. (21 de noviembre) Vuelve a ser internado en la clínica de Leipzig.
1894. (14 de junio) Es trasladado al asilo de Lindenhof. (29 de junio) Es trasladado al asilo Sonnenstein.
1900-02 Escribe sus Memorias e inicia una acción, judicial para ser dado de alta.
1902 (14 de julio) Pronunciamiento del tribunal en favor del alta. (20 de diciembre) Es dado de alta.
1903 Se publican las Memorias.
Tercera enfermedad
1907 (Mayo) Muere la madre, a los 91 años de edad. (14 de noviembre) La esposa sufre un ataque. Inmediatamente después, él cae enfermo. (27 de noviembre) Es internado en el asilo de Dösen, Leipzig.
1911 (14 de abril) Muere.
1912 (Mayo) Muere la esposa, a los 54 años de edad.
Quizá sean de ayuda, asimismo, algunos datos sobre los tres hospitales para enfermos mentales a que se hace referencia en diversos lugares del texto:
1. Clínica psiquiátrica de la Universidad de Leipzig, departamento de internación. Director: profesor Flechsig.
2. SchIoss Sonnenstein: asilo público situado en Pirna, Sajonia, a orillas del Elba, 15 kilómetros al norte de Dresde. Director: doctor G. Weber.
3. Asilo privado de Lindenhof, en las cercanías de Coswig, a 16 kilómetros al noroeste de Dresde. Director: doctor Pierson.
Es evidente que plantea especiales dificultades traducir las producciones de los esquizofrénicos, en las que las palabras desempeñan un papel tan preeminente -como lo señaló el propio Freud en «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, págs. 194 y sigs.-. Al verter los párrafos tomados de las Memorias de Schreber, el traductor enfrenta los mismos problemas con que a menudo se topa en el caso de los sueños, las operaciones fallidas y los chistes. En todos estos casos se ha adoptado en la Standard Edition el método pedestre de consignar, allí donde es necesario, las palabras alemanas originales, procurando brindar al lector, mediante comentarios explicativos, la oportunidad de formarse una opinión propia sobre ese material. A la vez, sería engañoso dejar de lado por entero las formas literarias de expresión y dar, a través de una traducción totalmente literal, una imagen burda del estilo de Schreber. Uno de los rasgos notables de su libro es el contraste permanente que ofrece entre las complicadas y ampulosas oraciones del lenguaje académico oficial vigente en la Alemania decimonónica y las marcadas extravagancias de los fenómenos psicóticos que describe.
A lo largo de este trabajo, las cifras entre paréntesis o corchetes no precedidas de la abreviatura «pág.» remiten a las páginas de la edición alemana original de las memorias de Schreber, Denkwürdigkeiten eines Nervenkranken, Leipzig, Oswald Mutze, 1903. (Las cifras acompañadas de esa abreviatura constituyen remisiones internas de la presente edición.)
James Strachey
* Introducción.
La indagación analítica de la paranoia nos ofrece dificultades de particular naturaleza a los médicos que no trabajamos en sanatorios públicos. Nuestro tratamiento supone como condición la perspectiva del éxito terapéutico, lo que nos veda admitir a tales enfermos o retenerlos durante mucho tiempo. Por eso, sólo tengo oportunidad de echar una mirada más profunda dentro de la estructura de la paranoia en casos excepcionales: sea porque la incertidumbre del diagnóstico, no siempre fácil, justifica el ensayo terapéutico, sea porque, no obstante la certidumbre diagnóstica, cedo al ruego de los parientes y tomo por algún tiempo bajo tratamiento a uno de estos enfermos. En otro sentido, desde luego, veo bastantes paranoicos (y dementes), y de ellos averiguo tanto como otros psiquiatras acerca de sus casos. Pero esto, por regla general, no basta para pronunciar dictámenes analíticos.
La indagación psicoanalítica de la paranoia sería de todo punto imposible si los enfermos no poseyeran la peculiaridad de traslucir, aunque en forma desfigurada, justamente aquello que los otros neuróticos esconden como secreto. Puesto que a los paranoicos no se los puede compeler a que venzan sus resistencias interiores, y dicen sólo lo que quieren decir, en el caso de esta afección es lícito tomar el informe escrito o el historial clínico impreso como un sustituto del conocimiento personal. Por eso no me parece improcedente hilar unas interpretaciones analíticas a partir del historial clínico de un paranoico (dementia paranoides) a quien yo no he visto personalmente pero que ha descrito él mismo su caso y ha dado noticia pública de él librándolo a la estampa.
Se trata del ex presidente del Superior Tribunal de Sajonia, el doctor en jurisprudencia Daniel Paul Schreber, cuyo libro Memorias de un enfermo nervioso apareció en 1903 y, si estoy bien informado, ha despertado un interés bastante grande entre los psiquiatras. Es posible que el doctor Schreber viva aún y se haya retractado lo suficiente del sistema delirante que sostenía en 1903 como para que le resulten penosas las puntualizaciones que hago sobre su libro. Pero en la medida en que todavía retenga la identidad de su personalidad de hoy con la de entonces, tengo derecho a invocar sus propios argumentos, los que este «hombre de sobresaliente espíritu, de inteligencia inusualmente aguda y de un penetrante poder de observación» contrapuso a los empeños por disuadirlo de publicar: «No se me han ocultado los reparos que parecen oponerse a una publicación, a saber, que está en juego el miramiento por ciertas personas que aún viven. Por otro lado, opino que ella podría ser valiosa para la ciencia y para el conocimiento de verdades religiosas si hubiera de posibilitar, mientras estoy con vida, observaciones cualesquiera, por parte de especialistas, sobre mi cuerpo y mis peripecias personales. Frente a esta ponderación tienen que callar todos los miramientos personales». En otro pasaje del libro declara que se ha decidido a perseverar en el proyecto de esa publicación aunque por su causa hubiere de promoverle querella ante los tribunales su médico, el consejero privado doctor Flechsig, de Leipzig. Allí sugiere a Flechsig lo mismo que yo ahora a él: «Espero, además, que también en el consejero privado profesor doctor Flechsig el interés científico por el contenido de mis memorias prevalezca sobre cualquier susceptibilidad personal» (446).
Si bien en lo que sigue he de citar textualmente todos los pasajes de las Memorias que abonan mis interpretaciones, ruego al lector de este trabajo que se familiarice antes con ese libro, dándole siquiera una lectura.
* Acerca del mecanismo paranoico
* Apéndice.
(1912 [1911])
En el tratamiento del historial clínico de Schreber, presidente del Superior Tribunal, me limité adrede a un mínimo de interpretación, y tengo derecho a confiar en que cualquier lector instruido en el psicoanálisis ha de extraer del material comunicado más de lo que yo declaro de manera expresa, y no le resultará difícil tensar mejor los hilos de la trama y alcanzar conclusiones que yo apenas indico. Una feliz contingencia -que la atención de otros colaboradores de ese mismo número de la revista se haya dirigido a la autobiografía de Schreber- permite colegir cuánto se puede extraer todavía de la riqueza simbólica de las fantasías e ideas delirantes de este espiritual paranoico.
Un enriquecimiento casual de mis noticias, posterior a la publicación de mi trabajo sobre Schreber, me ha permitido apreciar mejor una de sus afirmaciones delirantes y discernirla como perteneciente al reino de lo mitológico. En la página 50 menciono la particular relación del enfermo con el Sol, que no pude menos que declarar un «símbolo paterno» sublimado. El Sol le habla con palabras humanas y de ese modo se le da a conocer como un ser animado. El suele insultarlo, apostrofarlo con términos amenazadores; también asegura que sus rayos empalidecen ante él si habla en voz alta vuelto hacia el Sol. Tras su «restablecimiento» se gloria de poder mirar tranquilamente el Sol y quedar muy poco enceguecido, cosa que, desde luego, no le habría sido posible antes.
A este privilegio delirante de poder mirar el Sol sin enceguecerse se anuda el interés mitológico. En Salomon Reihach leemos que los naturalistas de la Antigüedad conferían esa aptitud sólo a las águilas, quienes, como moradoras de las alturas, entraban en un vínculo particularmente íntimo con el cielo, el Sol y el rayo. Y bien; las mismas fuentes nos informan que el águila somete a sus pichones a una prueba antes de reconocerlos como legítimos: si no son capaces de mirar el Sol sin pestañear, son arrojados del nido.
No puede haber duda alguna sobre el significado de este mito zoológico. Claramente, se atribuye a los animales sólo lo que es de uso consagrado entre los hombres. Lo que hace el águila con sus pichones es una ordalía, una prueba de linaje, sobre cuya vigencia tenemos noticia entre los más diversos pueblos de los tiempos antiguos. Así, los celtas que moraban sobre el Rin confiaban sus recién nacidos a las corrientes del río para convencerse de que eran realmente de su sangre. La tribu de los psylli, en la actual Trípoli, que se vanagloriaba de descender de serpientes, exponía a sus hijos al contacto con estas; los legítimos no eran mordidos o se recuperaban enseguida de las consecuencias de la mordedura. La premisa de tales pruebas nos introduce hondo en el modo de pensar totémico de los pueblos primitivos. El tótem -el animal, o el poder natural concebido animistamente de quien la estirpe deriva su descendencia- respeta a los miembros de la estirpe como a sus hijos, y él mismo es venerado por ellos, y respetado llegado el caso, como padre de la estirpe. Hemos topado aquí con cosas que me parecen llamadas a posibilitar una inteligencia psicoanalítica de los orígenes de la religión.
Entonces, el águila que hace que sus pichones miren el Sol y exige que su luz no los enceguezca se comporta como un descendiente del Sol que somete a sus hijos a la prueba del linaje. Y cuando Schreber se ufana de poder mirar el Sol impunemente y sin enceguecer, ha reencontrado la expresión mitológica para su vínculo con el Sol como hijo de él y así nos confirma que hemos de concebir su Sol como un símbolo del padre. Acordémonos de que Schreber exterioriza libremente en su enfermedad su orgullo familiar , y de que hemos hallado en su falta de hijos un motivo humano para que enfermara a raíz de una fantasía femenina de deseo. Se vuelve entonces bastante claro el nexo entre su privilegio delirante y las bases de su condición de enfermo.
Este pequeño apéndice al análisis de un paranoide resulta apto para mostrar cuán fundada es la tesis de Jung según la cual las potencias mitopoyéticas de la humanidad no han caducado, sino que todavía hoy producen, en las neurosis, lo mismo que en los más remotos tiempos. Quiero retomar una indicación que tengo hecha, y declarar que lo mismo vale para las potencias formadoras de la religión. Y opino que muy pronto llegará el tiempo en que se podrá ampliar una tesis que los psicoanalistas hemos formulado hace ya mucho, agregándole a su contenido válido para el individuo, entendido ontogenéticamente, el complemento antropológico, de concepción filogenética. Hemos dicho: «En el sueño y en la neurosis reencontramos al niño, con las propiedades de sus modos de pensar y de su vida afectiva». Completaremos: «También hallamos al hombre salvaje, primitivo, tal como él se nos muestra a la luz de la arqueología y de la etnología».