Nota introductoria:
Aparentemente, no ha habido reimpresiones de este trabajo en alemán.
El título completo del libro de Forel era Der Hypnotismus, seine Bedeutung und seine Handhabung {El hipnotismo, su significación y su manejo}. Su autor (1848-1931) era en esa época profesor de psiquiatría en Zurich y gozaba de una reputación considerable. Sus escritos posteriores sobre temas sociológicos (y sobre la historia natural de las hormigas) tuvieron amplia difusión. Si bien más adelante adoptó una posición sumamente crítica respecto del psicoanálisis, fue él quien propició el encuentro de Freud con Bernheim. Freud visitó Nancy en el verano de 1889, entre la publicación de la primera y la segunda parte de esta reseña. (Cf. mi «Introducción»).
James Strachey
I
Este vigoroso escrito del famoso psiquiatra de Zurich, de sólo 88 páginas, es ampliación de un ensayo sobre el valor del hipnotismo para el derecho penal, que fue publicado en 1889 en Zeitschrift für die gesammte Strafrechtswissenschaft {Revista sobre la ciencia del derecho penal general}. (1)
Este ensayo más amplio ocupará por largo tiempo un destacado lugar en la bibliografía alemana sobre hipnotismo. Sucinto, casi a modo de catecismo, de gran claridad expositiva y expresión tajante, se prodiga por todo el ámbito de fenómenos y problemas que se resumen como «doctrina del hipnotismo», distingue con felicidad entre hechos y teorías, nunca se aparta de la seriedad del médico que todo lo somete a un examen radical, y evita siempre aquel tono exultante que tan mal sienta a una elucidación científica. Una sola vez la exposición de Forel se entusiasma cuando declara: «El descubrimiento del significado psicológico de la sugestión por Braid (2) y Liébeault es tan grandioso, en mi opinión, que se lo puede comparar con los máximos descubrimientos y discernimientos del espíritu humano». Si alguien viera en este aserto una sobrestimación enojosa de la hipnosis, que posponga su juicio definitivo hasta que los próximos años aclaren en qué medida cumple efectivamente la hipnosis con las grandes revoluciones teóricas y prácticas que hoy promete. Y en la mención de aquellos oscuros problemas, apuntalados en el hipnotismo (trasferencia de pensamientos, etc.), de que hoy se ocupa el «espiritismo», Forel muestra una reserva genuinamente científica. No se comprende por qué una autoridad de Viena, ante una asociación médica, hubo de calificar a nuestro autor como el «Forel sureño», contraponiéndolo a un adversario supuestamente más «norteño» de la hipnosis, que sería modelo de una mentalidad más austera. Aun si fuera menos impropio pretender liquidar los juicios que un investigador viviente ha formulado acerca de problemas científicos por la referencia a su nacionalidad o su patria, y aun si el profesor Forel no hubiera tenido la dicha de nacer y educarse en el paralelo 46 de latitud Norte (3), sería ilícito concluir, de la lectura del presente opúsculo, que su autor suele dejar la lógica a merced de su temperamento.
Este breve escrito es más bien la obra de un médico serio que, merced a su propia y rica experiencia, ha tomado conocimiento del valor y el alcance de la hipnosis como recurso terapéutico, y entonces tiene derecho a increpar a los «burlones e incrédulos»: «Sométanlo a examen antes de juzgar». No se puede menos que asentir cuando agrega: «Para poder juzgar acerca del hipnotismo, es preciso que uno mismo haya hipnotizado durante cierto tiempo». (4)
Es que son numerosos los oponentes de la hipnosis que han formado su juicio acerca de ella por un cómodo camino. No han sometido a examen el nuevo método terapéutico, no lo han aplicado con espíritu imparcial y riguroso, como se haría por ejemplo con un medicamento de recomendación reciente, sino que desestimaron la hipnosis de antemano; y ninguna noticia sobre los inapreciables efectos curativos de este método los disuade de expresar de la manera más tajante e injustificada su aversión por él, no importa en qué pretendan fundarla. Exageran desmesuradamente los peligros de la hipnosis, les dan un nombre repugnante tras otro, y salen al paso de la multitud de informes sobre éxitos terapéuticos obtenidos mediante hipnosis, que ya es imposible desconocer, con sentencias oraculares de este tenor: «Los éxitos terapéuticos no prueban nada; primero tienen que ser demostrados ellos mismos» (5). Dada la violencia de su oposición, no asombra que reprochen malas intenciones y mentalidad acientífica a los médicos que se creen obligados a practicar la hipnosis para el bien de sus enfermos. Estas acusaciones, sea que se las haga en forma franca, sea que se las presente en alusiones más o menos encubiertas deberían estar excluidas de una discusión científica. En verdad, toda vez que entre estos oponentes se incluyen hombres como el consejero áulico doctor Meynert -hombres que por sus trabajos se han labrado una gran autoridad que el público, médico y lego, trasfiere luego sin ulterior examen a todas sus manifestaciones-, es inevitable que se infiera cierto daño a la causa del hipnotismo. A la mayoría de las personas les resulta difícil entender que un investigador que ha adquirido un gran saber en ciertos capítulos de la neuropatología, y ha dado pruebas de notable agudeza, no sea idóneo en otros campos para invocarlo como autoridad. Por cierto que el respeto al grande hombre, sobre todo en materia intelectual, se cuenta entre las mejores cualidades de la naturaleza humana; pero debe ceder paso al respeto por los hechos. Sí uno desiste de apuntalarse en una autoridad para apoyarse en el propio juicio, formado mediante el estudio de los hechos, no debe arredrarse en declararlo.
Quien, como el que esto escribe, se haya formado opinión propia en materia de hipnosis, se consolará diciéndose que un daño así inferido al prestigio de la hipnosis no puede sino ser limitado en tiempo y lugar. El movimiento que se propone introducir la terapia sugestiva dentro del arsenal de procedimientos de la medicina ha triunfado ya en otros lugares y terminará por hacerlo en Alemania, y por cierto que también en Viena. El médico se mostrará más benévolo si puede examinar el material positivo; notará, en efecto, que las supuestas víctimas de la terapia hipnótica sufren menos luego del tratamiento y cumplen mejor sus deberes que antes, como yo lo puedo declarar con respecto a mis pacientes. Si lo experimenta él mismo, averiguará que una serie de reproches dirigidos contra la hipnosis no se aplican a ella en particular, sino que son válidos para toda nuestra terapia, y aun están más justificados para ciertos procedimientos que todos empleamos. En su calidad de médico advertirá que es imposible renunciar a la hipnosis, dejar sufrientes a sus enfermos cuando se podría aliviarlos mediante un influjo psíquico inocuo. No podrá sino decirse que la hipnosis no pierde nada de su inocuidad o de su valor terapéutico por el hecho de que se la llame un «delirio artificial» o una «hísteria artificial, lo mismo que la carne no pierde nada de su buen sabor y su valor nutritivo cuando en su furia los vegetarianos la llaman «carroña».
Olvidemos por un momento que conocemos por experiencia los efectos de la hipnosis, y preguntémonos qué efectos nocivos deberíamos esperar a priori de ella. El procedimiento terapéutico hipnótico consiste, en primer lugar, en provocar el estado hipnótico y, en segundo, en impartir una sugestión al hipnotizado. ¿Cuál de los dos actos sería el nocivo? ¿Provocar la hipnosis? Pero si la hipnosis, cuando se la obtiene de la manera más completa, no se diferencia del dormir común, familiar a todos nosotros (si bien es cierto que en muchos aspectos sigue siendo incomprendido); y cuando es menos perfecta, corresponde a los diversos grados del adormecimiento. Es verdad que en el dormir hemos perdido el equilibrio psíquico, que en su trascurso la actividad de nuestro encéfalo está perturbada, que en muchos sentidos recuerda a un delirio, pero esta analogía no impide que nos despertemos cada vez fortalecidos, aun en lo espiritual. De acuerdo con las elucidaciones de Meynert sobre los efectos nocivos de una disminución de la actividad cortical, y con el origen que él atribuye a la euforia hipnótica, los médicos tendríamos todas las razones para mantener insomne a la gente. A pesar de esto, ella hasta ahora prefiere dormir, y no hemos de temer que los peligros de la terapia hipnótica residan en el acto de hipnotizar. Entonces, ¿será nocivo impartir la sugestión? Imposible, pues, cosa notable, los ataques de los oponentes no apuntan a la sugestión. Parece que el uso de la sugestión es algo desde siempre familiar para el médico; «es que de continuo sugerimos», dicen ellos, y de hecho el médico -aun el no hipnotizador- no se queda satisfecho hasta que mediante el poder de su personalidad, el influjo de sus dichos y de su… autoridad, ha desalojado {verdrängen} de la atención del enfermo un fenómeno patológico. ¿Por qué, pues, no aspiraría el médico a ejercer planificadamente un influjo que le pareció tan deseable toda vez que lo consiguió de modo inadvertido? Pero quizá lo reprochable sea la sugestión, la sofocación de la libre personalidad por el médico, quien por cierto en el dormir artificial detenta el poder de guiar el cerebro durmiente. Espectáculo interesante que de pronto los más decididos deterministas aparezcan como defensores del amenazado «libre albedrío personal», y que el psiquiatra, habituado a ahogar en sus enfermos, mediante grandes dosis de bromo, morfina y cloral, la «actividad mental que brota libremente» (6), impugne el influjo sugestivo como algo envilecedor para ambas partes. ¿Acaso se olvida realmente que la sofocación de la autonomía del enfermo por la sugestión nunca es sino parcial; que apunta a unos fenómenos patológicos; que, como centenares de veces se lo ha señalado, toda la educación social del hombre descansa en una sofocación de representaciones y de motivos inviables y en su sustitución por otros mejores; que cada día la vida aporta a todo hombre unos influjos psíquicos que, no obstante alcanzarlo en la vigilia, le producen una alteración más intensa que la sugestión del médico, cuyo único propósito es eliminar una representación de dolor o de angustia mediante una representación contraria eficiente? No; en la terapia hipnótica no hay otro peligro que el abuso, y quien en su calidad de médico no confíe en su cuidado o su pureza de intenciones para evitar ese abuso hará bien en abstenerse de emplear el nuevo método terapéutico.
Por lo que atañe a la dignidad personal de los médicos que tienen el coraje de emplear la hipnosis como recurso terapéutico antes que a ello los constriña la marca de la moda, quien esto escribe opina que lo correcto es admitir hasta cierto punto la tan frecuente intolerancia de los grandes hombres. Por eso no considera indicado, y cree que no posee suficiente interés para un círculo más amplío, entrar a considerar aquí las razones por las cuales el señor consejero áulico Meynert, en su ensayo sobre las neurosis traumáticas, hizo comparecer ante sus lectores a su persona (la de quien esto escribe) y a una parte de su biografía.
Más importante le parece abogar por la causa de la hipnosis ante aquellos que tienen por costumbre tomar de una gran autoridad sus juicios sobre cuestiones científicas, quizás inducidos a ello por una correcta intelección de la insuficiencia de su propia capacidad de discernimiento. Y se propone hacerlo contraponiendo a la autoridad opositora de Meynert otras autoridades que se han mostrado más benévolas hacia la hipnosis. Recuerda que la incitación al estudio científico de la hipnosis provino entre nosotros del profesor H. Obersteiner, y que un psiquiatra y neurólogo tan destacado como el profesor Von Krafft-Ebing (una adquisición reciente de nuestra Universidad) se ha declarado sin reservas en favor de la hipnosis, y la utiliza en su actividad médica con el mejor de los éxitos. Como se echa de ver son estos unos apellidos capaces de satisfacer aun a aquellos hombres tan horros de juicio que para confiar reclaman de una autoridad científica ciertas condiciones de nacionalidad, de raza y de latitud geográfica, y cuya fe no va más allá de las fronteras de su patria.
En cuanto a los que son receptivos a una eminencia científica aunque no sea un compatriota suyo, el profesor Forel se contará sin duda entre aquellos cuya defensa de la hipnosis podrá tranquilizarlos acerca de la presunta bajeza o vileza de este método terapéutico. En especial quien esto escribe ha tenido, frente a los ataques de Meynert, la sensación de encontrarse en buena compañía en su recomendación de la hipnosis. El profesor Forel es una prueba de que se puede ser un muy destacado especialista en anatomía del encéfalo y, no obstante, ver en la hipnosis otra cosa que una absurdidad (7). No se le podría negar el calificativo de «médico educado en la fisiología exacta», que el consejero áulico Meynert se digna discernir al pasado de quien esto escribe (8), y así como quien esto escribe volvió corrompido del maligno París, un viaje de Forel a Nancy, para ver a Bernheim, fue el punto de partida de aquella nueva actividad a que debemos el notable libro que aquí reseñamos.
II
En el capítulo introductorio de su libro, Forel se empeña en distinguir en lo posible entre «hechos, teoría, conceptos y terminología».
El hecho principal del hipnotismo consiste en que se puede poner a un ser humano en un estado de alma (respectivamente, un estado encefálico) semejante al dormir. A este estado se lo llama «hipnosis». Una segunda serie de hechos se refiere al modo en que ese estado es producido (y eliminado). Al parecer, ello se logra por tres caminos: 1) por el influjo psíquico de un ser humano sobre otro (sugestión) 2) por el influjo (fisiológico) de ciertos procedimientos (fijación) (9), de los magnetos, de una mano humana, etc., y 3) por autoinflujo (autohipnosis). Sólo está comprobada la primera de estas modalidades, la producción de hipnosis por representación-sugestión. Pero -afirma el autor- en ninguna de las otras queda excluida la posibilidad de que intervenga un efecto sugestivo en alguna forma.
Una tercera parte de hechos es la correspondiente a las operaciones de los hipnotizados. En efecto, en el estado de la hipnosis es posible ejercer por sugestión los más extensos efectos sobre casi todas las funciones del sistema nervioso y, entre ellos, sobre desempeños cuya dependencia de procesos cerebrales se suele estimar, por lo general, escasa. El hecho de que la intervención del cerebro en las funciones corporales se pueda explotar con más intensidad en la hipnosis que en la vigilia parece, en verdad, poco compatible con aquella teoría de los fenómenos hipnóticos que pretende ver en ellos una «depresión de la actividad cortical», una suerte de imbecilidad experimental; pero no son solamente los fenómenos hipnóticos, sino muchos otros, los que no se compadecen con esta teoría, que en buena medida busca explicar todos los fenómenos de la actividad cerebral por la oposición entre cortical y subcortical, y hasta llega a localizar el principio «inalo» en las partes subcorticales del cerebro.
Hechos indudables son, además, que la actividad anímica del hipnotizado depende de la del hipnotizador, así corno que en el primero se producen los llamados «efectos hipnóticos», vale decir, el comando de actos psíquicos que son realizados sólo largo tiempo después que cesó la hipnosis. En cambio, toda una serie de declaraciones, que aseveran la existencia de interesantísimas operaciones del sistema nervioso (clarividencia, suggestion mentale, etc.), no pueden ser hoy admitidas entre los hechos, y si bien no es lícito desautorizar el examen científico de tales declaraciones, se debe tener en cuenta que una aclaración satisfactoria de ellas tropezará con las mayores dificultades.
Para explicar los fenómenos hipnóticos se han formulado tres teorías de diferentes fundamentos. La más antigua, que todavía hoy conocemos como la de Mesmer (10), supone que, en el acto de hipnotizar, una sustancia imponderable -un fluido- pasa del hipnotizador al organismo hipnotizado. Mesmer llamó «magnetismo» a este agente; su teoría se ha vuelto tan ajena a la mentalidad científica de nuestros días que se la puede considerar desechada, Una segunda teoría, la somática, explica los fenómenos hipn6ticos siguiendo el esquema de los reflejos espinales, y ve en la hipnosis un estado fisiológicamente alterado del sistema nervioso, estado producido por estímulos exteriores (pase de manos, fijación de la actividad sensorial, aproximación de magnetos, aplicación de metales, etc.). Asevera que tales estímulos sólo tienen efecto «hipnógeno» dada una cierta disposición del sistema nervioso, y que por tanto sólo los neurópatas (los histéricos, en particular) son hipnotizables; desdeña, pues, el influjo de unas representaciones en la hipnosis, y describe una serie típica de alteraciones puramente somáticas que se observan durante el estado hipnótico. Como bien se sabe, la gran autoridad de Charcot sustenta esta concepción exclusivamente somática de la hipnosis.
Ahora bien, Forel se sitúa por entero en el terreno de una tercera teoría, la de la sugestión, edificada por Liébeault y sus discípulos (Bernheim, Beaunis, Liégeois). Según ella, todos los fenómenos de la hipnosis son efectos psíquicos, consecuencias de unas representaciones evocadas en el hipnotismo con o sin propósito deliberado. Y el estado de la hipnosis, como tal, no es producido por estímulos exteriores, sino por una sugestión; no es propio de neurópatas, sino que se lo puede obtener con ligero empeño en la gran mayoría de las personas sanas; en suma: «el concepto de hipnotismo, tan nebuloso hasta ahora, tiene que asimilarse al de sugestión». Quede reservado a una crítica más estricta decidir si el concepto de la sugestión es realmente menos nebuloso que el del hipnotismo (11). Sólo apuntaremos aquí que para el médico que se proponga estudiar y aplicar la hipnosis lo mejor será, indudablemente, adherir de antemano a la teoría de la sugestión. En efecto, acerca de la corrección de las tesis de la escuela de Nancy podrá convencerse en todo momento en sus propios enfermos, mientras que muy difícilmente llegue a poder corroborar mediante observación propia aquellos fenómenos que Charcot describe como «gran hipnotismo», que al parecer sufren unos pocos pacientes aquejados de grande hystérie. (12)
El segundo capítulo del libro trata de la sugestión y abarca, con admirable concisión y magistral talento expositivo, todo el ámbito de los fenómenos psíquicos que se han observado en personas hipnotizadas. La clave para entender la hipnosis es proporcionada por la teoría de Liébeault acerca del dormir (con más exactitud. del adormecimiento normal), del cual la hipnosis sólo se distingue por la injertada relación con la persona que hace dormir. De esta teoría se sigue que todos los seres humanos son hipnotizables, y que hacen falta unos obstáculos particulares para que la hipnosis no advenga. Se elucida la naturaleza de estos obstáculos (un deseo demasiado intenso de ser hipnotizado, no menos que una deliberada resistencia, etc.); se estudian los grados de la hipnosis; se consideran los nexos entre el dormir sugerido y los restantes fenómenos de la hipnosis, casi siempre en cabal acuerdo con Bernheim, cuya decisiva obra sobre la sugestión parece haber conquistado, en su traducción al alemán, un vasto círculo de lectores (13). De igual modo, se presentan corno citas de Bernheim los párrafos sobre los efectos de la sugestión en la hipnosis, que, empero, son ilustrados con ejemplos tomados todos ellos de la experiencia propia del autor. Forel expone aquí esta tesis: «Por medio de sugestión es posible producir en la hipnosis todos los fenómenos subjetivos conocidos del alma humana y una parte de las funciones objetivas conocidas del sistema nervioso; es posible producir esos fenómenos, influir en ellos o impedirlos (inhibirlos, modificarlos, paralizarlos o estimularlos)». Vale decir, influir sobre las funciones corporales sensibles y motrices, ciertos reflejos, procesos vasomotores (¡hasta la formación de ampollas!) y sobre el ámbito psíquico de los sentimientos, las pulsiones, la memoria, la actividad voluntaria, etc. Quienquiera que haya recopilado algunas experiencias personales relacionadas con el hipnotismo recordará la impresión que recibió la primera vez que ejerció un influjo hasta entonces insospechado sobre la vida psíquica de otro ser humano, y pudo experimentar con un alma humana como sólo lo haría con un cuerpo animal. Por otra parte, es raro que este influjo se produzca sin resistencia del hipnotizado. Este no es un mero autómata: a menudo se defiende bastante de la sugestión y desde su actividad propia se crea unas «autosugestiones» -designación esta, por lo demás, que sólo en apariencia contiene un enriquecimiento del concepto de «sugestión»; en rigor, lo cancela-.
De máximo interés son las consideraciones que Forel hace luego acerca de fenómenos poshipnóticos, sugestión con un plazo determinado y sugestión de vigilia, serie de fenómenos cuyo estudio ya ha brindado las más valiosas noticias sobre los procesos psíquicos normales del ser humano, pero cuya concepción está expuesta todavía a polémicas. Si los trabajos de Liébeault y sus discípulos no hubieran aportado nada más que la noticia sobre estos fenómenos asombrosos, y no obstante cotidianos, así como este enriquecimiento de la psicología con un nuevo método experimental, y aun prescindiendo de todo alcance práctico, por eso solo tendrían asegurado un sobresaliente lugar entre los logros científicos de este siglo. Acerca del empleo práctico del hipnotismo, el opúsculo de Forel contiene toda una serie de indicaciones y consejos certeros, que obligan un cabal reconocimiento hacía el autor. Sólo escribe así un médico que al más total dominio de este difícil campo aúna la sólida convicción sobre su importancia. La técnica de hipnotizar no es tan fácil como lo hacían creer las consabidas objeciones de la primera discusión de Berlín (donde se dijo que hipnotizar no sería ningún arte médico, puesto que todo pastor de ovejas lo hace). Es preciso poseer entusiasmo, paciencia, gran seguridad y riqueza de artificios y ocurrencias. Quien pretenda hipnotizar siguiendo un esquema dado, quien tema la desconfianza o la risa de su paciente, quien empiece con amilanado talante, poco logrará. No se debe permitir que el sujeto por hipnotizar caiga presa de angustia; las personas muy angustiadas son las menos aptas para el procedimiento. Un método hábil y seguro eliminará todas las presuntas malas consecuencias de la hipnosis. «On ne s’improvise pas plus médecin hypnotíseur qu’on ne s’improvise oculiste» (14), como certeramente dice el doctor Bérillon.
Ahora bien, ¿qué se consigue con la hipnosis? Forel proporciona una lista, que no pretende ser exhaustiva, de las afecciones que «mejor parecen ceder a la sugestión». Se podría agregar que la indicación para el tratamiento hipnótico es de otra índole que, por ejemplo, la indicación para el uso de digitales, etc. Casi interesa más la naturaleza del sujeto que la de su enfermedad. En cierta persona apenas hay síntoma que no ceda a la sugestión, aunque tenga un fundamento orgánico tan cabal como el vértigo en la enfermedad de Méniére o la tos en la tuberculosis en otra, no se consigue influir sobre unas perturbaciones de inequívoca causación psíquica. No menos cuentan la destreza del hipnotizador, así como las condiciones en que puede poner a sus enfermos. Yo mismo llevo logrados no pocos éxitos mediante tratamiento hipnótico, pero no me atrevo a emprender algunas curaciones que he visto en Nancy, realizadas por Liébeault y Bernheim. Sé, en efecto, que buena parte de estos éxitos es inherente a la «atmósfera sugestiva» que rodea la clínica de esos dos médicos, al talante de las personas y al medio en que se mueven cosas que no siempre puedo yo sustituir en el caso de mis sujetos de experimentación.
¿Es posible, mediante sugestión, alterar de manera permanente una función nerviosa, o está justificado el reproche de que la sugestión sólo brinda unos efímeros éxitos sintomáticos? El propio Bernheim ha preparado en los últimos capítulos de su libro una respuesta irrefutable a este reproche. Señala que la sugestión opera de la misma manera que cualquier otro recurso terapéutico sobre el cual dispongamos, a saber, entresacando de algún complejo de fenómenos patológicos este o estotro síntoma importante, cuya remoción ejerce el más favorable influjo sobre el decurso de todo el proceso. Es lícito agregar que, en una serie de casos, la sugestión cumple con todos los requisitos de un tratamiento causal (15); por ejemplo, en perturbaciones histéricas que son el resultado directo de una representación patógena o el depósito de una vivencia conmocionante. Si se elimina esta representación, si se morigera el recuerdo, lo cual es conseguido por la sugestión, regularmente la perturbación se supera también (16). Es cierto que la histeria no se cura con ello, que bajo constelaciones parecidas se producirán síntomas semejantes, pero, ¿acaso la histeria se cura mediante hidroterapia, sobrealimentación o valeriana? ¿Acaso se exige al médico curar una diátesis nerviosa si persisten las circunstancias que la promueven? Según Forel se puede conseguir mediante sugestión un éxito duradero cuando: 1) la alteración obtenida tiene en sí misma la fuerza para afirmarse entre los dinamismos del sistema nervioso (p. ej., si mediante sugestión se deshabitúa a un niño a mojarse en la cama el hábito normal puede afianzarse lo mismo que hizo antes el hábito malo) o 2) cuando esa fuerza es procurada a la alteración por importar ella un remedio (p. ej. alguien padece de insomnio, fatiga y migraña; la sugestión le permite dormir, ello mejora su estado general e impide duraderamente el retorno de la migraña).
Ahora bien, ¿qué es en verdad la sugestión, sustento del hipnotismo íntegro, dentro del cual son posibles todos esos efectos? Con esta pregunta tocamos uno de los puntos débiles de la teoría de Nancy. Al enterarse de que la circunstanciada obra de Bernheim, que culmina en la tesis «Tout est dans la suggestion» (17), no quiere tocar en ningún lugar la esencia de la sugestión, vale decir, la definición de su concepto, uno se acordará, sin quererlo, de la pregunta «¿Dónde apoyaba el pie Cristóbal? (18)». Cuando estuve en la feliz situación de ser instruido personalmente por el profesor Bernheim sobre los problemas del hipnotismo, creí notar que él llama «sugestión» a todo influjo psíquico eficaz de uno por el otro, y «sugerir», a todo intento de ejercer un influjo psíquico sobre otro. Forel se empeña en trazar distingos netos. Un conceptuoso capítulo, «Sugestión y conciencia», procura comprender el efecto de la sugestión a partir de ciertos supuestos básicos sobre los sucesos psíquicos normales. Si bien no puede uno declararse por entero satisfecho con estas elucidaciones es preciso agradecer al autor por indicarnos dónde se debe buscar la solución del problema, así como por sus múltiples sugerencias y aportes. Es indudable que unas puntualizaciones como las de Forel en este capítulo de su libro tienen que ver con el problema de la hipnosis más que la oposición entre cortical y subcortical, o que las especulaciones sobre la dilatación y contracción de los vasos sanguíneos cerebrales.
Cierra el libro un capítulo sobre el valor de la sugestión en derecho penal. Como bien se sabe, el «crimen sugerido» es hasta hoy una mera posibilidad para la cual los juristas adoptan previsiones y que el novelista puede anticipar como algo «no tan inverosímil que nunca pudiera suceder». Y, en efecto, en el laboratorio no es difícil conseguir que buenos sonámbulos cometan seudocrímenes; no obstante, tras la aguda crítica de Delboeuf a los experimentos de Liégeois, se debe dejar abierta la cuestión de saber hasta dónde la conciencia de tratarse sólo de un experimento facilitaba la ejecución del crimen.
Notas:
1- Zeilschrift…, 9, pág. 131.
2- [James Braid (1795-1860), médico escocés a quien tal vez deba considerarse el primer estudioso verdaderamente científico del hipnotismo, fue además quien acuñó el término en 1843.]
3- Como lo he podido averiguar por una manifestación epistolar de Forel, [Este nació en Morges, ciudad suiza situada a orillas del lago Lemán o lago de Ginebra.]
4- [Estas citas provienen del prólogo de Forel.]
5- El consejero áulico Meynert en la sesión de la Sociedad de Medicina de Viena celebrada el 7 de junio de este y año.
6- [Resuena en esta cita una afirmación de Meynert (1889, pág. 524).]
7- [Meynert utilizó este término. Cf. el prólogo de Freud a su traducción de Bernheim, De la suggestion … (Freud, 1888-89)]
8- Otra vez tengo que rectificar al consejero áulico Meynert, Dice, acerca de mí, que ejerzo «en esta ciudad como práctico instruido en hipnosis». Es muy poco decir, y podría inducir en los extraños la idea incorrecta de que yo no hago otra cosa que hipnotizar. Antes bien, ejerzo «en esta ciudad» como neurólogo y me valgo de todos los métodos terapéuticos de que un neurólogo dispone. Cierto es que los resultados que hasta hoy he obtenido por aplicación de la hipnosis me obligan a no renunciar en lo sucesivo a este poderoso recurso terapéutico.
9- [Cf. el prólogo de Freud a su traducción de Bernheim, De la suggestion.. . (Freud, 1888-89)]
10- [En el original figura la grafia «Messmer».]
11- [Véase, sin embargo, infra, págs. 109-10.]
12- [Véase el prólogo a Bernheim (Freud, 1888-89)]
13- La traducción de Freud había aparecido poco tiempo atrás.
14- {«Uno no puede convertirse de improviso en médico hipnotizador, como no puede convertirse de improvise en oculista»,}
15- [La naturaleza del tratamiento causal, y la cuestión de saber si el psicoanálisis cumplía o no con las condiciones para serlo, fueron examinadas por Freud en la 27º de sus Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), AE, 16, pág. 396.]
16- [Probable alusión a la técnica de Bteuer.]
17- {«En la sugestión está todo»; véase la «Introducción» de Strachey}
18- [Alusión a un antiguo acertijo que reza: «Cristóbal sostenía a Cristo,/ Cristo sostenía al mundo entero;/ así pues, díganme, en ese tiempo,/ ¿dónde apoyaba el pie Cristóbal?». Más de treinta aflos después, Freud volvió a citar este acertijo dentro de un contexto similar, al analizar la sugestión en Psicología de las masas y análisis del yo (1921c), AE, 18, pág. 85,]