1. Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17 [1915-17])
Parte II. El sueño (1916 [1915-16])
15ª conferencia. Incertezas y críticas
Señoras y señores: No queremos abandonar todavía el campo del sueño sin tratar de las dudas
e incertezas más corrientes a que han dado lugar las novedades y concepciones que llevamos
expuestas. Los oyentes atentos que haya entre ustedes habrán recogido ya algún material para
ello.
1. Quizás estén bajo la impresión de que los resultados de nuestro trabajo interpretativo del
sueño, aunque la técnica se aplique correctamente, admiten tantas imprecisiones que se vuelve
imposible una traducción segura del sueño manifiesto a los pensamientos oníricos latentes.
Para abonarlo, aducirán que, en primer lugar, uno nunca sabe si un determinado elemento del
sueño ha de comprenderse en su sentido genuino o simbólicamente, pues las cosas usadas
como símbolos no por eso dejan de ser ellas mismas. Pero si no se tiene ningún asidero
objetivo para decidir esto, la interpretación queda librada en este punto al capricho del intérprete
del sueño. Además, como el trabajo del sueño hace fundirse los opuestos, todo el tiempo queda
indeterminado si un cierto elemento onírico debe comprenderse en el sentido positivo o en el
negativo, como él mismo o como su contrario. Nueva oportunidad para que se despliegue el
capricho del intérprete. En tercer lugar, por las inversiones de todo tipo de que tanto gusta el
sueño, queda librado al intérprete practicar una de ellas en los lugares del sueño que a él le
parezca. Por último, aducirán haber oído que rara vez se está seguro de que la interpretación
hallada para el sueño sea la única posible. Se corte el riesgo de omitir una sobre interpretación
totalmente lícita del mismo sueño. En estas circunstancias, concluirán, queda librado al
capricho del intérprete un espacio de maniobras cuya amplitud parece incompatible con la
certeza objetiva de los resultados. O pueden ustedes suponer también que la falla no está en el
sueño, sino que las insuficiencias de nuestra interpretación de él se deberían a incorrecciones
de nuestras concepciones y premisas.
Todo el material de ustedes es irreprochable, pero no creo que justifique las conclusiones que
extraen, en dos direcciones, a saber: que la interpretación del sueño como nosotros la
cultivamos está librada al capricho, y que las carencias de los resultados ponen en entredicho la
justifiación de nuestro procedimiento. Si en vez de arbitrariedad del intérprete se avinieran a
decir su destreza, su experiencia, su comprensión, yo convendría en ello. Sin duda, no
podemos prescindir de un factor personal de esta índole, en particular en las tareas más
difíciles de la interpretación de sueños. Pero tampoco las cosas son distintas en otras
empresas científicas. No hay medio alguno de evitar que determinada persona maneje peor o
explote mejor que otra cierta técnica. Y lo otro que nos parece capricho, por ejemplo en cuanto
a la interpretación de los símbolos, se eliminará por el hecho de que, en general, la trabazón
recíproca de los pensamientos oníricos, la del sueño con la vida del soñante y toda la situación
psíquica en que el sueño sobreviene, selecciona una sola entre las posibilidades dadas de
interpretación, y desecha a las otras por inaplicables. La afirmación de que las imperfecciones
de la interpretación del sueño implican que nuestras premisas son incorrectas queda
desvirtuada cuando se observa que la multivocidad o el carácter indeterminado del sueño es,
más bien, una propiedad suya que necesariamente debía preverse.
Dijimos, recordémoslo ahora, que el trabajo del sueño emprende una traducción de los
pensamientos oníricos a un modo de expresión primitivo, análogo a la escritura figural. Todos
estos sistemas primitivos de expresión, empero, están aquejados de parejas indeterminaciones
y ambigüedades, sin que por eso tengamos derecho a poner en duda su practicabilidad. La
fusión de los opuestos por obra del trabajo del sueño es análoga, como ya saben, al llamado
«sentido antitético de las palabras primordiales» en las lenguas más antiguas. El lingüista Abel
(1884), a quien debemos este punto de vista, nos pide que no creamos por ello que la
comunicación que hacía una persona a otra con el auxilio de palabras tan ambivalentes era
ambigua. Más bien, tono y gesto, dentro del contexto de lo dicho, tienen que haber señalado
inequívocamente cuál de los dos opuestos quería comunicar el hablante. En la escritura, donde
los gestos faltan, fueron sustituidos por un signo figural añadido, no destinado a ser proferido;
por ejemplo, la imagen de un hombrecillo en cuclillas con aire de abatimiento o uno
bizarramente erguido, según que el ambiguo ken de la escritura jeroglífica quisiera significar
«débil» o «fuerte». Así, a pesar de la multivocidad de los sonidos y de los signos se evitaba el
malentendido.
Los viejos sistemas de expresión, por ejemplo las escrituras de las lenguas más antiguas, nos dejan ver una cantidad de indeterminaciones que en nuestra escritura actual no toleraríamos.
En muchas escrituras semíticas sólo se dibujan las consonantes de las palabras; el lector tiene
que intercalar las vocales omitidas según su conocimiento y según, el contexto. No
exactamente así, pero de manera muy parecida, procede la escritura jeroglífica, a raíz de lo cual
la articulación fonética del Egipto antiguo ha permanecido ignota para nosotros. La escritura
sagrada de los egipcios conoce todavía otras imprecisiones. Así, se dejaba al albedrío del
escriba ordenar las imágenes de derecha a izquierda o de izquierda a derecha. Para poder leer
había que atenerse al precepto de que se debía hacerlo siguiendo la dirección en que miraban
las figuras, pájaros, etc. Pero el escriba podía también ordenar los signos figurales en series
verticales, y cuando hacía inscripciones en objetos más pequeños se dejaba llevar por el buen
gusto y consideraciones relativas al aprovechamiento del espacio para alterar de otros modos
todavía la secuencia de los signos. Lo más perturbador en la escritura jeroglífica es, sin duda,
que no conoce una separación entre las palabras. Las imágenes van separadas sobre la
superficie a intervalos regulares, y en general no puede saberse si un signo pertenece todavía a
la palabra que le precede o constituye el principio de una nueva. En la escritura cuneiforme de
los persas, en cambio, una cuña oblicua servía como «separador de palabras».
Una lengua antiquísima, pero que todavía hablan y escriben 400 millones de personas, es la
china. No crean que yo comprendo algo de ella: sólo me he instruido al respecto porque
esperaba hallar analogías con las imprecisiones del sueño. Mi expectativa, por cierto, no se vio
defraudada. La lengua china abunda en imprecisiones tales que podrían meternos miedo, Como
es sabido, consta de un número de sonidos silábicos que son proferidos solos o combinados
de a dos, Uno de los dialectos principales posee unos cuatrocientos de tales sonidos. Ahora
bien, puesto que el léxico de este dialecto se calcula en unas cuatro mil palabras, resulta que
cada sonido tiene, en promedio, diez significados distintos; algunos menos, pero otros,
bastantes más. Hay entonces toda una serie de recursos para evitar la multivocidad, puesto que
por el contexto solamente no puede colegirse cuál de los diez significados del sonido silábico se
propone el hablante evocar en el oyente. Algunos de esos recursos son la combinación de dos
sonidos en una palabra compuesta ~ el uso de cuatro «tonos» diversos en la emisión de estas
sílabas. Para nuestra comparación es todavía más interesante la circunstancia de que en esta
lengua la gramática es casi inexistente. De ninguna de esas palabras de una sola sílaba puede
decirse si es sustantivo, verbo o adjetivo, y faltan todas las flexiones de las palabras por las que
podrían reconocerse género, número, caso, tiempo o modo. Esa lengua consiste, por así decir,
sólo en la materia prima, y en ello se asemeja a la manera en que nuestro lenguaje conceptual
es reducido por el trabajo del sueño a su materia prima, a saber ‘ omitiendo expresar sus
relaciones. En el chino, en todos los casos de imprecisión, la decisión se deja a cargo de la
comprensión del oyente, que para ello se guía por el contexto. Me he anotado un ejemplo de un
refrán chino, que traducido literalmente diría:
«Poco que ver mucho que maravilloso».
No es difícil de entender. Quizá quiera decir: «Mientras menos ha visto uno, tanto más para
maravillarse encuentra». O: «Mucho tiene para maravillarse aquel que ha visto poco». Desde
luego, no interesa decidir entre estas traducciones, que difieren sólo gramaticalmente. A pesar
de estas imprecisiones, se nos asegura, la lengua china es un medio bien perfilado de
expresión del pensamiento. Por tanto, la imprecisión no lleva forzosamente a la ambigüedad.
Ahora tenemos que confesar sin ambages que para el sistema expresivo del sueño las cosas
son mucho más desfavorables que para todas estas viejas lenguas y escrituras. En efecto, en
el fondo ellas están, a pesar de todo, destinadas a la comunicación, vale decir, calculadas para
que se las comprenda, cualesquiera que sean los caminos y los recursos. Este carácter,
precisamente, le falta al sueño. El sueño no quiere decir nada a nadie; no es un vehículo de la
comunicación; al contrario, se empeña en permanecer incomprendido. Por eso, no debería
maravillarnos ni desconcertarnos que un número de ambigüedades e imprecisiones del sueño
permanezcan indecidibles. Como ganancia segura de nuestra comparación nos queda esta
única intelección: esas imprecisiones, que se querrían emplear para objetar el acierto de
nuestras interpretaciones de sueños, son, más bien, caracteres regulares de todos los
sistemas primitivos de expresión.
¿Hasta dónde llega realmente la comprensibilidad del sueño? He ahí algo que sólo puede
establecerse por la práctica y la experiencia (ver nota(212)). Yo opino que llega a mucho, y la
comparación de los resultados que obtienen analistas correctamente formados corrobora mi
creencia. El público lego, aun el de los científicos legos, gusta, como es sabido, de alardear de
un prudente escepticismo cuando se enfrenta a las dificultades e incertezas de un logro
científico. Creo que se equivoca en ello. No todos ustedes saben, quizá, que una situación
parecida se presentó en la historia del desciframiento de las inscripciones asirio-babilónicas.
Hubo un tiempo en que la opinión pública hasta llegó a tener por unos ilusos a los descifradores
de signos cuneiformes y a tachar de «fraude» toda esta investigación. Pero en 1857 la Royal
Asiatic Society hizo una comprobación decisiva. Solicitó a cuatro de los más prestigiosos
descifradores de la escritura cuneiforme, Rawlinson, Hincks, Fox Talbot y Oppert, traducciones
independientes bajo sobre sellado de una inscripción que acababa de descubrirse; y, por la
comparación de las cuatro lecturas, pudo proclamar que el acuerdo entre ellas era
suficientemente grande como para justificar que se diera crédito a lo ya logrado y se confiara en
ulteriores progresos. Las burlas del mundo de los legos cultos se fueron acallando poco a poco,
y la certidumbre en la lectura de los documentos de escritura cuneiforme ha aumentado
extraordinariamente desde entonces.
2. Una segunda serie de reparos arraiga hondamente en la impresión -tampoco ustedes, sin
duda, han escapado a ella- de que cierto número de soluciones a que nos vemos precisados en
la interpretación de los sueños *parecen forzadas, artificiosas, traídas de los cabellos, y por
tanto son violentas y aun de efecto cómico y chistoso. Las manifestaciones en este sentido son
tan frecuentes que quiero escoger al azar la última que ha llegado a mi conocimiento. Escuchen
esto: En la libre Suiza, no hace mucho, un director de seminario fue destituido de su puesto por
ocuparse del psicoanálisis. Apeló, y una revista de Berna hizo público el voto del tribunal
universitario sobre su caso. De este documento extracto algunos párrafos que se refieren al
psicoanálisis: «Además, sorprende lo rebuscado y artificioso de muchos ejemplos que se
encuentran también en el mencionado libro del doctor Pfister, de Zurich … tenía que sorprender
mucho, pues, que un director de seminario aceptase sin crítica todas estas tesis y
seudodemostraciones». Estos párrafos son presentados como la decisión de un «juez sereno».
Yo opino, más bien, que esa serenidad es «artificiosa». Entremos a considerar más de cerca estas manifestaciones, con la esperanza de que un poco de reflexión y un poco de
conocimiento del asunto no han de ser dañinos para un juicio sereno.
Es en verdad regocijante ver cuán rápido y cuán imperturbablemente puede alguien, en una
espinosa cuestión de la psicología profunda, emitir juicio siguiendo sus primeras impresiones.
Las interpretaciones le parecen rebuscadas y forzadas, no le gustan; por tanto, son falsas y
toda esa cosa interpretativa no vale nada; ni por asomo se le pasa por la cabeza la otra
posibilidad: que estas interpretaciones presentan esa apariencia forzosamente, que tienen
buenas razones para presentarla, a lo cual seguiría el intento de averiguar cuáles son esas
buenas razones.
El asunto que fue objeto del juicio se refiere en lo esencial a los resultados del desplazamiento,
que ustedes han llegado a conocer como el medio más poderoso de la censura onírica. Con el
auxilio del desplazamiento, la censura onírica crea formaciones sustitutivas que hemos llamado
«alusiones». Pero como tales son difíciles de reconocer; no es fácil descubrir el camino de
regreso desde ellas hasta lo genuino, y se conectan con lo genuino por medio de las más
extrañas e insólitas asociaciones extrínsecas. En todos estos casos, empero, se trata de cosas
que tienen que permanecer ocultas, que están destinadas al secreto; es lo que la censura
onírica se propone lograr. Pero a algo que tiene que ser ocultado no se puede esperar hallarlo
en su sitio, en el lugar que le corresponde. Los destacamentos de vigilancia de fronteras que
hoy ejercen sus funciones son, en este aspecto, más astutos que aquel tribunal suizo. En la
pesquisa de documentos e informaciones no *se conforman con andar a la pesca de
cartapacios y portafolios, sino que tienen en cuenta la posibilidad de que los espías y
contrabandistas de esas cosas prohibidas puedan llevarlas en los lugares más recónditos de
sus vestidos, donde decididamente no estarían en su sitio; por ejemplo, entre la doble suela de
sus botas. Y si se encuentra ahí esas cosas solapadas, sin duda que fueron rebuscadas(213),
pero también … halladas.
Si admitimos como posibles los enlaces más remotos y extraños, de apariencia ora cómica,
ora chistosa, entre un elemento onírico latente y su sustituto manifiesto, no hacemos sino seguir
abundantes experiencias de ejemplos cuya resolución por regla general no hemos hallado
nosotros mismos. A menudo a uno le es imposible dar por sí mismo tales interpretaciones;
ningún hombre sensato podría colegir el enlace existente. El soñante nos da la traducción, o
bien de un plumazo, por su ocurrencia directa -puede hacerlo, pues es en él donde se ha
producido esta formación sustitutiva-, o nos brinda tanto material que la solución ya no exige
una agudeza particular, sino que se impone como necesaria, Si el soñante no viene en nuestro
auxilio de alguno de estos dos modos, el elemento manifiesto en cuestión permanecerá para
nosotros eternamente incomprendido. Permítanme ustedes que agregue todavía un ejemplo de
esta clase, que he vivenciado hace poco. Una de mis pacientes ha perdido a su padre en el
curso de su tratamiento conmigo. Desde entonces se vale de cualquier ocasión para hacerlo
revivir en el sueño. En uno de sus sueños el padre aparece en un cierto contexto, que no
interesa aquí, y dice: Son las once y cuarto, son las once y medía, son las doce menos cuarto.
Para la interpretación de esta extravagancia sólo acude la ocurrencia de que el padre veía con
gusto que sus hijos adultos se reunieran puntualmente en torno a la mesa a la hora de comer.
Esto tenía, sin duda, estrecha relación con el elemento onírico, mas no permitía inferencia
alguna sobre su origen. Por la situación de ese momento en la cura, había una justificada
sospecha de que un rechazo crítico, cuidadosamente sofocado, contra el padre amado y
venerado tenía algo que ver en este sueño. En la ulterior persecución de sus ocurrencias,
aparentemente muy alejadas del sueño, la soñante cuenta que ayer en su presencia se había
hablado de muchos asuntos de psicología, y un pariente había manifestado esto: «El hombre
primordial {Urmensch} pervive en todos nosotros». Ahora creemos comprender. Esto le dio una
excelente oportunidad para hacer que el padre muerto perviviera. Lo convirtió entonces en el
sueño en el hombre de las horas {Uhrmensch} haciéndole anunciar los cuartos de hora que
faltaban para el almuerzo.
En este ejemplo, no podrán ustedes apartar de sí el parecido con un chiste, y en realidad La
ocurrido con harta frecuencia que el chiste del soñante se creyera del intérprete. Hay aún otros
ejemplos en los que es muy difícil decidir si se está frente a un chiste o frente a un sueño. Ahora
bien, recuerden ustedes que idéntica duda se nos planteó ante muchos deslices en el habla. Un
hombre cuenta como sueño propio que su tío, mientras estaban sentados en el auto(móvil) de
él, le dio un beso (ver nota(214)). El mismo agrega con presteza la interpretación; significa:
autoerotismo (un término de la doctrina de la libido, que designa la satisfacción sin objeto ajeno).
¿Acaso este hombre nos gastó una broma presentándonos un chiste que se le había ocurrido
como si fuera un sueño? Creo que no; realmente lo ha soñado así. Pero, ¿de dónde viene esta
desconcertante semejanza? Esta pregunta, en su tiempo, me distrajo un poco de mi camino,
pues me impuso la necesidad de someter al chiste como tal a una indagación a fondo (ver
nota(215)). De ahí resultó, en cuanto a la génesis del chiste, que una ilación de pensamiento
preconciente(216) es abandonada por un momento a la elaboración inconciente, de donde
después emerge como chiste. Bajo la influencia del inconciente experimenta la acción de los
mecanismos que reinan ahí, la condensación y el desplazamiento, vale decir, los mismos
procesos cuya participación hemos descubierto en el trabajo del sueño, y a esta comunidad ha
de atribuirse la semejanza entre chiste y sueño, allí donde aparece. El «chiste onírico»
indeliberado no ofrece nada de la ganancia de placer del chiste. Quizá la profundización en el
estudio del chiste pueda enseñarles a ustedes el porqué. El «chiste onírico» nos parece un
chiste malo, no nos hace reír, nos deja fríos (ver nota(217)).
En esto seguimos las huellas de la interpretación de sueños de los antiguos, que junto a tantas
cosas inútiles nos ha dejado buenos ejemplos de una interpretación que nosotros mismos no
sabríamos aventajar. Les cuento un sueño que tuvo importancia histórica, del que con ciertas
divergencias informan Plutarco y Artemidoro Daldiano, acerca de Alejandro Magno. Cuando el
rey estaba empeñado en el sitio de la ciudad de Tiro, que se defendía con obstinación (322 a.
C.), soñó cierta vez que vio a un sátiro danzando. Aristandros, el intérprete de sueños, que se
encontraba con el ejército, le interpretó ese sueño descomponiéndole la palabra «sátiro» (tuya
es Tiro), y por eso le aseguró el triunfo sobre la ciudad. Alejandro se dejó llevar por esta
interpretación, prosiguió el sitio y por fin se apoderó de Tiro. La interpretación, de apariencia
bastante artificiosa, fue indudablemente la correcta (ver nota(218)).
3. Puedo imaginarme que les hará una impresión particular oír que también han sido planteadas
objeciones a nuestra concepción del sueño por personas que en calidad de psicoanalistas se
han ocupado desde hace mucho tiempo de la interpretación de sueños. Habría sido insólito que
una tan propicia ocasión para nuevos errores se dejara sin aprovechar, y así, mediante
confusiones conceptuales y generalizaciones injustificadas, se obtienen tesis que en materia de
inexactitud no quedan muy a la zaga de la concepción médica del sueño. Ustedes ya conocen una de ellas. Enuncia que el sueño se ocupa de intentos de adaptación al presente y de
solución de las tareas futuras, vale decir, persigue una «tendencia prospectiva» (Maeder
[1912]). Ya hemos apuntado que esta tesis descansa en una confusión del sueño con los
pensamientos oníricos latentes y, por tanto, tiene por premisa el descuido del trabajo del sueño.
Como característica de la actividad mental inconciente, a que pertenecen los pensamientos
oníricos latentes, no es ninguna novedad; eso por un lado; por el otro, no es exhaustiva, pues la
actividad mental inconciente se ocupa de muchas otras cosas además de la preparación del
futuro (ver nota(219)). Una confusión mucho más grave parece estar en la base de la
aseveración según la cual tras todo sueño se hallaría el «artículo de la muerte» [Stekel, 1911a,
pág. 34]. No sé con precisión lo que quiere decir esta fórmula, pero supongo que tras ella está
la confusión del sueño con la personalidad total del soñante (ver nota(220)).
Una generalización injustificada de unos pocos buenos ejemplos es la tesis según la cual todo
sueño admitiría dos interpretaciones; una es la que hemos mostrado, la llamada psicoanalítica,
y otra, la llamada anagógica, que prescinde de las mociones pulsionales y apunta a una
figuración de las operaciones más altas del alma (Silberer [1914]) (ver nota(221)). Hay sueños
así, pero en vano pretenderían ustedes extender esta concepción siquiera a una mayoría de
sueños. Después de todo cuanto han oído, les resultará completamente inconcebible la
aseveración de que todos los sueños han de interpretarse bisexualmente, como fusión de una
corriente masculina con una que ha de llamarse femenina (Adler [1910]) (ver nota(222)). Hay
también, desde luego, algunos sueños de esa índole, y más adelante tal vez se enteren ustedes
de que están construidos como ciertos síntomas histéricos. Si menciono todos estos
descubrimientos de nuevos caracteres universales del sueño, es para alertarlos contra ellos, o
para que al menos no tengan duda alguna sobre el juicio que me merecen.
4. El valor objetivo de la investigación de los sueños pareció puesto temporariamente en
entredicho por esta observación: que los pacientes en tratamiento analítico acomodaban el
contenido de sus sueños a las teorías predilectas de sus médicos, pues unos soñaban
predominantemente con mociones pulsionales de carácter sexual, los otros con ansias de
poder, y otros, todavía, con el renacimiento (Stekel). El peso de esta observación se achica si
se reflexiona en que los hombres ya soñaban antes de que existiese un tratamiento
psicoanalítico que pudiera guiar sus sueños, y los que ahora están en tratamiento ya solían
soñar antes de que este empezara. El contenido fáctico de esta novedad se deja reconocer
enseguida como obvio y carente de importancia para la teoría del sueño. Los restos diurnos
incitadores del sueño quedan pendientes de los poderosos intereses de la vida de vigilia.
Cuando los dichos del médico y sus incitaciones cobran importancia para el analizado,
entonces ingresan en el círculo de los restos diurnos, pueden prestar los estímulos psíquicos
para la formación del sueño al igual que los otros intereses del día, no tramitados y teñidos de
afecto, y tienen efectos parecidos a los estímulos somáticos que operan sobre el durmiente
mientras duerme. Como estos otros incitadores del sueño, también las ilaciones de
pensamiento incitadas por el médico pueden aparecer dentro del contenido manifiesto del
sueño o ser rastreadas en su contenido latente. Como bien sabemos, se producen
experimentalmente sueños; mejor dicho, una parte del material del sueño puede introducirse en
este. Por tanto, en el caso de estas influencias sobre sus pacientes, el analista no desempeña
otro papel que el del experimentador que, como hizo Mourly Vold, hace adoptar ciertas
posiciones a los miembros del sujeto de experimentación.
A menudo puede influirse al soñante en aquello sobre lo cual ha de soñar, pero nunca instilarle
lo que soñará. El mecanismo del trabajo del sueño y el del deseo onírico inconciente están
sustraídos a cualquier influencia ajena. Ya en la apreciación de los sueños por estímulo
somático reconocimos que la especificidad y la autonomía de la vida onírica se revelan en la
reacción con que el sueño responde a los estímulos corporales o anímicos que se le aportan.
Por tanto, en la base de la aseveración aquí considerada, que pretende poner en duda la
objetividad de la investigación del sueño, hay de nuevo una confusión, esta vez la del sueño con
el material onírico (ver nota(223)).
Es todo, señoras y señores, cuanto quería contarles sobre los problemas del sueño. Hacen bien
en sospechar que he omitido muchas cosas, y aun han experimentado que en casi todos los
puntos me vi obligado a no ser completo. Pero esto tiene que ver con el vínculo que los
problemas oníricos mantienen con los de las neurosis, Hemos estudiado el sueño como
introducción a la doctrina de las neurosis, y era por cierto más justo proceder de este modo y no
a la inversa. Pero así como el sueño es preparatorio para las neurosis, por otro lado su
apreciación correcta de él sólo podrá lograrse después de que se conozcan los fenómenos
neuróticos (ver nota(224)).
Yo no sé lo que pensarán sobre esto, pero debo asegurarles que no me arrepiento por haber
ocupado tan largamente el interés de ustedes, y el tiempo disponible, en los problemas del
sueño. En ningún otro objeto es posible conseguir con tanta rapidez el convencimiento acerca
de la justeza de las aseveraciones que son cuestión de vida o muerte para el psicoanálisis. Se
requeriría el esforzado trabajo de muchos meses y aun de años para mostrar que los síntomas
de un caso de neurosis poseen su sentido, sirven a un propósito v proceden de la peripecia vital
de la persona enferma. En cambio, basta quizás un esfuerzo de unas pocas horas para
demostrar esto mismo respecto de un producto onírico al principio incomprensible y confuso, y
para corroborar así todas las premisas del psicoanálisis: la condición inconciente
{Unbewusstheit} de unos procesos anímicos, los mecanismos peculiares a que obedecen y las
fuerzas impulsoras que en ellos se exteriorizan. Y si parangonamos la fundamental analogía de
construcción entre sueño y síntoma neurótico con la brusca mudanza que hace del soñante un
hombre despierto y racional, obtenemos la seguridad de que también la neurosis descansa sólo
en la alteración del juego de fuerzas entre los poderes de la vida del alma (ver nota(225)).
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