Obras de S. Freud: Psicopatología de la vida cotidiana. Olvido de nombres y de frases (tercera parte)

Olvido de nombres y de frases

11. (1) También el ejemplo que sigue es apto para demostrar cómo un complejo que en ese momento domina a la persona provoca, en la referencia a sí propio, que se olvide un nombre a raíz de una conexión muy remota:

«Dos hombres, uno mayor y otro más joven, que seis meses antes han hecho un viaje juntos a Sicilia, intercambian recuerdos sobre aquellos días hermosos y plenos. Pregunta el más joven:

«¿Cómo se llamaba el lugar donde pernoctamos para la excursión a Selinunte? Calatalimi, ¿no es verdad?». – El más viejo lo rechaza: «No, estoy seguro de que no se llamaba así, pero también yo he olvidado el nombre, aunque recuerdo muy bien los detalles de nuestra estadía allí.

En mi caso, basta con que yo repare en que otro olvidó un nombre para que enseguida se me induzca ese mismo olvido. ¿Quiere que busquemos este nombre? Sólo se me ocurre Caltanisetta, pero no es el correcto». – «No -dice el más joven-, el nombre empieza con iv o contiene una w». – «Pero si no existe w en italiano», advierte el más viejo. – «Me refería a una v, y sólo dije w por estar habituado a hacerlo en mi lengua materna». – El de más edad se revuelve contra la v. Dice: «Creo que ya son demasiados los nombres italianos que he olvidado; sería tiempo de hacer algunos experimentos. ¿Cómo se llama, por ejemplo, ese sitio de altura que en la Antigüedad recibía el nombre de Enna? … ¡Ah! Ya lo tengo: Castrogiovanni». – Y a los pocos instantes el más joven recobró el nombre perdido. Exclama: «¡Castelvetrano!», y se regocija de poder registrar ahí la v que él afirmaba. El de más edad echa de menos todavía por un instante el sentimiento de lo familiar; pero después que ha aceptado el nombre debe informar por qué se le ha pasado de la memoria. Opina: «Evidentemente porque la segunda mitad, vetrano, me suena a… veterano. Yo sé que no me gusta pensar en envejecer y reacciono de una manera rara cuando algo me lo recuerda. Por ejemplo, no hace mucho, bajo el más sorprendente disfraz, le he espetado a un amigo, por quien tengo gran aprecio, que ‘hace tiempo ha dejado de ser joven’, y ello porque cierta vez, tiempo atrás, en medio de las expresiones más halagadoras para mi persona, dijo también que yo ‘no era ya un hombre joven’ (2). Que en mí la resistencia se dirigió contra la segunda mitad del nombre, surge también de que su comienzo había retornado en el nombre sustitutivo Caltanisetta». «¿Y el nombre de Caltanisetta, a su vez?», pregunta el más joven. – «Siempre me ha sonado como un apelativo cariñoso para una mujer joven», confiesa el de más edad, »Algún tiempo después prosigue: «El nombre para Enna también era un nombre sustitutivo. Y ahora se me impone que este nombre de Castrogiovanni, que se adelantó con ayuda de una racionalización, suena a giovanni, ‘joven’, así como el nombre perdido de Castelvetrano sonaba a veterano, ,viejo’ «.

»El mayor cree haber dado así razón de su olvido. No se indagó el motivo que tuvo el más joven para producir el mismo fenómeno de pasársele el nombre».

Además de sus motivos, también merece nuestro interés el mecanismo del olvido de nombres. (3)

En una gran serie de casos no se olvida un nombre porque él mismo convoque aquellos motivos, sino porque, en razón de una homofonía y una semejanza acústica, roza otro contra el cual los motivos se dirigen. Como se comprende, tal aminoramiento de las condiciones facilita extraordinariamente la producción del fenómeno. Así en los ejemplos que siguen:

12. Informado por el doctor Eduard Hitschmann (4): «El señor N. quiere indicar a alguien la firma [vienesa] de librería Gilhojer & R anschburg. Piensa y piensa, y sólo se le ocurre el nombre de Ranschburg, no obstante serle muy familiar esa firma. Ya de regreso a casa, ligeramente disgustado por esa causa, el asunto le parece de suficiente importancia como para preguntar a su hermano, que al parecer duerme ya, por la primera mitad del nombre. El se la menciona sin vacilar. Tras ello, al señor N. se le ocurre enseguida, para «Gilhofer», la palabra «Gallhof». Por Gallhof, meses antes, había dado un paseo en compañía de una atractiva muchacha, del que conservaba vivos recuerdos. Ella le había regalado entonces un objeto sobre el cual se leía:

«Como recuerdo de die schönen Gallhofer Stunden {los hermosos momentos de Gallhof}» .

Pocos días antes del olvido de aquel nombre, este objeto había recibido un fuerte daño, por casualidad en apariencia, al abrir él bruscamente el cajón que lo contenía, cosa que -familiarizado como estaba con el sentido de las acciones sintomáticas- comprobó no sin algún sentimiento de culpa. Por esos días, su talante hacia la dama era algo ambivalente; sin duda que la amaba, pero vacilaba frente a los deseos matrimoniales de ella».

13. Informado por el doctor Hanns Sachs: «En una plática sobre Génova y sus alrededores, un joven quiere nombrar también el lugar llamado Pegli, pero sólo con esfuerzo, tras una atenta reflexión, puede recordarlo. Camino a su casa medita sobre la penosa incomparecencia de ese nombre que tan familiar le era de ordinario, y a raíz de ello es conducido a la palabra, de muy semejante sonido, Peli. Sabe que así se llama una isla de los mares del Sur cuyos habitantes han conservado ciertos usos asombrosos. Hace poco se enteró sobre esto en un libro de etnología, y en ese momento se propuso aprovechar tales noticias para una hipótesis propia.

Entonces se le ocurre que Peli es también el escenario en que trascurre una novela que ha leído con interés y con gusto: Van Zantens glücklichste Zeit {Los días más dichosos de Van Zanten}, de Laurids Bruun. Los pensamientos que ese día lo habían ocupado casi sin parar se anudaban a una carta, recibida por él esa misma mañana, de una dama que le era muy cara; esta carta le hizo temer que debería renunciar a una cita convenida. Luego de pasar todo el día del peor humor, salió al atardecer con el designio de no torturarse más con esos tristes pensamientos, y gozar en cambio, con la mayor serenidad posible, de la reunión que tenía en cierne y que él estimaba enormemente. Es claro que por obra de la palabra Pegli podía correr enojoso ríesgo su designio, tan entramado como estaba su sonido con Peli; ahora bien, Peli, por haber cobrado una referencia a su yo en virtud del interés etnológico, no corporiza sólo «los días más dichosos» de Van Zanten, sino los suyos propios, y, por ende, los temores y cuidados que lo ocuparan todo el día. Es característico que sólo consiguiera esta interpretación simple luego que una segunda carta trasformó la duda en una gozosa certidumbre de pronto reencuentro».

Si a raíz de este ejemplo uno se acuerda de otro que le es por así decir vecino, aquel en que no acudía el nombre de lugar Nervi (ejemplo 1) , se advierte cómo el sentido doble de una palabra es sustituible por la semejanza de sonido entre dos palabras.

14. Cuando en 1915 estalló la guerra con Italia, pude hacer en mí mismo la observación de que de pronto le eran sustraídas a mí memoria toda una serie de nombres de localidades italianas, que de ordinario fácilmente poseía. Como tantos otros alemanes, me había hecho el hábito de pasar una parte de mis vacaciones en suelo italiano, y no pude dudar de que ese masivo olvido de nombres era la expresión de una comprensible enemistad hacia Italia, que remplazaba al amor anterior. Sin embargo, junto a este olvido de nombres, de motivación directa, se insinuó además otro, indirecto, que se podía reconducir a ese mismo influjo: me inclinaba a olvidar también nombres de localidades no italianas, y en la indagación de tales sucesos hallé que esos nombres se entramaban con los hostiles, proscritos, por alguna distante resonancia. Así, un día me martiricé para recordar el nombre de la ciudad morava de Bisenz. Cuando al fin se me ocurrió, enseguida supe que ese olvido debía ponerse en la cuenta del palazzo Bisenzi, en Orvieto. En ese palacio se encuentra el Hotel Belle Arti, donde yo residí durante todas mis estadías en Orvieto. (5) Y desde luego, los recuerdos más caros eran los más dañados por la alteración de mi actitud de sentimiento.

Algunos ejemplos más habrán de advertirnos cuán diversos son los propósitos a cuyo servicio puede estar la operación fallida del olvido de nombres.

15. Informado por A. J. Storfer (6): «Una dama de Basilea se entera una mañana de que su amiga de juventud, Selma X., de Berlín, justamente en su viaje de bodas, acaba de llegar a Basilea; la amiga berlinesa pasará. sólo un día en esta ciudad, y nuestra dama se apresura a llegarse al hotel. Cuando las amigas se separan, convienen en reencontrase después del mediodía y permanecer juntas hasta la partida de la berlinesa.

»Y n la tarde nuestra dama olvida la cita. No conozco el determinismo de ese olvido, pero, dada la situación (encuentro con una amiga de juventud recién casada), son posibles muchas constelaciones típicas capaces de condicionar una inhibición a repetir el encuentro, Lo interesante en este caso es una operación fallida adicional, que constituye una garantía inconciente de la primera. En el momento en que debía reencontrarse con la amiga de Berlín, nuestra dama se hallaba en cierta reunión en otro sitio. La conversación recayó sobre el reciente casamiento de la cantante de ópera vienesa Kurz (7). La dama de Basilea se manifestó de manera crítica (!) sobre ese matrimonio, pero cuando quiso mencionar a la cantante no le acudió, para su máxima turbación, el nombre de pila. (Como es sabido, en el caso de apellidos monosilábicos hay una especial tendencia a mencionarlos junto con el nombre de pila.) La dama de Basilea se enojó mucho por su falta de memoria, pues a la Kurz la había oído cantar a menudo y su nombre (entero) le era asaz familiar. Sin que nadie llegara a mencionar ese nombre que se le pasaba de la memoria, la charla tomó otro giro.

»Ese mismo día, por la noche, nuestra dama se encuentra en una reunión en parte idéntica a la de la tarde. Por casualidad, vuelve a hablarse sobre el matrimonio de la cantante de Viena, y la dama menciona sin dificultad alguna su nombre, «Selma Kurz». Y al punto exclama: «¡Ahora me acuerdo! He olvidado por completo que hoy a la tarde tenía una cita con mi amiga Selma». Una mirada al reloj le mostró que la amiga seguramente había partido ya de viaje».

Quizá no estemos todavía preparados para apreciar en todas sus dimensiones este magnífico ejemplo. Es más simple el que sigue, en que no se olvidó un nombre sino una palabra de lengua extranjera, a raíz de un motivo contenido dentro de la situación. (Vamos notando ya que tratamos con los mismos procesos, recaigan estos sobre apellidos, nombres de pila, palabras e lengua extranjera o frases.) Aquí un joven olvida la palabra inglesa que significa «oro», idéntica a la alemana {Gold}, para hallar ocasión de realizar una acción que deseaba.

16. Informado por el doctor Hanns Sacbs: «Un joven conoce en una pensión a una inglesa que le gusta. Durante la primera velada que pasan en compañía, él mantiene plática en la lengua materna de ella, que domina pasablemente; cuando quiere emplear la palabra inglesa para «oro», no se le ocurre el vocablo, no obstante buscarlo con afán. En cambio, lo asedian, como palabras sustitutivas, la francesa «or» , la latina «aurum» y la griega «chrysos», y tan tenazmente que apenas puede rechazarlas, aunque sabe con precisión que no guardan parentesco alguno con la palabra buscada. Al fin no halla, para hacerse entender, más camino que tocar un anillo de oro que la dama llevaba en su mano; y abochornado se entera, por boca de ella, que la palabra tan buscada era idéntica a la alemana para denotar «oro», a saber, «gold». El alto valor de ese contacto, fruto del olvido, no reside meramente en la inocente satisfacción de la pulsión de tomar y tocar -que por cierto en otras ocasiones los enamorados aprovechan con celo-, sino, mucho más, en permitir aclararse las perspectivas del cortejo. Lo inconciente de la dama colegirá, en particular si siente simpatía hacia el compañero de charla, el fin erótico del olvido, oculto tras la máscara inocente; el modo en que ella reciba el contacto y admita la motivación es apto para proporcionar a ambas partes un medio de entendimiento, inconciente, sí, pero muy significativo, acerca de las posibilidades del flirt que habían iniciado».

17. Comunico todavía, según J. Stärcke (8) una interesante observación de olvido y recuperación de un apellido, singularizada por conectarse al olvido del nombre la falsificación de la frase de una poesía, como en el ejemplo de «La novia de Corinto».

«Z., un anciano jurista y lingüista, refiere en cierta reunión que en la época en que él estudiaba en Alemania conoció a un alumno extraordinariamente bobo, y sobre su estupidez supo contar muchas anécdotas; pero no puede acordarse de su nombre, cree que empieza con W, pero se retracta de esto. Se acuerda de que ese estudiante bobo se hizo después comerciante en vinos. Luego vuelve a narrar una anécdota sobre la estupidez de ese mismo individuo, y torna a asombrarse de que su nombre no se le ocurra; dice entonces: «Era un asno tal que todavía no entiendo cómo pude inculcarle el latín a fuerza de repetírselo». Un instante después recuerda que el nombre buscado terminaba en «man». Ahora le preguntamos sí se le ocurre otro nombre terminado en «man», y él dice: «Erdmann {Hombre-Tietra}». – «¿Y quién es este?». – «Era también un estudiante de aquel tiempo». – Pero su hija señala que también existe un profesor Erdrnann. Una averiguación más precisa muestra que este profesor Erdrnann publicó en la revista por él dirigida, pero sólo en forma abreviada, un trabajo que Z. le había enviado, estando él en desacuerdo parcial con ese trabajo, etc., y que Z. sintió bastante desagrado por esto. (Además, según me enteré luego, en años anteriores Z. había tenido perspectivas de ser profesor en la misma disciplina que ahora enseña el profesor E., y por eso también en este aspecto su nombre acaso le toque una cuerda sensible.) »Y ahora, de repente, le acude el nombre del estudiante bobo: «¡Lindeman!». Puesto que ya antes había recordado que el nombre terminaba en «man», «Linde» {«tilo»} había permanecido reprimido más tiempo. A la pregunta sobre qué se le ocurre a raíz de tilo, dice primero: «Nada se me ocurre sobre eso». Esforzado por mí en el sentido de que algo, empero, debía de ocurrírsele a raíz de esa palabra, dice mirando a lo alto y haciendo con la mano un ademán en el aire:

«Bien, pues; un tilo es un árbol hermoso». Más no quiere ocurrírsele. Todos callan, cada quien prosigue con sus lecturas y otras ocupaciones, hasta que Z., unos momentos después, cita lo siguiente con tono de ensoñación:

«Así se yerga con firmes huesos, y flexibles, sobre la Tierra, apenas llegará con el tilo y el sarmiento a compararse».

»Prorrumpí yo en un grito de triunfo: «¡Ahí tenemos a Erdrnann!». Dije: «Aquel hombre que ‘se yergue sobre la Tierra {Erde}’ es, pues, el Erde-Mann o Erdmann, y no puede erguirse hasta compararse ni con el tilo (Lindeman) ni con la vid (el comerciante en vinos). Con otras palabras:

aquel Lindeman, el estudiante bobo que luego se hizo comerciante en vinos, era ya un asno, pero Erdmann es un asno todavía más grande, ni siquiera puede compararse con Lindeman».

»Un dicho así de burla o escarnio tenido en lo inconciente es algo muy habitual; por eso considero haber hallado de esta manera la principal causa de este olvido de nombre.

»Ahora pregunto por la poesía de donde procedían los versos citados. Z. dijo que se trataba de un poema de Goethe; creía que empezaba así:

«¡Que el hombre sea noble y compasivo y bueno!»

y le parece que seguía así:

«Y elévese a lo alto, que jueguen con él los vientos».

»Al día siguiente busqué ese poema de Goethe y se lo mostré, pues el caso era aún más bonito (pero también más complicado) de lo que al principio pareció.

»a. -Los primeros versos citados por el anciano rezan en verdad:

«Así se yerga con firmes huesos, y robustos . . . «.

»»Flexibles huesos» era, por cierto, una construcción bastante extraña. Pero no quiero entrar más a fondo en este detalle.

»b. Los versos siguientes de la estrofa:

… sobre la de sólidas raíces, la que dura, la Tierra, apenas llegará con la encina y el sarmiento a compararse».

»¡O sea que en todo el poema no aparece tilo alguno! El cambio de «encina» por «tilo» sólo sobrevino (en su inconciente) para posibilitar el juego de palabras «Tierra – tilo – sarmiento».

»c. Este poema se titula Grenzen der Menschheit (Límites de la humanidad}, y compara la omnipotencia de los dioses y el ínfimo poder de los humanos. Empero, el poema que empieza

«¡Que el hombre sea noble y compasivo y bueno!»

es otro, que se lee más adelante, Se titula Das Göttliche (Lo divino}, y también contiene pensamientos sobre dioses y hombres. Por no haber entrado aquí con más hondura, a lo sumo puedo conjeturar que en la génesis de este caso desempeñaron su papel unos pensamientos sobre la vida y la muerte, sobre lo temporal y lo eterno, y sobre la propia frágil vida del individuo y su futura muerte».

En muchos de estos ejemplos se requerirán todas las sutilezas de la técnica psicoanalítica para esclarecer un olvido de nombre. Quien desee conocer más sobre esta tarea, puede consultar una comunicación de Ernest Jones (9) (Londres) que ha sido traducida del inglés al alemán. (10)

18. Ferenczi ha señalado que el olvido de nombres puede aparecer también como síntoma histérico. En tal caso muestra un mecanismo muy diverso de aquel al que obedece la operación fallida. Una comunicación de él mismo nos mostrará cómo debe entenderse ese distingo:

«Ahora tengo en tratamiento a una paciente, una señorita entrada en años, a quien se le pasan de la memoria los nombres más corrientes y por ella mejor conocidos, aunque en lo demás tiene buena memoria. Del análisis surge que mediante este síntoma quiere documentar su ignorancia. Poner esta de relieve de una manera demostrativa es en verdad un reproche contra los padres, que no le dieron instrucción superior. También su martirizadora compulsión de limpiar («neurosis del ama de casa») brota en parte de la misma fuente; quiere decir aproximadamente esto: «Han hecho de mí una sirvienta»».

Podría multiplicar los ejemplos de olvido de nombres (11) y llevar mucho más adelante su examen sí no fuera porque quiero evitar el emplear aquí, al comienzo, casi todos los puntos de vista que corresponden a temas posteriores. No obstante, tengo derecho a resumir en algunas frases los resultados de los análisis que acabo de comunicar:

El mecanismo del olvido de nombres (más correctamente: del pasársele a uno algo de la memoria, olvido temporario) consiste en que la reproducción intentada del nombre es perturbada por una secuencia de pensamientos ajena, y no conciente por el momento. Entre el nombre perturbado y el complejo perturbador hay un nexo preexistente, o se lo ha establecido por caminos que parecen artificiosos mediante asociaciones superficiales (extrínsecas) .

Los complejos perturbadores más eficaces demuestran ser los de la referencia a sí propio (los personales, familiares, profesionales) .

Un nombre que a raíz de una multivocidad pertenezca a varios círculos de pensamiento (complejos) será perturbado a menudo, en el contexto de una de esas secuencias de pensamiento, por su copertenencia a otro complejo más intenso.

Entre los motivos de estas perturbaciones se destaca el propósito de evitar que se despierte displacer debido al recuerdo.

En general, se pueden distinguir dos casos principales de olvido de nombres: que el nombre mismo toque algo desagradable o que se conecte con otro que posee ese efecto, de suerte que unos nombres pueden ser perturbados en su reproducción por causa de ellos mismos o de sus vínculos asociativos más próximos o más distantes.

Una ojeada al conjunto de estos enunciados generales nos permite comprender que el olvido temporario de nombres propios se observe como la más frecuente de nuestras operaciones fallidas.

19. Muy lejos estamos, sin embargo, de haber delineado todas las peculiaridades de este fenómeno. He de señalar todavía que el olvido de nombres es contagioso en alto grado. En una charla entre dos personas, suele bastar que una manifieste haber olvidado este o estotro nombre para que también a la segunda se le pase de la memoria. Empero, toda vez que se trata de un olvido así inducido, el nombre olvidado adviene más fácilmente (12). Este olvido «colectivo» -en rigor, un fenómeno de la psicología de masas- no ha sido sometido aún a indagación analítica. Para un caso solo, pero muy ilustrativo, T. Reik (13) ha podido dar una buena explicación de este asombroso hecho.

«En una pequeña reunión de universitarios, donde se encontraban también dos muchachas estudiantes de filosofía, se hablaba de los innumerables problemas que el origen del cristianismo plantea a la historia de la cultura y a la ciencia de la religión. Una de aquellas jóvenes, que participaba en la plática, se acordó de haber leído no hacía mucho, en una novela inglesa, un atractivo cuadro de las múltiples corrientes religiosas que se agitaban en aquel tiempo. Agregó que en la novela se pintaba toda la vida de Cristo, desde su nacimiento hasta su muerte, pero no quiso ocurrírsele el nombre de esa creación literaria (su recuerdo visual de la cubierta del libro y de la tipografía del título era hipernítido. Tres de los jóvenes presentes afirmaron conocer, asimismo, la novela y señalaron que, cosa rara, tampoco a ellos les acudía el nombre … ».

Sólo la joven se sometió al análisis para esclarecer ese olvido de nombre. El título del libro era Ben Hur (de Lewis Wallace). Sus ocurrencias sustitutivas fueron: «Ecce homo -Homo sum-Quo vadis?». Ella misma comprendió que había olvidado el nombre «porque contiene una expresión que ni yo ni ninguna otra muchacha emplearíamos de buen grado, sobre todo en una reunión de jóvenes» («Hure»; en alemán, «puta»}. Merced al interesantísimo análisis, esta explicación se profundizó todavía más. Es que, rozado aquel nexo, la traducción de «homo», «hombre», cobra un significado mal reputado. Y Reik concluye: «La joven trata la palabra como si declarando ella aquel sospechoso título ante unos hombres jóvenes hubiera de confesar los deseos que ha rechazado como penosos y desacordes con su personalidad. En síntesis:

inconcientemente equipara la declaración de «Ben Hur» (14) a una propuesta sexual, y, de acuerdo con ello, su olvido corresponde a la defensa frente a una tentación inconciente.

Tenemos razones para suponer que parec idos procesos inconcientes condicionaron el olvido de los jóvenes. El inconciente de ellos aprehendió el olvido de la muchacha en su significado real y efectivo ( … ) interpretándolo, por así decir. ( … ) El olvido de los hombres figura un miramiento por aquella conducta de rechazo. ( … ) Es como si su interlocutora, con su repentina falta de memoria, les hubiera dado una nítida señal, y ellos, inconcientemente, la hubieran comprendido bien».

Hay también (15) un olvido continuado de nombres, en que toda una cadena de ellos se sustrae de la memoria. Si, para recobrar un nombre que se nos ha pasado, se quiere echar mano a otros con que aquel mantiene una conexión firme, no es raro que también estos, buscados como puntos de apoyo, se hurten. Así el olvido salta de uno a otro, como para demostrar la existencia de un impedimento nada fácil de eliminar.

Notas:
1- Agregado en 1912. Este ejemplo había aparecido por separado en junio del año anterior, con el título «Contribución al estudio sobre el olvido de nombres propios» (Freud, 191li). Se trata de un episodio autobiográfico, vinculado con una visita que Freud hizo a Sicilia en el otoño de 1910 en compañía de Ferenczi.
2- El amigo era J. J. Putnam, y la acotación de Freud aparece en una nota de su traducción de un trabajo de Putnam (1910). Incluimos dicha nota (Freud, 191li) en Freud (1919b), AE, .17, págs. 264-5. La frase de Putnam aquí mencionada pertenece a otro de sus trabajos (1909). Este episodio es considerado por Jones, 1955, págs. 82-3.
3- [Este párrafo y los ejemplos 12 a 17 inclusive, fueron agregados en 1917.]
4- Hitschmann, 1913a.
5- Este ejemplo se menciona sucintamente en las Conferencias de introducción (1916-17), AE, 15, pág. 66.
6- Storfer, 1914a.
7- Una soprano célebre por sus «coloraturas ».
8- Stärcke, 1916.
9- Jones, 1911a.
10- Este párrafo fue agregado en 1912, y el ejemplo 18, en 1920.
11- Lo que sigue, hasta la mitad de la página siguiente, data de 1907.
12- [El resto de este capítulo, a excepción de su último párrafo, fue agregado en 1920.]
13- Reik, 1920a.
14- «Ben» suena en alemán como «bin»; «Ich bin» = «yo soy».
15- [Este párrafo data de 1907.]