Olvido de palabras extranjeras.
El léxico usual de nuestra lengua materna parece a salvo del olvido dentro del campo de una función normal. Notoriamente, no sucede lo propio con los vocablos de una lengua extranjera. La predisposición a olvidarlos preexiste para todas las partes del discurso, y un primer grado de perturbación funcional se muestra en la desigual medida con que disponemos del léxico extranjero según nuestro estado general o nuestra fatiga. En una serie de casos, este olvido se cumple siguiendo el mecanismo que nos ha revelado el ejemplo de «Signorelli». Como prueba, he de comunicar un único análisis -pero de valor singular por sus peculiaridades -sobre un caso en que se olvidó una palabra, que no era un sustantivo, de una cita latina. Permítaseme exponer por extenso y plásticamente el pequeño episodio.
El verano pasado renové -también durante un viaje de vacaciones- mi trato con un joven de formación académica, quien, como pronto hube de notar, estaba familiarizado con algunas de mis publicaciones psicológicas. La plática recayó (ya no sé cómo) sobre la situación social del estamento del pueblo al cual ambos pertenecemos, y él, ¡oh ambicioso!, se desahogó en lamentos por estar su generación, según sus expresiones, condenada a no desarrollar sus talentos y a no poder satisfacer sus necesidades. Concluyó su discurso, de tono apasionado, con el consabido verso virgiliano en que la desdichada Dido difiere a la posteridad su venganza contra Eneas: «Exoriare … »; o, más bien, quiso así concluirlo, pues no le salió la cita y procuró encubrir una evidente laguna de su recuerdo mediante una trasposición de palabras: «Exoriar(e) ex nostris ossibus ultor!». Al fin dijo, enojado: «¡Por favor:, no ponga cara tan burlona, como si disfrutara con mi turbación, y ayúdeme usted! En ese verso falta algo. ¿Cómo dice, completo?».
De muy buena gana le respondí con la cita correcta: «Exo riar(e) Aliquis nostris ex ossibus ultor!».
«¡Qué tontera olvidar esa palabra! Pero usted sostiene que nada se olvida sin razón. Me gustaría saber cómo di yo en olvidar ese pronombre indefinido, «aliquis»».
Recogí el desafío gustosísimo, pues me prometía un aporte para mi colección. Le dije, pues:
– Enseguida podremos averiguarlo. Sólo tengo que rogarle me comunique usted con sinceridad y sin crítica alguna todo cuanto se le ocurra dirigiendo usted, sin propósito definido, su atención sobre la palabra olvidada.
– «Bien; entonces doy en la risible ocurrencia de dividir la palabra de la siguiente manera: «a» y «liquis»».
– ¿Qué significa eso?
– «No sé».
– ¿Qué más se le ocurre?
– «Eso se prosigue así: Reliquias – liquidación – fluidez – flujo. ¿Ahora ya sabe usted algo? ».
-No, todavía no. Pero continúe usted.
-«Pienso -prosiguió con irónica sonrisa- en Simón de Triento, cuyas reliquias he visto hace dos años en una iglesia de Triento. Pienso en la inculpación por sacrificios de sangre que ha vuelto a levantarse contra los judíos, y en el escrito de Kleinpaul [ 1892 ] , quien ve en todas estas presuntas víctimas unas reencarnaciones, unas reediciones, por así decir, del Salvador».
-La ocurrencia no carece de todo nexo con el tema sobre el cual charlábamos antes que a usted se le pasara de la memoria la frase latina.
-«Justamente. Pienso, además, en el artículo de un periódico italiano que hace poco he leído.
Creo que su título era «De lo que dice San Agustín sobre las mujeres». ¿Qué hace usted con eso?».
-Yo aguardo.
-«Entonces, ahora acude algo que carece de toda conexión con nuestro tema».
-Absténgase usted, se lo ruego, de toda crítica y …
-«Ya lo sé. Me acuerdo de un espléndido señor anciano con quien me topé la semana pasada en el viaje. Un verdadero original. Parece un gran pájaro de presa. Se llama, por si le interesa, Benedicto».
-Bien; por lo menos una serie de santos y de padres de la Iglesia: San Simón, San Agustín, San Benedicto. Creo que hay un padre de la Iglesia llamado Orígenes. Por lo demás, tres de esos nombres son también nombres de pila, como Paul en el apellido Kleinpaul.
-«Ahora se me ocurre San Jenaro y su milagro de la sangre … Hallo que eso sigue adelante mecánicamente».
-Déjelo seguir; San Jenaro y San Agustín tienen que ver, ambos, con el calendario. ¿No quiere usted refrescar mi memoria sobre aquel milagro de la sangre?
-«¡Pero si usted lo tiene que conocer! En una iglesia de Nápoles se conserva en una redoma la
sangre de San Jenaro, que por obra de milagro se fluidifica cierto día festivo todos los años. El pueblo atribuye gran importancia a este milagro y se altera mucho si se demora, como aconteció cierta vez durante una ocupación francesa. Entonces el general que comandaba las tropas -¿O me equivoco? ¿No fue Garibaldi?- llevó aparte al sacerdote y le significó, señalando con expresivo ademán a los soldados de consigna, que esperaba que el milagro se consumara muy pronto. Y se consumó efectivamente … ».
-¿Y qué más? ¿Por qué vacila usted?
-«Es que ahora se me ha ocurrido algo. . . pero es demasiado íntimo para comunicarlo … Por lo demás, no le veo nexo alguno ni la necesidad de contarlo».
-Del nexo soy yo quien cuida. No puedo, es claro, obligarlo a que me cuente algo que le resulta desagradable; pero entonces no me pida saber el camino por el cual ha olvidado usted aquella palabra «aliquis».
-«¿Realmente? ¿Lo cree? Bien, pues; de pronto pensé en una dama de quien podría recibir una noticia que nos resultaría asaz desagradable a ambos».
-¿Que no le ha venido el período?
-«¿Cómo puede usted colegirlo?».
-Por cierto que no es difícil. Usted me ha preparado bastante para ello. Piense en los santos del calendario, en la fluidificación de la sangre cierto día, la alteración si el suceso no sobreviene, la nítida amenaza de que el milagro se consume pues si no … Ha procesado usted el milagro de San Jenaro como una espléndida alusión al período de la mujer.
-«Y sin saberlo yo. ¿Cree usted realmente que a causa de esta angustiada expectativa me habría sido imposible reproducir la palabreja «aliquis»?».
-Me parece indudable. Recuerde su descomposición en «aliquis», y las asociaciones: reliquias, liquidación, fluidez ¿Habré de insertar todavía dentro de este nexo a San Simón, quien fue sacrificado de niño y en quien dio usted a partir de las reliquias?
-«Prefiero que no lo haga. Espero que no tome en serio ese pensamiento, sí en realidad lo he tenido. Quiero confesarle, en cambio, que la dama es italiana, y además he visitado Nápoles en compañía de ella. Pero, ¿no puede deberse todo al azar?».
-Tengo que dejar librado a su parecer que todos esos nexos puedan esclarecerse mediante el supuesto de una casualidad. He de decirle, sin embargo, que cualquier caso semejante que quiera analizar lo llevará a unas «casualidades» igualmente asombrosas.
Tengo muchas razones para estimar este pequeño análisis, y agradezco a mi ex compañero de viaje por haberme autorizado a publicarlo. En primer lugar, porque así pude aprovechar una fuente que de ordinario se me deniega. Las más de las veces estoy obligado a tomar de la observación de mí mismo los ejemplos, aquí compilados, de perturbaciones de la función psíquica en la vida cotidiana. En cuanto al material mucho más rico que me brindan mis pacientes neuróticos, procuro evitarlo porque debo temer la objeción de que esos fenómenos serían, justamente, resultados y manifestaciones de la neurosis. Por eso posee particular valor para mis fines que se ofrezca como objeto de una indagación así una persona extraña y exenta de enfermedad nerviosa. Además, este análisis cobra importancia para mí pues ilumina un caso de olvido de palabras sin recordar sustitutivo, y así corrobora la tesis que antes formulé, a saber, que la aparición o la ausencia de tales recuerdos sustitutivos no establece un distingo esencial.
Pero el valor más grande del ejemplo de «aliquis» reside en otra de sus diferencias con respecto al de «Signorelli». En este último, la reproducción del nombre fue perturbada por el efecto continuado de una ilación de pensamiento que se había iniciado y se había interrumpido poco antes, pero cuyo contenido no mantenía un nexo nítido con el tema nuevo dentro del cual se incluía el nombre de Signorelli. Entre el nombre reprimido y el tema del nombre olvidado no había otro vínculo que la contigüidad en el tiempo; y esta bastó para conectarlos en una asociación extrínseca. En el ejemplo de «aliquis», en cambio, no se registra nada de un tema así, reprimido e independiente, que ocupara al pensar conciente en el momento anterior inmediato y cuyo eco fuera la perturbación. Aquí la reproducción es perturbada desde el interior del tema mismo que se tocaba en la cita, por elevarse inconcientemente una contradicción a la idea de deseo allí figurada. Uno no puede menos que construirse del siguiente modo el proceso: el hablante lamenta que la presente generación de su pueblo vea cercenados sus derechos; y una nueva generación -predice él como Dido- ya se encargará de vengarse de los opresores. Vale decir, ha expresado el deseo de tener descendencia. En ese momento se le cruza un pensamiento que lo contradice: «¿De verdad deseas tan vivamente tener descendencia? Eso no es cierto. ¿Cuánto no te turbaría recibir ahora la noticia de que esperas descendencia de un lado que tú sabes? No; nada de descendencia … aunque nos haga falta para la venganza». Y entonces esta contradicción logra hacerse valer, estableciendo, igual que en el caso de «Signorelli», una asociación extrínseca entre uno de sus elementos de representación y un elemento del deseo objetado; y por cierto que esta vez lo hace de una manera en extremo violenta, mediante un rodeo asociativo de artificiosa apariencia. Una segunda coincidencia esencial con el ejemplo de «Signorelli» es que la contradicción proviene de fuentes reprimidas y parte de unos pensamientos que provocarían un extrañamiento de la atención.
Hasta aquí lo que tengo que decir sobre las diferencias y el parentesco interno entre estos dos paradigmas de olvido de palabras. Hemos tomado noticia de un segundo mecanismo del olvido, la perturbación de un pensamiento por una contradicción interna que proviene de lo reprimido. En el curso de estas elucidaciones hemos de toparnos todavía muchas veces con este proceso, que nos parece el más fácilmente inteligible.