EL PSICOANALISIS: SIGMUND FREUD, PRINCIPALES DISIDENTES
V. DOCTRINA PSICOANALITICA (5)
La obra de Freud fue en su totalidad la creación de una nueva psicología: el psicoanálisis. Este podía considerarse tanto una teoría de la personalidad como una técnica psicoterapéutica, pues el psicoanálisis comprende las dos cosas a ala vez.
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Resumir las teorías de Freud resulta particularmente difícil, ya que él modificó sus ideas una y otra vez; nunca creyó haber terminado su obra. Por ejemplo, el inconsciente pasó de ser, en su
primera etapa, el concepto central de su teoría a ser una cualidad más de los procesos mentales. El inconsciente se convirtió en el ello, y la distinción consciente-inconsciente fue reemplazada por la organización tripartita ello, yo y superyó.
Es difícil hacer una exposición completa de la obra de Freud. Para lo que pretendemos conseguir con este libro pensamos que tal vez sea suficiente ofrecer al lector un resumen de la obra de Freud y para ello utilizamos una obrita de él, en la que en 1938, un año antes de su muerte, pretende hacer la síntesis de su doctrina, la obra quedó incompleta. Nosotros hemos utilizado la traducción al castellano: Esquema del psicoanálisis, Buenos Aires, Piados, 3° ed., 1971.
A. El aparato psíquico.
Pávlov, los psicólogos de la gestalt y otros muchos utilizaron el principio del isomorfismo o de relación isomórfica entre las estructuras fisiológicas y los procesos psíquicos. Según Freud el estudio de las relaciones cerebro-conciencia tan sólo ofrece una localización somática de las funciones psíquicas, pero no contribuye a la comprensión de las leyes del funcionamiento psíquico. En lugar de ello, Freud propone la existencia de un constructo o aparato, al que le atribuye extensión espacial y composición de varias partes; a su disposición pone toda la energía y de cuya distribución depende la salud psíquica.
Freud durante los primeros años del psicoanálisis entiende el aparato psíquico estructurado en tres sistemas o cualidades: el inconsciente, el preconsciente y el consciente. A esta etapa se le ha llamado la primera tópica. En una segunda etapa, Freud, sin abandonar la consideración de las cualidades psíquicas, centra su atención en una nueva estructura del aparato psíquico, hablando de tres provincias o instancias: el ello, el yo y el superyó. Este cambio, al que podíamos llamar segunda tópica o punto de vista estructural segundo, vino marcado en sus obras: Mas allá del principio del placer (1920) y sobre todo en El yo y el ello (1923).
1. Las cualidades psíquicas 6
Los procesos psíquicos pueden ser: conscientes, inconscientes o preconsicentes. Lo que denominamos consciente coincide con la conciencia de los filósofos y del vulgo. Para nosotros todo lo psíquico restante constituye lo inconsciente. Pero al punto nos vemos obligados a establecer en ese inconsciente, una importante división. Algunos procesos fácilmente se tornan conscientes (…) Todo lo inconsciente se conduce de esta manera, que puede trocar tan fácilmente su estado inconsciente por el consciente, convendrá calificarlo, pues, como susceptible de la consciencia o preconsciente… Otros procesos y contenidos psíquicos no tienen acceso tan fácil a la conscienciación, sino que es preciso descubrirlos, adivinarlos y traducirlos a expresión consciente (…) Para estos procesos reservamos el calificativo de inconsciente.
La diferenciación entre estos procesos no es absoluta ni permanente, lo preconsciente se vuelve fácil y espontáneamente consciente, y además <<la consciencia misma no es sino un estado muy fugaz. Cuando es consciente únicamente lo es por un instante>> y lo inconsciente, aunque con dificultad, se vuelve consciente mediante nuestros esfuerzos. También puede ocurrir espontáneamente el paso de lo inconsciente a lo preconsciente, lo que ocurre con frecuencia en los estados psicóticos.
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2. Instancias psíquicas.
a) El ello. Es la mas antigua de las provincias del aparato psíquico. Está integrada por lo heredado (lo congénito, lo constitucional, los instintos surgidos de la organización somática) y lo reprimido (que es lo adquirido durante el desarrollo del yo y que es rechazado por éste quedando reprimido en el ello). Freud no le da importancia práctica a la distinción de ambas categorías en el ello, lo que importa es su existencia.
Los instintos o pulsiones (palabra ésta más adecuada para traducir al castellano la palabra alemana Trieb que solía usar Freud para denominar este concepto) son fuerzas que representan las exigencias somáticas planteadas a la vida psíquica y la única tendencia de estos instintos es la de alcanzar su satisfacción por encima de todo y de una manera inmediata, sin considerar para nada el peligro que representa esto para la seguridad del individuo. En la práctica, diferenciamos un número no determinado de pulsiones, pero, tras grandes reservas y vacilaciones, pueden reducirse a dos fundamentales: el Eros y la pulsión o instinto de destrucción, que actúan a la vez en el ello, formando una mezcla en proporción variable. El Eros tiende a la unión, a la formación y conservación de unidades cada vez mayores y el instinto de destrucción a la disolución de vinculaciones, a la aniquilación y tendencia a llevar lo viviente al estado inorgánico, por eso Freud también llama a este instinto pulsión de muerte. La energía disponible del Eros la llama libido; <<carecemos –dice Freud- de un término análogo a libido, aplicable a la energía del instinto de destrucción>> (unos autores psicoanalíticos han empleado el término mortido; otros usaron los términos próvida y antivida). La libido tiene unas características: la movilidad, o facilidad con que puede pasar de un objeto a otros, o su fijación a determinados objetos. La libido tiene fuentes somáticas, y aunque todo el cuerpo puede serlo, las principales regiones somáticas de que parte esta libido se denominan zonas erógenas7.
El ello obedece al inexorable principio del placer, está alejado del mundo exterior, no le importa la seguridad del individuo, no conoce el miedo, exige la satisfacción inmediata e inescrupulosa que conduce a peligrosos conflictos con el mundo exterior y a la destrucción del individuo. Para Freud placer es igual a reducción de tensión.
b) El yo. Originalmente todo era ello; el yo se desarrolló del ello por la incesante influencia del mundo exterior8. La capa cortical dotada de órganos receptores (percepción sensorial) y efectores (actividad muscular) paulatinamente constituye una organización especial, cuya función sirve de mediadora entre las exigencias del ello (regulando, aplazando, o decidiendo sobre la expresión de las excitaciones instintivas) y el mundo exterior (conociendo, acumulando experiencias, enfrentándose con los estímulos moderados, evitando estímulos demasiado intensos, modificando o adecuando ese mundo exterior a las conveniencias del organismo). El yo tiende al placer y quiere eludir el displacer y ante un aumento esperado y previsto de displacer responde con la señal de angustia. El yo periódicamente se entrega al sueño, rompiendo sus comunicaciones con el exterior, modificando profundamente su organización9: <<Así como el ello persigue exclusivamente el servicio placentero, así el yo está dominado por la consideración de la seguridad. El yo tiene por función la autoconservación, que parece ser desdeñada por el ello. Utiliza las sensaciones angustiosas como señales que indican peligros amenazantes para su integridad. El yo sufre amenazas de la realidad exterior y de instintos excesivamente fuertes que surgen del ello y que si bien no pueden destruirlo, sí pueden aniquilar la organización dinámica que el yo posee volviendo a convertirlo en una parte del ello>>. 5
Contra estas dos fuentes el yo emplea los mismos métodos de defensa, <<pero el rechazo del enemigo interno es particularmente incompleto. Debido a la primitiva identidad y a la íntima vida en común que ambos han llevado ulteriormente>>. El yo es quien decide realizar, diferir o reprimir por peligrosa la exigencia del instinto, mediante el principio de la realidad, principio regulador de la búsqueda del placer en función de las exigencias reales, es como una energía al servicio del yo que transforma la energía libre en energía ligada o fijada, como corresponde al estado preconsciente. El yo como el ello buscan placer, pero aquél de una manera más favorable, exenta de peligros, prestando consideración al mundo exterior: <<un acto del yo es correcto cuando satisface al mismo tiempo las exigencias del yo, del superyó y de la realidad, es decir, si logra conciliar mutuamente sus respectivas pretensiones>>. Las exigencias instintivas al no poderse satisfacer directamente pueden buscar satisfacciones sustitutivas y expresarse como bienes culturales. Por otro lado, los padres protegen al <<débil y rudimentario yo del primer período infantil>> de las amenazas del mundo exterior; esta seguridad va acompañada del miedo a la pérdida del amor que se relaciona con el complejo de Edipo, y la amenaza de castración, como lo veremos después 10.
c) El superyó: <<como sedimento del largo período infantil en el que el hombre en formación vive dependiente de sus padres, fórmase en el yo una instancia particular que perpetúa esa influencia parental y a la que ya se ha dado el nombre de superyó >>11 En tanto se separa o se opone al yo, constituye una tercera potencia a la que el yo ha de tener en cuenta.
El influjo parental se refiere a la índole personal de los padres y de sus sustitutos o sucesores (<<educadores, personajes ejemplares, ideales venerados en la sociedad>>), las tradiciones familiar, racial y popular que ellos perpetúan y las demandas del respectivo medio social, <<El superyó – dice en otra parte Freud,-, es el heredero del complejo de Edipo>> y queda establecido cuando éste desaparece. Como el superyó es resultado de un período <<prolongado de dependencia infantil, puede poseerlo no sólo el hombre, sino también cualquier animal superior que viva esta larga dependencia>>12
El superyó <<observa al yo, lo dirige y lo amenaza con castigarlo, tal como hicieron los padres, cuya plaza ha venido a ocupar>>, siendo incluso más severo que los padres, tal rigor corresponde a la <<intensidad de rechazo dirigido contra la tentación del complejo de Edipo>>. Además, <<en sus funciones de juez lo sentimos como conciencia moral>>, por eso su quehacer principal es restringir las satisfacciones13.
Las relaciones entre las cualidades psíquicas y los sectores o instancias del apartado psíquico son complejas: <<Lo inconsciente es la misma cualidad dominante en el ello>>, al irse desarrollando el yo a partir del ello <<ciertos contenidos del ello pasaron al estado preconsciente y se incorporaron así al yo; otros permanecieron intactos en el ello, formando su núcleo, difícilmente accesible>>. Al yo se hallan íntimamente ligados el consciente y el preconsciente.
Estas tres estructuras deben su dinamismo a los instintos. En diversos y graduales momentos del desarrollo van apareciendo diversos objetos del instinto que constituyen las fases evolutivas freudianas.
B. La función sexual y los complejos de Edipo y de castración.
1. El <<doble comienzo>> de la vida sexual14
El concepto sexual es más amplio que genital, pues abarca a órganos no genitales. La vida sexual tiene un doble comienzo, se inicia poco después del nacimiento, en la primera infancia, alcanzando su máximo desarrollo hacia el final del quinto año; sigue el período de latencia, volviendo a florecer en la pubertad. En el primer período de la sexualidad los sucesos, salvo escasos restos, son víctima de la amnesia infantil. La etiología de la neurosis y la técnica freudiana de tratamiento analítico descansan sobre este hecho.
2. Zonas erógenas de naturaleza sexual.15
En los primeros años de la vida la exigencia libidinal va apareciendo en distintos órganos, señalando diferentes fases:
– Fase oral. La boca es el primer órgano que aparece como zona erógena, planteando a la psique exigencias libidinales que se satisfacen mediante el chupeteo.
– Fase sadicoanal. El ano, mediante la función y control de esfínteres, desempeña un papel un tanto sádico, ya que <<la satisfacción se busca en las agresiones y en las funciones excretoras>>. En esta función existe una <<mezcla instintiva de tendencias puramente libidinales y puramente destructivas, mezcla que desde entonces perdurará durante toda la vida>>.
– Fase fálica. En esta etapa culmina la sexualidad infantil y se aproxima la declinación. El órgano correspondiente es el pene (en griego falo).
Estas tres fases no suceden sin más, <<una se agrega a la otra, se superponen, coexisten. En las fases precoces, cada uno de los instintos parciales persigue su satisfacción en completa independencia de los demás, pero en la fase fálica aparecen los primeros indicios de una organización destinada a subordinar las restantes tendencias, bajo la primacía de los genitales, representando un comienzo de adaptación de la tendencia hedonística general a la función sexual>>. La organización completa sobrevendrá en la fase genital (en la pubertad), entonces unas catexis libidinales precoces se conservan, otras se incorporan a la función sexual como actos previos y coadyuvantes (suministran placer pervio) y otras tendencias se excluyen de la organización suprimiéndose totalmente (represión), o <<utilizándose de una manera distinta en el yo formando rasgos del carácter, y experimentando sublimaciones con el desplazamiento de la finalidad>>. Si surgen obstáculos al proceso entonces tienen lugar las fijaciones de la libido (perversión), o realizaciones parciales del desarrollo, cuya debilidad se manifiesta en la tendencia de la libido a regresar ante las dificultades a catexis anteriores pregenitales.
– Fase edípica16. Tras la fase fálica surge esta fase. Durante los primeros años de la vida, la madre alimenta, cuida, está encargada de la higiene del niño y por eso se convierte en su primera seductora. Pero veamos un poco la génesis de todo esto que se inicia pronto. Hacia los dos o tres años el niño se inicia en la masturbación, la madre al observarle se lo prohíbe. Mediante fantasías, el niño modifica la forma de autosatisfacción, pero la amenaza de la madre persiste, se lo dirá al padre para que éste le corte <<esa cosa que el niño exhibe tercamente>>. Esta amenaza tiene efecto cuando el niño se da cuenta de que la niña no tiene pene y entonces comprende la posibilidad de perder su pene (complejo de castración). Por otro lado, el niño quiere poseer a la madre y odia al padre como rival mas fuerte. No se atreve a amara a la madre, pero tampoco a odiarla, porque <<no puede arriesgarse a dejar de ser amado por ella, pues en tal caso correría el peligro de que ésta lo traicionara ante el padre y lo expusiera a la castración>>.
En la niña la base de todo esto no está en el miedo de perder el pene, sino en la envidia fálica; comienza desde pequeñita con infructuosas tentativas de imitar al varón, también comienza los juegos masturbatorios, que pronto abandona, ya que esta actividad le recuerda la superioridad del órgano del varón. Por esta inferioridad odia a la madre que la hizo mal dotada pero, por otro lado, se identifica con la madre para conseguir al padre, porque desea poseer el pene del padre y luego desea que el padre le regale un hijo. Si la mujer persiste en su actitud edípica femenina (<<para la que se ha propuesto-dice Freud-, el nombre de complejo de Electra>>) la mujer no sufre un gran perjuicio, después, de adulta elige un marido parecido al padre y el amor al órgano (pene) acabará convirtiéndose en amor al portador del mismo. Freud reconoce que en la experiencia del analista las formaciones psíquicas de los pacientes mas inaccesibles son, en la mujer la envidia fálica y en el hombre <<la actitud femenina frente al propio sexo, actitud que, como sabemos, tiene por condición previa la pérdida del pene>>.
Freud reconoce la importancia del complejo de Edipo: <<Me atrevo a declarar que, si el psicoanálisis no tuviese otro mérito que la revelación del complejo de Edipo reprimido, esto sólo bastaría para hacerlo acreedor a contarse entre las conquistas mas valiosas de la humanidad>>17.
-Fase de latencia. Es como una etapa de sedimentación y colocación de impulsos y experiencias en la que el yo madura y el principio de realidad empieza a tener cierta importancia así como los mecanismos de defensa.
-Fase genital o madura, de cierta armonía entre las pulsiones, el yo y el superyó.
c. Psicopatología psicoanalítica
De manera muy general, la psicopatología abarca tres grandes capítulos: el de las neurosis actuales que comprende la psiconeurosis y la neurosis de angustia, las neurosis de transferencia y las parafrenias o psicosis.
Los mecanismos psicogénicos, vendrían dados por los llamados mecanismos de defensa del yo, que son los siguientes: represión, regresión, formación reactiva, aislamiento, anulación, proyección, introyección, autoperjuicio, identificación con lo opuesto al deseo.
La sublimación sería un mecanismo propio del psiquismo normal que eventualmente es un mecanismo de defensa enfermizo. La causa y el origen de toda enfermedad psíquica es la represión, si bien Freud no olvida otras posibles fuentes de enfermedad psíquica o, al menos, como coadyuvantes en la formación de la enfermedad mental.
La neurosis y la psicosis constituyen los estados en que se manifiestan los trastornos funcionales del aparato: <<Si el yo se desprende de la realidad del mundo exterior, cae, por influjo del mundo interior, en psicosis>> 18. La psicosis surge porque <<los instintos han adquirido extraordinaria exacerbación>> de lo que resulta una excisión psíquica o excisión del yo. El médico analista trata de ayudar al paciente, para ello establece un pacto con él: <<plena sinceridad contra estricta discreción>>, la sinceridad exige que el paciente ponga a su disposición todo el material que le suministra la percepción de sí mismo (tanto lo desagradable y absurdo, como lo insensato y lo que parezca carente de importancia) ya que esto suministra al analista una cantidad tal de material que le colocaría en situación de adivinar lo inconsciente y reprimido en el enfermo, ampliándole, al comunicárselo, el conocimiento que su propio yo tiene del inconsciente, y por tanto el <<dominio sobre los territorios perdidos de la vida psíquica>>. Pero
ante el psicótico pronto el análisis fracasará, porque aquél no puede cumplir el pacto, por haber perdido todo <<reconocimiento de las exigencias que plantea la realidad>>. Ninguna cosa exterior le importa, y el analista como para él también es cosa exterior tampoco le va a importar.
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La transferencia, clave para la cura analítica, no puede darse y por tanto resulta inútil todo intento. Pero Freud dice al respecto. <<esta renuncia quizá sea definitiva, o quizá solo transitoria, hasta que hayamos encontrado otro plan más eficaz en este caso>>19.
Los neuróticos son <<otra clase de enfermos psíquicos, sin duda muy emparentados con los psicóticos. Tanto las condiciones de la enfermedad como los mecanismos patogénicos deben ser idénticos, o por lo menos muy análogos, en estos enfermos; pero, en cambio, su yo ha demostrado ser más resistente, ha sufrido menor desorganización. Pese a todos sus trastornos y a la incapacidad consiguiente, muchos de ellos aún consiguen afirmarse en la vida real. Quizá estos neuróticos se muestren dispuestos a aceptar nuestra ayuda, de modo que limitaremos a ellos nuestro interés y trataremos de ver cómo y hasta qué punto podemos curarlos>>20 Ellos pueden cumplir el pacto antes dicho y son capaces de vivir en el análisis la transferencia, llega un momento de este proceso en que el enfermo ve al analista como una copia, una reencarnación de alguna persona importante de su pasado, y le transfiere los sentimientos y reacciones que correspondieron a este modelo. La transferencia, al reproducir los vínculos con los padres puede asumir dos tipos de actitud, como las habidas frente a éstos: positiva (de aceptación al analista, de amor) o negativa (rechazo y hostilidad), lo que constituye un problema serio en el análisis, pues lo que se busca es que el analista ocupe el lugar de esos modelos pretéritos, en cuyas relaciones surgió el superyó, pasando a ser la fuente de un nuevo superyó (reeducación del neurótico), aunque “sin intentar doblegar, guiar, dirigir al paciente, pues si bien le libera de un superyó absurdo le crea otro nuevo igual”. El analista debe pues “respetar siempre la peculiaridad del paciente”.
Según Freud la causa de las neurosis habría que buscarla “en la interacción de las disposiciones congénitas (instintos) y las vivencias accidentales (impresiones y vivencias exteriores)”, enfatizando el hecho del “prolongado período de dependencia infantil” del que surge el complejo de Edipo, lo que hace decir a Freud: “Parece que las neurosis sólo pueden originarse en la primera infancia (hasta los seis años), aunque sus síntomas no lleguen a acusarse sino mucho más tarde”. Freud reconoce, como excepción, la denominada neurosis traumática, motivada por un susto desmesurado y otros accidentes. Refiriéndose a las excitaciones sexuales de la primera infancia, Freud aclara que el yo, al tener que luchar contra ellas, no las puede dominar “porque su inmadurez no le permite enfrentarlas”, y como consecuencia se provoca un “retardo de la evolución yoica frente a la evolución libidinal”, lo que desencadena la neurosis, que podría evitarse “si se dejase en plena libertad la vida sexual del niño, como sucede en los pueblos primitivos”, ahorrando esa tarea de lucha al yo infantil.
Así pues, lo que el terapeuta intenta conseguir mediante el análisis es fortalecer al yo debilitado:
-Convirtiendo en preconsciente lo reprimido, es decir, restituyendo al yo lo que se ha vuelto inconsciente, para ello se basa en materiales que le ofrece el paciente en sus comunicaciones (asociaciones libres, sueños, actos fallidos, etc.) ayudándole a reconstruir lo olvidado, de tal modo que sólo le quede por dar un paso, porque, aunque el analista vea pronto la solución final, si la expresa prematuramente puede no tener resultado o provocar una resistencia tan violenta que paralice el proceso.
-Al conseguir una transferencia positiva, transfiere el ananlista la autoridad de su super yó y si éste no vuelve a hacer lo mismo que los padres, el superyó pierde fuerza y la gana el yo. Enemigos de la transferencia positiva son: » la transferencia negativa, la resistencia represiva del yo, es decir, su escasa disposición a exponerse al pesado trabajo que se le encarga, además del sentimiento de culpabilidad surgido de la relación con el superyó, y de la necesidad de sentirse enfermo motivada por profundas transformaciones de su economía instintiva”. A superar todo esto pretende ayudar la terapia analítica.
D. Clínica y terapéutica Los síntomas psíquicos indeseables procederían del instinto reprimido con la formación consiguiente de los mecanismos de defensa que se tornan conflictivos. Ahora bien, este proceso de la formación de los mecanismos de defensa, se da desfigurado, tiene modificaciones y desplazamientos por lo cual se hace necesaria la técnica hermenéutica que supone el psicoanálisis. Los síntomas se unirían estructuralmente ligados por una fuerte catexia o carga afectiva que constituyen los “complejos”. El principal complejo sería el de Edipo, siento también muy importantes los complejos familiar, el de castración y el de culpabilidad. Se ha aumentado la descripción de síndromes y de conflictos, pero los anteriormente reseñados serían propiamente freudianos. En cuanto al diagnóstico, se llega a él mediante el psicoanálisis en sus trabajos sobre los sueños, actos fallidos, estudio de la relación con el terapeuta (transferencia), estudio de diversos productos y emergentes inconscientes. En cuanto a la terapéutica los fines que se persiguen son un fortalecimiento del yo, puesto que el yo pone grandes obstáculos y dificultades para liberarse tanto de la fuerza del ello, como de la tiranía del superyó, apareciendo en toda investigación y tratamien analíticos los fenómenos de la transferencia baste indicar aquí que es un fenómeno universal de la terapéutica analítica y es lo que hace necesario un extenso psicoanálisis del propio terapeuta.
Notas:
3 5) Antonio Sánchez –Barranco Ruíz en su obra Historia de la psicología. La psicología del inconsciente. (Universidad de Sevilla, 1990) tiene una clara e interesante síntesis del psicoanálisis que es de gran utilidad al estudiante de psicología.
4 7) Ibid., pp. 15-17 y 91
8 Ibid., p. 35.
9 Ibid., pp. 12-13
10 Todas estas ideas y textos sobre las funciones del yo están tomadas de la obra citada de Freud, pp. 14-15. 93-96.
11 I bid. p.14
12 I bid. pp. 14-15
13 Ideas tomadas de las pp. 15 y 103 de la obra citada de Freud
14 S. Freud, ob. Cit., pp. 21-22
15 Ibid. pp. 22-26
16. Ibid. pp. 74-84
18 Ibid., p. 51
7 17 Ibid., p.82
20 Ibid., pp. 53-54
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