29ª conferencia.
Revisión de la doctrina de los sueños II
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Como ya les dije, temo que lo encuentren muy escaso y no comprendan por qué los obligo a
escuchar, y me someto yo a decir, dos veces lo mismo. Pero es que han pasado* quince años,
y este será, así lo espero, el modo más fácil de restablecer el contacto con ustedes. Por lo
demás, se trata de cosas tan elementales, de importancia tan decisiva para la comprensión del
psicoanálisis, que de buena gana se las escuchará una segunda vez; y saber que tras quince
años permanecen idénticas en tan grande medida no carece tampoco de interés.
Desde luego, en la bibliografía actual ustedes tienen gran número de corroboraciones y estudios
detallados, de los que sólo me propongo ofrecerles algunas muestras. También puedo espigar
ahí algo que ya antes conocimos. Se refiere casi siempre al simbolismo en el sueño, y a sus otros modos de figuración. Sepan que hace poco los médicos de una universidad
norteamericana se negaron a reconocer carácter de ciencia al psicoanálisis con el argumento
de que no admite pruebas experimentales. Habrían podido dirigir idéntica objeción a la
astronomía; es bastante difícil, por cierto, experimentar con los cuerpos celestes. Ahí no hay
más remedio que atenerse a la observación. Sin embargo, investigadores de Viena han
empezado justamente a corroborar por vía experimental nuestro simbolismo onírico. Cierto
doctor Schrótter descubrió ya en 1912 que si a personas en estado de hipnosis profunda se les
imparte la orden de soñar con procesos sexuales, en el sueño así provocado el material sexual aparece sustituido por uno de los símbolos consabidos. Por ejemplo: se ordena a una mujer soñar que mantiene comercio sexual con una amiga. En su sueño esta amiga aparece con una maleta de viaje que tiene pegado un cartelito: «Sólo para damas». Aún más impresionantes son los experimentos realizados en 1924 por BetIheim y Hartmann, quienes trabajaron con personas que sufrían del estado confusional llamado de Korsakoff. Les relataron historias de grosero contenido sexual y atendieron a las desfiguraciones que afloraban cuando se les pedía la reproducción de lo relatado. Salieron entonces a relucir los símbolos, para nosotros familiares, de los órganos y el comercio sexuales; entre ellos, el símbolo de la escalera, que, según dicen con acierto los autores, un deseo conciente de desfiguración no habría podido producir (1).
H. Silberer [1909 y 1912] ha demostrado, en una serie de experimentos muy interesantes, que es posible sorprender al trabajo del sueño in fraganti, por así decir, cuando traspone pensamientos abstractos a imágenes visuales. Cuando en estados de fatiga y somnolencia quería forzarse a realizar un trabajo intelectual, a menudo el pensamiento se le escapaba, aflorando en su lugar una visión que evidentemente era su sustituto.
Un ejemplo sencillo: «Pienso -dice Silberer- que debo mejorar en un ensayo cierto pasaje
poco pulido». Visión: «Me veo cepillando un trozo de madera». En estos experimentos le
sucedía a menudo que no pasara al contenido de la visión el pensamiento que aguardaba ser
elaborado, sino su propio estado subjetivo -lo referido al estado en vez de lo referido al asunto-,
cosa que Silberer designó «fenómeno funcional». Un ejemplo les mostrará enseguida lo que se
quiere decir. El autor se empeña en comparar el punto de vista de dos filósofos acerca de cierto
problema; pero en su somnolencia siempre se le escapa uno de ellos, alternativamente, y por
fin tiene esta visión: pide cierta información a un secretario gruñón que, inclinado sobre un
escritorio, primero no le hace caso y luego lo mira enfadado y se la rehusa. Probablemente las
condiciones mismas del experimento expliquen que la visión así obtenida figure con tanta
frecuencia un resultado de la observación de sí (2).
Consideremos un poco más los símbolos. A algunos de ellos creímos haberlos discernido,
pese a lo cual nos perturbaba no poder indicar el modo en que ese símbolo había cobrado ese
significado. En tales casos era forzoso que acogiéramos con particular interés corroboraciones
de otros campos: de la lingüística, el folklore, la mitología, el ritual. Un ejemplo de esta clase fue
el símbolo del manto {Mantel}. Dijimos que en el sueño de una mujer significaba un hombre
{Mann} (3). Creo que les impresionará enterarse de lo que Theodor Reik comunicó
en 1920: «En el antiquísimo ceremonial nupcial de los beduinos, el novio cubre a la novia con un
manto especial, llamado «Aba», y pronuncia a ese propósito las palabras rituales: «En lo
sucesivo nadie más que yo debe cubrirte». (Citado de acuerdo con Robert Eisler [1910, 2, págs.
599-600].)» También hemos descubierto varios símbolos nuevos, de los que quiero darles al
menos dos ejemplos. Según Abraham (1922b), la araña en el sueño es un símbolo de la
madre, pero de la madre fálica de quien uno siente miedo; por tanto, la angustia frente a la araña expresa el terror al incesto con la madre y el horror a los genitales femeninos. Acaso sepan
ustedes que la figura mitológica de la cabeza de Medusa se reconduce al mismo motivo del
terror a la castración (4). El otro símbolo del que quiero hablarles es el del puente.
Ferenczi (1921c y 1922b) lo ha esclarecido. Originariamente significa al miembro viril que une a
la pareja de progenitores en el comercio sexual, pero luego se desarrolla hacia significados más
vastos, que se deducen de aquel. En la medida en que se debe por entero al miembro viril la
posibilidad de venir al mundo desde el líquido amniótico, el puente pasa a ser el tránsito del más
allá (del no-haber-nacido-todavia, el seno materno) al más acá (la vida); puesto que el hombre
se representa también la muerte como un regreso al seno materno (al agua), el puente cobra
asimismo el significado de un trasporte hacia la muerte y, distanciándose más de su sentido
inicial, designa tránsito, cambio de estado en general. Armoniza con esto, pues, que una mujer
que no ha superado su deseo de ser varón sueñe tan a menudo con puentes demasiado cortos
para alcanzar la otra orilla.
En el contenido manifiesto de los sueños se escenifican muchas imágenes y situaciones que recuerdan a los consabidos motivos de los cuentos tradicionales, las leyendas y mitos. Por eso la interpretación de tales sueños arroja luz sobre los intereses originarios por los que se crearon esos motivos, aunque, claro está, no podemos olvidar los cambios de significado que afectaron a ese material en el curso de las épocas. Nuestro trabajo de interpretación descubre por así decir la materia prima, que con mucha frecuencia debe ser llamada sexual en el sentido más lato, pero que en una elaboración posterior halló las más diversas aplicaciones. Esas reconducciones suelen atraernos la cólera de los investigadores de orientación no analítica, como si nosotros pretendiéramos desconocer o menospreciar todo lo que se edificó sobre esa materia prima en desarrollos posteriores. A pesar de ello, tales intelecciones son instructivas e interesantes. Lo mismo vale para la derivación de ciertos motivos de las artes plásticas; por ejemplo, el de un joven jugando con un muchachito, figurado en el Hermes de Praxíteles, que M. J. Eisler ( 1919) ha interpretado analíticamente guiándose por ciertos sueños de sus pacientes. Permítanme decir algo más; es que no puedo dejar de señalar cuán a menudo justamente los temas mitológicos se esclarecen mediante la interpretación de los sueños. Así, por ejemplo, la saga del Laberinto puede discernirse como figuración de un nacimiento anal: los enredados pasadizos son el intestino, el hilo de Ariadna es el cordón umbilical.
Los modos de figuración del trabajo del sueño, asunto sugerente y casi inagotable, se nos
han vuelto cada vez más familiares a lo largo de un empeñoso estudio; también he de darles
algunos ejemplos. Así, el sueño figura la relación de la frecuencia mediante la multiplicación de cosas homogéneas. Vean el raro sueño de una joven: ingresa en tina gran sala y ahí encuentra a una persona sentada en una silla; esto se repite seis, ocho veces y aún más, pero siempre es su padre. Uno lo comprende con facilidad al enterarse, por las circunstancias que rodearon la interpretación, de que ese espacio representa al seno materno. El sueño cobra entonces el mismo valor que la fantasía, bien conocida por nosotros, de las muchachas que pretenden haberse encontrado ya con el padre en la vida intrauterina, cuando durante el embarazo él hizo una visita al seno materno. No se despisten por el hecho de que en el sueño algo esté invertido (el ingreso del padre desplazado a la persona propia); por lo demás, eso tiene también su particular significado. La multiplicación de la persona del padre sólo puede expresar que el suceso en cuestión ocurrió repetidamente. En verdad, debemos admitir que el sueño no se muestra muy atrevido expresando frecuencia {Häufigkeit} mediante acumulación {Häufung}. No tiene más que remontarse al significado primordial de la palabra {Haufen}, que hoy para nosotros designa una repetición en el tiempo, pero está tomado de un amontonamiento en el
espacio. Ahora bien, toda vez que es posible, el trabajo del sueño traspone relaciones
temporales en espaciales, y las figura así. Por ejemplo, uno ve en el sueño una escena entre
personas que parecen pequeñísimas y muy distantes, como si las estuviese mirando por el
extremo contrarío de unos prismáticos. La pequeñez y la lejanía espacial significan aquí lo
mismo: se mienta el distanciamiento en el tiempo, debe comprenderse que es una escena del
remoto pasado.
Acaso recuerden que ya en anteriores conferencias dije (y mostré con ejemplos) que
habíamos aprendido a aprovechar también para la interpretación rasgos puramente formales del
sueño manifiesto, vale decir, a trasponerlos en un contenido de los pensamientos oníricos
latentes (5). Ahora bien, ya saben ustedes que todos los sueños de una noche
pertenecen a la misma trama. Pero tampoco es indiferente que estos le aparezcan a quien
sueña como un continuo o los articule en varios fragmentos, y en cuántos. El número de esos
fragmentos corresponde a menudo a otros tantos centros de la formación de lo pensado en los
pensamientos oníricos latentes, o a corrientes en pugna dentro de la vida anímica del que
sueña, cada una de las cuales predomina -si bien nunca encuentra expresión exclusiva- en un
fragmento particular del sueño. Un breve sueño prólogo y un sueño principal más largo suelen
estar relacionados entre sí como la condición a su ejecución {como la prótasis a su apódosis},
de lo cual pueden ustedes hallar un ejemplo muy nítido en aquellas viejas conferencias (6). Un
sueño que el soñante caracteriza como «interpolado de algún modo» corresponde en realidad a
una frase incidental en los pensamientos oníricos. En un estudio sobre sueños apareados,
Franz Alexander (1925) ha mostrado que no pocas veces dos sueños de una misma noche se dividen del siguiente modo la tarea onírica: tomados en conjunto, dan por resultado un cumplimiento de deseo en dos etapas, que cada uno por separado no brinda. Por ejemplo, si el deseo onírico tiene por contenido cierta acción ilícita respecto de una determinada persona, esta última aparece sin disfraz en el primer sueño, en tanto que la acción se indica sólo tímidamente.
Pero el segundo sueño procede de otro modo. La acción se menciona sin disfraz alguno,
mientras que la persona se vuelve irreconocible o se sustituye por una indiferente. En verdad,
esto impresiona como una astucia. Otra relación, semejante a esta, entre las dos partes de un
sueño apareado es que una figure el castigo y la otra el cumplimiento del deseo pecaminoso.
Es como si se dijera: «Si uno acepta el castigo, puede permitirse lo prohibido».
No puedo demorarlos más tiempo en pequeños descubrimientos de esta índole, y tampoco en
las discusiones referidas al empleo de la interpretación de los sueños en el trabajo analítico.
Supongo que están impacientes por enterarse de los cambios consumados en las intuiciones
básicas sobre la esencia y el significado del sueño. Ya estarán preparados para oírlo: sobre
eso, justamente, hay poco que informar. El punto más discutido de toda la doctrina fue sin duda
la tesis de que todos los sueños son cumplimientos de deseo. Tengo derecho a decir que en
las anteriores conferencias ya disipamos por completo la inevitable y siempre recurrente
objeción de los legos, a saber: que sin embargo existen tantísimos sueños de angustia (7). Hemos mantenido nuestra doctrina mediante la clasificación en sueños de deseo, de
angustia y punitorios.
También los sueños punitorios son cumplimientos de deseo, pero no de las mociones pulsionales, sino de la instancia criticadora, censuradora y punitoria de la vida anímica. Si estamos frente a un sueño punitorio puro, una simple operación mental nos permitirá restablecer el sueño de deseo del que aquel es la réplica correcta y al que sustituyó, mediante ese rechazo, en el sueño manifiesto. Ustedes saben, señoras y señores, que el estudio del sueño fue nuestra primera ayuda en la comprensión de las neurosis. Por eso encontrarán lógico que nuestro conocimiento de las neurosis influyera luego sobre nuestra concepción del sueño.
Como más adelante sabrán (8) nos hemos visto precisados a suponer en la vida anímica una
instancia particular, criticadora y prohibidora, que llamamos «superyó». Habiendo discernido la
censura onírica como una operación de esa instancia, ello nos indujo a considerar con más cuidado la participación del superyó en la formación del sueño.
Sólo dos dificultades (9) serias se han opuesto a la teoría según la cual el sueño es un
cumplimiento de deseo; elucidarlas nos llev aría muy lejos, y por lo demás ninguna de las dos ha
encontrado una solución plenamente satisfactoria. La primera está dada por el hecho de que
personas que han pasado por una vivencia de choque, un grave trauma psíquico (como tan a
menudo ocurrió en la guerra y se lo encuentra también en la base de una histeria traumática),
se ven remitidas por el sueño, con harta regularidad, a aquella situación traumática. Es algo que
no debería suceder de acuerdo con nuestros supuestos acerca de la función del sueño. ¿Qué
moción de deseo podría satisfacerse mediante ese retroceso hasta la vivencia traumática,
extremadamente penosa? Difícil resulta colegirlo. Con el segundo hecho nos topamos casi a
diario en el trabajo analítico; por lo demás, no implica una objeción de tanto peso como el
primero. Ustedes ya saben que una de las tareas del psicoanálisis es descorrer el velo de la
amnesia que oculta los primeros años de la infancia, y llevar al recuerdo conciente las
exteriorizaciones de la vida sexual de la temprana infancia contenidas en ellos. Ahora bien,
estas primeras vivencias sexuales del niño están enlazadas con impresiones dolorosas de
angustia, prohibición, desengaño y castigo; uno comprende que hayan sido reprimidas, pero no
que posean tan vasto acceso a la vida onírica, que proporcionen el modelo para tantas fantasías
oníricas, que los sueños rebosen de reproducciones de esas escenas infantiles y de alusiones a ellas. En verdad, su carácter displacentero y la tendencia del sueño al cumplimiento de deseo parecen conciliarse muy mal. Pero quizá vemos demasiado grande la dificultad en este caso.
Es que a esas mismas vivencias infantiles van adheridos todos los deseos pulsionales
incumplidos, imperecederos, que a lo largo de la vida entera donan la energía de la formación
del sueño; y cabe admitir que en su violenta pulsión aflorante {Aultrieb} esfuercen hasta la
superficie también el material de episodios sentidos como penosos. Por otra parte, dada la
manera en que este material es reproducido resulta inequívoco el empeño del trabajo del sueño, que quiere desmentir el displacer mediante una desfiguración y mudar el desengaño en confirmación. No ocurre lo mismo en las neurosis traumáticas; en ellas, los sueños
desembocan regularmente en un desarrollo de angustia. Opino que no debe arredrarnos admitir
que en este caso falla la función del sueño. No quiero invocar el aserto de que la excepción
conf irma la regla; su sabiduría me parece harto dudosa. Pero sí es cierto que la excepción no
cancela la regla. Si con fines de estudio uno aísla de la fábrica entera una sola operación
psíquica, como lo es el soñar, se abre la posibilidad de descubrir las legalidades que le son
propias; y si luego vuelve a insertarla dentro de la ensambladura, debe estar preparado para
hallar que tales conclusiones se empañan o menoscaban por el choque con otros poderes.
Decimos que el sueño es un cumplimiento de deseo; si ustedes quieren dar razón de las
últimas objeciones, dirán que, de todos modos, el sueño es el intento de un cumplimiento de
deseo. Y para nadie capaz de adentrarse en la dinámica psíquica habrán dicho algo diferente.
Bajo determinadas circunstancias, el sueño sólo puede imponer su propósito de manera muy incompleta o debe resignarlo del todo; la fijación inconciente a un trauma parece contarse entre los principales de esos impedimentos de la función del sueño. Al par que el durmiente se ve precisado a soñar porque el relajamiento de la represión permite que se vuelva activa la pulsión aflorante de la fijación traumática, falla la operación de su trabajo del sueño, que preferiría trasmudar las huellas mnémicas del episodio traumático en un cumplimiento de deseo. En tales circunstancias acontece que uno se vuelva insomne, que renuncie a dormir por angustia frente a los fracasos de la función del sueño. Pues bien; la neurosis traumática nos muestra un caso extremo de ello, pero es preciso conceder carácter traumático también a las vivencias infantiles, y no hará falta asombrarse si se producen perturbaciones menores de la operación onírica también bajo otras condiciones.
Nota:
1- [Estos experimentos se describen más extensamente en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, pág. 388.]
2- [Freud ofreció una descripción mucho más completa de las experiencias de Silberer, con abundantes citas, en algunos pasajes agregados en 1914 a La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, págs. 350-1 y 498-501.]
3- [Se hace referencia a este símbolo en las Conferencias de introducción (1916-17), AE, 15, págs. 142 y 144, pero su aplicación a los sueños de mujeres se menciona sólo en un trabajo anterior, «Experiencias y ejemplos extraídos de la práctica analítica» (1913h), AE, 13, pág. 199,]
4- [Véase el escrito póstumo de Freud sobre este tema (1940c).]
5- [Cf. Conferencias de introducción (1916-17), AE, 15, pág. 161, y La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, págs. 333 y sigs.]
6- [Conferencias de introducción (1916-17), AE, 15, págs. 169-70; véase para todo esto La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, págs. 320 y sigs., y 336 y sigs,]
7- [En la 14ª de las Conferencias de introducción (1916-17).]
8- [En la 31ª conferencia, AE, 22, págs. 55 y sigs.]
9- [Estas dos dificultades fueron abordadas por primera vez en los capítulos II y III de Más allá del principio de placer (1920g). Se alude nuevamente a ellas en la 32ª conferencia, AE, 22, pág. 99.]