Agresividad agresión. La palabra elefante. Las amarras de la palabra. Transferencia y sugestión. Freud y Dora.
Volvamos al punto en que estábamos. ¿Podría alguien empezar con una pregunta?
DR. PUJOLS: -Usted dice, el deseo del otro. ¿Se trata del deseo que está en el otro? ¿O bien del deseo que yo tengo por el otro? Para mí, no es lo mismo. La vez pasada, al final, en lo que usted decía se trataba del deseo que está en el otro, y que el ego puede retomar destruyendo al. otro. Sin embargo, se trata al mismo tiempo de un deseo que tiene por el otro.
1)
¿No es éste el fundamento originario, especular, de la relación con el otro, en tanto ésta se enraiza en lo imaginario?
La primera alienación del deseo está ligada a este fenómeno concreto. El juego es valorizado por el niño porque constituye el plano de reflexión en el que ve manifestarse, en el otro, una actividad que se anticipa a la suya, por el sólo hecho de ser algo más perfecta, más controlada que la suya; por ser su forma ideal. En consecuencia ese primer objeto es valorizado.
El pre-desarrollo del niño muestra ya que el objeto humano difiere fundamentalmente del objeto del animal. El objeto humano está originariamente mediatizado por la vía de la rivalidad, por la exacerbación de la relación con el rival, por la relación del prestigio y prestancia. Es ya una relación del orden de la alienación puesto que el sujeto se capta primero como yo en el rival. La primera noción de la totalidad del cuerpo como algo inefable, vivido; el primer impulso del apetito y del deseo pasa, para el sujeto humano, por la mediación de una forma que primero ve proyectada, exterior a él, y esto, en primer lugar, en su propio reflejo.
Segundo punto. El hombre sabe que es un cuerpo, aunque nunca lo perciba en forma completa, ya que se encuentra en su interior, sin embargo, lo sabe. Esta imagen es el anillo, el gollete, por el cual el haz confuso del deseo y las necesidades habrá de pasar para que pueda ser él, es decir, para acceder a su estructura imaginaria.
La fórmula el deseo del hombre es el deseo del otro, como toda fórmula debe ser utilizada en su justo lugar. No es válida en un sentido único. Vale en el plano del que hemos partido: el de la captación imaginaria. Pero, como señalé al final de la última sesión, no se limita a él. Si así fuera, lo demostré en forma mítica, no habría, fuera de esa mutua y radical intolerancia a la coexistencia de las conciencias, como se expresa Hegel, ninguna otra relación interhumana posible: cualquier otro sena esencialmente aquel que frustra al ser humano, no sólo en su objeto, sino en la forma misma de su deseo.
Existe entre los seres humanos una relación destructora y mortal. Siempre está allí presente, en forma subyacente. El mito político del struggle for life sirvió para insertar muchas cosas. Si Darwin lo forjó, fue porque formaba parte de una nación de corsarios, cuya industria fundamental era el racismo.
En realidad, todo se opone a esta tesis acerca de la supervivencia de las especies más fuertes. Es un mito que se opone a los hechos. Todo prueba que hay puntos de constancia y equilibrio propios de cada especie, y que las especies viven en una especie de coordinación, presente incluso entre devoradores y devorados. Jamás se llega a un radicalismo destructor; el cual simplemente culminaría en el aniquilamiento de la especie de los devoradores quienes ya no tendrían nada que comer. La estrecha intercoaptación que existe en el plano de la vida no se lleva a cabo en la lucha a muerte.
Es preciso profundizar la noción de agresividad que utilizamos en forma un tanto burda. Se cree que la agresividad es la agresión. Sin embargo, no tienen nada que ver la una con la otra. Sólo en su límite, virtualmente, la agresividad se resuelve en agresión. Pero la agresión nada tiene que ver con la realidad vital: es un acto existencial vinculado a una relación imaginaria. Esta es una clave que permite volver a pensar muchos problemas, no sólo los nuestros, en un registro completamente diferente.
Pedí que formularan una pregunta. Hicieron bien en hacerlo. ¿Están satisfechos? Me parece que la vez pasada habíamos avanzado más.
En el sujeto humano, el deseo es realizado en el otro, por el otro- en casa del otro, como dijo el Dr. Pujols-. Es éste el segundo tiempo, el tiempo especular, el momento en que el sujeto ha integrado la forma del yo. Pero sólo pudo integrarla después de un primer juego de báscula, por el cual, precisamente, cambió su yo por ese deseo que ve en el otro. A partir de entonces, el deseo del otro, que es el deseo del hombre, entra en la mediatización del lenguaje. Es en el otro, por el otro, que el deseo es nombrado. Entra en la relación simbólica del yo (je) y el tú, en una relación de reconocimiento recíproco y de trascendencia, en el orden de una ley ya preparada para incluir la historia de cada individuo.
He hablado del Fort y del Da. Se trata de un ejemplo del modo en que el niño entra naturalmente en este juego. Comienza a jugar con el objeto, más exactamente, con el sólo hecho de su presencia y su ausencia. Se trata pues de un objeto transformado, un objeto con función simbólica, un objeto desvitalizado que es ya un signo. Cuando el objeto está cerca el niño lo expulsa, cuando no está allí lo llama. Mediante estos primeros juegos, el objeto pasa, casi de modo natural, al plano del lenguaje. El símbolo emerge y se vuelve más importante que el objeto.
Lo he repetido tantas veces. Si no logran metérselo en la cabeza…
La palabra o el concepto no es, para el ser humano, más que la palabra en su materialidad. Es la cosa misma. No es simplemente una sombra, un soplo, una ilusión virtual de la cosa; es la cosa misma.
Reflexionen un poco en lo real. Porque la palabra elefante existe en la lengua de los hombres, el elefante ha entrado en sus deliberaciones, los hombres pudieron tomar respecto a ellos, incluso antes de tocarlos, resoluciones mucho más decisivas para estos paquidermos que cualquier otra cosa ocurrida en su historia; el cruce de un río o la esterilización natural de un bosque. Sólo con la palabra elefante y el modo en que la utilizan los hombres, les ocurren a los elefantes cosas, favorables o desfavorables, fastas o nefastas, pero de todos modos catastróficas, antes incluso de que se haya alzado hacia ellos un arco o un fusil.
Por otra parte, es evidente, basta con que hable de ellos, para que gracias a la palabra elefante, no sea necesario que estén aquí para que efectivamente estén aquí, y sean más reales que los individuos elefantes contingentes.
SR. HYPPOLITE:-Eso es lógica hegeliana.
¿Y acaso es atacable por eso?
SR. HYPPOLITE:-No, no es atacable. Mannoni decía hace un momento que eso era politica.
O. MANNONI:-Es el punto donde la política humana se Inserta. En su sentido amplio. Si los hombres no actúan como los animales, es porque intercambiar su conocimiento mediante el lenguaje. En consecuencia, se trata de política. La política hacia los elefantes es posible gracias a la palabra.
SR. HYPPOLITE:-No solamente. El propio elefante es alcanzado. En esto radica la lógica hegeliana.
Todo esto es pre-político. Simplemente quiero que les sea posible palpar la importancia del nombre.
Nos colocamos simplemente en el plano de la nominación. Ni siquiera hay aún sintaxis. Pero en fin, es evidente que la sintaxis nace al mismo tiempo que el nombre. Ya señalé que el niño articula taxemas antes que fonemas. El si a veces aparece de vez en cuando aislado. Ciertamente esto no nos permite pronunciarnos claramente a favor o en contra de una anterioridad lógica, pues sólo se trata, hablando con propiedad, de una emergencia fenoménica.
Resumiendo. A la proyección de la imagen le sigue constantemente la del deseo. Correlativamente, hay re-introyección de la imagen y reintroyocción del deseo. Movimiento de báscula, juego en espejo. Por supuesto, esta articulación no se produce una sola vez. Se repite. Y en el curso de este ciclo, el niño re-integra, re-asume sus deseos.
Acentuaré ahora cómo el plano simbólico se conecta con el plano imaginario. En efecto, como pueden ver, los deseos del niño pasan primero por el otro especular. Allí es donde son aprobados o reprobados, aceptados o rechazados. Esta es la vía por donde el niño aprende el orden simbólico y accede a su fundamento: la ley.
Tenemos también sobre este punto garantías experimentales. Susan Isaac señala en uno de sus textos- como lo descubrió la escuela de Koehler- que el niño, muy precozmente, cuando es aún un infans, entre los ocho y los doce meses, no reaccióna en absoluto del mismo modo ante un tropiezo accidental, una caída, una brutalidad mecánica debida a una torpeza, que ante una bofetada punitiva. El niño dispone pues ya de una primera aprehensión del simbolismo del lenguaje. Del simbolismo del lenguaje y de su función de pacto.
Intentaremos ahora captar cuál es, en el análisis, la función de la palabra.
2)
La palabra es esa rueda de molino donde constantemente se mediatiza el deseo humano al penetrar en el sistema del lenguaje.
Destaco el registro del orden simbólico porque no deberíamos nunca perder su referencia y, sin embargo, es el más olvidado y el más evitado en el análisis. ¿Ya que, en suma, de qué hablamos nosotros habitualmente? Hablamos constantemente, de modo a menudo confuso, apenas articulado de las relaciones imaginarias del sujeto con la construcción de su yo. Hablamos sin cesar de los peligros, las conmociones, las crisis que experimenta el sujeto a nivel de la construcción de su yo. Por eso empecé explicando la relación O-O’, la relación imaginaria con el otro.
La primera emergencia del objeto genital no es menos prematura que todo lo que puede observarse en el desarrollo del niño; y ella fracasa. Pero, la libido que se relacióna con el objeto genital no está en el mismo nivel que la libido primitiva, cuyo objeto es la propia imagen del sujeto. Este es un fenómeno de suma importancia.
El niño tiene una relación libidinal primitiva con su imagen debido a que llega al mundo, estructuralmente, en estado prematuro, de arriba a abajo y de cabo a rabo. La libido de la que aquí se trata es aquella cuyas resonancias conocen, y que es del orden de la Liebe, del amor. Constituye la gran X de toda la teoría analítica.
¿Creen ustedes que es excesivo llamarla la gran X? No me costará trabajo alguno mostrarles que es así usando algunos textos, y de. los mejores analistas; no puede hacerse una demostración buscando referencias entre quienes no saben lo que dicen. Encargaré la lectura de Balint a alguien. ¿Qué es ese amor genital, presuntamente logrado? Este punto aún sigue siendo enteramente problemático. La cuestión de saber si se trata de un proceso natural o de una relación cultural no ha sido, nos dice Balint textualmente, zanjada por los analistas. Es ésta una ambigüedad bastante extraordinaria, que subsiste en el corazón mismo de lo que aparentemente es aceptado más abiertamente entre nosotros.
Sea lo que fuere, si la libido primitiva está relaciónada con el estado prematuro, la segunda libido es de naturaleza diferente. Va más allá, responde a una primera maduración del deseo, si no del desarrollo vital. Al menos es lo que debemos suponer, a fin de que la teoría se mantenga en pie y que la experiencia pueda ser explicada. Hay aquí un cambio radical de nivel en la relación del ser humano con la imagen, con el otro. Es el pivote de lo que se llama la maduración, en torno al cual gira todo el drama edípico. Es el correlato instintual de lo que en el Edipo ocurre en el plano situacional.
¿Qué sucede pues? La relación con la imagen narcisista pasa al plano de la Verliebtheit, para emplear el último vocabulario freudiano, en la medida en que la libido primitiva alcanza la madurez. La imagen narcisista, cautivante, alienante en el plano imaginario, se halla cargada con la Verliebtheit, que corresponde fenomenológicamente al registro del amor.
Explicar las cosas de este modo, equivale a decir que llenar, incluso desbordar, la hiancia primitiva de la libido del sujeto inmaduro, depende de una maduración interna vinculada a su evolución vital. La líbido pregenital es el punto sensible, el punto de espejismo entre Eros y Thanatos, entre amor y odio. Es la manera más simple de hacer comprender el papel crucial que desempeña la libido llamada desexualizada del yo en la posibilidad de reversión, de viraje instantáneo del odio en amor, del amor en odio. Es el problema cuya resolución pareció plantear más dificultades a Freud; remítanse a su escrito el Yo y el ello. Parece incluso utilizarlo, en este texto, como una objeción a la teoría que plantea como diferentes a los instintos de muerte y a los instintos de vida. Creo, por el contrario, que concuerda perfectamente, a condición de que tengamos una teoría correcta de la función imaginaria del yo.
Si esto les pareció demasiado difícil, puedo ilustrárselos enseguida.
La reacción agresiva a la rivalidad edípica está vinculada con uno de estos cambios de nivel. El padre constituye primero una de las figuras imaginarias más manifiestas del Ideal-Ich, como tal cargada con una Verliebtheit, perfectamente aislada, nombrada y descrita por Freud. Precisamente, en tanto hay regresión de la posición libidinal, el sujeto alcanza la fase edípica, entre los tres y los cinco años. Aparece entonces el sentimiento de agresión, de rivalidad y de odio hacia el padre. Un cambio muy pequeño en el nivel libidinal en relación a cierto umbral transforma el amor en odio; por otra parte, esto oscila durante un cierto tiempo.
Retomemos ahora las cosas allí donde las dejé la vez pasada.
He señalado que la relación imaginaria brinda definitivamente los marcos dentro de los cuales se harán las fluctuaciones libidinales. Dejé abierta la cuestión de las funciones simbólicas en el tratamiento. ¿Qué empleo hacemos del lenguaje y la palabra en el tratamiento? Hay, en la relación analítica, dos sujetos vinculados por un pacto. Este pacto se establece en niveles muy diversos, e incluso al comienzo muy confusos. No por ello deja de ser esencialmente un pacto. Y hacemos todo lo necesario, mediante reglas previas, para establecer claramente ese carácter al comienzo.
En el interior de esta relación, se trata primero de desatar las amarras de la palabra. En su modo de hablar, en su estilo, en su modo de dirigirse al interlocutor, el sujeto está liberado de los lazos. No sólo de cortesía y buenos modales, sino incluso de coherencia. Se sueltan algunas de las amarras de la palabra. Si consideramos que existe un lazo estrecho, permanente, entre la forma en que se expresa, se hace reconocer un sujeto y la dinámica efectiva, vivida, de sus relaciones deseantes, debemos darnos cuenta que esto sólo introduce entonces, en la relación en espejo con el otro cierta desinserción, cierta flotación, una posibilidad de oscilaciones.
He aquí por qué existe mi pequeño modelo.
Para el sujeto, la desinserción de su relación con el otro hace variar, espejear, oscilar, completar y des-completar la imagen de su yo. Se trata de que la perciba en su completitud, a la cual nunca tuvo acceso, para que pueda reconocer todas las etapas de su deseo, todos los objetos que aportaron a esa imagen su consistencia, su alimento, su encarnación. Se trata de que el sujeto constituya mediante reposiciones e identificaciones sucesivas, la historia de su yo.
La relación hablada, flotante, con el analista tiende a producir en la imagen de sí variaciones suficientemente repetidas, suficientemente amplias, aún cuando sean infinitesimales y limitadas, como para que el sujeto perciba las imagenes cautivantes que se encuentran en la base de la constitución de su yo.
Hablé de pequeñas oscilaciones. Por el momento no necesito extenderme sobre lo que constituye su pequeñez. Se producen evidentemente frenajes, detenciones, que la técnica nos enseña a franquear, a colmar, incluso a veces a reconstruir. Freud nos ha proporcionado indicaciones en este sentido.
Semejante técnica produce en el sujeto una relación de espejismo imaginaria consigo mismo más allá de lo que le permiten obtener sus vivencias cotidianas. Tiende a crear artificialmente, en forma de espejismo, la condición fundamental de toda Verliebtheit.
La ruptura de las amarras de la palabra permite que el sujeto vea, al menos sucesivamente, las diversas partes de su imagen, y que obtenga lo que podemos llamar una proyección narcisista máxima. En este sentido, el análisis es aún bastante rudimentario, puesto que consiste, es preciso decirlo, en soltar todo, viendo luego lo que esto producirá. No es inconcebible que las cosas hubieran podido, podrían ser conducidas de otro modo. Pero es evidente que esto sólo puede tender a producir al máxima la revelación narcisista en el plano imaginario. Es ésta la condición fundamental de la Verliebtheit.
El estado amoroso, cuando se produce, se produce de un modo muy diferente. Es necesaria una coincidencia sorprendente, pues no entra en juego con cualquier compañero, con cualquier imagen. Ya aludí a las condiciones máximas del flechazo de Werther.
El punto donde se focaliza la identificación del sujeto a nivel de la imagen narcisista es lo que, en el análisis, llamamos la transferencia. Transferencia, no en el sentido dialéctico que les explicaba, por ejemplo, en el caso de Dora, sino transferencia tal como se la entiende habitualmente, en tanto fenómeno imaginario.
Voy a mostrarles qué punto agudo alcanza el manejo de la transferencia imaginaria. En la técnica marca el punto de división de las aguas.
Balint es uno de los analistas más conscientes. La exposición de lo que hace es de las más lúcidas. Al mismo tiempo, representa uno de los mejores ejemplos de la tendencia con la cual se comprometió poco a poco toda la técnica analítica. Simplemente dice, de modo más coherente y en forma más abierta, todo lo que en los demás está enredado en una escolástica en la que no hay más remedio que extraviarse. Pues bien, Balint dice exactamente: todo el progreso del análisis radica en la tendencia del sujeto a volver a encontrar lo que él llama el amor primario, primary love. El sujeto siente necesidad de ser el objeto del amor, de los cuidados, del afecto, del interés de otro objeto sin tener consideración alguna por las necesidades, incluso por la existencia de este objeto. Esto es lo que Balint articula terminantemente; y le agradezco que lo articule, lo cual no quiere decir que lo apruebo.
Situar todo el juego del análisis en este plano, sin correctivo alguno, sin otro elemento, parecerá ya de por sí sorprendente.
Sin embargo, esta concepción está totalmente en la línea de esa evolución del análisis que acentúa cada vez más las relaciones de dependencia, las satisfacciónes instintivas, incluso- lo cual viene a ser lo mismo- la frustración.
¿Cómo describe Balint en estas condiciones lo que se observa al fin del análisis, al fin de un análisis logrado, verdaderamente terminado, que como él mismo lo confiesa, sólo se produce en una cuarta parte de los casos? Dice, con todas las letras, que se produce en el sujeto un estado de narcisismo que alcanza una exaltación desenfrenada de los deseos. El sujeto se embriaga con una sensación de dominio absoluto de la realidad, totalmente ilusoria, pero que le es necesaria en el período post-terminal. Debe liberarse de esta sensación volviendo a situar progresivamente la naturaleza de las cosas. En cuanto a la última sesión, ella no transcurre sin que ambos participantes tengan fuertes ganas de llorar. Es lo que escribe Balint, y esto tiene el valor de un testimonio extremadamente precioso de lo que es la cúspide de toda una tendencia del análisis.
¿No tienen ustedes la impresión de que se trata aquí de un juego muy poco satisfactorio, de un ideal utópico, el cual con toda seguridad de algún modo nos decepciona?
Cierta manera de comprender el análisis, más exactamente de no comprender algunos de sus resortes esenciales, debe conducir seguramente a semejante concepción y a semejantes resultados.
Por el momento dejo esta pregunta en suspenso. Más adelante comentaremos los textos de Balint.
Tomaré ahora un ejemplo que ya les es familiar pues lo he examinado como veinte veces: el caso de Dora.
Lo que en el análisis se descuida es, evidentemente, la palabra como función de reconocimiento. La palabra es esa dimensión a través de la cual el deseo del sujeto está integrado auténticamente en el plano simbólico. Tan sólo cuando se formula, cuando se nombra ante el otro, el deseo, sea cual fuere, es reconocido en el pleno sentido de la palabra. No se trata de la satisfacción del deseo, ni de no sé qué primary love sino, exactamente, del reconocimiento del deseo.
Recuerden lo que Freud hace con Dora. Dora es una histérica. En esa época, Freud no conoce suficientemente- lo ha escrito, vuelto a escribir, repetido en notas en todas partes, e incluso en el texto mismo- lo que llama el componente homosexual lo cual no quiere decir nada, pero en fin, es una etiqueta. Esto equivale a lo siguiente: no se dio cuenta de la posición de Dora, es decir, de cuál era el objeto de Dora. No percibió por decirlo todo, que en O’ estaba, para Dora, la señora K.
¿Cómo dirige Freud su intervención? Aborda a Dora en el plano de lo que él mismo llama la resistencia. ¿Qué quiere decir esto? Ya se los he explicado. Freud hace intervenir, esto es absolutamente evidente, su ego, la concepción que tiene acerca de para qué está hecha una muchacha: está hecha para amar a los muchachos. Si algo hay que no marcha bien, que la atormenta, que está reprimido, para Freud, lo único que puede ocurrir es que Dora ama al señor K. Y quizá, de paso, ama también un poco a Freud. Cuando se sigue esta línea, esto es totalmente evidente.
Freud, por razones que también están vinculadas a su punto de partida erróneo, ni siquiera interpreta a Dora las manifestaciones de su pretendida transferencia con él, al menos evita así equivocarse en este punto. Simplemente le habla del señor K. ¿Qué significa esto sino que le habla a nivel de la experiencia de los otros? Es en este nivel donde el sujeto debe reconocer y hacer reconocer sus deseos. Y si no son reconocidos, están pues prohibidos y allí empieza, en efecto, la represión. Pues bien, cuando Dora está aún en ese estadio en el cual, si me permiten la expresión, ha aprendido a no comprender nada, Freud interviene a nivel del reconocimiento del deseo, a un nivel homogéneo en todos los puntos, a la experiencia de reconocimiento caótico, incluso abortado, que ya ha constituido su vida.
Allí está Freud diciendo a Dora: Usted ama al señor K. Lo dice además tan torpemente que Dora inmediatamente abandona el análisis. Si en aquella época hubiese estado iniciado en lo que hoy se llama el análisis de las resistencias, se lo hubiese hecho degustar poco a poco, habría empezado por enseñarle que tal o cual cosa era en ella una defensa y, por fuerza, habría eliminado, en efecto, toda una serie de pequeñas defensas. De este modo hubiese ejercido, estrictamente hablando, una acción sugestiva, es decir, que hubiese introducido en su ego un elemento, una motivación suplementaria.
Freud escribió, en alguna parte, que esto es la transferencia. En cierto modo tiene razón, es esto. Pero, es preciso saber en qué nivel. Pues bien, hubiera podido progresivamente modificar el ego de Dora de modo tal que ella contrajera matrimonio – tan desgraciado como cualquier matrimonio- con el señor K.
Si, en cambio, el análisis hubiera sido conducido correctamente, ¿qué debería haber pasado? ¿Qué habría pasado si, en lugar de hacer intervenir su palabra en O’, es decir en lugar de poner en juego su propio ego con el fin de rehacer, de modelar el de Dora, Freud le hubiera mostrado que era la señora K a quien ella amaba?
Freud interviene, en efecto, en el momento en que, en el juego de báscula, el deseo de Dora está en O’, donde ella desea a la señora K. Toda la historia de Dora cabe en esta oscilación por la cual ella no sabe si sólo se ama a sí misma, a su imagen magnificada en la señora K, o bien si desea a la señora K. Precisamente porque esta oscilación se produce incesantemente, porque este movimiento de báscula es constante, Dora no sale adelante.
Es cuando el deseo está en O’ cuando Freud debe nombrarlo pues, en ese momento puede realizarse. Si la intervención es repetida suficientemente y suficientemente completa, puede realizarse la Verliebtheit, que es desconocida, quebrada, continuamente refractada como una imagen en el agua que no llegamos a captar. En este punto, Dora podría reconocer su deseo, el objeto de su amor, como siendo efectivamente la señora K.
Esta es una ilustración de lo que les decía antes: si Freud hubiera revelado a Dora que ella estaba enamorada de la señora K, efectivamente ella se hubiera enamorado. ¿Es éste el objetivo del análisis? No, sólo es su primera etapa. Y si ustedes pierden este momento, o bien interrumpen el análisis, como Freud, o bien hacen otra cosa, ortopedia del ego. En ambos casos, no hacen un análisis.
El análisis, concebido como un proceso de despellejamiento, de mondadura de los sistemas de defensa, no tiene por qué no funcionar. Esto es lo que los analistas llaman: encontrar un aliado en la parte sana del ego. Consiguen en efecto atraer hacia ellos la mitad del ego del sujeto, luego la mitad de la mitad, etc… ¿Por qué no habría de funcionar esto con el analista puesto que es así como se constituye el ego en la existencia? Pero se trata de saber si esto es lo que nos enseña Freud.
Freud nos mostró que la palabra debe ser encarnada en la historia misma del sujeto. ¿Si el sujeto no la ha encarnado, si esta palabra está amordazada y latente en los síntomas del sujeto, debemos o no liberarla como a la Bella Durmiente del Bosque?
Si no debemos liberarla, hagamos entonces un análisis estilo análisis de las resistencias. Sin embargo, esto no es lo que Freud quiso decir cuando habló, al comienzo, de analizar las resistencias. Veremos cuál es el sentido legítimo que debe conferirse a esta expresión.
Si Freud hubiera intervenido permitiendo al sujeto nombrar su deseo- pues no era necesario que él mismo lo nombrase- se hubiera producido en O’ el estado de Verliebtheit. Sin embargo, no hay que omitir que el sujeto hubiera sabido claramente que era Freud quien le había dado este objeto de Verliebtheit. Pero no es aquí donde termina el proceso.
Una vez realizado este movimiento de báscula, por el cual el sujeto en el mismo momento en que su palabra reintegra la palabra del analista, le está permitido un reconocimiento de su deseo. Esto no se produce en una sola vez. Al ver el sujeto que se aproxima esta completitud, tan preciosa, avanza entre esas nubes como en un espejismo. Freud puede ocupar su lugar a nivel del Ich-Ideal tan sólo en la medida en que el sujeto reconquista su Ideal-Ich.
Por hoy nos quedaremos aquí.
La relación del analista y el Ich-Ideal plantea la cuestión del superyó. Saben por otra parte que el Ich-Ideal es considerado a veces como sinónimo de superyó.
He escogido escalar la montaña. Hubiera podido tomar el sendero descendente y plantear inmediatamente la pregunta: ¿qué es el superyó? En cambio, sólo ahora llegamos a ella. La respuesta parece evidente, y sin embargo, no lo es. Hasta ahora, todas las analogías que han sido dadas, las referencias al imperativo categórico, a la conciencia moral, son muy confusas. Dejemos, sin embargo, las cosas en este punto.
La primera fase del análisis está constituida por el paso de O a O’: de lo que, del yo, le es desconocido al sujeto a esa imagen en la cual reconoce sus cargas imaginarias. Esta imagen que se proyecta despierta, cada vez, en el sujeto un sentimiento de excitación sin freno, de dominio de todas las salidas, ya presente en el origen en la experiencia del espejo. Pero ahora puede nombrarla porque entretanto ha aprendido a hablar. Si no, no estaría en análisis.
Esta es una primera etapa. Presenta una gran analogía con el punto donde nos deja M. Balint. ¿Qué es ese narcisismo sin freno, esa exaltación de los deseos? ¿Qué es, sino el punto que Dora hubiera podido alcanzar? ¿Pero, vamos a dejarla ahí en ese estado de contemplación? En alguna parte de la observación se la ve abismada, contemplando ese cuadro: la imagen de la Madona ante la cual un hombre y una mujer están en adoración.
¿Cómo debemos concebir la continuación del proceso? Para dar el paso siguiente, será necesario profundizar la función del Ideal-lch cuyo lugar ocupa, lo ven ustedes, durante algún tiempo el analista en la medida en que realice su intervención en el lugar adecuado, en el momento adecuado, en el sitio adecuado.
El próximo capítulo se referirá entonces al manejo de la transferencia. Lo dejo abierto.