Toda significación remite a otra significación. Los compañeros de Ulises. Transferencia y realidad.
El concepto es el tiempo de las cosas. Jeroglíficos.
Nuestro amigo Granoff va a presentar una comunicación que parece situarse en la línea de nuestros últimos comentarios. Encuentro muy acertado el surgimiento de iniciativas tales, totalmente acordes con el espíritu de diálogo que deseo en lo que – no lo olvidemos- es ante todo un seminario.
La exposición del doctor Granoff se refiere a dos artículos del número de Abril de 1954 de la Psycho-Analytic Review: Emotion, Instinct and Pain-plesaure, de A. Chapman Isham y A study of the dream in depth, its corollary and consequences, de C. Bennitt.
1)
Estos artículos, extensos, de alto nivel teórico, convergen con lo que aquí hago. Sin embargo, cada uno de ellos llama la atención sobre puntos diferentes.
El primero acentúa la información de la emoción; ésta sería la realidad última con la que nos enfrentamos y, hablando estrictamente, el objeto de nuestra experiencia. Esta concepción responde al deseo de captar en alguna parte un objeto que se asemeje, lo más posible, a los objetos de otros registros.
Alexander escribió un gran artículo, del que tal vez podamos hablar algún día, llamado Logic of emotions, el cual está sin duda en el corazón de la teoría analítica.
Al igual que el reciente artículo de Chapman Isham, trata de introducir una dialéctica en lo que habitualmente consideramos el registro afectivo. Alexander parte del bien conocido esquema lógico-simbólico del que Freud deduce las diversas formas de delirio a partir de las diversas modalidades de la negación: Lo amo – No soy yo quien ama – No es a él a quien amo No lo amo – Me odia – Es él quien me ama; modalidades que nos ofrecen la génesis de diversos delirios: el celoso, el pasional, el persecutorio, el erotomaníaco, etc… Es pues en una estructura simbólica superior, ya que implica variaciones gramaticales muy elaboradas, donde captamos las transformaciones, el metabolismo mismo, que se produce en el orden preconsciente.
El interés del primer artículo que comentó Granoff reside en que se ubica a contracorriente de la tendencia teórica actualmente dominante en análisis. El segundo me parece aún más interesante, en la medida en que busca a qué realidad, a qué más allá, a qué hecho -como dice el artículo-se refiere la significación. Este es un problema crucial.
Pues bien, si ignoran que la significación nunca remite más que a ella misma, es decir, a otra significación, penetrarán en callejones siempre sin salida, como puede apreciarse en los impases actuales de la teoría analítica.
El único método correcto, cada vez que en el análisis buscamos la significación de una palabra, consiste en catalogar la suma de sus empleos. Si quieren conocer la significación de la palabra mano en lengua francesa, deben hacer el catálogo de sus empleos, y no sólo cuando representa el órgano de la mano, sino también cuando figura en mano de obra, mano dura, mano muerta, etc. La significación está dada por la suma de estos empleos.
Es con esto que nos enfrentamos en el análisis. No tenemos por qué extenuarnos en la búsqueda de referencias suplementarias. ¿Qué necesidad hay de hablar de una realidad que sostendría todos los usos llamados metafóricos? Todo uso es, en cierto sentido, siempre metafórico. La metáfora no debe distinguirse- como cree Jones al comienzo de su artículo sobre la Teoría del simbolismo – del símbolo mismo y de su uso. Si me dirijo a alguien, creado o increado, llamándolo sol de mi corazón, es un error creer- como cree Jones- que se trata de una comparación entre lo que tú eres para mi corazón y lo que es el sol, etc. La comparación no es más que un desarrollo secundario de la primera emergencia al ser de la relación metafórica, que es infinitamente más rica que todo lo que puedo por el momento elucidar.
Esta emergencia implica todo lo que luego puede unírsele, y que yo no creía haber dicho. Por el sólo hecho de haber formulado esta relación, soy yo, mi ser, mi confesión, mi invocación, quien entra en el dominio del símbolo. Esta fórmula implica además que el sol me calienta, que me hace vivir, y también que es el centro de mi gravedad, y aún más que produce esa lúgubre mitad de sombra de la que habla Valéry, que él es también lo que ciega, lo que confiere a todo falsa evidencia y brillo engañador. Ya que, ¿no es cierto?, el máximum de luz es también la fuente de todo oscurecimiento. Todo esto está ya implicado en la invocación simbólica. El surgimiento del símbolo crea, literalmente, un orden de ser nuevo en las relaciones entre los hombres.
Me dirán que a pesar de todo existen expresiones irreductibles. Objetarán, por otra parte, que no siempre podemos reducir el nivel factual la emisión creadora de ese llamado simbólico y que, para la metáfora que he dado como ejemplo, podríamos encontrar fórmulas más sencillas, más orgánicas, más animales.
Hagan ustedes la prueba: verán que nunca saldrán del mundo del símbolo.
Supongamos que recurran al índice orgánico, a ese Pon tu mano sobre mi corazón que dice la infanta a Leonor al comienzo del Cid para expresar así los sentimientos de amor que experimenta por el joven caballero. Pues bien, si es invocado el índice orgánico, lo es aquí nuevamente en el interior de una confesión, como testimonio, testimonio que sólo encuentra su acento en tanto que: Lo recuerdo tan bien que vertiría mi sangre Antes de rebajarme a desmentir mi rango. En efecto, sólo en la medida en que se prohíbe ese sentimiento, es que ella entonces invoca un hecho factual. El hecho del latido del corazón sólo adquiere su sentido en el interior del mundo simbólico trazado en la dialéctica del sentimiento que se rehusa, o al cual implícitamente le es rehusado el reconocimiento de quien lo experimenta.
Ya lo ven, hemos vuelto al punto en que concluimos nuestro discurso la última vez.
2)
Cada vez que estamos en el orden de la palabra, todo lo que instaura en la realidad otra realidad, finalmente sólo adquiere su sentido y su acento en función de este orden mismo. Si la emoción puede ser desplazada, invertida, inhibida, si ella está comprometida en una dialéctica, es porque ella está capturada en el orden simbólico, a partir del cual los otros órdenes, imaginario y real, ocupan su puesto y se ordenan.
Intentaré una vez más hacérselos percibir. Relatemos una pequeña fábula.
Un día, los compañeros de Ulises- como saben, tuvieron diez mil desgracias, y creo que casi ninguno terminó el paseo- fueron transformados, dadas sus fastidiosas inclinaciones, en cerdos. Este tema de la metamorfosis es un tema apropiado para despertar nuestro interés, pues plantea el límite entre lo humano y lo animal.
Fueron pues transformados en cerdos, y la historia continua.
Es preciso creer que con todo conservan ciertos vínculos con el mundo humano puesto que en medio de la porqueriza – pues la porqueriza es una sociedad- se comunican entre ellos mediante gruñidos sus necesidades: el hambre, la sed, la voluptuosidad, incluso el espíritu de grupo. Aquí no acaba todo.
¿Qué puede decirse de estos gruñidos? ¿Acaso no son también mensajes dirigidos al otro mundo? Bueno, yo lo que oigo es esto: oigo que los compañeros de Ulises gruñen: Añoramos a Ulises, añoramos que no esté entre nosotros, añoramos su enseñanza, lo que él era para nosotros a través de la existencia.
¿Cómo reconocer que ese gruñido que llega hasta nosotros desde ese susurro sedoso acumulado en el espacio cerrado de la porqueriza es una palabra? ¿Será porque allí se exprese algún sentimiento ambivalente?
En efecto, existe en esta ocasión lo que llamamos, en el orden de las emociones y de los sentimientos, ambivalencia. Porque Ulises es un guía más bien molesto para sus compañeros. Sin embargo, una vez convertidos en cerdos, tienen sin duda razones para añorar su presencia. Por ello, existe una duda acerca de lo que comunican.
Esta dimensión no puede ser descuidada. Pero, ¿acaso es ella suficiente para transformar un gruñido en una palabra? No; porque la ambivalencia emocional del gruñido es una realidad en su esencia no constituida.
El gruñido del cerdo sólo se transforma en palabra cuando alguien se plantea la cuestión de saber qué es lo que este gruñido pretende hacer creer. Una palabra sólo es palabra en la exacta medida en que hay alguien que crea en ella.
¿Qué pretenden hacer creer, gruñendo, los compañeros de Ulises transformados en cerdos?: que aún preservan algo humano. En esta ocasión expresar la añoranza de Ulises, es reivindicar ser reconocidos, ellos mismos los cerdos, como los compañeros de Ulises.
Una palabra se sitúa ante todo en esta dimensión. La palabra es esencialmente un medio para ser reconocido. La palabra está ahí, antes que cualquier cosa pueda estar detrás de ella. Por eso es ambivalente y absolutamente insondable. ¿Es o no verdadero lo que ella dice? Es un espejismo. Es este primer espejismo el que les asegura que estamos en el dominio de la palabra.
Sin esta dimensión una comunicación no es más que algo que transmite, algo que es casi de igual orden que un movimiento mecánico. Hace un momento evocaba ese susurro sedoso, la comunicación de susurros en el interior de la porqueriza. De ello se trata: el gruñido puede analizarse totalmente en términos de mecánica. Pero, a partir del momento en que quiere hacer creer algo y exige reconocimiento, la palabra existe. Por eso puede hablarse, en cierto sentido, del lenguaje de los animales. Hay lenguaje en los animales en la exacta medida en que hay alguien para comprenderlo.
3)
Veamos otro ejemplo que tomaré de un artículo de Nunberg aparecido en 1951, Transference and reality, donde se plantea la cuestión de saber qué es la transferencia. Se trata del mismo problema.
Es muy agradable ver lo lejos que llega el autor y, a la vez, las dificultades que encuentra. Para él, todo sucede a nivel de lo imaginario. Cree que el fundamento de la transferencia es la proyección en la realidad de algo que no está allí. El sujeto exige a su compañero ser una forma, un modelo, por ejemplo, de su padre.
Evoca en primer lugar el caso de una paciente que pasa todo su tiempo interpelando violentamente al analista, incluso riñéndolo, reprochándole no ser suficientemente bueno, nunca intervenir como es preciso, equivocarse, no usar el tono adecuado. Nunberg se pregunta si éste es un caso de transferencia.
Bastante curiosamente, pero no sin fundamento, responde que no; lo que hay es más bien una aptitud- readiness- a la transferencia. Por el momento la sujeto hace oír a través de sus recriminaciones una exigencia, la exigencia primitiva de una persona real; y es la discordancia que presenta el mundo real respecto a su requisito la que motiva su insatisfacción. No se trata de transferencia, sino de su condición.
¿A partir de cuándo realmente hay transferencia? Cuando la imagen que el sujeto exige se confunde con la realidad en la que está situado. Todo el progreso del análisis consiste en mostrar al sujeto la distinción entre estos dos planos, en despegar lo imaginario y lo real. Es ésta una teoría clásica: el sujeto tiene un comportamiento supuestamente ilusorio y se le muestra cuán poco está adaptado a la situación efectiva.
Pero resulta que nosotros no hacemos más que percibir todo el tiempo que la transferencia no es en absoluto un fenómeno ilusorio. Decirle al sujeto: Pero amigo mío, el sentimiento que usted tiene hacia mí no es más que transferencia, no es analizarlo. Esto nunca arregló nada. Felizmente, cuando los autores están bien orientados en su práctica, dan ejemplos que desmienten su teoría y que prueban que tienen cierto sentimiento de la verdad. Es el caso de Nunberg. El ejemplo que presenta como típico de la experiencia de transferencia es particularmente instructivo.
Tenía un paciente que le traía muchísimo material y se expresaba con tal autenticidad, poniendo tal cuidado en cada detalle, con tal preocupación por ser completo, con tal abandono… Y, sin embargo, nada ocurría. Nada ocurría hasta que Nunberg se dio cuenta que en la situación analítica el paciente reproducía una situación que había sido la de su infancia, durante la cual se entregaba a confidencias, lo más detalladas posibles, fundadas en la confianza total que tenía en su interlocutora- quien no era otra que su madre- quien venía todas las noches a sentarse al borde de su cama. El paciente, como Scherezade, se complacía en hacerle un informe exhaustivo de sus jornadas y también de sus actos, sus deseos, sus tendencias, sus escrúpulos, sus remordimientos, no ocultando nunca nada. La cálida presencia de su madre, en camisón, era para él la fuente de un placer perfectamente sostenido como tal, que consistía en adivinar bajo el camisón el contorno de sus senos y su cuerpo. Se libraba entonces a las primeras investigaciones sexuales en el cuerpo de su amada compañera.
¿Cómo analizar esto? Intentemos ser un poco coherentes. ¿Qué significa esto?
Dos situaciones diferentes son aquí evocadas: el paciente con su madre, el paciente con su analista.
En la primera situación, el sujeto experimenta satisfacción mediante este intercambio hablado. Podemos sin dificultad distinguir dos planos, el plano de las relaciones simbólicas, que sin duda alguna se encuentran aquí subordinadas, subvertidas por la relación imaginaria. Por otra parte, en el análisis el sujeto se comporta con total abandono y se somete con toda buena voluntad a la regla. ¿Debemos concluir que está allí presente una satisfacción semejante a la satisfacción primitiva? A muchos les es fácil franquear el paso: pero sí, es así. El sujeto busca una satisfacción semejante. Se hablará sin vacilar de automatismo de repetición. Y de todo lo que ustedes quieran. El analista se vanagloriará de haber detectado tras esa palabra váyase a saber qué sentimiento o emoción, el cual revelaría la presencia de un más allá psicológico constituido más allá de la palabra.
¡Pero reflexionemos un poco! En primer lugar, la posición del analista es exactamente inversa a la posición de la madre, no está al borde de la cama sino detrás, y está lejos de presentar, al menos en los casos más frecuentes, los encantos del objeto primitivo, y de prestarse a las mismas concupiscencias. En todo caso no es por ese lado por donde habrá de franquearse el paso de la analogía.
Son evidencias tontas las que estoy diciendo. Sin embargo, sólo deletreando un poco la estructura, diciendo cosas sencillas, podemos aprender a contar con nuestros propios dedos los elementos de la situación en medio de la cual actuamos.
Hay que comprender esto: ¿por qué, apenas ha sido revelada al sujeto la relación entre las dos situaciones, se produce una transformación completa de la situación analítica? ¿Por qué las mismas palabras se vuelven ahora eficaces, marcando un. verdadero progreso en la existencia del sujeto? Intentemos pensar un poco.
La palabra se instituye como tal en la estructura del mundo semántico que es el del lenguaje. La palabra nunca tiene un único sentido ni el vocablo un único empleo. Toda palabra tiene siempre un más allá, sostiene varias funciones, envuelve varios sentidos. Tras lo que dice un discurso está lo que él quiere decir, y tras lo que quiere decir está otro querer decir, y esto nunca terminará a menos que lleguemos a sostener que la palabra tiene una función creadora, y que es ella la que hace surgir la cosa misma, que no es más que el concepto.
Recuerden lo que dice Hegel sobre el concepto: el concepto es el tiempo de la cosa. Ciertamente, el concepto no es la cosa en lo que ella es, por la sencilla razón de que el concepto siempre está allí donde la cosa no está, llega para reemplazar a la cosa, como el elefante que hice entrar el otro día en la sala por intermedio de la palabra elefante. Si esto chocó tanto a algunos de ustedes es porque era evidente que el elefante estaba efectivamente aquí desde el momento en que lo nombramos. ¿Qué es lo que de la cosa puede estar allí? No es su forma, tampoco su realidad, pues, en lo actual, todos los lugares están ocupados. Hegel lo dice con mucha rigurosidad: es el concepto el que hace que la cosa esté allí, aún no estando allí.
Esta identidad en la diferencia, que carácteriza la relación del concepto con la cosa, es además la que hace que la cosa sea cosa y el fact esté simbolizado, como nos lo decían hace un momento. Estamos hablando de cosas y no de váyase a saber qué, siempre imposible de identificar.
Heráclito nos informa: si instauramos la existencia de las cosas en un perpetuo movimiento de tal modo que nunca la corriente del mundo vuelva a pasar por la misma situación, es precisamente porque la identidad en la diferencia ya está saturada en la cosa. De donde Hegel deduce el concepto es el tiempo de la cosa.
Nos encontramos aquí en el núcleo del problema avanzado por Freud cuando dice que el inconsciente se sitúa fuera del tiempo. Es cierto y no es cierto. Se sitúa fuera del tiempo exactamente como lo hace el concepto, porque él es el tiempo de sí mismo, el tiempo puro de la cosa, y en tanto tal, puede reproducirla según cierta modulación, cuyo soporte material puede ser cualquier cosa. En el automatismo de repetición se trata precisamente de esto. Esta observación nos llevará muy lejos, hasta los problemas de tiempo que supone la práctica analítica.
Volvamos pues a nuestro ejemplo: ¿por qué el análisis se transforma desde el momento en que se analiza la situación transferencia! evocando la antigua situación, en cuyo transcurso el sujeto estaba ante un objeto totalmente diferente, que no puede ser asimilado al objeto actual ? Porque la palabra actual, como la palabra antigua, está en el interior de un paréntesis en el tiempo, dentro de una forma de tiempo, si me permiten la expresión. Siendo idéntica la modulación de tiempo, la palabra del analista tiene el mismo valor que la palabra antigua.
Este valor es valor de palabra. No hay aquí ningún sentimiento, ninguna proyección imaginaria y el Sr. Nunberg, quien se agota en la tarea de construirla, se coloca así en una situación inextricable.
Para Loewenstein, no hay proyección, sino desplazamiento. Es ésta una mitología que presenta todas las apariencias de un laberinto. Sólo podemos salir de él reconociendo que el elemento-tiempo es una dimensión constitutiva del orden de la palabra.
Si efectivamente el concepto es el tiempo, debemos analizar la palabra por capas sucesivas, debemos buscar sus sentidos múltiples entre líneas. ¿Esto nunca acaba? Sí, tiene un final. Pero lo que se revela en último lugar, la palabra última, el sentido último, es esa forma temporal de la que estoy hablando, que es por sí sola una palabra. El sentido último de la palabra del sujeto frente al analista, es su relación existencial ante el objeto de su deseo.
Este espejismo narcisista no adquiere en esta ocasión ninguna forma particular, no es más que lo que sostiene la relación del hombre con el objeto de su deseo y que siempre le deja sólo en lo que llamamos el placer preliminar. Esta relación es especular y coloca a la palabra en una especie de suspensión, puramente imaginaria, en efecto, en relación a esa situación.
Esta situación no tiene nada que sea actual, nada que sea emocional, nada que sea real. Pero, una vez alcanzada, cambia el sentido de la palabra, revela al sujeto que su palabra no es más que lo que he llamado, en mi informe de Roma, palabra vacía, y que en tanto tal carece de efecto.
Todo esto no es fácil. ¿Me siguen? Deben comprender que el más allá al que somos remitidos, es siempre otra palabra, más profunda. En cuanto al límite inefable de la palabra, éste radica en el hecho de que la palabra crea la resonancia de todos sus sentidos. A fin de cuentas, somos remitidos al acto mismo de la palabra en tanto tal. Es el valor de este acto actual el que hace que la palabra sea vacía o plena. En el análisis de la transferencia, se trata de saber en qué punto de su presencia la palabra es plena.
4)
Si encuentran que esta interpretación es un tanto especulativa, les traeré una referencia, puesto que estoy aquí para interpretar los textos de Freud, y pues creo oportuno señalar que lo que estoy explicando es estrictamente ortodoxo.
¿Cuándo aparece en la obra de Freud la palabra Ubertragung, transferencia? No es en los Escritos Técnicos, y a propósito de las relaciones reales, poco importa, imaginarias, o incluso simbólicas, con el sujeto. No es a propósito de Dora, ni tampoco a propósito de las molestias que ella le ha hecho padecer, ya que, supuestamente, no supo decirle a tiempo que ella empezaba a sentir hacia él un tierno sentimiento. Aparece en la séptima parte, Psicología de los procesos oníricos, de la Traumdeutung
Quizá sea éste un libro que algún día comentaré con ustedes; y en el cual sólo se trata de demostrar, en la función del sueño, la superposición de las significaciónes de un material significante. Freud nos muestra cómo la palabra, a saber la transmisión del deseo, puede hacerse reconocer a través de cualquier cosa, con tal de que esa cualquier cosa esté organizada como sistema simbólico. Esta es la fuente de la naturaleza durante mucho tiempo indescifrable del sueño. Así como no se supo, durante mucho tiempo, comprender los jeroglíficos pues no se los componía en su propio sistema simbólico: nadie se daba cuenta que una pequeña silueta humana podía querer decir un hombre, pero que podía también representar el sonido hombre y, en tanto tal, entrar en una palabra a título de sílaba. El sueño está formado como los jeroglíficos. Saben que Freud menciona la piedra Roseta.
¿A qué llama Freud Ubertragung? Es, dice, el fenómeno constituido por el hecho de que no existe traducción directa posible para un cierto deseo reprimido por el sujeto. Este deseo del sujeto está vedado a su modo de discurso, y no puede hacerse reconocer. ¿Por qué? Porque entre los elementos de la represión hay algo que participa de lo inefable. Hay relaciones esenciales que ningún discurso puede expresar suficientemente, sólo puede hacerlo entre-líneas como decía hace un momento.
Alguna otra vez les hablaré de la Guía de los extraviados de Maimónides que es una obra esotérica. Verán como él organiza deliberadamente su discurso de tal modo que lo que él quiere decir que no es decible- es él quien habla así- no obstante puede revelarse. Dice lo que no puede, o lo que no debe ser dicho introduciendo cierto desorden, ciertas rupturas, ciertas discordancias intencionales. Asimismo los lapsus, las lagunas, las contenciones, las repeticiones del sujeto también expresan, pero en este caso espontáneamente, inocentemente, la modalidad según la cual se organiza el discurso. Es esto lo que nosotros debemos leer. Ya volveremos sobre estos textos que vale la pena comparar.
¿Qué nos dice Freud en su primera definición de la Ubertragung? Nos habla de los Tagesrestre, de los restos diurnos, que están descargados, dice, desde el punto de vista del deseo. En el sueño, son formas errantes que el sujeto considera poco importantes: han sido vaciadas de su sentido. Son pues un material insignificante. El material significante fonemático, jeroglífico, etc… está constituido por formas destituidas de su sentido propio y retomadas en una nueva organización a través de la cual logra expresarse otro sentido. Freud llama Ubertragung exactamente a este proceso.
El deseo inconsciente, es decir, imposible de expresar, encuentra de todos modos un medio para expresarse en el alfabeto, en la fonemática de los restos diurnos, descargados ellos mismos de deseo. Es éste pues un verdadero fenómeno de lenguaje como tal. Es esto a lo que Freud da el nombre- la primera vez que lo emplea- de Ubertragung.
Ciertamente, hay en lo que se produce en el análisis, comparado con lo que se produce en el sueño, una dimensión suplementaria esencial: el otro está ahí. Pero observen también cómo los sueños se hacen más claros, más analizables a medida que avanza el análisis. Esto sucede porque el sueño dedica su habla cada vez más al analista. Los mejores sueños que Freud nos presenta, los más ricos, los más bellos, los más complicados, son los que se producen en el transcurso de un análisis y que tienden a dirigirse al analista.
Esto también debe aclarar la significación propia del término acting-out. Si, hace un momento, hablé de automatismo de repetición, si hablé de él esencialmente a propósito del lenguaje, es porque toda acción en la sesión, acting-out o acting-in, está incluida en un contexto de palabra. Se califica como acting-out cualquier cosa que ocurra en el tratamiento. Y no sin razón. Si muchos sujetos se precipitan durante el análisis a realizar múltiples y variadas acciones eróticas, como, por ejemplo, casarse, evidentemente es por acting-out. Si actúan lo hacen dirigiéndose a su analista.
Por ello es preciso hacer un análisis del acting-out y hacer un análisis de la transferencia, es decir, encontrar en un acto su sentido de palabra. Ya que se trata para el sujeto de hacerse reconocer, un acto es una palabra.
Hoy los dejaré en este punto.