Meditación sobre la óptica. Introducción del ramillete invertido. Realidad: el caos original. Imaginario: el nacimiento del yo. Simbólico: las posiciones del sujeto. Función del mito de Edipo en el psicoanálisis.
La pequeña charla que les ofreceré hoy estaba anunciada con el título de La tópica de lo imaginario. Un tema tan importante como éste llevaría varios años de enseñanza; pero ya que en el hilo de nuestro discurso han surgido algunos problemas relaciónados con el lugar de lo imaginario en la estructura simbólica, la charla de hoy puede reivindicar este título.
Es, según un plan preconcebido, cuyo rigor espero el conjunto les demostrará, que los guié la última vez hacia un caso especialmente significativo pues muestra de modo reducido el juego recíproco de esos tres grandes términos que ya tuvimos oportunidad de introducir: lo imaginario, lo simbólico y lo real.
Nada puede comprenderse de la técnica y la experiencia freudianas sin estos tres sistemas de referencia. Cuando se emplean estas distinciones muchas dificultades se justifican y aclaran. Sucede así con los puntos incomprensibles que la señorita Gélinier señaló el otro día en el texto de Melanie Klein. Cuando se intenta elaborar una experiencia lo que cuenta no es tanto lo que se comprende como lo que no se comprende. El mérito de la exposición de la señorita Gélinier radica precisamente en haber resaltado lo que en este texto no ce comprende.
Se demuestra así la fecundidad del método de los comentarios. Comentar un texto es como hacer un análisis. Cuantas veces advertí a quienes están en control conmigo cuando me dicen: Creí entender que él quería decir esto o aquello, les advertí que una de las cosas que más debemos evitar es precisamente comprender demasiado, comprender más que lo que hay en el discurso del sujeto. No es lo mismo interpretar que imaginar comprender. Es exactamente lo contrario. Incluso diría que las puertas de la comprensión analítica se abren en base a un cierto rechazo de la comprensión.
No basta con que un texto parezca coherente. Ciertamente, este texto se sostiene en el marco de las cantinelas que nos son habituales: maduración instintiva, instinto primitivo de agresión, sadismo oral, anal, etc. Sin embargo, en el registro que Melanie Klein hace intervenir aparecen algunos contrastes sobre los que volveré a insistir detalladamente.
Todo gira en torno a lo que a la Srta. Gélinier le pareció singular, paradójico, contradictorio, respecto a la función del ego: demasiado desarrollado traba todo desarrollo, pero al desarrollarse vuelve a abrir las puertas de la realidad. ¿Cómo es posible que el desarrollo del ego vuelva a abrir las puertas de la realidad? ¿Cuál es la función propia de la interpretación kleiniana, cuyas carácterísticas son las de una intrusión, un enchapado del sujeto? Estas son las cuestiones que hoy tendremos que precisar.
Ya han debido darse cuenta que, en el caso de este joven sujeto, real, imaginario y simbólico están allí perceptibles, aflorantes. Les enseñé a identificar lo simbólico con el lenguaje: ahora bien, ¿no es precisamente en la medida en que, digamos, Melanie Klein habla, que algo sucede? Por otra parte, ¿cuando Melanie Klein nos dice que los objetos se constituyen mediante juegos de proyecciónes, introyecciónes, expulsiones, reintroyecciónes de los objetos malos; cuando nos dice que el sujeto, quien ha proyectado su sadismo, lo ve retornar desde esos objetos, y en consecuencia se halla bloqueado por un temor ansioso, no sienten ustedes que nos hallamos en el dominio de lo imaginario? Todo el problema reside entonces en la articulación de lo simbólico y lo imaginario en la constitución de lo real. Para tratar de aclararles un poco las cosas, he elaborado un pequeño modelo, sucedáneo del estadio del espejo.
He señalado a menudo que el estadio del espejo no es simplemente un momento del desarrollo. Cumple también una función ejemplar porque nos revela algunas de las relaciones del sujeto con su imagen en tanto Urbild del yo. Ahora bien, ese estadio del espejo, que no podemos negar, tiene una presentación óptica que tampoco podemos negar. ¿Es acaso una casualidad ?
Las ciencias, en particular las ciencias nacientes como la nuestra, toman prestado frecuentemente modelos a otras ciencias. ¡No imaginan, mis pobres amigos, todo lo que deben ustedes a la geología! Si la geología no existiera, ¿cómo pensar entonces que, en un mismo nivel, puede pasarse de una capa reciente a una capa muy anterior? No estaría mal, lo digo al pasar, que todo analista se comprara un librito de geología. Hubo hace tiempo un analista geólogo, Leuba, quien escribió un libro cuya lectura les recomiendo calurosamente.
La óptica también tendría algo que decir. No me alejo con esto de la tradición del maestro: seguramente más de uno habrá notado en la Traumdeutung, en el capítulo Psicología de los procesos oníricos, el famoso esquema en el cual Freud inserta la totalidad del proceso del inconsciente.
En su interior, Freud sitúa las distintas capas que se diferencian del nivel perceptivo, a saber la impresión instantánea: S1, S2, etc., a la vez imagen, recuerdo. Estas huellas registradas son luego reprimidas en el inconsciente. Es un esquema bonito, ya volveremos a él pues nos será útil. Observen que va acompañado de un comentario que no parece haber llamado la atención de nadie, a pesar de que Freud lo retomó en su casi última obra: el Compendio de psicoanálisis.
Se los leo tal como figura en la Traumdeutung: La idea que así se nos ofrece es la de una localidad psíquica trata exactamente del campo de la realidad psíquica, es decir, de todo lo que sucede entre la percepción y la conciencia motriz del yo- . .. Vamos ahora a prescindir por completo de la circunstancia de sernos conocido también anatómicamente el aparato ahímico de que aquí se trata y vamos a eludir asimismo toda posible tentación de determinar en dicho sentido la localidad psíquica. Permaneceremos, pues, en el terreno psicológico y no pensaremos sino en obedecer a la invitación de representarnos el instrumento puesto al servicio de las funciones ahímicas como un microscopio compuesto, un aparato fotográfico o algo semejante. La localidad psíquica corresponderá entonces a un lugar situado en el interior de este aparato, en el que surge uno de los grados preliminares de la imagen. En el microscopio y en el telescopio son estos lugares puntos ideales; esto es, puntos en los que no se halla situado ningún elemento concreto del aparato. Creo innecesario excusarme por la imperfección de estas imagenes y otras que han de seguir. Estas comparaciones no tienen otro objeto que el de auxiliarnos en una tentativa de llegar a la comprensión de la complicada función psíquica total, dividiéndola y adscribiendo cada una de sus funciones aisladas a uno de los elementos del aparato. La tentativa de adivinar la composición del instrumento psíquico por medio de tal división no ha sido emprendida todavía que yo sepa. Por mi parte no encuentro nada que a ella pueda oponerse. Creo que nos es lícito dejar libre curso a nuestras hipótesis, siempre que conservemos una perfecta imparcialidad de juicio y no tomemos nuestra débil armazón por un edificio de absoluta solidez. Como lo que-necesitamos son representaciones auxiliares que nos ayuden a conseguir una primera aproximación a algo desconocido, nos serviremos del material más práctico y concreto.
Ya que los consejos están hechos para que nadie los siga, creo que es inútil aclararles que desde entonces no hemos dejado de tomar el débil armazón por un edificio de absoluta solidez. Por otra parte, la autorización que nos da Freud para utilizar en la aproximación a un hecho desconocido relaciones auxiliares, me ha incitado a hacer gala de cierta desenvoltura en la construcción de un esquema.
Vamos a usar hoy algo casi infantil, un aparato de óptica mucho más simple que un microscopio complejo, sería divertido continuar con esta comparación, pero eso nos llevaría demasiado lejos.
Les recomiendo encarecidamente que mediten acerca de la óptica. Cosa curiosa, se ha fundado todo un sistema metafísico en la geometría y la mecánica, buscando en ellas modelos de comprensión, en cambio, hasta hoy, no se ha sacado todo el partido posible de la óptica. Sin embargo, ella debería prestarse a algunas ensoñaciones, esta curiosa ciencia que intenta producir mediante aparatos esa cosa singular llamada «imagenes», a diferencia de las demás ciencias que efectúan un recorte, una disección, una anatomía de la naturaleza.
Tengan claro que al decir esto no busco darles gato por liebre, ni confundir las imagenes ópticas con las imagenes que nos interesan. Pero, no por casualidad, llevan el mismo nombre.
Las imagenes ópticas presentan variedades singulares; algunas son puramente subjetivas, son las llamadas virtuales; otras son reales, es decir que se comportan en ciertos aspectos como objetos y pueden ser consideradas como tales. Pero aún más peculiar: podemos producir imagenes virtuales de esos objetos que son las imagenes reales. En este caso, el objeto que es la imagen real recibe, con justa razón, el nombre de objeto virtual.
Todavía hay algo aún más sorprendente: la óptica se apoya, totalmente, en una teoría matemática sin la cual es absolutamente imposible estructurarla. Para que haya óptica es preciso que a cada punto dado en el espacio real le corresponda un punto, y sólo uno, en otro espacio que es el espacio imaginario. Es ésta la hipótesis estructural fundamental. Parece muy simple, pero sin ella no puede escribirse ecuación alguna, ni simbolizarse nada; sin ella la óptica es imposible. Aún quienes la ignoran nada podrían hacer en óptica si ella no existiese.
Allí también espacio real y espacio imaginario se confunden. Esto no impide que deban pensarse como diferentes. En materia de óptica, encontramos muchas oportunidades para entrenarnos en ciertas distinciones que muestran hasta qué punto es importante el resorte simbólico en la manifestación de un fenómeno.
Por otro lado, en óptica existen una serie de fenómenos que podernos considerar como totalmente reales puesto que es la experiencia quien nos guía en esta materia y, sin embargo, la subjetividad está constantemente comprometida. Cuando ustedes ven un arco iris ven algo totalmente subjetivo. Lo ven a cierta distancia destacándose sobre el paisaje. El no está allí. Se trata de un fenómeno subjetivo. Sin embargo, gracias a una cámara fotográfica pueden registrarlo objetivamente. ¿Qué es entonces? Ya no sabemos muy bien¿verdad?-dónde se encuentra lo subjetivo y dónde se encuentra lo objetivo. ¿No será más bien que estamos acostumbrados, en nuestras cortas entendederas, a establecer una distinción demasiado somera entre lo objetivo y lo subjetivo? ¿Tal vez la cámara fotográfica no sea más que un aparato subjetivo, enteramente construido con ayuda de una x y una y que habitan el mismo territorio que el sujeto, es decir el del lenguaje?
Dejaré abiertos estos interrogantes para abordar directamente un pequeño ejemplo que intentaré meterles en la cabeza antes de hacerlo en la pizarra, puesto que no hay nada más peligroso que las cosas en la pizarra: quedan siempre un poco chatas.
Se trata de una experiencia clásica, que se llevaba a cabo en la época en que la física era divertida, en la época de la verdadera física. Nosotros, de igual modo, estamos en la época en que verdaderamente se trata de psicoanálisis. Cuando más cerca del psicoanálisis divertido estemos, más cerca estaremos del verdadero psicoanálisis. Con el tiempo se irá desgastando, se hará por aproximaciones y triquiñuelas. Ya no se comprenderá nada de lo que se hace, así como ya no es necesario comprender nada de óptica para hacer un microscopio. Regocijémonos pues, aún hacemos psicoanálisis.
Coloquen pues aquí, en mi lugar, un formidable caldero -que quizá me reemplazaría ventajosamente, algunos días, como caja de resonancia-, un caldero lo más parecido posible a una semiesfera, bien pulido en su interior, en resumen un espejo esférico. Si lo acercamos casi hasta llegar a la mesa, ustedes no se verán dentro: así, aunque cada tanto yo me transformase en caldero, el fenómeno de espejismo que se produce cada tanto entre mis alumnos y yo, no se producirá aquí. Un espejo esférico produce una imagen real. A cada punto de un rayo luminoso proveniente de un punto cualquiera de un objeto situado a cierta distancia-preferentemente en el plano del centro de la esfera-le corresponde en el mismo plano, por convergencia de los rayos reflejados sobre la superficie de la esfera, otro punto luminoso: se produce entonces una imagen real del objeto.
Lamento no haber podido traer hoy ni el caldero, ni los aparatos de la experiencia. Tendrán que imaginárselos.
Supongan que esto sea una caja, hueca por este lado, y que está colocada sobre una base, en el centro de la semiesfera Sobre la caja pondrán un florero, real. Debajo hay un ramillete de flores. ¿Qué sucede entonces?
Experiencia del ramillete invertido
El ramillete se refleja en la superficie esférica, para aparecer en el punto luminoso simétrico. Dada la propiedad de la superficie esférica, todos los rayos que emanan de un punto dado aparecen en el mismo punto simétrico; con todos los rayos ocurre lo mismo. Se forma así una imagen real. Observen que en mi esquema los rayos no se cruzan por completo, pero así sucede también en la realidad, y en todos los instrumentos de óptica: obtenemos sólo una aproximación. Más allá del ojo, los rayos continúan su trayectoria, y vuelven a divergir. Pero, para el ojo son convergentes, y producen una imagen real, pues la carácterística de los rayos que impresionan un ojo en forma convergente es la de producir una imagen real. Convergen cuando llegan al ojo, divergen cuando se alejan de él. Si los rayos impresionan al ojo en sentido contrario, se forma entonces una imagen virtual. Es lo que sucede cuando miran una imagen en el espejo: la ven allí donde no está. Aquí, por el contrario, ustedes la ven donde ella está, siempre y cuando el ojo de ustedes se encuentre en el campo de los rayos que ya se han cruzado en el punto correspondiente.
En ese momento, mientras no ven el ramillete real, que está oculto, verán aparecer, si están en el campo adecuado, un curiosísimo ramillete imaginario, que se forma justamente en el cuello del florero. Como sus ojos deben desplazarse linealmente en el mismo plano, tendrán una sensación de realidad sintiendo, al mismo tiempo, que hay algo extraño, confuso, porque los rayos no se cruzan bien. Cuanto más lejos estén, más influirá el paralaje, y más completa será la ilusión.
Es éste un apólogo que nos resultará de gran utilidad. Claro que este esquema no pretende abordar nada que tenga una relación substancial con lo que manipulamos en análisis: las relaciones llamadas reales u objetivas, o las relaciones imaginarias. Sin embargo, nos permite ilustrar, de modo particularmente sencillo, el resultado de la estrecha intrincación del mundo imaginario y del mundo real en la economía psíquica; verán ahora de qué modo.