El maestro interrumpe el silencio con cualquier cosa, un sarcasmo, una patada.
Así procede, en la técnica zen, el maestro budista en la búsqueda del sentido. A los alumnos les toca buscar la respuesta a sus propias preguntas. El maestro no enseña ex cathedra una ciencia ya constituida, da la respuesta cuando los alumnos están a punto de encontrarla.
Esta enseñanza es un rechazo de todo sistema. Descubre un pensamiento en movimiento: que, sin embargo, se presta al sistema, ya que necesariamente presenta una faz dogmática. El pensamiento de Freud está abierto a revisión. Reducirlo a palabras gastadas es un error. Cada noción posee en él vida propia. Esto precisamente es lo que se llama dialéctica.
Algunas de estas nociones fueron, en cierto momento, para Freud, indispensables, pues respondían a una pregunta que él había planteado, anteriormente, en otros términos.
Su valor sólo se capta cuando se las re-situa en su contexto.
Pero no basta hacer historia, historia del pensamiento, y decir que Freud surgió en un siglo de cientificismo. En efecto, con La Interpretación de los sueños, es re-introducido algo de esencia diferente, de densidad psicológica concreta, a saber el sentido.
Desde el punto de vista cientificista, Freud pareció entonces coincidir con el más arcaico pensar: leer algo en los sueños. Retornó luego a la explicación causal. Pero, cuando se interpreta un sueño, estamos siempre de lleno en el sentido. Es la subjetividad del sujeto, sus deseos, su relación con su medio, con los otros, con la vida misma, lo aquí cuestionado.
Nuestra tarea, aquí, es re-introducir el registro del sentido, registro éste que debe ser reintegrado a su nivel propio.
Brucke, Ludwig, Helmholtz, Du Bois-Reymond, habían constituido una especie de pacto de fe: todo se reduce a fuerzas físicas, las de atracción y las de repulsión. Cuando se eligen estas premisas no hay razón alguna para abandonarlas. Si Freud las abandonó, fue por haber confiado en otras. Osó atribuir importancia a lo que le ocurría a él, a las antinomias de su infancia, a sus trastornos neuróticos, a sus sueños. Por ello, es Freud, para todos nosotros, un hombre situado como todos en medio de todas las contingencias: la muerte, la mujer, el padre.
Esto constituye un retorno a las fuentes que apenas merece el título de ciencia. Con el psicoanálisis sucede como con el arte del buen cocinero que sabe cómo trinchar el animal, cómo separar la articulación con la menor resistencia. Se sabe que existe, para cada estructura, un modo de conceptualización que le es propio. Mas como se entra así en el sendero de las complicaciones, hay quienes se atienen a la noción monista de una deducción del mundo. Así, uno se extravía.
Es preciso entender que no disecamos con un cuchillo, sino con conceptos. Los conceptos poseen su orden original de realidad. No surgen de la experiencia humana, si así fuera estarían bien construidos. Las primeras denominaciones surgen de las palabras mismas, son instrumentos para delinear las cosas. Toda ciencia, entonces, permanece largo tiempo en la oscuridad, enredada en el lenguaje.
En primer lugar existe un lenguaje ya acabado, del que nos servimos cual si fuese una mala herramienta. De vez en cuando se producen vuelcos: del flogisto al oxígeno, por ejemplo. Pues Lavoisier contribuye, a la vez, con el flogisto y con el concepto correcto, el oxígeno. La raíz de la dificultad estriba en que sólo pueden introducirse símbolos, matemáticos u otros, gracias al lenguaje cotidiano, pues es preciso explicar cómo se los va a utilizar. Estamos pues en cierto nivel del intercambio humano, en este caso en el nivel del terapeuta. Freud está allí a pesar de su denegación. Pero, como lo mostró Jones, se impuso desde el inicio la ascesis de no caer en el dominio especulativo, al que su naturaleza le inclinaba. Se sometió a la disciplina de los hechos, al laboratorio. Se alejó del mal lenguaje.
Consideremos ahora la noción de sujeto. Cuando se la introduce, se introduce el sí mismo. El hombre que les habla es un hombre como los demás: hace uso del mal lenguaje. El sí mismo está entonces cuestionado.
Así, Freud sabe desde el comienzo que sólo si se analiza progresará en el análisis de los neuróticos. La importancia creciente actualmente atribuida a la contratransferencia implica el reconocimiento de que, en el análisis, no sólo está el paciente. Hay dos; y no solamente dos.
Fenomenológicamente, la situación analítica es una estructura, es decir que sólo gracias a ella son aislables, separables, ciertos fenómenos. Es otra estructura, la de la subjetividad, la que crea en los hombres la idea de que pueden comprenderse a sí mismos.
Ser neurótico puede pues ser útil para llegar a ser un buen psicoanalista, y al comienzo, esto le sirvió a Freud. Producimos sentido, contra-sentido, sin-sentido, como Monsieur Jourdain su prosa. Aún hacía falta encontrar allí los lineamientos de la estructura. También Jung, maravillándose, re-descubre en los símbolos de los sueños y de las religiones, ciertos arquetipos propios de la especie humana. Esta también es una estructura; pero distinta a la estructura analítica.
Freud introdujo el determinismo peculiar de esta estructura. De allí la ambigüedad presente por doquier en su obra. ¿El sueño, por ejemplo, es deseo o reconocimiento del deseo? O más aún, el ego es, por un lado, un huevo vacío diferenciado en su superficie por el contacto con el mundo de la percepción, pero es también cada vez que nos topamos con él, quien dice «no» o yo (moi), yo (je), quien habla a los otros, quien se expresa en diferentes registros.
Vamos a seguir las técnicas de un arte del diálogo. Como el buen cocinero, tenemos que saber qué articulaciones, qué resistencias encontramos.
El super-ego es una ley sin sentido aún cuando no tiene más fundamento que el lenguaje. Si digo «tú irás hacia la derecha», es para permitir al otro acordar su lenguaje con el mío.
Pienso en lo que está pensando en el momento en que le hablo. Este esfuerzo por encontrar un acuerdo constituye la comunicación propia del lenguaje. Este tú es tan fundamental que su intervención es previa a la conciencia. Por ejemplo, la censura, que es intencional, actúa antes que la conciencia, funciona vigilante. Tú no es una señal, sino una referencia al otro, es orden y amor.
Del mismo modo, el ideal del yo es un organismo de defensa perpetuado por el yo para prolongar la satisfacción del sujeto. Pero es también la función más deprimente en el sentido psiquiátrico del término.
El id no es reducible a un puro dato objetivo, a las pulsiones del sujeto. Nunca un análisis culminó en la determinación de tal o cual índice de agresividad o erotismo. El punto al cual conduce el progreso del análisis, el punto extremo de la dialéctica del reconocimiento existencial, es: Tú eres esto. Este ideal, de hecho, nunca es alcanzado.
El ideal del análisis no es el completo dominio de sí, la ausencia de pasión. Es hacer al sujeto capaz de sostener el diálogo analítico, de no hablar ni demasiado pronto, ni demasiado tarde. A esto apunta un análisis didáctico.
Se denomina razón a la introducción de un orden de determinaciones en la existencia humana, en el orden del sentido. El descubrimiento de Freud es el re-descubrimiento, en un terreno virgen, de la razón.