Vuelvo a colocar sobre el pizarrón la figura, el esquema sobre el que comenzamos a trabajar la vez pasada en la articulación de lo que constituye nuestro objeto, a saber, la angustia, quiero decir su fenómeno, pero también el lugar que les enseñaré a designar como siendo el propio de aquélla, así como a profundizar la función del objeto en la experiencia analítica.
Brevemente quiero señalarles que pronto aparecerá algo que me tomé el trabajo de redactar sobre una intervención, una comunicación que hice hace más de dos años, el 21 de Septiembre de 1960, en una reunión hegeliana de Royaumont donde elegí tratar el tema siguiente: «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano». A quienes están ya familiarizados con mi enseñanza les indico que encontrarán allí total satisfacción en lo relativo a los tiempos de construcción y a la utilización, el funcionamiento de lo que hemos llamado «el grafo». Lo publica un centro ubicado en el N° 173 del boulevard Saint Germain, y que se encarga de editar todos los trabajos de Royaumont. Pienso que éste saldrá pronto a la luz en un volumen que comprenderá asimismo has otras intervenciones —no todas especialmente analíticas realizadas en el curso de esa reunión, que repito se centró sobre el hegelianismo.
Esto resulta oportuno en la medida en que subversión del sujeto, como dialéctica del deseo, es lo que enmarca para nosotros esa función del objeto en la que nos adentraremos ahora más profundamente. Al respecto, y en especial por quienes son aquí novicios, no pienso que habré de encontrar de ninguna manera la reacción, debo decir muy antipática, que aún recuerdo, recibió ese trabajo en el Congreso de Royaumont por parte, para mi sorpresa, de filósofos a quienes creía más curtidos en la recepción de lo inhabitual, y que con seguridad en algo justamente destinado a reubicar más profundamente ante ellos la función del objeto —y en particular el objeto del deseo culminó por su parte en una impresión que no puedo calificar de otro modo que como ellos mismos la calificaron: la de una suerte de pesadilla, y hasta de elucubración producto de cierto diabolismo.
Sin embargo, no parece acaso en una experiencia que llamaría moderna, una experiencia a nivel de las profundas modificaciones que aporta en la aprehensión del objeto la era que no soy el primero en calificar como de la técnica, acaso no ha de darles esto la idea de que un discurso sobre el objeto debe pasar obligatoriamente por relaciones complejas que sólo nos permiten su acceso a través de profundos enredos?. No puede decirse, por ejemplo, que ese módulo de objeto, tan carácterístico de lo que nos es dado — hablo en la experiencia más externa, no se trata de experiencia analítica— ese módulo de objeto que llaman la pieza separada, no es algo que acaso merece detenerse en él y que trae una dimensión profundamente nueva a toda interrogación noética relativa a nuestra relación con el objeto?. Pues al fin y al cabo, qué es una pieza separada?. Cuál es su subsistencia fuera de su empleo eventual con relación a cierto modelo que se halla en función, pero que también puede devenir anticuado, no ser ya renovado, como se dice?. Después de lo cual, en qué se convierte, qué sentido tiene la pieza separada?
Por qué tal perfil de cierta relación enigmática con el objeto no nos serviría hoy de introducción, de llamado al hecho que no es vana complicación, que no tiene que sorprendernos ni endurecernos ante un esquema del tipo de aquel que les he recordado e Introducido la vez pasada, y que resulta que es en ese lugar, en el lugar donde en el Otro, en el lugar del Otro, autentificado por el Otro, se perfila una imagen solamente reflejada problemática y hasta falsa, de nosotros mismos; que está en un lugar situado con relación a una imagen que se carácteriza por una falta, por el hecho de que lo que allí es llamado no podría aparecer, que está profundamente orientada y polarizada la función de esa misma Imagen, que el deseo está allí no sólo velado sino esencialmente puesto en relación con una ausencia, con una posibilidad de aparición regida por una presencia que está en otra parte y lo rige, más cerca, pero allí donde ella está, inasequible para el sujeto, es decir, lo he indicado, el a del objeto, del objeto que constituye nuestra pregunta, del objeto en la función que cumple en el fantasma, en el lugar donde algo puede aparecer. La vez pasada puse, y entre paréntesis, el signo -j indicándoles que aquí debe perfilarse una relación con la reserva libidinal, con ese algo que no se proyecta, con ese algo que o se inviste a nivel de la Imagen especular por la razón de que permanece profundamente investido, irreductible en el nivel del cuerpo propio, en el nivel del narcisismo primario, en el nivel de lo que llaman autoerotisrno, en el nivel de un goce autista, alimento en suma que permanece allí para intervenir eventualmente como Instrumento en la relación con el Otro, con el Otro constituido a partir de esa imagen de mi semejante, ese Otro que perfilará con su forma y sus normas la imagen del cuerpo en su función seductora sobre aquel que es el compañero sexual.
Por lo tanto, ven ustedes instituirse una relación: lo que según les dije la vez pasada, puede venir a señalarse en ese lugar designado por el -φ [menos phi], es la angustia, y la angustia de castración en su relación con el Otro. En la cuestión de esa relación con el Otro vamos a adentrarnos hoy. Digamos de inmediato que, como ven, voy directamente al punto nodal: ¿por qué camino hemos aprendido todo lo que sabemos sobre la estructura del sujeto, sobre la dialéctica del deseo, algo absolutamente nuevo, original, que nosotros, analistas, tenemos que articular?. Por el camino de la experiencia del neurótico. ¿Y qué nos ha dicho Freud?: que el último término al que arribó en la elaboración de esa experiencia, el término acerca del cual nos indica que es para él su punto de llegada, su tope, el término para él irrebasable, es la angustia de castración.
¿Qué quiere decir esto?. Es irrebasable ese término?. ¿Qué significa tal detención de la dialéctica analítica en la angustia de castración?. ¿Acaso no ven ustedes dibujarse, en el sólo empleo del esquematismo que utilizo, el camino por donde entiendo conducirlos?. Dicho camino parte de una mejor articulación de ese hecho de experiencia señalado por Freud en el topamiento del neurótico con la angustia de castración. La apertura que los propongo consiste en algo que la dialectica que aquí les demuestro permite articular: que de ninguna manera es la angustia de castración en sí misma lo que constituye el último callejón sin salida del neurótico; pues la forma, la forma de la castración, de la castración en su estructura imaginaria, ya está hecha aquí en el abordaje de la imagen libidinalizada del semejante, está hecha a nivel de la fractura que se produce en cierto momento de cierto dramatismo imaginario; y este —como se sabe— explica la importancia de los accidentes de la escena que por tal causa llaman traumática; hay toda clase de variaciones, de anomalías posibles en esa fractura imaginaria que ya indican algo en el material utilizable, utilizable para qué? Para otra función que da su pleno sentido al término castración.
El neurótico retrocede no ante la castración, sino por hacer de su castración, la propia, lo que le falta al Otro, A, por hacer de su castración algo positivo que es la garantía de esa función del Otro, ese Otro que se escurre en la remisión indefinida de las significaciónes ese Otro donde el sujeto no se ve más que como destino, pero destino que no tiene término, destino que se pierde en el océano de las historias. Y qué son las historias sino una Inmensa ficción. Qué cosa puede asegurar una relación del sujeto con ese universo de significaciónes sino el hecho de que en alguna parte haya goce?. Y sólo puede asegurarlo por medio de un significante, significante que forzosamente falta. Es el agregado (appoint) a ese lugar faltante que el sujeto es llamado a hacer por medio de un signo que llamamos de su propia castración.
Consagrar su castración a esa garantía del Otro: es ante ello que se detiene el neurótico; y lo hace por una razón de cierto modo Interna al análisis: es el análisis el que lo lleva a esa cita. La castración, al fin de cuentas, no es otra cosa que el momento de la interpretación de la castración.
Quizás he ido más rápido de lo que yo mismo pretendía hacerlo en mi discurso de esta mañana. Además, ven aquí indicado que tal vez haya posibilidad de pasaje, pero por cierto que no podemos explorar esa posibilidad sino volviendo hacia atrás, al lugar mismo donde la castración imaginaria funciona, como acabo de indicarles, para constituir en su pleno derecho el llamado complejo de castración.
Es por lo tanto en el nivel del cuestionamiento del complejo de castración que nuestra exploración concreta de la angustia nos permitirá estudiar ese paso posible, tanto más posible cuanto que ya fue franqueado en muchas ocasiones. El estudio de la fenomenología de la angustia nos permitirá decir cómo y por qué.
La angustia, que tomamos en su definición a mínima como señal, definición que por hallarse al término de los progresos del pensamiento de Freud no es lo que se cree, o sea el resultado de un abandono de sus primeras posiciones, cuando hacía de ella el fruto de un metabolismo energético; no se trata de un abandono ni de una conquista nueva; pues ya en el momento en que Freud hacía de la angustia la transformación de la libido, existía la indicación de que podía funcionar como señal.
Me será fácil demostrarlo con referencia al texto, pero este año tengo demasiado que hacer, demasiado que suscitar en ustedes en lo relativo a la angustia para estancarme por tanto tiempo en el nivel de la explicación del mismo.
Como he dicho, la angustia está ligada a todo lo que puede aparecer en ese lugar; y lo que nos lo asegura es un fenómeno al que se le ha acordado tan poca atención que no se llegó a una formulación satisfactoria, unitaria de todas las funciones de la angustia en el campo de nuestra experiencia. Ese fenómeno es el Unheimlichkeit. La vez pasada les rogué que se remitieran al texto de Freud, y por las mismas razones: porque no tengo tiempo de volver a deletrear con ustedes ese texto. Sé que muchos fueron de inmediato a él, y se los agradezco. Lo primero que les saltará a la vista, Incluso en una lectura superficial, es la importancia que da Freud a un análisis lingüístico. Si no fuera notorio por doquier, este texto bastaría por sí sólo para justificar el predominio que en mi comentario de Freud otorgo a las funciones del significante. Lo segundo que les saltará a la vista, cuando lean aquello por lo cual Freud introduce la noción de Unheimlich, es que la exploración de los dicciónarios en lo concerniente a esa palabra da como definición de Unheimlich la de ser lo Unheimlich. Se trata de lo que es heim al punto de ser unheim. Y después, como no tendrá que explicarnos por qué es ello así, pues resulta bien evidente con la simple lectura de los dicciónarios, no se detiene más en ello, y está como yo lo estoy ahora: tiene que avanzar. Y bien, para nuestra convención, para la claridad de nuestro lenguaje, a ese lugar designado la vez pasada vamos a llamarlo por su nombre: es lo que se llama heim. Si ustedes quieren, digamos que si esa palabra tiene; un sentido en la experiencia humana, allí está la casa del hombre. Den a la palabra casa todas las resonancias que quieran, incluso las astrológicas. El hombre encuentra su c asa en un punto situado en el Otro, más allá de la imagen de que estarnos hechos, y ese lugar representa la ausencia en la que nos encontramos. suponiendo —lo que ocurre— que ella se revela por lo que es: la presencia en otra parte que constituye a ese lugar como ausencia; entonces, ella es la reina del juego. Ella se apodera de la imagen que la soporta y la imagen especular deviene la del doble con la extrañeidad radical que aporta y, para utilizar palabras que toman su significación del hecho de oponerse a los términos hegelianos, haciéndonos aparecer como objeto y revelarnos la no autonomía del sujeto. Freud lo ha señalado como ejemplo en los textos de Hoffman que se hallan en el corazón de una experiencia semejante: El Hombre de Arena y su atroz historia, en la que se ve al sujeto rebotar de captación en captación ante esa forma de imagen que, hablando con propiedad, materializa el esquema ultrareducido que aquí les doy en él; pero la muñeca de que se trata, a la que el héroe del cuento acecha tras la ventana del brujo que a su alrededor trafica no sé qué operación mágica, es propiamente esta imagen en la operación de completarla por lo que está absolutamente distinguido de ella en la forma misma del cuento, a saber, el ojo. Y el ojo de que se trata no puede ser sino el de su héroe. El tema de lo que se le quiere arrebatar, ese ojo, da el hilo explicativo de todo el relato,
Resulta significativo de no sé qué embarazo ligado a la circunstancia de que por primera vez la reja del arado entraba en esta línea de revelación de la estructura subjetiva, el hecho de que Freud nos dé en cierto modo una referencia desordenada. Dice: «Lean El elixir del diablo». Tampoco puedo decirles hasta qué punto está completo, hasta qué punto se dan todas las formas posibles del mismo mecanismo donde se explicitan todas las incidencias en que puede producirse esa función, esa reacción del unhelmlich. Manifiestamente no se adentra en él, resulta en cierto modo desbordado por la frondosidad que en efecto presenta esta breve y pequeña novele de la que no es tan fácil procurase un ejemplar, aunque a causa de la bondad de siempre de no sé quién de los presentes me encuentro con que he hallado uno —y les agradezco o bien agradezco a la persona en cuestión— sobre éste pupitre. Es muy útil tener a disposición más de un volumen.
En esto punto, heim simplemente no se manifiesta; lo saben ustedes desde siempre, o sea que el deseo se revela como deseo del Otro, aquí deseo en el Otro, pero yo diría que mi deseo entra en el Otro donde es esperado desde la eternidad bajo la forma del objeto que soy, en tanto que él me exilia de mi subjetividad al resolver en sí mismo todos los significantes a los que esa subjetividad esta afectada. Desde luego, esto no ocurre todos los días, y hasta quizás sólo ocurra en los cuentos de Hoffman. En El elixir del diablo está totalmente claro. En la nota de Freud se da a entender que uno se pierde un poco en cada rodeo de esa larga y tan tortuosa verdad, e inclusive ese «perderse allí» forma parte de la función del laberinto que se trata de animar. Pero está claro que, por tomar cada uno ese rodeo, el sujeto no llega, no tiene acceso a su deseo sino sustituyéndose siempre a uno de sus propios dobles.
No es por nada que Freud insiste sobre la dimensión esencial que da a nuestra experiencia del unheimlich el campo de la ficción. En la realidad ella es demasiado fugitiva y la ficción la demuestra mucho mejor, la produce incluso de una manera más estable por hallarse mejor articulada. Es una especie de punto ideal, pero cuán precioso para nosotros, ya que a partir de él podremos ver la función del fantasma. Posibilidad articulada hasta el machacamiento en una obra como Los elixires del diablo, pero localizable en tantas otras por el efecto capital de la ficción; de ese efecto en la corriente eficaz de la existencia podemos decir que es lo que permanece en el estado de fantasma. Y así tomado, que es el fantasma sino —y poco dudamos de esto— ein Wunsch, un anhelo e incluso, como todos los anhelos, bastante ingenuo. Para expresarlo de manera algo humorística, diré que S/ deseo de a, fórmula del fantasma, puede traducirse en esta perspectiva como que el Otro se desvanece, se pasma, diría yo, ante ese objeto que soy, deducido el hecho de que yo me veo.
Entonces, dado que es preciso que plantee las cosas así, de una manera apodíctica —después verán cómo funciona esto— les diré de inmediato, para dar luz a mi linterna, que las dos fases con las que he escrito las relaciones del S/ con el a, situándolo de modo diferente con relación a la función reflectiva del A, con relación a ese espejo A, esas dos maneras corresponden exactamente a la manera, a la repartición de los términos del fantasma en el perverso y en el neurótico las cosas están —si puedo expresado groseramente
y hacerme entender— en su lugar: el a está allí donde está, allí donde el sujeto no puede verlo, como ustedes lo saben, y el S/ está en su lugar. Por eso puede decirse que el sujeto perverso al tiempo que permanece inconsciente de la manera como eso funciona , se ofrece lealmente al goce del Otro. Sólo que nunca habríamos sabido nada de ello si no estuvieran los neuróticos para quienes el fantasma no tiene en absoluto el mismo funcionamiento. De suerte que es a la vez él quien le revela en su estructura a causa de lo que hace de él, pero con lo que hace de él, por lo que hace de él, los engrupe a ustedes como engrupe a todo el mundo. Pues como voy a explicarlo, se sirve de eso fantasma para fines particulares. Es lo que ya expresó otras veces diciendo que lo que se creyó percibir como siendo bajo la neurosis perversión, es simplemente esto que les estoy explicando a saber un fantasma enteramente situado en el lugar del Otro, tomado el apoyo sobre algo que, si se lo encuentra, va a presentarse como perversión.
Los neuróticos tienen fantasmas perversos, y los analistas se rompen la cabeza desde hace muchísimo tiempo preguntándose qué quiere decir esto; asimismo se ve que no es la misma cosa, que no funciona de la misma manera. De allí la pregunta que se engendra y las confusiones que se multiplican sobre el hecho de saber, por ejemplo, si una perversión es verdaderamente una perversión, es decir, si no funciona como pregunta que redobla ésta: para qué puede servirle al neurótico el fantasma perverso?. Pues y asimismo hay una cosa que es preciso comenzar por decir a partir de la posición de la función del fantasma que acabo de erigir ante ustedes: que ese fantasma del que se sirve el neurótico al que organiza en el momento en que lo usa —en efecto, algo del orden del a aparece en el lugar del heim, por encima de la Imagen que les indico, el lugar de aparición de la angustia— y bien, hay algo en un todo sorprendente: que en efecto es lo que mejor lo sirve para defenderse contra la angustia, para recubrir la angustia.
Tenemos por lo tanto —y esto naturalmente sólo puede concebirse a partir de los presupuestos que en su extremo debí plantear en primer término, pero como en todo discurso nuevo será preciso que ustedes lo juzguen en el momento en que se forma y ver si él recubre, (como pienso, no dudarán de ello) el funcionamiento de la experiencia— ese objeto a que el neurótico se hace ser en su fantasma y bien, diré que casi le va como las polainas a un conejo. De allí que el neurótico nunca haga gran cosa con su fantasma. Eso logra defenderlo contra la angustia justamente en la medida en que es un a postizo. Se trata de la función que hace tiempo ilustré con el sueño de «la hermosa carnicera».
A la hermosa carnicera le gusta el caviar; sólo que no quiere caviar porque podría proporcionar demasiado placer al gordo bruto de su marido, que es capaz de tragarlo con el resto; ni siquiera eso lo detendrá; Pero lo que interesa a la hermosa carnicera no es desde luego, en absoluto, alimentar a su marido con caviar, porque, como les he dicho, él le agregará todo un menú, tiene mucho apetito el carnicero. Lo único que le interesa a la hermosa carnicera es que su marido tenga ganas de esa pequeña nada que ella guarda en reserva.
Créanme que esta fórmula, totalmente clara cuando se trata de la histérica, se aplica a todos los neuróticos. Ese objeto a funcionando en su fantasma, y que les sirve de defensa contra su angustia es también, contra todas las apariencias, el cebo con el que consiguen al otro. Y gracias a Dios, a esto debemos el psicoanálisis.
Hubo una tal Ana 0. que algo sabía del asunto como maniobra de juego histérico, y que presentó toda su pequeña historia, todos sus fantasmas, a los señores Breuer y Freud, quienes se precipitaron sobre ellos como pececitos al agua. En la página…, ya no sé, . . . 271 de los Studien über Hysterie, Freud se maravilla del hecho de que en Ana O., sin embargo, no existía la menor defensa. Ella lo daba todo así. Ninguna necesidad de encarnizarse por obtener el paquete entero. Evidentemente Freud se hallaba ante una forma gEnerosa de funcionamiento histérico. Y por eso Breuer como ustedes saben, rudamente lo sintió pasar; porque con el formidable cebo Breuer se tragó esa pequeña nada y puso cierto tiempo en regurgitarla. No quiso saber más del asunto.
Felizmente, Freud era neurótico. Y como a la vez era inteligente y valeroso supo servirse de su propia angustia ante su deseo —angustia que se hallaba en el origen de su ridículo apego a esa imposible buena mujer que además lo enterró y se llamaba señora Freud— y supo servirse de ella para proyectar sobre la pantalla radiográfica de su fidelidad a ese objeto fantasmático para reconocer en él sin parpadear siquiera un Instante lo que había que hacer, o sea comprender para qué servía todo eso y admitir enteramente que Ana O. apuntaba perfectamente a él, a Freud pero él era un poquitito más duro de conseguir que el otro, Breuer. A esto le debemos haber entrado por medio del fantasma en el mecanismo del análisis y en un empleo racional de la transferencia.
Esto quizás nos permita dar también el paso siguiente y advertir que lo que constituye el límite entre el neurótico y los otros —nuevo salto en cuyo paso les ruego reparen, ya que como para los otros tendremos que justificarlo después— lo que funciona efectivamente en el neurótico es que a ese nivel, ya en él desplazado a del objeto, es algo que se explica de manera suficiente por el hecho de que pudo hacer ese transporte de la función del a en el otro. La realidad que hay tras ese uso de falacia del objeto en el fantasma del neurótico tiene un nombre muy simple: la demanda.
El verdadero objeto que busca el neurótico es una demanda: quiere que se le demande, que se le suplique. Lo único que no quiere es pagar el precio. Experiencia grosera de la que los analistas no están sin duda lo bastante apartados —esclarecidos por las explicaciones de Freud— para no haber creído que al respecto debía volverse a la pendiente enjabonada del moralismo y deducir de esto un fantasma que se arrastra en las más viejas predicaciones moralístico—religiosas, las de la oblatividad.
Evidentemente se han percatado de que como el neurótico no quiere dar nada, esto tiene cierta relación con el hecho de que su dificultad sea del orden del recibir. El neurótico quiere que se le suplique, les decía, y no quiere pagar el precio. Mientras que si quisiera dar algo, tal vez la cosa marcharía. Sólo que los analistas en cuestión, los bienparlantes de la madurez genital —como si fuera éste el lugar del don— no advierten que lo que habría que enseñarle a dar al neurórtico es esa cosa que él no imagina, es nada, es justamente su angustia. Esto nos lleva a nuestro punto de partida de hoy, que señalé el topamiento con la angustia de castración. El neurótico no dará su angustia, Sabremos más sabremos por qué, Es tan cierto que de eso se trata que igualmente todo el proceso, loca la cadena del análisis consiste en el hecho de que al menos da su equivalente, de que comienza por dar un poco su síntoma. Y por eso un análisis, como decía Freud, comienza por una ordenación de síntomas. Nos encontramos efectivamente en el lugar de que se trata y nos esforzamos por hacerlo caer, mi Dios, en su propia trampa. Nunca puede actuarse de otro modo con nadie. Nos hace un ofrecimiento en definitiva falaz, y lo aceptamos. Por ese hecho entramos en el juego con el que recurre a la demanda. El neurótico quiere que ustedes le demanden algo y como ustedes no le demandan nada —tal es la primera entrada en el análisis— él comienza a modular las suyas, sus demandas, que vienen aquí al lugar heim (a del esquema).
Y lo digo al pasar: me cuesta ver, fuera de lo que se articula casi por sí mismo en este esquema, cómo sino por una especie de falsa comprensibilidad grosera se pudo justificar hasta ahora la dialéctica frustración-agresión-regresión. En la medida en que dejan ustedes sin respuesta la demanda, que viene aquí a articularse, qué se produce?. La agresión de que se trata. Dónde han visto nunca, salvo fuera del análisis en practicas llamadas de «psicoterapia de grupo de las que oímos hablar en alguna parte, que no se produzca ninguna agresión?. Por el contrario, la dimensión de la agresividad entra en juego para volver a cuestionar aquello a lo que ella apunta por naturaleza, a saber, la relación con la imagen especular.
En la medida en que el sujeto agota sus rabias contra esa imagen se producen es a sucesión de demandas que siempre se dirige a una demanda más original, históricamente hablando, y se modula la regresión como tal.
El punto a que llegamos y que hasta ahora tampoco fue jamás explicado de una manera satisfactoria, es cómo resulta posible que por esa vía regresiva el sujeto sea llevado a un momento que estamos forzados a situar históricamente como progresivo. Hay quienes colocados ante la paradoja de saber cómo remontándose hasta la fase oral se descubre la relación trunca. Intentaron hacernos creer que después de Ia regresión había que remontar el camino en sentido opuesto, lo que es absolutamente contrario a la experiencia. Nunca se ha visto un análisis por exitoso que se lo suponga, que en el proceso de la regresión volviera a pasar por las etapas contrarias, como sería necesario si se tratara de algo semejante en una reconstrucción genética. Por el contrario, será en la medida en que se hayan agotado hasta su fin, hasta el fondo del tazón, hasta la demanda cero, todas las formas de la demanda, que veremos aparecer en el fondo la relación de la castración.
La castración se encuentra inscripta como relación en el límite del ciclo regresivo de la demanda. Aparece allí de inmediato después y en la medida en que el registro de la demanda está acotado. Se trata de comprender esto topológicamente.
Hoy no quiero llevar las cosas mucho más allá. Pero igualmente terminaré con una observación que por convergir con aquella por la cual terminé mi último discurso, conducirá vuestra reflexión en un sentido que puede facilitar el paso siguiente tal como acabo de señalarlo. Tampoco iré a demorarme en vanos rodeos. En Inhibición, síntoma y angustia, Freud nos dice, o parece decirnos, que la angustia es la reacción, reacción —señal ante Ia pérdida de un objeto; así, enumera: la del medio uterino envolvente, que tiene lugar al nacimiento, la eventual de la madre considerada como objeto, In del pene, la del amor del objeto y la del amor del super ego.
Ahora bien, para ponerles ya en cierto camino que resulta esencial tomar, la vez pasada les dije que la angustia no es la señal de una falta, sino de algo que es preciso llegar a concebir en el nivel redoblado de ser la carencia del apoyo de la falta. Y bien, retomen la lista de Freud, aquí detenida a su término en pleno vuelo, por así decir: Acaso ignoran ustedes que no es la nostalgia de lo que llaman el seno materno lo que encuentra la angustia sino su inminencia todo lo que nos anuncia algo que nos permitirá entrever que va a volverlo a él? qué provoca la angustia?. Contrariamente a lo que se dice, no el ritmo ni la alternancia de la presencia—ausencia de la madre. Y lo prueba el hecho de que el niño se complace en renovar ese juego de presencia—ausencia: la posibilidad de la ausencia es la seguridad de la presencia. Lo más angustiarte para el niño es que justamente esa relación sobre la cual él se instituye por la falta que le hace descanso, esa relación resulta ser lo más perturbado cuando no hay posibilidad de tanta, cuan do la madre le esta todo el tiempo encima, y especialmente al limpiarle el trasero, modelo de la demanda, de la demanda que no podría desfallecer. Y en un nivel más elevado, en el tiempo siguiente, el de la pretendida pérdida del pene, de que se trata?. Qué vemos al comienzo de la fobia de Juanito?.
Esto: que aquello sobre lo cual se pone un acento no bien centrado, a saber, que la angustia estaría supuestamente ligada a la prohibición por la madre de las prácticas masturbatorias, es vivido, percibido por el niño como presencia del deseo de la madre ejerciéndose en su lugar. Qué es la angustia en general en la relación con el objeto del Deseo qué nos enseña aquí la experiencia sino que ella es tentación, no pérdida del objeto sino justamente presencia por el hecho de que el objeto no falta?. Y para pasar a la etapa siguiente, la del amor del superyó, del que se entiende que ha de poner en el camino llamado del fracaso, qué quiere decir esto sino que lo temido es el éxito, que lo temido es siempre el «eso no falta»?.
Les dejaré hoy en este punto destinado a hacerles sortear una confusión que descansa enteramente en la dificultad de identificar el objeto del deseo. No es por ser difícil de identificar que no está allí: está allí, y su función es decisiva para lo que tiene que ver con la angustia.
Consideren que lo que se ha dicho hoy no es más que acceso preliminar, que el modo preciso de su situación —en la que entraremos la próxima vez debe ser situado entre tres temas que se delinearon en mi discurso de hoy: uno es el goce del Otro, el segundo la demanda del Otro, y el tercero no pudo ser oído sino por las orejas más finas. Se trata de esa clase de deseo que se manifiesta en la interpretación, cuya forma más ejemplar y enigmática es la incidencia misma del análisis en la cura, forma que desde hace tiempo me incita a plantear esta pregunta: qué representa, en la economía esencial del deseo, esa especie privilegiada del mismo que llamo » deseo del analista»? .