En la lectura número 32 Introductoria al Psicoanálisis, es decir, en la Serie de Nuevas Conferencias sobre psicoanálisis retraducidas al francés, Freud especifica que se trata de introducir algo que, según dice, de ningún modo tiene el carácter de pura especulación; pero en el ininteligible francés que podrán juzgar, se nos traduce esto de la manera siguiente: «Mais il ne peut vraiment être question que de conception. En effet, il s’agit de trouver les idées abstraites, justes, qui appliqués a la matière brute de l’observation y apporteront orare et clarté.» (Pero verdaderamente sólo puede ser cuestión de concepciones. En efecto, se trata de encontrar las ideas abstractas, justas, que aplicadas a la materia bruta de la observación le llevarán orden y claridad). En alemán no existe el punto donde lo señalé, y en la frase no hay enigma alguno: «Se trata —nos dice Freud— Sondern es handelt sich wirklich, no «verdaderamente» sino »realmente, de concepciones (coma), es decir Vorstellungen, representaciones abstractas correctas, se trata de einzufahren, de traerlas a la luz, a esas concepciones cuya aplicación a la rohe Stoff, estofa bruta de la observación, Beobachtung permitirá hacer salir de ellas, hacer nacer de ellas el orden, la transparencia.
Siempre resulta enojoso confiar algo tan importante como la traducción de Freud a las damas de antecámara.
Tal es el esfuerzo, el programa por el que nos venimos esforzando desde hace algunos años, y por eso nos hallamos hoy con el hecho de que en definitiva hemos precisado, en nuestro camino de la angustia, el estatuto de algo que designaré de entrada, en primer lugar, por la letra a; la ven reinar aquí, por encima del perfil del florero que simboliza pera nosotros el continente narcisista de la libido, en tanto que por intermedio del espejo del Otro puede ser puesto en relación con su propia imagen (i'(a)), y que entre ambos puede jugar esa oscilación comunicante que Freud designa como la reversibilidad de la libido del cuerpo propio a la del objeto.
En esa oscilación económica de la libido reversible, de i(a) a i'(a), hay algo que no diremos que escapa, pero si que interviene bajo una incidencia cuyo modo de perturbación es precisamente el que estudiamos este año. La más patente manifestación, la señal de la intervención del objeto a, es la angustia.
Ello no equivale a decir que el objeto a es sólo el revés de la angustia, que sólo interviene, que sólo funciona en correlación con la angustia. La angustia, nos ha enseñado Freud, cumple, con relación a algo, la función de señal. Yo digo: es una señal en relación con lo que sucede en lo referente a la relación de un sujeto, de un sujeto que además no podría entrar en dicha relación sino en la vacilación de cierto fading, la que designa la notación de sujeto por una S/ la relación de dicho sujeto, en ese momento vacilante, con aquel objeto en toda su generalidad.
La angustia es la señal de ciertos momentos de esa relación. Nos esforzaremos hoy por mostrarlo con mayor profundidad, y esto supone un paso más en la situación de precisión de lo que entendemos por objeto a. Quiero decir que a dicho objeto lo designamos precisamente por a. Hago observar que tal notación algebraica tiene su función. Es como un hilo destinado a permitirnos reconocer, bajo las diversas incidencias con que se nos presenta, su identidad. Su notación es algebraica, a, precisamente para responder a esa finalidad de señalamiento puro de la identidad, pues ya hemos planteado que el señalamiento por una palabra, por un significante, es siempre y no podría ser sino metafórico, es decir que deja en cierto modo fuera de la significación inducida por su introducción a la función del significante mismo. El término «bueno», si engendra la significación de lo bueno, no es bueno por sí mismo, lejos de eso, pues al mismo tiempo engendra lo malo.
De igual modo, designar el pequeño a por el término «objeto» es un recurso metafórico, ya que precisamente se lo toma de la relación sujeto-objeto donde el término «objeto» se constituye, término adecuado sin duda para designar la función general de la objetividad; y ese objeto, del que hablaremos bajo el término a, es justamente un objeto externo a toda definición posible de la objetividad. No hablaré de lo que sucede con la objetividad en el campo de la ciencia, y hablo de nuestra ciencia en general; saben ustedes que desde Kant ha padecido algunas desgracias, todas las cuales se deben, en el seno de ese objeto, al hecho de haber querido dar una parte excesiva a ciertas «evidencias», y particularmente a aquéllas que pertenecen al campo de la estética trascendental, como por ejemplo considerar evidente la independencia, la separación de las dimensiones del espacio con respecto a las del tiempo. Esto último fue puesto a prueba en la elaboración del objeto científico, o bien chocó con algo que se traduce, de manera muy inapropiada, por «crisis de la razón científica». En resumen, todo el esfuerzo que debió realizarse para advertir que justamente los registros de las dimensiones espaciales y temporales no podían seguir siendo considerados, en cierto nivel de la física, como variables independientes, hecho sorprendente, parece haber planteado a ciertas mentes indisolubles problemas que, sin embargo, no parecen dignos de detenernos tanto; y si nos percatamos de que es justamente al estatuto del objeto a lo que se trata de recurrir, de devolver a lo simbólico, en la constitución, en la traducción de la experiencia, su lugar exacto, de no hacer extrapolaciones aventuradas de lo imaginario en lo simbólico: en verdad, el tiempo de que se trata, en el nivel en que pueden plantearse los problemas que vendrían a irrealizarlo en una cuarta dimensión, nada tiene que ver con el tiempo que en la intuición parece proponerse como una suerte de choque infranqueable de lo real, a saber lo que a todos se nos manifiesta y que su consideración como evidencia, como algo que en lo simbólico podría traducirse por una variable independiente, es sencillamente un error categorial de partida.
Igual dificultad, ustedes lo saben, en cierto límite, de la física con el cuerpo, y aquí diré que nos hallamos en nuestro terreno. Ya que, en efecto, si aquí tenemos que decir lo nuestro es porque de comienzo no se ha delineado un estatuto correcto de la experiencia. Tenemos lo nuestro que decir pues nuestra experiencia plantea e instituye que ninguna intuición, ninguna transparencia, ninguna Durchsichtigbarheit —término que emplea Freud— fundada pura y simplemente en la intuición de la conciencia, puede ser tenida por original y por lo tanto valida, y en consecuencia no puede constituir el punto de partida de ninguna estética trascendental, por la sencilla razón de que el sujeto en modo alguno podría ser situado de manera exhaustiva en la conciencia, ya que ante todo y primitivamente es inconsciente.
A esto agrego que, si es ante todo y primitivamente inconsciente, ello se debe a que ante todo y primitivamente, en su constitución de sujeto, debemos tener por anterior a esa constitución una incidencia determinada: la del significante. El problema es la entrada del significante en lo real y ver cómo de esto nace el sujeto. ¿Implica esto que, si nos halláramos como ante una suerte de descenso del espíritu, la aparición de significantes alados comenzaría a hacer en ese real sus agujeros, en medio de los cuales aparecería uno que sería el sujeto?. Pienso que en la introducción de la división real-imaginario-simbólico nadie me atribuye tal propósito. Hoy se trata de saber qué está primero, qué permite encarnarse a ese significante; y lo que se lo permite es, desde luego, aquello que tenemos para presentificarnos los unos a los otros, nuestro cuerpo. Sólo que tampoco ese cuerpo debe ser tomado en las puras y simples categorías de la estética trascendental. Para decirlo de una vez, ese cuerpo no es constituible a la manera como Descartes lo instituye en el campo de le extensión. Se trata de advertir que el cuerpo en cuestión no nos es dado de manera pura y simple en nuestro espejo, que incluso en tal experiencia del espejo puede llegar un momento en que esa imagen, esa imagen especular que creemos tener se modifica: lo que tenemos frente a nosotros, nuestra estatura, nuestra cara, nuestro par de ojos, deja surgir la dimensión de nuestra propia mirada, y el valor de la imagen comienza entonces a cambiar, sobre todo si hay un momento en que esa mirada que aparece en el espejo comienza a no mirarnos ya a nosotros mismos; initium, aura, aurora de un sentimiento de extrañeza que es puerta abierta a la angustia.
Pasaje de la imagen especular a ese doble que escapa de mi, he aquí el punto donde sucede algo de lo que creo que, por la articulación que damos a la función de a, podemos mostrar su generalidad, su función, su presencia en todo el campo fenoménico, y mostrar también que la función va mucho más allá de lo que aparece en ese momento extraño que simplemente quise señalar por su carácter, a la vez el más notorio y también el más discreto en su intensidad.
¿Cómo tiene lugar esa transformación del objeto que, de un objeto situable, de un objeto localizable, de un objeto intercambiable hace esa especie de objeto privado, incomunicable y sin embargo dominante que es nuestro correlativo en el fantasma? ¿Dónde está exactamente el momento de esa mudanza, de esa transformación, de esa revelación? Creo que; por ciertos caminos, por ciertos sesgos que ya preparé, para ustedes durante los años precedentes, esto puede ser más que designado, puede ser explicado, y que en el esquemita que hoy puse en el pizarrón puede darse algo de esas concepciones Auffassungen, dicho de otro modo, de esas representaciones richtig, correctas, que haga ese llamado siempre más o menos opaco, oscuro, a la intuición, a la experiencia de algo durchsichtigbar, transparente, o sea reconstituir para nosotros la Estética trascendental que nos conviene y que conviene a nuestra experiencia.
Pueden considerar seguro, por mi discurso, que lo que comúnmente se transmite, pienso, en lo relativo a la angustia —no extraído del discurso de Freud sino de una parte de sus discursos: que la angustia carezca de objeto— es propiamente lo que yo rectifico: «ella no es sin objeto» (elle n’est pas sans objet): tal es exactamente la fórmula de la que debe ser suspendida la relación de la angustia con un objeto.
No se trata, hablando con propiedad. del objeto de la angustia. En el «no … sin» puede reconocerse la fórmula que ya tomé en lo concerniente la relación del sujeto con el falo: «él no es sin tenerlo».
La relación «no ser sin tener» no quiere decir que se sepa de qué objeto se trata. Cuando digo «no es sin recursos», «no es sin astucias», justamente quiero decir que sus recursos son oscuros —al menos para mí— y que su astucia no es común..
De igual modo, la introducción lingüística del termino «sin», sine, profundamente correlativo a esa oposición del haud, non haud sine, non pas sans, es cierto tipo de enlace condicional que liga al ser con el tener en una suerte de alternancia: él no es allí sin tenerlo; pero en otra parte, allí, donde él es, eso no se ve.
¿No es ésta, precisamente, la función sociológica del falo, a condición por cierto de tomarla aquí a nivel mayúsculo, a nivel del Φ, encarna la función más alienante del sujeto en el intercambio mismo, en el intercambio social? El sujeto corre por él reducido a ser portador del falo. Esto torna necesaria la castración para una sexualidad socializada donde, como nos hace observar Levi-Strauss, hay sin duda prohibiciones, pero también, y ante todo, preferencias.
Este es el verdadero secreto, la verdad de aquello que Levi-Strauss hace girar en la estructura alrededor del intercambio de mujeres, los falos van a llenarlos. Es preciso no ver que es él, el falo, lo que está en tela de juicio. Si se lo ve, hay angustia.
Podría empalmar aquí con más de un carril. Pero esta referencia nos coloca de inmediato en el complejo de castración. Y bien, mi Dios, por qué no abordarlo.
La castración, como muchas veces recordé ante ustedes, la castración del complejo, no es una castración. Esto lo sabe todo el mundo y todo el mundo lo pone en duda pero, cosa curiosa, nadie se detiene en ello. Por otra parte, esa imagen, ese fantasma, ofrece gran interés. ¿Dónde situarla? ¿Qué sucede entre lo imaginario y lo simbólico? ¿Se trata de la conocida eviración de las feroces prácticas bélicas? Seguramente esta más cerca de ellas que de la fabricación de eunucos.
Desde luego, es la mutilación del pene lo que evocan las fantasmáticas amenazas provenientes del padre o de la madre, según las edades del psicoanálisis: «Si haces eso, te lo cortaré». Además, toda esta importancia en el acento del corte es necesaria para que pueda sostenerse la práctica de la circuncisión, a la que me vieron ustedes hacer referencias la vez pasada, referencias, por así llamarlas, profilácticas. A saber. la observación de que la incidencia psíquica de la circuncisión está lejos de ser equívoca y que no soy el único que lo advirtió.
Uno de los últimos trabajos sobre el tema, sin duda notable, el de Nunberg sobre la circuncisión concebida en sus relaciones con la bisexualidad, nos recuerda lo que ya otros autores —y muchos— introdujeron antes: que la circuncisión tiene tanto el objetivo, el fin de reforzar, aislándolo, el término de la masculinidad en el hombre, como el de provocar los efectos, al menos en su incidencia angustiante, llamados del «complejo de castración».
Sin embargo, precisamente esa incidencia, esa relación, ese común denominador del corte nos permite llevar al campo de la castración la operación de la circuncisión, la Beschneidung, el arel, para decirlo en hebreo.
¿No hay aquí algo que nos permitiría dar un paso más en la función de la angustia de castración? Y bien, es éste, el término que nos falta: «te lo voy a cortar», dice la mamá que calificamos de castradora. Bien, ¿dónde estará después el Wiwimacher, como se dice en la observación de Juanito? Admitiendo que esta amenaza, presentificada desde siempre por nuestra experiencia, se cumpla, estará en el campo operatorio del objeto común, del objeto intercambiable, estará allí, entre las manos de la madre que lo habría cortado. Esto será lo extraño en la situación
Suele ocurrir que nuestros sujetos tengan sueños donde el objeto se encuentre entre sus manos, ya sea porque lo separó cierta gangrena, porque un partenaire se ocupó en el sueño de realizar la operación, o por un accidente cualquiera correlativo, diversamente coloreado por la extrañeza y la angustia. El carácter especialmente inquietante del sueño sitúa para nosotros la importancia de ese súbito pasaje del objeto a lo que se podría llamar un Zuhandenheit, como diría Heidegger, su manipulabilidad, en el campo de los objetos comunes; la perplejidad que de ello resulta, y ese pasaje al lado de lo manipulable, del utensilio, es justamente lo que en la observación de Juanito se señala también por un sueño. Este nos introduce al instalador de canillas, al que va a destornillarlo, a revisarlo, a hacer pasar toda la discusión de lo Eingewurzelt, de lo que estaba o no bien arraigado en el cuerpo, al campo, al registro de lo amovible. Y helo aquí alcanzando ese momento, ese punto de viraje fenomenológico lo cual nos permite designar qué cosa opone en su estatuto a los dos tipos de objetos. ¿Por dónde pasa cuando comencé a enunciar le función, la función fundamental en la institución general del campo del objeto, del estadio del espejo? Por el plano de le primera identificación, desconocimiento original del sujeto en su totalidad en su imagen especular, luego la referencia transitivista que se establece en su relación con el otro imaginario, su semejante, que siempre lo hace difícilmente deslindable de esa identidad del otro y que introduce la mediación, un común objeto que es un objeto de concurrencia, un objeto cuyo estatuto partirá de la noción o no de pertenencia: es tuyo o es mío. En este campo hay dos clases de objetos: los que pueden compartirse, y los que no lo pueden. Los que no lo pueden, cuando sin embargo los veo correr por el dominio de los compartido, con los otros objetos cuyo estatuto se basa enteramente en la concurrencia; esa concurrencia ambigüa que es al mismo tiempo rivalidad pero también acuerdo son objetos cotizables, son objetos de intercambio. Pero los hay, y si puse por delante el falo, fue por cierto porque es el más ilustre con respecto al hecho de la castración; pero hay otros, otros que ustedes conocen, los más conocidos equivalentes de ese falo, los que lo preceden, el escíbalo, el pezón. Hay otros que tal vez ustedes conozcan menos, aunque sean perfectamente visibles en la literatura analítica, e intentaremos designarlos cuando, reconocibles, entran en libertad en ese campo donde no tienen qué hacer, el campo de lo compartido. Cuando aparecen, la angustia nos señala la particularidad de su estatuto. Objetos anteriores a la constitución del estatuto del objeto común, del objeto comunicable, del objeto socializado he aquí de qué se trata en el a.
Pondremos nombre a esos objetos, haremos su catálogo, sin duda no exhaustivo, pero tal vez sí, esperémoslo; hace un instante, nombré tres de ellos. Diré que en un primer abordaje de ese catálogo, sólo faltan dos, y que el todo corresponde a las cinco formas de pérdida, de los Verlust, que Freud indica en Inhibición, síntoma y angustia como momentos capitales de la aparición de la señal.
Antes de proseguir, quiero retomar el otro brazo del mecanismo alrededor del cual me vieran hace poco elegir, para hacer una observación cuyos pormenores les ofrecerán aspectos esclarecedores. ¿No es extraño y significativo que en la investigación analítica se manifieste una carencia muy diferente de la que ya designé al decir que no habíamos hecho dar un paso a la cuestión fisiológica de la sexualidad femenina?
Podemos acusarnos de la misma falta en lo relativo a la impotencia masculina. Ya que, después de todo, en el proceso —bien localizable en sus fases normativas— de la parte masculina de la cópula, nos seguimos remitiendo a lo que aparece en cualquier librito de fisiología, en lo relativo primero al proceso de erección y después al orgasmo.
Nos contentamos con la referencia al circuito estímulo-respuesta como si la homología entre la descarga orgásmica y la parte motora de ese circuito, en un proceso de acción cualquiera, fuera aceptable. Por cierto que no nos parece así, muy lejos de eso. Y hasta en Freud —fue él en suma quien planteó el problema— ¿por qué en el placer sexual, y para volver al nivel del mínimo de excitación, el circuito no es, como en otras partes el más corto? ¿Por que hay un Verlust, un placer preliminar, como se traduce, que consiste precisamente en elevar lo más alto posible ese nivel mínimo?
Y en cuanto a la intervención del orgasmo ¿a partir de qué momento se interrumpe ese ascenso del nivel ligado en la norma al juego preparatorio? ¿Acaso de alguna manera hemos producido un esquema de lo que interviene, del mecanismo, si se quiere? ¿Hemos dado una representación fisiológica de la cosa hablada, de lo que Freud llamaría los Abfuhrinnervationen, el circuito de inervación que es el soporte de la puesta en juego de la descarga? ¿Acaso lo hemos distinguido, aislado, designado, ya que es preciso considerar distinto lo que funcionaba antes, pues lo que funcionaba antes era justamente que ese proceso no fuera hacia su descarga antes de la llegada a cierto nivel del ascenso del estímulo? Es, por lo tanto, un ejercicio de la función del placer tendiente a confinar con su propio límite, es decir, con el surgimiento del dolor.
Entonces, ¿de dónde viene ese feed-back? Nadie piensa en decírnoslo. Pero les haré notar que no yo sino aquellos que, nos dice la doctrina psicoanalítica, deberían decirnos normalmente que el Otro debe intervenir allí, ya que lo que constituye una función genital normal nos es dado como ligado a la objetividad. ¡Que se nos diga, pues, de qué modo la función del don como tal interviene hic et nunc en el momento en que se fornica!
El interés que esto ofrece es indudable, porque o bien es válido o bien no lo es; y resulta cierto que de alguna manera debe intervenir la función del Otro.
En todo caso, puesto que una parte importante de nuestras especulaciones conciernen a la llamada elección del objeto de amor, dado que en las perturbaciones de la vida amorosa yace una parte importante de la experiencia analítica, y que en ese campo se considera capitel la referencia al objeto primordial, la madre, se impone distinguir dónde hay que situar esa incidencia acribillante, debido a que para algunos de ella resultará que sólo podrán funcionar para el orgasmo con prostitutas, y que para otros lo será con otros sujetos elegidos en otro registro.
Sabemos, gracias a nuestros análisis, que la relación con la prostituta se halla casi directamente encastrada en la referencia a la madre. En los otros casos, los deterioros, las degradaciones de la Liebesleben; le vida amorosa, están ligadas a la oposición del cuerpo materno del que evoca cierto tipo de relación con el sujeto a la mujer de cierto tipo diferente en tanto que ella se convierte en soporte, en tanto que es el equivalente del objeto fálico.
¿Cómo se produce todo esto? El esquema que he reproducido une vez más en la parte superior del pizarrón, nos permite indicar lo que quiero decir. ¿Acaso el mecanismo, la articulación se produce a nivel del atractivo del objeto, que aparece para nosotros revestido o no de ese encanto, de ese brillo deseable, de ese color —así es como se designa en chino a la sexualidad— que hace que el objeto devenga estimulante precisamente al nivel de la excitación?
¿Dónde se situará ese color preferencial?: yo diría que en el mismo nivel de señal que también puede ser el de la angustia, o sea en el nivel i'(a). Entonces se tratará de saber por qué. y lo indico de inmediato para que vean a dónde quiero llegar, por la ramificación del investimiento erógeno original de lo que hay aquí en tanto que a, presente y oculto a la vez.
O bien lo que funciona como elemento de selección en la elección del objeto de amor se produce a nivel del marco por une Einschränkung, por ese estrechamiento que Freud refiere directamente al mecanismo del yo, por esa limitación del campo de interés que excluye cierto tipo de objeto precisamente en función de su relación con la madre.
Ambos mecanismos se encuentran, como ven, en los dos extremos de esa cadena que comienza en Inhibición y acaba por Angustia, cuya línea diagonal marqué en el cuadro que les dí al comienzo de este año. Entre la inhibición y lo angustia es conveniente distinguir dos mecanismos diferentes, y comprender en qué pueden intervenir uno y otro de arriba abajo en toda manifestación sexual.
Agregaré que, cuando digo de arriba abajo, incluyo lo que en nuestra experiencia se llama transferencia. Recientemente oí hacer alusión al hecho de que en nuestra sociedad éramos personas que sabíamos algo sobre la transferencia. Para decirlo todo, después de cierto trabajo efectuado sobre la transferencia antes de fundarse nuestra sociedad, ignoro que se haya invocado otro que éste: el que el año pasado le consagré aquí con ustedes.
Dije entonces muchas cosas, bajo la forma ciertamente más apropiada, es decir, bajo una forma en parte velada. Cierto es que antes, en ese trabajo sobre la trasferencia al que recién aludí y que aportó una división tan genial como la de la oposición entre la necesidad de repetición y la repetición de la necesidad (trabajo de Lagache), ven que el recurso al juego de palabras para designar cosas —no sin interés, por lo demás— no es simplemente privilegio mío. Pero creo que la referencia a la transferencia, al limitarla únicamente a los efectos de repetición, a los efectos de reproducción, es algo que merecería ser oído, y que la dimensión sincrónica arriesga, a fuerza de insistir sobre el elemento histórico, sobre el elemento repetición de lo vivido, en todo caso arriesga dejar de lado toda una dimensión no menos importante que es precisamente lo que puede aparecer, lo que esta incluido, latente en la posición del analista, y por lo cual yace en el espacio que él determina la función de ese objeto parcial.
Es lo que al hablarles de la transferencia, si lo recuerdan, yo designaba con la metáfora, bastante clara en mi opinión, de la mano que se tiende hacia el leño y en el momento de alcanzarlo ese leño se inflama, y en la llama aparece otra mano que se tiende hacia la primera.
Lo designé igualmente, al estudiar el Banquete de Platón, por la función denominada del AGALMA en el discurso de Alcibíades. Pienso que la insuficiencia de tal referencia sincrónica a la función del objeto parcial en la relación analítica, en la relación de transferencia, establece la base de la apertura de un expediente relativo a un dominio que me sorprendió y no me sorprendió a la vez; al menos no me sorprendió que se lo dejara en la sombra, a saber que determinado número de cojeras de la función sexual pueden considerarse como distribuidas en cierto campo de lo que puede llamarse resultado post-analítico.
Creo que este análisis de la función del analista como espacio del campo del objeto parcial es precisamente aquello ante lo cual, desde el punto de vista analítico, nos detuvo Freud en su artículo Análisis terminable e interminable; y si se parte de la idea de que el límite de Freud fue —aparece en todas sus observaciones— la no percepción de lo que efectivamente había que analizar en la relación sincrónica del analizado con el analista con respecto a la función del objeto parcial veremos en ello el resorte mismo de su fracaso, del fracaso de su intervención con Dora, con la mujer del caso de homosexualidad femenina, y veremos, sobre todo, por qué Freud nos designa en la angustia de castración lo que él llama el limite del análisis, precisamente en la medida en que él mismo resultaba para su analizado el asiento, el lugar de ese objeto parcial.
Si Freud nos dice que el análisis deja a hombre y mujer con las ganas, uno en el campo de lo que entre los varones se llama propiamente «complejo de castración», y la otra en el «penis-neid», no es este un límite absoluto es el límite donde se detiene el análisis terminado con Freud, límite que sigue el paralelismo indefinidamente aproximado que carácteriza a la asíntota. El análisis que Freud llama indefinido, ilimitado (y no infinito), lo es en la medida en que algo de lo que al menos puedo preguntar de qué modo es analizable, yo no diría no analizado, sino revelado de una manera solamente parcial donde se instituye ese límite.
No crean que al decir esto aporto algo que deba considerarse como completamente fuera de los límites de los esquemas ya trazados por nuestra experiencia; después de todo, y me refiero a trabajos recientes y familiares en el campo francés, fue alrededor de la envidia del pene que un analista, durante años que constituyen el tiempo de su obra, hizo girar muy especialmente sus análisis de obsesivos. Cuántas veces, en los últimos año, comenté ante ustedes esas observaciones, y lo hice para criticarlas, para mostrar, con lo que entonces teníamos en mano, lo que yo consideraba la piedra de toque. Formularé aquí de manera más precisa, en el punto de explicación al que llegamos, de qué se trata, qué quise decir. De qué se trataba —lo vemos en la detallada lectura de las observaciones— sino de llenar ese campo que yo designo como la interpretación de la función fálica a efectuar a nivel del gran Otro cuyo lugar ocupa el analista, y de cubrir, digo, ese lugar con el fantasma de fellatio, especialmente referido al pene del analista.
Indicación muy clara. El problema fue perfectamente localizado y déjenme decir que no por azar, quiero decir por azar con relación a lo que estoy desarrollando. Sólo que observaré que este no es más que un sesgo, y un sesgo insuficiente; en realidad, dicho fantasma, utilizado para un análisis de la cuestión que no podría ser exhaustivo, no hace más que ir a dar a un fantasma sintomático del obsesivo.
Y para dar precisión a lo que quiero decir, me remitiré a una referencia verdaderamente ejemplar en la literatura, a saber, el bien conocido comportamiento nocturno del Hombre de las Ratas, cuidando después de haber obtenido de sí mismo su propia erección ante el espejo, va a abrir la puerta que da al pasillo, y la abrirá al fantasma imaginado de su padre muerto para presentar, ante los ojos del espectro, el estado actual de su miembro.
Analizar la cuestión únicamente a nivel del fantasma de fellatio del analista, a tal punto ligado por el autor a lo que éste llamo técnica de acercamiento con relación a la distancia considerada esencial, fundamental en la estructura obsesiva, particularmente en sus relaciones con la psicosis, es; creo, solamente haber permitido al sujeto y hasta haberlo alentado a tomar, en la reacción fantasmática del Hombre de las Ratas, el rol de ese Otro en el modo de presencia que aquí se halla constituido justamente por la muerte, de ese Otro que mira, impulsándolo incluso, yo diría fantasmáticamente, por la fellatio, un poco más adelante.
Es evidente que este último punto, este último término sólo se dirige a aquellos a quienes su práctica permite colocar enteramente en su lugar el alcance de estas observaciones.
Concluiré abordando el terreno en el que nos adentramos la próxima vez, y para dar su sentido a las dos imagenes que les señalé en el ángulo inferior derecho del pizarrón la primera representa un florero, con su cuello. En realidad, esto no se ve de primera intención, puse frente a ustedes el agujero de ese cuello para indicar, pera remarcar que lo que importa es el borde.
La segunda es la transformación que puede producirse en lo relativo al cuello y al borde. A partir de aquí, será manifiesta para ustedes la oportunidad de la prolongada insistencia que el año pasado dediqué a consideraciones topológicas concernientes a la función de la identificación a nivel del deseo, o sea el tercer tipo designado por Freud en su artículo sobre la identificación, aquél cuyo ejemplo mayor encuentra en la histeria.
Estos son la incidencia y alcance de tales consideraciones topológicas. Les dije que dediqué tanto tiempo el cross-cap para darles la posibilidad de concebir intuitivamente lo que es preciso llamar distinción del objeto del que hablamos, a, y del objeto creado, construido a partir de la relación especular, del objeto común justamente relativo a la imagen especular.
Lo recordaré en términos cuya simplicidad habrá de bastar dado todo el trabajo cumplido anteriormente.
¿Qué cosa hace que una imagen especular sea distinta de lo que representa? Que la derecha se convierte en la izquierda e inversamente.
Dicho de otro modo, si damos crédito a la idea —por lo común somos recompensados por el hecho de dar crédito a las cosas de Freud, incluso a las más aforísticas— de que el Yo es una superficie, será en términos topológicamente de pura superficie que el problema ha de plantearse: la imagen especular, con relación a lo que ella duplica, es exactamente el paso del guante derecho al guante izquierdo, lo que puede obtenerse sobre uno simple superficie dando vuelta el guante.
Recuerden que hace tiempo que les hablo del guante y de la caperuza. La mayor parte del sueño citado por Ella Sharpe gira, alrededor de este modelo.
Hagan ahora la experiencia con lo que les enseñé a conocer —espero que no sean muchos quienes todavía no lo conocen— en la banda de Moebius, es decir —lo recuerdo para quienes todavía no han oído hablar de ella— que la obtendrán muy fácilmente, no importa cómo si toman este cinturón. y después de haberlo abierto, vuelven a anudarlo consigo mismo haciéndole dar, en el transcurso, una media vuelta; así obtendrán una banda de Moebius, es decir algo donde si una hormiga se paseara, pasaría de una de las aparentes caras a la otra sin necesidad de pasar por el borde; en otros términos, una superficie de uno sola cara.
Una superficie de una sola cara no puede ser dada vuelta. Pues efectivamente, tomen una banda de Moebius; verán que hay dos maneras de hacerla, según de qué modo se dé la vuelta. Si se le da la media vuelta de que recién hablé, a la derecha o a la izquierda, sus caras no se recubren; pero si vuelven una sobre ella misma, será siempre idéntica a sí misma. A esto le llamo no tener imagen especular.
Por otra parte, y con respecto al cross-cap, les dije que cuando por una sección, un corte, que no tiene otra condición que la de reunirse consigo mismo, después de haber incluido en él el punto agujero del cross-cap, cuando aíslen una parte de éste quedará una banda de Moebius.
Aquí tienen la parte residual. La construí para ustedes y la hago circular. Ofrece su pequeño interés porque, déjenme decirlo: esto, es a. Se los doy como una hostia, pues luego se servirán de ella; a está hecho así. Así está hecho cuando se ha producido el corte cualquiera que sea, sea el del cordón, el de la circuncisión, y cualesquiera otros que tengamos que designar.
Después de ese corte, cualquiera que fuese, queda algo comparable a la banda de Moebius, algo que no tiene imagen especular. Entonces, vean bien ahora lo que quiero decirles.
Primer tiempo, el florero que hay aquí tiene su imagen especular, el yo ideal, constitutivo del mundo del objeto común.
Agréguenle a bajo la forma de un cross-cap, y separen en él al pequeño objeto a que les he puesto entre los manos. Queda, adjunto a i(a) el resto, es decir, una banda de Moebius; dicho de otro modo, es lo mismo que si hacen partir del punto opuesto del borde del florero una superficie que se une, como en la banda de Moebius. Porque a partir de ese momento, todo el florero se convierte en una banda de Moebius, ya que una hormiga que se paseara por el exterior entraría, sin dificultad alguna, al interior. La imagen especular se convierte en la imagen extraña e invasora del doble, se convierte en lo que ocurre poco a poco al final de la vida de Maupassant, cuando comienza a dejar de verse en el espejo o advierte en una habitación algo que le de vuelta la espalda y de lo que inmediatamente sabe que él mismo no deja de tener cierta relación con ese fantasma: cuando el fantasma se da vuelta ve que es él mismo.
De esto se trata en la entrada de a al mundo de lo real, adonde no hace más que volver. Y observen, para terminar, de qué se trata.. Puede parecerles extraño, raro, como hipótesis, que algo se parezca a eso. Sin embargo, observen que si nos pusiéramos fuera de la operación del campo visual como a ciegas, cierren los ojos por un instante, y a tientas sigan el borde de ese florero transformado. Pero es un florero como cualquier otro, sólo tiene un agujero, puesto que no tiene más que un borde. Parece tener dos. Y con respecto a tal ambigüedad entre el uno y el dos, pienso que aquellos que tienen simplemente un poco de lectura saben que se trata de una ambigüedad concerniente a la aparición del falo en el campo de la aparición onírica —y no solamente onírica— del sexo, donde aparentemente no hay falo real. Su modo ordinario de aparición es el de presentarse con la forma de dos falos. Y bien, por hoy es suficiente.