En cuanto a su vocabulario, lo que hoy introduciré es algo con lo que están, desgraciadamente, familiarizados.
Se trata de los términos más usuales, como los de identificación, idealización, proyección, introyección. No son términos de fácil manejo, y ello tanto menos cuanto que se entienden.
¿Qué más común que identificar? Incluso parece la operación esencial del pensamiento. Idealizar también podrá servir de mucho, sin duda, cuando la posición psicológica se haga más inquisidora. Proyectar e introyectar pasan de buen grado, a los ojos de algunos, por dos términos recíprocos el uno del otro. Sin embargo, he apuntado desde hace tiempo -quizás convendría darse cuenta de ello- que uno de estos términos remite a un campo en el que domina lo simbólico, el otro a lo imaginario, lo que hace que, por lo menos en una cierta dimensión, no se encuentren.
El uso intuitivo de estos términos, a partir de la sensación que uno tiene de comprenderlos, y de comprenderlos de un modo aislado como si desplegasen su dimensión en la compresión común, es fuente, evidentemente, de todos los deslizamientos y de todas las confusiones. Esa es la suerte común de todas las cosas del discurso. En el discurso común, el que habla, al menos en su lengua materna, se expresa de forma tan segura, y con un tacto tan perfecto, que es al usuario más común de una lengua, al hombre no instruido, al que se recurre para saber cual es el uso propio de un término.
Por tanto, en cuanto el hombre quiere solamente hablar se orienta en la topología fundamental del lenguaje, que es muy diferente del realismo simplista al que se aferra demasiado a menudo el que cree estar a sus anchas en el dominio de la ciencia. El uso natural de expresiones tales como -tomémoslas verdaderamente al azar- para sus adentros, por las buenas o por las malas, un asunto, diferente de una cosa que hacer, implica la topología envolvente en la que el sujeto se reconoce cuando habla espontáneamente.
Si puedo dirigirme a los psicoanalistas e intentar localizar a qué topología implícita remiten al usar cada uno de los términos que acabo de enumerar hace un momento, se debe evidentemente a que, en conjunto, -por incapaces que sean a menudo de articularlos, a falta de enseñanza- hacen corrientemente, con la misma espontaneidad que el hombre del discurso común, un uso adecuado de ellos. Por supuesto, si quieren forzar totalmente los resultados de una observación, y comprender allí donde no comprenden, se les verá hacer un uso forzado de ellos. En ese caso, pocos podrán recogerlos.
Hoy, por tanto, me refiero a ese tacto del uso psicoanalítico en lo referente a ciertas palabras, para poder ajustarlas a la evidencia de una topología que ya he aportado aquí, y que, por ejemplo, está representada en la pizarra en el esquema que les muestra el campo del Ich primordial, el Ich objetivable, a fin de cuentas, en el aparato nervioso, el Ich del campo homeostático, con respecto al cual el campo del Lust, del placer, se distingue del campo del Unlust. Ya he puntuado que Freud distingue claramente el nivel del Ich, por ejemplo en el articulo sobre los Triebe, al señalar a la vez que se manifiesta como organizado, lo que es un signo narcisista, y que precisamente en esta medida está propiamente articulado al campo de lo real. En lo real, no distingue, no privilegia más que lo que se manifiesta en su campo, por un efecto de Lust, como retomo a la homeostasis.
Pero lo que no favorece a la homeostasis y se mantiene a cualquier precio como Unlust, muerde todavía mucho más en su campo. De ese modo, lo que pertenece al orden del Unlust se inscribe en el yo como no-yo, negación, astilladura del yo. El no-yo no se confunde con lo que le rodea, la vastitud de lo real. No-yo se distingue como cuerpo extraño, fremde Objekt. Está ahí dado en la fórmula que los dos pequeños círculos a la Euler constituyen. Vean la pizarra. Por tanto, en el registro del placer podemos formarnos un fundamento objetivable, al igual que el científico ajeno al objeto cuyo funcionamiento constata.
Sólo que no somos más que eso, e incluso por eso, es preciso que seamos también el sujeto que piensa. Y en tanto que somos el sujeto que piensa- implicados de una forma totalmente diferente, cuanto dependemos del campo del Otro, que estaba ahí desde mucho antes de que vinimos al mundo, y cuyas estructuras circulantes nos determinan como sujeto.
Se trata entonces, de saber en que campo ocurren las diferentes cosas con las que tenemos que ver en el campo del análisis. Algunas al suceder al nivel del primer campo del ich, y algunas otras -que conviene distinguir de las primeras porque, si se las confunde, uno no comprende ya nada- en el otro campo, en el del Otro. De este otro campo les he mostrado las articulaciones esenciales en las dos funciones que he definido y articulado como la alienación y la separación.
La continuación de mi discurso de hoy supone que, desde que he introducido esas dos funciones, han ustedes reflexionado en ellas -lo que quiere decir que han intentado hacerlas funcionar en diferentes niveles, ponerlas a prueba.
Ya intenté representar algunas consecuencias de ese vel tan particular que constituye la alienación el estar en suspenso del sujeto, su vacilación, la caída de sentido- en formas familiares como la bolsa o la vida, o la libertad o la muerte, que se reproducen de un el ser o el sentido -términos que anticipo no sin reluctancia, y no sin rogarles que no se precipiten en cargarlos demasiado de estos sentidos que los harían caer en una precipitación de la que conviene, en la avanzada de ese discurso, que nos guardemos.
No obstante aquí introduzco lo que mi discurso tratará de articular, si es posible, el año que viene. Se tratará de algo que habrá que titular «las posiciones subjetivas». Pues toda esa preparación, relativa a los fundamentos del análisis, debe normalmente desplegarse -puesto que nada se centra convenientemente más que desde la posición del sujeto para la que la articulación del análisis, al partir del deseo, permite ilustrar de ello. Posiciones subjetivas, por tanto ¿de qué?. Si me fiase de lo que se ofrece, diría: las posiciones subjetivas de la existencia, con todos los favores que ese término puede encontrar al estar ya respirándose en aire. Desgraciadamente, esto sólo nos permitirá una aplicación rigurosa al nivel del neurótico -lo cual, por otra parte, no estaría tan mal. Por eso diré las posiciones subjetivas del ser. No juro de antemano por ese título, quizá encontraré otro mejor, pero de todos modos, de eso es de lo que se tratará.
Avancemos. En un articulo, al que ya me he referido para enmendar lo que he creído sus peligros, se ha querido dar forma, en un esfuerzo que no deja de tener mérito, a lo que mi discurso introduce en lo relativo a la estructura de lenguaje inherente al inconsciente. Se ha llegado a una formula que consiste, en suma, en traducir la formula que he dado de la metáfora. Esa formula era esencial y utilizable, puesto que manifiesta la dimensión en la que aparece el inconsciente, por cuanto la operación de condensación significante es fundamental en ello.
Por supuesto, la condensación significante, con su efecto de metáfora, podemos observarla a cielo abierto en la menor metáfora poética. Es por esa razón que tomé un ejemplo de ello de Booz endormi. Recuerden mi articulo de La Psychanalyse llamado La instancia de la letra en el inconsciente. Tomé de todos los poemas, ¡Dios mío!, el que en lengua francesa puede ser recitado por más memorias. ¡Quién no aprendió a recitar en su infancia Booz endormi! No es un ejemplo desfavorable para ser manejado por analistas, sobre todo en el momento en que lo introducía, es decir, en el que introducía al mismo tiempo la metáfora paterna.
No voy a rehacerles ese discurso, sino lo importante de el, cuyo motivo de que lo introduzcamos aquí es, evidentemente, mostrarles lo que aporta de creación de sentido el hecho de designar al que ahí está en juego, Booz -en esa posición a la vez de padre divino y de instrumento de Dios-, mediante la metáfora: Sa gerbe n’etait pas avare ni haineuse (Su gavilla no era avara ni rencorosa). La dimensión de sentido abierta por esta metáfora es nada menos que lo que no aparece en la imagen terminal, la de la hoz de oro descuidadamente echada en el campo de las estrellas. Esa es la dimensión oculta en ese poema. Más oculta de lo que piensan, ya que no basta en modo alguno que ahí haga surgir el hocino que utilizó Júpiter para inundar el mundo con la sangre de Cronos. La dimensión de la castración en cuestión es, en la perspectiva bíblica, de muy otro orden, y está ahí presente con todos los ecos de la historia, y hasta con las invocaciones de Booz al Señor -¡Cómo surgirá de mi, hombre viejo, una descendencia?
No sé si lo abran lo habrán observado -lo comprenderán mucho mejor si este año hubiese realizado el seminario que pensaba dedicar a los Nombres-del-Padre- el Señor de nombre impronunciable es precisamente el que vela por la concepción de las mujeres estériles y de los hombres pasados de edad. El carácter fundamentalmente transbiológico de la paternidad, introducida por la tradición del destino (del pueblo elegido, tiene algo que allí está originariamente reprimido, y que siempre resurge en la ambigüedad de la cojera, del tropiezo, y del síntoma, del no-encuentro, dystychia, con el sentido que permanece oculto.
Esa es una dimensión que siempre encontramos, y que, si queremos formalizarla, como se esforzaba en ello el autor del que les hablaba hace un momento, merece ser manejada con más prudencia de como lo hace efectivamente él -fiándose, en cierto modo, en el formalismo de fracción que resulta de marcar el lazo existente entre el significante y el significado mediante una barra intermediaria. De esta barra no es absolutamente ilegítimo considerar que, en ciertos momentos, marca, en la relación del significante con el significado, la indicación de un valor que es propiamente lo que expresa su uso en calidad de fracción en el sentido matemático del término. Pero, por supuesto, ese no es el único. Existe, del significante con el significado, otra relación, que es la de efecto de sentido. Precisamente, en el momento en que se trata, en la metáfora, de marcar el efecto de sentido, no se puede en absoluto, sin precaución, ni de un modo tan aventurado como se ha hecho, manipular esa barra en una transformación fracciónaria -lo cual podría permitirse si se tratase de una relación proporcional.
Cuando se trata de fracciónes, se puede transformar el producto en una fórmula en cuatro estratos, como sería por ejemplo:
Esto es lo que se ha juzgado hábil hacerlo con la metáfora, infiriendo de esto que lo que da la medida, en el inconsciente, de una articulación del significante último que viene a encarnar la metáfora con el nuevo sentido creado por su uso, tendría que responder a no sé qué prendimiento, uno con otro, de dos significantes en el inconsciente.
Es totalmente cierto que esta formula no puede satisfacer. En primer lugar, porque se debería saber que no puede haber tales relaciones del significante consigo mismo, ya que lo propio del significante es no poder significase a sí mismo, a no ser engendrando alguna falta de lógica.
No es necesario, para convencerse de ello, referirse a las antinomias que han sobrevenido desde el momento que se ha intentado una formalización lógica exhaustiva de las matemáticas. El catálogo de los catálogos que no se contienen a ellos mismos no es evidentemente el mismo catálogo no conteniéndose a él mismo cuando él es el que esta introducido en la definición y cuando él es el que va a ser inscrito en el código.
Resulta tanto más simple caer en la cuenta de que lo que ocurre es que un significante sustitutivo ha ocupado el lugar de otro significante por constituir el efecto de metáfora. Y remite a otra parte al significante que ha expulsado. Si se quiere conservar, precisamente, la posibilidad de un manejo de tipo fracciónal, se colocará al significante desaparecido, el significante reprimido, debajo de la barra principal, en el denominador, unterdrückt.
Por consiguiente, es falso que se pueda decir que la interpretación, como se ha escrito, está abierta a todo sentido bajo el pretexto de que sólo se trata de la ligazón de un significante a un significante, y por consiguiente, de una ligazón loca. La interpretación no está abierta a todo sentido. Eso es conceder a los que se alzan contra los carácteres inciertos de la interpretación analítica que, en efecto, todas las interpretaciones son posibles, lo que es propiamente absurdo. No porque he dicho que el efecto de la interpretación es aislar en el sujeto una médula, un Kern, para expresarnos como Freud, de sinsentido, la propia interpretación es un sinsentido.
La interpretación no es una significación cualquiera. llega aquí al lugar del (s), e invierte la relación que hace que el significante tenga por efecto en el lenguaje, el significado.
Tiene por efecto el hacer surgir un significante irreductible. Hay que interpretar al nivel del (s), que no está abierto a todos los sentidos, que no puede ser cualquiera, que sin duda es una significación, – tan sólo aproximada. Lo que allí hay es rico y complejo, cuando se trata del inconsciente del sujeto, y está destinado, a hacer surgir elementos significantes irreductibles, non-sensical, formados de sinsentido. En ese mismo articulo, el trabajo de Leclaire a ilustrado muy bien el salto de la interpretación significativa hacia el sinsentido significante, cuando nos saca, a propósito de su obseso, la fórmula denominada Poordjeli, que liga una con otra las dos sílabas de la palabra licorne (unicornio), permitiendo introducir en su secuencia toda una cadena en la que anima su deseo. Por otra parte, en lo que publicará después verán que las cosas incluso llegan mucho más lejos.
La interpretación no está abierta a todos los sentidos. No es en modo alguno cualquiera. Es una interpretación significativa, y no debe ser falida. Lo cual no impide que esta significación no sea, para el advenimiento del sujeto, esencial. Lo esencial es que ve, más allí de esa significación, a qué significante -sinsentido, irreductible, traumático- está, como sujeto, sometido.
Esto les permite concebir lo materializado en la experiencia. Les ruego que tomen uno de los grandes psicoanálisis de Freud, y especialmente el más grande de todos, el más sensacional -porque en el vemos, de la conversión de la fantasía y de la realidad, a saber, en algo irreductible, non-sensical, que funciona como significante originalmente reprimido -hablo de la observación de El hombre de los lobos. En El hombre de los lobos, diré, para darles el hilo de Ariadna que le guiará en la lectura, que la brusca aparición de los lobos en la ventana del sueño desempeña la función del (s), como representante de la pérdida del sujeto.
No es tan sólo que el sujeto esté fascinado por la mirada de esos lobos, en total siete, y que por otra parte en su dibujo sólo son cinco, -encaramados en el árbol- es que su mirada fascinada es el propio sujeto.
¿Qué les demuestra toda la observación? Que en cada etapa de la vida del sujeto ha llegado algo, en cada instante, a reorganizar el valor del índice determinante que constituye este significante original. Así se comprende propiamente la dialéctica del deseo del sujeto como constituyéndose del deseo del Otro. Recuerden la aventura del padre, de la hermana, de la madre, de Grucha la criada. Otros tantos tiempos que vienen a enriquecer el deseo inconsciente del sujeto con algo que hay que colocar, como significación constituida en la relación con el deseo del Otro, en el numerador.
Observen bien lo que entonces sucede. Les ruego que consideren la necesidad lógica de ese momento en que el sujeto como X no se constituye más que de la Urverdrängung, de la caída necesaria de ese significante primero. Se constituye en torno a la Urverdrängung, pero no puede sustituir como tal -puesto que seria preciso entonces la representación de un significante por otro, cuando aquí sólo hay uno, el primero. En esa X hemos de considerar dos caras: ese momento constituyente en el que cae la significancia, que articulamos en un lugar en su función al nivel del inconsciente, pero también el efecto de retomo, que se produce en esta relación que podemos concebir a partir de la fracción. Sólo que hay que introducirla con prudencia, pero se nos indica claramente por los efectos de lenguaje.
Todos sabemos que si el cero aparece en el denominador, el valor de la fracción ya no tiene sentido, pero toma convencionalmente lo que los matemáticos llaman un valor infinito. En cierta manera, ese es uno de los tiempos de la constitución del sujeto. En tanto que el significante primordial es puro sinsentido, se convierte en portador de la infinitización del valor del sujeto, no abierto a todos los sentidos, sino aboliéndolos todos, lo que es diferente. Eso explica que no haya podido manejar la relación de alienación sin hacer intervenir la palabra libertad. Lo que funda, en el sentido y sinsentido radical del sujeto, la función de la libertad es, propiamente, este significante que mata todos los sentidos.
Por ello resulta falso decir que el significante en el inconsciente está abierto a todos los sentidos. Constituye al sujeto en su libertad con respecto a todos los sentidos, pero no quiere decir que no esto ahí determinado. Pues en el numerador, en el lugar del cero, las cosas que van a inscribirse son significaciónes, significaciónes dialectizadas en la relación del deseo del Otro, y dan a la relación del sujeto con el inconsciente un valor determinado.
Será importante, en la continuación de mi discurso el año que viene mostrar cómo la experiencia del análisis nos obliga a buscar en el camino de una formalización tal, que la alienación de este infinito del sujeto con la finitud del deseo sólo puede realizarse mediante la intervención de lo que Kant, en su entrada en la gravitación del pensamiento llamado filosófico. introdujo con tanta lozanía bajo el nombre de magnitud negativa.
La lozanía tiene aquí su importancia, por supuesto, porque entre forzar a los filósofos a reflexionar sobre el hecho de que menos uno no es cero y que ante semejante discurso las orejas se vuelven sordas pensando que a uno tanto le da -hay una cierta distancia. Lo cual no quiere decir -y ésa es únicamente la utilidad de la referencia a la articulación filosófica- que después de todo los hombres no sobreviven más que siendo en cada momento tan olvidadizos de todas sus conquistas, me refiero a sus conquistas subjetivas- Por supuesto, a partir del momento que las olvidan, no dejan de seguir estando conquistadas, pero mejor que en cualquier otra parte, donde va a converger el problema son más bien ellos los conquistados por los efectos de esas conquistas. Y al ser conquistados por algo que no se conoce, eso a veces tiene temibles consecuencias, la primera de las cuales es la confusión.
Magnitud negativa, por consiguiente, es ahí donde tendremos que designar uno de los soportes de lo que se llama el complejo de castración, a saber, la incidencia negativa en el que ahí entra el objeto falo.
Esto sólo es una preindicación, pero que creo útil dar. No obstante, precisamos progresar, en lo referente a lo debatido, a saber, la transferencia. ¿Cómo reanudaremos su temática? La transferencia es impensable, si no se toma su inicio en el sujeto supuesto saber.
Hoy ustedes ven más claramente lo que es supuesto saber. Se supone saber eso a lo que nadie podría escapar, desde el momento que la formula -pura y simplemente, la significación.
Esta significación implica, por supuesto -y por ello he hecho surgir en primer lugar la dimensión de su deseo- que él no puede negarse a ella.
Este punto privilegiado es el inicio al que podemos reconocer el carácter de un punto absoluto sin ningún saber. Es absoluto, precisamente, de no ser ningún saber, sino el punto de ligazón que une su propio deseo a la resolución de lo que se trata de revelar
El sujeto entra en el juego a partir de ese soporte fundamental -el sujeto es supuesto saber, sólo por ser sujeto del deseo, ahora bien, ¿qué sucede? Sucede lo que en su aparición más común se llama efecto de transferencia. Este efecto es el amor. Es evidente que, como todo amor, sólo es localizable, como Freud nos indica, en el campo del narcicismo. Amar es, esencialmente, querer ser amado.
Lo que surge en el efecto de transferencia se opone a la revelación. El amor interviene en su función aquí revelada como esencial, en su función de engaño. El amor, sin duda, es un efecto de transferencia, pero esa es su cara de resistencia. Estamos comprometidos a esperar este efecto de transferencia para poder interpretar y al mismo tiempo sabemos que cierra al sujeto al efecto de nuestra interpretación. El efecto de alienación, donde se articula, en la relación del sujeto con el Otro, el efecto que somos, está aquí absolutamente manifiesto.
Conviene entonces apurar aquí -algo siempre eludido que Freud articula y que no es excusa sino motivo de la transferencia- que nada podría alcanzarse in absentia, in effigie. Lo cual quiere decir que la transferencia no es, por naturaleza, la sombra de algo que haya sido antes vivido. Por el contrario, el sujeto, en tanto que sometido al deseo del analista, desea engañarle en ese sometimiento haciéndose amar por él, proponiéndole el mismo esa falsedad esencial que es el amor. El efecto de transferencia es ese efecto de engaño en tanto que se repite en el presente aquí y ahora.
No es repetición de tal cosa ocurrida más que por ser de la misma forma. No es ectopia. No es sombra de los antiguos engaños del amor. Es aislamiento en lo actual de su puro funcionamiento de engaño.
Por eso, detrás del amor llamado de transferencia podemos decir que lo que hay es la afirmación de la ligazón del deseo del analista al deseo del paciente. Eso es lo que Freud refleja en una especie de rápido escamoteo, espejuelo, al decir: después de todo, eso no es más que el deseo del paciente -historia para tranquilizar a los colegas. Es el deseo del paciente, si, pero en su encuentro con el deseo del analista.
Este deseo del analista no diré que todavía no lo haya nombrado, pues ¿cómo nombrar un deseo? A un deseo se le cerca. Muchas cosas de la historia nos dan aquí la pista y huellas.
¿No resulta singular este eco que encontramos -por poco que, por supuesto metamos las narices en ello- entre la ética del análisis y la ética estoica? ¿Qué es en el fondo la ética estoica sino, ¡tendré alguna vez tiempo para demostrárselo a ustedes!, el reconocimiento de la regencia absoluta del deseo de Otro, ese ¡hágase su voluntad! recogido en el registro cristiano.
Estamos incitados a una articulación más radical. La cuestión puede plantearse en la relación del deseo del amo y del esclavo. Hegel la consideró resuelta, pero no lo está en modo alguno.
Puesto que estoy cerca, ¡dios mío!, de despedirme por este año, puesto que el próximo día daré mi último curso, me permitirán que eche algunas puntas que les indicarán en qué camino progresaremos cuando continuemos.
Si es cierto que el amo sólo se sitúa en una relación original en la asunción de la muerte, creo que resulta muy difícil darle una relación que se pueda coger al deseo. Hablo del amo en Hegel, no del amo antiguo, del que tenemos algún retraso, y especialmente el de Alcibíades, cuya relación con el deseo es precisamente bastante visible. Va a pedir a Sócrates algo que no sabe lo que es, pero que llama agalma, algunos conocen el uso que de ello hice hace un cierto tiempo. Volveré a tomar este agalma, este misterio que, en la bruma que rodea a la mirada de Alcibíades, representa algo más allá de todos los bienes.
Cómo ver otra cosa que un primer esbozo de la técnica de la marcación de la transferencia en el hecho de que Sócrates le responda, no lo que le decía cuando era joven: Ocúpate de tu alma, sino lo que le conviene al hombre ya maduro y endurecido: Ocúpate de tu deseo, ocúpate de tus cosas. Tus cosas, en este caso, es el colmo de la ironía por parte de Platón el haberlas encarnado en un hombre a la vez fútil y absurdo, casi bufón. Creo que he sido el primero en señalar que los versos que Platón pone en su boca, concernientes a la naturaleza del amor, son la propia indicación de su futulidad rayana en lo bufonesco, que convierte a ese Agatón en el objeto menos apropiado, sin duda, para retener el deseo de un amo. Y además, el que se llame Agatón es decir, el nombre al que Platón ha dado el valor soberano, sobreañade ahí una nota, quizás involuntaria, pero indiscutible, de ironía.
Así, el deseo del amo parece ser, desde su entrada en juego en la historia, el término, por naturaleza, más extraviado. Por el contrario, cuando Sócrates desea obtener su propia respuesta, es al que no tiene derecho a hacer valer su deseo, -el esclavo-, a quien se dirige. Siempre está seguro de obtener esta respuesta de él. La voz de la razón es baja, dice Freud en algún lugar, pero siempre dice lo mismo. No se realiza el cotejo de que Freud dice exactamente lo mismo del deseo inconsciente. Su voz también es baja, pero su insistencia es indestructible. Quizás existe entre uno y otro una relación. Es en el sentido de algún parentesco que tendremos que dirigir nuestra mirada hacia el esclavo, cuando se tratará de señalizar lo que es el deseo del analista.
Sin embargo, no quiero dejarles hoy sin haber iniciado, para el próximo día, dos observaciones, dos observaciones basadas en la señalización que Freud realiza de la función de la identificación.
Existen enigmas en la identificación, y existen para el propio Freud. Parece sorprenderse de que la regresión del amor se realice tan fácilmente en los términos de la identificación. Y ello, al lado de los textos en los que articula que amor e identificación son equivalentes en un cierto registro que narcicismo y sobreestimación, la Verliebtheit, son exactamente lo mismo en el amor.
Freud se detuvo aquí –les ruego que encuentren en sus textos los diversos clues, como dicen los ingleses, las huellas, las pistas. Creo que fue a causa de haber distinguido suficientemente algo.
En el capítulo de MassenPsychologie und Ich-analyse dedicado a la identificación, puse el acento en la segunda forma de identificación, para señalar en ella, y destacar, el einziger Zug, el trazo unario, el fundamento, el núcleo del ideal del yo. ¿Qué es ese trazo unario? ¿Es un objeto privilegiado en el campo del Lust? No.
El trazo unario no está en el campo primero de la identificación narcisista, al que Freud prefiere la primera forma de identificación -que curiosamente por otra parte, encarna en una especie de función, de modelo primitivo que toma el padre, anterior a la propia catexis libidinosa en la madre -tiempo mítico seguramente. El trazo unario, en tanto que el sujeto se engancha en él está en el campo del deseo, el cual de todos modos sólo podrá constituirse en el reino del significante, en el nivel dónde existe relación del sujeto con el Otro. Es el campo del Otro el que determina la función del rasgo unario, en tanto que de él se inaugura un tiempo superior de la identificación en la tópica entonces desarrollada por Freud -a saber, la idealización, el ideal del yo. De este significante primero les mostré las huellas en el hueso primitivo en el que el cazador hace una muesca y cuenta el número de veces que ha dado en el blanco. Es en el entrecruzamiento por el que el significante binario viene a funcionar aquí en el campo del Lust, es decir, en el campo de la identificación primaria narcisista, que es el resorte esencial de la incidencia del ideal del yo. En otro lugar he descrito el mirar en espejo del ideal del yo, de ese ser que ha visto el primero aparecer bajo la forma del padre que, ante el espejo, la fija. Al aferrarse a la marca del que le mira en un espejo, el sujeto ve aparecer, no su ideal del yo, sino su yo ideal, ese punto donde desea complacerse en sí mismo.
Esa es la función, el resorte instrumento eficaz que constituye el ideal del yo. No hace mucho tiempo una niña me decía graciosamente que ya era hora de que alguien se ocupase de ella para que se pareciese amable a si misma. De ese modo declaraba inocentemente el resorte que entra en juego en el primer tiempo de la transferencia. El sujeto mantiene una relación con su analista cuyo centro está al nivel de ese significante privilegiado que se llama ideal del yo, por cuanto que de ahí se sentirá tan satisfactorio como amado.
Pero hay otra función, que instituye una identificación de una naturaleza singularmente diferente, y que es introducida por el proceso de separación.
Se trata de ese objeto privilegiado, descubrimiento del análisis de ese objeto cuya misma realidad es puramente topológica, de ese objeto al que la pulsión da la vuelta, de ese objeto que produce un bulto, como el huevo de madera en el tejido que ustedes están, en el análisis, zurciendo: el objeto a.
Ese objeto sostiene lo que, en la pulsión, se define y especifica en cuanto la entrada en juego del significante en la vida del hombre le permite hacer surgir el sentido del sexo. A saber, que para el hombre, y porque conoce los significantes, el sexo y sus significaciónes siempre son susceptibles de presentificar la presencia de la muerte.
La distinción entre pulsión de vida y pulsión de muerte es cierta por cuanto manifiesta dos aspectos de la pulsión. Pero con la condición de concebir que todas las pulsiones sexuales se articulan al nivel de las significaciónes en el inconsciente, por cuanto que lo que hacen surgir es la muerte –la muerte como significante y sólo como significante, pues ¡podemos decir que hay un ser-para-la-muerte? ¿En qué condiciones, en qué determinismo, la muerte, significante, puede brotar toda armada en la cura? Eso sólo puede comprenderse en nuestra manera de articular las relaciones.
Por la función del objeto a el sujeto se separa, deja de estar ligado a la vacilación del ser, en el sentido que forma lo esencial de la alienación. Desde hace tiempo nos ha sido suficientemente indicada por bastantes huellas. En su movimiento mostró que es imposible concebir la fenomenología de la alucinación verbal si no comprendemos lo que quiere decir el propio término que empleamos para designarla, es decir: voces.
Es en tanto que el objeto de la voz está ahí presente que está presente ahí el percipiens. La alucinación verbal no es un falso perceptum, es un percipiens desviado. El sujeto es inmanente a su alucinación verbal. Esa posibilidad está ahí, lo que debe hacernos plantear la cuestión de lo que intentamos obtener en el análisis, en lo que se refiere a la acomodación del percipiens.
Hasta el análisis, el camino del conocimiento siempre se ha trazado en el de una purificación del sujeto, del percipiens. ¡pues bien!, Nosotros decimos, que fundamentamos la seguridad del sujeto en su encuentro con la porquería que puede soportarlo, con la a minúscula de la que no es ilegítimo decir que su presencia es necesaria.
Piensen en Sócrates la pureza inflexible de Sócrates y su atopia son correlativas. Interviniendo en todo momento hay la voz demoníca. ¿Dirán que la voz que guía a Sócrates no es el propio Sócrates? La relación de Sócrates con su voz sin duda es un enigma, que, por otra parte, ha tentado varias veces a los psicógrafos ha principio del siglo diecinueve, y el haberse atrevido ya tiene por su parte gran mérito, puesto que ahora ya no se referirían a ello. Esa es una nueva huella para interrogar para saber lo que queremos decir al hablar del sujeto de la percepción. No me hagan decir lo que no digo -el analista no debe oír voces. Pero sin embargo lean el libro de un analista de la buena cosecha, un Theodor Reik, alumno directo y familiar de Freud, Listening with the third ear -no apruebo, ciertamente la expresión, como si no hubiese bastantes con dos para ser sordo. Pero sostiene que esa tercera oreja le sirve para oír no se que voz que le habla para advertirle de los engaños -es de la buena época, de la época heroica, en la que se sabia escucharlo que había detrás del engaño del paciente. En verdad nosotros lo hemos hecho mejor después, porque nosotros sabemos reconocer en esos sesgos, esas hendiduras, el objeto a, seguramente todavía apenas emergido.
P. Kaufmann: – ¿No existe algún tipo de relación entre lo que usted ha repetido, a propósito de Booz, de Theodor Reik, y lo que ha dicho, por otra parte, a propósito del padre al principio del capítulo séptimo de La Interpretación de los sueños?
J. Lacan: Resulta totalmente claro. Está dormido, ¡vaya! Está dormido para que nosotros también lo estemos con él, es decir, para que comprendamos ahí lo que hay que comprender.
Quería hacer intervenir la tradición judía, para volver a tomar las cosas allí donde Freud las dejó, porque no es por nada sin embargo que la pluma cayese de las manos de Freud en la división del sujeto, y que hubiese justo antes con Moisés y la religión monoteísta un encauzamiento de los más radicales a la tradición judía. Cualesquiera que sean las carácterísticas históricamente impugnables de sus apoyos o inclusos los caminos seguidos no dejó de introducir en el corazón de la historia judía la distinción radical, absolutamente evidente de la tradición profética con respecto a otro mensaje; eso era hacer -como tenía conciencia de ello, como lo escribió de todos modos- de la colusión con la verdad una función esencial para nuestra operación en tanto que analistas. Y precisamente, sólo, podemos fiarnos, consagrarnos en la medida que nos destronamos de toda colusión con la verdad.
Puesto que estamos un poco entre familiares, y puesto que después de todo hay más de una persona aquí que está al corriente del trabajo que se produce en el corazón de la comunidad analítica, puedo decirles algo divertido. Esta mañana reflexionaba, escuchando a alguien que me explicaba su vida. Incluso sus desengaños, en lo que puede tener de molesto, en una carrera científica normal al ser director de estudios, o el encargado de las investigaciones, o el jefe de laboratorio de un catedrático que es muy preciso que uno tenga en cuenta las ideas para el futuro del propio adelanto. Lo cual, naturalmente, es algo de lo más molesto, desde el punto de vista del pensamiento científico. ¡Pues bien! hay un campo, el del análisis, en el que en suma -por alguna parte- el sujeto no encuentra en él más que para buscar su habilitación en la investigación libre en el sentido de una exigencia verídica, y no puede considerarse autorizado en él más que a partir del momento en que opera libremente. ¡pues bien! por una especie de singular efecto de vértigo, es ahí donde van a intentar reconstituir, al máximo, la jerarquía de la habilitación universitaria, y a hacer depender su oposición a cátedra de otro ya catedrático. E incluso eso llega más lejos. Cuando habrán encontrado su camino, su modo de pensar, incluso su forma de desplazarse en el campo analítico, a partir de la enseñanza de una cierta persona, será por otros, que consideran como imbéciles, que intentaran encontrar la autorización, la expresa calificación, de que son muy capaces de practicar el análisis. Encuentro que esta es una ilustración más de la diferencia y las conjunciones, de las ambigüedades, entre el campo analítico y el campo universitario. Si se dice que los propios analistas forman parte del problema del inconsciente ¿no les parece que ésa es una hermosa ilustración, y una hermosa ocasión para analizar?