(El Dr. Lacan hace circular una reproducción de «El Grito», de E. Munch, museo de Oslo, representando un lago, una ruta, dos personajes que parecen alejarse y en primer plano un ser qué se tapa las orejas y abre grande la boca)
Les pido su atención en la medida que yo puedo ser llevado a ir tan rápido en la línea que entiendo tender hoy de un punto al otro y que responde a lo que ya he anunciado, hasta probado la última vez, en lo concerniente al punto en que estamos de un replanteo, más que de la experiencia de la técnica analítica, a partir de esta afirmación, que ella no es pensable- no digo practicable – más que a partir de una noción enteramente articulada del sujeto como tal. Del sujeto, al menos, tal como he tratado de Iocalizarlo para ustedes, alrededor de una cierta concepción de lo que es la experiencia del cogito cartesiano y de lo que él introduce de nuevo desde el punto de vista del ser, en cuanto a la posición pensada, de aquel que va a abrirse a algo, que se llama el psicoanálisis. No es de ningún modo necesario que el sujeto lo sepa, si la fórmula clave que nos da el lugar en la experiencia del inconsciente es: «El no sabía», allí está el estatuto tal como se los he introducido el año pasado de esta pulsación donde aparecía algo de lo cual puede decirse que menos no se lo revela, se lo traiciona.
Y como ya lo ha escrito en su fórmula Heráclito, el príncipe, de aquel a quien pertenece el Juego de la adivinación, aquél que está en Delfos el cual, no dice, no oculta, hace significante-no hay otra traducción que esta-.
Es él quien recoge ese significante, que hace de él algo, y literalmente, lo que él quiere. Cada uno sabe que en él lugar de «lo que él quiere», no se está en una posición simple y ése «lo que él quiere» se separa por toda suerte de murallas, que son experiencias de principios, de doctrina pero que no se trata de abordar lo que he llamado la última vez el segundo piso del uso de la palabra en análisis. Nos importa situar en el segundo piso del cual se puede decir que ha sido fuertemente desarrollado en el curso de los años freudianos y post-freudianos en ese segundo piso, lo que pertenece y también lo que constituye su frontera y su límite.
Como referencia en ese desciframiento, que es aquí humano y del cual piensen bien que no por azar, si en el momento de retomar mi discurso, les indico si es otro gesto que aquel que evocaba en su momento que es necesario partir de la posición del analista.
He recordado en el pizarrón- de un modo aún más simple, diría casi grosero- lo que el primer tiempo de ese desciframiento, para los analistas, en su lenguaje, esas tres especies o formas de la dialéctica de la falta que se llaman privación, frustración, castración, que eran empleadas de modo casi intercambiable.
He recordado que en la referencia de lo Simbólico, Imaginario, Real, había algo radicalmente diferente.
Que la frustración en el análisis, de modo semántico es algo que parte en sí, su centro, su esencia, su acto, es en vano esta cosa que frustra, su estatuto, la decepción, bajo su vertiente más imaginaria y esto no excluya que su referencia objeta sea algo dé lo real.
Que lo que es su soporte, el Otro no podía ser situado por nosotros más que bajo la forma más general de lo simbólico.
No hay frustración más que allí donde algo es reinvindicablé; ésta es la dimensión que no se podría eliminar de su definición. ¿Está precisamente allí el cuadro donde ha parecido situarse en la experiencia de los psicoanalistas, la articulación cotidiana? ¿Está allí la puesta al día de lo que puede descubrirse, por etapas, en una experiencia analítica, en el hic et nunc del analista?. Hay allí algo con lo cual no podemos de ningún modo contentarnos.
Cuando se trata de frustración sé puede inscribir en todo discurso, el doble registro de la demanda. Una cuestión que se plantea desde el inicio; en el primer paso del análisis, el sujeto viene a demandar, ¿Qué es lo que él viene a demandar en él análisis?
Toda la literatura psicoanalítica, cuando se la lleva sobre esta experiencia-lo vivido de las etapas analíticas- se emplea en develar, en manifestar lo que, a través de algo que está hecho a la vez de locación, de construcciónes a desmontar, conjugar, se atiene, en fin, a justificar las sucesiones de lo que se presenta en las diversas etapas del análisis, como demanda.
Pues la conjunción de esta demanda, con cualquier concepción genética que sea, no sabría operarse sin que se haga presente un cierto margen de arbitrario. Pues en verdad lo que quiero decir-dicho efectivamente esto por los autores- es que se refieren, osan referirse a una función de algún modo diría biológica, eso sería hacer intervenir un registro de un nivel, elevado que no está ciertamente en causa en este nivel simple que llamaremos el de la relación vital y hasta de la relación carnal.
La dependencia física, animal, del niñito se encuentra en relación a su madre, invocada como siendo algo que define, nos pone en el primer trasfondo de algo sobre lo cual va a desplegarse lo que llamaremos, la posición analítica.
Que se conjugue esta concepción a una noción como la de autoerotismo primordial, o aún del narcisismo primario de esta época, o a una etapa inicial de su venida al mundo, esto es porque el sujeto en la teoría freudiana es una sola unidad, un sólo Ser con el Ser del cual viene a desprenderse, con el ser del vientre del cual acaba de salir, y ello es algo asociado a esta posición anaclítica (anaclytique), que se revela para el sujeto, en su función de demanda.
Hay un salto, porque no es de ningún modo imposible qué en esta posición anaclítica (anaclytique), que sí ella está allí presente el tratamiento no tenga nada que hacer con la posición de dependencia vital de la cual les he hablado hace un instante- si esta posición anaclítica puede ser concebida como del mismo nivel en la estructura imaginaría. No quedará la cuestión de la relación primaria a la madre, así zanjada. Al menos algo será demandado para que justifique la juntura.
No se trata en esta imagen de un apoyo fusional, de una aspiración al retorno a los orígenes concebidos bajo su forma más carnal, no se trata allí de un fantasma, del cual podemos hacer el apoyo sobre alguna continuidad, donde se traducía una impronta que iría más allá del lenguaje. Hasta allí, nada nos asegura que siendo explorado ese dominio de la demanda, podamos justificar lo que aparece paradojal, sin referirnos a sus orígenes concretos que serían a concebir como los de la crianza, si es que aparece como esencial, en algo que puede aparecer, inserto en la historia del sujeto. No es de ningún modo porque él ha estado en una función que es otras que hace en particular de lo que sirve en esa crianza, símbolo en él análisis: el seno material es exclusivamente visto en las metamorfosis de una simple experiencia concreta.
Es el interés de la experiencia kleíniana, el carácter metonimizable, reductible, en su aparición demasiado temprana, desplazada, disfrazada, del falo. Hay allí algo que debe atraer nuestra atención y no hacernos contentar con algo que puede ser el peso, hasta en los recortes falaces, los cuales hacen poner en suspenso el estatuto de sus orígenes.
Esta experiencia de la demanda, en este análisis centrado sobre el estadio, donde el sujeto encarna su palabra, no es más ese sujeto, del cual han marcado su estatuto al nivel más radical del lenguaje, del trazo unario, y del estatuto de privación donde el sujeto se compromete. Cómo no se siente que está en retener de la experiencia así articulado, que lo que ha ocurrido en el curso de los años y por etapas, y dando materia a argüir de modo matizado, sutil de escuela a escuela, si tanto es ese término el que me permite asegurar límites bien netos en el interior del análisis, que ese algo de esta experiencia nos aporta el testimonio, la manipulación, la puesta a punto la interrogación precisa centrada desde Abraham, Melanie Klein, que se multiplican, en los infinitos: el objeto parcial.
Es lo que articulo como siendo el a.
Pienso que la diversidad, la variedad de ese a, si es que la lista que les hago de ello aquí no desborda, sino que articula de un modo diferente su amplitud, sin que en la medida en que del todo, ir en el sentido de no retener las reducciónes mayores a las cuales la experiencia somete a esos objetos a. La prevalencia del objeto oral, el seno, como es llamado comúnmente, del objeto fecal, por otra parte, sí los ponemos sobre el mismo cuadro, sobre el mismo circuito que aquel donde se sitúan dos de esos objetos articulados en la experiencia analítica, pero de modo menos seguro en cuanto a su estatuto -que nosotros llamamos – a saber: la mirada y la voz. Es necesario que nos interroguemos; es necesario saber cómo la experiencia analítica puede encontrar allí el estatuto fundamental de eso a lo cual ella tiene que atender en la demanda del sujeto, pues, después de todo, eso no va del suyo, más que esta lista sea tan limitada.
Sin duda, el privilegio de esos objetos se esclarece por estar cada uno en una cierta homología de posición en ese nivel de juntura que evocaba la última vez entre el Sujeto y el otro. Por otra parte no está en decir que lo que el sujeto -en la demanda al otro- demanda, sea el seno.
En la demanda al otro, el sujeto demanda todo lo que puede tener que demandar en el análisis, por ejemplo, que el otro hable. Hay algo abusivo, excesivo a traducir inmediatamente, lo que es carácterístico de la demanda, a saber, que es verdad, es demandado algo que el analista tendría, pero lo que. es demandado como lo que él tiene, es demandado en función de otra cosa y el analista mismo puede plantear el verdadero alcance de lo que demanda el Sujeto. Eso merece que uno se detenga allí, cuando ese objeto a se instala así, menos como. el punto de mira, que como lo que surgió en una cierta apertura, donde se sitúa la demanda. Es sobre lo cual he insistido la última vez en el sentido de ir a buscar la demanda y la frase bajo la forma más concentrada, aquella que podría pasar al nivel de la expresión más simple. Esto es lo que en la interjección hace su valor tanto más aprehensible, que ella está aquí más concentrada. Esto es, que ella viene siempre a golpear en la juntura del Sujeto y del otro. Que lo que la interjección en apariencia más simple, impone al interlocutor es esta referencia común al tercero que es el gran Otro.
Es algo que siempre, más o menos invita a tomar un retroceso a rever, a redirigir la mirada hacia algún interlocutor anterior, seguramente, uno puede plantear la cuestión, entre ver si no es alguna incidencia más reducida, más simple, más eficaz del lenguaje. Toda la teoría de Pierre Janet está construida sobre la teoría del ordenamiento, el orden dado en tanto que aquél que habla y trata de hablar instaura una suerte de estatuto común, inaugural en la instancia de la conducta humana. Cada uno sabe que el análisis no puede contentarse con esta reconstrucción que no es más que reconstrucción sobre el pizarrón. No hay orden que no sea referencia a uno en ese orden, seguramente la cuestión es plantear donde la orden va a caminar para llegar a su cima, para tratar eficazmente en lo que se llama la sugestión.
En el análisis, la sugestión funciona en relación a ese tercer término, que es el del deseo desconocido. Es al nivel de la repercusión, del interés obtenido del deseo inconcíente, que aquel que sabe manejar esta suerte de teleguía, que se llama la sugestión, toma su punto de apoyo. La sugestión es ineficaz al tomarla como medio, el punto brillante la bola de cristal.
Está allí para mostrarnos la preeminencia del punto brillante del objeto a. Siempre existe esta referencia tercera en la demanda. No es posible descubrir en alguna parte, ese algo que tendría el privilegio de hacernos captar ese algo, de lo cual tenemos sin embargo necesidad, a saber: cuál es el estatuto, cuáles son los límites de ese campo del gran Otro al cual hemos sido conducidos al nivel de la experiencia, que es la del campo de artificio asegurado en la palabra en el psicoanálisis.
Es aquí, espero, que el objeto que hago circular en vuestras filas a saber: la reproducción de Munch es algo, una figura que me ha parecido propicia para articularles un punto mayor, fundamental, sobre el cual son posibles muchos deslizamientos, muchos abusos y que se llama: el silencio.
El silencio. Es sorprendente que para ilustrárselos no haya encontrado mejor, según mi entender, que esta imagen que todos han visto, que se llama «El grito». En ese paisaje singularmente dibujado por medio de líneas concéntricas desembocando en una suerte de bipartición en el fondo, que es la de una forma de paisaje, en su reflejo, un lago formando ruta, y al borde, en diagonal, barriendo todo el campo de la pintura en una ruta que fuga al fondo, dos paseantes; sombras humanas que subrayan en una suerte de imagen de indiferencia en el primer plano ese ser, del cuál en la reproducción han podido ver que el aspecto es extraño, del cual no se puede decir sexuado, un ser joven -una muchachita, en ciertas reediciones- qué ha hecho de ese Munch. Este ser, aquí, en la pintura, de aspecto más bien vidente, en el resto forma humana tan reducida que no puede dejar de evocarnos aquellas imagenes tan sumarias, más rudamente tratadas del ser fálico, este ser se tapa las orejas, abre grande la boca: él grito.
¿Qué es ese grito? ¿Quién escuchará ese grito que nosotros no escuchamos, sino el que impone ese reino del silencio, ese que él escucha subir y bajar en este espacio a la vez centrado y abierto? Parece allí que ese silencio fuera de alguna manera, el correlativo que distingue en su presencia, de ese grito, de toda otra modulación imaginable. Sin embargo lo que es sensible, es que el silencio no es el fondo del grito, no hay una relación de gestalt. El grito parece provocar el silencio, si anulándolo es sensible que él lo causa, lo hace surgir. Le permite tener la nota, es el grito quien lo sostiene y no el silencio. El grito hace de algún modo apelotonarse al silencio en el impasse mismo donde brota, para que el silencio se escape de él; pero ya está hecho.
Cuando vemos la imagen de Munch, el grito esta atravesado por el espacio del silencio sin que él lo habite. No están ligados ni por ser conjuntos, ni por sucederse. El grito hace el abismo donde el silencio se precipita.
Esta imagen es donde la voz se distingue de toda cosa modulante, pues es el grito lo que la hace diferente hasta de todas las formas, las más reducidas del lenguaje, es la simplicidad, la traducción del aparato puesto en causa. Aquí la laringe (larynx) no es más que siringa (syrinx). La implosión, la explosión; el corte, falta.
El grito allí, nos da quizá, la seguridad de ese algo por donde el sujeto no aparece más que como significado de esa abertura (béance) abierta anónima, cósmica, marcada en un rincón de dos presencias humanas. La ausencia del otro se manifiesta por el hecho que el pintor lo ha elegido dividido en forma de reflejo, indicándonos esa alguna cosa fundamental que es la que reencontramos en el enfrentamiento, en la unión, en la sutura de todo lo que se afirma en el mundo como organizado.
Es por eso que cuando se trata en el análisis, donde la palabra breve y de lo cual todo el mundo hace un uso aproximativo, el silencio…
El excelente artículo escrito por el hijo de Fliess- compañero del autoanálisis de Freud- Robert Fliess, denuncia de un modo correcto lo, que es del silencio, en lo que nos explica: ese silencio es el lugar mismo donde aparece el tejido sobre el cual se desarrolla el mensaje del sujeto; es allí donde el nada impreso deja aparecer lo que es de esta palabra y lo que es de ello; esta es su equivalencia con una cierta función del objeto a.
Es en función del objeto de excreción del objeto urinario o fecal, por ejemplo, de la relación al objeto oral que Fliess nos enseña a distinguir el valor de un silencio, por el modo en que el sujeto entra allí, lo hace durar, se sostiene y sale de él, nos enseña la calidad dé ese silencio. Está claro que es indiscernible de la función misma de la verbalización. No es de ningún modo en función de alguna predominancia de los aparatos del yo qué es apreciado, es al nivel de la calidad más fundamental, que manifiesta la presencia en el juego de la palabra, lo qué es indistinguible de la pulsión.
De un analista de cepa antigua, de gran clase, ese trabajo, esa referencia es de un gran precio, nos muestra por la vía de una cierta percepción, cómo, lo que se refiere a la presencia erótica del sujeto, es algo sobre lo cual tenemos el derecho de tocar fondo, y es muy esclarecedor. Por otra parte, ese silencio aquí, de alguna suerte denotado en su función musical, también ha sido integrado al texto, que puede ser en sus variedades, el silencio del cual sabe hacer un tiempo el músico, tanto el silencio como la pausa, es algo que sólo permite aplicarse al hecho de la palabra.,
El «Callarse» no es el silencio -Plauto dirá en alguna parte a los auditores que la ambición de todos y cada uno de los quiere hacer escuchar, es: «Presten atención, hagan silencio y cállense»- son dos cosas diferentes.
La presencia del silencio no implica que no haya uno que hable. Es allí que el silencio toma eminentemente su cualidad. Si ocurre qué aquí yo obtenga un silencio, no excluye que antes dé ese silencio tal o cual, se aplique a mezclarlo con tal reflexión más o menos arrojada.
El silencio forma un ………. nudo formado entre algo que es un instante y algo que es hablante o no, el otro. Es ese nudo cerrado que puede resonar cuando lo atraviesa y hasta lo agujerea el grito.
En alguna parte en Freud, está la percepción del carácter primordial de ese agujero del grito.
Es a ese nivel que él lo articula y que aparece el Nebenmensch (semejante).
En ese agujero infranqueable, marcado en el interior de nosotros mismos yal cual no podemos más que aproximarnos apenas. Ese silencio es quizá el modelo así dibujado, y lo han sentido por mí, confundido con este espacio cerrado por la superficie y de la cual ella misma, y por ella misma, es inexplorable, porque hace la estructura original, que trato de figurarles al nivel de la botella de Klein.
¿Qué es lo que nos falta distinguir en las operaciones que son la de la palabra y de la demanda? En el primer tiempo: este corte que el esquema de la botella nos permite imaginar como siendo el de esa división en dos campos, cuyo carácter de superficie de Moebius está allí para figurarnos el lado cerrado sobre sí mismo, el lado no susceptible de doblar sino en una sola superficie, el lado que, en el significante da la prevalencia, la unicidad en el efecto de sentido, en la medida en que no comporta por sí mismo el revés del significado, en la medida en que se cierra sobre sí mismo, donde es como corte, al cual puede reducirse todo lo que hay de esencial en la estructura de la superficie, en tanto que ella hace aparecer esta duplicidad, este lugar, este anverso, que para nosotros será la correspondencia del significante y del significado.
Esto quiere decir que en la demanda aparece algo que es de otra estructura, que aparece fuera de la previsión de lo que es demandado, lo que está figurado por lo que he inscripto en el pizarrón.
La banda de Moebius es periférica de ese algo independiente que se puede desprender, que es caída, operación de un residuo, de un resto en la operación de la demanda, y que aparece como la causa de una reanudación por el sujeto de lo que se llama fantasma y que en el horizonte, de la demanda hace aparecer la estructura del deseo en su ambigüedad; a saber, que el deseo se puede desprender, surgir, aparecer como condición absoluta y perfectamente presentificable, como siendo ese algo del cual el sujeto que lo desea, que lo toma como tal al nivel del ser, lo hace subsistir simplemente al sostenerlo insatisfecho, mecanismo histérico del cual he marcado su valor esencial.
Ese es el único punto, el único término donde converge, explicándola, la juntura de la demanda y de la transferencia. En el engaño de la transferencia aquello de lo cual se trata es de algo que la ignorancia del sujeto que gira alrededor, quiere captar de algún modo que sea imaginario; o de hecho, este objeto tiene lo que sea allí, el término y la común medida alrededor de la cual funciona todo el nivel llamado de la frustración. Es eso lo que se trata de plantear de un modo que permita, ,a partir de allí, distinguir lo que la experiencia puede permitirnos actualmente ratificar, en lo concerniente al origen, ¿por qué puerta ha venido la función de ese objeto a?
Es aquí que es necesario acentuar, recordar todos nuestros conocimientos en cuanto se trata del desarrollo que seria psicoanalíticamente justificado, en la experiencia de la cura. Es por lo cual al estatuto del analistas no nos es suficiente aquí, simplemente fundarlo en alguna suerte de modo arbitrario. Se trata de ver si nuestras categorías no son las que nos permiten hacer el mapa, comprender lo que hay de tendencias teóricas en la comunidad de los analistas con esta posición que, en cada analista, en la medida de la experiencia que ha hecho, de su experiencia formadora, dé lo que en cada analista puede ser localizado como un deseo esencial para él, de referencia.
Pues aquí resalto lo que en las teorías dé la técnica y la comunicación se afirma y se localiza que, de poner el acento sobre, por ejemplo, una técnica que hace aparecer al nivel del Otro para el sujeto, en el fantasma, la imagen fálica bajo la forma positiva en la cual es concebida, representada como objeto de fellatio. Que haya algo que se distingue, que del lado del A, el corte es de ese lado que el objeto cae.
En un registro nosológico, en la neurosis obsesiva, está claro que es centrándonos alrededor del surgimiento de ese fantasma, en tanto que aparece al nivel del Otro, es decir del analista, una localización, una aproximación, una crítica de la aproximación de la realidad, que parecería ser en esta perspectiva la llaves la puerta, por donde puede resolverse la puesta en acuerdo del sujeto con el pretendido objeto real. Hay allí algo que se distingue en todo caso de otro pensamiento, de otra teoría, mediante la cual no podría haber allí análisis que pueda, de ningún modo, decirse acabado, si no es al nivel del sujeto mismo, en cuanto a una vía que es precisamente una vía que franquea esta etapa puramente identificatoria.
La localización, la puntuación de un cierto real que es aquel donde una cierta técnica en la cual el sujeto se confía, es en la medida en que el venir más allá de esta identificación, a vivir este corte como siendo él mismo ese resto, ese deyecto, sí ustedes quieren, esta cosa reducida de la cual ha partido efectivamente, en un origen que no se trata de concebir como su historia, sino este origen que se inscribe en el estatuto de su ser, que sea él este objeto que se le demanda.
Que éste objeto demandado a él, seno, hasta deyectos, excrementos en otros casos, en otros registros que no son los de la neurosis, esta función de la voz o la mirada, aquí está la referencia esencial a propósito de la transferencia, en el punto en que en la historia aparece surgiendo de modo primordial en un texto de Platón, que nos conserva testimonio en «EI banquete». En el final de esta sucesión de discursos, de elogios o iluminaciones dé todos modos alabanzas, y celebración de la función del amor, he aquí cuándo entra el cortejo de esas gentes fiesteras, verdaderos busca-fiestas, verdaderos personajes viniendo aquí a reducir todas las reglas de esta celebración extraordinariamente civilizada. Es Alcibíades que se encuentra «así en la cima del diálogo», aunque los traductores, hasta Racine, Robine, no hayan creído deber pasar de ese complemento esencial, se sabe que ciertos traductores han cortado allí como sí no estuviera allí la última palabra de la cual se trata.
Para comprender cuál es la última palabra del analista, ¿no habría mejor modelo que el de Alcibíades viniendo a relatar su aventura con Sócrates? El ha hecho en primer lugar la alabanza, y ¿en qué términos? En los términos que lo figura al modo de una caja, de algo que encierra un objeto precioso y que, a menudo, en el exterior, se presenta bajo la figura grotesca, caricatural o deformada, la antigua figura de Sócrates en su aspecto de Sileno.
En el origen de su gran libro, Rebeláis, la retoma cuando él se dirige a aquéllos que están hechos para entenderlo: los bebedores afectados y los sifilíticos.
Una asamblea que se elige, especificada.
Aquí tenemos a Sócrates bajo esa forma enigmática, alabado, exaltado y del cual va a testimoniar Alcibíades. Para obtener lo que hay en esa caja ¿de qué no ha sido capaz? De nada menos que de mentir. Es él quien lo dice, en tanto que todo lo que nos dice, de su conductas de declaración de amor, de seducción, en el lugar de Sócrates, es algo que se nos presenta como estando enteramente apuntado hacía la obtención, sin duda, en un momento de parte de Sócrates, dijo lo que en él está en el fondo de esa misteriosa y enigmática ciencia, de la cual nada más seguro le es dado de esta extraordinaria utopía de Sócrates, de ese algo que lo pone fuera, lo distingue de lo que está alrededor de él, lo deja sin dependencia. Si Alcibíades impulsa las cosas tan lejos como para tener el aire de hacer la demostración de la virtud de Sócrates, en tanto que el curso de sus asaltos va a impulsarlo a pasar la noche bajo la misma manta que Sócrates, es algo que vale la pena ser destacado en tanto, ocurre que Sócrates se lavara, pero no siempre. Las declaraciones de este ser, que dice que Sócrates le otorga una particular atención que es una atención de amor, es un hecho que Sócrates lo reenvía todo a la fábula ¿Cómo saber si Alcibíades miente o no? ¿Cómo calificar esa mentira, en tanto lo hace para apuntar a eso de lo cual él no sabría dar cuenta? ¿Qué quiere? La verdad es tan preciosa para Alcibíades, que es la imagen misma del deseo que va derecho ante él, la que funda las multitudes de la sociedad hasta el término de su carrera donde él culmina? ¿Qué es esta agalma? ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué le responde Sócrates?. «Todo lo que acabas de decir es algo que no tiene para ti más razón y lugar que esto que tú amas a Agatón». Leamos; la figura de Agatón, pues, nos serviría para soñar.
Nadie antes que yo ha descubierto que los propósitos imputados a Agatón en «El Banquete» no pueden ser calificados más que de caricaturescos, que el modo en el cual ha alabado al amor es el de un amanerado que, en efecto, no habría articulado más que los versos más irrisorios, hasta en el modo en que son aliterados. Trazo exceso que hace de él lo que podríamos alfiletear más legítimamente que lo que Aristófanes ha hecho para Erípides: un trágico inclinado hacia la comedia.
De lo que se trata no es de hacernos aparecer la estructura del engaño que hay en la transferencia, acompañando ese tiempo de demanda, el de la agalma oculta, esa transferencia muy especial que tenemos el derecho de reenviar –esa transferencia puesta en la cumbre del amor– aunque con acentos contrarios, las palabras de amor de Alcibíades caen bajo la llave de la misma definición: «El amor es dar lo que no se tiene a alguien que no quiere eso». Alcibíades que no puede dar lo que no tiene, a saber el amor que le demanda Sócrates, el amor que lo reenviará a su propio misterio y que lo figurará de modo tan actual para nuestra reflexión, en tanto que es en esta imagen que aparece en el fondo de la endriná ese algo que no es visión, sino en el interior del ojo, ese lugar de la mirada. Que Sócrates no quiera; allí está la articulación esencial. ¿Por qué no quiere? En tanto cada uno sabe que Sócrates está colgado de Alcibíades hasta estar celoso de él y lo que Sócrates reenvía a Alcibíades es algo que él afirma no tener, en tanto no hay ninguna ciencia que no sea accesible a todos, la única cosa que él sabe es la naturaleza del deseo y que el deseo es la falta.
Es aquí donde las cosas permanecen suspendidas en el texto de Platón, en el pasaje a través del sueño, por otra parte, las cosas se reencuentran a la mañana, en discusión sobre la tragedia y la comedia.
Lo que es esencial, es esta suspensión alrededor del punto en el cual Alcibíades es reenviado hacia la verdad de su transferencia y ¿qué es lo que trata de obtener de Agatón, si no es, hablando propiamente, lo que es definido por Freud como el deseo histérico? Lo que Alcibíades simula, o lo que ha sido definido en «El Banquete» como el mérito máximo del amor, es el hecho que el deseado, el deseable, se plantee, se ofrezca como siendo el deseante. Es por allí que él piensa fascinar la mirada de aquel, que de todos modos ya hemos visto, por ser un personaje extraordinariamente inserto en cuanto al fundamento de su palabra. Tal es la vía qué nos es abierta, que le da sus títulos de nobleza desde la antigüedad: la dialéctica de la transferencia y si se puede decir la entrada en la historia de una cuestión -hablando propiamente- analítica.
Propondría hacer la prueba sobre un texto que ya he elegido, cuyo autor hace sus primeras armas, donde el da el testimonio de su primera experiencia analítica con el silencio justo o no; que él intitule a esto «El Silencio» poco importa, pero donde él es conducido con toda coherencia no se puede decir bajo la influencia de alguna guía doctrinal, es llevado, en su relación del objeto al objeto parcial, al enigmático objeto total donde se cree depositar el porvenir, la suerte en las manos del analista. El modo por el cual él se refiere a las doctrinas más o menos corrientes, es algo que no puedo más que proseguir en un seminario más reducidos pero que es, en último término, la cosa esencial que apuntamos en su articulación: el S, el A, y el a. Si esas referencias tienen un sentido no es el dé unirse a un bagaje culturas destinado a ser bloqueado, más o menos enceguecido. Esas cosas son construidas de la experiencia analítica, como el analista lo piensa, aunque él quiera o no hacerlo, es en términos de pensamiento que se expresa: Yo no soy filósofo cuando uno menos quiere hacer filosofía, más se hace de ella y hace que, en el análisis, el analista esté encausado. No es por nada que en el curso de un silencio prolongado, con una paciente, el autor pone al día su contra-transferencia.
El conjunto de las reglas del psicoanálisis debe ser siempre puesto en la cuenta de lo que llamamos transferencia, es decir que, en ningún casos quien fuera que sea, no puede estar puesto en sospecha, de participar de una identificación indebida, para él.