Seminario 14: Clase 12, del 1 de Marzo de 1967

He leído en alguna parte o quizá también algunos de ustedes habrán encontrado ese título singular: Conocer a Freud antes de traducirlo. ¡Enorme!, como decía un señor a quien no pretendo asemejarme puesto que no paseo como él con un bastón de caña, aunque sí alguna vez con un sombrero. ¡Enorme!. Como sea, está claro que me parece que tratar de traducirlo es una vía que se impone como previa a toda pretensión de conocerle. Que los psicoanalistas digan conocer el psicoanálisis, pase, pero conocer a Freud antes de traducirlo sugiere esta estupidez de conocerlo antes de haberlo leído. Esto suponiendo toda la amplitud necesaria en la noción de traducción, lo asombroso es que no sé si alguna vez podremos adentrar algo que se parezca a esta pretensión de conocer a Freud.

Midan lo que quiere decir en esta perspectiva el pensamiento en la cúspide del desarrollo que Freud nos ofrece, midan bien eso que significa el habernos propuesto el modelo de la satisfacción subjetiva en la conjunción sexual. ¿Es que la experiencia de donde Freud mismo partía, no era precisamente el lugar de la insatisfacción subjetiva?. ¿Acaso la situación está para nosotros mejorada en el contexto social que domina la función del empleo del individuo, empleo que se regla en la medida de su subsistencia o en la de la productividad que marcha en este contexto, dejada en lo que sería el tiempo propio de una cultura del amor; acaso todo no testimonia para nosotros que es esa la realidad más excluida de nuestra comunidad subjetiva?. Sin duda está ahí lo que no tiene decidido Freud articular, esta función de satisfacción como una verdad, sino lo que sin duda le parecía al abrigo de este riesgo que confesaba a Jung; ver una teoría poco profunda del psiquismo reencontrar los carriles de eso que llamaba, el río de lodo del ocultismo.

Es porque con la sexualidad, que había en el curso de los siglos precedido lo que nos parece esas locuras, esos delirios de alta teología de la copulación del sabio y la sabiduría por cualquier vía, es porque en nuestro siglo y bajo la regla del sujeto no había ningún riesgo de que la sexualidad pueda prevalecer siendo un modelo cualquiera para el conocimiento, que sin duda él ha comenzado esa canción de animador tan bien ilustrada por ese cuento de Grimm que tanto le gustaba; del flautista arrastrando detrás de él a esa audiencia, de la cual se puede decir que en las vías de una sabiduría cualquiera representada… ¡la escoria de la tierra!. Seguramente en esto que he llamado siempre la línea que él nos traza y donde hace falta partir de lo sagrado, a saber: la fórmula de la repetición.

Hace falta medir lo que separa el pauta del pensador antiguo, del cual nos dice que jamás nada vuelve a pasar por su propia huella, que nada se baña en el mismo río, y lo que eso significa como desgarramiento profundo de un pensamiento que sólo puede asir el tiempo donde algo no va hacia lo indeterminable más que al precio de una ruptura constante con la ausencia. Introducir ahí la función de la repetición, qué más agregar; seguramente nada mucho más satisfactorio si no se trata más que de renovar incesantemente un cierto número de vueltas.

El principio de placer no guía hacia nada, y menos hacia el reasimiento de un objeto cualquiera. La simple noción de descarga, en tanto que tomaría su modelo sobre el circuito estable del sensorium, vagamente definido, siendo el motor, el circuito, estímulo-respuesta como se dice, de qué puede dar cuenta, no ve más que sostenerse ahí. El sensorium no puede ser más que la guía de lo que hace, en efecto al nivel más simple, la pata de rana irritada se retira, no va a tomar nada en el mundo, sino a huir de eso que la hiere. Lo que asegura la constante definida en el aparato nervioso por el principio del placer, es la igualdad de estimulación, la isoestim diría para imitar la isobara y la isoterma de la cual hablé el otro día, o la isoresp, la isorespuesta; es difícil fundar algo sobre el isoestim pues no es para nada un time. La isoresp, ensayo de la igualdad de resistencia, he aquí lo que en el mundo puede definir esa isobara que el principio del placer conducirá al organismo a enhebrar.

Nada que empuje en todo esto, en ningún caso, a la búsqueda, a la aprehensión, a la constitución de un objeto. El problema del objeto como tal, queda intacto en toda esta concepción orgánica de un aparato homeostático; es muy llamativo que hasta aquí no se haya marcado su falta. Freud aquí el mérito de marcar que la búsqueda del objeto no es concebible más que al introducir la dimensión de la satisfacción. Aquí rebatamos sobre esta extrañeza: que mientras hay modelos orgánicos de la satisfacción, comenzando por la repleción digestiva, también por algunas otras necesidades que él evoca pero en un registro diferente, es remarcable que la satisfacción en tanto estos esquemas donde se define como no transformada por la instancia subjetiva, la satisfacción voraz, sea alguna cosa que pueda adormecer al sujeto, en el límite, pero seguramente es concebible que este sueño tenga el signo subjetivo de la satisfacción.

Cuan infinitamente más problemático es puntuar que el orden verdadero de la satisfacción subjetiva hay que buscarlo en el acto sexual, precisamente donde se plantea más desgarrada. Esto al punto que todos los otros órdenes de satisfacción aquellos que acabamos de enumerar, presentes en la evocación freudiana no toman su sentido más que puestos en cierta dependencia (desafío a cualquiera a definirla, a volverla concebible de otra manera que formulándola en términos de estructura), en una dependencia, digamos groseramente, simbólica por relación a la satisfacción sexual.

He aquí los términos en los cuales les propongo el problema que retomo hoy, consiste en intentar darles la articulación significante de lo que de la repetición, está implicado en el acto sexual, si es verdaderamente eso que he dicho, lo que la lengua promete para nosotros y lo que seguramente nuestra experiencia no debilita, a saber, un acto, después de haber insistido sobre lo que el acto comporta, en sí mismo, de condicionado desde el principio por la repetición, de lo que es un término.

Respecto del acto sexual, iré más lejos, al menos pensaba que hacía falta hacerlo para aprehender su alcance. La repetición que él implica conlleva, si seguimos al menos la indicación de Freud, un elemento de medida y de armonía que es seguramente lo que evoca a la función directriz que le da, pero que tenemos que precisar. Pues si hay algo que promete cualquiera de las formulaciones analíticas es que en ningún caso esta armonía podría ser concebida en el orden de lo complementario, a saber, de la conjunción del macho y de la hembra, como aquella figura de la llave y de la cerradura o de cualquiera que se presente en los modos habituales de los símbolos gámicos. Todo nos indica, y aquí no tengo necesidad más que de hacer uso de la función fundamental de este tercer elemento que da vuelta alrededor del falo y de la castración, todo nos indica que el modo de la medida y de la proporción implicada en el acto sexual es de estructura más compleja.

Es lo que la última vez había comenzado a formular puesto que se trata de armonía, la relación llamada inarmónica; hace que sobre una simple línea trazada en relación con un segmento haya un punto interno, un punto C entre A y B, efectuando una relación cualquiera, por ejemplo ½, y otro punto D, exterior que pueda realizar con los segmentos determinados por él y por los puntos A y B la misma proporción, ½.

Nos había parecido propicio para asegurar que se trata después de toda nuestra experiencia de la relación de un término con otro que se presenta como el lugar de la unidad, entiendo, de la pareja; es con relación a la idea de pareja, donde se encuentra, quiero decir, efectivamente en el registro subjetivo, que el sujeto tiene que situarse en una proporción, que puede encontrar al introducir una mediación externa en el enfrentamiento, que constituye como sujeto, a la idea de pareja.

Esto no es más que una primera aproximación y de alguna manera el simple esquema que nos permite designar lo que se trata de asegurar: la función de este elemento tercero que vemos aparecer al final que lo que se puede llamar el campo subjetivo de la relación sexual. Lo hemos remarcado la última vez, lo que subjetivamente parece más distante, a saber, su producto orgánico siempre posible de ser considerado o no como deseable, este elemento tan diferente, opuesto, y, sin embargo, ligado a él por la experiencia analítica: esta exigencia de falo que parece tan interna, en nuestra experiencia, a la relación sexual en tanto que es vivida subjetivamente. ¿Acaso de la equivalencia niño-falo, no podríamos intentar designar su pertinencia en alguna sincronía que deberíamos descubrí ahí y que, seguramente, no quiere decir simultaneidad?. Aún más: ¿este tercer elemento no tiene ninguna relación con lo que hemos designado como la división del Otro, el S(A/) [A mayúscula barrada]?

Para conducirlos en esta vía hoy he traído la relación que es un orden estructurado de otro modo que la simple aproximación armónica que designaba al fin de mi último discurso, a saber, esto que constituye la verdadera media y extrema razón, que no es simplemente la relación de un segmento a otro en tanto puede ser dos veces definido, de una manera interna o externa a su conjunción, sino la relación que plantea de entrada la igualdad de su relación del más pequeño al más grande, igualdad de esa relación de esa relación a la relación del más grande a la suma de las dos. Contrariamente a la indeterminación, a la perfecta libertad de esta relación inarmónica, que no es nada en cuanto al establecimiento de una estructura; les recuerdo que esa relación inarmónica, hemos tenido el año pasado que evocarla como fundamental la toda estructura llamada proyectiva.

Dejémosla ahora para ocuparnos de lo que hace de la relación de una extrema y media razón, no una relación cualquiera, tan diligente que pudiese estar eventualmente en la manifestación de las constancias proyectivas, sino una relación perfectamente determinada y única, numéricamente hablando. He planteado en el pizarrón una figura que les permite dar a lo que enuncio su soporte.
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Son estos los segmentos; el primero que he llamado a, quien va para nosotros a ser el único elemento con el cual podemos contentarnos para edificar esa relación de medida o proporción (ustedes lo ven, no quiero dar nombre de letras a los puntos indicados para no confundirlos, tenemos el valor de 1) a condición de dar el valor de 1 al segmento de la derecha. Podemos contentarnos con darle a la relación de media y extrema el valor de a, lo que quiere decir en la ocasión   a_
                  1

Hemos planteado que la relación  a_  es la misma que la relación  __1_
                                                      1                                                    1+a

Tal es esta relación perfectamente fija que tiene propiedades matemáticas extremadamente importantes, que no tengo ni el tiempo no la atención de desarrollar hoy. Sepan simplemente que su aparición en las matemáticas griegas coincide con el paso decisivo de poner orden en lo que es conmensurable e inconmensurable.

En efecto esta relación es inconmensurable, es en la búsqueda del modo bajo el cual puede ser definida la manera en la que se recubre la sucesión de puntos dados por la serie escalonada de dos unidades de medida inconmensurable, la una a la otra, a saber, lo que es más difícil de imaginar, la manera en la cual ellas se entreverarán si son inconmensurables. Lo propio de lo conmensurable es que siempre hay un punto donde las dos medidas volverán a caer juntas, al mismo pie. Dos valores conmensurables podrán siempre, por cierto múltiplo diferente para uno y para otro, constituir la misma magnitud. Dos valores inconmensurables… jamás.

¿Cómo se interfieren?. Es la línea de esta búsqueda que ha sido definido lo que consiste en rebatir lo más pequeño en el campo de lo más grande y en preguntarse lo que adviene desde el punto de vista de la medida, del resto 1-a. Procederemos de la misma manera, lo rebatiremos en el interior de la más grande y así hasta el infinito quiero decir, sin que se pueda llegar a lo que termina este proceso; es en esto que consiste precisamente lo inconmensurable de una relación, sin embargo, tan simple. De todos los inconmensurables este es el que, si puedo decir, en los intervalos deja siempre mayor desecho, simple indicación que no puedo aquí comentar más.
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Como sea, ven que se trata de algo que en este orden de lo inconmensurable tiene el acento y una pureza especial de la relación.

A mi pesar, pues pienso que todas las tripas del ocultismo van a estremecerse en la oportunidad, estoy obligado por honestidad a decir que esa relación a es lo que se llama número de oro; vibrará en lo más profundo de vuestro conocimiento cultural en cuanto a lo estético particularmente, la evocación de todo lo que quieran, las catedrales. Albert Dürer, los crisoles alquímicos y todas las otras mezcolanzas análogas. Espero, sin embargo, que la seriedad con la que he introducido el carácter estrictamente matemático de la cosa y la problemática que no da ninguna manera la idea de una medida fácil de concebir, les haya hecho sentir que se trata de otra cosa.

Veamos ahora cuales son ciertas propiedades remarcables de esa a:
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Lo más importante de subrayar es que 1-a puede ser igual a 2 .

Cuando en lugar de envolver sobre los rebatimientos de los segmentos se los desarrolla hacia el exterior.
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El ½+a que correspondía a nuestros segmentos externos en la relación inarmónica ahora es 1, obtenido por el desarrollo exterior del 1 que representa el mayor largo. Así el 2+a representa el valor que tenía el 1 del que hemos partido.

Tales son las propiedades de la media y extrema razón en tanto que pueden permitirnos comprender algo de la satisfacción genital.

Les he dicho, a es uno de los términos de esta relación genital, cualquiera sea su sexo. La muchacha como el muchacho en el reporte sexual, en la experiencia de la relación subjetiva en tanto que el análisis la define como edípica, la muchacha como el muchacho entran ahí desde el principio como niños, dicho de otra manera representando el producto. No doy ese término por azar. Lo retomaremos enseguida ya que permite situar la creación como diferente de lo que en nuestros días circula por todos lados, errante y atravesado, bajo el nombre de producción.

Hay que pensar cómo se define la relación del sujeto a la producción. Aunque sea en una dialéctica del sujeto que pueda ser adelantada, donde no se lo vea como sujeto puede ser tomado como producción. Todo esto no tiene para nosotros valor, lo que no quiere decir que sea para nosotros tan fácil de asegurara partir de esta raíz, que hay en eso de producción.

Es tan poco fácil de asegurar que un espíritu no prevenido podría maravillarse del notable silencio que sostiene el psicoanálisis respecto de esta delicada cuestión, sin embargo, tan central, aunque represente poco en nuestra vida diaria, doméstica, cotidiana, y todo lo que quieran, aún mercantil, que se llama el birth-control. Todavía no se ha visto a un analista decir lo que piensa de eso. ¡Es curioso en una teoría que pretende decir sobre al satisfacción sexual!.

Debe haber ahí algo que tiene que ver estrechamente con la religión (incómodamente) del verbo puesto que después de las esperanzas llamativísimas concernientes a la liberación de la ley que corresponde a la generación Paulina en la iglesia, parece que en la continuación muchas de esas enunciaciones dogmáticas se inclinan… en nombre de quien sino de la producción. La producción de almas, anunciadas como muy próximas del pasaje de la humanidad a la beatitud, que ha sufrido, me parece, cierta dilación. Pero no hace falta creer que el problema se limite a la esfera religiosa, otro anuncio se ha hecho de la liberación del hombre, parece que la producción de los proletarios había jugado un rol en las formas precisas que toman las sociedades socialistas a partir de una cierta idea de la abolición de la explotación del hombre por el hombre. Tampoco del lado de esta producción parece que se haya llegado como más claridad a lo que se produce: el campo cristiano en nombre de la producción de almas ha dejado aparecer el mundo de los seres, del cual lo menos que se puede decir es que la calidad ahímica esta mezclada. La producción de los proletarios no parece que de a luz a otra cosa sino lo que tiene sus límites en la producción de cuadros. La cuestión de la producción y del estatuto del sujeto como, la vemos al nivel de la primera presentificación del Otro que es la madre. Se sabe el valor de función unificante de esta presencia de la madre, se le sabe tan bien que toda la teoría y la práctica analítica han basculado literalmente y sucumbido a su valor fascinante. Han oído sostener el principio y el origen de esto en un debate que dio fin a nuestro último año; toda la situación analítica ha sido concebida reproduciendo idealmente, quiero decir, fundando el ideal de esta función unitiva o de esta unificación fundante admitida como unidad durante nueve meses (lo he recordado la última vez), del niño y la madre. No es hacer de esta unión la función del narcisismo primario, o simplemente el lugar elegido de la frustración y de la gratificación; no se trata en nuestros esfuerzos teóricos de repudiar este registro sino de volver a ponerlo en su justo lugar.

Es decir, al nivel de la confrontación sexual, está ahí la primera afirmación de la unidad de la pareja constituida por lo que la enunciación religiosa ha formulado como una sola carne. ¡Qué ridiculez!. ¡Quién puede afirmar que sea saca como el abrazo genital del hombre y la mujer hacienda una sola carne!. No es más que la enunciación religiosa, representada en la investigación analítica, en la conjunción sexual, por el polo materno.

El polo materno, en el mito edípico, parecía confundirse con el partenaire del machito; no tiene nada que ver con la oposición macho-hembra, pues tanto la muchacha como el muchacho representan lo que esta enfrentado al lugar materno de la unidad, al abordar la conjunción sexual. Así, para ambos como producto, como a, confrontándose a la unidad instaurada por la idea de la unión del niño con la madre. En esta confrontación surge el 1-a, que nos aportará el tercer elemento en tanto funciona como signo de una falta, donde si quieren, aún para emplear el término humorístico de la pequeña diferencia, juega el rol cabal en la conjunción sexual ya que interesa al sujeto. El humor o el sentido común, como ustedes quieran, hace de esta pequeña diferencia el hecho, como se dice, de que unos tengan una y los otros no. No es así pues el no tenerla juega para la mujer un rol tan esencial, mediador y constitutivo en el amor como para el hombre; como Freud lo ha subrayado, parece que su falta efectiva le confiere algunas ventajas.

Es lo que trataré de articular ahora.

En efecto, qué vemos sino la extrema razón de la relación, dicho de otra manera, lo que la recrea en su exterior nos servirá de uno que da y reproduce la justa proporción, definida por a en el exterior de la relación del reporte sexual. Para que uno de los partenaires se plantee frente al otro como un uno de igualdad, en otros términos, para que se instituya la díada de la pareja, tenemos su soporte en esta relación inscripta en la media y extrema razón, a saber, este segundo uno que está a la derecha y vuelve a dar por relación al conjunto, con la condición de que se mantenga este tercer término a, la proporción. Entonces podemos decir que, en la relación sexual, en tanto el sujeto llega a hacerse igual al Otro, o a introducir en el Otro la repetición del uno, reproduce la relación inicial, que sostiene en todo momento este elemento tercero, a. Volvemos a encontrar el proceso que había indicado:
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En la relación del sujeto al A, bajo el modo de la división se produce el A/ [A mayúscula barrada] es también por relación a A, un $ viene a inscribirse y deja un resto a, que es el elemento irreductible.

¿Qué quiere decir?. Que comenzamos a concebir como puede jugar, un órgano tan local y en apariencia funcional como el pene, un rol donde podemos entrever la verdadera naturaleza de la satisfacción en la relación sexual. Algo, en efecto, en la relación sexual puede simbolizar la eliminación de este resto. Es en tanto órgano, asiento de la detumecencia, que el sujeto puede tener la ilusión (seguramente tramposa, pero por tramposa no menos satisfactoria) de que no hay resto, o al menos, de que no hay más que un resto perfectamente evanescente. Sería del orden de lo cómico y concierne al goce, ya que al mismo tiempo da su límite, en tanto que el goce estaría en el centro de la satisfacción sexual. Todo el esquema que soporta fantásticamente la idea de la descarga de las tensiones pulsionales, está sostenido sobre la base de la función de la detumecencia que impone este límite al goce.

Esta es la cara más decepcionante que se suponga, de una satisfacción, si se trataba simplemente de goce. Pero cada uno sabe que si algo está presente en la relación sexual es el ideal del goce del Otro, también lo que constituye su originalidad subjetiva, pues es un hecho que al limitarnos a las funciones orgánicas nada sea más precario que este entrecruzamiento de los goces. Si algo nos revela la experiencia, es la heterogeneidad radical del goce masculino y del goce femenino, justamente por esto hay almas bondadosas ocupadas, con mayor o menor escrupulosidad, en verificar la estricta simultaneidad de su goce con el de su partenaire. ¡A cuanto fracaso de señuelos y embustes se presta!. Hoy no exhibiré su gama.

Se trata de otra cosa que de esa pequeña acrobacia erótica. Se sabe qué lugar ha tenido en alguna verborragia psicoanalítica; si algo se funda alrededor del goce del Otro es porque la estructura que hemos anunciado hace surgir el espectro del don. Es porque no tiene el falo que el don de la mujer toma un valor privilegiado en cuanto al ser, se llama el amor, es el don de lo que no se tiene.

En la relación amorosa la mujer encuentra un goce, si se lo puede decir, causa sui; en efecto, lo que da bajo la forma de lo que no tiene es también la causa de su deseo. Ella deviene lo que crea de manera totalmente imaginaria y justamente lo que hace objeto, tanto que en el espejismo erótico ella puede ser el falo, serlo y a la vez no serlo; eso que da por no tenerlo deviene la causa de su deseo. Sólo a causa de esto la mujer ciñe de manera satisfactoria la conjunción genital, pero en la medida que provee el objeto que no tiene no desaparece en ese objeto: quiero decir, que este objeto no desaparece dejándola a satisfacción de su goce esencial más que a través de la castración masculina.

De manera que no pierde nada, puesto que pone nada más que lo que no tiene y que literalmente crea; por esto es siempre por identificación a la mujer que la sublimación produce la apariencia de una creación. Es siempre es una génesis oscura, por cierto antes que les exponga sus lineamentos estrictamente, ligada al don del amor femenino, en tanto crea este objeto evanescente, y más aún en cuanto le falta el falo omnipotente. Por eso puede participar en ciertas actividades humanas que nos quedaría examinar según sean espejismos o no, creación o poesía, por ejemplo.

El falo es entonces, si así lo quieren, por un lado el pene, pero cómo carencia por relación al goce, que define la satisfacción subjetiva a la reproducción de la vida. En efecto, en el acoplamiento el sujeto no puede realmente poseer el cuerpo que lo abraza, no sabe los límites del goce posible, quiero decir, de aquello que podría tener del cuerpo del otro, pues esos límites son inciertos y es todo lo que constituye el más allá que define escoptofilia y sadismo.

El desfallecimiento fálico se renueva siempre en el desvanecimiento del Ser del agujero, he aquí lo esencial de la experiencia masculina y lo que hace comparar este goce al retorno de la pequeña muerte. Esta función evanescente, mucho más directa, directamente, probada en el goce masculino, da al macho el privilegio de donde sale la ilusión de la pura subjetividad; si hay un instante en que el hombre puede perder de vista la presencia del objeto tercero, es en ese momento evanescente donde pierde (porque desfallece su instrumento no sólo para él, sino para la mujer) el elemento tercero de la relación de la pareja.

Es a partir de ahí que se edifican, antes aún del advenimiento del estatuto de la pura subjetividad todas las ilusiones del conocimiento. La imaginación del sujeto del conocimiento, ya sea antes o después de la era científica, es una forjadura de macho, y de macho en tanto participa de la impotencia que niega (al menos alrededor de la cual tiene efecto de causa del deseo) en tanto toma este menos por un cero. Lo hemos dicho, tomar al menos por un cero es propio del sujeto, el nombre propio, esta aquí hecho para marcar su huella.

El rechazo de la castración marca el delirio del pensamiento, quiero decir, la entrada del pensamiento del Je en lo real, es lo que constituye en nuestro rectángulo el estatuto del no pienso, en tanto que sólo lo sostiene su sintaxis. Esto hace a la estructura que permite edificar lo que Freud designa alrededor de la satisfacción sexual con relación al estatuto del sujeto.

Dejemos aquí, la próxima vez hablaremos sobre la función del acting-out.