Este dibujo es imperfecto. Vean esos dos segmentos uno y A (el lugar del Otro), el lugar donde se articula la cadena significante lo que soporta de verdad. Son los términos de la díada esencial, donde tiene que forjarse el drama de la subjetivización del sexo, es decir, de lo que estamos hablando desde hace un mes y medio.
Es esencial para los que estamos forjados en los términos heideggerianos, como verán no son mi referencia previlegiada; por eso no quiero decir díada esencial en el sentido de lo que es, sino en el sentido de lo que West, como se expresa Heidegger de una manera ya forzada en alemán. Digamos que connota.
No se trata ahí de ninguna otra cosa más que de la economía del inconsciente, de lo comúnmente se llama proceso primario. No olvidemos que para esos términos que acabo de adelantar como los de la díada que partimos (el uno tal como lo articulé la última vez, el Otro lo uso desde siempre), no olvidemos que tenemos a partir de su efecto algo risible, que se presta a la grosera metáfora de que eso sea el niño.
La subjetivización del sexo sólo engendra desgracias. Pero lo que ya produjo, que nos es dado de manera unívoca en la experiencia psicoanalítica, es ese desecho del que partimos como punto de apoyo necesario para reconstruir toda la lógica de la díada. Dejándonos guiar por eso de lo que este objeto es causa, lo saben: el fantasma.
La lógica, si es verdad que puedo planear la tesis inicial de que no hay metalenguaje, es la lógica que se puede extraer del lenguaje, expresamente de los lugares y los puntos donde el lenguaje habla de sí mismo, y es así como se expande en nuestros días. Cuando digo que se expande en nuestros días es porque es evidente, no tienen más que abrir un libro de lógica para percatarse que eso no tiene la pretensión de otra cosa, nada de óntica, apenas ontológica.
Remítanse ya que voy a dejar quince días de intervalo, a la lectura del Sofista de Platón para saber cuan exacta es esta fórmula concerniente a la lógica; su inicio no data ni de hoy ni de ayer. Este diálogo ha sido retomado por Martín Heidegger en su restauración de la pregunta del Ser; después de todo no será una disciplina poco saludable leerlo. Mi falta de información ha hecho que lo hayan recibido recientemente por un servicio de prensa, hoy puedo aconsejarles leer la introducción a la metafísica en la excelente traducción que ha dado Gilber Khan.
Digo excelente ya que no ha buscado lo imposible, y para todas las palabras de las que es imposible dar un equivalente sin equívoco tranquilamente ha forjado o reforjado las palabras francesas como pudo; saca un glosario que al final da su exacta referencia alemana. Todo esto no es más que un paréntesis.
Esta lectura es fácil lo que quizá no admite los otros textos de Heidegger, pero esta es extraordinariamente fácil. Es imposible volver más transparente la manera en la que entiende que reposa, en nuestro rodeo histórico, la cuestión del Ser. No es que yo piense que se trata de otra cosa que de una lectura de ejercitación y como decía hace un instante, saludable. Esto aclara las cosas, peor aún se extravía menos al dar la consigna de un retorno a Parménides y a Heráclito, tal genialmente como los sitúa al nivel de ese metadiscurso del que hablo, como lenguaje inmanente no es metalenguaje. El metadiscurso inmanente al lenguaje y que llamo lógica, he aquí lo que merece ser refrescado en la lectura.
Ciertamente no hago uso, pueden notarlo, del procedimiento etimologizante con el que Heidegger hace revivir admirablemente las fórmulas llamadas presocráticas. Es que también la dirección que indico difiere de la suya en ese obstáculo irreversible que indica el Sofista (lectura también extraordinariamente fácil que no deja de hacer referencia a Parménides), para marcar cual lejos y vivamente ha estado contra esa defensa que Parménides expresa en sus dos versos: Jamás doblegarás por la fuerza los no Ser al Ser, de esta ruta de búsqueda aleja más bien el pensamiento.
Es precisamente la ruta abierta desde el Sofista, que se impone a nosotras analistas, para que solamente sepamos con qué tenemos que vérnosla. Si hubiera logrado hacer un psicoanalista letrado habría ganado la partida, es decir, que a partir de ese momento la persona que no fuera psicoanalista devendría por lo mismo una iletrada. Que los numerosos letrados que pueblan esta sala se aseguren, tienen todavía su pequeño resto.
Hace falta que el psicoanalista llegue a concebir la naturaleza de lo que maneja como esta escoria del Ser, esta piedra rechazada, que deviene la piedra angular, que designo por el objeto a, que es un producto. Producto de la operación del lenguaje en el sentido en que el término producto se necesita en nuestro discurso, por el levantamiento desde Aristóteles de la dimensión del ergou, del trabajo.
Se trata de repasar la lógica a partir de este a, ya que este a, si lo he denominado no lo he inventado, es lo que está en mano de los analistas a partir de la experiencia que han franqueado, en lo que hace a la cosa sexual. Todos saben lo que quiero decir, y tanto más que no hablan más que de eso, ese a para el análisis son ustedes mismos cada uno de ustedes en vuestro núcleo esencial; eso los pone alerta como se dice, los remite al delirio de la esfera celeste del sujeto del conocimiento.
Esto explica (es la única explicación viable) porque en el análisis se parte del niño, es por razones metafóricas. El a es el niño metafórico del uno y del Otro en tanto nace como desecho de la repetición inaugural, la que por ser una repetición exige esta relación del uno al Otro, repetición de donde nace el sujeto. La verdadera razón de la referencia al niño, en psicoanálisis no es pues en ningún caso la de una germinación. La flor promete al devenir un feliz roñoso que le parece a Erikson suficiente motivo de sus cogitaciones y penas. Pero solamente esta esencia problemática, el objeto a, cuyos ejercicios nos dejan estupefactos no importa donde, es ejecutada por el niño en el fantasma. Es a su nivel que se ven los juegos y las vías mejor trazadas, hace falta para recoger eso las confidencias que no están al alcance de los psicólogos de niños. Brevemente es lo que hace que la palabra alma, tenga en el menor de los jugueteos sexuales del niño, en su perversión como se dice, la única, la sola y digna presencia que hace acordar a la palabra alma.
Entonces lo he dicho la última vez, el uno en esta lógica es la entrada en juego de la operación de la medida del valor a dar al a, esta operación del lenguaje que será en suma (¿qué otra se nos propone?) la tentativa de reintegrar a este a. ¿En qué?. En este universo de lenguaje, que he planteado al comenzar este año que no existe. ¿Por que?. A causa de la existencia del objeto a como un efecto. Operación contradictoria y desesperada, de la que finalmente la sola existencia de la aritmética, aunque fue elemental, nos asegura que la empresa es fecunda ya que aún al nivel de la aritmética, es percibido recientemente, hace falta decirlo, que el universo de discurso no existe.
Entonces, ¿cómo se presentan las cosas al comienzo de esta tentativa?, ¿que quiere decir que nos hace falta este uno?. Nos contentaremos para eso con la medida del objeto a.
Sospecharan que desde que comenzara mi teoría a ser objeto de una interrogación sería parte de los lógicos, habrá mucho que decir sobre al introducción aquí de tres signos que se representan por +, = y — (barra).
Estas son las pruebas a las cuales hace falta provisoriamente, para que mi curso no se estire indefinidamente, que ustedes se fíen; lo hice por mi cuenta no dejando aparecer más que las puntas al nivel donde pueden serles útiles. Hace falta remarcar si embargo, que a pesar de ser bastante cómodo, tenemos todavía bastante camino por recorrer.
Inscribo la fórmula que recubre el mayor de los inconmensurables, o el número de oro, designa que de dos magnitudes, la relación de la mayor a la menor, de 1 a a, es igual a la de la suma a la mayor. Si opero así no es para pasar demasiado rápido, las hipótesis que serían faccioso que tomaran por decisivas, quiero decir que crean demasiado este paradigma que hago funcionar para ustedes, el objeto a como inconmensurable en su referencia al sexo.
Es a este título que el uno está encargado de recubrir al sexo y a su enigma pero nada indica en la fórmula 1+a = 1/a que podamos hacer entrar la noción matemática de proporción en tanto no la tenemos escritas expresamente. Lo que implica esta escritura para cualquiera que la lea al nivel de su usual matemática, es que en tanto este uno no esta inscripto, la fórmula puede ser considerada poco rigurosa sólo indica la aproximación del uno al a, donde vemos surgir algo. Porque no en la ocasión representar al a por el uno, no empleo mis simbolizaciones al azar; lo que pueden recordar los que les he dado en la metáfora se acodarán que escribo la sucesión de significantes con la indicación de que debajo de esta cadena conlleve un significante sustituido y que es de esta sustitución que resulta el nuevo significante sustituido al S’. Lo que recela al significante al cual sustituye, toma el valor de algo que ya he connotado, toma valor del origen de una nueva dimensión significada que no pertenecía ni al uno ni al otro de los significantes en causa. Lo que no aparecería, algo análogo a lo que no seria más que el surgimiento de la dimensión de la medida o de la proporción, significante original y que implica en este momento de intervalo: que luego de haber escrito:
la completa el uno que estaba ausente inmanente, y que de hecho, al ser distinguido en este segundo tiempo, toma forma de la función significante del sexo en tanto reprimido. Es con relación al uno enigmático, que 1+a puede en nuestro simbolismo implicar una función de uno representando el enigma del sexo en tanto que reprimido. Luego este enigma del sexo va a presentársenos realizando la sustitución, la metáfora, que recubre la proporción de a. El 1, me van a decir, no está de ninguna manera reprimido, donde atendiéndome a una fórmula aproximativa hago una cadena de significante de lo que convendría que ninguno reprodujera el significante reprimido porque hace falta que el reprimido se distinga. ¿El 1 de la primera línea, va contra la articulación que intento dar?. No teniendo en cuenta la relación que ya he marcado del a al 1. Por ejemplo 1-a = a2, resultando 1= a2+ a.
Si las potencias pares por un lado son iguales a a, y las potencias impares son iguales a a2, vemos que entonces 1= a2+ a3+ a4 + a5…
Tienen una figura bastante buena de lo que he llamado en la cadena significante, el efecto metonímico, que desde hace largo tiempo y de ahora en más he ilustrado por el deslizamiento, en esta cadena, de a.
La medida que esta dada así, en este juego de escritura (ya que no se trata de ninguna otra cosa, surge de inmediato; nos basta hacer pasar este bloque total de a2+ a3+ a4 + a5…, como uno para obtener:
Me puedo dar el lujo, para entendernos de no escribir el uno, reproduciendo a su nivel la maniobra de siempre, sobre la derecha tienen la fórmula : a / (1 – a) (donde 1-a es igual a2 ); a es la identificación final que de alguna manera sanciona que a través de estos rodeos que no son nada, ya que podemos aprender a hacer jugar exactamente las relaciones de a al sexo, nos conduce puramente a esta identidad del a.
Aquellos a quien en esto les resulta aún un poco difícil, no omitan que este a es algo completamente existente, no he hecho hasta aquí presente pero puedo escribir su valor (raíz cuadrada de 5 – 1 sobre 2) si quieren escribir en cifras es algo así como 2,236…
Es un recuerdo de los tiempos, así se prendían las matemáticas; es cierto que no sería un método como criterio para los psicoanalistas; harían falta todos los que están en uso en el presente. Retomaremos entonces en esta fórmula aquellos tiempos para señalar en el 1+a lo que podemos llamar el sujeto sexual.
Si el uno designa en su primer tiempo de enigma la función significante del sexo, esa partir del momento en que 1-a, al nivel denominador de la igualdad tal como la vemos aquí desarrollarse, que surge, aunque no lo haya escrito en el nivel superior ese famoso dos de la díada. No podría escribirse bajo la forma de un dos sin haber advertido que eso no necesita algunos retoques suplementarios, que atañen en esta ocasión a la asociatividad de la adición. Dicho de otra manera que esta compuesto por dos unos, que cumplen una función diferente.
No es difícil remarcar en estos tres términos 1, 1, a, los intervalos en causa que ponen al a en un problema con relación a los otros dos unos.
¿Que puede querer decir esto?.
Para confrontar el a con la unidad, lo que es solamente instituir la función de la medida, hace falta comenzar por escribir la unidad. Es esta función que desde hace largo tiempo he introducido bajo el término de rasgo unario.
Entonces donde se escribe a este rasgo esencial para operar la medida del objeto a con relación al sexo. Seguramente no sobre la espalda del objeto, ya que ningún objeto a tiene espalda. Para esto sirve, lo que he llamado el lugar del Otro en tanto que está representado, requerido por toda esta marcha lógica. O sea, el lugar del Otro introduce el redoblamiento del campo del uno, es decir, que está sostenido de otra cosa que de la figuración de lo que he articulado como la repetición original. Hace que el primer uno, caro a los filósofos, que, sin embargo, opone a su manifestación, alguna dificultad, sólo surja retroactivamente a partir del momento en que introduce como significante una repetición.
Este rasgo unario -recuerdo los gritos desesperados de uno de mis oyentes, cuando simplemente amasé en un texto de Freud el Einziger Zug, que pasó desapercibido para ese encantador locutor al que le habría encantado hallarlo-, no crean, sin embargo, que no existe, que Freud no lo haya descubierto.
Hablaré siempre de los griegos, pero para quedar en la actualidad voy a abrir el último número de la revista Art Asiatique; verán una pintura de Shitao, que del rasgo unario hace un gran uso, no habla más que de eso durante un pequeño número de páginas. Eso se llama en chino yi, quiere decir uno o rasgo. Es el rasgo unario, ha funcionado mucho antes de que les hable sin parar de él.
Lo importante es reconocer en esas funciones esenciales que necesitan oponiéndose en espejo el campo del Otro al campo del uno enigmático, representado desde hace largo tiempo en mi grafo por la connotación S(A/) [A mayúscula barrada]. Lo que permite también en ese articulo que he titulado Observación sobre el informe… dar la fórmula de lo que se llama en psicoanálisis y en los textos freudianos una de las formas de la identificación, la identificación al ideal del Yo, del que he dado el rasgo en el Otro, indicando a su nivel esta referencia al espejo, de donde parte para el sujeto el nervio de todo lo que es identificación. Es decir, lo que esta especialmente en el campo de la díada, al distinguir situándose como distinto de otras dos funciones, que son respectivamente: la repetición, la identificación en el medio, y en fin, esa relación; les he dicho la última vez que hacía falta pensar respecto de lo que podría autorizarse en la díada sexual.
He calificado de bufonesca esta relación de la que hablamos, como algo que tendría la menor consistencia cuando se trata de sexo.
Quisiera hacer aquí un señalamiento: después del Sofista, con Aristóteles, interviene las operaciones de la lógica, cuyas categorías guardan un carácter inamovible, cualquiera sea la disolución que hayamos operado a continuación. Yo los he incitado vivamente a retomar este pequeño trazo esa admirable en cuando los ejercicios que permitirán dar un sentido al término sujeto. No hay que rehacer la enumeración de las categorías, la del lugar el tiempo, la cantidad, del cómo, porqué, etc; no es asombroso que después de una enumeración tan exhaustiva se señale que Aristóteles no haya introducido en las categorías esa suerte de relación que se podría escribir (inténtelo un poco me darán las nuevas) la relación sexual.
Todos los lógicos han podido ejemplificar los diferentes tipos de relación que distinguen como transitivas, intransitivas, irreflexivas, etc. Al ilustrar por ejemplo, los términos del parentesco, el padre de A, el padre de B, el hijo de C, etc. es bastante curioso que la ausencia en las categorías Aristotélicas de la relación sexual ha nadie le haya chocado al decir que si A es el hombre de B, B sea la mujer de A. Esta relación, sin embargo, forma parte de otra cuestión, a saber, la cuestión del estatuto que funda estos términos que acabo de adelantar bajo la forma del hombre y la mujer. Por este hecho es completamente vano proyectar (para emplear un término que el psicoanalista usa mal y atravesado, proyectar), en lo que marca el campo del Otro lo que llamaré ahora con una x, para marcar que el uno no era ninguna otra cosa, hasta el presente, que una denominación. Que haga falta denominar como uno del rasgo unario a lo que hay entre a y el Otro, es lo que no se puede más que por abuso considerar como es campo x, unificante.
Seguramente no es de ayer que este deslizamiento se ha operado, no es privilegio de los psicoanalistas la confusión de un Ser, cualquier Ser supremo con el Uno como tal; es lo que encarna de una manera eminente, por ejemplo, bajo la pluma de un Plotino.
Prevalencias, ya que opera, de esta función media de lo que he llamado ideal del Yo en tanto que depende de ella toda una cascada de identificación secundaria principalmente la del Yo ideal, núcleo del Yo.
Todo esto ha sido inscripto en su tiempo y lugar, por sí sólo hace surgir la cuestión del motivo de la necesidad de la multiplicidad de estas identificaciones; es claro al remitirse al pequeño esquema óptico ya dado, no es más que una metáfora, mientras que esto no tiene nada de metafórico, ya que las metáforas son lo operante en la estructura. El lazo del Uno al Otro por identificación y sobre todo si toma esta forma irreversible que hace del Uno el Ser supremo, es típico del error filosófico. Si les he dicho que lean el Sofista de Platón, es porque se está lejos de caer ahí, Platón es la mejor referencia para probarlo.
Sólo quisiera agregar los místicos, en tanto podemos definirlos como adelantados a la dependencia del a al ser, que no ha hecho más que anunciarse como impronunciable, en cuanto a su nombre a no ser por las letras enigmáticas, que reproduce la forma general del Soy, no el soy ni aquel que es, sino el Soy. Es decir, busquen siempre, no vean ahí nada de especifico o que merezca ser especificado en otro nivel por la referencia que se hace al padre, al Dios de los Judíos, también el Tao se enuncia, en nuestro tiempo donde el Zen es tan común, el Tao que se puede nombrar no es el verdadero Tao.
No estamos para regodearnos con las viejas bromas. Cuando hablo de los místicos hablo simplemente de los agujeros que encuentran, hablo por ejemplo de la oscura noche, de lo que puede haber de unitivo en las relaciones de la criatura que sea; uno puede siempre con los métodos más sutiles y rigurosos encontrar ahí un hueso. Es lo único por lo que me interesan, no hago del acto sexual una teoría mística. No hablo de los místicos más que para señalar que son menos bestias que los filósofos, también los enfermos son menos bestias que los psicoanalistas. Esto tiende únicamente una alternativa renovada, que muchas veces he dado como fórmula de la alienación, la bolsa o la vida, la libertad o la muerte, la estupidez o la canallada, por ejemplo. No hay elección cuando la cuestión de la estupidez o la canallada se plantea al nivel de los filósofos o de los analistas es siempre la estupidez la que lleva las de ganar, nunca la canallada.
Para tomar el campo que hay entre el a y el A, he dibujado tres líneas, cuan hecha simplemente par marcar que el a se iguala al a externo, y que hay un resto a-b. Hice unas líneas más que podrían ser las únicas para marcarnos que este campo hay que considerarlos, para nosotros analistas, como siendo en su conjunto algo que al menos se supone, participa de la función del agujero.
No puedo hacer más que introducir, por reconocimiento a la contribución que Green ha querido aportar a mi trabajo, porqué no, la referencia que introdujo bajo la forma de ese caldero del Es, que ha sido extraído de la trigésimo primer o trigésimo segunda conferencia de Freud.
El caldero, de alguna manera, apunta a la verdad, en el texto de Freud de eso se trata. Con qué ironía Freud podía dejar pasar tales imagenes es algo que haría falta estudiar, no está ahora a nuestro alcance, haría falta previamente libra sea una sólida limpieza, de lo que recubre el texto, la marca negra, no digamos demasiado. Es una de las cosas esenciales para distinguir, la diferencia entre la podredumbre y la mierda, hace falta hacer una distinción; nadie se percata por ejemplo de que Freud designa, es lo que hay de podrido en el goce. No soy yo quien inventa ese término que se pasea ya en la literatura cortés, son los términos poéticos que usan los cuentos de la Mesa Redonda, los vemos retomados bajo la pluma de ese viejo reacciónario T.S. Elliot bajo el título de West-Land, sabe muy bien de qué habla, léanlo. Es aún una muy buena lectura y muy entretenida, menos clara que la de Heidegger, no se trata de otra cosa, de una punta a la otra, que de la relación sexual. Se trataría de decantar el campo de la podredumbre del coaltar mierdoso, vista la función privilegiada que juega en esta operación el objeto analizado que la teoría psicoanalítica recubre.
En el lugar que había definido como el Es de la gramática, verán de que gramática se trata; Green ha recordado que no hacía falta que olvide la existencia del caldero en tanto que hace bulubulu. Le rindo este homenaje por recordarnos el otro uso que Freud hace del caldero, a saber, a propósito del reproche de haberlo perforado, el sujeto ejemplar responde, comúnmente que:
1) El no lo ha pedido prestado.
2) Que ya estaba perforado.
3) Que lo ha devuelto intacto.
Irónica fórmula pero ejemplar cuando se trata de la función de los analistas, porque el uso que hacen los analistas de este lugar, estoy de acuerdo que haga representarlo como un caldero, a condición de saber que estaba agujereado, en consecuencia es vano pedirlo prestado para hacer dulces y, por tanto, no lo pedimos prestado. Toda la técnica analítica se he equivocado al no señalarlo, consiste precisamente en dejar vacío el lugar del caldero, que yo sepa no se hace el amor en el consultorio analítico; es por lo que de este lugar y de lo que ahí se tiene que medir operando con a y con A, que podamos quizás decir algo.
Diré que estas tres divertidas referencias a la embarazosa situación del deudor del caldero, no hacen más que recubrir de parte de los analistas un triple rehusamiento de reconocer lo que está ahí en juego:
a) Que el caldero no lo han pedido prestado, niegan este no, se imaginan que efectivamente lo pidieron
b) Que parece que quieren olvidar mientras puedan, pero saben bien que el caldero está perforado.
c)Que prometer devolverlo intacto es venturoso.
Es solamente a partir de ahí que se podrá dar cuenta de este fenómeno de verdad que he intentado enlazar en la fórmula: Yo la verdad hablo. Es verdadero aunque los analistas piensen es eso, y aún si quieren pensar algo que no los fuercen a cerrar sus orejas a las palabras de la verdad.
Aquí aprehendemos el elemento mismo de la teoría analítica, acceder al acto sexual es acceder a un goce culpable, aún y sobre todo si es inocente el goce pleno, el del Rey de Tebas y salvador del pueblo, aquel que levanta el espectro tirado, no se sabe cómo y sin descendencia, porque se lo ha olvidado. Brevemente este goce recubre: la podredumbre, aquella que explota en la peste; el rey Edipo ha realizado el acto sexual, el Rey reinó, es un mito como los otros mitos de la mitología griega. Hay otra manera de realizarlo que encuentran en general su ratificación en los infiernos, la de Edipo, es la más humana, como decimos hoy, de la que no hay equivalente en griego, donde, sin embargo, se encuentra el mueble de estilo del humanismo. Que océano de goce femenino, no hizo falta para que la nave de Edipo flote sin hundirse, hasta que la peste le muestre de qué estaba hecho el mar de su bonanza.
Esta última frase puede parecerles enigmática. Es que aquí hay que respetar el carácter de enigma que debe guardar cierto saber, el que concierne al empeño que he marcado por el agujero. En tanto no hay entrada posible en este campo sin el franqueamiento del enigma (es o que designa el mito de Edipo, sin la noción de que el enigma sea o no resuelto, ese saber es intolerable para la esfinge; es lo que presenta cada vez que la verdad está en causa, la verdad se arroja al abismo cuando Edipo franquee el enigma. Lo que quiere decir que la verdad no puede soportar la superioridad del goce. ¿Qué quiere decir?. El goce en tanto que está en el principio de la verdad (lo que se articula en el lugar del Otro), que el goce, que se trata de saber dónde está, se plantea protegiendo la verdad. Hace falta que este ahí para cuestionar el lugar del Otro. No se cuestiona en otra parte.
Este les indica que ese lugar, que he introducido como el lugar donde se inscribe el discurso de la verdad, no es esta suerte de verdad que los estoicos llamaban incorporal; tendría que decir lo que es, es el cuerpo. No adelantaré más por hoy.
Como sea. Edipo sabía algo sobre al cuestión, cuya forma debería retener nuestra perspicacia.
El saber es necesario a la institución del acto sexual, es lo que dice el mito de Edipo. Juzguen la disimulación que hace falta que despliegue Yocasta, ya que sobre los caminos del encuentro, Tyche, no se lo encuentra más que una vez en la vida.
Edipo no ha sabido arbitrar mejor su saber; todos los años que dure su suerte, haga el amor a la noche en la cama o durante el día; acaso Edipo nunca ha tenido que evocar esa bizarra escaramuza que se produjo en la carretera con ese viejillo que sucumbió, tampoco al sobreviviente, un servidor que cuando vio a Edipo subir al trono se esfumó.
¿La imposibilidad de encontrarlos, no es para evocarnos algo?. Si Sófocles nos entrega toda la historia del servidor, es para evitar el hecho de que Yocasta no haya podido no saber; ella lo sabe, por eso se mata, por haber causado la pérdida de su hijo.
¿Qué es Yocasta?. Porqué no la mentira encarnada en el acto sexual; si nadie ha sabido verlo ni decirlo, es un lugar donde se accede a ver separada la verdad del goce.
La verdad no puede hacerse entender, ya que si hace entender todo se escamotea y se hace el desierto. Sin embargo, el desierto, es un lugar habitualmente poblado, ese campo x tiene normalmente un mundo loco: los masoquistas, los diablos, los espectros, aún las larvas. Basta simplemente que se comience a predicar el sermóncillo psicoanalítico para que todo el mundo se esfume, es de lo que se trata. El goce, se los he dicho, no esta ahí, y tiene el valor de goce.
Freud expresa lo mismo en el mito donde revela el sentido último del mito edípico; goce culpable, goce podrido sin duda, pero aún es no decir nada si no lo introduce la función de valor de goce, es decir, de lo que transforma en algo de otro orden. ¿El amo del mito que él, Freud, forja, cual es su goce?. Él goza, se dice, de todas las mujeres. ¿Que quiere decir, no hay ahí algún enigma?.¿ Y esas dos versiones de sentido de la palabra gozar, subjetiva y objetiva?, ¿es aquel que goza por esencia?,¿pero entonces todos los objetos están huyendo de alguna manera del campo, o sin eso de lo que goza?. Poco importa porque el goce del objeto, a saber, de la mujer. Esto no está dicho, se escamotea por la simple razón de que el mito trata de designar en este punto en este campo que la función original de un goce absoluto no funciona más que hasta que es goce matado, o si quieren goce aséptico. O aún para retomar a la cuenta una palabra que aprendí de los canadienses cane, he aquí una palabra franglés, un goce canée.
He aquí lo que Freud nos designa del mito del padre y de su muerte, como la función original sin la cual no podemos avanzar sin concebir cual va a ser nuestro problema, a saber lo que goza en las operaciones, gracias a la que se cambian, se economizan y se revierten las funciones del goce, tal como tenemos que enfrentarlo en la experiencia analítica. Es con la que continuaremos el 10 de Mayo.