Dime cual es la primera cosa que te acuerdas?» «¿Qué quieres decir?» Responde el otro «¿La primera que me viene a la mente?» «No, el primer recuerdo que hayas tenido». Larga reflexión… «Debo haberlo olvidado». – «Justamente, el primero que hayas olvidado». Larga reflexión… «Olvidé la pregunta».
Extraje estas réplicas para ustedes (ya tendrán mis fuentes!) de una pequeña pieza muy hábil y hasta penetrante que me había atraído por su titulo, que contiene dos personajes, para mí, bastante plenos de sentido: Rosenkranz y Gildenstern: el uno y el otro, nos dice el titulo, están muertos. Ojalá fuese verdad! Nada de eso. Rosenkranz y Gildenstern estarán siempre ahí, pero sus réplicas, me parece, están bien hechas para evocar la diferencia, la distancia, que hay entre tres niveles de ( maqentiv ), diría yo, de sabia aprehensión.
La primera, cuya teoría, la reminiscencia que les he presentificado la última vez con la evocación del Menon, da el ejemplo, la centraré sobre un «yo feo» en una prueba reveladora.
La segunda, diferente, que es presentificada en el tono —es la palabra apropiada— del progreso de nuestra ciencia, es un «yo escribo». Yo escribo, aún cuando es para seguir la huella de un escrito ya marcado. El desprendimiento de la incidencia significante como tal, significa nuestro progreso en esta aprehensión de lo que es saber; lo que yo he querido recordarles, no a través de esta anécdota sino de estas réplicas muy bien forjadas y que, de alguna manera, designan ellas mismas su lugar por ir a situarse en un nuevo manejo de estas marionetas esenciales a la tragedia que es verdaderamente la nuestra propia, la de Hamlet, sobre la cual me he abocado ampliamente a la localización del lugar como tal del deseo, designando con esto lo que ha podido hasta acá, parecer muy extraño: que exactamente cada uno haya podido leer allí el suyo.
Estas tres réplicas designan pues este modo propio de la aprehensión sapiente que es el del análisis y que comienza con «yo pierdo»; pierdo el hilo. Ahí comienza lo que nos interesa saber —el que se extrañase o se quedase con los ojos abiertos mostrarla claramente que olvida lo que fue la entrada en el mundo, los primeros pasos del análisis, el campo del lapsus, del tropiezo, del acto falido.
Les he recordado su presencia desde las primeras palabras de este año. Verán que volveremos sobre eso y que es esencial mantener esta referencia siempre en el centro de nuestra mira si no queremos perder la cuerda cuando se trata, en su forma más esencial, de lo que yo llamo este año el acto psicoanalítico.
Pero también me han visto ustedes casi todas las veces comenzar con cierta incomodidad por lo que pido disculpas. La razón no era otra que vuestra amable asistencia. Me planteé bajo una forma que se centra hoy, la problemática de mi enseñanza.
Qué quiere decir lo que acá produzco desde hace más de cuatro años? Bien vale plantear la pregunta. Es acto psicoanalítico?
Esta enseñanza se produce ante ustedes, a saber, público: como tal no podría ser acto psicoanalítico. Qué quiere decir a partir de esto que aborde la temática? Es decir que pienso someterla aquí a una instancia critica? Es una posición que, después de todo, seria asumible, y que por otra parte ha sido asumida muchas veces, aún si propiamente hablando no es de este término «acto» que se hayan valido.
Es bastante impactante que cada vez que la tentativa fue hacha por alguien de afuera, sólo diera pobres resultados.
Ahora bien yo soy psicoanalista; y en el acto psicoanalítico estoy yo mismo tomado. Puede haber en mí otro propósito que el de captar el acto psicoanalítico desde afuera? Si. Y he aquí como ese propósito se instituye.
Una enseñanza no es una acto; no lo ha sido jamás. Una enseñanza es una tesis, como se lo ha formulado siempre muy bien en la época en que se sabía lo que era. Una enseñanza en la Universidad, en los buenos tiempos en que esta palabra tenía un sentido, quería decir tesis. Tesis supone anti-tesis. En la antítesis puede comenzar el acto. Quiere decir que yo lo espero de los psicoanalistas?
La cosa no es tan simple; en el interior del acto psicoanalítico, mis tesis implican a veces consecuencias; es impactante que estas consecuencias encuentren—digo en el interior—objeciones que no pertenecen ni a la tesis, ni a ninguna otra anti-tesis formulable más que los usos y costumbres reinantes entre los que hacen profesión del acto psicoanalítico.
Es singular pues que un discurso que hasta ahora no está para nada en el interior de los que en el acto psicoanalítico se contradicen fácilmente, encuentra en algunos casos obstáculo que no es de contradicción.
La hipótesis que guía en mí la prosecución de ese discurso es la siguiente; no por cierto que haya indicación de criticar el acto psicoanalítico y voy a decir por qué; sino por el contrario demostrar—quiero decir en la instancia de este acto—que lo que ella desconoce es que sin salir se llegaría mucho más lejos.
Tenemos que creer que hay algo bastante insoportable en este acto, insostenible para el que se compromete en él por lo que teme aproximarse, hay que decir a sus límites porque además lo que voy a introducir en esta particularidad de su estructura, después de todo suficientemente conocida como para ser captable para todos, pero que no se formula casi nunca.
Si partimos de la referencia que di hace un momento, a saber, que la primera forma del acto inauguradas por el análisis es este acto sintomático del que se puede decir que nunca es tan bien logrado como cuando es un acto falido.
Cuando el acto falido es supuesto, es controlado, se revela de que se trata—abrochémosle esa palabra sobre la cual ya he insistido suficientemente que sale de ella reanimado: la verdad.
Observen que es de esta base que partimos, nosotros, analistas, para avanzar; sin ella ni siquiera habría ningún análisis posible: que todo acto aún que no lleve ese pequeño indicio de falido, dicho de otro modo, que se ponga a sí mismo una buena nota en cuanto a la intención, no deja de caer exactamente bajo el mismo resorte, a saber que puede ser planteada la cuestión de otra verdad que la de esta intención.
De donde resulta que esto es precisamente diseñar una topología que puede expresarse así: que con sólo diseñar la vía de su salida, se vuelve entrar aún sin pensarlo y que después de todo, la mejor manera de volver a entrar de una forma segura, es salir de veras.
El acto psicoanalítico designa una forma, una envoltura, una estructura tal que de algún modo suspende todo lo que está instituido hasta ahora, formulado, producido como estatuto del acto, en su propia ley. Es además, desde el punto donde se sostiene aquel que, bajo cualquier titulo se compromete en este acto, una posición donde es difícil deslizar el sesgo desde ningún ángulo, lo que a partir de esto sugiere que alguna forma de discernimiento debe ser introducida, es fácil abrochar las cosas retornando al principio, que si no hay nada tan logrado como el falido en cuanto al acto, eso no quiere decir por lo tanto que una reciprocidad se establezca y que todo falido en sí sea el signo de algún logro, quiero decir logro del acto.
No todos los traspiés son interpretables, es evidente. Lo que se impone al comienzo como una simple advertencia que es además por otra parte la única objeción producida en el uso. Basta comenzar a introducir ante alguien de «buen sentido», como se dice —si es nuevo, si no ha sido todavía inmunizado, si conserva alguna frescura— la dimensión de las cogitaciones analíticas para que la gente nos responda: «Pero, qué me viene a contar sobre esas torerías que conocemos bien y que simplemente están vacías de todo apoyo comprensible, que no son más que negativos!».
Es seguro que a ese nivel de discernimiento no hay regla segura y es así que se constata que manteniéndose en efecto a nivel de esos fenómenos ejemplares, el debate queda en suspenso; no es inconcebible que, precisamente cuando el acto psicoanalítico cobra su peso, es decir donde por primera vez en el mundo hay sujetos cuyo acto es ser psicoanalistas, es decir que sobre esto organizan, agrupan, persiguen una experiencia, toman sus responsabilidades en algo que es de otro registro que aquél del acto, a saber un hacer. Pero atención: ese hacer no es el suyo.
La función del psicoanálisis se carácteriza claramente por haber instituido un hacer por el cual un psicoanalizarte obtiene un cierto fin, que nadie ha podido todavía fijar claramente se puede decir si uno se fía en la oscilación, verdaderamente desordenada de la aguja, que se produce cuando se interroga a los autores al respecto.
No es el momento de darles a ustedes un abanico de esta oscilación, pero pueden creerme y pueden también controlar en la literatura.
La ley, la regla como se dice, que ciñe la operación llamada psicoanálisis estructura y define un hacer. El paciente, como se dice todavía, el psicoanalizarte palabra-broche que he introducido recientemente, (que se ha difundido rápidamente, lo que prueba que no es inoportuno y que por otra parte es evidente: decir «el psicoanalizado» es dejar sobre la consumación de la cosa todos los equívocos; mientras que uno está en psicoanálisis la palabra «psicoanalizado» no tiene otro sentido que indicar una pasividad que no es de ningún modo evidente, es más vale lo contrario porque después de todo el que habla todo el tiempo es el «psicoanalizarte»; lo que ya es un indicio) ese psicoanalizante cuyo análisis es llevado a un término cuyo alcance de fin, acabo de decirlo, nadie ha definido estrictamente aún en todas las acepciones de esa palabra pero donde no obstante se supone que eso puede ser un hacer logrado… Abrocharle una palabra como «ser». ¿Por qué no? Queda para nosotros muy en blanco ese término y bastante pleno sin embargo como para poder acá servirnos de señal. Cuál seria el fin de una operación que seguramente tiene que ver, al menos al principio, con la verdad si la palabra «ser» no fuera evocable en su horizonte.
¿Lo es para el analista? A saber aquel que es supuesto, recordémoslo haber atravesado ese recorrido sobre los principios que supone y que son aportados por el acto del psicoanalista…
Es inútil interrogarse sobre si el psicoanalista tiene derecho, en nombre de cierta objetividad, a interpretar el sentido de una figura dada por el sujeto haciente en esta operación poética. Inútil preguntarse si es legítimo o no interpretar ese hacer como confirmando el hecho de la transferencia.
Interpretación y transferencia están implicados en el acto por él que el analista da a ese hacer soporte y autorización. Está hecho para eso.
Aún si el analista no hace nada, hay que dar sin embargo algún peso a la presencia del acto. Pues esta distribución del hacer y del acto es esencial al estatuto mismo del acto.
Adonde pueda captarse que el acto psicoanalítico manifiesta algún tropiezo? No olvidemos que el psicoanalista es supuesto haber alcanzado este punto donde, por reducido que sea, se ha producido para él esta terminación que comporta la evocación de la verdad.
Desde este punto de ser, es supuesto el Arquímedes capaz de dar vuelta todo lo que se desarrolla en esta estructura primeramente evocada cuya clave está en ese ceñimiento con un «yo pierdo» con que yo comencé.
¿Puede ser interesante ver reproducir este efecto de pérdida más allá de la operación que centra el acto analítico?
Pienso que planteando la cuestión en estos términos, verán enseguida que no es aleatorio que sea en las insuficiencias de la producción, diría yo analítica, que debe leerse algo que responde a esta dimensión de tropiezo. Más allá de un acto supuesto hacer pero del que hay que suponer este punto magistral si queremos poder hablar de algo que le concierna, y además no hay nada abusivo en evocarlo, cuando los analistas son por sí mismos, quienes más pueden caer bajo el peso de esta designación del tropiezo. Allí donde yo propongo que se vaya a buscar la incidencia que pueda apoyar, incluso instaurar nuestra critica, no hay nada abusivo en hablar de este punto decisivo del pasaje de psicoanalizarte a psicoanalista, porque para los mismos psicoanalistas la referencia a esto mismo que acabo de evocar es constante y dada como condición de toda competencia analítica…
Poner a prueba esta literatura analítica podría ser un trabajo infinito. Ya he puntuado además algunos ejemplos en el horizonte. Cité en mi primer curso de este año el articulo de Rappoport que podrá llamarse en francés: apareció en el Boletín Internacional, «Estatuto analítico del pensar» «thinking» es un participio presente en inglés.
Creo que, en una reunión tan numerosa, sería tan fastidioso como ineficaz tomar un artículo semejante para ver manifestarse allí una extrema buena intención, si puedo decir, una especie de enchapado de todo de lo que, del enunciado freudiano mismo, puede organizarse como una enunciación concerniente a la función del pensamiento en la economía llamada analítica.
Resulta impactante los desgarros que se marcan a cada momento, la imposibilidad para hacer partir ese montaje, o desmontaje, como quieran, del thinking del proceso primario mismo y a nivel de lo que Freud designa como la alucinación primitiva, la que está ligada a la primera búsqueda patética, la supuesta simplemente por la existencia de un sistema motor que, desde que no encuentra «el objeto» de su satisfacción, sería—está al principio de la explicación del proceso primario- responsable de ese proceso regresivo que hace aparecer la imagen fantasmática de lo que es buscado.
La completa incompatibilidad de ese registro, que está bien sin embargo poner en el tablero del pensamiento con lo que está a nivel de los procesos secundarios, está instaurada por un pensamiento que es una especie de acción reducida, de acción de poca monta, a saber, que fuerza a pasar a otro registro distinto de aquel que ha sido evocado antes, a saber, la introducción de la dimensión de la prueba de realidad, no deja, por supuesto, de ser dicho al pasar por el autor que, siguiendo imperturbablemente su camino, llegará a darse cuenta que no solamente hay dos modos y dos registros de pensamiento, sino que hay una infinidad para escalonar en lo que antes los psicólogos han calificado como niveles de la conciencia, y en consecuencia reducir completamente el relieve de lo que Freud ha aportado a lo que se llama la reducción a la psicología general, es decir su abolición
Sólo es un pequeño ejemplo y ustedes pueden confirmarlo cada uno a su gusto. Si algunos tuvieran interés se podría dedicar un seminario a seguir algo así en sus detalles —por qué no— me parece que lo importante en esta perspectiva de reducción, está completamente eludido con el consecuente fracaso. Lo que es impactante, destacable, inaudito, implicado en la dimensión de los procesos primarios es algo que puede expresarse más o menos así: no «al comienzo está la insatisfacción», no es esto, no es que el individuo viviente corre tras de su satisfacción. lo que es importante, es que haya un estatuto del goce que sea la insatisfacción; elidiéndolo como original, como implicando en la teoría de aquel que introdujo dicha teoría, poco importa que lo haya o no expresado así, pero si él lo ha hecho así, es decir si ha formulado el principio del placer como nunca nadie lo había formulado antes que el, dado que el placer servía desde siempre para definir el bien, era en sí mismo satisfacción. Salvo que naturalmente nadie podía creerlo, porque todo el mundo ha sabido desde siempre que estar en el bien no siempre es satisfactorio; Freud introduce esta otra cosa; se trata de ver cuál es la coherencia de esta punta con la que se indica en primer lugar en la dimensión de la verdad.
Abrí por azar una revista, un semanario en el cual vi firmas distinguidas, de esas que están del lado en que la batalla divina está siempre en su apogeo, el del bien precisamente vi un artículo que comenzaba con una especie de hechizo alrededor de «Lo simbólico, lo imaginario y lo real» a lo que la persona que indico refería la iluminación que había aportado al mundo esta tripartición, vean de lo que soy responsable, y concluía valientemente: «para nosotros, eso significa que: lo real es Dios». Vean, cómo se puede decir que hice Un aporte a la fe teológica.
A pesar de todo eso me ha incitado a probar, para muchos de los que están acá que tal vez ven que todo eso se mezcla, que sin embargo, si no se toman esos términos de modo absoluto, lo que se puede indicar es esto: Simbólico en alto (S), Real a la derecha, (R), imaginario a la izquierda (I).
Es de lo más zonzo. No serviría para nada y menos un triángulo rectángulo, salvo, quizás, para ayudarnos un poco a plantear las preguntas, espero que no van a andar por ahí, con este esquema, buscando todo el tiempo en qué casilla estamos!. Pero en fin, de todos modos.
Si recordamos lo que enseño concerniente al sujeto ($) como determinado por el significante, siempre, por dos significantes, o más exactamente por un significante como el representante ante otro significante, por qué no poner ese $ acá como una proyección sobre el otro lado?
Esto quizás nos permitirá preguntarnos qué pasa con las relaciones del sujeto entre lo imaginario y lo real.
Por otra parte, ese famoso I del rasgo unario del que se parte para ver cómo se produce efectivamente ese mecanismo de la incidencia del significante en el desarrollo, a saber la primera identificación, la pondremos también como una proyección sobre el otro lado.
Y la tercera función me será dada por (a) que es exactamente como una caída de lo real sobre el vector tendido de lo simbólico a lo imaginario, a saber como el significante puede muy bien tomar su material—nadie vería obstáculo—en las funciones imaginarias, es decir en la cosa más frágil, la más difícil de captar, es cuanto a lo que es del hombre, no por supuesto porque no haya en él esas imagenes primitivas destinadas a darnos una guía en la naturaleza, sino que justamente como el significante se apodera de ellas es siempre difícil descubrirlas en bruto.
Ahora bien, ustedes ven que se puede plantear la cuestión de lo que representan los vectores que unen cada uno de los puntos localizados.
Esto tiene importancia—es por eso obviamente que los preparo para este pequeño juego— porque, a pesar de todo, desde que empezamos a hablar del acto psicoanalítico no hemos podido hacer otra cosa que reevocar las dimensiones donde se han desplegado nuestros puntos de referencia concernientes a la función del síntoma, por ejemplo cuando lo hemos puesto como fracaso de lo que es sabible (sachable), a saber lo que desde siempre representa alguna verdad. Y acá pondremos lo que constituye el tercer polo, el goce.
Esto introduce sin embargo, dada una cierta atadura fundamental del espirito humano a lo imaginario, algo que puede ayudarlos a la manera de puntos cardinales, en el sentido que quizás podrán servir de soporte para el círculo, espero que ustedes no se embrollarán demasiado, cada vez que yo vuelva a evocar uno de esos polos y como hoy planteé la cuestión de lo que pasa con el acto del analista en relación a la verdad.
La cuestión puede y debe plantearse en el punto de partida, es que el acto psicoanalítico se hace cargo de la verdad? Lo aparenta. Pero quién osaría hacerse cargo de la verdad sin atraerse el escarnio —en ciertos casos, me las doy de Poncio Pilatos. Hay una linda imagen de Claudel: Poncio Pilatos no tuvo otra culpa que plantear esta pregunta: caía mal; es el único que la haya planteado ante la verdad. Eso lo ha cargado un poco al costado. De donde resulta —acá estoy en el registro de Claudel, es Claudel quien inventó eso— que cuando más tarde él se paseaba por ahí, todos los ídolos veían abrirse su vientre y cierta violenta caída con un fuerte ruido de máquina tragamonedas.
No propongo la cuestión ni en semejante contexto, ni con semejante vigor como para obtener ese resultado, pero en definitiva algunas veces se aproxima. El psicoanalista no se hace cargo de la verdad. No se hace cargo de la verdad precisamente porque ninguno de esos polos es juzgable más que en función de lo que representa de nuestros tres vértices de partida, a saber que la verdad es la inscripción del significante en el lugar del Otro. Es decir que la verdad no está ahí así nomás no más que el goce por otra parte, que tiene ciertamente relación con lo real pero del que justamente el principio del placer está hecho para separarnos.
En cuanto al saber, es incuestionablemente una función imaginaria de idealización. Es lo que hace delicada la posición del analista que en realidad se sostiene ahí en el medio, donde está el vacío, el agujero, el lugar del deseo, (parte sombreada del esquema).
Sólo que eso implica un cierto número de puntos tabú, de algún modo, de disciplina. Es a saber que dado que seguramente uno tiene que responder a algo, me refiero a aquellos que vienen a consultar al analista para encontrar más seguridad, y bien mi Dios, se llega hasta a hacer una teoría de las condiciones de seguridad creciente a que debe llegar alguien que se desarrolla normalmente.
Es un hermoso mito. Hay un articulo de Eric Eriksonsobre el sueño de la inyección de Irma malogrado de este modo. Nos enumera por etapas como debe edificarse la seguridad del pobre tipo que tuvo ante todo una mami conveniente, aquella por supuesto que ha aprendido bien su lección en los libros de los psicoanalistas. El escalonamiento llega hasta el extremo de darnos ya lo he evocado alguna vez, pido disculpas, es una macana, un C.I. perfectamente seguro. Es construible. Todo es construible en términos de psicología.
Se trata de saber en que es compatible el acto psicoanalítico con semejantes desechos. Es preciso creer que tiene algo que ver. Y la palabra «desecho» no hay que tomarla aquí como puesta al azar puede ser que abrochando convenientemente ciertas producciónes teóricas se podría de pronto localizar sobre este mapa, porque de mapa se trata y tan socrático, mi Dios, que no es más que lo que evocaba el otro día a propósito del Menon, no tiene otro alcance que como ejercicio; basta con ver la relación que puede tener una producción que en ningún caso tiene función en relación a la práctica, que ni siquiera respetan los analistas más efervescentes, en esas construcciónes en general optimistas, ningún psicoanalista, si puedo decir, salvo excesos o excepciones, va a creer en esto cuando interviene.
La relación de esas producciónes con el punto natural del desecho, a saber el objeto (a), puede quizás servir para hacernos progresar en cuanto a las relaciones de la producción analítica con tal o cual otro término, por ejemplo la idealización de su posición social que pondremos en alguna parte del lado de I mayúscula. Abreviando, la inauguración de un método de discernimiento en cuanto a lo que hay de las producciónes del acto psicoanalítico, de la parte de pérdida quizás necesaria, no digo que implica, puede ser de naturaleza tal como para iluminar lo que hay del acto analítico, del estatuto que supone y que soporta en su ambigüedad desplegada; y por qué detenerse en un punto cualquiera de la extensión antes de que, si puedo decirlo, hayamos vuelto a nuestro punto de partida, si es cierto que no hay forma de salir de él, más valdría dar la vuelta. Es precisamente de lo que vamos a intentar este año dar una primera imagen tentativa, y para ello obviamente no voy a tomar los peores ejemplos. Hay desechos y desechos, si puedo decir. Hay desechos ininterpretables. fijense que esta designación de ininterpretable no está tomada acá en sentido propio.
Tomemos un excelente autor que se llama Winnicott. Es muy destacable este autor al que debemos uno de los más finos descubrimientos, me recuerda, y nunca dejará de volver a mis recuerdos en homenaje, la ayuda que el objeto transicional, como él lo llamó, me aportó cuando yo me interrogaba sobre la forma de demistificar esa función del objeto llamado parcial tal como la vemos sostener para soportar la teoría más abstrusa, la más mitificante, la menos clínica sobre las pretendidas relaciones desarrollantes de lo pre-genital con relación a lo genital.
La sola introducción de ese pequeño objeto que Winnicot llama objeto transicional, ese cachito de trapo a cuya presencia el bebé, mucho antes de ese drama alrededor del cual se han acumulado tantas vaguedades confusas, mucho antes que ese drama del destete—que cuando lo observamos no es siempre forzosamente un drama como me lo hacía notar alguien bastante sagaz, es posible que la persona que más sienta el destete sea la madre—que seria la única presencia, en ese caso, que parece ser de algún modo, el apoyo, el puente fundamental gracias a lo cual ya nada será después desarrollado sólo en términos de relaciones duales, la relación del niño y la madre se ve inmediatamente interferida por esa función de ese pequeño objeto cuyo estatuto nos va a articular Winnicot.
Retomaré el 10 de Enero esas carácterísticas cuya descripción se puede decir que es ejemplar.
Basta con leer a Winnicot para traducirlo. Está claro que de algún modo, es fácil ver acá la relación de ese pedacito de trapo, ese pedacito de sábana, ese cachito manchado al que se aferra el niño con ese primer objeto de goce, que no es el seno de la madre, nunca permanente, sino aquél siempre al alcance, el pulgar de la mano del niño Cómo pueden los analistas descartar de su experiencia lo que se les ofrece en grado sumo sobre la función de la mano? Hasta tal punto que, para ellos, lo humano debería escribirse con un guión en el medio (tau-mano).
Les aconsejo esta lectura, es fácil. En el número 5 de esa revista que pasó largo tiempo por la mía, que se llamaba «El psicoanálisis» hay una traducción de este objeto transicional, de Winnicot. Léanla. No hay nada más cansador que una lectura que es la menos propicia para retener la atención, pero si alguien quiere hacerla para la próxima vez no entenderá todo eso tan mal como para decir ¿Qué es este objeto (a)?; que no está ni en el exterior ni en el interior, ni real, ni ilusorio, ni esto, ni aquello. no entra para nada en toda esa construcción artificiosa que el común del análisis edifica alrededor del narcisismo, viendo allí algo muy distinto que eso para lo cual está hecho, a saber, no para distinguir dos vertientes morales, de un lado el amor a sí mismo y del otro el del objeto como se dice; queda muy claro, ya lo he dicho acá, leyendo lo que Freud ha escrito del Real Ich y de Lust Ich, que está hecho para demostrarnos que el primer objeto, es el Lust Ich, a saber yo mismo, la regla de mi placer y que eso le queda.
Entonces a toda esa descripción, tan preciosa como fina, del objeto (a), sólo le falta una cosa, es mostrar que todo lo que se dice no quiere decir nada, que el brote, la punta, el primer retoño de qué?, de lo que el objeto (a) comanda, a saber simplemente el sujeto, el sujeto como tal, funciona al principio a nivel de este objeto transicional. No se trata ciertamente de una demostración hecha para disminuir lo que puede hacerse como producción alrededor del acto analítico. Pero ustedes verán lo que pasa cuando Winnicot lleva las cosas más lejos, a saber cuando él, no ya como observador del pequeño bebé, que lo es más capaz que cualquiera, sino marcando su propia técnica concerniente a lo que el busca, a saber, de una manera patente -se los indiqué la última vez al final de mi conferencia—la verdad. Porque ese self del que habla, es algo que está ahí desde siempre, a la zaga de todo lo que pasa, incluso antes que de alguna manera el sujeto se haya orientado, algo es capaz de congelar, escribe, la situación de falta. Cuando el entorno no es apropiado en los primeros días, los primeros meses del bebé, algo puede funcionar que hace ese «freezin» esta congelación; seguramente esto es algo que sólo la experiencia puede dilucidar y hay todavía con respecto a esas consecuencias psicóticas algo que Winnicot ha visto muy bien. Pero detrás de ese «freezing», nos dice Winnicot, está ese self que espera, ese self que por estar congelado constituye el falso self al cual hace falta que Winnicot reanime por un proceso de regresión que será el objeto de mi discurso la próxima vez para mostrarles su relación con el actuar del analista.
¿Qué es lo que espera detrás de ese falso self? Lo verdadero para recomenzar. Cualquiera puede ver cuando ya tenemos en la teoría analítica ese Real Ich, ese Lust Ich, ese Ego, ese Id, todas esas referencias ya suficientemente articuladas para definir nuestro campo, que la adjunción de ese Self no representa nada más que, como por otra parte se confiesa en el texto como False y True, la verdad y cualquiera puede ver también que no hay otro true self detrás de esta situación que Winnicot mismo que, ahí, se plantea como presencia de la verdad.
Con esto no digo nada que implique de ningún modo un descrédito de eso a lo que esa posición lo conduce. Como verán la próxima vez, extraído de su mismo texto, está en una posición que se confiesa deber en tanto que tal y de manera confesada, salir del acto analítico, toma la posición de hacer, por lo que asume, como se expresa otra analista, responder a todas las necesidades del paciente.
No estamos acá para entrar en detalle de a qué conduce eso. Estamos para indicar cómo el menor desconocimiento—y cómo no habría de existir si todavía no está definido—de lo que pasa con el acto analítico arrastra inmediatamente a quien lo asume y tanto más cuanto más seguro esta, cuanto más capaz es—cito este autor porque considero que no hay ni quien se le acerque en lengua inglesa—llevándolo enseguida, negro sobre blanco, a la negación de la posición analítica.
Esto por si sólo me parece confirmar, dar cebo y hasta apoyo a lo que introduzco como método de critica a través de las expresiones teóricas de lo que hay del estatuto del acto psicoanalítico.