Hablando del acto analítico tengo dos ambiciones, si se puede decir: una larga y otra corta y forzosamente la corta es la mejor.
La larga, que no puede ser descartada, es aclarar lo que hay del acto. La corta es saber que es el acto del psicoanalista.
Ya en algunos escritos anteriores he hablado del psicoanalista, no «del» como contracción «de» el psicoanalista, dije que sólo partía de que hay psicoanalista.
La cuestión de saber si hay «el» psicoanalista no es de todas formas como para dejar en suspenso, se trata de saber de qué modo hay un psicoanalista, que es una cuestión que se plantea más o menos en los mismos términos que lo que se llama en lógica la «cuestión de la existencia».
El acto psicoanalítico, si es que es un acto, y de eso hemos partido desde el año pasado, es algo que nos plantea la cuestión de articularlo, de decirlo, lo que es legitimo y yendo más lejos, lo que implica consecuencias de acto en tanto que el acto mismo es por su propia dimensión un decir
El acto dice algo, de eso hemos partido.
Esta dimensión ha sido percibida desde siempre; está presente en el hecho, en la experiencia. Basta con evocar por un momento fórmulas, fórmulas pregnantes, fórmulas que han actuado, como la de «actuar según su conciencia» para pescar de que se trata.
«Actuar según su conciencia», tenemos acá una especie de punto medio alrededor del cual se puede decir que ha girado la historia del acto o que se podría tomar como punto de partida para centrarlo, actuar según su conciencia, por qué? y ante quién?.
Ya no es eliminable la dimensión del Otro en tanto que el acto viene allí a testimoniar algo.
Quiere esto decir que está allí el verdadero punto crucial, el centro de gravedad? Podemos siquiera por un instante sostenerlo desde donde estamos, es decir desde donde la conciencia como tal es puesta en cuestión, puesta en cuestión en la medida que puede dar a qué? Ciertamente no al saber; tampoco a la verdad.
Es de acá que volvemos a partir tomando la medida de lo que todavía no está para nada definido, para nada circunscripto verdaderamente, de lo que simplemente hemos introducido, ni siquiera supuesto, del acto psicoanalítico para volver a interrogar ese punto de equilibrio alrededor del que se plantea la cuestión de lo que es el acto.
Sabemos que hay en el horizonte un vasto rumor, un rumor que viene de lejos, desde las épocas llamadas «clásicas», o también la «antigüedad», donde ciertamente sabemos que en todo lo que se dijo sobre el tema del acto ejemplar, del acto meritorio, del «plutarquismo» si quieren, desde ya sentimos ciertamente que entra en juego demasiada estima de sí mismo, y sin embargo, ¿nos hemos distanciado tanto?
Si pensamos que actualmente es alrededor de un discurso, de un discurso sobre el sujeto que retomarnos el acto y que nuestra ventaja no podría basarse en ninguna otra cosa que lo que nos hace restringir el punto de apoyo de ese sujeto imponiéndonos la más ruda disciplina al no querer dar por segura más que esa dimensión por la cual él es el sujeto gramatical.
Entendamos bien que esto no es nada nuevo y que el año pasado en nuestra exposición sobre la lógica del fantasma, hemos marcado en su lugar, en el lugar del «no pienso» esta forma del sujeto que aparecía como astilla del campo reservado para él.
Esta dimensión propiamente de la gramática que hacia que el fantasma pudiese ser literalmente dominado por una frase y una frase que no se sostiene, que no se concibe fuera de la dimensión gramatical, la conocemos, «Bin kind wird geschlagen», se pega a un niño.
Este es el punto básico más seguro alrededor del cual, en nombre de lo que nosotros postulamos también a titulo disciplinario, que no hay «metalenguaje», que la lógica misma debe ser extraída de esta base que es el lenguaje, es alrededor de esta lógica por el contrario que vamos a hacer girar esta triple operación, la que por una especie de tentativa, de intento de adivinación, de riesgo, hemos dado la forma del grupo de Klein, operación que comenzamos a puntuar en el camino seguido originalmente por donde la hemos abordado con los terminos de «alienación», «verdad» y «transferencia».
Ciertamente sólo son abrochamientos para ser recorridos, en cierto sentido estamos, al menos para reecontrarnos allí para soportar lo que pueden representar para nosotros, forzados a darles otro nombre, pero ciertamente, con la condición de darnos cuenta de que se trata del mismo trayecto.
Es a partir de la subversión del sujeto que hemos ya desde hace diez años articulado suficientemente este término como para que se conciba qué sentido tiene en el momento en que decimos que es desde la «subversión del sujeto» que vamos a retornar la función del acto, en la forma en que se nos presentifica, el «yo» (Je: Yo – Se emplea solamente como elemento del grupo verbal, generalmente se suprime al traducir al español (je pense, done je suis: pienso, luego soy). Al yo como instancia psíquica se lo designa como moi.) de la acción, y ese sujeto articulado en esos términos deslizantes, siempre listo a escapársenos por un desplazamiento, por un salto, a uno de los vértices de ese tetraedro que había reproducido la última vez, recordándoles esas funciones y esos términos, a saber: la posición del «o-o» de donde parte la alienación originaria, la que desemboca en el «no pienso», para que pueda incluso ser elegida.
¿Y que quiere decir esa elección? El «no soy» que articula el otro término (esos vectores, o más exactamente esas directrices en las que están tomadas las operaciones fundamentales, que acabo de recordar con los términos de alienación, verdad y transferencia) ¿Qué quiere decir, a dónde nos conducen?
El acto psicoanalítico, lo planteamos como consistiendo en soportar la transferencia no decimos que la soporte el que hace el acto, el psicoanalista implícitamente– esa transferencia que sería una pura y simple obscenidad, yo diría redoblada de parloteo, si nosotros no le devolviéramos su verdadero nudo en la función del sujeto supuesto saber. Acá lo hemos hecho desde hace tiempo demostrando que todo lo que articula su diversidad como efecto de transferencia, sólo podría ordenarse en relación a esta función verdaderamente fundamental, presente en doquiera que haya algún progreso del saber, y que cobra acá su valor justamente porque la existencia del inconsciente la pone en cuestión, una cuestión nunca planteada de que uno esta siempre allí si se puede decir implícitamente la respuesta queda incluso desapercibida. Que desde el momento en que hay saber hay sujeto y que hacen falta algunos desfasajes, algunas fisuras, algunas sacudidas, algunos momentos del yo (je) en ese saber, para que de golpe uno se de cuenta, para que así se renueve ese saber que sabia de antes.
Esto apenas se nota en el momento que pasa. Pero es el campo del psicoanálisis lo que lo vuelve inevitable.
¿Que pasa con ese sujeto supuesto saber puesto que tenemos que ver con esa especie de impensable que en el inconsciente nos sitúa un saber sin sujeto?
Por supuesto acá también hay algo de lo que no se nos puede ocurrir seguir considerando que el sujeto está implicado en ese saber dejando escapar simplemente todo lo que hay de la eficiencia de la represión; sólo es concebible que el significante presente en el inconsciente es susceptible de retorno y precisamente reprimido en tanto que no implica nada de sujeto, que ya no es lo que representa a un sujeto para otro significante, que se articula a otro significante sin que por lo tanto represente al sujeto, que no hay otras definiciones posibles que lo que hay verdaderamente de la función del inconsciente, en tanto que el inconsciente freudiano no es simplemente este implícito o este oscurecido, ni este arcaico o primitivo.
El inconsciente está siempre en otro registro, en el movimiento instaurado como hacer por ese acto de soportar o aceptar la transferencia. La pregunta es: qué deviene el sujeto supuesto saber?
Voy a decirles que el psicoanalista en principio sabe lo que él deviene. Ciertamente él cae. Lo que está implicado, acabo de decirlo, teóricamente en esta suspensión del sujeto supuesto saber, ese rasgo de supresión, esta barra sobre la S que la simboliza en el devenir del análisis se manifiesta en que: algo se produce y en un lugar ciertamente no indiferente al psicoanálisis, porque es en su propio lugar que esto surgió.
Esto se llama el objeto «a».
El objeto pequeño «a» es la realización de esta especie de des-ser que golpea al sujeto supuesto saber.
Que sean el analista y como tal el que viene a ese lugar no es dudoso y se marca en todas las inferencias, si puedo decir, donde se sintió implicado, hasta el punto de no poder hacer otra cosa que desviar el pensamiento de su práctica en ese sentido de la dialéctica, y de la frustración, corno ustedes saben, ligadas alrededor de que él mismo se presenta como la substancia de lo que está en juego y manipulación en el hacer analítico. Y es justamente desconociendo lo que hay de distinto entre ese hacer y el acto que permite el acto, si puedo decir, que lo instituye, aquel del que partí recién definiéndolo como esa aceptación, ese soporte al sujeto supuesto saber, al que sin embargo el analista sabe que está destinado al des-ser y que constituye, si puedo decir, un acto en falso puesto que él no es el sujeto supuesto saber, puesto que no puede serlo, y no hay nadie que lo sepa mejor que el psicoanalista.
Tiene que ser ahora, o quizás un poco más tarde, pero por qué no ahora, porqué no enseguida sin perjuicio de volver sobre eso que yo espero hacerles más familiar recordándoles las coordenadas en otros registros, en otros enunciados, no es necesario recordarles que la tarea psicoanalítica en tanto que ella delinea ese punto, si puedo decir del sujeto ya alienado, en un cierto sentido ingenuo en su alienación, aquél que el psicoanalista sabe definido por el «no pienso», de eso a lo que él lo pone a la tarea—es un «pienso» que toma justamente todo su acento en que el sepa el «no pienso» inherente al estatuto del sujeto, el lo pone a la tarea de un pensamiento que se presenta de algún modo en el mismo enunciado, en la regla que él le dá como admitiendo esta verdad básica del «no pienso», que la asocia y libremente, que no busca saber si está o no entero como sujeto, si allí se afirma—la tarea a la cual el acto psicoanalítico da su estatuto es una tarea que implica ya en sí misma esta destitución del sujeto y ¿adónde nos conduce esto?
Hay que acordarse, no hay que pasarse el tiempo olvidando lo que en Freud se articula expresamente del resultado. Eso tiene un nombre y Freud no tuvo pelos en la lengua para decírnoslo, es algo que hay que valorizar más aún por el hecho de que como experiencia subjetiva nunca fue hecho antes del psicoanálisis, se llama la «castración», que hay que tomar en su dimensión de experiencia subjetiva en tanto que en ninguna parte si no es por esa vía, se realiza el sujeto, me refiero al sujeto por supuesto, el sujeto sólo se realiza en tanto que falta, lo que quiere decir que la experiencia subjetiva desemboca a esto:
Simbolizamos – φ, pero todo empleo de la letra se justifica con demostrar que basta con recurrir a su manipulación para no engañarse, a condición de que se sepa valerse de ella por supuesto, lo que no quita que tengamos derecho al menos a intentar poner allí un «existe» que evocaba recién, a propósito del psicoanalista, al comienzo del discurso de hoy, y que ese «existe» en cuestión, ese «existe» de una falta, tenemos que encarnarlo en lo que le dá efectivamente su nombre, la castración.
A saber, que el sujeto «él» realiza que no tiene el órgano de lo que yo llamaría—porque hay que elegir bien el término—el goce único, unario, unificante, se trata propiamente de lo que hace uno el goce en la conjunción de sujetos de sexo opuesto, es decir sobre lo que insistí el año pasado marcando que no hay realización subjetiva posible del sujeto como elemento, como partenaire sexuado en lo que él imagina como unificación en el acto sexual.
Esta inconmensurabilidad que intenté ceñir ante ustedes el año pasado usando el número de oro en tanto que es el símbolo que deja jugar a lo más amplio, hay algo allí sobre lo que no puedo dejar de insistir por el hecho de que es del registro matemático, esa inconmensurabilidad en relación al pequeño «a», puesto que es el pequeño «a» que he retomado no sin intención para simbolizarlo, ese número de oro del pequeño «a», he aquí donde se juega lo que aparecía como realización subjetiva al cabo de la tarea psicoanalítica, a saber, esa falta, ese «no tiene el órgano».
Esto obviamente no deja de tener un trasfondo si pensamos que el órgano y la función son dos cosas diferentes y que se puede decir, vuelvo de vez en cuando, que el problema es saber cual función hay que dar a cada órgano. Acá está el verdadero problema de la adaptación del viviente. Cuantos más órganos tiene más trabado está. Dejemos eso.
No se trata pues acá de una experiencia limitada, de una experiencia lógica y después de todo por qué no ya que por un momento hemos saltado al otro plano, al plano de las relaciones del viviente consigo mismo y que sólo abordamos por el esquema de esta aventura subjetiva.
Tenemos que recordar acá que, desde el punto de vista del viviente, después de todo, todo esto puede ser considerado como un artefacto y que sea la lógica el lugar de la verdad no cambia la cuestión, puesto que la cuestión que se encuentra al término es precisamente aquella a la que podremos dar todo su acento en su momento: ¿qué es la verdad?
Pero entonces nos importa ver que de esas dos líneas, las que designé como la tarea, el camino recorrido por el psicoanalizante en tanto que va del sujeto ingenuo que es además el sujeto alienado a esa realización de la falta en tanto que, se los hice notar la última vez, sabemos que no es esa falta lo que está en el lugar del «no soy», esa falta estaba allí desde el origen, desde siempre sabemos que esa falta es la esencia misma de ese sujeto al que llaman hombre a veces, y ya hemos dicho que el deseo es la esencia del hombre y esa falta simplemente ha hecho un progreso en la articulación, en su función de órgano, el progreso lógico esencialmente es esa realización como tal de la falta fálica.
Pero implica que la pérdida en tanto que estaba allá de entrada, en ese mismo punto, antes que el trayecto sea recorrido y simplemente para nosotros que sabemos, la pérdida del objeto que está en el origen del estatuto del inconsciente será realizada en otra parte y esto fue siempre formulado expresamente por Freud.
Precisamente, de allí he partido, al nivel del des-ser del sujeto supuesto-saber.
Es en tanto que este da su soporte a la transferencia, que está bajo la línea negra, que él sabe de donde parte, no que él sea allí, él sabe demasiado bien que él no es allí, que no es el sujeto supuesto saber, pero que es alcanzado por el des-ser que sufre el sujeto supuesto saber, que al final es él, el analista, el que da cuerpo a lo que ese sujeto deviene bajo la forma de objeto pequeño «a».
Así, como es de esperar, conforme a toda noción de estructura, la función de la alienación que estaba al principio y que hacía que partiéramos del vértice arriba a la izquierda, de un sujeto alienado, se encuentra al fin igual a sí mismo, si puedo decir, en ese sentido de que el sujeto que se realizó en la castración por vía de una operación lógica, vía alienada, remitir al otro, descargarse si se puede decir y es la función del analista, de ese objeto perdido desde donde en la génesis podemos concebir que se origina toda la estructura.
De allí la alienación del pequeño «a», en tanto que viene acá y se separa del -(φ) que al fin del análisis es idealmente la realización del sujeto. De este proceso se trata:
Hay un segundo tiempo en esta enunciación que voy a continuar ahora ante ustedes. Abro un paréntesis para poner ante ustedes eso ante lo que me detuve recién. Con lo que hubiera podido hacer una introducción me voy a limitar a hacer una llamada: no es por azar, juego escolar, que se me ocurrió tomar un punto familiar con el que les cosquillearon el cerebro durante la enseñanza secundaria, me refiero al cogito de Descartes. Porque comporta en él ese elemento particularmente favorable para reubicar el desvío freudiano, no ciertamente para demostrar con eso alguna coherencia histórica como si todo eso debiera empalmar de siglo en siglo en una forma de progreso, cuando es muy evidente que si hay algo que evoca, es más vale la idea del laberinto, pero dejemos a Descartes.
Mirando de cerca al «cogito», observen que el sujeto que allí es supuesto como ser, bien puede ser el del pensamiento, pero, ¿el de que pensamiento en definitiva?
De ese pensamiento que viene a rechazar todo saber.
No se trata de lo que hacen después de Descartes los que meditan sobre la inmediatez del «soy» al «pienso», una evidencia que según su gusto ellos hacen consistente o escurridiza. Se trata del acto cartesiano mismo en tanto que es un acto el que nos sea referido y dicho; es precisamente al decirlo que es acto Es de donde se consuma una puesta en suspenso de todo saber posible.
Que allí esté lo que asegura el «soy», es por ser «pensamiento» del cogito, o es desecho de saber?
Vale la pena plantear la cuestión. Si se piensa que lo que en los manuales de filosofía se llama «los sucesores», la «posteridad», un «pensamiento filosófico», como si se tratara simplemente de retomar los trozos de melaza para hacer otra mezcla, se trata en cambio cada vez de una renovación de un acto que no es forzosamente el mismo, y que si aprehendemos Hegel, seguramente aún allí, como en todas partes, volvemos a encontrar la puesta en suspenso del sujeto supuesto saber, salvo que no es en balde que ese sujeto está destinado a darnos el saber absoluto al cabo de la aventura.
Pero para ver lo que esto quiere decir hay que mirar un poco más atentamente y porque no mirar en el punto de partida?
Si la fenomenología del espíritu se lnstituye expresamente por engendrarse en función de acto, no es acaso visible en la mitología de la lucha a muerte por puro prestigio, que ese saber de origen teniendo que trazar su camino hasta devenir ese Impensable saber absoluto del que uno puede incluso preguntarse—y no sin derecho puesto que Hegel se lo pregunta—si podrá sostener ni siquiera un sólo momento de sujeto, que ese saber del origen que nos es presentado como tal, es el saber de la muerte, es decir otra forma extrema, radical, de puesta en suspenso como fundamento de ese sujeto del saber.
Nos parece notable, reinterrogando desde el punto de vista de las consecuencias eso que nos es fácil percibir a partir de ese momento, que lo que la experiencia analítica propone como objeto pequeño «a» en la vea de mi discurso no hace otra cosa que resumir, puntuar, dar su signo y su sentido a que esta experiencia se articule en todas partes, hasta en el desorden y la confusión que engendra ese objeto pequeño «a», no vemos acaso que viene al mismo lugar donde está a nivel de Descartes ese desecho de saber, a nivel de Hegel ese saber como saber de la muerte, del que ciertamente sabemos que es esa su función y que de ese saber de la muerte, articulado precisamente en esta lucha a muerte de puro prestigio en tanto que funda el estatuto del Amo, proviene ese «aufhebung» del goce, del que da razón.
Es renunciando al goce en un acto decisivo para hacerse sujeto de la muerte que el amo se instituye y es precisamente por allí, lo subrayé en su momento, que se presenta para nosotros la objeción que podemos hacer de que por una singular paradoja, una paradoja inexplicada en Hegel, es al amo que retornará ese «aufhebung» del goce.
Montones de veces hemos preguntado ¿por qué?
¿Por qué razón si es para no renunciar al goce que el esclavo se vuelve esclavo, porque no lo conserva? Porque vuelve al Amo? cuyo estatuto es haber renunciado al goce salvo bajo formas de las que quizás podemos exigir algo más que el pase de prestidigitación de la maestría hegeliana para rendirnos cuenta? No es empresa pequeña, si podemos tocar en la dialéctica freudiana un manejo más riguroso, más exacto y más conforme a la experiencia de lo que es el devenir del goce después de la primera alienación.
Ya lo indiqué bastante a propósito del masoquismo para que se sepa lo que quiero decir y que sólo indico un camino a retomar. Ciertamente hoy no podemos demorarnos más en esto pero hacía falta que el esbozo fuese indicado en su lugar.
Para continuar nuestro camino en función del acto analítico, lo único que hicimos hasta ahora, quiero decir en lo que acabo de decir, es demostrar lo que él engendra por su hacer.
Para adelantar un paso vayamos al único punto donde el acto puede ser interrogado en su punto de origen.
¿Qué es lo que se nos dice?
La última vez ya evoqué que es al término de un psicoanálisis supuestamente consumado que un psicoanalizarte puede devenir psicoanalista.
No se trata para nada de justificar acá la posibilidad de esta confluencia. Se trata de plantearla como articulada y ponerla a prueba en nuestro esquema tetraédrico como pueden observar.
Es el sujeto que ha cumplido la tarea al cabo de la cual se realizó como sujeto en la castración en tanto que fallo hecho al goce de la unión sexual. Es aquel que debemos ver, por una rotación si quieren, o una báscula de un cierto número de grados—tal como está dibujado en la figura de 180 °, para ver pasar, volver lo que se ha realizado acá a la posición de partida, excepto que, como ya lo subraye, que el sujeto que llega acá sabe lo que resulta de la experiencia subjetiva y que esa experiencia implica también, si puedo decir, que a su izquierda quede lo que ha resultado de aquel cuyo acto es responsable del camino recorrido.
En otros términos, en lo que respecta al analista tal como lo vemos surgir ahora a nivel de su acto, ya hay saber del des-ser del sujeto supuesto saber en tanto que por toda esta lógica es la posición de partida necesaria.
Es precisamente por eso, lo dijimos la última vez, que en lo que resulta para él de ese acto se trata de lo que definimos hace un rato como acto en falso.
¿Cual es la medida del esclarecimiento de su acto? Porque en tanto que ha recorrido el camino que permite ese acto, él mismo es de aquí en adelante la verdad de ese acto.
Es la cuestión que planteé la última vez de que una verdad conquistada pasando el saber es una verdad que califiqué como «incurable», si puedo expresarme así, porque si seguimos lo que resulta de esta báscula de toda la figura que es la única donde puede explicarse el pasaje de la conquista, fruto de la tarea, en la posición del que atraviesa el acto desde donde esta tarea puede repetirse, es acá que llega el «S» barrado que ya estaba al comienzo en el «o—o» del «O no pienso o no soy», y efectivamente, en tanto que hay acto que se mezcla a la tarea, que la sostiene, de lo que se trata es propiamente de una intervención significante.
Es en lo que actúa el psicoanalista por poco que sea, pero donde se trata propiamente en el transcurso de la tarea de ser capaz de esta intromisión significante, que propiamente hablando no es susceptible de ninguna generalización que pueda llamarse «saber».
Lo que engendra la interpretación analítica, es algo que no puede ser evocado de lo universal más que bajo la forma, que les ruego remarcar hasta qué punto es contraria a todo lo que hasta ahora se calificó como tal: es, si se puede decir, esa especie de particular que se llama «llave maestra», la llave que abre todas las cajas.
¿Cómo diablos concebirla?
¿Qué es ofrecerse como el que dispone de lo que de entrada sólo se puede definir como algo particular?
Esta es la cuestión que dejo a menudo solamente esbozada, de lo que resulta del estatuto del que en el punto del $ puede hacer que exista algo que responda en la tarea al sujeto supuesto saber.
Vean bien exactamente lo que esboza la pregunta: ¿Qué tiene que ser posible para que haya un analista?
Lo repito, en el rincón de arriba a la izquierda del esquema del que partimos, para que toda la esquematización sea posible, para que la lógica del psicoanálisis exista, hacia falta que allí estuviera el psicoanalista. Cuando se pone acá, después de haber recorrido él mismo el camino psicoanalítico, ya sabe adonde lo conducirá como analista el camino a recorrer, al des-ser del sujeto supuesto saber, a no ser más que el soporte de ese objeto que se llama el objeto pequeño «a».
¿Qué es lo que nos delinea este acto psicoanalítico, del que es preciso recordar que una de las coordenadas, es precisamente excluir de la experiencia analítica todo acto, toda exhortación al acto? Se recomienda a lo que se llama el «paciente», el «psicoanalizante» para nombrarlo, tanto como es posible se le recomienda esperar par actuar, y si algo carácteriza la posición del psicoanalista, es precisamente que sólo actúa en el campo de intervención significante que acabo de delimitar.
Tenemos acá también ocasión de darnos cuenta que sale totalmente renovado el estatuto de todo acto, ya que el lugar del acto cualquiera que sea y tendremos que darnos cuenta en la huella de lo que queremos decir cuando hablamos del estatuto del acto, sin poder permitirnos ni siquiera agregar el acto «humano», que si el psicoanalista está en alguna parte, a la vez no se conoce, que es también el punto donde él existe, en tanto que ciertamente es sujeto dividido y justo en su acto, y que el fin donde es esperado, a saber ese objeto pequeño «a», en tanto que no es el suyo, sino aquel que de él como otro requiere el psicoanalizarte para que con él sea de él arrojado
gráfico 5
¿No se nos abre acaso con esta figura lo que hay del destino de todo acto bajo diversas caras?
Desde los Héroes de la antigüedad se intentó siempre ubicar en toda su extensión, en toda su dramática, lo que hay del acto, no es por cierto que en esa misma época el saber no se haya orientado hacia otras huellas porque también, y no es desdeñable recordarlo, es la época en que en lo que respecta al acto sabio se buscó, y en verdad no hay nada que desdeñar allí, la razón en un bien: el fruto del acto, esto es lo que parecía dar su primera dimensión a la Etica, lo retomé en su momento comentando la de Aristóteles.
La Etica a Nicómaco parte de que hay de entrada bien a nivel del placer y que una regla justa seguida en ese registro del placer nos llevará a la concepción del bien soberano.
Queda claro que allí se trataba, a su manera, de una especie de acto llamado «filosófico». No tiene ninguna ímportancia como podamos juzgarlo ahora. Era una época.
Sabemos que a esto se aparejaba una interrogación muy distinta, la interrogación trágica sobre el acto, pero que s! se remitía a un obscuro divino, si hay una dimensión, una fuerza que no era supuesto saber, era la del «anankh» antiguo en tanto que estaba encarnada por esa especie de locos furiosos que eran los dioses.
¡Midan la distancia recorrida desde esta perspectiva del acto a la de Kant..! Si hay algo que de otra manera vuelve necesario nuestro enunciado del acto como un decir, es precisamente la medida que da Kant de que debe ser reglado por una máxima que pueda tener alcance universal.
¿No se encuentra acá también, espero que algunos se acuerden, lo que yo he caricaturizado gustosamente, casando semejante regla, tal como es enunciada en la fantasmagoría de Sade?
¿No es cierto por otra parte que entre esos dos extremos, me refiero a Aristóteles y Kant, la referencia al Otro tomada como tal es esa, también ella muy graciosa, que fue dada por una forma al menos clásica de la dirección religiosa?
La medida del acto a los ojos de Dios estaría dada por lo que se llama la «intención recta».
¿Es posible esbozar un camino de engaño más instalado que poner esta medida al principio del valor de acto?
¿Es que de algún modo la «intención recta» en un acto, puede por un instante suscitar para nosotros la cuestión de su fruto?
Es seguro que Freud no fue el primero en permitirnos salir de esos anillos cerrados, para poner en suspenso el valor de la buena intención tenemos una crítica muy eficaz, explícita y manejable en lo que Hegel nos articula de la Ley del Corazón o del Delirio de la Presunción, que no basta alzarse contra el desorden del mundo para no hacerse el más permanente soporte de esa misma protesta.
Acá el pensamiento, justamente el que ha sucedido al acto del cogito, nos dio numerosos modelos. Cuando el orden surge de la Ley del Corazón, destruido por la crítica de la fenomenología del espíritu, no vemos otra cosa que el retorno, que sólo puedo calificar como ofensivo, de la astucia de la razón.
En esto tenemos que darnos cuenta que esa meditación desembocó especialmente sobre algo que se llama «acto político» y que seguramente no es vano, que lo que se engendro no solamente de meditación politice sino de acto político, en lo que yo no distingo para nada la especulación de Marx de la forma en que ha sido puesta en acto en tal o cual recodo de la revolución, ¿no es posible que podamos citar todo un linaje de reflexiones sobre el acto político, en tanto que ciertamente son actos en el sentido en que esos actos eran un decir y precisamente decir en nombre de algunos que aportaron un cierto número de cambios decisivos?
No es posible acaso volver a interrogarlos en ese mismo registro, que es al que desembocará hoy lo que delineo del acto psicoanalítico allí donde está y no está a la vez, que puede expresarse así en virtud de la palabra de orden que da Freud al análisis del incosnciente:
«Wo es war, y yo les enseñé a releerlo la última vez, soll ich werden.Wo ($) Tat, y me permitirán escribir esa «es» («ese») con la letra barrada. Allí donde se trataba del significante, en el doble sentido de acaba de suspender y en que llegaba hasta actuar, no «soll Ich werden» sino «muss Ich», yo (moi) que actuó, yo (moi) que, como decía el otro día, lanzo en el mundo esa cosa a la que uno podría dirigirse como a una razón, «muss Ich» pequeño «a», «muss Ich» a «werden», yo (moi) de lo que introduzco como nuevo orden en el mundo debo devenir el desecho.
Esta es la nueva forma bajo la que les propongo una nueva manera de interrogar el estatuto del acto en nuestra época, en tanto que este acto tan singularmente emparentado a un cierto número de introducciónes originales, en la primera fila de las cuales esta el cogito cartesiano, en tanto que acto psicoanalítico permite replantear la cuestión.