Ustedes han tenido la bondad de seguirme hasta el presente por caminos estrechos y de los cuales, pienso que para algunos de entre ustedes, el hilo puede parecer plantear la cuestión de su origen y de su sentido; en otros términos, puede que no sepan muy bien donde estamos.
Es por ello que me ha parecido oportuno, y no de un modo contingente, plantear la cuestión de mi título: «De un Otro al otro», por ejemplo, bajo el cual figura mi discurso de este año. Es en efecto, que no sea concebible a la entrada, a la manera de prefacio, hasta a manera de programa, que algo pueda ser elucidado de lo es un fin. Es necesario, al menos haber hecho un poco de camino para que sea por la retroacción que la partida este clara. Eso no sólo para ustedes, sino, después de todo, para mí mismo; en tanto para mí, en esta operación de perforación —si pudiera decirse— que es precisamente eso lo que les interesa, que les retiene, lo que hace que, sino todos, al menos un cierto número de entre ustedes estén aquí. Me es necesario un cierto tiempo para tomar la localización de lo que constituye las etapas en el pasado. Es así que me ha ocurrido retomar el texto —quien sabe, quizá a los fines de una publicación— de lo que he enunciado hace ahora diez años, quiero decir el seminario de 1959-1960; !hace de eso un tiempo!, bajo el título de «La ética del psicoanálisis». El me ha dado algunas satisfacciónes de orden íntimo, de esas de las cuales, si en efecto pongo al día algo que se esforzará en reproducir tan fielmente como es posible, el trazado de lo que hice entonces, eso que, bien entendido, no podría ser sin todos los efectos retroactivos de lo que he podido enunciar después y especialmente aquí, lo que es, entonces, una operación delicada y la única gracias a la cual, yo no podría sostenerme en el excelente resumen que fue hecho, dos años más tarde, por alguno de mis auditores, especialmente Moustapha Safouan. Las razones por las cuales no ha publicado entonces ese resumen, tendría que decirlas pero será más bien el objeto de un prefacio de él, que aparecerá allí. Mi satisfacción, en la ocasión, que podrán compartir si dan fe a la fidelidad del trazado que trataré de producir de aquel, es debida a que no sólo nada me fuerza a revisar lo que anticipé entonces, sino que después de todo, puedo ubicar allí como en una suerte de copa pequeña, eso que es lo más riguroso, digamos, de ese proyecto que llegó a enunciar hoy.
En efecto, eso de lo cual he creído deber partir después de esta puesta en cuestión, que no había hecho nunca, de lo que comporta, sobre el plano ético —este es un término nuevo— lo que en un primer ensayo puntúa la redacción que he tratado de hacer de él, de lo que aporta de nuevo, lo que enuncio del modo que me parece más rigurosa: es el acontecimiento Freud. Tengo ahora, en la fecha en que estamos, la satisfacción de ver, por ejemplo, en lo que se refiere a la función de autor como Freud, diría que una sociedad muy amplia de espíritus se encuentra en la medida de medir su originalidad y a propósito suyo, como lo ha hecho, por ejemplo, el sábado último en una suerte de mal lugar que se llama la Sociedad de Filosofía, Michel Foucault, «¿qué es un autor?» planteaba la cuestión, y esto lo llevaba a valorizar un cierto número de términos, que merecen ser enunciados a propósito de tal cuestión, ¿qué es un autor?. ¿cuál es la función del nombre del autor?. Era, verdaderamente, al nivel de una interrogación semántica —hablando propiamente— que él encontraba el medio de valorizar la originalidad de esta función y su situación estrechamente interna al discurso, lo que comporta —bien entendido— una puesta en cuestión, en la ocasión, un efecto de escisión, de desgarro, en eso que le es propio para todo el mundo —al fin para eso que se llama la sociedad de los espíritus o la República de las letras— de esa relación al discurso y que Freud, bajo esta mirada, no juega un rol capital, que, por otra parte, el autor en cuestión, Michel Foucault, no sólo acentuó, sino, hablando propiamente, puso en el punto de toda su articulación, para decirlo todo: «la función del retorno a…….». El puso tres puntos después en el pequeño anuncio que hizo de su proyecto de interrogación, «¿Qué es un autor?». «El retorno a…» se encontraba al final, y debo decir que, por ese sólo hecho, me consideré allí convocado; no hay nadie, después de todo, en nuestros días más que yo, que haya dado peso al «El retorno a……» a propósito del retorno a Freud. Por lo demás, él lo valorizó suficientemente y mostró su perfecta información, del sentido muy especial del punto clave que constituye ese retorno a Freud, por relación a todo lo que se refiere actualmente a ese deslizamiento, a ese desplazamiento, de esta profunda revisión de la función del autor, del autor de la literatura especialmente, y de eso que da, en suma ese círculo que una función crítica —de la cual, no hay lugar de sorprendernos, que no sea en nuestros días, por otra parte, a la rastra, en fin, en retraso por relación a eso que se hace— que en otros tiempos, una función crítica ha creído poder delinear de ese termino bizarro, que seguramente ninguno de aquellos que son sus elementos de punta asume, pero de los cuales nos encontramos afectados como por una bizarra etiqueta que se nos habría pegado en la espalda sin nuestra confesión: estructuralismo. Pues hace diez años se comenzaba a introducir la cuestión, se los he dicho, que nunca había sido ni elevada, lo cual es muy singular. «Ética del psicoanálisis» seguramente quizá lo más extraño es esta distinción de la cual he creído deber ilustrarla, no inmediatamente, sino hasta yo no se porqué he apoyado de tal modo, en aquél momento, la cosa; tenía un auditorio de psicoanalistas, creía poder de algún modo dirigirme directamente a eso que es necesario llamar con un nombre, cuando se trata de moral, de conciencia. Agreguen «moral». Yo no destaqué suficientemente, entonces, que la ética del psicoanalista, tal como ella está constituida por una deontología, no daba el esbozo, la puntuación, el más pequeño trazo de comienzo de la ética del psicoanálisis.
Por el contrario, lo que anuncié de entrada en el juego es que, lo que es puesto al día por el acontecimiento Freud, esto que es el punto clave; el centro de la ética no es otra cosa que eso que apoyé desde entonces en último término de esas referencias, categorías, de donde he hecho partir mi discurso entero, a saber: lo simbólico, lo imaginario y lo real. Como ustedes saben es en lo real donde yo designaba el punto pivote de lo que se refiere a la ética del psicoanálisis. Supongo, seguramente, que ese real esta sometido a la muy severa interposición —si así pudiera expresarme— del funcionamiento conjunto de lo simbólico y lo imaginario y que es la medida que lo real — si puede decírselo no de fácil acceso que es para nosotros la referencia alrededor de la cual debe girar la revisión del problema de la ética. No es, en efecto, por azar que, para poder bifurcarlo, haya partido entonces del llamado de una obra que, por haber permanecido en tanto en la sombra y curiosa fortuna, no haber surgido más que por la operación de esas gentes que podemos considerar como no siendo los mejores ejes en cuanto a lo que es nuestra interrogación, a saber, aquellos que se pueden llamar los neopositivistas, o aún aquellos que creen deber interrogar el lenguaje bajo el ángulo de esto:— de lo cual he hecho remarcar, en su tiempo, cuan fútil debe ser su destino— de interrogar lo que ellos expresan de un modo ejemplar, a saber, la cuestión planteada obre el meaning of the meaning, sobre lo que pertenece al sentido de eso que las cosas tengan una significación. Es muy cierto que es la vida lo que allí se opone a lo que nos interesa; pero no es finalmente por azar que hayan sido ellos y especialmente Ogden quién haya hecho surgir o resurgir, más bien editado, esta obra de Jeremy Bentham, que se llama «Theory of Fictions». Es simplemente la obra más importante en la perspectiva que se llama estructuralista, y como al comienzo del siglo XIX se intentó aportar la solución al problema muy actual, en esa época, y causa, de algún modo ideológico, aquella llamada de la división de los bienes. «Theory of Fictions», esto está ya a este nivel, la apuesta en cuestión de lo que se refiere a todas las instituciones humanas con una lucidez excepcional. Y, hablando propiamente, uno no sabría hacer nada al tomar las cosas bajo el ángulo sociológico, que aísla mejor lo que pertenece como tal a esta categoría de lo simbólico, que se encuentra siendo precisamente reactualizada, pero de otra manera, por el acontecimiento Freud y lo que de él se prosigue.
Es suficiente escuchar el término «Fictions» como no representando, no afectando con su denominación a eso que él apunta con ningún carácter propio de ilusorio o de engañoso. El modo en el cual el término ficciones es anticipado no hace otra cosa que recubrir eso que, de modo aforístico, he promovido subrayando que la verdad, en la medida que su lugar no podría ser más que aquel donde se produce la palabra; que la verdad, por esencia, si así puede expresárselo —perdónenme ese «por esencia», es para hacerme entender, no pongan todo el acento filosófico que ese término comporta— la verdad en sí, sigamos, tiene estructura de ficción. He ahí la partida esencial y que, de algún modo permite plantear la cuestión de eso que se refiere a la ética de un modo que puede, al fin, acomodarse a todas las diversidades de la cultura, a saber desde el momento que podemos ponerlos en los «brackets», en los paréntesis de ese término de la estructura de ficción, lo que supone, seguramente, un estado alcanzado, una posición adquirida a la vista de ese carácter, en tanto que él afecta toda articulación fundadora del discurso en lo que puede llamarse, en grueso, las relaciones sociales.
Es a partir de ese punto que no puede ser alcanzado más que un límite, cierto límite, digamos una vez más para evocar a nuestro Pascal, todo de un golpe, en el desvío me acuerdo de ello quién, pues ha osado, antes que él, notar simplemente, como algo que debía formar parte del discurso que él ha dejado inacabado, aquél bastante legítimo, bastante ambigüo, también recogido bajo el término de «Pensamientos», la fórmula: «Verdad más acá de los Pirineos, error más allá». Es a partir de ciertos grados de relativismo y de relativismo del tipo más radical, a la vista no sólo de las costumbres y de las instituciones, sino de la verdad misma, que puede comenzar a plantearse el problema de la ética, y es en ella que el acontecimiento Freud se muestra tan ejemplar, en esto, como lo he subrayado y con algún apoyo, con algún acento en lo que ha sido el primer trimestre de esta articulación de la ética del psicoanálisis, a saber el cambio radical que resulta de un acontecimiento que no es otra cosa —vamos a verlo— que su descubrimiento; a saber, la función del inconsciente. Que esto sea su correlativo, veremos en su momento por que de un modo que, pienso le sorprenderá bastante por su elegancia, que él ha hecho funcionar de un modo radicalmente diferente de todo lo que había sido hecho hasta aquí, el principio, llamado, del placer. Brevemente, pienso, que hay bastantes de entre ustedes después de todo, que se han encontrado de modo que sean permeables o atravesados, digamos, por mi discurso para que no tenga necesidad de recordar del modo más breve, lo que es esencialmente ese principio. El principio de placer está esencialmente carácterizado, en primer lugar, por el hecho paradojal que su más seguro resultado no es, aunque eso esté escrito bajo esta forma en el texto de Freud, no es la alucinación, digamos la posibilidad de la alucinación; pero digamos que la alucinación, en el texto de Freud, es su posibilidad específica. ¿Qué nos muestra, en efecto, todo el aparato que Freud construye para dar cuenta de los efectos del inconsciente?. Ustedes lo saben, eso se encuentra en el capítulo VII de la Traumdeutung, cuando se trata del esclarecimiento de los procesos del sueño, de los traumvergänge. Pero hemos tenido la posibilidad, la felicidad de ver recaer nuestra posesión y bajo nuestro examen, lo que es de algún modo su basamento en un cierto «Entwurf»— «Proyecto»— proyecto verdaderamente muy elaborado, infinitamente más rico y más construido de lo que ha creído poder resumir, pues es seguro que no podría él mismo, no guardar referencia en ese capitulo de la «Traumdeutung»; y que eso que él construye en aquel momento, bajo los términos del aparato Psi, en tanto que es él el que regula en el organismo la función, de lo que él llama principio del placer, digamos que al matematizarlo groseramente, podemos ponerlo en el corazón de algo que no es simplemente un relais en el organismo sino un verdadero círculo cerrado, clásicamente definido por la fisiología general del organismo como el arco estímulo —motricidad— para no decir «respuesta» que es un abuso de término, porque «respuesta» tiene un sentido que debe tener para nosotros una estructura más compleja, donde algo se interpone en la fusión— se define muy precisamente, no simplemente por ser el efecto de impedimento sobrevenido sobre el arco basal, sino hablando propiamente, por hacer allí obstáculo; es decir, constituir un sistema llamado Psi, autónomo, en el interior del cual la economía es tal, que no es ciertamente la adaptación, la adecuación de la respuesta motriz que— como lo saben— está lejos de ser suficientemente adaptada siempre. Nosotros la suponemos libre, pero todo lo que puede ocurrir al nivel del hecho que un ser viviente animal, en tanto este se define por el hecho de estar dotado de una motricidad que le permite escapar a los estímulos demasiado intensos, a los estímulos desbastadores que pueden amenazar su integridad, está claro que eso de lo que se trata al nivel de lo que articula Freud, es algo que está ubicado como tal en algunos de esos seres vivientes y no importa en cuales. Y no ciertamente porque pueda decirse que en el mismo aparato pueda ser definido simplemente, porque el ser en cuestión sea un vertebrado superior o algo simplemente provisto de un sistema nervioso.
Es de lo que ocurre —propiamente hablando— al nivel de la economía humana de lo que se trata.
ESTIMULO >———————— ψ ——————————> MOTRICIDAD
Y es a ese nivel, hasta si, de tiempo en tiempo, él arriesga la posibilidad de interpretar eso que ocurre al nivel de otros seres vecinos, en referencia a lo que ocurre en el ser humano, definido de un modo necesario sólo por las consecuencias y en el texto del discurso de Freud, definido como el ser parlante; es a ese nivel que se produce esta regulación homeostática que es definida por el retorno a una identidad de percepción, a saber que, en su búsqueda —en el sentido más amplio de la palabra— a saber en los desvíos que opera ese sistema para mantener su homeostásis propia, eso en lo cual su funcionamiento culmina como constituyendo su especificidad, es eso que lo que será reencontrado de la percepción idéntica, en la medida en que lo que el sistema regula, es la repetición, y es esto lo que sea reencontrado; esta no lleva en sí ningún criterio de la realidad. Esos criterios no pueden ser por ello afectados, de algún modo más que fuera y por la pura conjunción de un pequeño signo, de ese algo de calificativo que un aparato especializado distingue ya, de los dos precedentes que ustedes ven inscriptos en ese esquema. A saber, el círculo reflejo en tanto que constituyendo el sistema phi, el circulo central que define un área cerrada y constituyendo el tipo propio de equilibrio, a saber, el sistema phi, esto es de la aferencia de algo de lo cual él distingue estrechamente la función a la vista de la energética, que puede ser aplicada a cada uno de esos dos sistemas y que no interviene más que en función de signos calificados por períodos específicos y que son aquellos aferentes a cada uno de los órganos sensoriales y que vienen a afectar eventualmente algunos de los perceptores que son introducidos en ese sistema por un Wahrnehmug Zeichen (signo de percepción), por un signo, se trata precisamente allí de algo que es una percepción capaz de ser recibida a la vista de la realidad. ¿Qué decir? Ciertamente no que nosotros aprobemos este empleo del término alucinación, que —para nosotros— tiene connotaciones clínicas. Para Freud también ciertamente, pero sin duda él querría acentuar muy particularmente la paradoja del funcionamiento de ese sistema, en tanto que articulado sobre el principio del placer. La alucinación necesita de otras coordenadas. Pero por otra parte nosotros tenemos en el texto mismo de Freud, lo que hace su referencia máxima.
Es suficiente que él se refiera para ejemplificarlo a la función del sueño, para volver a ponernos sobre nuestra patas. Es esencialmente de la posibilidad del sueño de lo que se trata. Para decirlo todo, nos encontramos delante de esta aventura para motivar lo que se refiere al funcionamiento del aparato regulador, de lo que pertenece al inconsciente, en tanto que lo acordaremos en un momento y bajo el modo que conviene, gobierna una economía absolutamente esencial y radical que nos permite apreciar no sólo todos nuestros comportamientos sino también nuestros pensamientos. He aquí que el mundo —a la inversa de lo que tradicionalmente es el apoyo de los filósofos, cuando se trata de abordar eso que es el bien del hombre— y ahí que el mundo todo entero está suspendido del sueño del mundo. Es decir que no es le acontecimiento Freud, el que consiste en otra cosa distinta que propiamente una suspensión supuesta de aquello que, en la perspectiva tradicional, era considerado como el fundamento englobante de todas la reflexiones, a saber de este mundo la rotación, la rotación celeste tan manifiestamente designada en el texto de Aristóteles como constituyendo el punto referencial donde todo bien concebible debe suspenderse, la puesta en cuestión, entonces, radical de todo efecto de representación, de ninguna connivencia de eso que pertenece a lo representado como tal, no ya en un sujeto, no digamos demasiado temprano pues si en Aristóteles ese término hypokeimenon es avanzado exactamente a propósito de la lógica, no está en ninguna parte aislado como tal. Ha sido necesario mucho tiempo y todo el progreso de la tradición filosófica para que el conocimiento se organice en el último término, en el término no kantiano de una relación sujeto y es algo que permanece enteramente suspendido, allí esta el sentido del idealismo en eso que aparece, en el phainomenon, dejando excluido eso llamado el noumenon, es decir eso que hay detrás esta representación es aún confortable, eso que hay que subrayar en la esencia del idealismo es que, después de todo, es ser pensante no tiene que atender más que a su propia medida, que él plantea como punto terminal, el punto referencial que es para él cuestión, pues de esta medida que él cree poder enunciar, al menos de un modo a priori la leyes fundamentales. Es, propiamente hablando en esto que la posición freudiana difiere: en que nada es más sostenible de lo que se refiere a la representación que lo que se articula en un punto profundamente motivante para una conducta y esto pasando enteramente fuera del circuito de todo sujeto en el cual pretendiera unificarse la representación en una estructura, en una estructura que es de trama o red, y esto es el sentido verdadero de esos pequeños esquemas que le permiten construir el reciente descubrimiento de la articulación neurótica. Es suficiente referirse a este esbozo, a este «Entwurf» (Proyecto) para darse cuenta de la importancia decisiva en la articulación de eso de lo que se trata, de esos enrejados, de esta trama. Y como seguramente hace tiempo que no se nos plantea como ya Freud había sospechado sin ninguna duda el identificar esos caminos, esas transferencias de energía que podemos haber ubicado, por otra parte, por otros medios físicos, con esos desplazamientos que se hacen a lo largo de la trama neurótica, que no es de ningún modo, bajo ese modo que prueba en la experiencia, enteramente distinta de lo que podemos encontrar bajo el uso aproximado, que es más apropiado, de esos esquemas que acabo de calificar de red, de enrejado. Vemos bien que esos esquemas han servido a Freud para soportar, de algún modo, para materializar bajo una forma intuitiva, nada más que eso de lo que se trataba y que por otra parte se exhibe sobre los mismos esquemas: que a cada una de esas cruces, sea una palabra que esté inscripta, a saber la palabra que designa tal recuerdo, tal palabra articulada en respuesta, tal palabra sorprendiendo, haciendo engrama — si pudiera decirlo —del síntoma, y eso de lo que se trata en esos pequeños esquemas, a los cuales les pido referirse— compren «Nacimiento del psicoanálisis», es así como ha sido traducida la recopilación de cartas de Fliess, a la cual se adjunta este «Entwurf»— y verán bien que, en efecto, eso de lo cual Freud ha encontrado un soporte cómodo en lo que estaba entonces al alcance de su mano, por el hecho que de ello también se acababa de hacer el descubrimiento, a saber, la articulación neurótica, no era otra cosa más que la articulación bajo la forma más elemental de los significante de las relaciones que pueden fijarse al modo por el cual en nuestros días un mismo esquema que tendría la misma forma— compren el último librito llegado, o más bien compren «Teoría axiomática de los conjuntos» por Krivine, Verán allí, exactamente los esquemas de Freud tomado en aquello de lo cual se trata, son pequeños esquemas orientados un poco así, y que son necesarios para hacernos comprender lo que se refiere a la teoría de los conjuntos. Esto quiere decir que todo punto, en la medida en que esta ligado por una flecha al otro, es considerado, en la teoría de los conjuntos como elemento del otro conjunto; y verán que no se trata de nada menos que lo que es necesario para dar una articulación correcta a eso que hay de más formal, para dar fundamento a la teoría matemática. Verán allí, simplemente al leer las primeras líneas, a saber lo que comporta cada paso axiomático franqueado, las verdaderas necesidades tomadas bajo el ángulo formal en eso que se refiere a la articulación significante, tomada en su nivel más radical que es éste:
Especialmente y particularmente ejemplar —que lo noción que se define allí de una parte concerniente a sus elementos, elementos que son siempre de los conjuntos, el modo del cual se dice que uno de esos elementos esta contenido en el otro, reposa sobre definiciones formales que son tales que ellas se distinguen, que no pueden ser identificada con eso que quiere decir intuitivamente el término «estar contenido en «, pues el suponer que yo haga un esquema un poco más complicado que aquel, y que yo escriba sobre el pizarrón como nota; «identificación de cada uno de esos términos conjuntistas», no es suficiente para nada el que uno de entre ellos esté escrito; es decir, constituye en apariencia una parte del universo que yo instituyo aquí, para que él de ningún modo pueda ser dicho, no estar contenido en ninguno de los otros términos, a saber en ser elemento. En otros términos, lo que está articulado en una configuración de significantes no significa de ningún modo que la configuración entera, que el universo así constituido, pueda ser totalizado. Nada, al contrario. El deja fuera de su campo y como no pudiendo ser situado como una de sus partes, sino sólo articulado como elemento en una referencia a otros conjuntos así articulados, deja la posibilidad de una no coincidencia entre el hecho que intuitivamente nosotros podíamos decir que él es parte de este universo y el hecho que formalmente podamos articularlo allí. Hay precisamente allí un principio enteramente esencial y que es aquél por el cual la lógica matemática puede esencialmente instruirnos; quiero decir, no permite poner en su justo lugar lo que hay para nosotros en ciertas cuestiones. Verán cuales. Esta estructura lógica mínima tal como ella se define por los mecanismos del inconsciente, la he resumido después de mucho tiempo, bajo los términos de diferencia y repetición. No otra cosa que el ser diferencia absoluta funda la función del significante. No es más que porque los otros difieren de él, que el significante se sostiene. Que por otra parte, esos significantes estén y funcionen en una articulación repetitiva, es por otra parte, lo que pertenece a otra carácterística, que una primera lógica sea instituíble por el hecho, que una parte de eso que resulta de este alfileteo significante mismo, no fija sino al contrario, desliza; lo que fija es referencia del alfileteo significante, sea porque este alfileteo mismo está destinado a deslizar. He ahí la función fundamental del desplazamiento. Que por otra parte, sea de la naturaleza del significante, en tanto que alfileteo, el permitir la sustitución de un significante a otro, con ciertos esfuerzos alcanzados que son efectos de sentido; he ahí la otra dimensión. Pero lo importante es que conviene aquí acentuar, para permitirnos aprehender lo que se refiere verdaderamente a las funciones que son la nuestras— entiendo las funciones psicoanalíticas— si al nivel de la posibilidad del sueño, a saber de ese principio del placer por el cual esencialmente y al inicio, la función del principio de realidad es constituida como precaria; no ciertamente anulada en esa medida, pero esencialmente suspendida a la precariedad radical a la cual somete el principio del placer; lo que es necesario aprehender. Esto es que lo que vemos en el sueño, en tanto al inicio es allí que se hace puro lo esencial, el abordaje de esta función del significante, de esta estructura lógica mínima, de la cual yo rearticulaba, en su momento, los términos. Es necesario impulsar hasta el fin de lo que se refiere a la perspectiva freudiana. Si como todo lo indica en nuestro modo de tratar el sueño, de lo que se trata es de frases— dejemos por el instante su sintáxis— ellas tienen una elemental al nivel de dos mecanismos que acabo de recordar, de la condensación y el desplazamiento. Lo que es necesario ver es el modo en el cual esto se nos aparece es alucinatorio, con el acento que Freud de a ese término, en ese nivel, que es decir si esto no es que el sueño es ya en sí mismo, interpretación salvaje, ciertamente, pero interpretación. Allí está para lo que resta que eso aprehende que esta interpretación, que esta para tomar con Freud mismo lo ha escribe muy tranquilamente —si yo lo he subrayado no soy ciertamente quien lo ha descubierto no inventado en un texto— si el sueño se presenta como un rebus, es decir que, si no es más que, en cada uno de esos términos articulados, que son significantes de un punto diacrónico de su progreso, donde se instituye su articulación, el sueño por su función, es su función de placer, pues esta traducción imaginada, ella misma no subsiste más que por ser articulable en un significante. ¿Que es lo que hacemos entonces sustituyendo a esta interpretación salvaje nuestra interpretación razonada?. Es suficiente allí invocar la práctica de cada uno; pero para los otros que relean bajo esta luz los sueños citados en la «Traumdeutung», para darse cuenta que de lo que se trata es, en esta interpretación razonada, no de otra cosa que de una frase reconstituida; dar cuenta del punto de falla que es aquel donde, en tanto que frase y no en tanto que sentido, ella deja ver lo que cojea, y eso que cojea es el deseo. Tomen el sueño, cosa verdaderamente ejemplar y, de algún modo, surgido de Freud, al comienzo mismo del capítulo donde él interroga los procesos del sueño, los traum vogänge y donde él intenta dar eso que él llama la Psicología.
Leerán allí el sueño «después alten Mannes», del viejo hombre que quien su fatiga ha forzado a abandonar en la habitación vecina el cuerpo de su hijo muerto al cuidado de otro anciano. Eso con lo cual sueña es con ese hijo de pie, viviente, que viene cerca de su lecho, que lo toma por el brazo y, con una voz plena de reproche dice: «Vater, sichst du denn nicht das ich verbrenne?».
«Padre,¿no ves que yo ardo?» ¿Que más emotivo, más patético, que lo que se produce, a saber que el padre se despierta y, pasando a la habitación vecina ve que, en efecto, la candela se ha volcado, ha prendido fuego a las cobijas y ya muerde sobre el cadáver, mientras el viejo se ha dormido?». Y Freud nos dice que, seguramente, aparte de que el sueño no estaba allí más que para prolongar el dormir, a la vista de los primeros signos de lo que era percibido de una realidad horrible, es que nosotros no aprehendemos más lejos, que es precisamente por considerar que la realidad que recubre ese sueño prueba que el padre duerme siempre; porque, ¿Cómo no escuchar el acento que hay en esta palabra cuando Freud nos dice —por otra parte— que no hay ninguna palabra en el sueño que no sea recogida en alguna parte en el texto de palabras efectivamente pronunciadas? ¿Como no ver que es un deseo el que lo quema a este niño, pero en el campo del Otro, en el campo de aquél al cual él se dirige, al padre en la ocasión, que es a alguna falla de la cual, en su nombre, él es un ser deseante, de alguna falla, de la cual ha dado prueba, a la vista de este objeto querido que era su hijo?. Es de eso de lo que se trata y es de eso que —nos dice Freud— no es analizado, pero cuan suficientemente indicado, es de eso que la realidad misma lo protege, en su coincidencia, que la interpretación del sueño no es, en todo caso— y Freud está de acuerdo— la que lo ha causado de la realidad.
Pues, cuando nosotros interpretamos un sueño,. lo que nos guía no es por cierto «qué es lo que eso quiere decir» y no más «¿qué es lo que él quiere decir por eso?» sino ¿es que al decir eso quiere eso?— Eso no sabe que quiere eso en apariencia. Es precisamente allí donde está la pregunta y que nuestras fórmulas, en tanto ellas instauran esa relación primera, de algún modo ligada a la función más simple del número, en tanto que él se engendra de ese algo más elemental que tiene nombre en matemáticas y que se llama un semi—grupo donde intervienen adiciones— lo que he llamado la serie de Fibonacci— simplemente la reunión de los dos términos precedentes para constituir el tercero: 1 1 2 3 5….., que es de allí mismo— se los he dicho— que se engendra ese algo, que no es del orden de lo que se llama en matemáticas, lo racional, a saber este trazo unario, sino algo que en el origen introduce esta primera proporción, la más original de todas, proporción que hemos designado y que se designa en matemáticas donde es perfectamente conocida:
la raíz cuadrada de 5-1 sobre 2, simplemente esta proporción a sobre 1-a igual a 1 sobre a igual a 1 más a.
Escriban ahora esto, en el lugar de a: saber. No sabemos aún lo que es esto, en tanto que es allí que nos interrogamos. Si el 1 es el campo del Otro y el campo de la verdad, nosotros escribimos:
saber = verdad = la verdad con el saber en más.
saber — verdad saber
Tratemos de saber lo que quieren decir esas relaciones. Esto quiere decir que el saber sobre el inconsciente, a saber, que hay un saber que dice: «hay en alguna parte una verdad que no se sabe». Es lo que se articula al nivel del inconsciente. Es allí que debemos encontrar la verdad sobre el saber.
Es que nuestra relación, aquella que hemos hecho hace un momento entre el sueño —lo aíslo del conjunto de las formaciones del inconsciente esto no es decir que podría también extenderlo, pero lo aíslo para la claridad— ese rol, del cual sería un error que podamos plantearnos a su propósito la pregunta de: ¿qué es lo que eso quiere decir?. pues no es allí lo importante, esto es: ¿dónde esta la falla de eso que se dice?, porque esto es lo que nos importa. Pero es a un nivel donde lo que se dice es distinto de eso que se presenta como queriendo decir algo. Y sin embargo eso dice algo sin saber lo que dice, en tanto estamos forzados a ayudarlo por nuestra interpretación razonada. Saber que el sueño es posible, eso es, a saber, y que eso sea así, es decir, que el inconsciente haya sido descubierto, que nos indique la proporción singular que es la que podemos escribir con la ayuda del término a, en cuanto que efecto original de la inscripción, hasta por poco que le demos sólo este pequeño impulso de poder renovarse, conjugando repetición y diferencia, en esta operación mínima que es la adición.
Es allí que, en la medida que en ese registro se escribe a = 1 , podemos
1—a a
que en ese saber sobre la verdad disminuida del saber, es allí donde tenemos que tomar no sólo verdad, es decir palabra que se afirma, verdad sobre lo que se refiere a la función del saber, sino hasta, en la ocasión, poder confrontarlos sobre la misma línea y —para decirlo todo— interrogar sobre lo que pertenece a esta juntura que hace que podamos escribir verdad más saber. Pues yo no puedo hacer, en tanto el tiempo me aprieta, más que recordar la analogía económica que he introducido aquí, sobre lo que se refiere a la verdad como trabajo; analogía tan sensible en lo que se refiere a nuestra experiencia, esto es, que en un discurso, al menos analítico, el trabajo de la verdad es más bien evidente en tanto penoso. Facilitar, sin precipitarse a derecha o a izquierda, en no sé que identificación intuitiva, qué cortocircuito, de algún modo es el sentido de eso de lo que se trata en las referencias menos pertinentes, las de la necesidad por ejemplo. Y por el contrario, es a la función del precio a la que yo homologaba el saber. Pues el precio no se establece ciertamente por azar; no es más que algún efecto del intercambio, Pero lo que es cierto es que el precio en sí mismo no constituye un trabajo; y he ahí el punto importante. Es que el saber ya no de cualquier modo…..Es una invención de pedagogos que el saber se adquiere con el sudar de la frente, se nos dirá bien pronto, como si ella fuera forzosamente correlativa del aceita de nuestras veladas. ¡Con una buena iluminación eléctrica, uno se dispensa de ello!.
Pero yo les interrogo: ¿es que ustedes nunca han —no digo aprendido, porque aprender es una cosa terrible, es necesario pasar a través de toda la boludez de aquellos que les explican las cosas, y eso es penoso de sobrellevar— pero, es que saber algo no es siempre algo que se produce como en un rayo? Todo lo que se dice del así llamado aprendizaje, de tener algo que hacer entre las manos, con el hecho también de saber tenerse a caballo, o sobre los esquíes, eso no tiene nada que hacer con lo que es un saber. Hay un momento en que ustedes se destraban de cosas que se les presentan, que son significante, y del mismo modo en el cual se les presentan, eso no quiere decir nada; y después de golpe, eso quiere decir algo, y esto desde el origen. Es sensible en el modo en el cual un niño maneja su primer alfabeto, no se trata de ningún aprendizaje, sino de algo que es ese colapso que une una gran letra mayúscula, con la forma del animal cuya inicial es capaz de responder a la letra mayúscula en cuestión. El niño hace la conjunción o no la hace. En la mayoría de los casos, es decir en aquellos que no están rodeados de una demasiada, gran, atención pedagógica, él la hace. Y el saber es eso. Y cada vez que se produce un saber, seguramente no es inútil que un sujeto haya pasado por ésta etapa para aprender lo que ocurrirá de efecto de saber el nivel de los pequeños esquemas; y tengo el escrúpulo de no haberles hecho sentir completamente bien a ustedes, hace un momento, pero el tiempo me aprieta, la teoría de los conjuntos, volveremos a ello si es necesario.
¿Qué es saber? Si debemos interrogar, llevando las cosas más lejos, lo que se refiere a esta analogía fundamental, la que hace que el saber permanezca aún perfectamente opaco, en tanto se trata en el numerador de la primera relación de un saber singular, que es que hay verdad, y perfectamente articulada en la cual desfallece en tanto saber, y que —en razón de esta relación— es por esta relación misma que alcanzamos la verdad sobre lo que se refiere al saber. Esta claro que no los dejo allí al nivel de un puro y simple enigma, y que el hecho que lo haya introducido por ese término a, les asigna que es efectivamente, en la articulación que ya me parece suficiente cernida del objeto a, que debe sostenerse toda manipulación posible de la función del saber. Habría necesidad aquí, en el momento de terminar, de tener la audacia que nos haría dar un sentido plausible a lo que se escribiría sobre una conjunción cruzada, del tipo de la cual uno se sirve en aritmética, de ese saber concerniente al inconsciente, a ese saber interrogado en tanto que función radical, en tanto que, en suma, él constituye este objeto mismo hacia el cual tiende todo deseo, en tanto que él se produce al nivel de la articulación. Como el saber está, él mismo, en tanto que saber, perdido en el origen de lo que aparece de deseo en toda articulación posible del discurso; esto es lo que consideraremos en las reuniones que seguirán.