Les he dejado, la última vez, sobre una fórmula equilibrada según la proporción llamémosla armónica — que he desarrollado ante ustedes bajo este término: (1 sobre a –1 igual a 1 sobre a):
1 = 1
——– —
a – 1 a
… que he podido traducir fácilmente un razón de anteriores dichos, porque lleva en sí un cierto grado de evidencia aparente y de naturaleza capaz de satisfacer una formula a priori, eso que es lo más comúnmente reconocido, eso a lo que se refiere la conquista analítica. ¿Qué es eso?. Que sabemos que, en alguna parte —en esta parte que llamamos inconsciente— una verdad se enuncia y tiene esta propiedad: que de ella no podemos saber nada. Esto —entiendo ese hecho mismo— es allí lo que constituye un saber.
Entonces escribía: saber sobre verdad menos saber igual a verdad sobre saber
saber = verdad
__________ ________
Verdad—saber saber
Saber sobre función de verdad menos saber, es lo que debe darnos el saber sobre la verdad. En ese punto, para anunciar un mínimo episodio de mis hallazgos, se me ocurrió esta semana escuchar una fórmula— me excuso ante su autor si la deformo un poco— Se trata de una fórmula en las premisas de una búsqueda en la línea de mi enseñanza, que estaba en situar la función del psicoanálisis, no forzosamente como ciencia, sino como indicación epistemológica— en tanto la búsqueda está a la orden del día— sobre la función de la ciencia. La fórmula es esta: «El psicoanálisis sería, en las ciencias, algo que podría formularse como una ciencia sin saber.» Mi interlocutor iba hasta allí, y sin duda llevado por lo que se refiere a un cierto movimiento actual, en la medida que a un nivel, ese de la experiencia, al fin, se plantea la puesta en cuestión acerca de lo que es una suerte de relatividad, a la que se acusaría de ser el modo de dominación social, al nivel de la transmisión del saber. He reprendido vivamente a mi interlocutor en nombre, precisamente de que es falso decir que nada de la experiencia analítica, pudiera articularse en un enseñanza, hablando propiamente, adoctrinarse como saber, y por ese hecho— en tanto se trata de lo que es cuestionado frecuentemente— ser enunciado de un modo magistral en los términos que son, precisamente, bajo los cuales yo enuncio aquí ese saber. Y sin embargo, bajo un cierto ángulo, de un cierto modo, lo que anticipaba mi interlocutor es verdad.
Es la verdad al nivel de ese saber analítico, que no es uno de ellos, a saber por relación a eso que tiene la apariencia de ser eso por lo que se lo tomaría si, bajo pretexto, él ha enunciado la relación original, radical, de la función del saber a la sexualidad. Uno se precipitaba demasiado rápido —éste es un pleonasmo— en deducir de ello que éste es un saber de lo sexual.
¿Qué es lo que ha aprendido en el psicoanálisis, a saber, a tratar bien a su mujer?. Porque al fin de cuentas, eso cuenta: ¡una mujer!. Hay un cierto modo de atraparla por el buen extremo; ¡eso se obtiene de un cierto modo en el que ella no se equivoca!. Ella es capaz de decirles: «Ustedes no me sostienen como se sostiene a una mujer». Que las vías en un análisis puedan ser esclarecidas, que lo impida este hombre, a quien esta mujer se dirigía en lo que acabo de decir, de hacerle bien, gusta creerse que eso se produce al final de un análisis y para lo que es de la técnica —si me permiten expresarme así— si me permiten emplear esta palabra, el resultado esta librado a su saber natural, a la destreza— si puedo utilizar esta palabra con toda la ambigüedad que ordinariamente posee en francés, de los recursos del lenguaje, la facultad delineada de esa palabra es también el sentido de a quien eso se dirige, en la destreza supuesta dada al cabo de un desmontaje. Está claro que no hay nada común entre la operación analítica y lo que sea que se revela de ese registro que he llamado hace un instante, técnico, cuya amplitud se sabe cuando se ubica, como lo ha hecho Mauss por ejemplo, por incidencia en ese dominio, hablando de las carácterísticas en la cultura, de esta función en ese dominio, hablando de las carácterísticas en la cultura, de esta función muy extendida por la cual no es en razón que en nuestra civilización, este no, propiamente hablando, eludida, sino reprimida en los rincones, esta función que él llama «las técnicas del cuerpo». Yo no tengo aquí más que hacer alusión a la dimensión de las técnicas propiamente eróticas, en la medida que son puestas por delante en tal cultura, que no se podría de ninguna manera calificar de primitiva, la cultura hindú, por ejemplo, para hacer sentir que nada de lo que se denuncia en lo que, para ustedes no puede en ningún caso llevarlos más que a título de divertimentos, de pornografía, en la lectura de un libro como el «Kama Sutra», por ejemplo.
Y es sin embargo, en otra dimensión donde ese texto puede ser entendido, puede bien tomar un alcance que, a la vista de las confusiones completas que se han hecho sobre esa palabra, aquélla que voy a emplear, será ubicada, no sin justeza, sino aproximativa, como metafísica. El sesgo, entonces, por el cual es abordado en el psicoanálisis lo que se refiere al saber sexual, es por ello que toma su peso del modo en que lo escribo; allí, aún,. una vez más de lo que se trata es de un recurso a la evidencia del inicio y esto es precisamente lo que de prohibido, hablando propiamente, puede pesar sobre ese saber, el saber sexual. El sesgo por donde yo no iré. Entramos allí pero estamos allí confrontados. Esto es nuevo, en el sentido que ese sesgo nunca había sido tomado; al abordarlo por ese punto donde esta interdicción pesa, y es por el cual los primeros enunciados de Freud, en el lugar del inconsciente ponen el acento sobre la función de la censura como tal. Esta interdicción se ejerce como afectando un cierto «allí «, aquel lugar donde ello habla, donde ello confiesa— es allí donde— donde ello confiesa que está preocupado por la cuestión de ese saber y admiren allí, al pasar, una vez más la riqueza del lenguaje. Ese «preocupado» por traducir la Besetzung,—ocupación— el besetz freudiano, no vale más que este investimiento, o este investido con el cual los traductores nos aplastan las orejas? Esta pre—ocupado, ocupa antes, ese algo cuya posición, desde entonces, va a devenir más ambigüa. ¿Qué puede querer decir?— y esta allí esta necesidad, donde se vuelve allí siempre, sobre esta función del inconsciente —¿qué puede querer decir ese saber cuya marca en un cierto nivel que se articula de verdad, se define en que es eso que menos se sabe, ese saber que les preocupa?. Y esto es lo que permite, quizá, enunciar para esclarecer las cosas que se podría decir desde un cierto punto de vista, que en nuestra cultura, nuestra civilización, en nuestra salsa, en sartén para freír, o en todo caso éste es precisamente el único término que justifica vuestra reunión aquí, se podría llegar a sostener que el psicoanálisis tiene esta función de entretener, esta suerte de hipnosis que hace que, después de todo —es verdad, ¿no es así?— lo sexual, entre nosotros, es mantenido en un entorpecimiento sin precedentes.
Todo eso no es, de ningún modo, una razón para que el psicoanálisis pueda servir, de ningún modo para contestar, en tanto es de ello de que se trata lo bien fundado de la transmisión de un saber cualquiera, hasta del suyo. Pues, después de todo, es psicoanálisis ha descubierto algo, alguna mítica que fuese la fórmula; ha descubierto lo que se llama, en otros registros, medios de producción.¿De qué?, de una satisfacción. Ha descubierto que había algo articulable y algo articulado, algo que he delineado, que he denunciado como siendo montajes, y no pudiendo literalmente concebirse de otro modo, que el llama las pulsiones. Y eso no tiene sentido —lo que quiere decir que no las presenta como tales— más que en la medida que, en la ocasión, esto no satisface y que, cuando se las ve funcionar, eso implica que eso lleva consigo su satisfacción, cuando, bajo el sesgo de una articulación teórica, denuncia en un comportamiento el funcionamiento de la pulsión oral, de la pulsión anal, de la otra, aún, escoptofílica o de la pulsión sadomasoquista. Es precisamente para decir, que alguna cosa se satisface en eso por lo cual va de suyo que no se la puede designar de otro modo que como lo que está debajo, un sujeto, un (escritura en griego) — hipokeimenon— alguna división que debe necesariamente, resultar para él, en nombre de que él no esta allí, que el sujeto de un instrumento en funcionamiento, de un órgano, siendo aquí empleado el término menos en su acento anatómico— prolongación, apéndice natural más o menos animado de un cuerpo— que precisamente en su sentido original, que es el de Aristóteles, a la vista de como la lógica lo emplea, como aparato, como instrumento. Seguramente, el dominio no es más limítrofe y es precisamente por ese hecho que algunos órganos del cuerpo por otra parte diversamente ambigüos, difíciles de asir, en tanto es demasiado evidente que algunos no son más que sus mermas, se encuentran ubicados en esta función de soporte instrumental.
Entonces, se abre una pregunta: ¿cómo podemos definir esta satisfacción? Es necesario creer que debe haber allí, algo que cojea en tanto a lo que nosotros nos dedicamos, en esos montajes, es a desmontarlos. ¿Es decir que el puro y simple desmontaje implica en sí, como tal, en primer plano que él sea curativo? ¡Si eso fuera así, parece que iría un poco más rápido, y hasta quizá habría una paga que habría hecho el giro de la pregunta!. Si ponemos adelante la función de la fijación como esencial, es precisamente porque el asunto no es tan fácil y lo que nos falta retener en el campo psicoanalítico es quizá, en efecto, que algo lo inscribe como horizonte y que ese horizonte es el sexual, y que es en función de ese horizonte, en tanto que mantenido como tal, que las pulsiones se insertan en su función de aparato. Ven ustedes, pues, con que prudencia aporto aquí mis aseveraciones. He hablado de horizonte. He hablado de campo. No he hablado de acto sexual, en tanto que para aquellos que estaban allí hace dos años planteé la cuestión del acto seguramente con otras premisas que las de tener por dado que existe un acto sexual.
Y ellos recordarán que concluí por tomar por punta de mira la cuestión del acto sexual, que podemos enunciar que al retomar «acto» en el acento estructural sólo subsiste: no hay acto sexual. Volveremos a ello. Y por otra parte, ¿dudan ustedes que sea para volver allí por otro sesgo, aquel de este año, el que va de un Otro al otro, que nosotros nos reencontramos en ese camino donde merece, sin embargo, ser recordado lo que hemos concluido en otro abordaje?. Lo que se interroga de la satisfacción como esencial a la pulsión; allí también estamos forzados a dejarlo en suspenso, no sería más que para elegir nuestro camino, para llegar a definirlo. Por el momento, podemos hacer el salto esencial, que se encuentra en alguna parte a nivel del signo igual de la ecuación aquí escrita. Allí está precisamente el centro de nuestra interrogación de hoy. ¿A qué satisfacción puede responder el saber mismo, saber que no es en vano que, en suma, aquí yo lo produzca como aproximación nocional, como el saber que sería idéntico a ese campo que acabo de cernir, que sería el «saber hacer allí» en ese campo?. ¿Es esto suficiente?. Ese «saber hacer allí» es aún un poco demasiado próximo aún del saber-hacer, sobre el cual pude tener allí, hace un momento, un malentendido —que he favorecido por otra parte— historia de atraparlos allí donde hace falta, en el vientre. Esto es más bien » saber ser allí» y esto nos lleva al sesgo que hace aquí nuestra cuestión. Esto nos lleva siempre a las bases, como conviene de nuestra apuesta, esto es lo que el descubrimiento de Freud anticipa ; se puede ser allí sin saber que se es y en creerse, lo más seguro es cuidarse de este «ser allí» que creerse ser en otra parte, en un otro saber, se es allí plenamente. Esto es lo que dice el psicoanálisis. Se es allí sin saberlo. Se es allí en todos los campos del saber. Y es por eso que, por ese sesgo el psicoanálisis se encuentra interesado en la puesta en cuestión del saber. No hay en ninguna parte ninguna verdad, y especialmente ninguna ontología. Donde se es, o donde se funcione por la función del saber, se está en el horizonte de lo sexual. Confiesen que eso vale la pena, al menos que se lo mire de más cerca. Se es allí sin saberlo, ¿pierde uno allí?, eso no parece tener duda, en tanto que es de allí que se parte. Uno está allí embarcado totalmente. La treta de la conciencia es que ella sirve a lo que no piensa servir.
He dicho treta y no engaño. El psicoanálisis no se interroga sobre la verdad de la cosa. En ninguna parte saldremos de los discursos sobre el velo de Maya o sobre la ilusión fundamental de la Willie ( Voluntad ). Treta implica algo, pero aquí es más simple de resolver que en otra parte. Una crédula (Dupa) es alguien a quién otro explota. ¿Quién explota aquí?. Puesto el acento sobre la treta, al menos la pregunta crepita. Y esto es lo que hace en una zona, que es la de las continuidades de la teoría marxista, uno se agite un poco. Eso es lo que este sagrado psicoanálisis no podría dar allí, este es el término que he escuchado anticipar así, surgir, en esas palabras, prefiero —se los he dicho— un discurso, pero cuando voy a ver a la gente, es para que se hable, entonces ellos hablan, hablan más que yo y entonces dicen cosas como ésta: «Después de todo, el psicoanálisis podría ser una caución más para la teoría de la explotación social». No se equivocan. El explotador, simplemente, es aquí menos fácil de aprehender. El modo de la revolución también. Esta es una treta que no aprovecha a nadie, al menos en apariencia.
¿Entonces es que el saber de la experiencia analítica, es sólo el saber sirviendo al no se crédulo (Dupe) en lo que se refiere a la música? ¿Pero qué de nuevo, si eso no se acompaña de un saber a surgir de él, o hasta más precisamente de un saber intrusivo, de un saber entrar en lo que está en cuestión concerniente a este relámpago que puede resultar de él, sobre el fracaso necesario de algo que no es, quizá el privilegio del acto sexual?. Esta es la cuestión por relación a la cual el psicoanálisis, de hecho, ha permanecido sobre el umbral. ¿Por qué ha permanecido sobre el umbral? Que el permanezca sobre el umbral en su práctica, es lo que no puede ser justificado más que de un modo teórico.
Esto es en lo que nos esforzamos. Pero que haya permanecido también sobre el umbral sobre el plano teórico, yo diría que éste es su problema. Dejémosle salir de allí solo. Eso no nos impide, en tanto que estamos aquí, en tanto que estamos en la sartén de freír, de tratar de hacer, nosotros también como los otros: de ir más lejos.
Es cierto que aquí, justamente, nos encontramos en la encrucijada, donde —a la inversa de lo que enunciaba hace un momento— tenemos que recoger quizá, lecciónes de la experiencia, de otras dimensiones, a la vista de un cierto texto por el cual se prueba con el tiempo que no es tan diferente del nuestro, en tanto la función del signo y hasta del significante tiene allí todo su valor: esto es, a saber, de la crítica marxista. Sería suficiente, quizá, un poquito menos de progresismo de un lado y del otro, parece que se llegara a conjunciones —entiendo teóricas— fructíferas. Allí todos saben que yo aporto algo que es también un órgano, justamente aquel que podría servir para pasar esta frontera y que algunos delinean como la lógica del significante. Es verdad, he llegado a hacer allí, algunos enunciados que estimularon vivamente a espíritus a los cuales nada dispondría, viniendo del psicoanálisis, pero que se han encontrado estimulados, viniendo de otra parte. De otra parte que no es tan simple de precisar, en tanto se trata no sólo del aligeramiento político, sino por otra parte de un cierto número de modos que en el tiempo presente —es decir bastante después que yo haya comenzado a enunciar dicha lógica— se producen toda suerte de cuestiones sobre el manejo de ese significante, sobre lo que es un discurso, sobre lo que es una novela, hasta sobre lo que es el buen uso de la formalización de las matemáticas.
Entonces, se está allí, como en otras partes, un poco cercado. La prisa tiene su función— yo ya lo he enunciado— en lógica. Entonces, no lo enuncié más que para mostrar las trampas mentales— hasta las calificaría así— en las cuales ella precipita. Se terminará en querer acentuar como lo que enuncio como lógica del significante permanece al margen, de algún modo, de eso que un cierto frenesí, adhesión a la formalización pura, permitiría separar de ello, como dicen, metafísica; se terminará por hacer que uno se diera cuenta que, hasta en el dominio del puro ejercicio matemático, el uso de la formalización no agota nada, pero deja al margen algo a propósito de lo cual vale siempre la cuestión de lo que se refiere al deseo del saber. Y, ¿quién sabe?, alguien alrededor mío lo ha sugerido hace algunos días, habría, quizá, pese a mí, un día que en matemáticas, algo que se llamaría el teorema de Lacan. Eso no es, ciertamente, lo que habría buscado, pues yo tengo otras cosas más importantes en la cabeza. Pero es justamente así como las cosas ocurren. A fuerza de querer considerar como cerrado —y es precisamente esa la carácterística de algo que normalmente debe desembocar en otra parte— un discurso no acabado, se producen efectos de merma como aquél.
Este teorema; se puede dejar aún su enunciado en lo obscuro del porvenir. por el instante volvamos al saber y volvamos a partir de lo que aquí es enunciado. No es lo mismo enunciar una fórmula comenzando por un extremo o por el otro. El saber —puede decirse inversamente a nuestra experiencia— es eso que le falta a la verdad. Es por eso que la verdad pone evidentemente en la puerta falsa al debate de una cierta lógica —y sólo de aquella— de la lógica de Frege, en la medida que ella parte sobre la muleta de dos valores, al fin notables: 1 o 0, verdad o error . Miren bien que esfuerzo él hace para encontrar una proposición que pueda calificarse de verídica. Es necesario que él llegue a invocar el número de satélites que tiene Júpiter o tal otro planeta. Dicho de otro modo, algo bien redondo y enteramente aislable. Sin darse cuenta que no hay más que recurrir al más viejo prestigio de eso por lo cual, en primer lugar, la aparición de lo real es eso que vuelve siempre al mismo lugar. Por el hecho que él no puede avanzar otra cosa que el recurso a esas entidades astronómicas, que seguramente hasta no es cuestión que un matemático enuncie como fórmula, sin embargo, inherente en sí, la verdad de que 2 y 2 hacen 4; y no es verdad, pues, si por azar, en cada uno de los dos hubiera uno que fuera el mismo, ellos no harían más que 3. No hay muchas otras fórmulas que puedan ser enunciadas como verdad.
Que la verdad sea deseo de saber y nada más, no está hecho, evidentemente más que para hacernos cuestionar precisamente esto: si había una verdad antes. Todos saben que allí está en sentido del dejar-ser heideggeriano. ¿Es que hay algo a dejar-ser?. Es en ese sentido que el psicoanálisis aporta algo. El está para decir que hay algo, en efecto, que se podría dejar ser. Sólo allí interviene. E interviene de un modo que nos interesa, más allá del último umbral en el cual permanece, en la medida que nos hace interrogar sobre lo que se refiere al deseo de saber. Es por lo cual volvemos a la pulsión. Sin duda ella es mitológica, como Freud mismo lo escribió. Pero lo que no lo es, es la suposición que un sujeto se satisfaga con ella. pues esto no es pensable sin la implicación ya, en la pulsión, de un cierto saber, de su carácter de lugar teniente de lo sexual . Sólo que allí, ¿qué es lo que eso quiere decir?, ¿que esto no es pensable?.
Porque las cosas pueden ir tan lejos como a interrogar el efecto de pensamiento como sospechoso. No sabemos, quizá absolutamente nada de lo que eso quiere decir: tener el lugar de lo sexual. La idea de sexual mismo, puede ser, un efecto del pasaje de lo que está en el corazón de la pulsión, a saber, el objeto a. Como ustedes lo saben, eso se ha hecho hace mucho tiempo.¡La querida Eva, ella le pasa la manzana fatal!. Este es al menos un mito, también. Es a partir de allí que él la ve como mujer. El se da cuenta de todos lo trucos que les dije hace un momento. Antes él no se había dado cuenta que ella era algo extraído del lado gris de sus costillas. El había encontrado eso gentil, agradable. ¡Estaba en el Paraíso! Es probablemente en ese momento —y al leer el texto no deja ninguna duda— que no sólo el descubre que ella es la mujer, sino que él comienza a pensar. ¡Querido pequeño!. Es por eso que decir el «ello no es pensable», que la pulsión ya comparta, implica un cierto saber. eso no nos lleva lejos. Y la prueba, por otra parte, es que la juntura que se provoca aquí, es la del idealismo. Hay un hombre llamado Simmel que ha hablado en su tiempo de la sublimación, antes que Freud. Era para partir de la fusión de los valores. Y entonces él explica muy bien como el objeto femenino viene a tomar en el interior de eso, un valor privilegiado. Esta es una elección como otra. Existen los valores, se piensa en los valores. Y después se piensa según los valores. Y después se edifican valores. Si les he dicho que el psicoanálisis y Freud no se preocupan de la ilusión ni del velo de Maya es justamente que el uno y el otro, la práctica y la teoría, son realistas. El goce, esto es lo que no se percibe al ver su constancia en los enunciados de Freud. Pero es también lo que se percibe en la experiencia, entiendo psicoanalítica.
El goce es aquí un absoluto, esto es lo real, y tal como lo he definido: Como lo que vuelve siempre al mismo lugar. Y si uno lo sabe, es a causa de la mujer. Este goce como tal es el que, en el origen, sólo la histérica lo pone en orden lógicamente; es ella, en efecto, quien lo plantea como un absoluto, es en esto que ella revela la estructura lógica de la función del goce. Pues si ella lo plantea así, en lo cual ella es una justa teórica, es a sus expensas. Es justamente porque ella lo plantea como un absoluto que es rechazada, en no poder responder allí más que bajo el ángulo de un deseo insatisfecho por relación a ella misma. Esta posición en el develamiento lógico parte de una experiencia, cuya correlación es perfectamente sensible en todos los niveles de la experiencia analítica. Quiero decir que es siempre de un más allá del goce como absoluto, que todas las determinaciones articuladas de lo que se refiere al deseo, encuentran lógicamente su justo lugar. Esto es lo que ocurre en un grado de coherencia en el enunciado, que refuta toda caducidad ligada al azar del origen. No es porque todas las histéricas hayan estado allí al comienzo, por un accidente histórico, que todo el mundo ha podido tomar su lugar. Es porque ellas estaban en el punto justo donde la incidencia de una palabra podía poner en evidencia ese agujero, que es la consecuencia del hecho que el goce juega aquí la función de estar fuera de los límites del juego. Esto es porque, lo dice Freud, el enigma es allí, saber que quiere una mujer, lo que es a un modo enteramente desplazado al delinear lo que se refiere — en la coacción— a su lugar, y que toma valor en lo que se refiere. a saber, lo que quiere el hombre. Que toda la teoría del análisis, se dijo alguna vez, se desarrolla en una cuerda androcéntrica, no es falta de los hombres, como se lo cree. No es porque ellos dominen, en particular. Es porque ellos han perdido los pedales y a partir de ese momento no hay nada más que mujeres, y especialmente las mujeres histéricas que comprenden algo allí. Es en el enunciado del inconsciente tal como acabo de escribirlo, si él lleva la marca del a, al nivel donde falta el saber, es en la medida en que no se sabe nada de este absoluto, y que hasta es eso lo que lo constituye como absoluto. Es que él no está ligado en el enunciado, sino que eso que se afirma— y esta es la enunciación en su parte inconsciente— es que es el deseo en tanto que falta del 1. La falta del 1 no garantiza que eso sea la verdad. Nada garantiza que no sea la mentira y es por eso que en el «Entwurf», en el » Proyecto de una psicología». Freud designa lo que se refiere a la concatenación inconsciente, como tomando siempre su inicio en un protón pseudos, lo que no puede traducirse correctamente —cuando se sabe leer— más que por la mentira soberana. Si eso se aplica a la histérica, no es más que en la medida en que ella toma el lugar del hombre.
De lo que se trata es de la función de ese 1, en tanto que él domina todo lo que se refiere al campo que, a justo título, se delinea como metafísico. Es él quien es puesto en causa más que el ser, por la intrusión del psicoanálisis . Es el quién nos fuerza a desplazar el acento desde el signo al significante. Si hubiera un campo concebible donde funcionara la unión sexual, no se trataría allí, en el animal, donde eso tiene el aire de poder ser más que del signo. ¡»Hazme cisne»! , como decía Leda a uno de ellos. Después de eso todo va bien. Se ha pasado cada uno la mitad del postre, están juntos. Eso hace uno. Sólo que, si el análisis introduce algo, es que precisamente ese uno no pega, y es porque él introduce algo nuevo, a la luz de lo cual, por otra parte, hasta hace esas explosiones del erotismo— a las cuales hacía alusión hace un momento— sólo pueden tomar su sentido en tanto que el se compromete; pues si la unión sexual comportara al mismo tiempo su fin, la satisfacción no habría ningún proceso subjetivo a alcanzar por ninguna experiencia. Entiendan, no aquellas que en el análisis dan las configuraciones del deseo, sino las que, más allá, en ese terreno ya explorado, ya practicado, son consideradas como las vías de una ascesis, donde algo del orden del ser puede venir a realizarse.
El goce, este goce que no está aquí valorizado más que por la exclusión, de algún modo, de algo que representa la naturaleza femenina. ¿Es que no sabemos que la naturaleza para poder en sus mil y diez mil especies responder a las necesidades de la conjunción, no parece tener necesidad de recurrir a él?. Hay otros aparatos que los aparatos de tumescencia que están en función a nivel de tales artrópodos o arácnidos. Lo que pertenece al goce no es aquí, en ningún modo, reductible a un naturalismo. Lo que hay de naturalista en el psicoanálisis, es simplemente ese primitivismo de los aparatos que se llaman las pulsiones, y ese primitivismo está condicionado a que el hombre nace en un baño de significantes. No hay ninguna razón para darle alguna continuidad en el sentido de naturalismo. La cuestión que vamos a abrir, y que será el objeto de nuestro próximo encuentro será, pienso, esclarecida por esas premisas que he anticipado hoy.
¿Cómo puede hacerse?. Es de allí que es necesario tomar la cuestión, no de la sublimación que es el punto donde Freud mismo ha marcado— lo que he llamado hace un momento— la detención del análisis sobre un umbral; de la sublimación él nos ha dicho sólo dos cosas: que tenía una cierta relación un objekt —con un objeto—; ustedes ya conocen el an sich, no es enteramente parecido más que al en (sic) en francés, cuando se traduce el an Sich por en Si (en Soi). No es enteramente allí. Es precisamente por eso que mi en-Yo (en-Je) cuando se trata del a plantea también ambigüedad. Preferiría llamarlo el a-Yo (a-Je), poniendo allí un apóstrofe, el a-Yo (l ‘a-Je) y ustedes verían así donde nos deslizamos. Allí está el buen uso de las lenguas en ejercicio, pero, para retomar aquello de lo cual se trata, cuando Freud articula la sublimación, él nos subraya que ella tiene relación con el objeto es por el intermedio de algo que él explota al nivel donde lo introduce y que llama la idealización, pero que, en su esencia es —mit dem trieb— con la pulsión—. Esto está en » Zur Einfürung después Narzissmus», pero para referírselos a otros textos, hay un cierto número de ellos —pienso que no tengo necesidad de enumerárselos— desde los «Tres ensayos sobre la sexualidad» hasta la «Massenpsychología». El acento está siempre puesto sobre el hecho que, a la inversa de la interferencia censurante que carácteriza a la «verderängung»—represión—, y para decirlo todo, del principio que hace obstáculo a la emergencia del trabajo, la sublimación es, propiamente hablando, y en tanto que tal modo de satisfacción de la pulsión. Ella es con la pulsión, una pulsión que él califica de zielgehemnt—desviada, se traduce— de su fin. He tratado de articular, ya, lo que se refiere a ese fin, y que quizá, habría que disociar al nivel del fin, lo que es el campo de eso que es— propiamente hablando— el blanco, para ver allí más claro. Pero que necesidad tengo de tales argucias, después de lo que hoy he introducido ante ustedes. Como no ver que no hay nada más fácil, que ver la pulsión satisfacerse fuera de su fin sexual.
De cualquier modo que este sea definido esta fuera del campo de lo que, por su esencia, es definido como el aparato de la pulsión.
Para decirlo todo, para concluir, no les rogaré más que una cosa: ver que lo que le pertenece culmina en todos lados —no donde el instinto, que valdrá la pena, a partir de hoy, situar en alguna parte— sino en una estructura social que se organiza alrededor de la función sexual.
Uno puede sorprenderse que ninguno de los que se han aplicado a mostrarnos las sociedades de abejas ú hormigas, han puesto el acento sobre esto: que en tanto ellos se ocupan de otras cosas, de sus grupos, sus comunicaciones, sus retozos, su maravillosa pequeña inteligencia, ver que un hormiguero, como una colmena, está enteramente centrado alrededor de la realización de eso que se refiere a la relación sexual. Es muy precisamente en esta medida que esas sociedades difieren de las nuestras, en que ellas toman la forma de una fijeza donde se prueba la no presencia del significante. Es precisamente por eso que Platón, que creía en la eternidad de todas las relaciones idéicas, hace una Politeia— República— ideal, donde todos los niños están en común. A partir de aquel momento, estén ustedes seguros de lo que se trata, se trata, hablando propiamente, de centrar la sociedad sobre lo que pertenece a la producción sexual. El horizonte de Platón —todo lo idealista que lo imaginen— no era otra cosa, aparte seguramente de una serie de consecuencias lógicas, de las cuales no es cuestión que ellas den sus frutos más que anulando en la sociedad, todos los efectos de sus » diálogos». Les dejo allí por hoy, y los recibiré la próxima vez sobre el asunto de la sublimación.