Este pequeño festival hebdomadario no está destinado a continuar durante a eternidad. Hoy vamos a tratar de darles la idea del modo en el cual, en un contexto más favorable, mejor estructurado, podríamos emplearnos en poner un poco de rigor en la teoría.
Cuando este año elegí para título de mi seminario: «De un Otro al otro», una de las personas que, debo decir, era la más distinguida a partir de una pronta oreja a escucharse en este ámbito, pero que al fin, como San Pablo había sido derribada en el desvío por esta cosa que nos ocurrió el año pasado todos ustedes lo saben, la memoria de ello aún dura como San Pablo en el camino de Damasco, se había visto precipitado abajo de su montura teorizante por la iluminación maoísta, ese alguien ha escuchado este título y me ha dicho: «Sí…es banal».
Quisiera, al menos, si ustedes no lo sospechen ya, puntuar bien que eso quiere decir algo, algo que necesita la elección muy expresa de las palabras que como me atrevo a esperar, ustedes escriban en vuestras cabezas se escriban: «De un Otro al otro». La gran A (Autre) me ocurre, me ha ocurrido este año, escribirla muchas veces sobre hojas donde, de tiempo en tiempo, recuerdo la existencia de un cierto número de grafos, y «el otro» (autre), concierne a lo que escribo con una «a».
Si evidentemente este término no resonara ya en la oreja aturdida por otros efectos sonoros que los de un pequeño aire de balada, en el género «del uno al otro» del ir de paseo del uno al otro; es, sin embargo, no decir nada más que eso: del uno al otro. Eso marca los puntos de escansión de un desplazamiento: de allí a allí. Pero, en fin, evidentemente para nosotros, que no somos mordidos en todos los momentos por la picazón del acto, podemos preguntarnos qué interés, si es de dos unos que se trata, por qué uno más que el otro, si el otro es todavía uno.
Es un cierto uso preposicional de estos términos: uno y otro, es decir, insertarlos entre un «de» y después un «a» que tiene por efecto establecer entre ellos lo que he llamado en otros tiempos una relación quizás recuerden eso, en fin, yo imagino una relación metonímica. Esto es lo que acabo de designar diciendo que ¿qué hay de bueno? si esto es siempre un uno, por otra parte, si ustedes derivan las cosas así:
del uno a el otro
1 1
la relación metonímica es en cada caso 1.
Es importante escribirlo así porque un escrito así, es un efecto privilegiado de significado que se conoce, generalmente, bajo el término del número. Es, a saber, que este uno se carácteriza por lo que se llama la identidad numérica. Como aquí nada es designado por esos términos, más que si estuviéramos al nivel de alguna significación unaria, de un uno ubicado, por ejemplo sobre vuestra palma, en la ocasión, a manera de tatuaje, lo que les identifica en un cierto contexto, ha ocurrido como no estamos en ese nivel que este es un trazo que no marca nada de lo que se trata en cada caso. Estamos estrictamente, al nivel de lo que se llama la identidad numérica, es decir de algo que marca la pura diferencia en tanto que nada la específica. El otro no es el otro en nada, y es, justamente por eso que él es el Otro. He allí. Entonces, uno puede preguntarse, ¿por qué del uno al otro?, ¿por qué existen estas clases de cosas que entrañan, que se llaman artículos definidos, en francés «el»?. Eso no se ve bien, inmediatamente al nivel del primero. El uno, ¿por qué el uno?. Estamos cerca de calificar este «1» con «el uno» (l’un) por eufónico, si no desconfiáramos por experiencia de esa suerte de explicaciones.
Hemos sido suficientemente advertidos por encuentros precedentes. Tratemos mejor de ver si este «el», artículo definido, se justifica mejor ante «el Otro». El artículo definido, en francés, se distingue de su uso en inglés, por ejemplo, donde el acento demostrativo permanece tan fuertemente apoyado. Hay un valor privilegiado del artículo definido en francés, es lo que se llama su valor de funcionar por lo notorio. Del uno al otro del cual hemos partido; ¿se trata del otro entre todos, en el sentido en que vamos suavemente a impulsarlo?. Entre todos, ¿habría allí, entonces, otros?. Es buenos advertir aquí, rememorar si se puede, que hemos planteado que, a nivel del Otro, al menos cuando lo hemos escrito con una A mayúscula, hemos formulado también que no hay Otro del Otro. Y esto es esencial para toda nuestra articulación. Entonces se buscará otra notoriedad. Si no hay Otro del Otro, ¿es decir que no hay más que uno de ellos?. Pero eso también es imposible porque sin eso no habría Otro. Esto puede parecerles, todo esto, un tanto, aunque más no fuera, retórico. Lo es. Se ha especulado mucho, en tiempos muy antiguos, sobre estos temas que se disponían de un modo diferente.
Se hablaba del otro y del mismo, y Dios sabe donde ha conducido toda una línea que se llama hablando propiamente, platónica. Esto no es lo mismo que hablar del uno y del otro, no porque la línea platónica no haya podido hacer otra cosa más que llegar a plantear la cuestión del uno, sino, precisamente de un modo que es el que, al fin de cuentas vamos a interrogar en el sentido de un cuestionamiento. El uno, tal como lo tomamos aquí, es de otro orden que este Uno elaborado por la meditación platónica. Está claro que, para aquéllos que ya me han escuchado este año, esta relación del uno al otro no va a hacer menos que recordar, que hacer sentir, la función del par ordenado del cual han visto, al pasar cual es el rol mayor en la introducción de lo que se llama, bizarramente, la teoría de los conjuntos; pues todo el mundo parece acomodarse demasiado fácilmente a estos conjuntos al plural en tanto que es, justamente, una cuestión muy viva, aunque no totalmente zanjada aún, si se los puede poner en plural. En todo caso, no es tan fácil si la cuestión permanece abierta saber si puede considerarse de algún modo, que un elemento pueda pertenecer a dos conjuntos diferentes permaneciendo el mismo.
Este es un pequeño paréntesis destinado a recordarles que, no es sin constituir una fuerte innovación lógica que todo lo que se refiere a lo que yo llamaría el «conjuntamiento» (ensemblissement), por razones de consonancia prefiere esto que encaje (ensemblement), aunque ocurra que la teoría de los conjuntos encalle (s’ensanble) de tiempo en tiempo, pero no se reensabla demasiado alegremente.
No es, evidentemente, más que al margen de una tal referencia que yo querría recordarles esta innovación enteramente radical, que la teoría de los conjuntos constituye al introducir este paso y, literalmente en su principio: que eso se trata de no confundir no es, en ningún caso, un elemento cualquiera con el conjunto que, sin embargo, no lo tendría más que por sólo elemento.
Esto no es totalmente parecido. Y está allí el paso de innovación lógica que debe servirnos, exactamente, para introducir como convenio, este Otro problemático del cual acabo de interrogar por qué le daríamos este valor notorio: el Otro. En este sentido, que es aquel por el cual lo introducimos provisto de esta A, él toma este valor notorio no por ser el otro entre todos, por ser el único por otra parte, sino solamente, porque en su lugar no hay más que un conjunto vacío.
He allí lo que lo designa como Otro. Quizás, en esta ocasión les recordaré el esquema que he escrito varias veces este año sobre esas hojas blancas: el esquema del S1 fuera del círculo, designando, precisamente, el límite del Otro como conjunto vacío. Este es el gran A, el Otro, para designar la relación de ese S1 a un S2, el cual se inscribe en el campo del Otro y que es, precisamente, este otro significante del cual yo hablo como siendo aquel sobre el cual reposa la constitución del sujeto, en que el S1 lo representa, a este sujeto, cerca de otro significante.
También he insistido sobre que, de tener esa posición, se renovará el límite del A, llamado conjunto vacío, con el S3 y tantos Otros que podrán aquí tomar el lugar de un cierto relevador (relais). Es este relevador el que vamos a explorar hoy, y no he recordado esto más que para aquellos que por estar ausentes no verán lo que dibujo, por haber estado ausentes cuando escribí ya estas fórmulas, de este modo. Remarquen bien que no hay nada de arbitrario en identificar el mismo A con este límite aquí trazado por la línea, pues no es el punto menos singular de la teoría de los conjuntos aquel que se produce a cualquier nivel del conjunto vacío, cundo ustedes interrogan un conjunto hecho del elemento ¡y que tiene por único elemento el elemento !. He allí un conjunto de dos elementos distintos, en tanto no se podría confundir —de ningún modo— un elemento con el conjunto que no comporta más que este elemento como elemento del conjunto.
( ( )
( 1 ( 1)
( ( )
(
Pues al conjunto vacío, podremos siempre, en todo instante, hacerlo surgir a título de lo que se llama subconjunto. Esto no tiene poco interés, es, quizás, hasta el interés principal de la teoría de los conjuntos, ese juego llamado de los subconjuntos. Lamento deber recordarlo, pero es la extensión de mi auditorio lo que fuerza a ello: recordar que hacer (x, y, z, n) los elementos de un conjunto, si se llama subconjunto a otro conjunto que está incluido en este conjunto bajo una forma de este tipo que x, y, z, constituyan un subconjunto de él, ven rápidamente que el número x,y,n, por ejemplo, y después y,z,n, y así seguidamente, que el número— pienso que no tengo necesidad de insistir para que eso les parezca evidente— pienso que está claro que, numéricamente, que reunir los elementos de los subconjuntos… Dicho de otro modo, lo que aquí en un primer tiro podría hacer figura de partes, no es evidentemente en ningún caso igual, numéricamente a los elementos del conjunto T, de donde hemos partido para articular estos subconjuntos y que, hasta es fácil imaginar que la fórmula exponencial nos mostrará que, a medida que engrose el número de elementos de un conjunto, la suma numérica de los subconjuntos que se puede edificar con ellos, supera muy ampliamente el número de esos elementos:
(x,y,z,n)
(x,y,z)
(x,y,n)
(y,z,n)
Es muy importante recordarlo para alterar esta suerte de adhesión a una geometría pretendidamente natural, y especialmente a un postulado al cual, si mi recuerdo es bueno, en alguna parte del margen del décimo libro de Euclides— espero no equivocarme— un cierto Euxodo, da gran importancia.
Pues esto es capital, porque vamos a tocarlo inmediatamente con el dedo bajo la forma siguiente: es que al enumerar los subconjuntos de nuestro Otro reducido a su función más simple, a saber, el ser un conjunto que porta el 1, ese significante necesario, siendo aquel cerca del cual va a representarse del uno al Otro el uno del sujeto. Verán en su momento, en que límites es necesario reducir esas dos S —S1 y S2— a un mismo uno. Este es precisamente el objeto de nuestras distinciones de hoy. Está claro que al interrogar el 1 escrito en el campo definido como Otro, como conjunto como tal, tendremos como subconjunto 1, y este es el modo de escribir el conjunto vacío.
La ilustración más simple de lo que he recordado: que los subconjuntos constituyen una colección numéricamente superior a la de los elementos que definen un conjunto. Es necesario insistir para que ustedes vean aquí reproducirse —bajo la forma de este doble paréntesis que es, efectivamente, el mismo que aquél de la línea que aquí designa A— exactamente la identidad de esta A como conjunto vacío, en estos dos puntos del esquema que lo reproducen. He aquí, entonces evocado, el que, en el campo del Otro, algo puede inscribirse tan simple como el trazo unario, desde que esto se concibe, ha surgido por el mismo movimiento, por la virtud del conjunto, la función del par ordenado. Pues basta ver, que desde entonces, los dos 1 que pueden inscribirse, el uno aquí como primer elemento del conjunto y el otro a llenar el segundo conjunto vacío —si es posible expresarse así, pues como conjunto vacío éste es el mismo— estos dos 1 se distinguirán por una pertenencia diferente.
Es precisamente allí donde yace la virtud no reencontrada hasta entonces de ese uno al otro, aspecto de nada, de donde hemos partido hace un momento para recordar lo que tiene de específica la relación que nos interesa y que motiva este año nuestro titulo: de un Otro al otro. Es en la medida en que todo lo que se refiere a lo que hace a nuestra experiencia no puede más que girar, volver a girar y siempre volver a puntuarse alrededor de la cuestión de la subsistencia del sujeto, siempre eje, axiomática indispensable para nunca perder eso a lo cual tenemos que enfrentarnos, en lo concreto, del modo más eficaz, a saber que, si este eje y este axioma no son conservados, entramos en la confusión, aquella que se exhibe en los últimos tiempos en todo lo que se hace del enunciado de la experiencia analítica y especialmente en la integración más y más invasora de esta función llamada «the self», que aporta una ventaja a las articulaciones presentes del análisis anglo-americano. ¿Qué es, en efecto, eso que, desde los primeros pasos nos permite esta distinción, esta disimetría sobre la cual —lo ven— se funda la diferencia que hay entre el significante que representa al sujeto y aquél cerca del cual va a inscribirse en el campo del Otro, para que surja el sujeto de esta misma representación?.
Esta disimetría fundamental es la que nos permite plantear la cuestión: ¿Qué es del Otro?, ¿Es que él sabe?. No pido que se responda al unísono. Si yo tuviera un espetón (brochette) de dos filas ante mí, y fueran alumnos de un cierto tipo— felizmente no tengo que considerarlos como típicos, puedo al menos evocarlos como divertidos— después de todo, porque no se me diría: «Pero no, ¿Él no sabe?, todo el mundo sabe eso; el sujeto supuesto saber, pan, pan!, no existe más!». Hay aún gente que cree eso, que hasta lo enseña, ciertamente en lugares inesperados aunque recientemente surgidos. Pero esto no es, enteramente, lo que he dicho. No he dicho que el Otro no sepa; son aquellos que dicen eso los que no saben gran cosa, pese a todos esfuerzos para enseñárselos. He dicho que el Otro, como es evidente en tanto que es el lugar del inconsciente, sabe. Sólo que él no es un sujeto. La negación, «no hay sujeto supuesto saber», si es que jamás se ha dicho eso bajo esta forma negativa, cae sobre el sujeto, no sobre el saber.
Esto, por otra parte, es fácil de aprender, por poco que se tenga una experiencia del inconsciente. Ello se distingue en que, justamente, no se sabe, allí adentro, quien es que sabe.
Eso puede describirse de dos modos:
quién es que sabe
quien sabe quien es
El francés es una bella lengua, sobre todo cuando uno sabe servirse de ella. Como todas las lenguas, ningún retruécano se produce allí al azar.
Entonces, ese recuerdo del estatuto del Otro es el que, en el simbolismo se escribe así: S (A). S es lo que quiere decir significante, y A, al cual he dado hoy la figura del conjunto vacío. Pongo eso allí porque, en el mismo estilo, llevado a quien, en su momento —seguro en tanto imaginariamente, estoy forzado a imaginar las preguntas y las respuestas, ya que hace un momento, imaginariamente— suponía que se decía que el Otro no sabe. No quisiera que, a continuación de eso, tuvieran la idea de que lo que estoy en tren de explicar es lo que está arriba, a la izquierda de mi grafo, a saber S significante de A tachada. Eso es otra cosa. Como aún haré dos seminarios, tengo tiempo de explicarles la diferencia. Por el momento lo que yo deduzco, hoy, con alguna lentitud, pero muy importante de recorrer por razones que les dejaré entrever quizás, al fin de esta sesión, es que no hay confusión sobre un cierto número de notaciones. S (A), he allí lo que viene aquí a ser enunciado de lo que se refiere al Otro título de conjunto vacío.
¿Es necesario que vuelva sobre ello una vez más— porque yo no había más que de eso desde el comienzo, pero no está probado que no sea necesario que vuelva allí— sobre eso que quiere decir que, en ningún caso quiera decir que él es Uno. No es porque no haya otro que él es Uno. Pues, para que el sujeto se haga representar allí, afuera, es necesario que un significante encuentre otro. El no puede encontrarlo más que allí. Esta es la fuente de la confusión; a partir de ese necesidad penosa se van a encarar las cosas de otra manera, naturalmente no sin razón. Pero yo no puedo, sin embargo, rehacerles la historia de eso todo el tiempo, a saber, cómo éste animal con el fuego en trasero llega a tener que promoverse como sujeto.
Es precisamente ese fuego en el trasero lo que lo impulsa allí. Sólo que si yo hablo de fuego en el trasero, sólo eso les interesa, entonces es necesario, no obstante, que de tiempo en tiempo, me ponga a hablar, a hablar propiamente de lo que ocurre, descuidando el fuego en el trasero que es, sin embargo, la única cosa segura que pueda motivarlo a hacerse representar así, en eso. De lo cual —en efecto— es necesario partir, es decir no del Otro, sino de este un Otro, es decir de este uno, inscripto en el Otro, condición necesaria para que el sujeto se cuelgue allí, bella ocasión también para no acordarse de lo que este uno es la condición, es decir: el Otro. He allí. Entonces no sé si ustedes ven venir eso. Pero, en fin, está claro que si yo les he hablado de Pascal y su apuesta —al comienzo del año— no es únicamente par dar una prueba de una erudición que, por otra parte, como algo habitual he ocultado completamente, en lo concerniente a mis afinidades jansenistas y otras tonterías por el estilo para los periodistas. No es enteramente de eso de lo que se trata.
Se trata de esto: estudiar lo que ocurre en lo que acabo de escribir en el pizarrón y sobre lo cual deberán ya preguntarme al menos tres cuartos de hora, y es que, entonces, algo va a enunciar al sujeto en el título más simple de este mismo Uno unario al cual reducimos, en la hipótesis estricta, lo que se refiere a eso a lo cual él puede colgarse en el campo del Otro, y que existe un modo de eso que es el más simple que he escrito allí hoy, esto es: contarse uno mismo. Es necesario confesar que es tentador; es hasta tan tentador que no hay uno sólo de entre ustedes que no lo haga, todo el psicoanálisis, habiendo sido vertido sobre vuestras cabezas, puede nada allí. Ustedes se creen Uno por mucho tiempo. Es necesario confesar que es tentador; es hasta tan tentador que no hay uno sólo de entre ustedes que no lo haga, todo el psicoanálisis, habiendo sido vertido sobre vuestras cabezas, puede nada allí. Ustedes se creen Uno por mucho tiempo. Es necesario decir que tienen fuertes razones para ello. No estoy, por el momento, en tren de hablar de mentalidad, ni de contexto cultural, ni de esas otra palabritas, palabrerías, y, después de todo, eso me ocasiona más bien una vacilación, a saber, caer en la lamentable debilidad de evocar aquí eso que, de todos modos, ustedes son incapaces de comprender— yo también—, es que hay al menos, zonas en el mundo en las cuales es la cima de la religión el evitar este un Otro; sólo que eso comporta un modo de conducirse con la divinidad, no simplemente el de Pascal, el decir que no se sabe lo que él es, sino que hasta no se sabe si él es. Pero, no. No se puede decir eso, pues ya decir eso, es decir demasiado para un budista.
Eso supone una disciplina que, evidentemente impone a partir de allí consecuencias que van a resultar en relaciones pero eso, al menos lo sospechan entre la verdad y el goce. Y se le hace pasar no sé qué D.D.T. sobre ese campo del Otro que, evidentemente, le permite cosas que no son permitidas. Lo que sería divertido, lo que estaría bien, es ver la relación que eso tiene lo que estoy en tren de decirles con el hecho que la lógica que se ha producido en un cierto momento de la historia en paralelo a lo que nos ha cocido a fuego lento, que no está tan mal, que está llena de cosas enteramente inexplotadas aún. Aristóteles debe, sin embargo, tener una relación con lo que en ellos, en la cocina al nivel de este plato toma una forma diferente. En el lugar en que hay simplemente una mayor, una menor y una conclusión, hay forzosamente, al menos cinco términos. Sólo que para aprehenderlo bien, sería necesario comenzar en primer lugar por hacer algunos ejercicios, que deberían permitir hacer otra relación entre la verdad y el goce, que no es usual en una civilización fuertemente centrada sobre sus neuróticos.
He allí; entonces, medianamente, sea lo que sea de lo que se trate es que, Uno, el sujeto se anuncia en este un Otro, este un Otro que está allí como inscripto, en primer lugar como significante unario, por relación al cual hay que plantearse como Uno; y ustedes ven allí el alcance de mi apuesta de Pascal, se trata de un «quita o dobla» que, como se los he hecho destacar en la apuesta de Pascal es jugada por un sólo jugador, en tanto el Otro como he insistido en ello en el momento en que hablaba de la apuesta de Pascal es el conjunto vacío, no un jugador. El sabe cosas, pero como no es un sujeto, no puede jugar.
«Quita o dobla»; allí Pascal nos articula bien la cosa. El dice: aunque no se tratara más que de eso, de tener una segunda vida después de la primera, eso valdría todo. Eso produce una cierta impresión. Como, justamente, somos una civilización cuyo eje está constituido por neuróticos, como lo decía hace un momento, se marcha, se cree en ello. Se cree en ello de todo corazón. Creo en ello como ustedes. Valdría la pena balancear aquélla para tener otra. ¿Por qué?. Porque eso permitiría hacer una adición, hacer dos de ellas. Es tanto más verosímil que se esté seguro de ganar, en tanto no hay otra elección. No sé si ustedes captarán bien que lo que estoy en tren de enunciar recubre un cierto pequeño esquema, que se encuentra en alguna parte en distinciones hechas a propósito de la relación de M. No sé quién, ésta es una relación en espejo en el campo del Otro y constituida exactamente por la relación al ideal, el cual es suficiente, perfectamente, para establecerlo y darle por soporte el trazo unario. El resto del esquema nos muestra que esto va a tener un valor decisivo sobre el modo en el cual va a ligarse íntimamente algo que allí, al nivel de esta figura, estoy forzado a estimar como todo dado, a saber esta a que yo he puesto en alguna parte, para que él venga, también a reflejarse en el espejo de buen modo. Pero, en fin, era una etapa de la explicación. Se trata de saber de donde surge esa a. Y eso tiene la más estrecha relación con ese trazo unario en el Otro, en tanto que él es el fundamento de lo que, en ese esquema, toma su alcance por ser el ideal del yo.
¿Ustedes no han visto ya que de lo que se trata en ese «quita o dobla» es de algo que está un poquito demasiado cargado en un cierto texto, del cual hablo desde hace mucho tiempo, de suerte que, al menos, algunos de entre ustedes han debido entreabrirlo, el de «La Fenomenología del Espíritu», de Hegel?. Reintroducirlo así tiene el interés de desprender de allí lo que es si puedo decirlo el nervio de la prueba, porque en ese pequeño apólogo del amo y del esclavo, con su dramatismo ustedes comprenden, él hablaba en una Alemania que estaba toda removida por surcos de gentes que, felizmente, representaban otra cosa. Se trataba de soldados entrenados por alguien bastante maligno, que no había tenido necesidad de venir a mi seminario para saber como era necesario operar en la política de Europa. Entonces, el amo y el esclavo; la lucha a muerte de puro prestigio; ¿qué es lo que eso les clava de lleno en la vista?. La lucha a muerte; no existe la menor lucha a muerte en tanto el esclavo no está muerto ¡sin eso él no sería esclavo!. No hay la menor necesidad de lucha a muerte, o no. Hay simplemente necesidad de pensar en esta lucha; pensar, eso quiere decir que sí, en efecto ¡si es necesario ir allí, uno va!.
Se ha hecho un trazo unario con la única cosa después de todo reflexionen bien en ello con la cual un ser viviente puede hacerlo: con una vida. En efecto, eso, uno está tranquilo. En todos los casos, no se tendrá más que una de ellas. Todo el mundo lo sabe, en el fondo, pero eso no impide que haya más que una sola cosa interesante, esto es creer que se tiene una infinitud, y además lo que le es prometido, a esas vidas infinitas, Dios sabe por qué y en nombre de qué es esto que vamos a tratar de dilucidar, de ser infinitamente felices.
Es algo ser Pascal. Cuando él escribe sobre papelitos no hechos para la publicación, eso tiene una cierta estructura. Con la lucha que no es a muerte, más que por transformar su vida en un significante limitado al trazo unario, es con eso que se constituye el puro prestigio. Y por otra parte esto está pleno de efecto porque viene a tomar su lugar al nivel de cosas existentes, que no son más mortales en el animal de lo que lo son en el hombre, en tanto el animal es eso que se produce al nivel de la lucha de machos, que tan bien nos describe el querido Lorenz, con lo cual los seminarios se regalan veinte años después que yo haya mostrado su importancia en mis seminarios de Santa Ana. Era el tiempo del estadio del espejo y no sé qué, del grillo peregrino, del picón y de la gente que preguntaba lo que era eso: ¿Qué es eso un picón? Se les hizo un dibujo. Picón o no importa que otros, ellos no se destruían unos a otros forzosamente, se intimidaban. Lorenz ha mostrado entonces, cosas desquiciantes: lo que ocurre al nivel de los lobos. Aquel que es efectivamente intimidado, que ofrece su garganta; el gesto basta, no hay necesidad que el otro lo degüelle. Sólo a continuación de eso, el lobo vencedor no se cree dos lobos. El ser parlante se cree dos, a saber, como se dice, él es uno de sí mismo. Eso es, precisamente, el puro prestigio creado. Si no hubiera significante, un truco parecido, ustedes siempre podrían correr para imaginarlo. Sólo es suficiente ver, no importa qué, para saber que, al menos él se cree dos, porque el primer truco que él siempre les cuenta es que si eso no hubiera sido así, habría sido de otro modo y que habría sido tanto mejor porque correspondía a su verdadera naturaleza, a su ideal. La explotación del hombre por el hombre comienza al nivel de la ética, con excepción de que se vea mejor el nivel de ética de que se trata, es decir que es el esclavo quien es el ideal del amo. Es aquél quien le aporta lo que le falta: el Uno en más. El ideal es servicio —servicio. Sí, él está allí. eso es mucho menos sorprendente que lo que ocurre al amo en Hegel. Es evidente. No hay más que mirar lo que ocurre al fin de la historia, a saber, que el amo está tan perfectamente esclavizado como es posible.
De allí la fórmula que yo afectaba a un giro en Santa Ana, en tanto lo evoco siendo el cornudo (cocu) de la historia. Pero cornudo es al inicio. Es el magnífico cornudo. El ideal y el ideal del yo es eso: un cuerpo que obedece. Entonces él va a buscarlo en el esclavo. Naturalmente él no sabe cuál es la posición, de él, el esclavo. Pues, en fin, en todo eso absolutamente nada demuestra que el esclavo no sepa muy bien lo que él quiere desde el inicio como lo he destacado tantas veces que la cuestión de sus relaciones con el goce será algo que no está del todo elucidado. Sea lo que sea, basta para dejar en la sombra su elección en el asunto. Pues nada dice, después de todo, que haya rehusado la lucha, ni siquiera que haya sido intimidado. Porque si este asunto de relación «quita o dobla» entre el Uno y el Uno, cuesta, nada dice que ello no pueda (…) otra situación que la del animal donde se la encuentra como el punto de suspensión eventual, pero que no es enteramente, forzosamente, único.
Se puede suponer que el esclavo toma las cosas enteramente de otro modo. Hasta hay gente, que se llaman los estoicos que, justamente, habían ensayado hacer algo en ese género. Pero, en fin, como la langosta en la historia, la Iglesia los ha pintado de verde y colgado en la pared. Entonces, uno se da cuenta bien de que se trataba. Ellos no son reconocibles pintados de verde y colgados en la pared más de lo que lo es a la langosta. El estoico tenía una cierta solución que había dado a eso: la posición del esclavo para hacer que los otros puedan continuar su lucha como quieran; él se ocupaba de otra cosa.
Todo eso es para repetirles lo que acabo de decirles hace un momento: que la explotación del hombre por el hombre, debe también, digamos, considerarse al nivel de la ética y, que el juego del que se trata para darme el derecho de figurarme ser dos, para la constitución de mi puro prestigio, es algo que merece tomar su alcance a partir del recuerdo de todas estas coordenadas, porque eso tiene la mayor relación con lo que se llama el malestar en la civilización. Allí donde ocurre eso de la lucha a muerte es quizá un poco más complicado que su inicio es donde tenemos su constatación en una civilización que justamente se carácteriza por haber tomado su inicio allí. Porque, para tomar al sujeto, el amo, ideal de Hegel, representado por 1 y que, bien entendido, en tanto juega totalmente sólo, gana. Está claro que en tanto que es exactamente para eso, para significarse por 2, habiendo ganado, que él va a tener allí una relación que va a establecerse entre ese 2, habiendo ganado, que él va a tener allí una relación que va a establecerse entre ese 2 y ese 1, ahora, al cual él puede colgarse, en tanto ese 1, él lo ha puesto en balance sobre la mesa, en el campo del Otro y no hay razón para que se detenga: contra ese 1 él va a jugar 2. En otros términos, contra cualquiera que va a ser
1 ) 1 ) 2 ) 3 )
que va a ser picado por la misma mosca que él y creerse amo, él va a entrar en acción, ayudado por su esclavo. Eso continúa así, según la serie de la cual ya les he hablado en su momento, porque no se puede decir que yo no les he dicho que las cosas:
1 2 3 5 8 13 21 y continúa, hasta 289 o alguna cifra considerable, destacable en este espacio y siendo considerada cada una de esas cifras, es la serie de Fibonacci, la suma de las dos cifras precedentes. La serie de Fibonacci estando carácterizada porque: U 0 = 1 que U 1=1 y que Uno = Un -1 + Un –2. Ven que eso de lo que se trata no está muy lejos de la que nuestra civilización entraña, a saber, siempre, hay uno de ellos para tomar el relevo del dominio (maitrise) y que no es sorprendente que ahora, en último término, tengamos un U n de cerca de 900 millones de personas entre los brazos de uno de los amos (maitre) de la etapa precedente.
El interés de esto, seguramente, no está enteramente en hacer llamados tan groseros—como en la actualidad—. Si les hablo de la serie de Fibonacci es en razón de esto: que a medida que las cifras que lo representan crecen, es más y más cerca, más y más rigurosamente que la relación: (Un menos 1 sobre Un)
U n – 1
U n
es estrictamente igual a lo que hemos llamado y no por azar —aunque en otro contexto— con el mismo signo que designamos el objeto a. Este pequeño a irracional que es igual a: raíz cuadrada de 5 sobre 2 menos 1 sobre 2, es algo que se estabiliza perfectamente como relación, a medida que se engendra la representación del sujeto por un significante numérico, esto se obtiene muy rápido. No hay necesidad de subir a millones. Cuando ya estén cerca del nivel 21 o después de 34, y así seguidamente, ya ustedes obtendrán un valor fuerte, cercano a ese a. Entonces es de eso de lo que se trata. Se trata de comprender, de tratar de comprender, entonces, otra cosa, que la referencia al fuego en el trasero —del cual hablaba hace un momento— a saber, por el proceso mismo de lo que ocurre cuando se juega el juego de la representación del sujeto. Si buscamos motivar ese inicio increíble del «quita o dobla» del 1 contra 1 para que eso haga 2, y después que eso no se detenga más hasta el final hasta, en fin, tener por resultado solamente eso que no es poco, el definir de un modo estricto una cierta proporción, una cierta diferencia que funciona al nivel de este aparato, aquélla que he designado por a, en cifras él ha dado, en suma, este amo, su meñique, en tanto en el fondo eso no cuesta caro— el puro prestigio— para hacer un 1. Esa era su vida pero como a ese nivel, después de todo, no es seguro que se sepa bien el alcance de lo que se hace, como lo demuestra el hecho de que sea necesario saber mucho de ello., en efecto, para mirar dos veces allí; he allí él ha dado su meñique una vez y después ocurre toda la mecánica. Quiero decir que al amo, con su esclavo, va a ocurrirle pasar la cacerola a su turno. Los troyanos han sabido un poco de eso. ¿Ustedes no creen que en este Otro, en este conjunto vacío, podría verse allí algo como una representación, la verdadera, de lo que se refiere al caballo de Troya, con excepción que el no tiene, enteramente, la misma función que nos muestra la imagen, a saber, volcar estos guerreros en el corazón de una asamblea humana, pero que por este procedimiento, llamado del 1 que se iguala al 1 del juego del dominio, lo absorbe—el caballo de Troya— más y más en su vientre, ¿y qué? ¿eso cuesta más y más caro?
Eso es el malestar en la civilización. Pero es necesario que yo vaya más lejos sin hacer pequeña poesía y dejando a toda esta población que festeja a es caballo de Troya, hacer la cola ante el castillo de la potencia, castillo kafkiano. Es preciso que la cosa no tome su sentido más que por tener en cuenta a ese a. Esto es, a saber, que el a, el a sólo, nos da razón que apuesta se establece en primer lugar del 1 al 1, que es quita o dobla; quita o dobla, para el cual de lo que se trata es de ganar, esto ya está en el diálogo de Pascal, como lo ha destacado muy bien alguien. Sólo es necesario creer que este a que se desprende del impulso del proceso hasta el fin, sería necesario que esté ya allí, y cuando se pone 1 contra 1, hay una diferencia: 1 + a — 1 = a.
Si el amo pone en juego el 1 contra el 1 teórico, que es otra vida que la suya, es en razón de esto: que 1 + a y 1 entre los dos, hay una diferencia que se ve a continuación y que hace que, de cualquier modo que ustedes tomen eso a continuación, a saber, que comiencen vuestra serie por 1, si la ley que forma el tercer término de la adición de los dos que preceden es observada, ustedes tienen esta serie:
1
1 + a
2 + a
3 + 2 a
5 + 3 a
De lo cual se destaca que, exactamente, el número de las a, el coeficiente del a, reproducirá lo que pertenece a los enteros en la serie precedente. A saber, si ustedes quieren, el número de los esclavos en juego, que está en esa relación con el crecimiento de la serie con un crecimiento en retardo, en tanto que ella está esclavizada; un crecimiento en retardo de un grado para los coeficientes, esto es del a que he llamado el plus de gozar, en tanto esto es lo que se busca en la esclavitud del otro como tal, sin que nada sea puntuado, más que como oscuro de la mirada en su goce propio al otro; es en esa relación de juego y de riesgo donde reside la función del a. Es en el hecho de tener la disposición del cuerpo del otro, sin poder nada lo que es de su goce, que reside la función del plus de gozar y es importante subrayar —para ilustrarse—, no lo que se refiere siempre a la función del a, pues es del privilegiado por la función inaugural del ideal de lo que se trata, sino de demostrar que podemos, a ese nivel, asumir una génesis puramente lógica.
Allí está el único valor, hablando propiamente, de lo que anticipamos hoy. Pero su carácter ilustrativo y su lazo con lo que yo he llamado la disposición del cuerpo, no es por azar que nuestra civilización, llamada liberal, de la cual no es totalmente con un mal tono que un Levi-Strauss lo haya tomado con alfileres, por los destrozos que ella vehiculiza al nivel estricto de la civilización de los aztecas que, como era evidente, sobre los altares se sacaba el a del pecho de las víctimas. Al menos eso tenía allí un valor del cual era concebible que pudiera servir a un culto que fue aquel, propiamente, del goce. Estamos en vías de decir que en nuestra cultura todo se resume a esta dialéctica del amo y del esclavo. No olvidemos que la génesis judeo-cristiana, su primer muerto es aquel que no tengo necesidad de recordar, pero del cual nadie parece haber destacado que, si Caín, es para hacer la misma cosa que él. Eso place de tal modo a Dios, estos corderos que él le sacrifica, eso cosquillea de un modo tan manifiestamente visible sus narices, pues al fin, el Dios de los Judíos tiene un cuerpo. ¿Qué es la columna de humo que precede la migración israelita sino un cuerpo? (Nota del traductor). Caín ve a Abel favorecer en ese punto el goce de Dios por su sacrificio. Y, ¿cómo no dará él ese paso, el sacrificar al sacrificador a su turno?
Estemos allí a un nivel donde se palpa lo que el a puede tener de esa relación que esta enmascarada, por toda esta esperanza esfumada en lo que serán nuestras vidas más allá, y dejamos de lado lo que puede ser como cuestión el goce está detrás, este conjunto vacío, ese campo limpio del Otro. He allí las cuestiones que, seguramente, permitirán dar— en lo que hace un momento yo llamaba nuestra civilización general— el valor de una palabra de orden como aquella llamada del habeas corpus. Tu tienes tu cuerpo, él te pertenece, nadie más que tú puede disponer de él para hacerlo freír. Esto, sin duda, nos permitirá ver que no es en vano que, la tasa del cuerpo— si puedo expresarme así—, de eso que en esta dialéctica, pasa a la explotación, participa, como se dice, esa tasa del cuerpo, bajo el mismo modo que la tasa anterior del plus de gozar, que 5 + 3n puede llegar o no a poseer, como se dice 3 + 2a. No lo es menos que 3 tenía al menos sus 2a, estas 2a que son heredadas del 2, del estadio aún anterior.
El cuerpo, el cuerpo idealizado y purificado de la potencia, reclama el sacrificio del cuerpo. He allí un punto muy importante para comprender lo que las he enunciado la última vez y que no debo hacer más que enfocar, a saber: la estructura del obsesivo. El obsesivo, como la histérica de la cual hablaremos la próxima vez, en tanto que, por otra parte, no he podido describirles la serie más que en el sentido creciente, a saber, del «quita o dobla», pero existe otro sentido. Existe el sentido del sujeto que, ¿por qué no?, podría ante el uno que está en el Otro hacerse representar como conjunto vacío. Eso es lo que generalmente se llama la castración. Y el psicoanálisis está hecho para esclarecer esta otra dirección de la experiencia, donde ustedes verán que ella culmina en resultados muy diferentes y que, para enunciarlo desde ahora, es allí que se inscribirá la estructura de la histérica. Pero hoy atengámonos a puntuar que, el obsesivo, se sitúa todo entero por relación a lo que he creído hoy deber articularles de estas relaciones numéricas, en tanto que se fundan sobre una serie bien específica de la cual, se los repito, no es más que a título de valor de ejemplo y de un modo conforme a lo que se refiere a la esencia de la neurosis que es, para nosotros, ejemplo, y sólo ejemplo, del modo en el cual conviene que se trate eso que se refiere a la estructura del sujeto. El obsesivo, entonces, no quiere tomarse por el amo.
El no lo toma como ejemplo más que por su modo de escapar, ¿de qué?. De la muerte. Seguramente, en un cierto nivel de superficie, lo he articulado, el obsesivo que es bien maligno puede tomar el lugar de ese a, el mismo que en todo caso sobrevive siempre en el beneficio de la lucha, aunque esta ocurra. El plus de gozar está siempre allí. Se trata de saber para quién. El plus de gozar es la verdadera apuesta de la apuesta, y no es necesario que yo recuerde lo que articulado de ello para que tenga su pleno sentido. He allí donde el obsesivo busca su lugar: en el Otro, y lo encuentra en tanto es al nivel del Otro que, en esta génesis ética, el a, como esta se forjan. ¿Cuál es el fin del obsesivo?. No es tanto el escapar a la muerte que, en todo esto presente, pero esto no es nunca como tal aprehensible en ninguna articulación lógica. Como se los he presentado hace un momento, la lucha a muerte es función del ideal, no de la muerte nunca percibida, sino de un límite que está más allá del juego del campo lógico. Por el contrario de lo que se trata, y es totalmente inaccesible en esta dialéctica, es del goce, y es ello que el obsesivo entiende escapar.
Esto espero poder, clínicamente, articularlo bastante para mostrarles que es su centro, y en tanto que no he podido llevar hoy las cosas más lejos, aún hasta el punto de tener que hacerles una cierta comunicación que tenía yo hoy para ilustrar con una carta. Hoy me detendré aquí, indicándoles simplemente, que si vienen la próxima vez, sabrán por qué, de todos modos, no será en esta sala donde, el año próximo, espero poder proseguir para ustedes y con ustedes mis propósitos.