Hay una persona en esta reunión que creyó oportuno -y se lo agradezco- tener la amabilidad de relevar una especie de decepción porque nadie, les había dicho la última vez, porque nadie me había dado el placer -el placer como ustedes saben es la ley del menor esfuerzo- el placer de precederme sobre una huella que yo hubiera abierto. La persona en cuestión, veo que sonríe, ¿por qué no nombrarla?: M.C. Boons, me ha hecho llegar una separata de una revista muy interesante, a propósito de la cual puedo decir que tengo una excusa por no haber leído su artículo. Es una revista de la que bien puedo decir que desde que apareció se presentó bajo la cabeza de mi enseñanza: se llamaba el Inconsciente. Debo decir que hay cosas muy buenas allí. Sólo que, paradojalmente, quizás por esa misma causa en la que en principio, al menos en su comité de dirección, ella se fundaba, no me la remitieron, de modo que atraída mi atención sobre este número llamado «La Paternidad», el número 5, leí con mucho cuidado en primer lugar el artículo de M.C. Booms y a continuación otro de nuestro amigo Conrad Stein. Estoy dispuesto, si ella está de acuerdo, a tomar hoy el artículo de M.C. Booms como texto de explicación, lo que podrá dar lugar a un cierto número de preguntas que surgirán a propósito del camino que ella eligió sobre el asesinato del padre en Freud. A decir verdad yo creo que se verá fácilmente que nada supera, que nada toma la delantera a lo que yo ya había dicho para la fecha de esta publicación -lo digo muy modestamente- concerniente al complejo de Edipo.
Hay otro método, porque hoy en día yo trato en efecto de ir más lejos, mostrando que eso ya estaba implicado en ese prudente avance que fue el mío hasta acá y puede ser entonces que en un segundo tiempo, en oportunidad de un reencuentro, retroactivamente se aclare mejor lo que quería decir que si me limito a dejarlos suspendidos en los diversos puntos de un artículo que en efecto, por muchos ángulos, presenta una especie de apertura al cuestionamiento, si se quiere una preparación para un segundo paso. Se puede votar por uno u otro de estos dos métodos. Pero si ella no declara formalmente que convendría más que procedamos a un comentario de su artículo, le dejo la palabra (respuesta inaudibie de M. C. Booms).
Bueno, procederé de la segunda forma.
Todos saben que la muerte del padre, en efecto, parece ser la clave, el punto central de todo lo que se enuncia y no solamente a título mítico, de eso con lo que el psicoanálisis tiene que vérselas. M.C.Boons, al término de su artículo nos dejaría entender que muchas cosas se desprenden de la muerte del padre y particularmente un no se qué que haría que el psicoanálisis de algún modo nos libere de la ley. Gran esperanza!. Sé bien en efecto que bajo ese registro algo de un abrochamiento libertario se incorporaría al psicoanálisis: a decir verdad yo pienso -y es todo el sentido de lo que llamo el revés del psicoanálisis- que no es moco de pavo.
La muerte del padre, a pesar de que hace eco a ese enunciado del centro de gravedad nietzchiano, a ese anuncio, a esa buena noticia que Dios ha muerto, no me convence, lejos de ello y la primera base para probarlo es la enunciación del mismo Freud, en la que M.C. Boons nos hace remarcar con justeza al comienzo de su artículo lo que yo ya dije hace dos seminarios a saber, que de un cierto modo este anuncio de la muerte del padre lejos de ser incompatible con esa motivación, esa motivación dada por Freud como suya, como una interpretación analítica de la religión, que la misma religión reposaría sobre algo que asombrosamente él afirma como primario, a saber que el Padre es el que es reconocido como mereciendo el amor.
Ya hay acá el indicio de una paradoja, una paradoja que coloca al autor que acabo de nombrar en un cierto aprieto concerniente al hecho de que en definitiva el psicoanálisis preferiría mantener, de algún modo preservar el campo de la religión. Creo que también acá podemos decir justamente que no es moco de pavo. La punta del psicoanálisis es aunque parezca imposible el ateísmo con la condición de dar a ese término otro sentido que el de «Dios ha muerto», del que indudablemente todo indica que lejos de poner en cuestión lo que está en juego, a saber: la ley, más vale la consolida. Hace mucho que yo hice notar que a la frase del viejo padre Karamazoff: «si Dios ha muerto, entonces todo está permitido» la conclusión que se impone en el texto de nuestra experiencia, es que el «Dios ha muerto» responde el «Dios ha muerto, nada más está permitido».
Para aclarar esto cuyo horizonte les anuncio, partamos de la muerte del padre, tanto más cuanto que Freud nos la adelanta como la clave del goce, del goce del objeto supremo identificado a la madre. La madre en la línea de mira del incesto, es obvio que no es a partir de un intento de explicar lo que quiere decir «acostarse con la madre» que se introduce ese asesinato del padre en la doctrina freudiana. Por el contrario, es a partir de la muerte del padre que se edifica la interdicción de ese goce como primera.
En verdad no se trata solamente de la muerte del padre, es como bien lo señala en su interrogación la persona de la que hablo, el asesinato del padre. En el mito de Edipo, tal como nos ha sido enunciado, es la clave del goce. Y también, si miramos de cerca ese mito, es así como se nos presenta en ese enunciado del que yo dije que conviene tratar como lo que es, a saber un contenido manifiesto y por lo mismo comenzar a articularlo bien. El mito de Edipo, en el nivel trágico en que Freud se lo apropia, muestra que el asesinato del padre es la condición del goce. Si Layo no es descartado en el curso de una lucha -de todas formas no es seguro que es por ese paso que Edipo va a acceder al goce de la madre- si Layo no es descartado, él no tendrá ese goce. Es al precio de ese asesinato que lo obtiene?. Acá se presenta lo esencial, que toma todo su relieve de que la referencia haya sido tomada de un mito puesto en acción en la tragedia. Es en mérito a haber liberado al pueblo de una pregunta que diezma a los mejores que quieren responder a lo que se presenta como enigma, es decir que se representa soportado por ese ser ambigüo que es la Esfinge en la que se encarna, y propiamente hablando, en esa disposición doble de ser hecho, como el semi-decir, de dos semi-cuerpos, que Edipo respondiéndole logra -ahí está- la ambigüedad, suprimir el suspenso introduciendo así en el pueblo la cuestión de la Verdad. Es decir que al darle esa respuesta, esa respuesta de la que seguramente no tiene idea hasta qué punto anticipa su propio drama, pero también hasta qué punto, por hacer una elección, cae su respuesta en la trampa de la verdad respondiendo: «es el hombre», porque quién sabe lo que es el hombre y acaso está todo dicho al captarlo en ese proceso tan ambigüo en el caso de Edipo, que lo hace de entrada en cuatro patas, después sobre las dos de atrás, en lo que Edipo precisamente se distingue como toda su casta, como lo ha señalado Claude Levi-Strauss, por no caminar derecho y para luego terminar con la ayuda de un bastón que no por ser el bastón blanco del ciego, no dejaba de ser para Edipo el más singular tercer elemento para nombrarla: su hija Antígona. La verdad se ha apartado, ¿qué quiere decir?. ¿Es para dejar el campo libre a lo que quedará para Edipo como el camino de retorno?. Porque es por haber querido frente a una desgracia dos veces mayor, que no diezma de su pueblo a la selección de aquellos que se ofrecen a la pregunta de la Esfinge, sino que lo ataca en su conjunto bajo esa forma ambigüa que se llama la peste con toda la carga que tiene en la temática de la antigüedad, es ahí donde Freud nos designa que la cuestión de la Verdad se renueva y a qué desemboca?. A eso que, en una primera aproximación, podemos identificar con algo que al menos tiene relación con el precio pagado por una castración. Y ahí precisamente está todo dicho, no si se le cae la venda de los ojos, sino si los ojos se le caen como escamas (nota del traductor), y ahí precisamente está todo dicho y es en ese mismo objeto que vemos a Edipo reducido, no a sufrir la castración, sino más vale yo diría, a ser la castración misma, a saber que lo que queda cuando desaparece, bajo la forma de sus ojos, uno de los soportes elegidos por el objeto a. Qué quiere decir, si no es que se plantea la cuestión de saber si lo que debe pagar no es el haber subido al trono, no por vía de la sucesión, sino por vía de esa elección hecha de él como amo por haber borrado la cuestión de la Verdad, dicho de otro modo, introducidos como ya están ustedes en mi enunciado que lo que hace la esencia de la posición del amo es estar castrado, encontramos acá, ciertamente velado, pero indicado, que es también de la castración que procede lo que es propiamente la sucesión.
Si el hijo, como el fantasma, está siempre curiosamente indicado, pero nunca, propiamente ligado al mito fundamental del asesinato del padre… si la castración es lo que golpea al hijo, ¿no es acaso también -y esto se indica en toda nuestra experiencia- lo que lo hace acceder por la vía justa a lo que hay de la función del padre?. ¿No es indicar que es de padre a hijo que la castración se transmite?. Desde que la muerte se presenta en el origen, ¿no es acaso la indicación de que quizás sea un modo de cobertura de lo que, aunque surgido, experimentando en la misma posición del analista cuyo carácter esencial, en el proceso subjetivo de esta función de la castración, lo esconde a pesar de todo, lo vela de una cierta manera, lo pone bajo su égida y nos evita llevar a su punto álgido lo que permite, de una forma última y absolutamente rigurosa, lo que permite enunciar la posición propiamente del analista?. ¿Cómo se hace?. Seguramente acá no es vano darse cuenta que el mito del asesinato del padre como esencial se encuentra en primer lugar en Freud a nivel de la interpretación del sueño donde según su decir -y es esto lo que aclara notablemente el artículo de Conrad Stein- un deseo, un anhelo de muerte se manifiesta allí, del que indudablemente el autor hace una crítica notable manifestando el recrudecimiento de sus deseos de muerte, en el mismo momento en que esta muerte es real, y si es cierto que para Freud, la interpretación de los sueños surgió según sus palabras, sus propias palabras, según su decir, su propio decir, de la muerte de su padre, no está acá también la marca -y el autor vuelve a ello y lo subraya- de que al sentirse culpable de la muerte de su padre, lo que se oculta es propiamente el deseo de que el padre, sea inmortal.
Es decir que además avanza en la línea de lo que está puesto en el centro del psicologísmo analítico. En esta línea el enunciado dado como presupuesto básico de lo que hace la esencia de la posición infantil, es su fundamento en una idea de omnipotencia que la coloca más allá de la muerte. Ahora bien, si esta interpretación es, si puedo decirlo, habitual bajo la pluma de un autor que no abandona sus presupuestos, que muy por el contrario ha criticado la afirmación sobre la esencia de la posición del niño, resulte que es por otra vía que debe ser abordado lo que hay de los deseos de muerte, y si recubren algo, si se enmascaran, lo que se enmascara en ese caso. Y por qué razón pensaríamos de entrada que hay de algún modo en lo que tenemos que enunciar como siendo de la estructura subjetiva dependiendo de la introducción del significante, ¿como podríamos colocar el frente de esta estructura sea lo que fuere que se llame el conocimiento de la muerte?. Leyendo en otro sentido los análisis de Freud sobre algunos de sus sueños mayores que van desde el famoso pedido de cerrar los ojos con la ambigüedad bajo una barra de ese »un ojo», que además es producido por él como una alternativa, esto que ciertamente Conrad Stein aprovecha muy hábilmente en la línea de su interpretación que es la de una denegación de muerte en nombre de la omnipotencia, esto quizás sea susceptible, tomando el último sueño de la misma serie para darle el sentido -lo que yo hice en su momento- de remarcar el acento puesto sobre un sueño que no es un sueño de Freud, sino de uno de sus pacientes, el sueño que se enuncia y que yo descomponía para analizarlo, alineándolo sobre las dos líneas de la enunciación y del enunciado: «no sabía que estaba muerto», esto para recordarnos que o bien: en efecto la muerte no existe, hay algo que sobrevive y por lo tanto no está resuelta la cuestión de si los muertos saben que están muertos, o bien no hay nada más allá de la muerte y es seguro que, en ese caso, ellos no lo saben. Con esto quiero decir que nadie sabe, por lo menos entre los vivos, que es la muerte y que es remarcable que las producciónes espontáneas que se formulan como siendo del nivel del inconsciente se enuncian propiamente hablando que la muerte para cualquiera es incognoscible.
En efecto yo subrayé en su momento que es indispensable para la vida que algo irreductible, no se sepa -no diré que estamos muertos, porque justamente no es eso lo que hay que decir- en nuestro concepto no estamos muertos, no todos juntos en todo caso -sobre esto nos basamos precisamente- algo que no sepa que yo (je) estoy muerto. Yo estoy muerto exactamente en tanto que estoy destinado a la muerte, pero justamente en nombre de ese algo que no lo sabe, yo tampoco quiero saberlo. Es lo que me permite colocar en el centro de la lógica: todo hombre, ese todo hombre: «todo hombre es mortal» cuyo apoyo es justamente ese «no-saber» de la muerte y al mismo tiempo eso que nos hace creer que «todo-hombre» significa algo.
Todo hombre nace de un padre del que se nos dice, que es en tanto que está muerto que él, el hombre, no goza de lo que tiene para gozar. La equivalencia en términos freudianos se hace entonces entre el padre muerto y el goce. Es él que lo guarda en reserva, si puedo decirlo. El mito freudiano tal como se enuncia, no ya a nivel de lo trágico con su sutil flexibilidad, sino en el enunciado del mito en «Tótem y tabú», es la equivalencia del padre muerto y del goce. Ahí está lo que, podemos calificar con el término de operador estructural. Acá el mito se trasciende por enunciar a título de lo real -porque es esto sobre lo que Freud insiste: que eso pasó realmente, que es lo real- que el padre muerto es quien tiene la custodia del goce, y es de donde partió la interdicción del goce, de donde ésta provino. Esto se nos presenta como el signo de lo imposible aún cuando el padre muerto sea el goce. Y es precisamente en esto que en los términos que yo definí fijando la categoría de lo Real en tanto que en lo que yo articulo se distingue radicalmente de lo Simbólico y de lo Imaginario, que de lo Real es imposible, es en lo que, no como simple tope contra el que nos rompemos la frente, sino el tope Lógico de lo que de lo Simbólico se enuncia propiamente hablando como imposible, que surge lo Real, en efecto reconocemos allí, más allá del mito de Edipo, ordenador estructural, aquel llamado Padre Real, yo diría incluso con esa propiedad que a título de paradigma es también la promoción al corazón del sistema freudiano de lo que es el padre de lo Real, además esto que marca, que pone en el centro de la enunciación de Freud un término de lo imposible. Está muy bien decir que la enunciación freudiana no tiene nada que ver con la psicología, que no hay ninguna psicología concebible de ese padre original presentado solamente como aquel -no necesito repetir la broma que hice durante el último seminario- aquel que goza de todas las mujeres, concebible por la imaginación, dado que es demasiado claro que es normalmente perceptible que ya es mucho ser suficiente para una. Es acá que nos vemos reenviados a una referencia distinta a aquella de la castración a partir del momento que la definimos como el principio del significante amo. Retomaré, más precisamente, les voy a mostrar al final de este discurso de hoy lo que eso puede querer decir.
El discurso del Amo nos nuestra el goce como viniendo del Otro. Es él quien tiene los medios. Lo que es lenguaje no lo obtiene más que insistiendo hasta producir la pérdida de donde toma cuerpo el plus-de-goza. De entrada el lenguaje, e incluso el del amo, no puede ser otra cosa que demanda, demanda que fracasa. No es de su éxito sino de su repetición que se engendra algo que es de otra dimensión que yo he llamado la pérdida donde toma cuerpo el plus-de-gozar. Esta creación repetitiva, esta inauguración de una dimensión en la que se ordena todo eso de lo que va a poder juzgarse la experiencia analítica, esto puede además partir, en vez de la omnipotencia, de una impotencia original, para decirlo todo, de aquella del niño, si uno ha podido darse cuenta que lo que el psicoanálisis nos demuestra, es que el niño es el padre del hombre, es evidente que debe haber algo en alguna parte que hace la mediación y es precisamente esa insistencia del amo, esa insistencia en tanto que viene a producir -y lo he dicho de cualquier significante después de todo- el significante amo.
Cuando yo expuse, en su momento, el tema del Padre Real -en el momento en que yo había formulado lo que da vueltas de la relación de objeto en sus relaciones con la estructura freudiana- tuve cuidado de despejar lo que hay de distinto en la esencia de la castración, de la frustración y de la privación, la castración como función esencialmente simbólica, a saber no concibiéndose de ninguna otra parte que de la articulación significante, la frustración de lo Imaginario y la privación, como cae de su peso, de lo Real. Acá se ve que en cuanto se quiere definir el fruto de esas operaciones, que a nivel de la castración, lo que hay que hacer el objeto de la primera de esas operaciones, es el enigma que nos propone el Falo en tanto que manifiestamente imaginario, que es a fe mía -¿porqué no?- de algo bien real de lo que se trata siempre en una frustración, incluso si la reivindicación que la funda no tiene seguramente otro recurso que imaginar que ese real se les debe -lo que no cae de su peso- por otra parte, está bien claro que la privación sólo se sitúa en lo Simbólico, porque para algo real nada podría faltar: lo que es real, es real y es obviamente de otra parte que debe provenir esta introducción sin embargo totalmente esencial sin la cual nosotros mismos no estaríamos en lo Real, a saber de que algo falta -y es precisamente lo que carácteriza y da entrada al sujeto-. Es a nivel de agentes que estuve menos explícito en su momento, sin indicarlo. El padre, el Padre Real -y es lo que la afirmación del Padre Real como imposible está destinada a enmascararnos- el Padre Real no es otra cosa que el agente de la castración. Qué quiere decir agente?. Por supuesto a primera vista nos deslizamos en ese fantasma de que es el padre que es castrador. Llama la atención que ninguna de las formas de mitos en las que Freud se ha fijado dé esta idea. No es que los hijos estén castrados porque, en un primer tiempo hipotético en el que todavía son animales, no acceden al rebaño de mujeres, que yo sepa. La castración en tanto que enunciado de algo que constituye una interdicción, en ningún caso podría fundarse más que en el segundo tiempo del mito del asesinato del padre de la horda y, a su decir, al decir de ese mito mismo, no proviene de otra cosa que de un común acuerdo, ese singular initium cuyo carácter problemático les mostraba yo la última vez. También tenemos que destacar acá el término acto dicho sea de paso, para marcar que si es cierto que hay que tomar en serio lo que yo pude enunciarles a nivel del acto cuando traté el acto psicoanalítico, a saber que no podría haber acto más que en el contexto ya ocupado por todo lo que pasa por la incidencia del significante, por su puesta en juego en el mundo, no podría haber acto al principio, por lo menos ningún acto que pudiese calificarse de asesinato y que el mito acá no podría tener otro sentido que aquél al que yo lo reduje como un enunciado de lo imposible. No podría haber acto fuera de un campo ya tan completamente articulado sin que la ley se ubique allí. No hay otro acto que el acto que se refiere a los efectos de esta articulación significante y que implica toda la problemática de lo que comporta lo que es caída de la existencia misma de lo que sea que pueda articularse como sujeto, por una parte, y por otra parte de lo que lo preexiste como función legisladora.
Es decir que es de la naturaleza del acto que proviene la función del Padre Real en lo que se refiere a la castración. Es precisamente, lo que el término de agente que yo introduje nos permite poner en suspenso. El verbo actuar tiene en la lengua más de una resonancia empezando por la de actor, de acciónista también -¿por qué no?, está hecho con acción, eso les muestra que una acción quizás no sea absolutamente lo que se cree. -de activismo también – acaso el activista no se define por considerarse más vale como el instrumento de algo -¡de Acteón ya que estamos!- sería un buen ejemplo para el que supiera lo que eso quiere decir según mi cosa freudiana- y al fin de cuentas de lo que simplemente se llama «mi agente». Ustedes saben lo que quiere decir generalmente «mi agente»: yo le pago para eso, ni siquiera, yo lo indemnizo por no haber tenido otra cosa que hacer, lo honro, como se dice, simulando que parto de la base de que él es capaz de otra cosa. He aquí el nivel del término en que conviene tomar lo que ocurre con el Padre Real como agente de la castración: hace el trabajo de la agencia-amo. Nos estamos familiarizando cada vez más con esas funciones de agente. Vivimos en una época en la que sabemos lo que eso vehiculiza: imitaciones falsas (toc), publicidad, cachivaches que hay que vender, pero también es con eso que eso llega al punto en que estamos de la expansión, del paroxismo del discurso del amo en lo que resulta de una sociedad donde él se cimienta. Todo esto nos incitaría… es tarde y seguramente me veré obligado a hacer un pequeño recorte, lo señalo al pasar porque quizás lo retomemos: es algo que tiene para mí su valor por ser un punto que me parece digno de hacer el esfuerzo de aclarar.
Dado que pongo un acento, una nota muy particular a nivel de esa función de agente, sería necesario que un día les muestre todos los desarrollos que toma esto al introducir la noción de doble agente, que como todos saben en nuestra época es uno de los objetos más indiscutibles, más indudables de fascinación. El agente que vuelve a empezar, que no quiere sólo el pequeño negocio del amo, lo que es la función de cada cual, piensa que con lo que tiene contacto, a saber que todo lo que verdaderamente vale -me refiero en el orden del goce- no tiene nada que ver con las tramas de esa red. El se dice bueno, Dios mío, que es su laburito, al fin de cuentas es eso lo que lo preserva. Extraño asunto y que lleva lejos!. El verdadero agente doble es aquél que piensa que lo que escapa a las tramas tambíen habría que agenciarlo, porque si eso es verdadero, el agenciamiento (agencement) lo va a devenir y al mismo tiempo el primer agenciamiento, el que manifiestamente era falso, va a volverse verdadero también. Es probablemente lo que guiaba a ese personaje que funcionaba -no se sabe por qué- como agente, como agente prototipo del discurso del amo en tanto que se autoriza a guardar algo, ese algo cuya esencia ha perfilado un autor diciendo esas palabras proféticas: «los muros son buenos», Henri Massis para nombrarlo. Finalmente el llamado Sorge, con un nombre tan heideggeriano, encontraba la forma de estar entre los agentes nazis y de hacerse agente doble, agente doble ¿a beneficio de quién?. A beneficio del padre de los pueblos del que todos esperan, como ustedes saben, que será quien hará que lo verdadero sea también agenciado.
Al fin de cuentas no es en balde que yo haya evocado del lado del padre de los pueblos la referencia a esta función, porque tiene mucha relación con la del Padre Real en tanto agente de la castración. Por que el famoso Padre Real del que evidentemente el enunciado freudiano por tener -por tener: no puede hacer otra cosa, eso se debe a que habla del inconsciente- por tener que partir del discurso del Amo no puede hacer más que lo imposible, en fin a pesar de todo lo conocemos a ese Padre Real: es algo de otro orden. Por empezar en general todo el mundo admite que es el que trabaja para alimentar a su pequeña familia. Si es el agente de algo en una sociedad que evidentemente no le da un gran rol, queda sin embargo que tiene aspectos excesivamente amables. Trabaja y en consecuencia quisiera ser bienamado. Hay algo que muestra que es evidentemente en otra parte que reside toda esta demagogia que hace al tirano. Es a nivel del Padre Real, en tanto que el Padre Real es en efecto una construcción lingüística (Iangagière), como Freud por otra parte lo remarcó siempre, que el Padre Real no tiene otro real -no digo realidad, porque la realidad es aún, otra cosa, es de lo que acabo de hablarles- no es otra cosa que un efecto del lenguaje. Podría incluso llegar un poco más lejos, hacerles notar que científicamente esta noción de Padre Real es insostenible. Sólo hay un Padre Real, es el espermatozoide y, hasta nuevo aviso, a nadie se le ocurrió nunca decir que era hijo de tal espermatozoide. Naturalmente, por supuesto, se puede hacer objeciones con la ayuda de algunos exámenes de grupos sanguíneos, de cosas de esta índole, factor Rhesus. Pero es muy nuevo, eso no tiene absolutamente nada que ver con todo lo que se ha enunciado hasta ahora como la función del padre. De suerte que si hay algo que el análisis podría plantear como pregunta -siento que abordo acá un terreno peligroso, pero en definitiva no sólo en algunas tribus de Aranda se podría plantear la cuestión de quién es realmente el padre frente a una mujer embarazada. Porque no habría de ser -de tiempo en tiempo uno tiene la sospecha- porque no habría de ser en un psicoanálisis, el psicoanalista -aunque no sea totalmente el que lo hizo allí, en el terreno espermatozoico- el padre real puesto que es a propósito de algo que es la relación de la paciente con, digamos para ser púdicos, la situación analítica por lo que ella llegó finalmente a ser madre. Por lo tanto no hay necesidad de estar en Aranda para preguntarse sobre la función del padre, y al mismo tiempo nos damos cuenta -porque eso nos amplía las ideas- que no hay necesidad de tomar la referencia del análisis que yo tomé como la más candente, para que la misma pregunta se plantee. Vean, se puede muy bien hacer un niño a su marido y que sea, incluso sin que haya mediado ni un beso, el niño de otro, de aquel que se hubiera querido que fuese el padre. Es a causa de eso sin embargo que se ha tenido un niño. Entonces, ya ven que esto nos arrastra un poco hacia el sueño, viene al caso decirlo!. Sólo que yo no lo hago más -que para despertarlos!. Porque si yo he dicho que todo lo que ha elucubrado Freud, no por supuesto a nivel del mito, ni tampoco del reconocimiento de los deseos de muerte en los sueños de sus pacientes, si yo les digo que eso es un sueño de Freud, es por supuesto porque parece que el analista debería arrancarse un poco de ese plano del sueño. Lo que el analista encuentra el haber sido dirigido, guiado por la introducción freudiana de algo absolutamente contundente, lo que el analista ha extraído no está todavía totalmente decantado. El último viernes, en mi presentación de enfermos yo presenté un señor -no veo porque llamarlo un enfermo- al que le había sucedido cosas que hacían que en su electroencefalograma, me decía la técnica, estuviera siempre en el límite de la oscilación entre el sueño y la vigilia, de modo que nunca se sabe cuando va a pasar de uno a la otra y que eso se mantiene ahí. Es un poco así como yo veo al conjunto de todos nuestros colegas analistas: el shock, el trauma de nacimiento del análisis los deja así y es por eso que hacen falta quincuagésimos para tratar de sacar de la articulación freudiana algo más preciso, esto no es decir que no se aproximen. Pero lo que tendrían que ver, por ejemplo, es que es la posición del Padre Real -eso merece ser retenido- tal como Freud la articula, a saber como un imposible que hace necesario que, no ustedes, ni él, ni yo, sino esta posición misma imagine al padre como privador. El padre imaginario, no es para nada sorprendente que lo reencontremos sin cesar, es una dependencia estructural de algo que es justamente lo que se nos escapa, a saber que es el Padre Real. Y el Padre Real queda estrictamente excluido de una forma segura, si no es como agente de la castración, dicha castración no es necesariamente como toda persona que se psicologiza la define. Esto se vio no hace mucho tiempo, según parece, en un jurado de tesis donde alguien que decididamente tomó la vertiente de hacer del psicoanálisis la psicopedía (psychopedie) que ya conocemos, dijo: «Para nosotros la castración no es más que un fantasma». No, no: la castración es la operación real introducida por la incidencia del significante, sea cual sea, en relación con el sexo. Cae de su peso que ella determina al padre como ese real imposible que hemos dicho, y se trata ahora de saber lo que quiere decir esta castración que no es un fantasma.
Resulta de ello, por supuesto, que no hay otra causa del deseo que el producto de esta operación y que el fantasma domina toda la realidad del deseo, es decir la ley. En lo que respecta al sueño, todos saben ahora que es la demanda, que es el significante en libertad que insiste, que piafa, que patalea también, que no sabe en lo más mínimo lo que quiere. La idea de poner al padre todopoderoso del deseo en el principio del deseo está lo suficientemente refutada por el hecho de que es del deseo de la histérica del que Freud extrajo sus significantes-amo. Porque no hay que olvidar que de allí partió Freud, a saber lo que sigue siendo el centro de su cuestión. El lo confesó y esto ha sido tanto más precisamente recogido cuanto que fue recogido por una borrica que lo repitió sin tener la menor idea de lo que quería decir. Es la pregunta: «Qué quiere una mujer?, una mujer, pero no cualquiera. Sólo con plantear la pregunta ya eso quiere decir que ella quiere algo. El no dijo: «¿Qué quiere la mujer?» porque nada indica que la mujer quiera lo que sea. Yo no diría que ella se acomoda en todos los casos (cas), ella se incomoda con todas las K -todas las K, ustedes saben: Kinder, Küche, Kirche, hay otras Kultura, Kilowatt, Kaida, Krudo y Kocido-, todo eso le da igual. Ella absorbe todas esas K!. Pero desde el momento que ustedes formulan la pregunta: «¿Qué quiere una mujer?», sitúan la cuestión a nivel del deseo. Todos saben que ubicar la cuestión a nivel del deseo con respecto a la mujer es Interrogar a la histérica. Está bien claro que lo que la histérica quiere -lo digo para aquellos que no tienen la vocación, parece haber muchos- lo que ella quiere es un amo. Es absolutamente claro, es incluso hasta tal punto que habría que plantearse la pregunta si no es de allí que salió la invención del amo. Esto cerraría elegantemente lo que estamos trazando. Ella quiere un amo; es eso lo que se alberga en este rinconcito arriba y a la derecha,
S/ S1
a S2
para no llamarlo de otro modo- ella quiere que el otro sea un amo, que sepa muchas cosas. Pero sin embargo que no sepa tanto como para no creer que es ella el premio supremo de todo su saber, es decir que quiere un amo sobre el cual ella reine: ella reina y él no gobierna. Es de ahí que partió Freud y es ella, la histérica… se pueden dar bien cuenta que no está forzosamente especificado a un sexo: desde que ustedes se «plantean que quiere un fulano» entran en la función del deseo y sacan el significante-amo.
Freud produjo un cierto número de significantes-amo que el cubrió -cae de su peso, eso sirve para tapar algo- con el nombre de Freud. Me asombra que se pueda asociar con ese tapón que es un nombre del padre, sea el que sea, la idea de que a ese nivel pueda haber un asesinato cualquiera, y que sea también en nombre de una devoción al nombre de Freud que los analistas sean lo que son. No pueden destrabarse de los significantes-amo de Freud, es todo. No se atienen tanto a Freud como a un cierto número de significantes: el inconsciente, la seducción, el trauma, el fantasma, el Yo (Moi), el Eso (Ca) y todo lo que ustedes quieran. No hay forma de que salgan de esa órbita. No tienen a ese nivel ningún padre para matar. No se es el padre de los significantes, a lo sumo se es padre a causa de ellos. No hay problema a ese nivel. El verdadero resorte es el siguiente: el goce separa al significante-amo en tanto que se querría atribuírselo al Padre del saber en tanto que verdad. Ahora bien, lo que se articula -y es esto lo que retomaré la próxima vez que nos encontremos- es que tomando el esquema del discurso gran A como el discurso del analista, el paso dado por el goce se encuentra acá entre lo que se produce bajo la forma que sea como significante-amo, y el campo del que dispone el saber en tanto que se plantea como verdad. Lo que permite articular lo que verídicamente hay de la castración, es que incluso para el niño, a pesar de lo que se piensa, el Padre es aquél que no sabe nada de la Verdad.