Ninguna de estas fórmulas es nueva, ya las he escrito en el pizarrón la última vez, y no parece haber provocado las mismas protestas. Me es útil tenerlas representadas acá porque además, por más sencillas que sean y por más simples a deducir una de la otra, dado que se trata simplemente de una permutación circular, quedando las cosas en el mismo orden, aún así, está comprobado que nuestra capacidad de representación mental no es tanta como para suplir el hecho de que sea escrito en el pizarrón.
Vamos a continuar, continuar lo que yo hago acá -acá o en otra parte, en fin un acá que es siempre en el mismo tiempo, miércoles a las 12 y 30- desde hace 17 años.
Es importante que lo recuerde en el momento en que todo él mundo se regocija en entrar en una nueva década. Sería más bien la ocasión para mi de volverme hacia lo que me ha dado la precedente. Hace diez dos de mis alumnos, presentaban algo que surgía de las tesis lacanianas bajo el título de «El Inconsciente». Esto pasaba, mi Dios, por lo que se puede llamar el acto del príncipe el único capaz de un acto liberal, se sobreentiende que un acto liberal quiere decir un acto arbitrario, es decir no impuesto por una necesidad, por este motivo, de que ninguna necesidad presionaba sobre este punto ni en un sentido ni en Otro, el príncipe mi amigo Henri Ey, puso a la orden del día en un cierto congreso, Congreso de Bonneval, al inconsciente, confiando el informe, al menos una parte dé la redacción de ese informe a dos de mis alumnos. Desde entonces, ese trabajo testimonió de algún modo y a decir verdad, no sin razón, dio testimonio de algo: del modo cómo mis alumnos pensaron poder conseguir, poder hacer escuchar algo en el seno de un grupo que se había distinguido por una especie de consigna respecto a .lo que yo podía exponer sobre ese interesante tema, porque se trataba nada menos que del Inconsciente, el punto de partida de donde mi enseñanza emprendió su vuelo digamos. Pues bien, la respuesta, el interés que tomó ese grupo por lo que yo decía sé manifestaba por algo que yo señalaba recientemente en alguna parte -no me acuerdo dónde- en un pequeño prefacio yo señalaba como «lo prohibido para menores de 50 años». Tenemos 60, no lo olvidemos, estamos lejos -estamos más cerca, es la pregunta- lejos de toda contestación, hablando con propiedad, de una autoridad entre otras, la del saber. De modo que éste prohibido, prohibido para menores de 50 es proferido a algo, que tiene singulares carácterísticas. Una de ellas lo hace comparable en todo caso, a una especie de monopolio del saber este prohibido fue cumplido pura y simplemente: el trabajo que se proponía a los que habían querido hacerse cargo, era tener que hacer escuchar algo inaudito propiamente dicho para las orejas en cuestión. Cómo lo hicieron es algo que, después de todo no es demasiado tarde para que yo haga el balance, porque además en un principio, no me era posible hacerlo porque hubiera sido intervenir demasiado para unas orejas no prevenidas, que no había recibido nada de lo que yo había podido articular desde hacía 7 años, evidentemente no era el momento, incluso para con aquellos que se dedicaban a ese trabajo de descifrado, de aportar cualquier cosa que pudiera parecer que tenía algo que criticar; además había, por otra parte, muchos elementos excelentes. Ese punto, y a propósito de una tesis reciente que, a fe mía, se produjo en alguna parte, en la frontera del área de habla francesa y, yo diría, allá donde por mantener los derechos se lucha valientemente; en Lovaina , para llamarla por su nombre se hizo una tesis, mi Dios, sobre lo que se llama, quizás impropiamente: mi «obra». En esa tesis, por supuesto, que es una tesis universitaria, no lo olvidemos, hay que anticipar las cosas que toman forma universitaria, y lo menos que aparecer es que mi «obra’ mal se presta; por esa razón no es desfavorable a la avanzada de semejante tema de tesis universitaria, que sea ubicado lo que ya de universitario ha podido contribuir a ser el vehículo de la mencionada «obra» -siempre entre comillas. Es precisamente por eso que uno de los autores de ese Informe de Bonneval es también allí puesto en evidencia y, por supuesto, de una forma que no puedo dejar de señalar en mi prefacio que hay que precisar lo que eventualmente es traducción de lo que yo enuncio y lo que yo he propiamente dicho. Está claro que este pequeño prefacio que he dado a esa tesis que va a aparecer en Bruselas -porque es evidente que un prefacio mío le aligera las alas- pues bien, mi Dios, en este prefacio, me veo forzado por ejemplo a marcar bien -ésta es su única utilidad- que no es lo mismo decir que «el inconsciente es la condición del lenguaje» que decir que «el lenguaje es la condición del inconsciente».
Lo que yo digo es que el lenguaje es la condición del inconsciente, pero la forma en la que por razones que seguramente podrían en su especificidad ser totalmente motivadas por el estricto motivo universitario -y esto seguramente nos llevará lejos, nos llevará quizás demasiado lejos para este año- del estricto motivo universitario, digo, se desprende que la persona que me traduce, por estar formada en ese estilo, por esa forma de una especie de imposición del discurso universitario, no puede hacer otra cosa, por más que ella crea comentarme, que invertir mi fórmula, es decir darle un alcance -hay que decirlo- estrictamente contrario y a decir verdad incluso sin ninguna homología con lo que yo digo, de allí seguramente la dificultad propia de traducirme en lenguaje universitario, que es también lo que afectará a todos de un modo u otro, y en verdad que aquella de la que habló estaba por otra parte animada de una inmensa buena voluntad. Esta tesis que va a aparecer en Bruselas mantiene de todas formas todo su valor, su valor de ejemplo, en sí misma, su valor de ejemplo también por que promueve la distorsión de algún modo obligatoria de una traducción al discurso universitario de algo que tiene sus propias leyes, sus leyes a las que, tengo que decirlo, tengo que abrirles paso, las que pretenden al menos dar las condiciones de un discurso propiamente analítico, estando éste por supuesto sometido al hecho que de todas formas, como lo he subrayado el año pasado, el hecho de que acá yo lo enuncié desde lo alto de una tribuna conlleva en efecto ese riesgo de error, ese elemento de refracción que hace que por algún lado caiga bajo el golpe del discurso universitario. Hay acá algo que se destaca como una especie de situación inestable de base, lo que hace que desde cierta posición, desde una posición con la que obviamente yo no me identifico para nada; les aseguro que cada vez que vengo a hablar acá, no se trata para mi ciertamente de venir a decir lo que sea, o «¿qué es lo que voy a decir esta vez?», en ese aspecto no tengo que representar ningún rol, en el sentido de que la función del que enseña es del orden del rol, del lugar a sostener e incuestionablemente de un cierto lugar de prestigio; no es esto lo que me demando, sino más bien algo que es como un ordenamiento que me impongo la obligación de someter a esta prueba, un ordenamiento al que, sin duda, como todo el mundo, yo escaparía sí no tuviera delante este mar de orejas entre las cuales posiblemente halla un par criticas, la obligación frente a ella, con esta temible posibilidad, rendir cuentas de lo que es el trayecto de mis acciones ante aquello que hay «del» psicoanalista, una posición que, es la mía y que es una posición cuyo estatuto no ha sido reglamentado hasta el momento de ningún modo conveniente, más que a imitación, a similitud de otras numerosas posiciones establecidas y en este caso conducentes a prácticas friolentas de selección, a una cierta identificación a una figura, a una forma de comportarse, incluso a un tipo humano del que nada parece dar la forma obligatoria, hasta a un ritual, incluso a otras medidas que en épocas mejores, en épocas anteriores, comparé a aquellas de la auto-escuela, sin provocar por otra parte ninguna protesta de nadie; incluso hubo alguien muy cercano entre mis alumnos de entonces que hizo notar que allí estaba lo verdaderamente deseado por cualquiera que se embarcaba en la carrera analítica: recibir como en la auto-escuela el permiso de conducir por las vías previstas e incluyendo el mismo tipo de examen.,
Es realmente notable, quiero decir digno de ser mencionado, que después de 10 años, logro articular esta posición del psicoanalista, a articularla de una forma que es la que llamo su discurso, digamos su discurso hipotético, ya que además es lo que, este año, se presenta al examen de ustedes, o sea se trata de la estructura de ese discurso. Logro articularlo de la siguiente forma: que substancialmente está hecha del objeto a, del objeto a en tanto que, en la articulación, que hago de lo que es la estructura del discurso, estructura del discurso en tanto que esta nos interesa, digamos, tomada al nivel radical a donde es llevada por el discurso analítico, es substancialmente la del objeto a en tanto que este objeto a designa precisamente lo que de los efectos dé discurso se presenta como lo más opaco y a decir verdad, desde hace mucho tiempo, desconocido, por lo tanto esencial. Se trata del efecto del discurso que es el efecto de desecho, efecto de desecho del que voy a tratar ahora de puntualizar el lugar y la función.
He aquí pues lo que substancialmente es la posición del psicoanalista y ese objeto se distingue de otra manera, al venir a ocupar el lugar desde donde se ordena el discurso, porque es desde ahí que se pone en circulación la dominante. Ustedes perciben la reserva que hay en este empleo. Decir la dominante, quiere decir exactamente eso con lo que finalmente designo, para distinguirlas, cada una de estas estructuras del discurso, designándolas diferentemente el Universitario, del Amo, de la Histérica y del Analista por posiciones diversas de estos términos radicales. Digamos, que llamo dominante, sin poder a continuación darle a este término otra cosa que esto, a lo que de algún modo me sirve para denominarlas. Dominante no implica la dominancia en el sentido en que esta dominancia especularizaría -lo que no es seguro- el discurso del Amo, digamos que se puede dar diferentes substancia a esta dominancia según los discursos, que sí llamamos por ejemplo la dominante del discurso del Amo, a eso de lo que S1 ocupa el lugar, la ley haríamos algo que tiene todo su valor sugestivo y que podría abrir la puerta a varias ideas interesantes. Es que la Ley, entendiéndola en tanto que articulada, esta Ley en cuya casa incluso nosotros recibimos albergue, esta ley que constituye el derecho y que no es por cierto algo que deba ser considerado homónimo de lo que puede anunciarse en otra parte bajo el título de la justicia y seguramente la ambigüedad, el ropaje que esta ley recibe por fundarse en la autoridad de la justicia es precisamente un punto donde nuestro discurso puede quizás hacer notar mejor donde están los verdaderos resortes, los que permiten la ambigüedad, los que hacen que la ley se mantenga, como algo en primer lugar y sobre todo inscripta en la estructura y que no haya 36 formas de hacer leyes. Las anime o no la buena intención la inspiración de la justicia, posiblemente hay leyes de estructura que harán que la Ley sea siempre la Ley, ubicada en ese lugar que llamo dominante en el discurso del Amo.
Al nivel del discurso de la Histérica, está claro que esta dominante aparece bajo la forma del síntoma, que es alrededor del síntoma que se ubica, que se ordena el discurso de la Histérica. Y ciertamente, es la oportunidad de darnos cuenta que si este lugar es el mismo, es posiblemente por eso que tiene una luz, de la que no basta decir que sea la de la época para dar cuenta de ella, puede que este lugar dominante sea en este caso el del síntoma o algo del alcance de hacernos cuestionar, como siendo el mismo lugar que el del síntoma cuando sirve en otro discurso. Es en efecto lo que vemos en nuestra época: la Ley puesta en cuestión, como síntoma. Dije recién que este mismo lugar, este mismo lugar dominante, puede ser ocupado cuando se trata del analista por el efecto de desecho de discurso que el analista mismo tiene que representar acá de algún modo, o sea el objeto a. Es decir que nos será bastante sencillo carácterizar este lugar, el lugar llamado dominante, cuando se trata de discurso Universitario para darle otro nombre, un nombre que de algún modo nos permitirá esta especie de equivalencia que acabamos de plantear como existente al menos a nivel de la cuestión, esta especie de equivalencia entre la Ley y el síntoma, o sea el desecho en está ocasión, en tanto que, en el acto psicoanalítico, es el lugar al que está destinado el analista. Pues bien, justamente nuestra dificultad para responder lo que hace la esencia, la dominante del discurso Universitario es acá algo que nos debe advertir que nuestra búsqueda lo que trazo ante ustedes son las mimas vías alrededor de las cuales, cuando me interrogo, vaga, erra mi pensamiento antes de encontrar los puntos seguros, es acá que de algún modo podría ocurrírsenos la idea de buscar lo que, en cada uno de estos discursos, para designar al menos un lugar, nos parecería totalmente seguro, tan seguro como el síntoma cuando se trata de la histérica. Dado que ya les he mostrado que en el discurso del Amo el a es precisamente identificable, al término, a lo que en definitiva ha producido un pensamiento laborioso, el de Marx, o sea lo que simbólica y realmente era la función de la plusvalía, ya estaríamos pues frente a dos términos de donde sólo me restarla modificarlo quizás ligeramente, darle una traducción más simple, transponerlo a otros registros; lo que sugiero es que dado que hay en suma cuatro lugares para carácterizar, puede ser que cada una de las cuatro permutaciones nos revelaría en el seno de sí misma lo más destacable, digamos, para constituir un caso en un orden de descubrimiento que no es otra cosa que lo que se llama la estructura. Pues bien, una idea como esta tendrá como consecuencia hacerles palpar de cualquier forma que la pongan a prueba, eso que no se hace manifiesto posiblemente a primera vista: o sea que intenten simplemente, independientemente de todo este objetivo que yo sugería que podía ser el que nos interesa, intenten en cada una, llamémoslas las figuras, cada una de esas figuras forzarse a que, el lugar definido en función del término lugar -arriba, abajo, a la derecho, a la izquierda- que en cada una el lugar sea diferente, y bien, no llegarán, sea cual sea la forma que la tomen, a que cada una sea ocupada por una letra diferente. Intenten en el sentido contrario poniéndose como regla de Juego elegir, en cada una de estas cuatro fórmulas una letra diferente, y no lograrán que cada una de esas letras ocupe un lugar diferente. Hagan el intento, por otro parte es muy sencillo hacer lo sobre un pedazo de papel y también si utilizan esta pequeña grilla o figura llamada matriz, en seguida verán que con un pequeño número de combinaciones el diseño del ejemplo basta para aclarar inmediatamente la cosa de un modo absolutamente evidente. Pero, si pensamos que hay acá alguna ligazón significante que se puede plantear como absolutamente radical, es esta también la oportunidad de aclarar, por este simple hecho, que es la estructura. Que planteando de una cierta forma la formalización del discurso y acordando en el interior de esta formalización ciertas reglas destinadas a poner a prueba dicha formalización, se encuentra un elemento de imposibilidad, esto es lo que está precisamente en la base, en la raíz, lo que hace de estructura y, en la estructura, lo que nos interesa a nivel de la experiencia analítica; esto no se debe a que estemos en un grado ya elevado, al menos en sus pretensiones, elevado de elaboración, sino desde el punto de partida, porque además, si seguimos ciñéndonos a este manejo del significante y su articulación eventual, es porque está, en los datos, del psicoanálisis, quiero decir en lo que para un espíritu tan poco, diría, iniciado en esta clase de elaboración como pudo ser un Freud, dada la formación que le conocemos que es una formación del tipo de las ciencias parafisicas, fisiología montada desde sus primeros pasos sobre la física y la termodinámica particularmente, si Freud es llevado a seguir el hilo, la vena de su experiencia, a formular en un tiempo que , no por ser segundo en su enunciación, tiene menos importancia, porque después de todo nada parecía imponerlo en el primer tiempo, el de la articulación del inconsciente, sí Freud, en un segundo tiempo, en él que logra que el inconsciente le permita ubicar el deseo -este es el sentido del primer paso de Freud, ya por completo no implicado, sino propiamente articulado, desarrollado en la Traumdeutung- de modo tal que en ese segundo tiempo, el que abre el «Mas allá del principio de placer, Freud articula que tenemos que tener en cuenta esta función que se llama, ¿cómo se llama? La repetición. ¿Qué es la repetición?. Leamos su texto: veamos lo que articula: lo que necesita la repetición, es el goce, el término está designado en sentido propio. Es en tanto que hay búsqueda de goce en tanto que repetición que se produce lo que está en juego en ese paso, el salto freudiano, que ese algo que nos interese como repetición y que se inscribe en una dialéctica del goce, es propiamente lo que va contra la vida. Es a nivel de la repetición que Freud se encuentra en una especie de apremio, y esto por la misma estructura del discurso, apremiado a articular esta especie de hipérbola, de extrapolación fabulosa y a decir verdad sigue siendo escandalosa para cualquiera que la tome al pie de la letra, la identificación del inconsciente y del instinto, va a articular este instinto de muerte, o sea que la repetición no, es sólo función de ciclos, de ciclos que la vida implica, ciclo de la necesidad y de la satisfacción, si no algo distinto de un ciclo que además entraña la desaparición de esta vida corno tal , el retorno a lo inanimado seguramente punto de horizonte, punto ideal, punto definitivo, pero cuyo sentido en el análisis específicamente estructural se indica, se indica perfectamente en lo que hay del goce, de modo que partimos ya del principio de placer sabiendo que este principio de placer no es nada más que el principio de la menor tensión, de la tensión mínima a mantener para que se mantenga la vida, lo que demuestra que en sí mismo el goce lo desborda y que lo que el principio de placer mantiene es el limite en relación al goce; que si la repetición, como todo nos lo indica en los hechos, la experiencia y la clínica, que sí la repetición se funda en un retorno del goce y lo que a este respecto está propiamente, en Freud, y por el mismo Freud, articulado, es que, en esta misma repetición, es donde se produce algo que es imperfección, fracaso, o sea, que, acá, en su momento, sea algo el parentesco con los enunciados de Kierkegaard: lo que se repite no podría en el mismo título de lo que es expresamente y como, tal repetido, que está marcado por la repetición, no podría ser otra cosa que lo que en relación a lo qué aquello repite, es de algún modo en pérdida, en pérdida de lo que ustedes quieran, en perdida de velocidad; hay algo que es pérdida y que sobré esta pérdida, desde el origen, desde la articulación, de lo que acá resumo, Freud insiste: que en la misma repetición hay pérdida de goce. Acá encuentra origen en el discurso freudiano la función del objeto perdido.
Esto es Freud. Agreguemos que de todas formas no hay necesidad dé recordar que es expresamente al rededor del masoquismo, concebido solamente bajo esta dimensión de la búsqueda de este goce ruinoso, que gira todo el texto de Freud. Ahora viene lo que aporta Lacan: esta repetición, está identificación del goce, y acá tomo prestada, para darle un sentido que no está puntuado en el texto de Freud, la función del rasgo unario, es decir la forma más simple de marca, es decir lo que propiamente es el origen del significante. Y adelanto esto que no está en el texto de Freud, adelanto esto que no ha sido visto en el texto de Freud pero que de ningún modo podría ser descartado, evitado, rechazado, por el psicoanalista, es del rasgo unario que se origina todo lo que nos interesa, a nosotros analistas, como saber. Porque el psicoanálisis arranca de un viraje decisivo que es aquel donde el saber se depura, sí puedo decirlo, de todo lo que puede hacer ambigüedad, ser tomado por un saber natural, por un no sé qué nos guiaría en el mundo que nos rodea con la ayuda de no sé qué papila que en nosotros podría orientarse de nacimiento, no por cierto que no haya nada parecido y, por supuesto, cuando un sabio psicólogo escribe actualmente quiero decir, no hace tanto tiempo, 40 6 50 anos, algo que se llama «la sensación, guía de vida» no dice, por supuesto, nada absurdo; pero si puede enunciarlo así, es justamente porque toda la evolución de una ciencia nos permite darnos cuenta que no hay ninguna con-naturalidad en esta sensación de lo que por ella penetra de aprehensión de un pretendido mundo. Sí la elaboración propiamente científica, la interrogación de los sentidos, de la vista, incluso del oído, nos demuestra algo, es que nada, sino algo que debemos recibir tal como es, exactamente con el coeficiente de facticidad bajo el que se presenta, que entre las vibraciones luminosas hay una ultravioleta de la que no tenemos ninguna percepción, ¿y por qué no la tendríamos?- que, al otro extremo, lo mismo pasa con el infrarrojo, y que igualmente para la oreja, hay sonidos que dejamos de escuchar y que no se sabe muy bien por qué eso se detiene ahí y no más lejos, y que en verdad ninguna otra cosa es captable más que precisamente por ser iluminada de una determinada manera, por esto es después de todo que hay filtros y que con esos filtros uno se las arregla. Si se cree que la función crea el órgano, en realidad con el órgano uno se maneja como puede.
No hay nada de común entre ese algo sobre lo que ha querido construir y razonar, en cuanto a los mecanismos del pensamiento, toda una filosofía tradicional que se ha esforzado para edificar, por las vías que ustedes conocen la reseña de lo que se ha hecho al nivel de la abstracción, de la generalización, esta cosa que se edifica sobre una especie de reducción, de pasaje por un filtro, dé lo que hay de una sensación considerada como basal: «Nihil fuerit in intellectu quod non prius…etc.», ustedes saben cómo sigue, «In sensu», es que este sujeto, este sujeto deducible del título de sujeto del conocimiento, este sujeto construible de una forma que nos parece ahora tan artificial a partir de bases que son en efecto bases de aparatos, de órganos vitales de los que no está muy claro en efecto si no podríamos prescindir, se trata acaso de esto cuando se trata de esta articulación significante, cuyos primeros términos de apelación son estos que acá intentamos que puedan empezar a jugar, los términos más elementales, los que anudan, como ya lo dije, un significaste a otro significante y que ya tienen efecto, efecto ya en eso que no es manejable ese significante, en su definición para que esto tenga un sentido que representa un sujeto para otro significante, un sujeto y ninguna otra cosa. No hay forma de escapar a está fórmula extraordinariamente reducida para que haya algo debajo, pero justamente porque no podemos designar con ningún término algo -eso no podría ser un etwas- es simplemente un por-debajo, si quieren, un sujeto, un upokeimenon lo que, incluso para un pensamiento tan investido de la contemplación de las exigencias primarias, no construidas, por la idea de conocimiento, como el dé Aristóteles la mera aproximación a la lógica, por el sólo hecho de haberlo introducido en el circuito del saber, le impone distinguir severamente el upokeimenon, de toda otra aitia en sí misma, de lo que fuera que sea esencia.
El significante pues se articula por representar un sujeto ante otro significante. De aquí partimos para dar sentido a esta representación inaugural en tanto que ella es repetición apuntando al goce, lo que nos permite concebir que, si el saber en un cierto nivel está dominado, articulado por necesidades puramente formales necesidades de la escritura, lo que desemboca actualmente en un cierto tipo de lógica que es en sí manejo y antes que nada manejo de la escritura, que, si este saber, es el que está en el soporte de una experiencia que es la de la lógica moderna, que este tipo de saber, es el que está en juego cuando se trata de medir, en la clínica analítica, la incidencia de la repetición. En otras palabras el saber que nos parece el más depurado, aún cuando esté bien claro que no podemos extraer lo de ningún modo del empirismo por depuración, es el mismo saber que está presente desde el origen, que muestra su raíz en lo que, en la repetición y bajo la forma de rasgo unario para comenzar, ese saber es el medio del goce, del goce precisamente en tanto supera los limites impuestos bajo el término de «placer» a las tensiones habituales de la vida. Y es acá que, para seguir a Lacan, lo que pone de manifiesto este formalismo, si hemos dicho recién que hay pérdida de goce, y que es en el lugar de esto pérdida de ese algo que introduce la repetición que vemos surgir la función del objeto perdido, de lo que yo llamo el a, pues bien, qué nos impone esto, sino esta fórmula que el saber trabajando, y en el nivel más elemental, en el nivel de esta imposición del rasgo unario, pues bien, el saber trabajando, produce -eso no nos va a sorprender demasiado- produce una entropía, lo que entre nosotros se escribe e-n-t-r-o- pero que ustedes podrían escribir también á-n-t-r-o lo que sería además un lindo juego de palabras- no es para asombrarnos, porque imagínense que mismo la energética no es otra cosa, más allá de lo qué, crean los corazones ingenuos de los ingenieros, no es ninguna otra cosa que el enchapado sobre el mundo de la red de significantes. Los desafío a probar de algún modo -en todo caso pongan manos a la obra y, verán, tendrán la prueba de lo contrario, que es absolutamente lo mismo descender un peso de 80 kgs. sobre su espalda 500 metros, y una vez que lo hayan remontado los 500 metros siguientes, que ha habido 0, ningún trabajo -hagan la prueba- pero en definitiva, sí enchapan acá encima los significantes, es decir sí entran en la vía de la energética, es absolutamente seguro que no ha habido ningún trabajo.
Bueno, ahora no nos vamos a sorprender de ver manifestarse algo cuando se introduce el significante como aparato de goce, ver manifestarse algo que tiene relación con la entropía. dado que allí donde se ha definido la entropía, es cuando se ha comenzado por enchapar sobre el mundo físico este aparato significante, y no crean que bromeo, porque cuando ustedes construyen una fábrica no importa dónde, naturalmente recogen energía, incluso pueden acumularla, pues bien, después de todo es una fábrica; y los aparatos por lo menos están en juego para que funcionen esas especies de turbinas hasta que se pueda envasar la energía, porque en realidad esos aparatos son fabricados con esta misma lógica, de la que estoy hablando, o sea la función del significante. Actualmente, una maquina no tiene nada que ver con una herramienta, no hay ninguna genealogía de la pala a la turbina; y la prueba, es que legítimamente pueden llamar maquina a un pequeño dibujo que hagan sobre es e papel. Basta con muy poco, basta simplemente con que tengan tinta que será conductora para que eso sea una máquina, muy eficaz; ¿y por qué no habría de ser conductora, dado que la marca ya en sí misma es conductora de voluptuosidad ?. Si algo nos enseña la experiencia analítica, sobre ese mundo del fantasma del que, a decir verdad no parece que se lo haya abordado anteriormente al anuláis, es precisamente que no se sabía, en lo más mínimo cómo destrabarse, salir del brete, salvo recurriendo a la extravagancia, a la anomalía, de donde salen esos: términos, esos nombres propios prendidos con alfileres que nos hacen llamar «masoquismo» a esto, «sadismo» a aquello. Estamos a nivel de la zoología cuando nos ponemos esos i-s-m-o-s. Pero en definitiva sin embargo hay algo absolutamente radical: es la asociación en lo que está en la base, en la raíz misma del fantasma, de esta gloria de la marca, la marca sobre la piel en que se inspira, en ese fantasma, lo que no es otra cosa que un sujeto que se identifica como siendo objeto de goce, mástil de goce en esa práctica erótica que evoco, la flagelación para llamarla por su nombre, y además en el caso de que acá hubiese archi-sordos, el hecho que el gozar toma acá la ambigüedad misma por lo que es, en su nivel, en su nivel y en ningún otro que se toca la equivalencia del gesto que marca y del cuerpo objeto de goce, ¿de quién?. De aquel que es portador de lo que llamé la gloria de la marca, ¿es seguro que esto quiera decir el goce del Otro ? Seguro. Esta es una de las vías de entrada del Otro en su mundo y seguramente, no refutable. Pero la afinidad de la marca con el goce del cuerpo mismo, es precisamente ahí donde se indica que se trata solamente del goce, y de ninguna otra vía que se establece está división de la que sé distingue el narcisismo de la relación al objeto. La cosa no es ambigüa, es a nivel del «Más allá del principio de placer» qué Freud marca con fuerza que lo que en último término es el verdadero sostén, la consistencia de, la imagen especular del aparato del Yo, es que está sostenido en el interior, no hace más qué vestir ese objeto lo que se introduce en la del sujeto, por lo que se introduce el goce. Porque está claro que, sí el goce está prohibido, no es por un primer azar, una eventualidad, por un accidente que el goce entra en juego. El ser vivo que funciona, que funciona normalmente, ronronea en el placer, si el goce es destacable y sí le confirma por tener esta sanción del rasgo unario, de la repetición, de lo qué lo instituye desde ése momento como marca, sí esto se produce no puede ser qué se origine más que por un pequeño descarte en él sentido del goce. Después de todo estos descartes no son nunca extremos, incluso en las prácticas que mencionaba recién. De lo que se trata, no es de una transgresión, de una irrupción en un campo prohibido en virtud de los rodajes de los aparatos vitales reguladores, de hecho es solamente en ese efecto de entropía, en esa pérdida que el goce toma estatuto, que se indica y es por eso que lo introduje de entrada con el término de mehr-lus» de plus-de-gozar.
Es precisamente por ser percibido en la dimensión dé la perdida que se necesita algo para compensar, sí puedo decir, lo que de entrada es número negativo sobre lo que no sé qué ha venido golpear, resonar sobre las paredes de la campana, qué ha hecho goce, y goce a repetir. Es solamente esta dimensión de la entropía que hace tomar cuerpo a lo que es un plus-de-gozar a recuperar. Es esta la dimensión de la qué sé necesita que el trabajo, el saber trabajando, y como tal, en tanto que, lo sepa o no es muestra en primer lugar del rasgo unario y, a continuación, de todo lo que va a poder articularse de significante, es a partir de acá que está dimensión del goce tan ambigüa en el ser parlante, puede también teorizar, hacer religión de vivir en la apatía; porque la apatía, es el hedonismo, puede también hacer religión de esto y sin embargo cualquiera sabe qué la misma masa -Massen-psychologie titula Freud uno de sus escritos en esa misma época -en su misma masa, lo qué lo anima, lo que lo trabaja, lo que lo hace de otro orden de saber qué ésos saberes armonizantes que ligan el Innenwelt al Umwelt, es la función del plus-de-gozar como tal. Acá está el hueco, la hiancia que, sin duda y de entrada, vienen a rellenar un cierto número de objetos que están de algún modo adaptados por adelantado, hechos para servir de tapón. Es sin duda acá que se detiene toda la práctica analítica clásica que se limita a dar valor a esos nombres, esos términos diversos, oral, anal, escópica, incluso vocal, esos nombres diversos de los que podemos designar como objeto lo que hay de a. Pero el a es precisamente esto que se desprende de lo que del saber se presenta, de entrada y en su origen, un cierto saber que se reduce a la articulación significante; ése saber es medio de goce y, lo repito, cuando trabaja lo que produce es la entropía, y esta entropía es el único punto regular, el punto de pérdida por donde tenemos acceso al goce. En esto se traduce, se enrula y se explica lo que es la incidencia del significante en el destino del ser parlante. Esto tiene poco que ver con su palabra; tiene que ver con la estructura, la que se demuestra por el hecho de que el ser humano, al que se llama así sin duda porque no es más que el humus del lenguaje que el ser humano sólo tiene que empalabrarse (s’apparoler) a este aparato. Con algo tan simple como mis 4 pequeños signos, pude hacerles palpar recién que basta que a este rasgo unario le demos compañía, compañía de otro rasgo, S2 después de S1, para que podemos ubicar, de ese significante igualmente lícito, su sentido por una parte, su inserción en el goce del Otro, por lo que es el medio del goce. A partir de acá empieza el trabajo. Es con el saber en tanto que medio del goce que se produce ese trabajo que tiene un sentido, un sentido obscuro que es el de la verdad. Indudablemente, si estos términos no hubieran sido ya abordados por mi, bajo distintos aspectos que los aclaran, no tendría por cierto la audacia de introducirlos así; pero ya ha sido realizado un trabajo considerable, ya que, cuando les hablo del saber como teniendo su lugar, primero en el discurso del Amo, a nivel del esclavo quien, sino Hegel, nos mostró que, este trabajo del esclavo, lo que va a dejarnos es la verdad del amo, sin duda aquella qué él rechaza?. En verdad, estamos quizás en condiciones de poder adelantar otras formas o esquemas de discurso, de darnos cuenta donde está abierta o queda hiante, cerrada de una forma forzada la construcción hegeliana. Seguramente, si hay algo que toda nuestra aproximación a los mitos y con seguridad esta ha sido renovada por la experiencia analítica es que ninguna evocación de la verdad puede hacerse más que para indicar que esta sólo es accesible a un semi-decir, que no puede decirse completa por la razón de que más allá de su mitad no hay nada que decir. Todo lo que puede decirse es esto, y en consecuencia acá es abolido el discurso. No se habla de lo indecible, por más placer que parezca brindarle a algunos. Sólo queda ese nudo del semi-decir que ilustré la ultima vez indicando cómo hay que acentuar lo que es propiamente la Interpretación y que articulé como enunciación sin enunciado o el enunciado con reserva de la enunciación de lo que indiqué que eran los puntos axiales, los puntos de balanza, los ejes dé gravedad propios de la interpretación, lo que hay de la verdad es algo que nuestro desarrollo debe renovar profundamente.
El amor a la verdad es algo que se origina en esa falta de ser de la verdad, esta falta de ser que también podríamos llamar esa falta de olvido. Lo que se nos presenta en las formaciones del inconsciente, no es nada que sea del orden del ser, de un ser pleno de ninguna manera. Qué es «ese deseo indestructible del que habla Freud al finalizar las últimas líneas de su Traumdeutung? Qué es ese deseo que nada puede cambiar ni doblegar cuando todo cambia? Esa falta de olvido, es lo mismo que esa falta de ser, porque ser no es otra cosa que olvidar. Este amor a la verdad, es este amor a esta debilidad, esta debilidad de la que supimos levantar el velo. Es eso que la verdad esconde y que se llama la castración. Yo no debiera tener necesidad de estas llamadas que son de algún modo librescas. Parece que los analistas, y particularmente ellos, en nombre de algunas palabras tabúes con las que se emborrona su discurso, nunca se dan cuenta de que es la verdad: la impotencia, y es sobre esto que se edifica todo lo que hay de la verdad. Que haya amor a la debilidad, sin duda es la esencia del amor y como he dicho, el amor, es dar lo que no se tiene, o sea lo que podría reparar esta debilidad original. Y al mismo tiempo, se concibe, se entreabre ese rol -no sé si llamarlo mastico o mistificador- que estuvo dado desde siempre, en una cierta vena, al amor mismo. Porque este amor universal, como se dice, del que nos enarbolan el trapo para calmarnos, este amor universal, es precisamente con lo que hacemos velo, incluso a lo que es la verdad de lo que se demanda al psicoanalista -y a lo indique la última vez en mi discurso- eso no es por cierto lo que destaca a ese sujeto supuesto saber del que, escuchándome, como de costumbre, un poquito al costado, creí poder fundar la transferencia. Insistí a menudo sobre que nosotros somos supuestos saber no gran cosa. Lo que el análisis instaura, instituye, es todo lo contrario: es que el analista dice al que va a comenzar: «Vamos ¡Diga cualquier cosa, será maravilloso!». Es él que instituye como sujeto supuesto saber, y después de todo no es con tanta mala fe, porque, en el presente caso, no puede fiarle de ningún otro. La transferencia se funda en que un tipo que a mi, pobre idiota! a mi me dice que me comporte como si yo supiera de que se trata. Puede decir cualquier cosa, siempre dará algo, dá que hablar la transferencia . Eso no sucede todos los días.
Lo que define al analista, es, como dije -lo dije siempre, desde siempre, simplemente nadie comprendió nunca nada y además es natural, no es mi culpa -lo dije desde siempre: el análisis, es lo que se espera de un psicoanalista. Lo que se espera de un Psicoanalista -evidentemente habría que tratar de entender que quiere decir esto, está tanto aquí como allá al alcance de la mano, sin embargo tengo la impresión… es el trabajo, el plus-de-gozar, es para ustedes- lo que se espera de un psicoanalista es, como dije la última vez, hacer funcionar su saber en términos de verdad. Es por eso que se confina a un semi-decir, como decía la última vez y lo que retomaré por que tiene consecuencia.
Es a él que se dirige, y solamente a él, esta fórmula que he comentado a menudo del «wo es war, sell ich werden». Si él analista puede ocupar este lugar arriba a la izquierda, que determina su discurso es precisamente por no, estar ahí en lo más mínimo por sí mismo. «Allí donde eso era», el pIus-de-gozar, el goce del Otro, es allí donde eso era que, yo (moi) en tanto que profiero él acto analítico, yo (je) debo advenir.