La entropía al pie de la letra. Las paradojas de omega. Todo siempre está ahí. Sueño y síntoma. La conversación con Fliess.
Es ley fundamental de toda sana crítica el aplicar a una obra los mismos principios que ella da a su construcción. Traten, por ejemplo, de entender a Spinoza según los principios que él mismo presenta como los más válidos para la conducción del pensamiento, para la reforma del entendimiento.
Otro ejemplo: Maimónides, personaje que también nos ofrece ciertas claves sobre el mundo. En el interior de su obra hay advertencias expresas en cuanto a la manera en que debe orientarse su búsqueda. Aplicarlas a la propia obra de Maimónides nos permite comprender lo que él mismo quiso decir.
Es, por tanto, una ley de aplicación absolutamente general la que nos impulsa a leer a Freud tratando de aplicar a su propia obra las reglas de comprensión y entendimiento que ella explícita.
Hace tres seminarios comencé a introducirles en la comprensión, con Más allá del principio del placer, de esa x llamada, según los casos, automatismo de repetición, principio de Nirvana o instinto de muerte. Me oyeron mencionar la entropía, y esto no es arbitrario. El propio Freud indica que debe estar hablando de algo de ese género. No se trata de tomar aquí a Freud al pie de la letra: sin embargo, hubo analistas, y de los mejores, que no se privaron de tal ridiculez, especialmente Bernfeld.
Bernfeld es un analista de calidad, que supo descubrir un recuerdo infantil de Freud tras el velo de anonimato bajo el cual éste lo había comunicado a título de recuerdo encubridor. Freud lo presentó de manera camuflada atribuyéndoselo a un paciente, pero el propio texto, no por constataciones biográficas sino por la propia estructura del mismo, permitió a Bernfeld demostrar que éste no podía ser un verdadero diálogo con un verdadero paciente, que se trataba de una transposición, y que el ejemplo debió ser tomado de la vida de Freud, cosa que demuestra asociándolo a dos o tres sueños de La interpretación de los sueños. Quienes han asistido a mi comentario del Hombre de las ratas conocen el pasaje.
En el International Journal of Psycho-analysis de 1931, unos diez años después de la publicación del texto esencial que estamos comentando, Bernfeld presenta, junto con Feitelberg, la comunicación de algo que no sé qué es, que no posee nombre en ninguna lengua, y que constituye una investigación. Se titula: The Principle of Entropy and the Death Instinct. Estos autores se propusieron estudiar la pulsación paradójica de la entropía en el interior de un ser vivo o, más exactamente, a nivel del sistema nervioso del hombre, comparando la temperatura cerebral con la temperatura rectal. Creyeron encontrar allí el testimonio de variaciones paradójicas, es decir, no conformes con el principio de entropía tal como funciona en física en un sistema inanimado.
Es algo muy curioso de leer, aunque más no sea porque demuestra las aberraciones a que conduce tomar al pie de la letra una metáfora teórica.
Para Freud se trata en realidad de aprehender el comportamiento humano. Con este fin se pregunta si no será conveniente hacer Jugar una categoría análoga a las que utiliza la física. Introduce entonces la dimensión de la entropía, en tanto que ésta se realiza en el acto original de comunicación que es la situación analítica. Es preciso conservar todas estas dimensiones si se quiere entender las afirmaciones de Freud, que no conciernen solamente al ser vivo objetivable en el plano psíquico, sino también a la significación de su comportamiento y, precisamente, en tanto que esa significación entra en juego en esa particular relación que es la relación analítica, que no puede comprenderse sino como una comunicación. Tal es el marco que otorga su sentido a la comparación del instinto de muerte con la entropía. Tomar esta analogía a la letra y traducirla en los términos precisos empleados en física es un contrasentido, tan absurdo como las operaciones de los monos dactilógrafos de Borel. Con harta frecuencia tendremos que denunciar operaciones de monos dactilógrafos entre los analistas.
A través de las cuatro etapas del pensamiento de Freud que he mencionado-jalonadas por el manuscrito inédito cuyo comentario estamos terminando, La interpretación de los sueños, la constitución de la teoría del narcisismo y, finalmente, Más allá del principio del placer-, las dificultades y los atolladeros se reproducen en una disposición una y otra vez modificada. Tendremos que seguir de cerca esa suerte de dialéctica negativa, que implica la persistencia de las mismas antinomias bajo formas transformadas, para que de este modo surja la autonomía, el orden propio de aquello que Freud aborda y procura formalizar.
Después de un año y medio de seminario, no pueden ignorar ustedes que dicho orden es el orden simbólico, en sus estructuras propias, en su dinamismo, en el modo particular con que interviene para imponer su coherencia y su economía autónoma al ser humano y a lo que éste vive. En él les designo la originalidad del descubrimiento- freudiano. Para poner esto en imagenes, con destino a aquellos que no comprenden nada, digamos que lo más elevado que hay en el hombre, que no está en el hombre sino en otra parte, es el orden simbólico. A medida que su síntesis va progresando Freud se ve constantemente forzado a restaurar, a restituir ese punto exterior, excéntrico. Ahora trataremos de situar en el texto las etapas de este progreso.
El otro día les hablé del sistema φ que representa someramente el arco reflejo, basado en la noción de cantidad y descarga con el mínimo de contenido. Formado en las disciplinas neurológicas, anátomo-fisiológicas y clínicas, Freud no se contenta con el esquema que en esa época ofrece la fisiología positivista, a saber, una arquitectura de reflejos: reflejos superiores reflejos de reflejos, etc., hasta el reflejo de unidad colocado a nivel de las funciones superiores. Y aún habría que poner aquí algo que nuestro amigo Leclaire, en sus buenos momentos, llamaría «el sujeto». Espero que alguna vez se sacará también esto de encima, porque al sujeto nunca se lo debe representar en ninguna parte.
Freud tiene que hacer otra cosa. Hace, no una arquitectura, sino un moderador.
Aquí ya se ha adelantado a la teoría neuronal; precede en dos años a Foster y Sherrington. Su genio se deja ver hasta en el detalle a propósito de ciertas propiedades de la conducción prácticamente ha adivinado lo que se conoce en la actualidad No hay duda: hemos realizado progresos experimentales que confirmaron el funcionamiento de las sinapsis como barreras de contacto, y así es como Freud se expresa ya entonces. Lo importante es que en el curso del acto de descarga interpone un sistema-moderador, un sistema de equilibrio, de filtrado, de amortiguación, el sistema Ψ. Por otra parte, ¿con qué lo compara? Ven ustedes sobre este esquema, en el interior de un arco espinal, algo que forma una bola: es un ganglio. Pues bien, el psiquismo es para él un ganglio, el cerebro es un ganglio diferenciado, del tipo ganglio simpático o cadena nerviosa en los insectos.
La última vez se percibió una pequeña vacilación en mi diálogo con Valabrega, quien dijo cosas que no eran falsas a propósito del sistema . Freud no puede salir adelante sin introducir el sistema de la conciencia, en cuanto referencia a esa realidad de la cual, hágase lo que se haga, nunca podremos sacar un conejo sin antes haberlo puesto. En Freud, al menos, no se intenta hacerles creer que basta con amontonar unas cuantas cosas para que lo que está arriba sea mucho mejor que cuando estaba abajo.
La experiencia le impone a Freud una reorganización de la estructura del sujeto humano, descentrándola con respecto al yo y enviando la conciencia a una posición sin duda esencial, pero problemática. Diría que el carácter inasequible, irreductible de la conciencia en relación con el funcionamiento del viviente es algo tan importante de comprender en la obra de Freud como lo que nos aportó acerca del inconsciente.
Las complicaciones que crea el sistema de la conciencia reaparecen en cada uno de los niveles de la teorización freudiana. Freud no consigue ofrecer un modelo coherente, y esto no se debe a la existencia del inconsciente. De la mayoría de las otras partes del aparato psíquico puede presentar una concepción coherente, equilibrada, pero cuando se trata de la conciencia siempre se topa con condiciones incompatibles.
Les daré un ejemplo. En uno de sus textos, llamado Complementos metapsicológicos a la teoría de los sueños, que se publicó en la compilación francesa titulada Métapsychologie, explica, poco más o menos, todo lo que sucede en la demencia precoz, la paranoia o los sueños, en términos de investidura y desinvestidura, nociones cuyo alcance en su teoría tendremos que considerar. Estamos convencidos de que siempre es posible componérselas para que una construcción teórica funcione; pero no es así. El aparato de la conciencia tiene propiedades absolutamente específicas, y la coherencia misma de su sistema, el carácter forzoso de su deducción, hacen que Freud tropiece. No se comprende, dice, que este aparato, contrariamente a los demás, pueda funcionar incluso cuando está desinvestido. Con el sistema consciente se entra en la paradoja.
¿Por qué este fracaso? No porque Freud no sepa arreglárselas; tenía todo el tiempo para él. Si no lo consiguió, hay una razón.
Vemos aparecer aquí, por vez primera, la paradoja del sistema de la conciencia: es preciso que, a la vez, esté ahí y no esté. Si se lo hace entrar en el sistema energético tal como se halla constituido a nivel de ψ no será más que una parte del mismo y no podrá cumplir su función de referencia a la realidad. Sin embargo, es imperioso que a él pase cierta energía. Pero no puede estar directamente enlazado al aporte masivo del mundo exterior, tal como se lo supone en el primer sistema llamado de la descarga, es decir, del reflejo estímulo-respuesta elemental. Muy por el contrario, es preciso que se halle completamente separado de éste, y que sólo reciba débiles investiduras de energía que le permitan entrar en funcionamiento, de suerte que la circulación se cumpla siempre de φ a ψ es sólo desde φ que llegará a ω la energía mínima merced a la cual éste, por su parte, puede entrar en vibración.
Por otro lado, a partir de lo que sucede a nivel de ω el sistema Ψ tiene necesidad de información, como dijo la vez pasada Valabrega, de una manera que encontré algo precipitada, pero que no era falsa en sí misma. Sólo puede tomar dicha información a nivel de la descarga del sistema perceptivo.
La prueba de realidad procede así a nivel del psiquismo. Tomemos el ejemplo de una descarga motriz específicamente perceptual. Por obra de la acomodación de la visión, de la fijacion sobre un objeto, en el ojo se producen movimientos. En relación a la alucinación del deseo, que se está formando en el psiquismo, esto es lo que teóricamente debería aportar una puesta a punto: ¿Me fío acaso de mis ojos? ¿Es efectivamente esto lo que miro? Pues bien, justamente la descarga motriz, la parte propiamente motriz en el funcionamiento de los órganos perceptivos, es totalmente inconsciente. Tenemos conciencia de ver e incluso nada nos parece más homólogo a la transparencia de la conciencia que el hecho de que uno ve lo que ve: ver presenta a sí mismo su propia transparencia. Pero, en cambio, no tenemos la menor conciencia, salvo de manera muy marginal, limítrofe, de lo que hacemos de eficaz, activo, motor, en esa localización, en la palpación a distancia que operan los ojos cuando se dedican a ver.
A propósito del sistema ω comienza a esbozarse, por tanto, una serie de paradojas. Quise poner esto de relieve porque es el inicio de algo que encontraremos en todos los niveles.
A continuación viene el esquema que hallarán en el capítulo VII de la Traumdeutung, Procesos oníricos.
Aquí, un aporte, algo que va a escalonarse entre el sistema perceptivo y el sistema motor, las diversas capas que constituyen el nivel del Inconsciente. Después, el preconsciente, la conciencia, cuya paradójica distribución pueden ya advertir: ahora está de los dos lados.
El primer esquema intentaba representar verdaderamente un aparato que después se procuraba hacer funcionar. Era un aparato que estaba en alguna parte, con los órganos de percepción, el cerebro y el subcerebro, funcionando como una especie de ganglio autónomo, pautando la pulsación entre las pulsiones internas del organismo y las manifestaciones de búsqueda en el exterior. Se trataba de la economía instintiva del ser vivo en pos de aquello que necesita.
Ahora ya no se trata del aparato. El esquema se vincula con algo mucho más inmaterial. Freud lo dice: a las cosas de las que va a hablar no hay que localizarlas en un lugar. En el texto nos dice que esto debe parecerse a algo. Recuerden lo que el año pasado, durante mis lecciónes sobre la transferencia, les indiqué a propósito de las imagenes ópticas: que no están en ninguna parte. Se las ve en determinado sitio cuando uno está en otro lugar para verlas. De esto se trata.
El esquema de Freud cambió de sentido. Freud traslada a la pizarra la dimensión temporal en cuanto tal, ello está igualmente indicado en el texto. Este esquema que, como ven, conserva la misma ordenación general, prueba entonces que Freud introduce ya en sus categorías dimensiones nuevas y, en particular, cierta dimensión lógica.
Aunque esto sea susceptible de encarnarse en un modelo mecánico, hemos pasado de un modelo mecánico a un modelo lógico.
Antes de referirme al tercer esquema, quisiera recordarles que les prometí hablar de cibernética. ¿Por qué estas máquinas nos sorprenden tanto? Quizá tenga esto algo que ver con las dificultades encontradas por Freud. Pues la cibernética también da lugar a un movimiento de sorpresa, cuando se ve al lenguaje humano funcionando casi por sí sólo y pareciendo ganarnos la partida.
Creemos resolverlo todo diciendo que el que lo puso ahí fue el buen hombre. Nos lo recuerda Lévi-Strauss, siempre lleno de sabiduría ante las cosas nuevas, y siempre dando la impresión de que va a reducirlas a cosas viejas. Por lo general aprecio lo que escribe Ruyer, pero no su libro sobre la cibernética.
En estas máquinas el lenguaje se encuentra por cierto ahí, vibrante. Y no es casual que lo reconozcamos en una cancioncita de la que les expresaré el placer que nos procura. Lo descubrí el otro día en la Sociedad de filosofía.
La señora Favez-Boutonier acababa de efectuar una excelente comunicación sobre psicoanálisis. Dijo lo que esperaba que fuera comprendido por la asamblea filosófica allí reunida. Estuvo, sin duda, demasiado modesta en sus pretensiones, que, sin embargo, se hallaban muy por encima de lo que muchas personas habían logrado entender hasta ese momento. En eso se levanta el señor Minkowski, y dice cosas que le oigo decir desde hace treinta años, cualquiera que sea el discurso al que tenga que responder acerca del psicoanálisis. Había un mundo entre lo que la señora Favez-Boutonier acababa de aportar y lo que él había podido escuchar treinta años atrás sobre el mismo tema de labios de Dalbiez. Sin embargo, Minkowski respondía exactamente lo mismo. No lo estoy cuestionando personalmente: esto ocurre de ordinario en una sociedad científica. ¿Por qué surgió la paradójica expresión máquina de pensar? Yo, que sostengo que los hombres sólo piensan muy rara vez, no voy a hablar de máquinas de pensar; pero, sin embargo, lo que sucede en una máquina de pensar es en promedio de un nivel infinitamente superior a lo que sucede en una sociedad científica. Cuando se le dan otros elementos, ella, la máquina de pensar, contesta otra cosa.
Desde el punto de vista del lenguaje, estas maquinitas nos ronronean algo nuevo, tal vez una resonancia, digamos que una aproximación. No podemos resolver la cuestión diciendo simplemente que el constructor lo metió ahí. El lenguaje vino de afuera, se entiende, pero no basta decir que fue el buen hombre quien lo puso. Nadie como el psicoanalista puede aportar algo al respecto, palpa a cada instante que el asunto no se resuelve creyendo que quien lo hizo todo fue el geniecito.
Esta es la gran pregunta actual de las ciencias humanas: ¿qué es el lenguaje? Nos preguntamos de dónde viene, qué pasó en las eras geológicas, cómo fue que empezaron a dar vagidos, si empezaron por lanzar gritos al hacer el amor, como creen algunos; cuando ante todo se trata de observar como funciona en la actualidad. Todo siempre está ahí.
Nuestra relación con el lenguaje, hay que abordarla en el nivel para nosotros más concreto, más cotidiano, el de nuestra experiencia analítica.
De esto se trata en el esquema que elabora el sistema introduciendo en él lo imaginario como tal. El pequeño esquema óptico que les mostré el año pasado reaparecerá en la tercera etapa, a nivel de la teoría del narcisismo. Dicho esquema coloca el sistema percepción-conciencia allí donde debe estar, o sea, en el centro de la recepción del yo en el otro, porque toda la referencia imaginaria del ser humano está centrada en la imagen del semejante.
Finalmente, el último esquema nos permitirá dar un sentido a Más allá del principio del placer, y comprender a qué necesidad responde esta obra. Freud la escribió en el momento en que la técnica analítica daba un viraje, y cuando podía creerse que resistencia y significación inconsciente se corresponden como el derecho y el revés, que lo que funciona según el principio del placer en el sistema llamado primario aparece como realidad en el otro, y a la inversa. Se trata, simplemente, del estudio clásico del yo, algo enriquecido con la noción de que en sus síntesis puede incluir muchas cosas. Freud sostiene que no es así, que en el buen hombre no está todo el sistema de significaciónes, que su estructura no es una síntesis de esas significaciónes, todo lo contrario.
Les doy este último esquema para situarlos respecto a lo que Freud quiere aportar con Más allá del principio del placer. Utilizaré algo relaciónado con nuestros recientes modos de transmisión en las máquinas: una válvula electrónica. Todo aquel que haya manipulado radios la conoce: una ampolla tríoda, cuando el cátodo se calienta, los pequeños electrones vienen a bombardear el ánodo. Si hay algo en el intervalo la corriente eléctrica pasa o no según que eso se positivice o se negativice. Puede realizarse a voluntad una modulación del paso de la corriente o, sencillamente, un sistema de todo o nada.
Pues bien, eso es la resistencia, la función imaginaria del yo como tal: a ella está sometido el paso o el no paso de lo que tiene que transmitirse como tal en la acción analítica. Este esquema expresa, ante todo, que si no hubiera interposición, resistencia del yo, efecto de frotación, de iluminación, de calentamiento-todo lo que ustedes quieran-, los efectos de la comunicación a nivel del inconsciente no serían captables. Pero les muestra, sobre todo, que no hay ninguna clase de relación de negativo a positivo entre el yo y el discurso del inconsciente, ese discurso concreto en el cual el yo se impregna y donde cumple su función de obstáculo, de interposición, de filtro. El inconsciente tiene su dinamismo, sus aflujos, sus vías propias.
Puede ser explorado según su ritmo, su modulación, su mensaie propio, con total independencia de aquello que lo interrumpe. En Más allá del principio del placer Freud quiso situar esta función imaginaria del yo.
Hoy no les he dado más que un lineamiento general de un desarrollo que tendremos que seguir paso a paso. Pido a Valabrega que aborde ahora la segunda de estas cuatro etapas.
El señor Valabrega expone los carácteres principales del sueño.
Sr. VALABREGA:-Freud nos dice también que la vivacidad de la alucinación, su intensidad, es proporcional a la cantidad de investidura de la idea en juego. Al contrario de la percepción, lo que condiciona la alucinación es la cantidad. En la percepción, que proviene del sistema φ, la atención hace a la percepción más diferenciada o menos diferenciada.
Proviene del sistema ω
VALABREGA:-No, del sistema φ
Hay que distinguir. Las aportaciones cuantitativas del mundo exterior vienen del sistema φ. El equilibrio del texto indica que todo lo que es percepción y no excitación transcurre, como tal, en el sistema ω.
Sr. VALABREGA:-Pero proviene de φ
Porque viene del mundo exterior. No viene de φ sino por intermedio de ψ.
Sr. VALABREGA: – Desde luego. Además, esto es sólo un paréntesis.
En 1897, Freud todavía no ha avanzado mucho en su propio análisis. Para uso de Anzieu, he encontrado algunas reflexiones sobre los límites del self-análisis. Carta 75: Sólo puedo analizarme a mí mismo apoyándome en conocimientos objetivos, como podría hacerlo con un extraño… El selfanálisis es, rigurosamente hablando, imposible. De lo contrario no habría enfermedad. Como todavía encuentro enigmas en mis casos, el análisis debe detenerse. Así define Freud los límites de su propio análisis: sólo comprenderá lo que haya encontrado en sus casos. Está descubriendo genialmente un camino nuevo-y es éste un testimonio extraordinariamente preciso por su precocidad-, afirma a la vez que su autoanálisis no es un proceso intuitivo, una localización adivinatoria en el interior de sí mismo y que no tiene nada que ver con la introspección.
Sr. Anzieu:-Freud sabía, antes de tener el sueño de Irma, que los sueños poseían un sentido. Los sueños relatados por sus pacientes tenían un sentido de realización de deseos, y Freud quiso aplicarlo a sí mismo. Este es su criterio de verificación.
Así es.
Sr. VALABREGA:-Lo que está en cuestión no es el sentido del sueño, sino la teoría de la identidad del sueño con el síntoma neurótico.
En la Traumdeutung, Freud insiste sobre el parentesco del sueño con el síntoma neurótico, pero también sobre su diferencia. El proceso del sueño es ejemplar para comprender el síntoma neurótico, pero Freud mantiene una diferencia económica fundamental entre síntoma y sueño. En común sólo poseen una gramática, pero esto es una metáfora, no lo tomen al pie de la letra. Síntoma y sueño son tan diferentes como un poema épico y un trabajo sobre la termodinámica. El sueño permite alcanzar la función simbólica en juego y, en este carácter, es capital para comprender el síntoma. Pero el síntoma siempre está insertado en un estado económico global del sujeto, mientras que el sueño es un estado localizado en el tiempo, en condiciones extremadamente particulares. El sueño no es más que una parte de la actividad del sujeto, mientras que el síntoma se despliega en varios terrenos. Sus procesos son más análogos que idénticos.
El señor Valabrega presenta el análisis del sueno de la inyección de Irma.
En ese momento, la palabra que para Freud polariza, organiza toda su existencia, es la conversación con Fliess. Ella se continúa entre líneas durante toda su existencia como la conversación fundamental. A fin de cuentas, en este diálogo se cumple el autoanálisis de Freud. Por él Freud es Freud, y seguimos hablando aún hoy de Freud. Todo lo demás: el discurso erudito, el discurso cotidiano, la fórmula de la trimetilamina, lo que se sabe, lo que no se sabe, todo el fárrago se sitúa a nivel del yo. Tanto puede ser un obstáculo como indicar el paso de algo que se está formando, es decir, ese vasto discurso a Fliess que toda la obra de Freud constituirá después.
La conversación de Freud con Fliess, la palabra fundamental, entonces inconsciente, es el elemento dinámico esencial. ¿Por qué es inconsciente en ese momento? Porque desborda infinitamente lo que ambos, como individuos, pueden entonces aprehender en ella conscientemente. Después de todo, no son más que dos incipientes científicos, como el resto, cambiando ideas más bien chifladas.
El descubrimiento del inconsciente, que en el momento de su surgimiento histórico se muestra en su plena dimensión, consiste en que el alcance del sentido desborda infinitamente los signos manipulados por el individuo. El hombre produce siempre muchos más signos de lo que cree. De esto se trata en el descubrimiento freudiano: de un nuevo sentimiento del hombre. El hombre, a partir de Freud, es eso.