¿Quién es el sujeto? Paradojas de los esquemas freudianos. Percepción y alucinación. Función del ego.
Retomamos hoy el hilo de nuestro comentario sobre la séptima parte de La interpretación de los sueños. Nuestro propósito es integrarlo en la línea general que desarrollamos: comprender qué significa el progreso del pensamiento de Freud, en lo tocante a lo que podemos llamar los fundamentos primeros del ser humano tal como se lo descubre en la relación analítica, y ello a fin de explicar el último estado del pensamiento de Freud, que se expresa en Más allá del principio del placer.
La vez pasada habíamos llegado al primer párrafo de la Psicología de los procesos oníricos, que se refiere al olvido de los sueños. Esto me incitó, como resultado de una discrepancia surgida con motivo de cierta corrección por mí ap ortada a los comentarios de Valabrega, a precisar en una pequeña fábula la diferencia existente entre censura y resistencia, censada y resistencia de censura. La resistencia es todo lo que se opone, en sentido general, al trabajo analítico. La censura, una calificación especial de esa resistencia.
La cuestión, para nosotros, es saber dónde se sitúa el sujeto de la relación analítica. Desconfiemos de la actitud ingenua: el sujeto… pues claro, ¡es él! Como si el naciente fuera algo unívoco, como si el propio analista se redujera a una cierta suma de carácterísticas individuales. ¿Quién es el sujeto? Esto es la pregunta que aquí manejamos en todas sus manifestaciones, en las antinomias que revela. La seguimos por todos los puntos en que ella se refleja, se refracta, estalla. Esperamos así hacer sentir el punto en que se sitúa exactamente, y que no puede ser atacado de frente, porque hacerlo implicaría vérselas con las raíces mismas del lenguaje.
En esta perspectiva, fíjense en una de esas cosas a las que no se les presta atención, una breve nota incluida en la armazón del edificio freudiano.
Otra complicación que la de saber por qué el preconsciente ha rechazado y sofocado el deseo que pertenece al inconscientc- mucho más importante, profunda y que el profano no toma en cuenta, es la siguiente: una realización del deseo debería ser, por cierto, causa de placer, pero ¿para quién ? (como ven, esta pregunta ¿para quién ? no es nuestra, no la inventó mi alumno Leclaire). Para aquel, naturalmente, que tiene ese deseo. Pues bien, sabemos que la actitud del soñante para con sus deseos es absolutamente peculiar. Los rechaza, los censura, en suma, de ellos no quiere saber nada. Su realización no puede, por consiguiente, procurarle placer, todo lo contrario. Y la experiencia muestra que lo contrario, aún no explicado, se manifiesta bajo forma de angustia. En su actitud frente a los deseos de sus sueños el soñante parece, así, estar compuesto por dos personas, reunidas empero por una íntima comunidad.
Aquí tienen un breve texto que entrego preliminarmente a vuestra meditación, porque expresa con claridad la idea de un descentramiento del sujeto. Es una formulación propedéutica, no es una solución. Decir que hay otra personalidad sería cosificar el problema; además, no se esperó a Freud para formularlo: un señor llamado Janet, trabajador no carente de mérito aunque eclipsado por el descubrimiento freudiano, creyó advertir, en efecto, que en ciertos casos se producía en el sujeto un fenómeno de doble personalidad, y con eso se quedó, porque era psicólogo. Para él se trataba de una curiosidad psicológica, o de un hecho de observación psicológica lo que es equivalente , historiolae, decía Spinoza, episodios menores.
Por su parte, Freud no nos presenta las cosas bajo la forma de un episodio menor; él plantea el problema en su punto esencial: ¿qué es el sentido? A esto y no a otra cosa se refiere cuando dice los pensamientos.
Hay que precisar: cuál es el sentido del comportamiento de nuestro prójimo, cuando estamos con él en esa relación tan especial que Freud inauguró en su abordaje de las neurosis. ¿Ha de buscarse la respuesta en los rasgos excepcionales, anormales, patológicos del comportamiento del otro? No es lo que hace Freud. El busca la respuesta haciendo la pregunta donde el sujeto mismo puede hacérsela: analiza sus propios sueños. Precisamente porque habla de sí mismo, pone en evidencia que otro y no él mismo habla en sus sueños. Esto mismo nos confía la nota. Otro, aparentemente, un segundo personaje está en relación con el ser del sujeto. Esta es la pregunta que se plantea, del principio al fin, en la obra de Freud.
Piensen en el pequeño Entwurf de los comienzos. Vimos que sin abandonar el lenguaje atomístico, a cada instante Freud se sale de él pues plantea el problema de las relaciones entre el sujeto y el objeto y lo hace en términos notablemente originales. ¿En qué reside la originalidad de este trazado del aparato psíquico humano? En que en realidad se trata del sujeto.
Lo que aquí distingue a Freud de todos los autores que escribieron sobre el tema, e incluso del gran Fechner a quien sin cesar se refiere, es la idea de que el objeto de la búsqueda humana nunca es un objeto de reencuentros en el sentido de la reminiscencia. El sujeto no vuelve a hallar los carriles preformados de su relación natural con el mundo exterior. El objeto humano se constituye siempre por la mediación de una primera pérdida. Nada fecundo le sucede al hombre sino por la mediación de una pérdida del objeto.
Pienso que no se les escapó un rasgo que hemos destacado a! pasar, pero que tal vez creyeron era sólo un detalle: el sujeto siempre tiene que reconstituir el objeto, busca reencontrar su totalidad a partir de quién sabe qué unidad perdida en el origen. Esta simbólica construcción teórica sugerida a Freud por los primeros descubrimientos sobre el sistema nervioso, en la medida en que son aplicables a su experiencia clínica deja ya presagiar lo que sin duda merece ser llamado alcance metafísico de su obra. Lo cual nos prueba que al retamar siempre la pregunta de Freud, ¿qué es el sujeto?, estamos bien encaminados.
Lo que el sujeto hace tiene un sentido: habla a través de su comportamiento, como a través de sus síntomas, como a través de todas las funciones marginales de su actividad psíquica. Como saben, la psicología de la época consideraba equivalentes los términos conciencia y psiquismo, y Freud muestra en todo momento que esto es precisamente lo problemático. Nos lo hace presente en ese pequeño esbozo del aparato psíquico con el que prácticamente hemos terminado. No hay que confundir, dice, al abordar la elaboración psicológica de los procesos del sueño, proceso primario con inconsciente. En el proceso primario, aparecen a nivel de la conciencia toda clase de cosas: se trata de saber por qué son ésas las que aparecen. De la idea, del pensamiento del sueño tenemos conciencia, por supuesto, ya que si no nada sabríamos de su existencia. Por necesidad de la teoría es menester que cierta cantidad de interés se haya dirigido a lo que es inconsciente. Y, sin embargo, lo que motiva y determina esa cantidad está en otra parte, de la que no somos conscientes. A ese objeto también tenemos que reconstruirlo.
Esto ya lo vimos aparecer con respecto al sueño de la inyección de Irma y al primer esquemita que Freud traza en el Entwurf. Freud nos muestra que, cuando se estudian la estructura y determinación de las asociaciones, lo que en el sueño aparece más cargado en cantidad es aquello hacia lo cual convergen más cosas por significar. Lo que emerge es el punto de reunión del máximo de interés psíquico; pero esto deja completamente en la sombra a los motivos mismos.
Las apariencias del sueño de Irma están doblemente determinadas: por una parte tenemos la palabra del diálogo mantenido con Fliess y, por otra, el fundamento sexual. El fundamento sexual es doble. Tiene que ver en esa palabra, puesto que la noción de que existe viene aquí a determinar el sueño: es el sueño de alguien que está indagando qué son los sueños. Pero además, Freud mismo se encuentra en una relación compleja no sólo con su enferma sino con toda la serie femenina, tan contrastadas, que se esboza tras ella. Lo que está en el inconsciente, sólo puede ser reconstruido: éste es el sentido a partir del que Freud nos guía. Es lo que vamos a abordar hoy, con la segunda parte del capítulo VII sobre la regresión.
Para la producción de toda formación sintomática es necesaria la coalescencia al menos de dos series de motivaciones. Una es sexual, la otra, según el nombre que aquí le damos, simbólica: el factor de la palabra, tal como es asumido por el sujeto. Pero se plantea otra vez la misma pregunta: ¿por quién, que sujeto?
VALABREGA: Freud introduce por vez primera su concepción del aparato psíquico a propósito del estudio de la regresión. Por lo tanto, habrá que volver a la Traumdentung para encontrar la primera explicación de la regresión, que ulteriormente cobrará una importancia considerable en la teoría. Freud comienza recordando los tres carácteres más importantes que el estudio del sueño le ha proporcionado. En primer lugar, el sueño pone al pensamiento en presente en el cumplimiento del deseo.
Es una actualización, y el deseo, o el pensamiento del deseo, es casi siempre objetivado, puesto en escena, vivido. En segundo lugar, carácter casi independiente del precedente y no menos importante, la transformación del pensamiento del sueño en imagenes visuales y discurso: Bildet rede.
Rede quiere decir discurso. El inconsciente es el discurso del otro, no lo inventé yo. Bildet quiere decir imaginario.
Sr. VALABREGA:-Tercera noción, debida a Fechner: el lugar psíquico del sueño es diferente del lugar de la representación de la vida despierta. Sigue a esto la construcción del aparato psíquico, aparato constituido por diversos sistemas, entre los cuales no está uno forzado, dice Freud, a imaginar un orden espacial, sino un orden de sucesión temporal. Por consiguiente, no debe creerse en una especialidad del esquema: se trata de una tópica temporal. Aquí tenemos el primer esquema del aparato; éste está provisto de una dirección: el proceso psíquico siempre va de la extremidad P, perceptiva, a M, motriz. Acto seguido se introduce una primera diferenciación: las excitaciones perceptivas que llegan al sujeto deben dejar en él una huella, un recuerdo; ahora bien, el sistema P, percepción, no tiene memoria alguna, y por lo tanto se hace preciso diferenciar del sistema P un sistema S. Cuando ha habido simultaneidad de percepciones, habrá conexión simultánea de las huellas: es el fenómeno de la asociación. Pero existen otras conexiones además de la asociativa; será pues necesario admitir varios sistemas S: S¹, S², S³, etc. Sería inútil, dice Freud, tratar de fijar su número, y hasta querer intentarlo. Vean el siguiente esquema:
El texto es, en verdad, muy agudo: El primero de los sistemas S fijará la asociación por simultaneidad; en los sistemas más alejados, esa misma materia de excitación se ordenará según modos diferentes de encuentro, de manera, por ejemplo, que los sistemas sucesivos representen relaciones de semejanza, u otras. Entramos en la dialéctica de lo mismo y lo otro, del uno y lo múltiple; pueden insertar aquí a todo Parménides. Y Freud añade: Es evidente que sería ocioso querer indicar con palabras la significación psíquica de un sistema semejante. Freud se da cuenta de lo inútil que sería el intento de recrear todas las categorías del lenguaje esquematizando las diferentes maneras en que se organizan los elementos, atomísticamente concebidos, de la realidad. El esquema espacial de las conexiones conceptuales no sería más que un doble de las exigencias del juego del pensamiento, en el sentido más general. Vemos que Freud desiste y que su esquema ya no ofrecerá utilidad, salvo la de indicarnos que allí donde hay relación de lenguaje tiene que haber como sustrato un aparato neuronal determinado. Freud se percata de que le basta con indicar la necesidad de una serie de sistemas, sin intentar precisarlos unos tras otros. La tranquilidad con que abandona la tarea, a la que vemos consagrarse a más ingenuos, es por sí sola una enseñanza.
Tomemos la frase siguiente: Su carácterística sería la estrechez de sus relaciones con la materia prima del recuerdo; es decir, si queremos alegar una teoría más profunda, las degradaciones de la resistencia en el sentido de esos elementos. Degradaciones de la resistencia no es la traducción exacta. Aquí algo nos detiene. ¿Qué significa en este nivel la noción de resistencia? ¿Dónde irá a situarse en el esquema?
VALABREGA: Como puede verse en el pasaje que el señor Latan acaba de comentar, hay una crítica del asociacionismo. Para Freud, la asociación es una conexión entre otras, y esto explica que haya varios sistemas.
Exactamente. Si tiene que suponer todos esos estratos, es porque pasa implícitamente del asociacionismo a lo que le es irreductible, siendo la semejanza la primera categoría dialéctica.
Sr. VALABREGA:-Los recuerdos S1 S2, etc., son por naturaleza inconscientes, pueden tornarse conscientes. Pero también hay que apuntar que no tienen ninguna cualidad sensible comparable a las percepciones: siguen siendo distintos. Hasta aquí no hemos tenido en cuenta, en el esquema, al sueño y su psicología. La formación del sueño sólo puede explicarse por dos instancias fundamentales: la instancia criticante y la instancia criticada. La instancia criticante prohibe el acceso a la conciencia, y por ello se encuentra en la más estrecha relación con ésta. Al colocar en su esquema las dos instancias, criticante y criticada, Freud llega al esquema siguiente. El preconsciente debe ser considerado como el último de los sistemas, situado en la extremidad motriz. Tal vez me equivoque, pero me parece que comprenderíamos mejor el esquema si, en lugar de hacerlo en forma de paralelepípedo, lo hiciéramos de forma circular; de esa manera conseguiríamos que M se reuniera con P: los fenómenos preconscientes que se tornan conscientes.
Usted está poniendo de relieve el problema que me imagino se plantea desde hace largo tiempo cualquier lector de buena fe. Freud reconoce aquí que el sistema de la percepción-conciencia, Wabrnemung-Bewusstsein-que en la última tópica y en ciertos momentos de la exposición de Freud reaparece como núcleo del yo supone una unidad. Digo al pasar que no nos contentaremos con esta última fase del pensamiento de Freud, comúnmente aceptada.
La observación de Valabrega vale por sí sola, independiente teniente de la tentativa de solución que él propone. Freud nos representa como una unidad tópica algo que está descompuesto en dos extremos. Por ahora dejemos abierta la cuestión. Para explicar el funcionamiento de su esquema, Freud nos recuerda que los procesos de elaboración que van del inconsciente hacia el preconsciente deben desembocar normalmente en la conciencia: la propia denominación de dichos sistemas implica tal orientación hacia la conciencia. Lo que está en el inconsciente se halla separado de la conciencia, pero puede llegar a ella por el estadio previo del preconsciente. Pero, el esquema impone a Freud la obligación de situar el sistema de la conciencia exactamente antes de la posibilidad del acto, antes de la salida motriz, y por lo tanto en M. Pero todas las premisas que determinaron la fabricación de su esquema neurológico lo forzaban a admitir que la percepción se produce mucho antes de toda especie de inconsciente, a nivel de la toma de contacto con el mundo exterior, con el Umwelt, es decir, en el otro extremo del esquema. Por consiguiente, la manera en que éste está construido tiene la singularidad de representar como disociados, en los dos puntos terminales de la circulación orientada de la elaboración psíquica, el revés y el derecho de una misma función, a saber, la percepción y la conciencia. De ningún modo podemos atribuir esta dificultad a una ilusión nuestra de especialización; ella es interna a la propia construcción del esquema.
El sistema perceptivo es una especie de capa sensible, en el sentido de fotosensible. En otro texto, Freud presenta un aparatito muy conocido consistente en una pizarra con propiedades especiales de adhesividad, sobre la que se apoya un papel transparente. El lápiz es una simple punta que, cada vez que traza algunos signos sobre este papel transparente, determina una adherencia momentánea y local del papel a la pizarra que está debajo. Por consiguiente, el trazo aparece sobre la superficie, oscuro sobre claro o claro sobré oscuro, y queda inscrito sobre la misma todo el tiempo que no separemos la hoja del fondo, lo cual provocará la desaparición del trazo; cada vez que la adherencia es suprimida, el papel aparece en blanco. Algo de este orden exige Freud de su primera capa perceptiva. Hay que suponer que la neurona perceptiva, siendo una materia sensible, siempre puede interceptar alguna percepción. Pero aquí siempre queda sobre la pizarra alguna huella de lo que en determinado momento fue escrito, aunque ya no sea visible. La pizarra conserva lo que una vez se percibió, mientras que lo que está en la superficie deviene virgen.
Tal es el esquema lógico, y nada nos indica que no se base en el funcionamiento concreto del aparato psíquico, lo cual torna necesario que el sistema perceptivo esté dado desde el principio.
Llegamos así a la singular disociación local entre percepción y memoria. Desde el punto de vista del aparato nervioso, hay que distinguir el nivel de la acumulación mnémica del nivel de la adquisición perceptiva, lo cual, para el punto de vista de una máquina imaginaria, es perfectamente correcto. Pero entonces nos hallamos ante la segunda dificultad que Valabrega y yo queremos destacar.
Todo indica en la experiencia que el sistema de la conciencia debe hallarse en el punto opuesto más extremo de esa sucesión de capas que nos es necesario admitir para pensar el funcionamiento efectivo del aparato psíquico. Una vez más sospechamos que hay aquí algo que no funciona, la misma dificultad que en el primer esquema se expresaba por el hecho de que el sistema A, complemento del circuito estímulorespuesta, y el sistema A, se hallaban en dos planos diferentes. En cuanto al sistema Psi, que funciona según otros principios energéticos, representaba el sistema de la percepción y aseguraba la función de la toma de conciencia. Con él el sujeto tenía informaciones cualitativas, que no podía suministrarle el sistema A, regulador de las cargas en el aparato nervioso. El primer esquema nos representaba, por lo tanto, la percepción y la conciencia en una sola extremidad del aparato, unidas entre sí como ocurre experimentalmente. El segundo esquema multiplica las dificultades del primero al efectuar una disociación entre el lugar del sistema perceptivo y el lugar del sistema de la conciencia.
Sr. VALABREGA:-Tendna que ser posible establecer una conexión cualquiera, no sé cómo.
Usted propuso una solución.
Sr. VALABREGA:-NO, no es una solución. En una nota muy breve donde asimila P y C. Freud habla del desenvolvimiento lineal del esquema. Si hubiera querido hacer un esquema circular, lo habría hecho. Es preciso aguardar la llegada de otra tópica para que el punto se aclare. En fin, dejemos este problema y vayamos al inconsciente, sistema situado más atrás, y que no puede llegar a la conciencia sino pasando por el preconsciente. La conciencia es un sistema que sucede al preconsciente. Reaparece aquí la paradoja de que el sistema consciente está abierto, al mismo tiempo, del lado de la percepción, por donde llega la excitación, y en la extremidad motriz, cuyo sistema más cercano es el sistema preconsciente. En el caso del sueño, la excitación interna tiende a pasar por la parada del preconsciente para tornarse consciente, pero no lo consigue porque la censura le veda este camino durante la vigilia. ¿Cómo explicar la alucinación, el sueño alucinatorio? Según Freud, el único medio es admitir que la excitación, en lugar de transmitirse normalmente hacia la extremidad motriz, sigue un camino retrógrado. Aquí está la regresión.
Veo que hoy la atención del auditorio respecto de cosas no obstante sencillas es un poquito ondulante. Nos hallamos ante la singular contradicción no sé si llamarla dialéctica de que mientras menos entienden mejor escuchan. Porque suelo decirles cosas muy difíciles, los veo pendientes de mis labios y después me entero de que algunos se han quedado sin comprender. Por otro lado, cuando uno les dice cosas muy simples, casi demasiado conocidas, están ustedes menos pendientes. Es una acotación que hago al pasar, y que ofrece el interés de cualquier observación concreta. Dejo esto a vuestra reflexión.
Debo retomar, pues, las cosas.
La primera vez que interviene, la noción de regresión está estrictamente enlazada a una particularidad del esquema cuyo carácter paradójico les mostré hace muy poco.
Si consiguiéramos suscitarun esquema más coherente que el que tienen a la vista, donde el sistema percepción-conciencia no se hallara en esa paradójica posición respecto del aparato y del funcionamiento en sentido único, no tendríamos necesidad alguna de la noción de regresión. Sólo porque su esquema está hecho así debe Freud admitir, para explicar la cualidad alucinatoria de la experiencia del sueño, no tanto una regresión como un sentido regrediente de la circulación cuantitativa que se expresa por el proceso excitación-descarga. Este sentido recibe el nombre de regrediente por oposición al sentido progrediente del funcionamiento normal, despierto, del aparato psíquico.
Esto es algo que verdaderamente podemos sospechar que ha caducado, por cuanto depende tan sólo de la construcción de un esquema que en sí mismo ya se presenta como paradójico. Recuérdenlo porque nos permitirá quizás aclarar un poco la manera en que el término regresión va a ser empleado después, con una multiplicidad de sentidos no desprovista de cierta ambigüedad.
Primeramente aparece como regresión tópica: en ciertos casos, lo que se opera en el aparato nervioso debe seguir el sentido contrario, es decir, no dirigirse a la descarga sino a la movilización del sistema de recuerdos que constituye el sistema inconsciente. Lo que ha de explicarse son los aspectos del sueño que, además, sólo de manera metafórica podemos llamar sensoriales-, su figuración, especialmente visual, su carácter alucinatorio.
La primera introducción del término regresión en el sistema freudiano está esencialmente ligada, por lo tanto, a una de las particularidades más inexplicables de su primer esquema. Veremos si nos es posible explicar mejor las cosas, de forma que en este nivel la regresión se vuelva totalmente innecesaria.
Sr. HYPPOLITE: ¿No podría emitirse la hipótesis de que la idea de regresión es en Freud primera con respecto al esquema, que hay una segunda intención de la regresión?
El interés de nuestra manera de proceder está en recordarnos que el esquema que ahora estudiamos se halla en continuidad con otro igualmente construido a partir de la experiencia particular de Freud, la de las neurosis, que anima desde el comienzo su esfuerzo teórico-, donde no hay huella de la noción de regresión. En ese esquema, ninguna necesidad de regresión para explicar el sueño, su carácter alucinatorio, el deseo que lo sostiene.
Si el esquema de la Traumdeutung tiene esta forma es porque el del Entwurf tenía la que representé varias veces en la pizarra. Y es a causa de esta forma del esquema que Freud habla de una vuelta hacia atrás en el plano tópico, de un remontarse de la corriente nerviosa.
Hay cosas que siguen un sentido regrediente con respecto al esquema. Para poder explicarlo, y a causa de la forma en que el mismo está construido, Freud se ve obligado a emprender construcciónes suplementarias. Por ejemplo, tiene que admitir que lo que se produce en el sueño es una suspensión de la corriente progrediente, porque si la corriente progrediente pasara siempre a la misma velocidad, no podría producirse un movimiento inverso. La noción de regresión plantea dificultades suficientes como para hacernos ver que si Freud está forzado a admitirla es porque tiene que explicar cómo pueden producirse cosas que siguen efectivamente un sentido regrediente con respecto al esquema.
Freud no parte en absoluto de la regresión. Está obligado a introducirla porque concibe la función de la percepción en la economía psíquica como algo primario, no compuesto, elemental. Para él, el organismo es impresionable antes que nada, la impresión es elemental, y sólo por eso entra en juego en lo que ocurre a nivel sintomático.
Aquí está todo el problema: ¿lo que sucede a nivel de los fenómenos de conciencia, puede ser de algún modo asimilado, pura y simplemente, a los fenómenos elementales de la percepción? En favor de Freud podemos decir que, en este nivel ingenuo no olvidemos que el esquema se construyó hace cincuenta años-, él no elude la dificultad de la existencia, como tal, de la conciencia.
Las construcciónes de Freud han perdido mucho de su interés para nosotros con la perspectiva del tiempo, es decir, con la difusión del pensamiento conductista. Aprovecho para hacerles notar que, con respecto a lo que trata de hacer Freud, el pensamiento conductista es puro y simple escamoteo. Es cierto, dicen ellos, la conciencia plantea problemas: resolvamos la cuestión describiendo fenómenos sin tener jamás en cuenta que ella existe como tal; cuando está operando de un modo patente, es sólo una etapa, no hablemos de ella. En cuanto a Freud, ni se le ocurre eliminar la dificultad consistente en incorporar la conciencia como instancia especial dentro del conjunto del proceso , al fin y al cabo, consigue servirse de ella sin entificarla, sin cosificarla.
Volvamos al primer esquema. Freud parte de un sistema nervioso constituido por neuronas interconectadas, de un aparato que es, en el neuroeje, el conjunto de las fibras de asociación. ¿Cómo se establece la circulación que representa la suma de sus experiencias? ¿Cómo se efectúa el paso a través de la barrera sináptica? ¿Cómo cambia la facilitación? En este momento, a Freud sólo le interesa la cantidad neuronal que circula por las fibras. La facilitación depende del nivel energético del sistema. Hay una regulación homeostática, con variaciones que se explican por el hecho de que son posibles varios umbrales, varias reglas de homeostasis, según que el sistema se encuentre en estado de vigilia, reposo, etc. Pues bien, ¿qué se produce en este sistema? Se produce algo que Freud llama alucinación.
El sistema nervioso recibe excitaciones que vienen del organismo, de la presión de las necesidades. Se producen entonces ciertas experiencias y, según la concepción ordinaria del aprendizaje, las primeras determinan a las demás. Cada vez que la misma pulsión vuelve a producirse, los circuitos asociados a las primeras experiencias que quedaron registradas se despiertan. Las señales interiores, las neuronas, que se encendieron con la primera puesta en movimiento del organismo bajo la presión de la necesidad, se encienden de nuevo. Para esta concepción estrictamente alucinatoria de la puesta en juego de las necesidades, de donde sale la idea de proceso primario, es normal que el organismo psíquico, al haber quedado satisfecho de una cierta manera en las primeras experiencias confusas ligadas a su primera necesidad, alucine su segunda satisfacción.
Observen que esto implica una identificación entre el fenómeno físico que tiene lugar en una neurona, y lo que constituye su revés epifenoménico, a saber, lo que el sujeto percibe; es del orden del paralelismo psicofísica. Hay que llamar a las cosas por su nombre: si Freud llama a esto alucinación, es porque pone a la percepción auténtica en otra parte. La alucinación es, simplemente, según la definición reinante entonces en la ciencia, una percepción falsa, así como en la misma época se pudo definir la percepción como una alucinación verdadera.
El retorno de una necesidad trae aparejada la alucinación de su satisfacción: toda la construcción del primer esquema se basa en esto. Pero, ¿cómo es posible que el ser vivo logre sin embargo no caer en trampas biológicamente graves? Necesariamente tenemos que suponer un mecanismo de ajuste, de adaptación a lo real, que permita al organismo referir la alucinación, que surge espontáneamente del funcionamiento primario del sistema Ψ a lo que sucede en el nivel de los aparatos perceptuales. Por lo tanto, con arreglo a las experiencias debe constituirse algo que disminuya la carga cuantitativa hasta el punto sensible de la incidencia de la necesidad. Freud sitúa ese algo en el aparato Ψ, y lo llama ego.
¿Cómo se efectúa el ajuste? Freud lo explica por el proceso de derivación. Lo cuantitativo siempre es susceptible de ser difundido. Hay una vía trazada en un principio, la vía facilitada por la experiencia primera, y que corresponde a una cantidad neuronal dada. El ego interviene para que esa cantidad pase por varias vías a la vez en lugar de pasar por una sola. A causa de esto, el nivel de lo que pasó por la vía facilitada habrá bajado lo bastante como para salir exitoso del examen comparativo con lo que sucede paralelamente en el nivel perceptual.
Ven ustedes las hipótesis que todo esto supone: hacen falta muchas, y una buena parte de ellas no es susceptible de confirmación, lo que da a estas construcciónes un carácter algo decepcionante. Pero no estamos aquí para juzgar su calidad como tales: ellas valen por los desarrollos que indujeron en Freud.
En este esquema, el ego es el aparato regulador de todas las experiencias de comparacion comparación entre las alucinaciones del sistema Ψ aquello adaptado a la realidad que se cumple en el nivel del sistema ω. El ego reduce el encendido de las neuronas ya facilitadas a un nivel energético sumamente bajo, para que las distinciones puedan efectuarse por intermedio del sistema ω, donde las cargas son muy débiles. Les hago notar que el ego no está en el nivel del aparato perceptual, sino en el propio sistema Ψ en el corazón del aparato psíquico. Los procesos primario y secundario se producen en los mismos lugares. De hecho, el ego y el aparato Ψ son la misma cosa: el ego es el nucleus-así se expresa Freud-, el núcleo de ese aparato.
Esto está en contra de la hipótesis que emitió Hyppolite hace un momento. No es una idea preformada la que impone a Freud una bipartición del sistema del ego en percepción y conciencia, situadas en su esquema de la Traumdentung de un modo tan paradójico; en el primer esquema era más cómodo, ¿por qué entonces parece necesario que sea así en el segundo? Porque el segundo esquema no recubre en absoluto al primero. Es un esquema temporal, que intenta figurar el orden en el cual se producen las cosas. Y es notable que Freud encuentre esta dificultad en el momento en que introduce la dimensión temporal.
Dejo abierta la cuestión. , Valabrega, lo que tenga que decir.
Sr. VALABREGA:-La regresión sigue siendo para Freud un fenómeno inexplicable desde el punto de vista tópico. Con esto podríamos concluir.
Como le parezca. Si hoy no hubiéramos hecho otra cosa que mostrar que, en su texto, la regresión pone a Freud en aprietos cual un pez con una manzana, no habríamos perdido nuestro tiempo. No existía la menor necesidad de hacerla intervenir para explicar el carácter fundamentalmente alucinatorio del proceso primario, puesto que Freud ya distinguió, a nivel del primer esquema, entre los procesos primario y secundario. Freud introduce la regresión a partir del momento en que pone el acento en factores temporales. Pór eso está forzado a admitirla también en el plano tópico, vale decir, espacial, donde ella hace su tambaleante aparición. Sigue siendo paradójica, y hasta cierto punto antinómica e inexplicable, y esto es lo que teníamos que poner aquí de relieve.
A continuación veremos cómo debemos manejar la noción de regresión cuando Freud la utiliza en el registro genético a propósito del desarrollo del organismo.