Sentido y escansión. Lazo y segmentación. «Sí, vengo a su templo…» El temor de Dios.El Padre, punto de almohadillado.
¿Escucha el sujeto con su oído algo que existe o que no existe? Es evidente que no existe y que, en consecuencia, es del orden de la alucinación, vale decir de la falsa percepción. ¿Debe esto bastarnos?
Esta concepción masiva de la realidad culmina en la harto misteriosa explicación propuesta por los analistas, según la cual un supuesto rechazo de percibir provoca un agujero, surgiendo entonces en la realidad una pulsión rechazada por el sujeto. ¿Pero, por que aparecería en ese agujero algo tan complejo y arquitecturado como la palabra? Esto no es explicado.
Ciertamente, esta explicación constituye ya un progreso en relación a la concepción clásica, pero podemos avanzar mas. Para decirlo todo, podemos esperar que el fenómeno de la psicosis permita restaurar la exacta relación, cada vez más desconocida en el trabajo analítico, del significante y el significado.
1)
Les recuerdo que al final del período en que se disuelve para él el mundo exterior, y arraigándose en ese período, aparece en Schreber una estructuración de las relaciones del significante y del significado que se presenta así: siempre hay dos planos.
Sin duda, siempre están indefinidamente subdivididos en su interior mismo. Pero el esfuerzo de Schreber por situar siempre un plano anterior y un plano más allá, le es impuesto evidentemente por su experiencia, -y ella nos guía hacia algo verdaderamente fundamental en la estructura psicótica. Se los hice palpar de manera inmediata en mi presentación.
En uno de los dos planos se producen sobre todo fenómenos considerados por el sujeto como neutralizados, que significan cada vez menos un verdadero otro, palabras, dice, aprendidas de memoria, machacadas por quienes se las repiten, pajeros del cielo que no saben lo que dicen. Este término de pájaro conduce a la cotorra; se trata de la transmisión de algo vacío que deja al sujeto hastiado y agotado. Estos fenómenos se sitúan en su nacimiento en el limite de la significación, pero rápidamente se vuelven todo lo contrario: residuos, desechos, cuerpos vacíos.
Ya evoqué esas frases interrumpidas, que sugieren una continuación. Nos enseñan mucho acerca de la unidad que prevalece a nivel del significante, y, en particular, que éste no es aislable.
Estas frases detenidas están suspendidas en general en el momento en que la palabra plena que les daría su sentido aún falta, pero está implícita. Ya mostré más de un ejemplo. El sujeto, por ejemplo, escucha: Habla aún… y la frase se detiene. Esto quiere decir: ¿Habla aún… lenguas extranjeras?
La susodicha concepción de las almas, es este diálogo, mucho más pleno que los estribillos que las almas intercambian con él sobre el propio sujeto, enseñándole toda una psicología de los pensamientos. Lo que primero se manifiesta, al inicio del delirio, como un modo de expresión inefable y sabroso, se aleja, se vuelve enigmático, pasa a los reinos posteriores de Dios, a cuyo nivel se multiplican las voces inoportunas y absurdas. Detrás todavía de esas voces, hay ahí otras voces que se expresan con fórmulas cautivantes.
Recordaré una que no es de las menos impactantes: Ahora nos falta… el pensamiento principal. También le hablan de la Gesinnung, que puede querer decir convicción o fe. La Gesinnung, explican, es algo que debemos a todo hombre de bien, incluso al más negro pecador, con la reserva de exigencias de purificación inherentes al orden del universo; se lo debemos en intercambio a título de lo que debe pautar nuestras relaciones con los seres humanos. Se trata efectivamente de la fe, de la buena fe mínima implícita en el reconocimiento del otro.
En tal momento de sus alucinaciones llega mucho más lejos aún. Tenemos la muy singular expresión […]. Es una palabra rara, extremadamente difícil de traducir. Luego de consultar con personas que saben de ello, llegué a la idea de que se trata nada menos que de lo que llamo la palabra de base, la clave, la clavija última, más que la solución. Su connotación es técnica, sería como los cazadores llaman en el arte de cazar, a los excrementos que usan como rastro en la caza mayor.
El relieve esencial me parece es el retroceso o migración del sentido, su escamoteo en un plano que el sujeto se ve llevado a situar como un trasfondo. Dos estilos, dos claves se oponen. Por un lado, la escansión, que juega con las propiedades del significante, con la interrogación implícita que ella supone, y que llega hasta la constricción. Por otro, el que por naturaleza se sustrae, se perfila como algo que se sustrae, pero que se plantea al mismo tiempo como un sentido extremadamente pleno cuya fuga aspira al sujeto hacia lo que sería el núcleo del fenómeno delirante, su ombligo. Saben que ese último término de ombligo es empleado por Freud para designar el punto en que el sentido del sueño parece culminar en un agujero, un nudo, más allá del cual el sueño parece relaciónarse verdaderamente con el corazón del ser.
Esta descripción no es más que fenomenológica. Intenten sacar el máximo de ella para aquello de que aquí se trata, a saber, encontrar una explicación, un mecanismo. Nos entregamos a un trabajo de análisis científico sobre fenómenos cuyos modos de manifestación nos son, a nosotros médicos, practicantes, familiares; la condición de familiaridad es esencial para que no perdamos el sentido de la experiencia analítica. La relación fenoménica de la que hablo se sostiene enteramente en la distinción, una y mil veces subrayada por del del significante y del significado..
Sin ninguna duda deben terminar diciéndose: ¿A fin de cuentas, acaso no sabemos que, en las significaciónes que orientan la experiencia analítica, ese significante está dado por el cuerpo propios ¿Es inversamente, cuando habla de ese significante del que tal elemento se encuentra ausente, no coloca, por una de esas vueltas de prestidigitación cuyo secreto tiene, la significación en la cumbre del significante? Es siempre un juego de prestidigitación de un registro al otro según las necesidades de la demostración.
Pues bien, acepto fácilmente que hay, en efecto, algo de este orden, y eso es precisamente lo que quisiera explicarles hoy.
El problema es hacerles ver de modo viviente eso de lo que deben de todos modos tener una intuición global, y que mostré el año pasado, a propósito de determinado fenómeno de la neurosis, mediante un juego de letras que algunos retuvieron, y este año a propósito de la psicosis: las significaciónes elementales que llamamos deseo, o sentimiento, o afectividad, esas fluctuaciones, esas sombras, incluso esas resonancias, tienen cierta dinámica que sólo se explica en el plano del significante en tanto este es estructurante.
El significante no sólo da la envoltura, el recipiente de la significación, la polariza, la estructura, la instala en la existencia. Sin un conocimiento exacto del orden propio del significante y de sus propiedades, es imposible comprender cualquier cosa, no digo de la psicología—en cierta manera basta limitarla—sino ciertamente de la experiencia psicoanalítica.
Es lo que hoy quisiera mostrarles.
Saben que la oposición del significante y el significado está en la base de la teoría lingüística de Ferdinand de Saussure. Fue expresada en el famoso esquema de las dos curvas. Esquema de Saussure. Fue expresada en el famoso esquema de las dos curvas.
En el nivel superior, Saussure sitúa la sucesión de lo que llama pensamientos —sin la menor convicción, ya que su teoría consiste precisamente en reducir este termino para llevarlo al de significado, en tanto que éste se diferencia del significante y de la cosa—e insiste sobre todo en su aspecto de masa amorfa. Por nuestra parte, lo llamaremos provisoriamente la masa sentimental de la corriente del discurso, masa confusa donde aparecen unidades, islotes, una imagen, un objeto, un sentimiento, un grito, un llamado. Es un continuo, mientras que por debajo, el significante está ahí como la pura cadena del discurso, sucesión de palabras, donde nada es aislable.
¿Como mostrárselos mediante una experiencia?
Debo decir que me pase una semana buscando, del lado del pronombre personal, con qué ilustrar en la lengua francesa la diferencia del yo (je) y del yo (moi), a fin de explicar cómo el sujeto puede perder su dominio, si no el contacto, en la psicosis. Tratándose de la persona del sujeto y su funcionamiento, uno empero no puede detenerse en esta encarnación pronominal: se trata de la estructura en cuanto tal del término, al menos en nuestras lenguas. Digo esto tan sólo para asegurar los pasos que hoy quiero hacerles dar.
Anoche entonces tenía una montaña de documentos. Pero los modos de abordaje del lingüista son tan diversos, tan contradictorios, necesitarían tantos planos diferentes para mostrar lo que esto quiere decir, que me encontré reproduciendo en un papel este doble flujo del discurso.
Esto es algo de lo que tenemos el sentimiento. La relación del significante y del significado siempre parece fluida, siempre lista a deshacerse. El analista sabe, más que cualquier otro, lo que esta dimensión tiene de inasible, y hasta qué punto el mismo puede dudar antes de lanzarse en ella. Aquí hay que dar un paso adelante, para dar a lo que esta en juego un sentido verdaderamente utilizable en nuestra experiencia.
Saussure intenta definir una correspondencia entre ambos flujos, correspondencia que los segmentaría. Pero el sólo hecho de que su solución permanezca abierta, ya que la locución sigue siendo problemática, y la frase entera, muestra claramente a la vez el sentido del método y sus límites
Pues bien, me digo lo siguiente: ¿De qué partir? Y me pongo a buscar una frase, un poquito al estilo de ese seudo Shakespeare en un bache de la inspiración, quien se paseaba de un lado al otro repitiendo: To be or not… to be or not…, suspendido hasta que encuentra la continuación retomando el comienzo: To be or not… to be. Comienzo por un sí. Y como no soy anglófono, sino de lengua francesa, lo que me surge después es: Sí, vengo a su templo a adorar al Eterno.
Esto quiere decir que el significante no es aislable.
Es muy fácil palparlo de inmediato. Detengan eso en Si,… ¿por que no? Si tienen un oído verdaderamente parecido a una máquina, a cada instante del despliegue de la frase seguirá un sentido. Ktiene un sentido, que incluso hace quizás el alcance mismo del texto.
Todo el mundo se pregunta por que el telón se levanta sobre ese Sí, vengo…, y se dice: Es la conversación que continúa. Es en primer término porque eso tiene sentido. El Si inaugural claro que tiene un sentido, ligado a una especie de ambigüedad que conserva la palabra sí en francés. No es necesario estar con una mujer mundana para percatarse que sí a veces quiere decir no, y no a veces quizás. El sí es tardío en francés, aparece después del si, después del da, que encontramos gentilmente en nuestra época en el dac. Por el hecho de que viene de algo que quiere decir qué bien está, eso, el sí es en general una confirmación, y por lo menos una concesión. A menudo, un Sí, pero está bien en estilo.
Sí, vengo a su templo… No olviden cuál es el personaje que ahí se presenta empujándose un poquito, el llamado Abner. Se trata de un oficial de la reina, la llamada Atalía, que da su título a la historia y que domina suficientemente todo lo que ocurre en ella como para ser su personaje principal. Cuando uno de sus soldados comienza diciendo Sí, vengo a su templo…, para nada se sabe hacia dónde se encaminará todo eso. Eso puede terminar también con cualquier cosa: Vengo a su templo… a detener al Gran Sacerdote, por ejemplo. Es verdaderamente necesario que esté terminado para que se sepa de qué se trata. La frase sólo existe terminada, y su sentido le llega après-coup. Es necesario que hayamos llegado totalmente al final, vale decir del lado de ese famoso Eterno.
Estamos ahí en el orden de los significantes, y espero haberles hecho sentir qué es la continuidad del significante. Una unidad significante supone cierto lazo enlazado que sitúa en ella los diferentes elementos.
3)
Sobre esto me había detenido un momento. Pero este pequeño esbozo tiene un interés mucho mayor. Me hizo percatarme de que toda la escena es una bella ocasión de hacerles sentir ante qué se detienen los psicólogos, porque su función es comprender algo sobre lo que no comprenden nada, y hasta los lingüistas no pasan más allá, a pesar del método maravilloso que tienen entre manos. Nosotros iremos un poco más lejos.
Retomemos la escena. ¿Quién está ahí escuchando al llamado Abner? Joad, el Gran Sacerdote, que esta maquinando el pequeño complot que culminara en el ascenso al trono de su hijo al que salvo de la masacre a la edad de dos años y medio, y al que educo en un profundo retiro. Imaginen con qué sentimientos escucha esta declaración del oficial: Si, vengo a su templo a adorar al Eterno. El viejo puede perfectamente decirse en eco: ¿Qué viene entonces a hacer aquí? El tema continúa:
Sí, vengo a su templo a adorar al Eterno,
Vengo, según el uso antiguo y solemne,
A celebrar la famosa jornada
En que en el Monte Sinaí la ley nos fue dada.
En resumen, se charla. Y, luego de haber sido dejado en suspenso el Eterno, no se hablara nunca más de él hasta el final de la pieza. Se evocan recuerdos, eran los buenos tiempos, en multitud el pueblo santo inundaba los pórticos, pero en fin, las cosas han cambiado mucho, adoradores celosos apenas unos pocos.
Ahí comenzamos a entender de qué se trata. Adoradores celosos apenas unos pocos; ése es un tipo que piensa que es hora de unirse a la Resistencia. Estamos allí en el plano de la significación; mientras el significante sigue su caminito, adoradores celosos indica de qué se trata, y el oído del Gran Sacerdote, no deja, imaginamos claramente, de recoger al pasar este celo. Celo viene del griego, y quiere decir algo así como emulación, rivalidad, imitación, porque este juego sólo se gana haciendo lo que conviene, al ponerse el semblante de los otros.
Al final del primer discurso la intención despunta:
Tiemblo porque Atalía, para no ocultaros nada,
Haciéndolos arrancar a vos mismo del altar
No logre en fin sobre vos venganzas funestas,
Y de un respeto forzado despoje los restos.
Ahí, vemos surgir una palabra que tiene mucha importancia: tiemblo. Es etimológicamente la misma palabra que temer, y el temor va a aparecer. Hay ahí algo que muestra la agudeza significativa del discurso, que introduce una indicación de doble sentido. Nos ubicamos aquí a nivel del registro superior, a saber de lo que Saussure llama la masa amorfa de los pensamientos; ella es quizás amorfa en sí, pero no es simplemente eso, porque es necesario que el otro la adivine.
Abner está allí, en efecto, celoso sin duda, pero cuando enseguida el Gran Sacerdote lo apriete un poco y le diga: Basta de tantas historias, ¿de qué se trata? ¿En qué se reconoce a los que son otra cosa que celosos?, vamos a percatarnos de cuantas cosas son embarazosas. Desde hace mucho Dios no da pruebas de su potencia, mientras que la de Atalía y los suyos se ha manifestado siempre triunfante hasta el momento. De suerte que cuando evoca esa doble amenaza, no sabemos muy bien adónde quiere llegar. Es de doble filo. Es tanto una advertencia, como un buen consejo, un consejo prudente, incluso lo que se llama sabiduría.
El otro tiene respuestas mucho más breves. Tiene sus razones para ello, y fundamentalmente que es el más fuerte, tiene el triunfo dominante, si puede decirse —¿De dónde le sale hoy, responde sencillamente, ese negro presentimiento? — y el significante pega perfectamente con el significado. Pero pueden constatar que no entrega nada, no hace sino responder, remitir al sujeto a una pregunta acerca del sentido de lo que tiene que decir.
Al respecto, nuevo desarrollo de Abner, quien comienza, mi dios, a entrar un poco más dentro del juego significativo. Es un cóctel de adulaciones —¿Piensa usted ser santo y justo impunemente? — y de soplonería, que consiste en relatar que hay un cierto Natán que es de todos modos innominable. No avanza demasiado en la denuncia de la soberbia Atalía, que de todos modos sigue siendo su reina. El chivo emisario está ahí muy convenientemente como para seguir siendo el cebo.
No sabemos todavía adónde quiere llegar, salvo que:
Creedme, cuanto más pienso en ello, menos dudo
Que sobre vos su furia está dispuesta a estallar.
Esto muestra claramente el carácter móvil de los personajes. Menos duda… esa duda no es una almohada tan desagradable, pero no es todavía exactamente el momento de reposar.
La observaba ayer…
Estamos ahora en el plano del oficial de informaciones.
… y veía sus ojos
lanzar sobre el santo lugar miradas furiosas.
Quisiera hacerles observar que a pesar de todos los buenos procedimientos que Abner da en prenda en el curso del intercambio, si nos quedamos en el plano de la significación, nada habría ocurrido. En ese plano todo puede resumirse en algunos esbozos. Cada uno sabe un poquito más de lo que está dispuesto a afirmar. El que más sabe es Joad, pero para ir al encuentro de lo que el otro pretende saber, sólo hace una alusión al hecho de que hay gato encerrado, dicho de otro modo un Eliacin en el santuario.
Pero tienen el testimonio cautivante del modo precipitado con que el susodicho Abner le salta encima —Ella se equivocó, dice más tarde, vale decir— ¿Falló ella en una parte de la masacre? ¿Y si quedase alguien de esa famosa familia de David ? Esta oferta muestra suficientemente que Abner va ahí atraído por la carne fresca. Pero al final del diálogo no sabe más ni menos que al principio, y esta escena podría resumirse en su plenitud significativa en lo siguiente:
—Vengo a la Fiesta de Dios
—Muy bien, dice el otro, entra en la procesión,
y no hables en las filas.
Pero esto sólo es así con una única condición: que se percaten ustedes del papel del significante. Si se percatar, verán que hay cierto número de palabras claves subyacentes al discurso de los dos personajes, y que en parte se recubren. Está la palabra temblar, la palabra temer, la palabra exterminación. Temblar y temer son primero empleadas por Abner, que nos lleva al punto que acabo de indicar, es decir al momento en que Joad verdaderamente toma la palabra.
Quien pone un freno al furor del mar,
Sabe también detener de los malvados los complots.
Sometido con respeto a su santa voluntad,
Temo a Dios, estimado Abner, y no tengo ningún
/ otro temor.
Temo a Dios, decís… le responde, mientras que Abner nunca dijo eso,
… su verdad me toca.
Ve como ese Dios os responde por mi boca.
Y vemos aparecer aquí la palabra que señalé al comienzo, el celo:
¿Del celo de mi ley os sirve adornaros?
¿Pensáis honrarme con estériles votos?
Qué fruto me toca de todos vuestros sacrificios ?
La sangre de vuestros reyes clama y no es escuchada
Romped, romped todo pacto con la impiedad.
Del medio de mi pueblo exterminad los crímenes.
Y vendréis entonces a inmolarme víctimas.
No hay que creer que sean inocentes víctimas bajo formas más o menos fijas en lugares apropiados. Cuando Abner hace notar que El Arca Santa está muda y ya no brinda más oráculos, se le replica vivamente que:
Pueblo ingrato. ¡Qué! ¿siempre las mayores maravillas
sin quebrantar tu corazón golpearán tus oídos ?
¿Es necesario, Abner, es necesario recordaros el curso
de prodigios famosos realizados en nuestros días
Las célebres desgracias de los tiranos de Israel,
Y Dios siempre fiel en todas sus amenazas;
El impío Acad destruido, y de su sangre mojado
el campo que por el asesinato había usurpado;
Cerca de ese campo Jezabel fatal inmolada,
Bajo los pies de los caballos esa reina pisoteada,
en su sangre inhumana los perros refrescados;
y de su cuerpo horrendo los miembros desgarrados;
….
Sabemos entonces de qué tipo de víctima va a tratarse.
En suma, ¿cuál es aquí el papel del significante? Nosotros los analistas no ignoramos que el miedo es algo especialmente ambivalente; es también algo que nos empuja hacia adelante, que nos jala hacia atrás, es algo que hace de ustedes un ser doble y que cuando lo expresan ante un personaje con el que quieren jugar a tener miedo juntos, los pone a cada instante en la postura del reflejo. Pero hay otra cosa, que tiene aire homónimo, el temor de Dios.
Para nada son lo mismo. Este es el significante, más bien rígido, que Joad saca del. bolsillo en el momento preciso en que le advierten de un peligro.
El temor de Dios es un término esencial en cierta línea de pensamiento religioso, que se equivocarían si creen simplemente que es la línea general. El temor de los dioses, del que Lucrecia quiere liberar a sus pequeños camaradas es algo totalmente diferente, un sentimiento multiforme, confuso, de pánico. El temor de Dios al contrario, sobre el que se funda una tradición que se remonta a Salomón, es principio de una sabiduría y fundamento del amor de Dios. Y además, esta tradición es precisamente la nuestra.
El temor de Dios es un significante que no rueda por todos lados. Fue necesario alguien que lo inventase y propusiese a los hombres, como remedio a un mundo hecho de terrores múltiples, tener miedo a un ser que, después de todo, no puede ejercer sus malos tratos más que por los males que están ahí, múltiplemente presentes, en la vida humana. Reemplazar los temores innumerables por el temor de un ser único que no tiene otro medio para manifestar su potencia salvo por lo que es temido tras esos innumerables temores, es fuerte.
Me dirán: ¡Esa sí que es una idea de cura! Pues se equivocan. Los curas no inventaron nada de este estilo. Para inventar algo semejante, hay que ser poeta o profeta, y es precisamente en la medida que ese Joad lo es un poco, al menos por gracia de Racine, que puede usar del modo en que lo hace ese significante mayor y primordial.
Sólo pude evocar brevemente la historia cultural de ese significante, pero indique suficientemente que es inseparable de cierta estructuración. Es el significante el que domina la cosa, ya que en lo tocante a las significaciónes, ellas están completamente cambiadas.
Ese famoso temor de Dios lleva a cabo el pase de prestidigitación de transformar, de un minuto a otro, todos los temores en un perfecto coraje. Todos los temores —No tengo otro temor— son intercambiados contra lo que se llama el temor de Dios, que, por obligatorio que sea es lo contrario a un temor.
Lo que sucedió al final de la escena es justamente lo siguiente: el susodicho Joad le pasó el temor de Dios al otro, y como se debe, por el buen lado y sin dolor. Y, de golpe, Abner se va bien sólido, con esa palabra que hace eco a ese Dios fiel en todas sus amenazas. Ya no se trata de celo, va a unirse a la tropa fiel. En suma, se transformo el mismo en el sostén del cebo en que se enganchará la Reina. La pieza ya está jugada, está terminada. En tanto Abner no le dirá una palabra sobre los verdaderos peligros que corre, la reina se tomará del anzuelo que de allí en más él representa.
La virtud del significante, la eficacia de esa palabra temor, fue transformar el celo del comienzo, con toda la ambigüedad y lo dudoso que esa palabra conlleva, incluso lo siempre listo a todas las inversiones, en la fidelidad del final. Esta transmutación es del orden del significante en cuanto tal. Ninguna acumulación, ninguna superposición, ninguna suma de significaciónes, basta para justificarla. En la transmutación de la situación por la invención del significante estriba todo el progreso de esta escena, la cual de otro modo, sería digna de los servicios de espionaje.
Que se trate de un texto sagrado, de una novela, de un drama, de un monólogo o de cualquier conversación, me permitirán representar la función del significante por un artificio especializarte, del que no tenemos razón alguna para privarnos. Ese punto, alrededor del que debe ejercerse todo análisis concreto del discurso, lo llamaré punto de almohadillado.
Cuando la aguja del colchonero, que entro en el momento de Dios fiel en todas las amenazas, vuelve a salir, todo esta cocinado, el muchacho dice: Me voy a unir a la tropa fiel.
Si analizamos esta escena como una partitura musical, veremos que ahí está el punto donde llega a anudarse el significado y el significante, entre la masa siempre flotante de las significaciónes que realmente circulan entre los dos personajes, y el texto. Atalía debe a ese texto admirable, y no a la significación, el no ser una pieza de bulevar.
El punto de almohadillado es la palabra temor, con todas sus connotaciones traes -significativas. Alrededor de ese significante, todo se irradia y se organiza, cual si fuesen pequeñas líneas de fuerza formadas en la superficie de una trama por el punto de almohadillado. Es el punto de convergencia que permite situar retroactivamente y prospectivamente todo lo que sucede en ese discurso.
4)
El esquema del punto de almohadillado es esencial en la experiencia humana.
¿Por qué ese esquema mínimo de la experiencia humana, que Freud nos dio en el complejo de Edipo, conserva para nosotros su valor irreductible y sin embargo enigmático? ¿Y, por que este privilegio del complejo de Edipo? ¿Por qué quiere siempre Freud, con tanta insistencia, encontrarlo por doquier? ¿Por que es ese un nudo que le parece tan esencial que no puede abandonarlo en la más mínima observación particular? Porque la noción del padre, muy cercana a la del temor de Dios, le da el elemento más sensible de la experiencia de lo que llamé el punto de almohadillado entre el significante y el significado.
Quizá me tomé demasiado tiempo para explicar esto, pero creo no obstante que esto ilustra, y les permite captar cómo puede suceder, en la experiencia psicótica, que el significante y el significado se presenten en forma completamente dividida.
Puede creerse que en una psicosis todo está en el significante. Todo parece estar ahí. El presidente Schreber parece comprender perfectamente bien qué es ser ensartado por el profesor Flechsig, y otros que lo sustituyen. Lo fastidioso es justamente que lo dice, y de la manera más clara: ¿por qué a partir de entonces esto provocara, como se nos explica, trastornos tan profundos en su economía libidinal?
No, hay que abordar lo que sucede en la psicosis en otro registro. No conozco la cuenta, pero no es imposible que se llegue a determinar el número mínimo de puntos de ligazón fundamentales necesarios entre significante y significado para que un ser humano sea llamado normal, y que, cuando no están establecidos, o cuando se aflojan, hacen el psicótico.
Lo que propongo es aún más burdo, pero es el punto a partir del que podremos la vez que viene examinar el papel de la personización del sujeto, a saber, el modo en que en francés se diferencian je (yo) y moi (yo).
Obviamente, ninguna lengua particular tiene privilegios en el orden de los significantes, los recursos de cada una son extremadamente diferentes y siempre limitados. Pero también cualquiera de ellas cubre todo el campo de las significaciónes.
¿Donde, en el significante, esta la persona? ¿Cómo se mantiene en pie un discurso? ¿Hasta qué punto un discurso que parece personal puede, nada menos que en el plano del significante, llevar huellas suficientes de impersonalización como para que el sujeto no lo reconozca como suyo?
No digo que éste sea el resorte del mecanismo de la psicosis, digo que el mecanismo de la psicosis se manifiesta en ello. Antes de ceñir este mecanismo, es necesario que nos ejercitemos en reconocer, en los diferentes pisos del fenómeno, en qué puntos se ha salteado el almohadillado. Un catálogo completo de esos puntos permitirá encontrar correlaciones sorprendentes, y percatarnos de que el sujeto no se despersonaliza en su discurso de cualquier manera.
Hay al respecto una experiencia al alcance de nuestra mano. Clérambault se percato de ello. Hace alusión en algún lado a lo que sucede cuando de golpe nos sorprende la evocación afectiva de un acontecimiento de nuestro pasado difícil de soportar. Cuando no se trata de conmemoración, sino realmente de un resurgir del efecto, cuando al recordar un ataque de rabia estamos muy cerca de sentirla, cuando recordando una humillación revivimos la humillación, cuando recordando la ruptura de una ilusión sentimos necesidad de reorganizar nuestro equilibrio y nuestro campo significativo, en el sentido en que se habla de campo social; pues bien, ese es el momento más favorable, señala Clérambault, para la emergencia, que él llama puramente automática, de migajas de frases tomadas a veces de la experiencia más reciente, y que no tienen ninguna especie de relación significativa con aquello de lo que se trata.
Estos fenómenos de automatismo están, a decir verdad, admirablemente observados—pero hay muchos otros—y basta tener el esquema adecuado para situar el fenómeno de modo ya no puramente descriptivo, sino verdaderamente explicativo. Este es el orden de cosas al que debe llevarnos una observación como la del presidente Schreber, sin duda única en los anales de la psicopatología.
La vez que viene retornaré las cosas del je (yo) y del tú.
No hay necesidad de que estén expresados en la frase para que estén ahí. Ven es una frase, e implica un yo (je) y un tú.
¿Dónde están en el esquema que les di ese yo (je) y ese tú ? ¿ Imaginan quizá que el tú está ahí, a nivel del gran Otro? En modo alguno. Por ahí comenzaremos; el tú en su forma verbalizaba para nada recubre ese polo que llamamos el gran A.