La noción de defensa. El testimonio del paciente. El sentimiento de realidad. Los fenómenos verbales.
A fin de cuentas, podríamos de todos modos empezar a ver juntos el texto de Schreber, ya que en realidad, para nosotros, el caso Schreber es el texto de Schreber.
Intento este año que concibamos un poco mejor la economía de este caso. Deben sin duda haber percibido cómo se van paulatinamente alterando las concepciones psicoanalíticas. Recordé el otro día que, en suma, la explicación de Freud es que el enfermo pasa a una economía esencialmente narcisista. Es una idea muy rica y es preciso sacar todas las consecuencias que se desprenden de ella. Pero quien no lo hace, olvida lo que es el narcisismo en el punto al que ha llegado la obra de Freud cuando escribe el caso Schreber. Y entonces, tampoco percibe lo novedoso de la explicación, esto es, en relación a que otra explicación se sitúa.
Voy a retomar uno de los autores que mejor ha trabajado el problema de las psicosis, a saber Katan, quien pone en primer plano la noción de defensa. Pero no quiero que procedamos mediante un comentario de los comentarios, hay que partir del libro, como recomienda Freud.
Como somos psiquiatras, o al menos gente que de distintos modos se ha iniciado en psiquiatra, es muy natural que también leamos el caso con ojos de psiquiatras.
1)
No hay que olvidar las etapas de la introducción de la noción de narcisismo en el pensamiento de Freud. Ahora se habla de defensa a propósito de cualquier cosa, creyendo repetir así algo muy antiguo en la obra de Freud. Es exacto que la noción de defensa desempeña un papel muy precoz, y que desde 1894-1895, Freud propone la expresión de neuropsicosis de defensa. Pero emplea este término en un sentido sumamente preciso.
Cuando habla de la Abwehrhysterie, la distingue de otras dos especies de histerias, en un primer intento de nosografías propiamente psicoanalítica. Rematarse al artículo al que aludo. Al estilo breueriano, las histerias deben ser concebidas como una producción secundaria de los estados hipnoides, dependiente de determinado momento fecundo, que corresponde a un trastorno de la conciencia en estado hipnoide. Freud no niega los estados hipnoides, dice simplemente: No nos interesan, eso no es lo que tomamos como carácter diferencial en nuestra nosología.
Hay que comprender muy bien que cuando se clasifica, comienzan contando el número de lo que aparentemente se presenta como los órganos coloreados de una flor, y que se llaman pétalos. Siempre es igual, una flor presenta cierto numero de unidades que se pueden contar, es una botanica muy primitiva. Profundizándola, se percatarán de que a veces esos pétalos del ignorante no son tales, son sépalos, y no tienen la misma función. De igual modo, en lo que nos concierne, distintos registros, anatomice, genético, embriológico, fisiológico, funcional, pueden estar involucrados y superponerse. Para que la clasificación sea significativa es necesario que sea natural. ¿Como buscaremos esa naturalidad?
Frued no repudió pues los estados hipnoides, dijo que no los tomarla en cuenta, porque, en el momento de ese primer desenmarañamiento, lo que le importa en el registro de la experiencia analítica es otra cosa, el recuerdo del trauma. En esto consiste la noción de Abwehrhysterie.
La primera vez que aparece la noción de defensa estamos en el registro de la rememoración y sus trastornos. Lo importante es lo que podemos llamar la pequeña historia del paciente. ¿Es o no capaz de articularla verbalmente? Anna O.—alguien me trajo su retrato que figura en una estampilla porque fue la reina de las trabajadoras sociales— lo llamaba la talking-cure.
La Abwehrhysterie es una histeria donde las cosas están formuladas en los síntomas, y el asunto esta en liberar el discurso. No hay huella pues de regresión, ni de teoría de los instintos, y no obstante ya esta en ciernes todo el psicoanálisis.
Freud distingue además una tercera especie de histeria, cuya carácterística es que también tiene algo que contar, algo que sin embargo no es contado en ningún lado. Por supuesto, sería muy sorprendente que en la etapa en que esta de su elaboración nos dijese donde puede serlo, pero ya está perfectamente esbozado.
La obra de Freud esta llena, lo cual me complace mucho, de cosas así que parecen adarajas. Cada vez que uno toma un artículo de Freud, no sólo nunca es lo que uno esperaba, sino que siempre es muy simple, admirablemente claro. Y, sin embargo, no hay uno de ellos que no esté sembrado de esos enigmas que son las adarajas. Cabe decir que, mientras vivió, fue el único que procuró los conceptos originales necesarios para atacar y ordenar el campo nuevo que descubría. Introduce cada uno de estos conceptos con un mundo de preguntas. Lo bueno es que Freud no disimula esas preguntas. Cada uno de sus textos es un texto problemático, de tal suerte que leer a Freud es volver a abrir las preguntas.
Los trastornos de la rememoración, a ellos debemos volver siempre para saber cual fue el terreno inicial del psicoanálisis. Supongamos incluso que este superado, hay que medir el camino recorrido, y sería muy sorprendente que pudiésemos permitirnos desconocer la historia. No tengo por que seguir aquí en detalle el camino recorrido entre esta etapa y aquella en la que Freud introduce la regresión de los instintos, ya he hecho bastante los años anteriores, como para que baste decirles que explorando los trastornos de la rememoración, queriendo restituir el vacío que presenta la historia del sujeto, buscando la pista de aquello en lo que se transformaron los acontecimientos de su vida, comprobamos que van a parar donde nadie se lo esperaba.
Hablaba de ello la vez pasada bajo la forma de los desplazamientos del comportamiento; nos percatamos de que no puede tratarse sencillamente de volver a encontrar la localización mnésica, cronológica de los acontecimientos, de restituir una parte del tiempo perdido, sino que también hay cosas que suceden en el plano tópico. La distinción de registros completamente diferentes en la regresión está allí implícita. En otras palabras, todo el tiempo se olvida que no basta que una cosa ocupe el primer plano para que otra no guarde su valor, su precio, en el seno de la regresión tópica. Es allí donde los acontecimientos adquieren su sentido comportamental fundamental.
Entonces se producen el descubrimiento del narcisismo. Freud se percata de que hay modificaciones en la estructura imaginaria del mundo y que interfieren con las modificaciones de la estructura simbolice; cómo llamarla de otro modo, puesto que la rememoración pertenece forzosamente al orden simbólico.
Cuando Freud explica el delirio por una regresión narcisista de la libido, cuyo retiro de los objetos culmina en una desobjetalización, esto quiere decir, en el punto al que ha llegado, que el deseo que ha de ser reconocido en el delirio se sitúa en un plano muy distinto al del deseo que ha de hacerse reconocer en la neurosis.
Si no se comprende esto, no se ve en absoluto lo que distingue una psicosis de una neurosis. ¿Por qué nos sería tan difícil en la psicosis restaurar la relación del sujeto con la realidad, si el delirio es en principio enteramente legible? Al menos es lo que puede leerse en algunos pasajes Freud, que tenemos que saber acentuar de modo menos somero de lo que se suele hacer. El delirio, en efecto, es legible, pero también esta transcrito en otro registro. En la neurosis permanecemos siempre en el orden simbólico, con esa duplicidad del significado y del significante que Freud traduce por el compromiso neurótico. El delirio transcurre en un registro muy diferente. Es legible, pero sin salida. ¿Cómo puede ser así? Este es el problema económico que queda abierto en el momento en que Freud termina el caso Schreber.
Digo cosas masivas. En el caso de las neurosis, lo reprimido aparece in loco, ahí donde fue reprimido, vale decir en el elemento mismo de los símbolos, en tanto el hombre se integra a el, y participa de el como agente y como actor. Reaparece in loco bajo una máscara. Lo reprimido en la psicosis, si sabemos leer a Freud, reaparece en otro lugar, in altero, en lo imaginario, y lo hace, efectivamente, sin máscara. Esto es sumamente claro, no es nuevo, ni heterodoxo, sólo es preciso percatarse de que es el punto principal. De ningún modo concluye el asunto en el momento en que Freud le pone punto final a su estudio sobre Schreber. Al contrario, a partir de ese momento se empiezan a plantear los problemas.
Después de Freud, se intento tomar el relevo. Lean a Katan, por ejemplo, quien intenta darnos una teoría analítica de la esquizofrenia, en el quinto tomo de la recopilación El psicoanálisis del Niño. Leyéndolo, se ve claramente, el camino recorrido en la teoría analítica.
En Freud, la cuestión del centro del sujeto siempre queda abierta. En el análisis de la paranoia por ejemplo, avanza paso a paso para mostrar la evolución de un trastorno esencialmente libidinal, juego complejo de un agregado de deseos transferibles, transmutables, que pueden entrar en regresión, y el centro de toda esta dialéctica aún sigue siendo problemático. Ahora bien, el viraje que se opero en el análisis más o menos hacia la época en que murió Freud, llevó a que nos volviéramos a encontrar con nuestro viejo centro de toda la vida, el yo, que maneja las palancas de mando, y guía a la defensa. Ya no se interpreta a la psicosis a partir de la economía compleja de una dinámica de las pulsiones, sino a partir de los procedimientos empleados por el yo para arreglárselas con diversas exigencias, para defenderse contra las pulsiones. El yo vuelve a ser no sólo el centro, sino la causa del trastorno.
El término de defensa no tiene, a partir de entonces, otro sentido sino el que tiene cuando se habla de defensa contra una tentación, y toda la dinámica del caso Schreber es explicada a partir de los esfuerzos por enfrentar una pulsión, llamada homosexual, que amenazaría su completitud. La castración no tiene más sentido simbólico que el de una pérdida de integridad física. Se nos dice terminantemente que el yo, no siendo lo suficientemente fuerte como para encontrar puntos de ligazón en el medio exterior con el fin de defenderse contra la pulsión que está en el ello, encuentra otro recurso, que es fomentar esa neo-producción que es la alucinación, y que es otra manera de actuar, de transformar sus instintos duales. Sublimación a su manera, pero que presenta grandes inconvenientes.
El empobrecimiento de la perspectiva, las insuficiencias clínicas de esta construcción saltan a la vista. Que existe un modo imaginario de satisfacer la presión de la necesidad es una noción articulada en la doctrina freudiana, pero siempre es pensada como un elemento nada más del determinismo de los fenómenos. Freud nunca definió la psicosis alucinatoria según el simple modelo del fantasma, como el hambre puede satisfacerse mediante un sueño de satisfacción del hambre. Un delirio no responde en lo más mínimo a una finalidad de ese tipo. Siempre nos complace volver a encontrar lo que ya nos representamos, y Freud incluso nos enseña que la creación del mundo de los objetos humanos pasa por esa vía. Nosotros también experimentamos siempre una intensa satisfacción al volver a encontrar ciertos temas simbólicos de la neurosis en la psicosis. No es para nada ilegítimo, pero hay que tener muy claro que sólo cubre una parte muy pequeña del cuadro.
Para Schreber, como para los homosexuales, se puede esquematizar la transformación imaginaria del impulso homosexual en un delirio que hace del sujeto la mujer de Dios, el receptáculo de la buena voluntad y de los buenos modales divinos. Es un esquema bastante convincente, y podemos encontrar en el texto mismo toda clase de modulaciones refinadas que lo justifican. Asimismo, la distinción que hice la vez pasada entre la realización del deseo reprimido en el plano simbólico en la neurosis, y en el plano imaginario en la psicosis, es ya bastante satisfactoria, pero no nos satisface. ¿Por que? Porque una psicosis no es simplemente eso, no es el desarrollo de una relación imaginaria, fantasmática, con el mundo exterior.
Hoy quisiera simplemente hacerles medir la masa del fenómeno.
El dialogo del único—de ese Schreber a partir del cual la humanidad va a ser regenerada por el nacimiento de una nueva generación schreberiana—con su pareja enigmática, el Dios, schreberiano él también, ¿es acaso todo el delirio? Claro que no. No sólo no es todo el delirio, sino que es totalmente imposible comprenderlo del todo en ese registro. Es asaz curioso que nos contentemos con una explicación tan parcial de un fenómeno masivo como la psicosis, reteniendo sólo lo que tienen de claro los acontecimientos imaginarios. Si queremos avanzar en la comprensión de la psicosis, es necesario empero articular una teoría que justifique la masa de estos fenómenos, de los que daré hoy algunas muestras.
2)
Comenzaremos por el final, e intentaremos comprender volviendo hacia atrás. Adoptar esta vía, no es simplemente un artificio de presentación, es acorde con la materia que tenemos entre manos.
Este es un sujeto que estuvo enfermo de 1883 a 1884, que tuvo luego ocho años de respiro, y al cabo del noveno año posterior al inicio de la primera crisis, en Octubre de 1893, las cosas se vuelven a poner en marcha en el plano patológico. Ingresa a la misma clínica donde había sido atendido la primera vez, que dirige el doctor Flechsig, y permanecerá ahí hasta mediados de Junio de 1894. Su estado es complejo. Su aspecto clínico puede carácterizarse como una confusión alucinatoria, e incluso como un estupor alucinatorio. Más tarde hará un relato ciertamente distorsionado de todo lo que vivió. Decimos confusión para carácterizar el modo brumoso en que recuerda algunos episodios, pero otros elementos, especialmente sus relaciones delirantes con diferentes personas que lo rodean, están suficientemente conservados como para proporcionar un testimonio valedero. Es, no obstante, el período más oscuro de la psicosis. Observen bien que sólo podemos saber de él a través del delirio, porque igual no estábamos ahí, y sobre este primer período los certificados de los médicos son pobres. Schreber lo recuerda seguramente bastante bien en el momento en que va a dar su testimonio como para poder hacer distinciones en él, y en especial para señalar un desplazamiento del centro de interés a sus relaciones personales con lo que llama las almas.
Las almas no son ni seres humanos, ni esas sombras con las cuales trata, sino seres humanos muertos con los que tiene relaciones particulares, vinculadas a toda suerte de sentimientos de transformación corporal, de inclusiones, de intrusiones, de intercambios corporales. Es un delirio donde la nota dolorosa juega un papel muy importante. No hablo aún de hipocondría, que por otra parte es un término demasiado vago en nuestro vocabulario, esbozo las grandes líneas.
Desde el punto de vista fenomenológico, y siendo prudente, se admitirá que estamos ante un estado que puede calificarse de crepúsculo del mundo. Ya no está con seres reales: ese no estar más con es carácterístico, pues está con otros elementos que estorban mucho más. El sufrimiento es la tonalidad dominante de las relaciones que mantiene con ellos, y ellas entrañan la pérdida de su autonomía. Esta perturbación profunda, intolerable, de su existencia, motiva en él toda clase de comportamientos que sólo indica de modo forzosamente oscuro, pero cuya indicación tenemos por la manera en que es tratado: es vigilado, encerrado en una celda por la noche, privado de todo instrumento. Aparece en ese momento como un enfermo en estado agudo muy grave.
Hay un momento de transformación que se sitúa, dice, hacia Febrero-Marzo de 1894. Las almas con las que tiene intercambios en el registro de la intrusión o de la fragmentación somática, son sustituidas por los así llamados Reinos divinos posteriores. Hay allí una intuición metaforice de lo que esta detrás las apariencias. Estos Reinos aparecen en forma desdoblada, Ormuz y Ahrimán. Aparecen también los rayos puros, que se comportan de manera muy diferente a las almas llamadas examinadas, que son rayos impuros. Schreber nos dice la profunda perplejidad que le crean los efectos de esa pretendida pureza, que sólo puede atribuirse a una intención divina. Los elementos que parten de las almas examinadas no dejan de perturbarla, y hacen toda clase de jugadas a los rayos puros, intentando captar para su provecho la potencia de los mismos, interponiéndose entre Schreber y su acción benéfica.. La táctica de la mayor parte de esas almas, animadas de muy malas intenciones, es descrita precisamente, y especialmente la del jefe de la banda, Flechsig, quien fraccióna su alma para repartir sus pedazos en el hiperespacio interpuesto entre Schreber y el Dios alejado. Soy el que está alejado, encontramos esta formula que tiene un eco bíblico en una nota donde Schreber nos informa lo que Dios le confía. El Dios para Schreber no es el que es, es el que esta… bien lejos.
Los rayos puros hablan, son esencialmente hablantes, hay equivalencia entre rayos, rayos hablantes, nervios de Dios, más todas las formas particulares que pueden asumir, incluyendo sus diversas formas milagrosas, entre ellas las tijeras. Esto corresponde a un período donde domina lo que Schreber llama la Grundsprache, suerte de muy sabroso alto alemán que tiende a expresarse mediante eufemismos y antífrasis: una penitencia que se llama una recompensa, por ejemplo, y en efecto la penitencia es a su manera una recompensa. Tendremos que volver sobre el estilo de esta lengua fundamental, para volver a plantear los problemas del sentido antinómico de las palabras primitivas.
Persiste sobre este tema un gran malentendido a propósito de lo dicho por Freud, cuyo error fue simplemente tomar como referencia un lingüista que se encontraba un tanto pasado, pero que aludía a algo justo, a saber: Abel. Benveniste nos deparó al respecto el año pasado una contribución que tiene todo su valor, a saber, que está fuera de discusión que un sistema significante tenga palabras que designen dos cosas contrarias a la vez. Las palabras están hechas justamente para distinguir las cosas. Cuando existen palabras, están hechas necesariamente por pares de oposiciones, no pueden unir en sí mismas dos extremos. Otra cosa es cuando pasamos a la significación. No hay por qué asombrarse de que un pozo profundo se llame altus, porque, dice Benveniste, el punto de partida mental del latín es el fondo del pozo. Basta pensar que en alemán se llama jüngstes Gericht al juicio final, o sea, el juicio más joven, que no es la imagen empleada en Francia. Ahora bien, sí decimos el último hablando del hijo más joven. El juicio final, en cambio, sugiere más bien la vejez.
En 1894, Schreber es llevado al sanatorio del Dr. Pierson en Koswitz, donde permanece quince días. Es un sanatorio privado, y por su descripción vemos que era, digamos, muy picaresco. Reconocemos en él, desde el punto de vista del enfermo, rasgos que divertirán a quienquiera haya conservado algún sentido del humor. No es que esté mal, es bastante coqueto, tiene el lado de buena presencia del sanatorio privado, con ese carácter de profunda negligencia del que no se nos ahorra detalle alguno. Schreber se queda ahí muy poco tiempo, y lo mandan al asilo más viejo de Alemania, en el sentido venerable de la palabra, en Pirna.
Antes de su primera enfermedad, estaba en Chemnitz; es nombrado en Leipzig, y luego, en Dresde, lo nombran Presidente de la Corte de Apelaciones, justo antes de su recalca. De Dresde va a hacerse atender en Leipzig. Koswitz esta en alguna parte del otro lado del Elba en relación a Leipzig pero el lugar donde permanecerá diez años de su vida es río arriba en el Elba.
Cuando entra a Pirna, está todavía muy enfermo, y sólo comenzará a escribir sus Memorias a partir de 1897-98. Dado que está en un asilo público, y que las decisiones pueden sufrir en ellos cierta demora, entre 1896 y 1898, aún le hacen pasar la noche en una celda llamada de demente, a la cual lleva, en una cajita de hierro blanco, un lápiz, pedazos de papel, y donde comienza a escribir pequeñas notas, a las que llama sus pequeños estudios. En efecto, además de la obra que nos legó, existen unos cincuenta pequeños estudios, a los cuales hace referencia de vez en cuando, que son notas tomadas en aquel momento, y que le sirvieron de material. Es evidente que este texto, que en suma no fue redactado antes de 1898, y cuya redacción se extiende hasta 1903, época de la liberación de Schreber, ya que incluye su procedimiento, da fe de un modo mucho más seguro, más firme, del estado terminal de la enfermedad. En cuanto al resto, ni siquiera sabemos cuándo murió Schreber, sino solamente que tuvo una recaída en 1907, y que fue nuevamente admitido en un sanatorio, lo cual es muy importante.
Vamos a comenzar en la fecha en que escribió sus Memorias. Lo que puede testimoniar a partir de esa fecha es ya suficientemente problemático como para interesarnos. Incluso si no resolvemos el problema de la función económica de lo que hace un rato llame los fenómenos de alienación verbal —llamémoslos provisionalmente alucinaciones verbales— lo que nos interesa es lo que distingue al punto de vista analítico en el análisis de una psicosis.
3)
Desde el punto de vista psiquiátrico corriente, estamos igual que si no hubiera pasado nada.
En lo tocante a la comprensión real de la economía de la psicosis podemos leer ahora un grueso informe hecho sobre la catatonia alrededor de 1903—hagan la experiencia, elijan, desde luego, un buen trabajo—; no se ha dado un sólo paso en el análisis de los fenómenos. Si algo debe distinguir el punto de vista del analista ¿acaso es preguntarse, a propósito de la alucinación verbal, si el sujeto escucha poquito, o mucho, si es muy fuerte, si estalla, o si de verdad oye con su oreja, si es de adentro, o del corazón, o del estómago?
Estas preguntas, sumamente interesantes, parten de lo siguiente, bastante infantil a fin de cuentas: nos impresiona mucho que un sujeto oiga cosas que nosotros no oímos. Como si nosotros no tuviésemos visiones a cada rato, como si no nos entraran en la cabeza fórmulas que tienen para nosotros un valor llamativo, orientador, incluso a veces fulgurante, iluminante. Por supuesto, no les damos el mismo uso que el psicótico.
Estas cosas suceden en el orden verbal y son vividas por el sujeto como recibidas por él. Si nos interesara ante todo, como nos enseñaron en la escuela, saber si es una percepción o una sensación, o una apercepción, o una interpretación, en suma, si nos quedamos en la relación elemental con la realidad, en el registro académico escolar, confiando en una teoría del conocimiento manifiestamente incompleta, perdemos todo su valor. Frente a una teoría que se escalona a partir de la sensación, pasando por la percepción, para llegar a la causalidad y a la organización de lo real, la filosofía, por cierto, desde hace algún tiempo, por lo menos desde Kant, intenta advertirnos a gritos que hay diferentes campos de la realidad, y que los problemas se expresan, se organizan y se plantean en registros igualmente diferentes. Por consiguiente, intentar saber si una palabra es oída o no, quizá no es lo más interesante.
Todavía estamos en la estacada. ¿Qué nos traen los sujetos una y otra vez? Lo que les estamos pidiendo, sencillamente, o sea, lo que les estamos sugiriendo que nos respondan. Introducimos en lo que experimentan distinciones y categorías que sólo nos interesan a nosotros, no a ellos. El carácter impuesto, exterior, de la alucinación verbal, exige ser considerado a partir del modo en que reaccióna el enfermo. No es cuando mejor escucha —como se dice en el sentido en que se cree que escuchar es escuchar con las orejas— cuando más lo alcanzan. Alucinaciones extremadamente vividas siguen siendo alucinaciones, reconocidas como tales; mientras que otras, cuya vividez endofásica no es menor, tienen por el contrario un carácter muy decisivo para el sujeto, y le brindan una certeza.
Lo que cuenta es la distinción que introduje, en los albores de nuestro comentario, entre certezas y realidades. Conduce a diferencias que, para nuestra mirada de analista, no son superestructurales sino estructurales. Es un hecho que esto sólo puede ser así para nosotros, porque a diferencia de otros clínicos, sabemos que la palabra está siempre ahí, articulada o no, presente, en estado articulado, ya historizada, ya presa en la red de los pares y las oposiciones simbolices.
La gente cree que nos es preciso restaurar totalmente lo vivido indiferenciado del sujeto, la sucesión de imagenes proyectadas sobre la pantalla de lo vivido por él para captarlo en su duración, a lo Bergson. Lo que palpamos clínicamente nunca es así. La continuidad de todo lo que un sujeto ha vivido desde su nacimiento nunca tiende a surgir, y no nos interesa en lo más mínimo. Lo que nos interesa son los puntos decisivos de la articulación simbolice, de la historia, pero en el sentido en que uno dice la Historia de Francia.
Tal día, Mademoiselle de Montpensier estaba en las barricadas. Quizás era pura casualidad, y no tenía mayor importancia desde cierto punto de vista. Pero lo seguro es que sólo eso queda en la Historia, estaba ahí, y se le dio a su presencia un sentido, verdadero o no. En el momento mismo, por cierto, el sentido es siempre un poco más verdadero, pero lo que cuenta y funciona es lo que se volvió verdadero en la historia. O bien proviene de una reorganización posterior, o bien ya comienza a tener una articulación en el momento mismo.
Pues bien, lo que llamamos sentimiento de realidad cuando se trata de la restauración de recuerdos, es algo ambigüo, que consiste esencialmente en que una reminiscencia, o sea un resurgimiento de impresiones, se organiza en la continuidad histórica. No es uno o lo otro lo que da el acento de realidad, es uno y lo otro, cierto modo de conjunción de ambos registros. Iré más lejos aún: es también cierto modo de conjunción de ambos registros lo que da el sentimiento de irrealidad. En el ámbito sentimental, lo que es sentimiento de realidad es sentimiento de irrealidad. El sentimiento de irrealidad está ahí tan sólo como señal de que se trata de estar en la realidad, y que por un pelo, aún falta alguna cosita.
El sentimiento de déjà vu, que tantos problemas creó a los psicólogos, podríamos designarlo como una homonimia: el resorte lo entreabre siempre la clave simbólica. El déjà vu ocurre cuando una situación es vivida con plena significación simbolice, la cual reproduce una situación simbólica homóloga ya vivida pero olvidada, y que revive sin que el sujeto comprenda sus pormenores. Esto da al sujeto la impresión de que ya vio el contexto, el cuadro del momento presente. El déjà vu es un fenómeno sumamente cercano a lo que la experiencia analítica nos brinda como lo ya relatado—aparte de que es lo contrario—. No se sitúa en el orden de lo ya relatado, sino en el orden de lo nunca relatado. Pero está en el mismo registro.
Si admitimos la existencia del inconsciente tal como Freud lo articula, debemos suponer que esa frase, esa construcción simbólica, recubre con su trama todo lo vivido humano, que siempre esta ahí, más o menos latente, y que es uno de los elementos necesarios de la adaptación humana. Que esto pase sin que se piense en ello, pudo haber sido considerado durante mucho tiempo como una enormidad, pero no puede serlo para nosotros: la idea misma de un pensamiento inconsciente, esa gran paradoja práctica que introdujo Freud, no quiere decir otra cosa. Cuando Freud formula el término de pensamiento inconsciente agregando en su Traumdeutung, sit venia verbo, no dice más que lo siguiente: pensamiento quiere decir la cosa que se articula en lenguaje. A nivel de la Traumdeutung, esta es la única interpretación posible de ese término.
Ese lenguaje, lo podríamos llamar interior, pero este adjetivo ya falsea todo. Ese monologo supuestamente interior esta en perfecta continuidad con el dialogo exterior, y precisamente por esa razón podemos. decir que el inconsciente es también el discurso del otro. Si realmente hay algo del orden de lo continuo, no es en cada instante. En este caso también es necesario comenzar a decir lo que se quiere decir, darle el sentido que tiene, y saber corregirlo al mismo tiempo. Hay leyes de intervalo, de suspensión, de resolución propiamente simbolices, hay suspensiones, escansiones que marcan la estructura de todo cálculo, que hacen precisamente que esa frase, digamos, interior, no se inscriba de modo continuo. Esta estructura, que ya forma parte de las posibilidades ordinarias, es la estructura misma, o inercia, del lenguaje.
Se trata para el hombre justamente de arreglárselas con esa modulación continua, como para que no le ocupe demasiado. Por eso mismo, las cosas están arregladas de manera que su conciencia se aparte de ellas. Sólo que admitir la existencia del inconsciente, significa decir que aunque su conciencia se desvíe de ella, la modulación de la que hablo, la frase con toda su complejidad, continúa de todos modos. Este es el único sentido que puede darse al inconsciente freudiano. Si no es eso, es un monstruo de seis patas, absolutamente incomprensible, en todo caso incomprensible en la perspectiva del análisis.
Ya que se buscan las funciones del yo en cuanto tal, digamos que una de sus ocupaciones es precisamente no dejarse dar lata por esa frase que no para nunca de circular, y que no pide otra cosa que volver a surgir bajo mil formas más o menos camufladas y molestas. En otros términos, la frase evangélica tienen oídos para no oír debe tomarse al pie de la letra. Una función del yo es que no tengamos que escuchar perpetuamente esa articulación que organiza nuestras acciones como acciones habladas. Esto no se desprende del análisis de la psicosis, no es sino la puesta en evidencia, una vez más, de los postulados de la noción freudiana del inconsciente.
En los fenómenos, llamémoslos provisionalmente teratológicos, de las psicosis, esto opera a cielo abierto. No digo que ese sea el rasgo esencial como tampoco lo es el elemento imaginario del que hablábamos antes, pero se olvida demasiado que en los casos de psicosis vemos revelarse, del modo más articulado, esa frase, ese monólogo, ese discurso interior del que hablaba. Somos los primeros en poder captarlo porque, en cierta medida, ya estamos dispuestos a escucharlo.
En consecuencia, no tenemos ninguna razón para negarnos a reconocer esas voces en el momento en que el sujeto nos da fe de ellas como de algo que forma parte del texto mismo de su vivencia.
4)
Lectura de las Memorias, pág. 298
Esto dice el sujeto en un complemento retrospectivo a sus Memorias. El enlentecimiento de la frase en el curso de los años, es referido por el metafóricamente a la gran distancia a la que se han retirado los rayos de Dios. No sólo hay enlentecimiento, sino demora, suspensión, postergación. Para nosotros es muy significativo que varíe y evolucione con el correr de los años la fenomenología misma bajo la que se presenta la trama continua del discurso que lo acompaña, y que el sentido muy pleno del inicio se vacíe luego de sentido. Por cierto, las voces hacen también comentarios sumamente curiosos, del estilo del siguiente: Todo sin-sentido se anula.
La estructura de lo que sucede merece que no la descuidemos. Doy un ejemplo. El oye: Nos falta ahora…, y luego la frase se interrumpe, no escucha nada más, es su testimonio, pero esa frase tiene para él el siguiente sentido implícito: Nos falta ahora el pensamiento principal. En una frase interrumpida, como tal siempre finamente articulada gramaticalmente, la significación está presente de manera doble, por un lado como esperada, ya que se trata de una suspensión, por otro lado como repetida, puesto que el siempre se refiere a la impresión de haberla ya escuchado.
A partir del momento en que se entra en el análisis del lenguaje, convendría también interesarse un poquito en la historia del lenguaje. El lenguaje no es algo tan natural, y expresiones que parecen obvias, se escalonan según estén más o menos fundadas.
Las voces que ocupan a Schreber con sus continuos discursos son psicólogas. Gran parte de lo que dicen concierne a la concepción de las almas, la psicología del ser humano. Aportan catálogos de registros de pensamiento, los pensamientos de todos los pensamientos, de afirmación, de reflexión, de temor, los señalan y los articulan en cuanto tales, y dicen cuáles son regulares. También tienen su concepción de los patterns, están al tanto del ultimo grito del conductismo. Así como del otro lado del Atlántico se busca explicar el modo regular de ofrecer un ramo de flores a una joven, así también ellas tienen ideas precisas sobre el modo en que deben abordarse el hombre y la mujer, e incluso acostarse en la cama. Esto deja a Schreber boquiabierto: Es así, dice, pero no me había dado cuenta. El texto mismo está reducido a ritornelos y estribillos que nos parecen a veces algo embarazosos.
A propósito de esa frase interrumpida, nos falta ahora…, recuerdo algo que me había llamado la atención leyendo a Saumaize, que escribió hacia 1660 -1670 un Dicciónario de las preciosas. Naturalmente, las preciosas son ridículas, pero el movimiento denominado de las preciosas es un elemento tan importante para la historia de la lengua, de los pensamientos, de las costumbres, como nuestro querido surrealismo del cual todos sabemos que no es cualquier cosa, y que seguramente no tendríamos el mismo tipo de afiches si no se hubiese producido, hacia 1920, un movimiento de personas que manipulaban de manera curiosa los símbolos y los signos. El movimiento de las preciosas es mucho más importante desde el punto de vista de la lengua de lo que se piensa. Desde luego, esta todo lo que menciono ese personaje genial que es Molière, pero sobre este tema, se le hizo decir probablemente un poco más de lo que él quería. No imaginan la cantidad de locuciones que ahora parecen totalmente naturales, que datan de ese entonces. Saumaize señala por ejemplo que el poeta Saint-Amant fue el primero en decir Le mot me manque (Me falta la palabra). Si hoy en día no llamamos a los sillones las comodidades de la conversación, es por pura casualidad, hay cosas que triunfan y otras que no. Estas expresiones que pasaron a la lengua encuentran pues su origen en un giro de conversación de los salones, donde se intentaba lograr un lenguaje más refinado.
El estado de una lengua se carácteriza tanto por sus ausencias como por sus presencias. Pues bien, encuentran en el diálogo con los famosos pájaros milagrosos, ingeniosidades como ésta: se les dice algo como necesidad de aire, y ellas escuchan crepúsculo. Es muy interesante: ¿quién de ustedes no ha escuchado confundir de manera corriente, en un habla no especialmente popular, amnistía y armisticio? Si les preguntase por turno a cada uno qué entiende por superstición por ejemplo, estoy seguro que llegaríamos a una linda idea de la confusión que puede tener en la mente respecto a una palabra que usan corrientemente; al cabo de cierto tiempo la superestructura terminaría por aparecer. De igual manera, los epifenómenos tienen una significación muy especial en medicina: Laënnec llama epifenómenos a los fenómenos, como la fiebre, comunes a todas las enfermedades
El origen de la palabra superstición es dado por Cicerón en su De natura deorum, que les convendría leer. Medirán por ejemplo en el cuan lejanos y próximos a la vez están los problemas que los Antiguos se planteaban sobre la naturaleza de los dioses. Los superstitiosi eran personas que oraban y hacían sacrificios todo el día para que su descendencia los sobreviviese. La superstición es el acaparamiento de la devoción por parte de personas con un objetivo que les parece esencial. Esto nos enseña mucho acerca de la concepción que tenían los Antiguos de la noción, tan importante en toda cultura primitiva, de la continuidad del linaje. Esta referencia podría también darnos quizás el mejor asidero para la verdadera definición de la superstición, que consiste en extraer una parte del texto de un comportamiento a expensas de las demás. Esto equivale a señalar su relación con todo lo que tiene de formación parcelar, de desplazamiento metódico, el mecanismo de la neurosis.
Lo importante es comprender qué se dice. Y para comprender qué se dice, es importante ver los reversos, las resonancias, las superposiciones significativas. Cualesquiera sean, y podemos admitir todos los contrasentidos, nunca son casuales. Quien medita sobre el organismo del lenguaje debe saber todo lo posible, y hacer, tanto respecto a una palabra como a un giro, o a una locución, el fichero más completo posible. El lenguaje juega enteramente en la ambigüedad, y la mayor parte del tiempo, ustedes no saben absolutamente nada de lo que dicen. En la interlocución más corriente el lenguaje tiene un valor puramente ficticio, ustedes adjudican al otro la impresión de que están realmente ahí, es decir que son capaces de dar la respuesta esperada, y que no tiene ninguna relación con cosa alguna que pueda profundizarse. Desde este punto de vista, el noventa por ciento de los discursos efectivamente sostenidos son completamente ficticios.
Este dato primordial es necesario a quien quiera penetrar la economía del presidente Schreber, y comprender qué quiere decir esa parte de sin-sentido que él mismo sitúa en sus relaciones con sus interlocutores imaginarios. Por ello los invito a un examen más cuidadoso de la evolución de los fenómenos verbales en la historia del presidente Schreber, a fin de poder articularlos luego con los desplazamientos libidinales.