Seminario 4: Clase 16, Cómo se analiza el mito, 3 de Abril de 1957

Dar a ver y ser sorprendido. El Profesor Dios. El método de Claude Lévi-Srauss. Desnuda y en camisón. Captura en el mecanismo permutativa

Qué intentamos este año?

Conservar el relieve y la articulación freudianos de la famosa y pretendida relación de objeto, que al examinarla revela no ser tan simple como dicen, incluso no haberlo sido nunca. De lo contrario, realmente no se entendería por que la obra de Freud había de hacerles lugar a estas dos dimensiones —todavía enigmatical y posiblemente cada vez más— llamadas el complejo de castración y la madre fálica, motivo de que hayamos concentrado nuestras investigaciones en el cave de Juanito, tratando de aplicarle el análisis para desenmarañar las relaciones fundamentales del sujeto, eso que llaman su entorno, y aislar tipos relaciónales con alguna utilidad analítica.

Ayer noche pudimos ver cuanto deja que desear todavía este instrumento. Cuando abordamos esta referencia, para nosotros fundamental, hablamos de la relación dual como fijada a la madre fálica, decimos que esta envuelta por la madre, o que no lo esta, etc. En suma, nos quedamos en carácterísticas que son tal vez muy generales, como dijo anoche el Sr. Prot en la sesión de la Sociedad, para permitir captar las incidencias eficaces que pudieran determinarse. En efecto, resulta singular que categorías tan flexibles como las que introdujo Freud no puedan ser adaptadas de una forma bastante corriente para permitirnos, por ejemplo, diferenciar dentro de una misma familia de relaciones entre un rasgo de carácter y un síntoma. No basta con establecer su analogía —si ocupan funciones distintas, deben entrar en juego relaciones de estructura distintas.

Esto es lo que tratamos de comprobar palpablemente a propósito de estos ejemplos eminentes que son las observaciones freudianas. Como ustedes saben, a lo largo de estos años hemos dado un sentido a las tres relaciones llamadas de lo simbólico, de lo imaginario y de lo real, que son tres modos esenciales profundamente distintos, y sin cuya distinción pretendemos que es imposible orientarse, ni siquiera en la experiencia más cotidiana. Este sentido, nos esforzamos para precisarlo en la experiencia, porque no puede darse mejor definición de un concepto que usándolo.

1)
Así, la última vez habíamos llegado a formarnos la idea de que Juanito, a quien captamos en la observación en determinado momento de su biografía, esta marcado por cierto tipo de relación con su madre, cuyos términos fundamentales están definidos por la presencia manifiesta del objeto fálico entre los dos.

No era como para sorprendernos. Por medio de otras observaciones, ya habíamos visto desde el comienzo de este año hasta que punto el falo, como objeto imaginario del deseo materno, constituía un punto verdaderamente crucial de la relación madre-hijo. En una primera etapa, puede definirse el acceso del niño a su propia situación en presencia de la madre, diciendo que requiere por su parte el reconocimiento, incluso la asunción, del papel esencial de ese objeto imaginario, el objeto fálico, que entra como un elemento de composición del todo primordial en la estructuración primitiva de la relación madre-hijo.

Ninguna otra observación puede sernos más útil en este sentido que la observación de Juanito. Todo empieza en efecto con el juego entre él y la madre —ver, no ver, acechar el falo, espiar donde está. Subrayemos que en este punto seguimos en una total ambigüedad en cuanto a lo que se puede llamar la creencia de Juan. Tenemos toda la impresión de que al comienzo de la observación ya hace tiempo que, desde el punto de vista real, se ha formado su propia idea, como suele decirse. He pensado en todo esto, Ich habe gedacht, dice cuando le den esas respuestas rápidas, que sirven para despistar, y que los padres se sienten obligados a dar ante cualquier pregunta algo intempestiva por parte del niño.

Si la relación imaginaria puede pasar por ser eminentemente la reacción de ver y ser visto, quiero puntuar una vez más hasta que punto es importante mantener ya a este nivel la articulación intersubjetiva, que está lejos de ser dual, como van a ver ustedes. Si la relación llamada escoptofílica, con sus dos términos opuestos, mostrar y mostrarse, merece atraer un instante nuestra atención, es porque ya es distinta de la relación imaginaria primitiva, una modalidad de captura en el campo de aquello que podríamos llamar un enfrentamiento visual recíproco.

Insistí mucho en ello en la época en que me referia al reino animal y a los singulares duelos visuales de las parejas animales, cuando se ve al animal, ya sea un lagarto o un pez, guiado por ciertas reacciónes típicas llamadas de pavoneo. Entre los dos adversarios o parteners, todo se erige a base de determinado conjunto defaneras, de señales, de aparatos de captura visual en uno y otro —luego, sólo en este plano del enfrentamiento visual, en uno de los dos algo cede, y entonces se eclipse, hay evasión motriz y sus colores palidecen, se aparta de la visión del que ha ocupado la posición dominante. La experiencia nos muestra que esto no siempre tiene lugar estrictamente a favor del macho y contra la hembra, sino que alguna vez una manifestación de este tipo se produce entre dos machos. Lo que se produce en el plano de la comunicación visual se prepara y se prolonga directamente en el acto de presión, incluso en la opresión, el dominio, que doblega a uno de los sujetos frente al otro, permite que uno le pueda al otro.

Si este es el punto de referencia biológico o etológico que nos permite dar todo su relieve a la relación imaginaria en su articulación con el conjunto, no del pavoneo, sino del apareamiento es para dejar claro hasta que punto las cosas son ya de entrada distintas en lo que hasta ahora he llamado la adivinación, por parte del niño, del mundo imaginario materno. La cuestión aquí no es tanto ver y experimentar el imperio de lo que se ve, sino tratar de ver, espiar, lo que a la vez está y no está. Lo que se busca en esa relación es algo que está en la medida en que permanece velado, y sostener la ilusión para mantener algo que está y no está. El drama imaginario tiende hacia una situación fundamental, cuyo carácter crucial no podemos ignorar, en la que se inserta y adquiere un sentido aún más elaborado —la situación de la sorpresa.

No pasen por alto el carácter ambigüo de este término en la lengua francesa. La sorpresa se relacióna con el acto de sorprender, en el sentido en que se dice —lo vi por sorpresa, la sorpresa del ejército de Eneas, o la sorpresa de Diana, que culmina en esa mitología que, como ustedes saben, no la menciono ahora porque sí, pues toda la relación acteonesca mencionada al final de mi escrito sobre La Cosa freudiana se base también en este momento esencial. Pero esta palabra tiene además otro aspecto. Si Diana es sorprendida, no obstante no siente sorpresa. Por el contrario, estar sorprendido corresponde también a un descubrimiento inesperado. Quienes asisten a mi presentación de enfermos han podido comprobar en uno de nuestros pacientes transexuales, que nos la describió, el carácter verdaderamente desgarrador de la dolorosa sorpresa experimentada el día que, por primera vez, vio a su hermana desnuda.

Así, a un nivel superior al de ver y ser visto, la dialéctica imaginaria desemboca en un dar a ver y quedarse sorprendido cuando el velo se levanta. Esta es la única dialéctica que nos permite comprender el sentido fundamental del acto de ver. Es esencial en la propia génesis de la perversión. No puede ser más evidente en el exhibicionismo. La técnica del acto de exhibir consiste para el sujeto en mostrar lo que tiene en la medida en que el otro no lo tiene. Como se desprende de sus declaraciones, lo que el exhibicionista busca levantando el velo es capturar al otro en algo que esta muy lejos de ser un simple àpresamiento en la fascinación visual, y así obtiene el placer de revelarle al otro lo que supuestamente no tiene, para sumirlo al mismo tiempo en la vergüenza por lo que le falta.

Sobre este fondo evolucionan todas las relaciones de Juan con su madre. La madre participa plenamente y hace participar al niño con la mayor complacencia en el funcionamiento de su cuerpo. Pero en alguna ocasión pierde el control y se muestra severa, da bufidos, profiere acusaciones, ante la participación exhibicionista solicitada por Juanito. Si el objeto imaginario juega aquí un papel fundamental, es por cuanto está ya prendido en la dialéctica del velo y de su alzamiento.

Cuando el esta ahí, en este rodeo, tomamos a Juanito y le preguntamos por qué hace su fobia tras un lapso de aproximadamente un año desde que ocurrieron cosas de una importancia capital en su vida, especialmente el nacimiento de su hermanita y el descubrimiento de que es también ella, un término esencial en la relación con la madre.

Como ya hemos indicado, esta fobia debe situarse en un proceso en el cual el niño ha de cambiar profundamente todas sus formas de relación con el mundo, a fin de admitir lo que al final será admitido y a veces los sujetos tardan toda una vida en asumir, a saber, que en ese campo privilegiado del mundo, el de sus semejantes, hay en efecto sujetos que están privados realmente de ese famoso falo imaginario.

Se equivocarían si creen que baste con una noción científica y articulable para que esto sea admitido entre las creencias del sujeto. La profunda complejidad de las relaciones del hombre con la mujer procede precisamente de lo que podríamos llamar, en nuestro rudo lenguaje, la resistencia de los sujetos masculinos a admitir efectivamente que los sujetos femeninos están verdaderamente desprovistos de algo y, con mayor razón, que estén provistos de algo distinto.

Esto nos exige una fuerte articulación a partir de los hechos y el apoyo de nuestra experiencia analítica. Aquí tiene su raíz un desconocimiento, mantenido a veces con tal tenacidad, que influye en toda la concepción del mundo del sujeto, especialmente en su concepción de las relaciones sociales. Se mantiene más allá de todo límite en sujetos que pretender haber aceptado perfectamente la realidad, y con una sonrisa. El borramiento de este hecho en nuestra experiencia muestra hasta que punto somos todavía incapaces de beneficiarnos de los términos más elementales de la enseñanza freudiana. ¿por que es tan difícil admitirlo? Conseguiremos responder a eso al término de nuestro recorrido de este año.

Por ahora, basémonos en la observación de Juanito y articulemos como se plantea el problema de semejante reconocimiento en este niño. ¿Por qué se hace necesario de repente? —cuando lo más importante hasta entonces era jugar a que no era así. Retroactivamente aclararemos por que era tan importante jugar a que no.

Veamos igualmente porque sólo puede operarse la asunción de la privación real —con resultados subjetivamente soportables para el sujeto, quiero decir que permitan su integración en la dialéctica sexual de forma que el ser humano no sólo pueda soportarla, sino vivirla— si se produce la integración de un hecho ya dado, es decir, el hecho de que la madre es ya un adulto y esta atrapada en las relaciones simbólicas en el interior de las cuales se sitúan las relaciones sexuales interhumanas. Es preciso que el propio niño tome este camino y pruebe la crisis del Edipo, con la castración como momento esencial. Esto es lo que ilustra el ejemplo de Juanito —pero tal vez no lo ilustra por completo, ni perfectamente. Y tal vez en esta incompletud se pondrá particularmente de manifiesto el movimiento esencial de la observación.

Si este análisis es privilegiado, es porque en el vemos producirse a cielo abierto la transición que hace pasar al niño, de la dialéctica imaginaria del juego intersubjetivo con la madre alrededor del falo, al juego de la castración en la relación con el padre. Este paso se da mediante una serie de transiciones que son precisamente lo que yo llamo los mitos forjados por Juanito.

¿Por qué lo vemos con tanta pureza? Ya empecé a articularlo, y ahora vuelvo al punto donde nos habíamos quedado.

2)
La última vez les deje con aquel fenómeno sorprendente —la descripción por parte de Juan del fantasma de las dos jirafas, en el que vemos como una ilustración, para el seminario, del paso de lo imaginario a lo simbólico.

Literalmente, Juanito nos muestra aquí, cual prestidigitador, que la imagen doblada de la madre, su metonimia, no es sino un trozo de papel, una jirafa arrugada sobre la que se sienta.

Aquí hay como un esbozo del esquema general, y la indicación de que vamos bien encaminados. Si hubiera querido inventar una metáfora del paso de lo imaginario a lo simbólico, nunca hubiera conseguido inventar la historia de las dos jirafas, tal como la fantaseo Juanito y como el la articula, con todos sus elementos. Se trata de la transformación de una imagen dibujada en una bola de papel, que es enteramente símbolo, elemento propiamente movilizable. Y el se sienta encima de su madre, reducida por fin al símbolo, a ese trozo de papel del que uno puede apoderarse y exclamar— ¡Vaya cartita que tiene Juanito! ¡Es papel mojado. Por supuesto, no es suficiente, de otro modo se curarla, pero con este acto nos muestra de que va.

Como ignorar aquí que los actos espontáneos de un niño son algo mucho más directo y más vivo que las concepciones mentales de un ser adulto, tras los largos años de cretinización amplificatoria que constituye por lo común eso que llaman la educación.

Veamos claramente que ocurre sirviéndonos de nuestra tabla como si ya estuviera confirmada. ¿Qué quiere decir que ha de ser un padre imaginario quien establezca definitivamente el orden del mundo, a saber, que no todo el mundo tiene falo? Es fácil reconocerlo —el padre imaginario es el padre omnipotente, es el fundamento del orden del mundo en la concepción común de Dios, la garantía del orden universal en sus elementos reales más masivos y más brutales, el es quien todo lo ha hecho.

Me limito a ir forjando mi tabla, ahora no tienen ustedes más que remitirse a la observación de Juanito. Cuando Juanito habla del buen Dios, como hace en dos ocasiones, lo hace de una forma muy bonita. Su padre ha empezado a hacerle algunas aclaraciones, de lo que resulta una mejoría, por otra parte pasajera. El 15 de Marzo, cuando sale y se da cuenta de que hay algunos coches y caballos menos de lo habitual, dice —Qué amable es por parte del buen Dios que hoy haya puesto menos caballos, qué astuto.

¿Qué quiere decir esto? No tenemos ni idea. ¿Quiere decir que hoy hay menos necesidad de caballos? No es imposible que así sea, pero gescheít no significa amable, sino francamente pícaro. Se tiende a creer que el buen Dios le ahorra dificultades, pero como el caballo no es sólo una dificultad, sino también un elemento esencial, eso significa que el, Juan, hoy tiene menos necesidad de caballos. De cualquier forma, el buen Dios esta ahí como un punto de referencia esencial.

Resulta muy chocante ver que tras el encuentro con Freud —se produce el 30 de Marzo, justo después de hacer de la madre una bola de papel, sin quedar del todo satisfecho, pero ya va por buen camino—, Juanito menciona a Dios una vez más. En fin, que el Profesor debe de hablar con el buen Dios para decir todo lo que acaba de decir. Esto, a Freud, algún cosquilleo sí que le produce, le divierte y al mismo tiempo le hace feliz. Por otra parte, el mismo plantea cierta reserva, pues sin duda algo tiene que ver con esto su propia fatuidad, ya que no se ha privado de adoptar esa actitud de superioridad consistente en decirle —Mucho antes de que tú nacieras, yo ya sabía que un niño iba a querer demasiado a su madre y, por esta razón, tendría dificultades con su padre.

Es chocante ver a Freud en esta actitud. Ni se nos ocurre reprochárselo. Ya hace mucho que les hice ver la dimensión original, excepcional, que adquiere Freud en todos sus análisis, porque la palabra interpretativa que le da al sujeto no es un enunciado que el transmita, sino verdaderamente algo que el mismo ha encontrado y que accede directamente por su boca a la autenticidad de la palabra, referencia esencial tal como les enseño. Es imposible no darse cuenta de hasta que punto una interpretación de Freud es distinta de todas las que nosotros podamos hacer después de él. Como a menudo hemos podido comprobar, Freud no se impone en esto ninguna clase de regla, adopta verdaderamente la posición que podríamos llamar divina —le habla al joven Juan desde el Sinaí, y él acusa el golpe.

Entiendan que la posición del padre simbólico, tal como se la he localizado en la articulación simbólica, permanece oculta. Situarse, como hace Freud, como el amo absoluto, no corresponde al padre simbólico, sino al padre imaginario, y así es como aborda Freud la situación.

Es muy importante pensar las particularidades de la relación de Juan con su analista. Si queremos comprender esta observación debemos tener claro que tiene algo absolutamente excepcional entre todos los análisis de niños. La situación se desarrolla de tal forma que el elemento del padre simbólico se distingue bastante del padre real y, como ven, del padre imaginario. A esto debemos sin duda —luego lo vamos a confirmar —la notable ausencia de fenómenos de transferencia, por ejemplo, así como la ausencia de fenómenos de repetición, y por eso tenemos la relación en estado puro del funcionamiento de los fantasmas .

El interés de esta observación es también mostrarnos que la Durcharbeztung no es, en contra de la opinión comúnmente aceptada, un simple ir machacando hasta que, al final, algo que sólo había sido asimilado intelectualmente acaba penetrando en la piel del sujeto como una ranura o una impregnación. Si la Durcharbeitung es necesaria, sin duda es porque es necesario que se recorran cierto numero de circuitos, en diversos sentidos del término, para que la función de simbolización de lo imaginario se cumpla eficazmente. Por eso vemos que Juanito sigue un camino laberíntico —hasta donde podemos reconstituirlo, pues en todo momento queda quebrado, entrecortado por las intervenciones del padre, que no siempre están muy bien dirigidas, ni respetan demasiado al sujeto, como Freud subraya. Sin embargo, vemos producirse y reproducirse una serie de construcciónes míticas cuyos verdaderos elementos componentes hay que discernir. En vez de contentarnos recubriendo los hechos con términos para todo uso —complejo de esto, complejo de aquello, relación anal, apego a la madre—, más vale tratar de ver las funciones, los elementos representativos, figurativos, que nos aportan, como esos relatos tan articulados que son los mitos antiguos .

Tenemos la costumbre de atribuir masivamente equivalentes a los términos que intervienen diciendo —esto representa al padre, esto representa a la madre, esto representa al pene. Ahora bien, cada uno de estos elementos, por ejemplo, el caballo, sólo puede concebirse en su relación con cierto numero de otros elementos igualmente significantes. Es imposible hacer corresponder el caballo, como cualquier otro elemento de los mitos freudianos, con una significación unívoca. El caballo es, en primer lugar, la madre, el caballo es finalmente el padre y, entretanto, ha sido también posiblemente Juanito, quien, en efecto, de vez en cuando juega a los caballos, o hace de pene, que es lo que el caballo representa en distintos momentos de la historia.

Esto, que es manifiestamente cierto tratándose del caballo, no lo es menos para cualquier elemento significante presente en las distintas formas de la creación mítica, extremadamente abundante, a la que se entrega Juanito. En un momento dado, la bañera es la madre, pero al final es el trasero de Juanito —esto lo comprenden tanto Freud como el padre, además del propio Juanito. Podemos hacer la misma operación a propósito de cada uno de los elementos que están en juego, por ejemplo, la mordedura o también la desnudez.

Para darse cuenta de todo esto, es preciso que se esfuercen en cada etapa, en cada momento de la observación, por no entender enseguida. Es una cuestión de método. Tienen que aplicarse, como Freud se lo recomienda expresamente en dos momentos de la observación, a no entender enseguida. La mejor manera de no entender es hacerse pequeñas fichas y anotar, día a día, en una hoja de papel, los elementos que Juan aborda y que deben ser entendidos a este título, como significantes. Por ejemplo, subraya el solo con Mariedl. Si no comprendes nada, te quedas con este elemento significante, y como la inteligencia te vendrá comiendo, ves que eso coincide exactamente con alguna otra cosa que puedes inscribir en la misma hoja. No estar solamente con alguien, sino ester sólo con alguien, ¿qué supone? Supone que podría haber alguien mas.

Este método de análisis de los mitos es el que nos dio el Sr. Claude Levi-Strauss en un artículo del Journal of American Folklore, de Octubre-Diciembre de 1955, titulado La estructura de los mitos. Practicandolo, se pueden llegar a ordenar todos los elementos de un mito. Se alinean de tal forma que, leídos en una determinada dirección, den la secuencia del mito. Pero la reaparición de los mismos elementos, que no es una reaparición simple, sino transformada, obligue a ordenarlos, no simplemente en una sola línea si no en una superposición de líneas dispuestas como en una partitura, y entonces puede verse cómo se establecen una serie de sucesiones legibles tanto horizontalmente como verticalmente. El mito se lee en un sentido, pero su sentido, o su comprensión , aparece con la superposición de los elementos analógicos que reaparecen bajo formas diversas, transformados en cada ocasión, sin duda para efectuar cierto recorrido que va, como diría el Sr. Perogrullo, del punto de partida al punto de llegada, y así, algo que al principio parecía irreductible se integra en el sistema.

Del mismo modo, en la historia de Juanito comenzamos con la irrupción del pene real en el juego nino-madre, que es nuestro punto de partida, y al final el pene real encuentra cómo alojarse de forma suficiente para que Juanito pueda proseguir su vida sin angustia. He dicho suficiente y no necesaria, porque tal vez podría ser aún más plena, y esto es precisamente lo que veremos. El complejo de Edipo en Juanito tal vez no alcance una solución del todo satisfactoria. Simplemente, baste para liberarlo de la intervención del elemento fóbico, hace innecesaria la conjunción de lo imaginario con la angustia llamada la fobia y concluye con su reducción.

En efecto, viendo ahora directamente al epílogo, tengamos presente que cuando Freud vuelve a ver a Juan, a la edad de diecinueve años, el ya no se acuerda de nada. Le den a leer su historia y todo se le ha borrado. Freud hace una bonita comparación entre este borramiento y lo que se produce cuando un sujeto se despierta de noche, empieza incluso a analizar su sueño —conocemos esto— y luego, una vez transcurrida la noche, por la mañana lo ha olvidado todo, tanto el sueno como el análisis. Esta comparación es muy tentadora y nos permite pensar, con Freud, que de lo que se trata en la observación de Juan —resulta palpable— no es de nada comparable en modo alguno con la integración o la reintegración por parte del sujeto de su historia, realizada mediante el levantamiento eficaz de una amnesia y manteniéndose los elementos conquistados. Se trata por el contrario de una actividad muy especial, en el límite de lo imaginario y lo simbólico, del mismo orden que la del sueno. Además, en esta mitificación que se produce a lo largo de toda la observación, los sueños desempeñan un papel económico asimilable en todo al de los fantasmas, incluso al de los simples juegos e invenciones de Juan.

No olvidemos lo que Freud nos dice de paso, que no obstante Juan ha captado algo en la lectura de su historia y dice al respecto—En efecto, es muy posible que esto tenga relación conmigo. Se trata de todo lo referido a la hermana y todas las fantasmatizaciones que se integran en la relación con ella. En ese momento los padres de Juan ya se han divorciado, como se podía llegar a prever por el curso de la observación, y eso no hace a Juan más infeliz. Sólo una cosa todavía supone para el una herida, esa hermana menor de la que ahora está separado. El curso de la vida ha llevado a esta hermanita a representar para el ese término alejado, más allá de lo que le resulta accesible al amor, que es el objeto de amor idealizado, a saber, esa girl=phallus que fue el punto de partida de nuestro análisis y permanecerá, no tenemos porque dudarlo aunque se bate sólo de una extrapolación, como una marca que daré su estilo y su tipo a toda la vida amorosa de Juanito.

Sin duda, a pesar del magistral análisis del que Juan fue objeto, todo indica que no fue plenamente culminado y la relación de objeto resultante no es del todo satisfactoria.

3)
Volvamos al punto de partida, a Freud, al padre del niño que es discípulo suyo y a las instrucciónes que le da Freud, porque ya hemos visto como el asume su propio papel. ¿Cómo le dice a su agente que se comporte? Le hace dos recomendaciones.

La primera recomendación tiene dos caras. Una vez enterado de la actitud de Juanito y de los fenómenos penosos y angustiantes que padece, Freud le dice al padre que le explique al niño que esta fobia es una tontería, eine Dummbeit, y la tontería en cuestión está relaciónada con su deseo de acercarse a su madre. Además, como Juanito está interesado desde hace algún tiempo en el Wiwimacher, le hace saber que, como el mismo ya se ha dado cuenta, eso no está del todo bien, unrecht, y por eso el caballo es tan malo y quiere morderle.

Esto nos lleva lejos, porque de entrada tenemos una maniobra directa sobre la culpabilidad. Tal maniobra consiste, por una parte, en eliminar la culpabilidad diciéndole al niño que se trata de cosas simples y naturales, que sólo hay que poner un poco en orden y bajo control, pero, por otra parte, acentúa el elemento de interdicción, al menos relativa, de las satisfacciónes masturbatorias. Veremos que resultado tiene esto en el niño.

La segunda recomendación de Freud es aún más carácterística del lenguaje que emplea. Como la satisfacción de Juanito consiste manifiestamente en ir a descubrir —y por eso he vuelto a hablar hace un momento de la dialéctica del descubrir y el sorprender— el objeto oculto que es el pene o el falo de la madre, le quitan este deseo dejándole sin el objeto de tal satisfacción —Dígale usted que ese falo deseado no existe. Freud lo articula textualmente al comienzo de la observación, en las páginas 263 y 264 del volumen de las Gesammelte Werke. Es difícil encontrar nada mejor como intervención del padre imaginario. Aquel que ordena el mundo dice que aquí no hay nada que buscar.

Se ve igualmente hasta que punto el padre real es incapaz de asumir semejante función; Cuando trata de hacerlo, Juan reaccióna por una vía distinta de la que el le sugiere, como ya había hecho con la historia de las dos jirafas. Inmediatamente después de que se le articule afirmativamente la ausencia del falo, fantasea la siguiente historia, que es muy bonita—cuenta que vio a su madre, en camisón y completamente desnuda, mostrándole el Wiwimacher, que el hizo igual y tomó como testigo del comportamiento de mamá a la criada, la famosa Grete.

Magnifica respuesta, y perfectamente conforme con lo que yo intentaba articular hace un momento. Se trata, precisamente, de ver como velado lo que esta velado. La madre esta a la vez desnuda y en camisón, exactamente como en aquella historia de Alphonse Allais, que exclamaba con las manos hacia el cielo —Miren a esa mujer, debajo de su vestido va desnuda. Tal vez nunca hayan llegado a ponderar la incidencia y el alcance de esta observación en las subyacencias metafísicas de su comportamiento social, pero es fundamental en la relación interhumana.

Entonces, el padre de Juanito, que no se distingue por una excesiva picardía en la percepción de las cosas, le dice —Pero una de dos, o está desnuda o en camisón. Pero ahí está el problema—para Juan, está a la vez desnuda y en camisón, exactamente como para todos ustedes que están aquí. De ahí la imposibilidad de garantizar el orden del mundo con una intervención autoritaria. Evidentemente, el padre imaginario existe desde hace mucho, desde siempre, es una cierta modalidad del buen Dios, pero eso no resuelve todos nuestros problemas, lo sabemos de una forma no menos clara, comprobada y permanente.

Antes de esta tentativa, el padre había hecho un primer planteamiento tratando, como le habla dicho Freud, de reducir la culpabilidad de Juanito. Le hace una primera aclaración sobre la relación que hay entre el caballo y algo prohibido, que es tocarse el sexo. Esta intervención, dirigida en suma a apaciguar la angustia de culpabilidad , como analistas sabemos, tras unos veinte o treinta años de experiencia, que está condenada al fracaso, que de ningún modo se debe abordar frontalmente la culpabilidad, salvo transformándola en diversas formas metabólicas . Con Juan, no podía ocurrir de otro modo. En cuanto el padre le dice que el caballo no es aquí sino un sustituto terrorífico de algo de lo que no debe hacer una montaña, el niño, que hasta ese momento tenía miedo de los caballos, está obligado, dice, a mirarlos.

Detengamonos un momento en este mecanismo, que merece la pena destacar. ¿Qué quiere decir en suma lo que le dicen? Equivale a decirle que tiene permiso para mirar los caballos. Como en los sistemas totalitarios, definidos por el hecho de que en ellos todo lo permitido es obligatorio, desde ese instante se siente obligado a hacerlo. A Juanito le dicen que esta permitido acercarse a los caballos, pero como el problema no es ese, entonces se siente obligado a mirarlos.

¿Qué puede significar este mecanismo que he resumido de esta forma, lo que está permitido se convierte en obligatorio? En primer lugar, tenemos una transición, la eliminación de lo que antes estaba prohibido, y lo que se convierte de este modo en permitido adquiere entonces el carácter de obligación. Esto debe ser pues como un mecanismo hecho para mantener bajo una forma distinta el derecho a lo que estaba prohibido. En otros términos, lo que ahora hay que mirar es precisamente lo que antes no se debía mirar.

En cuanto al caballo, ya sabemos que prohibe algo, en la medida en que la fobia es una avanzadilla, una protección contra la angustia. El caballo marca un umbral, esta es su función esencial. Por otra parte, está relaciónado con un elemento nuevo que trastorna el conjunto del juego del sujeto, o sea con el pene real. ¿Significa esto que el caballo es el pene real? De ninguna manera. Como mil ejemplos se lo demostraran a continuaci6n, el caballo esta muy lejos de ser el pene real, puesto que a lo largo de las transformaciones del mito de Juan, es también la madre, el padre, a veces Juanito. Hagamos intervenir aquí una noción simbolizante esencial que desarrolle para ustedes hace dos años a propósito del juego de palabras de Angelus Silesius, Ort-wort, y digamos que en este caso ahí es donde debe ir a alojarse el pene real, no sin provocar temor y angustia.

Con esta primera aportación del padre, todavía poco alentadora, vemos como de todas formas la estructura significante se pone en marcha. Dicha estructura resiste a las intervenciones imperativas del padre, pero reaccióna ante sus intervenciones, aunque sean torpes y confusas, y produce esa serie de creaciones míticas que, mediante una serie de transformaciones, integraran poco a poco en el sistema de Juan el elemento nuevo que exige ír más allá de la intersubjetividad del señuelo, sin embargo fundamental, con ayuda de la cual Juan juega a sorprender, a hacerse sorprender, a presentar como ausente y al mismo tiempo, por el mismo juego, todavía presente, el primer elemento de su relación con su madre, ese objeto fálico tercero que a fin de cuentas también debe integrarse. Ese elemento nuevo e incómodo aparecido desde hace algún tiempo es, como ustedes saben, su propio pene, su pene real, con sus propias reacciónes que amenazan con hacer saltar todo por los aires. Este es para el manifiestamente el elemento de perturbación y turbador en la serie de sus creaciones imaginarias.

Como hoy estamos a 3 de Abril, vayamos primero a lo que ocurre el 3 de Abril de 1908, cuando padre e hijo especulan, desde su ventana, sobre lo que ocurre en el patio de enfrente. En el patio de enfrente hay ya elementos significantes que le proporcionaran a Juan un primer apoyo frente a su problema, elementos con los que hará su primera construcción mítica, bayo el sígno, nos dice Freud, de los medios de transporte.

Ya saben ustedes lo que constantemente esta presenciando Juanito, los caballos, los coches que se mueven, se descargan cosas, los chicos se suben encima de los paquetes, etc. ¿Para qué servirá todo esto? ¿Creen ustedes que hay alguna preadecuación, prevista desde toda la eternidad por el padre imaginario eterno, entre los medios de locomoción en uso bajo el reinado del emperador Francisco José en la Viena de antes de 1914 y las pulsiones, las tendencias naturales que surgen de acuerdo con el buen orden del desarrollo instintual? Todo lo contrario. Estos elementos tienen también su orden de realidad, pero el niño se servirá de ellos como elementos necesarios para su juego de permutación.

Siempre vuelvo a este punto —el uso del significante sólo es concebible partiendo de que el juego fundamental del significante es la permutación. Por muy civilizado, incluso instruido, que sea uno, es torpe, en el sentido corriente de la vida, para agotar todas las permutaciones posibles. Se lo demostraré conmigo mismo. Sepan que tengo una corbata con un lado un poco más claro y otro un poco más oscuro, y para poner el lado pálido debajo y el oscuro delante, tengo que llevar a cabo mentalmente una permutaci6n, y siempre me equivoco.

El orden permutativo es lo que esta en juego en lo que construirá Juanito. No traten de entender enseguida que quieren decir el caballo,

el coche, Juanito encima de él y la descarga. Juanito tiene ganas de subirse al coche, pero tiene miedo. ¿De qué tiene miedo? Teme que el coche arranque antes de que el alcance el muelle de descarga. Es inútil apresurarse a decir —Ya conocemos esto, teme ser separado de su madre. Juanito enseguida nos tranquiliza y dice —Si se me llevan, tomaré un coche de alquiler y volveré. Se mantiene firmemente en la realidad. De modo que se trata de otra cosa. Lo que cuenta es el hecho de estar en un coche junto a algo de lo que este puede separarse, algo con respecto a lo cual puede desplazarse.

Cuando aíslen ustedes este elemento, lo encontrarán en mil detalles de la observación de Juanito, por ejemplo, ese fantasma surgido mucho más tarde, el del tren donde va montado, de camino a Gmunden, cuando no consiguen vestirse y bajar del tren a tiempo. Habrá muchos otros todavía, porque uno de los últimos fantasmas de Juanito, el 22 de Abril, consiste en hacerse llevar por un conductor, montado triunfalmente, completamente desnudo, en un trasto sin caballo donde pasa la noche y puede continuar su viaje en el mismo chisme, sólo dándole cincuentamil florines al conductor. No puede pasarles desapercibido el parentesco evidente que hay entre estos distintos momentos de la fantasmatización de Juanito.

Verán igualmente toda la fantasmatización alrededor de la buena, de la excelente Anita. La vemos en un momento dado con Juanito, en un coche muy parecido a los anteriores porque tiene los mismos caballos de angustia. Ana acabara cabalgando sobre uno de esos caballos, dentro de este primer mito que podemos llamar el mito del coche.

Traten ustedes de ver cómo el enganche —de esto se trata ciertamente, se esta hablando en todo momento de caballo, pero puede ser con o sin coche—, como los distintos elementos significantes que lo componen, y los conductores, más la referencia del coche a determinado plano fijo, resultan tener significaciónes distintas a medida que la historia se desarrolla. Traten de ver que es lo más importante en todo esto y a que responde el progreso de Juan. ¿Al papel del significante, como les explique en mi Seminario sobre «La Carta robada», o a alguna otra cosa? ¿Se debe, si o no, al desplazamiento del elemento significante a las distintas personas que caen bajo su sombra y quedan inscritas en su posesión? ¿Consiste aquí el progreso en el movimiento de rotación del significante alrededor de los distintos personajes en los que el sujeto se interesa y que quedan capturados en el mecanismo de permutación? ¿O al revés? En el caso que nos ocupa, no se ve claro de que clase de progreso podría tratarse, salvo de un progreso en el orden del significante.

Podemos decir que ninguno de los elementos de la realidad que le rodea supera verdaderamente los medios de Juan, no hay indicios en esta observación de nada que pueda llamarse regresión, y si creen que hay regresión porque en determinado momento Juanito produce una inmensa fantasmagoría anal a propósito del Lumpf; cometen un error de bulto —se trata de un formidable juego mítico, el cual no supone ninguna clase de regresi6n. Juanito mantiene, por así decirlo, su derecho a la masturbación de principio a fin durante toda la observación, sin ceder. Si algo hay carácterístico del estilo general del progreso de Juanito, es precisamente lo que tiene de irreductible, y el propio Freud lo subraya. Si no hace una histeria, sino una fobia, sin duda es porque en un sujeto así el elemento genital es del todo sólido, esta presente, instalado, es resistente, muy fuerte. Esto queda claramente articulado en la observación.

Trataremos de verlo la próxima vez. Veremos que Juanito no emplea un único mito, un único elemento alfabético, para resolver sus problemas, es decir, el paso de una aprehensión fálica de la relación con la madre a una aprehensión castrada de las relaciones con el conjunto de la pareja parental. Está la famosa historia de la bañera y el berbiquí —toda ella relaciónada con lo que llamaré la función lógica de los instrumentos fabricados. Inevitablemente nos cautiva el modo en que este niño se sirve, como de instrumentos lógicos, de elementos agrupados en torno a formas de coaptación muy elaboradas en la adaptación humana. Estos elementos que se oponen entre ellos son, por ejemplo, lo que esta agarrado, o incluso adherido de forma natural —lo perforado, polo temible ante el cual el niño se detiene presa de temor— lo atornillado o también atenazado, me refiero a lo que es agarrado con tenazas, con el papel esencial que juega en el otro mito, el de la bañera y el grifo.

Todo el progreso operado por Juan durante la observación reside en los detalles de esta estructuración mítica, es decir, en la utilización de los elementos imaginarios para agotar determinado ejercicio del intercambio simbólico. Esto acabara haciendo inútil ese elemento de umbral, es decir, de primera estructuración simbólica de la realidad, que era su fobia.