Freud, la niña y el falo. El signifcante Niederkommt. Las mentiras del inconsciente. Servir a la Dama. El más allá del objeto.
Hoy daremos un salto para adentrarnos en un problema que normalmente no hubiéramos debido abordar hasta más adelante en nuestro discurso, de haber procedido paso a paso. Este problema es el de la perversión, entre comillas, más problemática que pueda haber en la perspectiva del análisis, es decir la homosexualidad femenina.
¿Por qué procedo de esta forma? Hay en ello alguna contingencia. Pero sí hay algo seguro es que no podríamos examinar este año la relación de objeto sin dar con el objeto femenino.
El problema no es tanto saber como encontramos el objeto femenino en el análisis. En cuanto a esto, con lo que el análisis nos da ya sabemos a que atenernos —la materia de ese encuentro no es natural. Ya se lo mostré suficientemente el último trimestre en la primera parte de este seminario, recordándoles que el sujeto femenino es siempre convocado, cuando el hombre lo encuentra, a inscribirse en una especie de reencuentro que le sitúa de entrada en una posición carácterizada por la ambigüedad entre las relaciones naturales y las relaciones simbólicas. En esta ambigüedad reside precisamente, como trato de demostrarles, la dimensión analítica.
El problema ahora es que piensa de ello el objeto femenino, es decir, que camino toma tras su primera aproximación al objeto natural y primordial del deseo, o sea el seno materno. Este camino es aún menos natural que para el sujeto masculino? Cómo entra el objeto femenino en esta dialéctica?
No en vano llamo hoy a la mujer objeto, puesto que en algún momento deberá entrar en esta dialéctica en función de objeto. Sólo que tal posición es muy poco natural, pues se trata de una posición en segundo grado —únicamente tiene interés calificarla así porque es un sujeto quien la ocupa.
Todo el análisis ha otorgado a la homosexualidad femenina un valor particularmente ejemplar, por lo que ha podido revelar sobre las etapas del camino seguido por la mujer y las detenciones que pueden marcar su destino.
Lo que al principio es natural o biológico se traslada siempre al plano simbólico, donde se trata de asunción subjetiva, al estar el propio sujeto capturado en la cadena simbólica. Aquí precisamente es donde se trata de la mujer como sujeto, pues debe hacer una elección que, sea cual sea, ha de ser. como nos enseña la experiencia analítica, un compromiso entre lo que se ha de alcanzar y lo que no se ha podido alcanzar. La homosexualidad femenina aparece siempre cuando la discusión se refiere a las etapas que la mujer ha de atravesar para cumplir su culminación simbólica. En relación con esto, vamos a agotar cierto número de textos que, por lo que a Freud se refiere, se despliegan a partir de 1923, fecha de su artículo sobre La organización genital infantil.
En este texto, Freud plantea como un principio la primacía de la asunción fálica. La fase fálica, etapa terminal de la primera época de la sexualidad infantil, que se termina con la entrada del período de latencia, es una fase típica tanto para el niño como para la niña. La organización genital da su fórmula. Los dos sexos la alcanzan. La posesión o la no posesión del falo es su elemento diferencial primordial. Así, no hay realización del macho y de la hembra, hay lo que esta provisto del atributo fálico y lo que esta desprovisto de el, y estar desprovisto se considera equivalente a estar castrado.
Lo preciso —tanto para uno como para el otro sexo esto se base en un reparto erróneo, Misslinguen, y este mal reparto se base en una ignorancia— no se trata de desconocimiento, sino ciertamente de ignorancia. Por un lado, ignorancia del papel fecundador del semen masculino, por el otro, ignorancia de la propia existencia del órgano femenino.
Entender estas afirmaciones inauditas requiere toda una exégesis. En efecto, no es posible que se trate en este caso de una descripción a situar en el plano de la experiencia real.
Esta objeción la plantearon, por otra parte de la forma más confusa, autores que seguidamante entraron en acción. Gran número de hechos nos llevan a admitir que, al menos en la niña, se revela efectivamente la presencia vivida, si no del papel real del macho en el acto de la procreación, sí al menos de la existencia del órgano femenino. Que hay en la experiencia precoz de la niña pequeña algo correspondiente a la localización vaginal precoz, que hay emociones, incluso una masturbación vaginal precoz , es bastante indiscutible. Al menos se da en cierto número de casos. A partir de esto, el punto en discusión es el de saber si la predominancia de la fase fálica en la niña debe atribuirse a la existencia del clítoris, si la libido —hagamos de éste término sinónimo de toda experiencia erógena— se concentra al principio exclusivamente en el clítoris y sólo se difunde tras un recorrido largo y penoso, que requiere un largo rodeo.
Seguramente la afirmación de Freud no debe comprenderse en este sentido. De situarla Así, demasiados hechos, por otra parte confusos, permiten plantear toda clase de objeciones, como hace por ejemplo Karen Homey. Sus objeciones se basan en premisas realistas, con la suposición de que todo desconocimiento implica en el inconsciente cierto conocimiento de la coaptación de los sexos, y que en la niña, en consecuencia, el órgano que no le corresponde sólo puede prevalecer sobre el fondo de la denegación de la existencia de la vagina, denegación que será preciso explicar. A partir de est as hipótesis admitidas a priori, se reconstruye con esfuerzo la génesis del término fálico en la niña. Si entramos en detalles, veremos que se trata tan sólo de una reconstrucción, cuya necesidad procede de cierto número de premisas teóricas, expresadas en parte por la misma autora, surgidas de la comprensión errónea de la afirmación de Freud. El dato último al que se remite la autora, la experiencia primordial del órgano vaginal, esta marcado por la incertidumbre, y por otra parte ella lo plantea con mucha prudencia, incluso con reserva.
La afirmación de Freud se funda en su experiencia. Aunque la lanza con prudencia, incluso con esa parte de incertidumbre tan carácterística en su presentación de este descubrimiento, no deja de afirmarla como algo primordial. Es un punto fijo. La paradójica afirmación del falicismo es el propio eje alrededor del cual debe desarrollarse la interpretación teórica. Esto es lo que trataremos de hacer.
Ocho años después, en 1931, Freud escribe sobre la sexualidad femenina algo aún más inaudito, que desarrolla las repercusiones de su afirmación de 1923. Entretanto, se ha producido una discusión extremadamente activa entre sus alumnos, que contiene gran abundancia de especulaciones cuya huella se encuentra en Karen Horney, en Jones, así como en otros, y constituye un verdadero laberinto de imprecisiones. Después de haber tenido que dedicarme a esto a fondo durante las vacaciones, me parece extremadamente difícil dar cuenta de todo ello sin falsificarlo, pues se distingue por una profunda falta de dominio de las categorías puestas en juego.
Para dar cuenta de este debate y hacerse entender, la única forma de proceder es dominarlo, y dominarlo supone ya cambiar por completo su eje y su naturaleza, y por lo tanto, hasta cierto punto, no dar verdaderamente una perspectiva justa de lo que se trata. Este problema se corresponde verdaderamente con el segundo objetivo de nuestro trabajo de este año, que consiste en mostrar, paralelamente al examen teórico de la relación de objeto, como la propia practica analítica se compromete inexorablemente en una desviación incontrolable.
Volviendo a la incidencia concreta que hoy nos ocupa, vela esta mañana que de todo el amasijo de datos podía tomarse una imagen ejemplar, recogida de uno de estos artículos.
Todos los autores admiten que, en ese rodeo de su evolución, la niña, cuando entra en el Edipo, se pone a desear un niño del padre como sustituto del falo faltante, y la decepción de no recibirlo juega un papel esencial para hacerle desandar el camino paradójico por donde habla entrado en el Edipo, o sea la identificación con el padre, y para volver a encaminarla hacia la posición femenina. Para mostrar en este sentido que la privación del hijo deseado del padre puede intervenir con una incidencia actual y precipitar el movimiento del Edipo, siempre planteado como inconsciente en lo esencial, cierto autor cita como ejemplo el caso de una niña que, por estar en análisis, tema según el más luces que otras sobre lo que ocurría en su inconsciente. Tras alguna aclaración que le habían hecho, amanecía todas las mañanas preguntando si ya había llegado el hijo del padre, si llegaba hoy o llegaría mañana. Y lo preguntaba enfadada y llorando cada mañana.
La anécdota me parece ejemplar en lo referente a esta desviación de la practica analítica, referencia siempre presente que acompaña a nuestra exploración teórica de la relación de objeto. Aquí es palpable como determinada forma de comprender y de enfrentarse a las frustraciones conduce al analista, en la realidad, a una forma de intervención no sólo dudosa por sus efectos, sino manifiestamente opuesta a lo que esta en juego en la interpretación analítica. La noción que podamos tener de la aparición del hijo del padre imaginario en un momento dado de la evolución, como objeto imaginario sustituto del falo faltante que desempeña en la evolución de la pequeña un papel tan esencial, no se puede hacer intervenir en cualquier momento, ni de cualquier manera. Sólo puede hacerse más tarde, o incluso en una etapa contemporánea, a condición de que dicho hijo, en la medida en que el sujeto se ocupa de el, entre en el juego de una serie de resonancias simbólicas relaciónadas con las reacciónes posesivas o destructivas experimentadas en el pasado, en el momento de la crisis fálica, con lo problemática que esta resulta en verdad en la etapa correspondiente. En suma, todo lo relaciónado con la prioridad o el predominio del falo en una etapa de la evolución del niño, sólo tendrá su incidencia a posteriori.
Sólo se puede hacer intervenir al falo en la medida en que es necesario, en determinado momento, para simbolizar algún acontecimiento, ya sea la llegada tardía de un hijo para alguien que tiene una relación inmediata con el niño, o bien por parte del sujeto mismo, ante la cuestión planteada por su propia maternidad y la posesión de un niño. Hacer intervenir un elemento que no se inscribe en la estructuración simbólica del sujeto, precipitar mediante la palabra, en el plano simbólico, determinada relación de sustitución imaginaria ante algo que el sujeto vive en ese momento de forma totalmente distinta, supone ya sancionar una organización, otorgarle una especie de legitimidad. Esto es literalmente la consagración de la frustración, instaurarla en el centro de la experiencia.
La frustración de por sí sólo puede introducirse legítimamente en la interpretación si efectivamente se ha producido en el plano del inconsciente, como nos dice la teoría apropiada. La frustración al principio no es más que un momento evanescente. Sólo tiene su función para nosotros, analistas, y en un plano puramente teórico, como articulación de lo que se ha producido. Su realización por parte del sujeto esta excluida, por definición, porque es extraordinariamente inestable. La frustración, tal como se vive en el origen, únicamente tiene importancia e interés por cuanto desemboca en uno de los dos niveles que he distinguido para ustedes—castración o privación. En realidad, sólo la castración instaura, en el orden que verdaderamente le corresponde, la necesidad de la frustración, lo que la trasciende y la instaura en una ley que le da otro valor. La castración también, por otra parte, consagra la existencia de la privación, puesto que la idea de la privación no puede concebirse de ningún modo en el plano real. Una privación sólo puede concebirla efectivamente un ser que articula algo en el plano simbólico.
Todo esto lo vemos claramente en esas intervenciones estilo de apoyo, esas intervenciones de psicoterapia, como aquella que les mencioné rápidamente el otro día a propósito de una niña en manos de una alumna de Anna Freud.
Aquella niña, como ustedes recordaran, presentaba el inicio de una fobia, surgida con ocasión de la experiencia que habla tenido de ser efectivamente privada de algo, en condiciones distintas de la situación a la que se habla visto empujada la niña del ejemplo de hoy. Les he mostrado en que sentido esta fobia era un desplazamiento necesario y cual era su motor—no el hecho de que ella no tenga el falo sino que su madre no podía dárselo y, más aún, que no podía dárselo porque ella misma no lo tiene.
La intervención de la psicoterapeuta consiste en decirle a la niña —y tiene razón—que todas las niñas son así. Esto puede dar la impresión de ser una reducción a lo real, pero no lo es. La niña sabe muy bien que ella no tiene falo, pero no sabe que eso es la norma. Esto es lo que le enseña la terapeuta. Así, hace pasar la falta al plano simbólico de la ley. Esta intervención no deja de ser discutible, de todos modos, y la psicoterapeuta se pregunta por su eficacia, que es sólo momentánea. La fobia reaparece con más fuerza y sólo se reducirá cuando la niña se reintegre en una familia completa.
¿Por que? En principio, su frustración debería parecerle aún mayor que antes, pues ahora se enfrenta con un padrastro, o sea un macho que interviene en el juego familiar, cuando la madre habla sido hasta ese momento viuda, y además un hermano mayor. Si la fobia se reduce claramente es porque, literalmente, el sujeto ya no tiene necesidad de ella para suplir los elementos falóforos ausentes en el circuito simbólico, es decir, los machos.
Estas observaciones críticas se refieren sobre todo al uso del término frustración. Este uso se ve legitimado de alguna forma por el hecho de que lo esencial en esta dialéctica es la falta de objeto, más que el objeto mismo. En apariencia por lo tanto, la frustración responde muy bien a una noción conceptual. Pero la cuestión es la inestabilidad de la propia dialéctica de la frustración.
Frustración no es privación. ¿Por qué ? La frustración se refiere a al go de lo que uno se ve privado por alguien de quien precisamente podría esperar lo que le pide. Lo que esta en juego de este modo es menos el objeto que el amor de quien puede hacer ese don.
Nos encontramos aquí en el origen de la dialéctica de la frustración, porque todavía está al margen de lo simbólico. Este momento inicial es, a cada instante, fugaz. En efecto, el don sólo aparece al principio con cierta gratuidad. Viene del otro. Lo que hay detrás del otro, o sea toda la cadena donde se encuentra la razón del don, no se percibe todavía, y sólo más adelante el sujeto puede advertir que el don es mucho más completo de lo que al principio parecía, que esta interesada toda la cadena simbólica humana. Al principio, sólo esta la confrontación con el otro y el don que surge.
El don, cuando surge en cuanto tal, siempre hace desvanecerse al objeto como objeto. Si la demanda es satisfecha, el objeto pasa a segundo plano. Si la demanda no es satisfecha, el objeto se desvanece igualmente.
Pero hay una diferencia. Si la demanda no es satisfecha, el objeto cambia de significación. ¿Qué justifica, en efecto, el término frustración? Sólo hay frustración —la misma palabra lo implica— si el sujeto reivindica, si el objeto se considera exigible por derecho. En ese momento el objeto entra en lo que se podría llamar el área narcisista de las pertenencias del sujeto.
En ambos casos, lo subrayo, el momento de la frustración es un momento fugaz. Desemboca en algo que nos proyecta a un plano distinto del plano del puro y simple deseo. La demanda supone en efecto algo perfectamente conocido en la experiencia humana, que hace que nunca pueda ser propiamente satisfecha. Satisfecha o no, se anonada, se aniquila en la etapa siguiente y enseguida se proyecta sobre otra cosa —o bien en la articulación de la cadena simbólica de los dones, o bien en el registro cerrado y absolutamente inagotable llamado el narcisismo, en virtud del cual el objeto es para él sujeto algo que es y no es el mismo, algo con lo que no puede satisfacerse, precisamente porque es y no es el a la vez. La entrada de la frustración en una dialéctica que la sitúa y la legalice, además de darle la dimensión de la gratuidad, es una condición necesaria para el establecimiento de ese orden simbolizado de lo real donde el sujeto podrá instaurar por ejemplo como existentes y aceptadas determinadas privaciones permanentes.
Si se ignora esta condición, las diversas reconstrucciónes de la experiencia y de los efectos vinculados con la falta fundamental de objeto que en ella se manifiestan introducen toda una serie de obstáculos. El error consiste en querer deducirlo todo del deseo considerado como un elemento puro del individuo —el deseo, con los contragolpes que comporta, las satisfacciónes y las decepciones. Ahora bien, toda la cadena de la experiencia resulta literalmente inconcebible salvo que se plantee de entrada el principio según el cual nada se articula ni se construye en la experiencia, nada se instaura como conflicto propiamente analizable, hasta el momento en que el sujeto entra en un orden que es el orden del símbolo, orden legal, orden simbólico, cadena simbólica, orden de la deuda simbólica. Tan sólo a partir de la entrada del sujeto en un orden preexistente a todo lo que le sucede, acontecimientos, satisfacciónes , decepciones, todo aquello con lo que aborda su experiencia—a saber lo que suelen llamarse sus vivencias, ese algo confuso que había antes —se ordena, se articula, cobra su sentido y puede ser analizado.
Nada mejor para demostrarles la legitimidad de este repaso —debería ser sólo un repaso—que tomar algunos textos de Freud y hacerles entrar en ellos con toda ingenuidad .
2)
Algunos hablaron ayer tarde de un aspecto incierto y a veces paradójicamente salvaje de ciertos textos de Freud. Hablaron de elementos de aventura, o también de diplomacia —de todas formas no se ve por que. Por mi parte, eso me ha incitado a traerles aquí uno de los textos más brillantes de Freud, incluso diría que uno de los más inquietantes, aunque tal vez les parezca arcaico, hasta pasado de moda. Es Psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina.
Quisiera recordarles algunas de sus articulaciones esenciales.
Se trata de una muchacha vienesa de buena familia. Para una familia de esta clase de la Viena de 1920, mandarle alguien a Freud era dar un paso considerable. Si se deciden, es que la niña —dieciocho años, guapa, inteligente, de clase social muy elevada—se había convertido en objeto de preocupación para sus padres. Ha ocurrido algo muy singular —va detrás de una persona diez años mayor que ella, una mujer de mundo.
Toda clase de detalles aportados por la familia nos indican que este de mundo tal vez podría considerarse mundana, de acuerdo con la clasificación por entonces en vigor en Viena, y merecer la calificación de respetable.
Esta relación de la chica revela ser a medida que transcurren los acontecimientos, verdaderamente pasional, y hace bastante difíciles sus relaciones con su familia. Luego sabremos que estas relaciones no son ajenas a la instauración de la situación. Por decirlo todo, el hecho de que eso enfurezca absolutamente al padre constituye sin lugar a dudes un motivo para la chica —no es que sostenga su pasión, pero hace que la lleve como la lleva. Me refiero a esa especie de tranquilo desafío con el que mantiene su asiduidad con la dama en cuestión, sus esperas en la calle, su forma de exhibir en cierto modo el asunto. Aunque no llega a la ostentación, ya es bastante para que sus padres, y muy especialmente el padre, están al corriente. Nos indican también que la madre no es de ningún modo alguien a toda prueba, que ha estado neurótica y no se tome la cosa tan mal, o al menos no tan en serio.
Vienen a pedirle a Freud que ponga las cosas en orden. El destaca con toda pertinencia las dificultades que presenta un tratamiento cuando se trata de cumplir con las exigencias del entorno, y observe con razón que no puede hacerse un análisis por encargo, como quien se construye una villa. Luego introduce consideraciones aún más extraordinarias sobre el análisis, que a algunos les parecerán superadas.
Freud precise que este análisis no llegó a su término, pero que le permitido ver muchas cosas, y por esta razón nos lo comunica. Seguramente, subraya, no le permiti6 cambiar gran cosa del destino de esta joven. Para explicarlo, introduce una idea no carente de fundamento aunque pueda parecer anticuada, una idea esquemática que debería incitarnos a reconsiderar algunos datos de partida, en vez de considerarnos a nosotros mismos más flexibles. Esta idea es que hay dos etapas en un análisis —la primera consiste en recoger todo lo que se pueda saber, la segunda consiste en doblegar las resistencias que todavía siguen en pie perfectamente aunque el sujeto ya sepa muchas cosas.
La comparación que entonces introduce no es de las menos chocantes —antes de un viaje hace uno las maletas, y luego se trata de embarcarse y recorrer el trayecto en cuestión. Esta referencia, en alguien con una fobia a los trenes y a los viajes, tiene miga.
Lo más inaudito todavía es que durante todo este tiempo Freud tiene la sensación de que en efecto la cosa no funciona. Pero ve muy bien lo ocurrido, y entonces destaca una serie de pasos.
En su infancia el sujeto, sin que al parecer le faltaran motivos, pudo apreciar en un momento dado, con respecto al mayor de sus dos hermanos, la diferencia que hacía de ella alguien carente del objeto esencialmente deseable, el objeto fálico. Sin embargo, dice Freud, hasta el momento la chica no ha estado nunca neurótica, el análisis no ha aportado ningún síntoma histérico, no hay nada notable en la historia infantil en la perspectiva de las consecuencias patológicas. Por eso es chocante, desde el punto de vista clínico, ver surgir, desencadenarse de forma tan tardía, una actitud en apariencia francamente anormal, o sea la singular posición que la chica ocupa respecto de esa mujer de no muy buena fama.
El cariño apasionado que manifiesta por dicha dama desemboca en un escándalo, y así es como acaba en la consulta de Freud. Si han tenido que recurrir a el es, en efecto, porque se ha producido un acontecimiento sonado.
La joven, en su actitud de coqueteo con el peligro, iba a pasearse con la dama casi bajo la ventana de su casa. Un día, el padre sale y las ve. Como hay gente, les lanza una mirada fulminante y se va. La dama le pregunta a la chica quien es esa persona—Es papa, no parece muy contento. Entonces, la dama se lo tome muy mal. Hasta ese momento habla mantenido con la joven una actitud muy reservada, más que fría incluso, no habla fomentado semejante asiduidad, no tenla especiales ganas de meterse en complicaciones. Así que le dice —En estas condiciones, no vamos a seguir viéndonos. En Viena hay pequeños ferrocarriles de circunvalación que atraviesan pequeños puentes, no muy lejos de allí hay uno. Y entonces la chica va y se tire. Cae, niederkommt. Se rompe algún que otro hueso, pero puede contarlo.
Así, nos dice Freud, hasta el momento en que manifest6 esa afición la chica no sólo habla tenido un desarrollo normal, incluso todo hacía pensar que estaba bien orientada? Acaso no habla dado muestras hacia los trece o catorce años de un comportamiento que hacía esperar el desarrollo más simpático en la orientación de la vocación femenina, la maternidad? Cuidaba a un niño pequeño de unos amigos de sus padres, con tal ternura, que ambas familias llegaron a intimar. Sin embargo, de pronto, esa especie de amor maternal que parecía convertirla por adelantado en una madre modelo, súbitamente se detiene, y entonces es cuando empieza—porque la aventura en cuestión no habla sido la primera—a frecuentar mujeres que Freud califica de ya maduras y son, al parecer, especies de sustitutos maternos.
Este esquema, sin embargo, no es tan válido para la última persona, la que encarnó efectivamente aquella aventura dramática en la que se juega el desencadenamiento del análisis, así como la problemática de una homosexualidad declarada. El sujeto declare en efecto a Freud que, por su parte, ni hablar de abandonar ninguna de sus pretensiones, ni su elección objetal. Hará todo lo que haga falta para engañar a su familia, pero seguirá manteniendo su vínculo con aquella persona que ni de lejos ha dejado de gustarle, y además ahora es mucho más asequible, conmovida como esta por su extraordinaria muestra de devoción.
A propósito de esta relación declarada y mantenida por el sujeto, Freud aporta observaciones muy chocantes y les da valor de sanción explicativa, tanto de lo ocurrido antes del tratamiento, por ejemplo la tentativa de suicidio, como de su propio fracaso. Las primeras parecen muy pertinentes. Las segundas también, pero tal vez no exactamente como el lo entiende. Es propio de las observaciones de Freud que nos aporten una claridad extraordinaria, incluso sobre puntos que a el mismo, de algún modo, le hablan superado. Me refiero ahora a la observación de Dora, caso que Freud vio claro ulteriormente —con Dora habla intervenido ignorando su homosexualidad, o sea la orientación de su pregunta hacia su mismo sexo. Aquí se constata un desconocimiento análogo, pero al ser mucho más profundo, resulta mucho más instructivo.
Otras observaciones que Freud nos ofrece sin aprovecharlas del todo, y no son de menor importancia, se refieren a lo que esta en juego en la tentativa de suicidio, acto significativo que corona la crisis. El tema esta Intimamente vinculado con el aumento de tensión, hasta el momento en que estalla el conflicto, ocurre la catástrofe.
¿Cómo lo explica Freud? A partir de la orientación normal del sujeto hacia el deseo de obtener un niño del padre. Según el, en este registro es donde hay que concebir la crisis originaria que llevó al sujeto a tomar una dirección estrictamente opuesta. Hubo efectivamente un verdadero vuelco de la posición subjetiva, que Freud trata de articular. Se trata de uno de esos casos en que la decepción debida al objeto del deseo se traduce por una inversión completa de la posición —el sujeto se identifica con dicho objeto, lo que equivale, como Freud lo articula en una note, a una regresión al narcisismo. Cuando hago esencialmente de la dialéctica del narcisismo la relación yo-otro con minúscula, me limito a evidenciar algo implícito en las distintas expresiones que Freud le da ¿Cual es pues la decepción que opera este vuelco? En el momento, hacia los quince anos, en que el sujeto habla elegido la vía de una tome de posesión del niño imaginario —y se ocupa de ello lo bastante como para que sea una fecha señalada en sus antecedentes—, su madre obtiene realmente otro hijo del padre. La paciente obtiene un tercer hermano. He aquí pues el punto clave.
Esto constituye el carácter en apariencia excepcional de la observación. Y no es indiferente que la intervención de un hermanito, que llega al mundo de esta manera, tenga por resultado una inversión tan profunda de la orientación sexual de un sujeto. Así, en este momento la chica cambia de posición. Ahora se trata de ver cual puede ser la mejor interpretación.
Según Freud, el fenómeno debe considerarse reactivo. El término no se encuentra en el texto, pero esta implicado, pues se supone que el resentimiento contra el padre sigue actuando. Este factor tiene aquí el papel principal. Esta pieza clave en la situación explica como se desarrolla toda la aventura. La chica se muestra claramente agresiva con el padre. La tentativa de suicidio tiene lugar tras la decepción producida por el hecho de que el objeto de su apego de alguna forma homólogo se le opone Se trataría tan sólo de un fenómeno de contra agresividad, de una vuelta hacia el sujeto de la agresión contra el padre, combinada con una especie de hundimiento de toda la situación, reducida así a sus datos primitivos, que cumple simbólicamente lo que esta en juego mediante una precipitación, una reducción al nivel de los objetos que verdaderamente están en juego. En suma, cuando la chica cae del puente abajo, hace un acto simbólico, que no es sino el niederkommen de un niño en el parto. Este es el término alemán para decir ser parido.
Esto nos lleva al sentido último y original de la estructura de la situación.
3)
En el segundo grupo de observaciones que hace Freud, trata de explicar por que la situación no tuvo salida en el interior del tratamiento.
Al no conseguir vencer la resistencia, todo lo que se le pudo decir a la paciente sólo consiguió interesarle muchísimo, sin hacerle abandonar sus últimas posiciones. Se mantuvo, se diría hoy día, en el plano de un interés intelectual. Freud compare metafóricamente las reacciónes de la muchacha con los de una dama a quien le muestran diversos objetos y, a través de sus impertinentes, dice—jQue bonito!
Freud indica, sin embargo, que no se puede hablar de una completa ausencia de transferencia. Señala con gran perspicacia la presencia de la transferencia en los sueños de la paciente. Paralelamente a las declaraciones nada ambigüas que la paciente le hace sobre su determinación de no cambiar en absoluto sus comportamientos para con la dama, sus sueños anuncian un sorprendente rebrote de la orientación más simpática, la espera de algún esposo guapo y complaciente, no menos ansiado que un objeto fruto de ese amor. En suma, el carácter idílico, casi forzado, del esposo anunciado por el sueño, se muestra tan conforme con los esfuerzos hechos en común, que cualquiera que no hubiese sido Freud hubiera albergado las mayores esperanzas.
Freud no se engaña. Ve en ello una transferencia. Redobla esa especie de juego de contraengaño que la paciente ha jugado en respuesta a la decepción producida por el padre. En efecto, ella sólo se habla mostrado agresiva y provocativa, no se exhibía de una forma escandalosa, le habla hecho algunas concesiones. Se trataba tan sólo de mostrarle que le engañaba. Freud reconoce que en esos sueños se trata de algo análogo, y esta es su significación transferencial —reproduce con el su posición fundamental, el juego cruel que ha jugado con el padre.
En este punto no podemos dejar de considerar nuevamente la relatividad profunda de la formación simbólica, porque es la línea fundamental de lo que para nosotros constituye el campo del inconsciente. Esto es lo que Freud expresa de una forma muy justo, con el único inconveniente de un énfasis excesivo, cuando nos dice—Creo que la intención de inducirme al error era uno de los elementos formadores de este sueño. Era también una tentativa de ganarse mi interés y mi buena disposición, probablemente para causarme una desilusión aún más profunda.
Se insinúa aquí la atribución al sujeto de una intención de cautivarlo a él, a Freud, para que se dé un trastazo, para que caiga de más alto tras quedarse enredado en la situación. En el énfasis de esta frase, se escucha sin lugar a dudas lo que llamamos una acción contratransferencial. El sueño es falaz, Freud sólo se queda con eso, y entra en una discusión que resulta apasionante encontrar en un escrito suyo. Si la manifestación típica del inconsciente puede ser mentirosa, Freud ya sabe por adelantado que objeciones le van a hacer. Si el inconsciente también nos miente, ¿de qué que podemos fiarnos? —dirán sus discípulos. El les da una larga explicación mostrándoles cómo puede ser así, con el resultado de que no se contradice la teoría.
La explicación es un poquito tendenciosa, pero de todos modos, lo que Freud destaca en 1920 es esto exactamente —lo esencial de lo que hay en el inconsciente es la relación del sujeto con el Otro propiamente dicho, y esta relación implica en su fundamento la posibilidad de que se efectúe como mentira. En el análisis, nos encontramos en el orden de la mentira y la verdad.
Esto lo ve muy bien Freud. Pero al parecer algo se le escapa, a saber, que se trata de una verdadera transferencia y se le abre la vía de la interpretación de un deseo de engañar. Y en vez de tomar esta vía, por decirlo de forma algo más grosera, se lo tome como algo dirigido contra el.
Es también, se dice, una tentativa de enredarme, de cautivarme, de hacer que la encuentre encantadora. Con esta frase de más, nos basta para instruirnos. Debe ser un encanto esta chica para que, como en el caso de Dora, Freud no actúe con libertad en este asunto. Cuando afirma que lo peor estaba cantado, lo que quiere evitar es sentirse desilusionado. O sea que esta dispuesto a hacerse ilusiones. Si se pone en guardia contra estas ilusiones, ya ha entrado en el juego. Realiza el juego imaginario. Lo convierte en real, porque el mismo esta dentro. Y eso no falla.
¿Cómo lo interpreta? Le dice a la chica que pretende engañarle como suele engañar a su padre. El resultado es que enseguida corta en seco lo que el mismo ha realizado como la relación imaginaria. Su contratransferencia, de algún modo, hubiera podido servirle —pero a condición de no creérsela, de no estar implicado. Como sl lo esta e interpreta demasiado precozmente, introduce en lo real el deseo de la chica, cuando sólo era un deseo y no una intención de engañarle. Así, da cuerpo a dicho deseo. Opera con la paciente exactamente como la terapeuta intervenía con aquella niña, dándole a la cosa un rango simbólico.
He aquí lo que se halla en el centro de ese deslizamiento del análisis a lo imaginario, que se convirtió, más que en una trampa, en una plaga, en cuanto se instauró como doctrina. Aquí tenemos un ejemplo límite, transparente, que no podemos ignorar porque se encuentra en el texto. Con su interpretación, Freud hace estallar el conflicto y le da cuerpo, cuando se trataba precisamente, como el mismo siente, de algo muy distinto —de revelar el discurso mentiroso que estaba ahí en el inconsciente. Freud le dice que todo eso es contra él, y en efecto el tratamiento no va mucho más lejos, se interrumpe. Queriendo unir, Freud separó.
No le pasó desapercibido, en efecto, que no es esta una relación homosexual como las otras, aunque en verdad es propio de las relaciones homosexuales presentar toda la variedad de las relaciones heterosexuales comunes, y tal vez incluso más variaciones. Cuando dice que esta elección objetal responde al tipo propiamente manuliche y explica lo que quiere decir con esto, Freud subraya admirablemente y articula con un relieve extraordinario que se trata aquí del amor platónico en su mayor exaltación.
Es un amor que no pide más satisfacción que servir a la dama. Es verdaderamente el amor sagrado, por así decirlo, o el amor cortés en su aspecto más devoto. Freud añade algunas palabras como la de Schwarmerei, que tiene un sentido muy particular en la historia cultural de Alemania —es la exaltación que se encuentra en el fondo de la relación. En suma, sitúa la relación de la joven con la dama en el grado más elevado de la relación amorosa simbolizada, planteada como servicio, como institución, como referencia. No se trata simplemente de un a atracción o de una necesidad, sino de un amor que en sí mismo no sólo prescinde de satisfacciónes, sino que apunta muy precisamente a la no satisfacción. En este orden precisamente puede desarrollarse un amor ideal —la institución de la falta en la relación con el objeto.
Sin duda, la situación que presenta este caso es excepcional, pero su único interés consiste en tomarla en el registro que le es propio. Es excepcional porque es particular. O sea que se aclara al hacer intervenir de la forma adecuada las categorías de la falta de objeto. ¿No ven ustedes cómo se conjugan aquí en una especie de nudo los tres pisos de un proceso que va de la frustración al síntoma? —si se avienen ustedes a tomar el término de síntoma como equivalente al de enigma, puesto que a el se dirigen nuestras preguntas.
En primer lugar, tenemos la referencia, vivida de forma inocente, al objeto imaginario. Se trata de ese hijo que la interpretación nos permite concebir como un niño obtenido del padre. Como ya se nos ha advertido, las homosexuales son, en efecto, en contra de lo que se podría creer y como el análisis lo ha hecho ver, sujetos que en algún momento han desarrollado una fijación muy intenso al padre.
¿Por qué hay luego una verdadera crisis? Porque entonces interviene un objeto real. Es cierto que el padre da un niño, pero precisamente a otra persona, a la persona que le es más próxima.
Entonces es cuando se produce un verdadero vuelco. Su mecanismo, nos lo explican. Pero me parece de la mayor importancia entender que se trata de algo que ya estaba instituido en el plano simbólico. Es en el plano simbólico, y no ya en el plano imaginario, donde el sujeto se satisfacía con ese hijo, como hijo donado por el padre. Si esto la sostenía en la relación entre mujeres, es porque para ella ya estaba instituida la presencia paterna propiamente dicha, el padre por excelencia, el padre fundamental, el padre que será siempre para ella cualquier clase de hombre que le de un hilo. La presencia del hijo real, el hecho de que el objeto se encuentra ahí, real por un instante, y se haya materializado al tenerlo su madre, junto a ella, la hace volver al plano de la frustración.
De todo lo que ocurre entonces, ¿qué es lo más importante? ¿Es el giro en redondo que la lleva a identificarse con el padre? Por supuesto esto juega su papel. ¿Es acaso el hecho de que ella se convierta en ese hijo latente que en efecto podrá niederkommen cuando la crisis llegue a su término? Si contáramos con fechas, como en Dora, podríamos saber al cabo de cuantos meses ocurrió. Pero no es esto lo más importante Lo más importante es esto—lo que se desea esta más allá de la mujer amada.
El amor que la chica siente por la dama apunta a algo distinto que a ella. Este amor que vive pura y simplemente en la devoción, y que eleva a su grado supremo el apego del sujeto y su anonadamiento en la Sexualuberschatzung, Freud parece reservarlo, y no sin razón, al registro de la experiencia masculina. Tal amor, en efecto, se desarrolla normalmente en una relación cultural muy elaborada e institucionalizada. El reflejo de la decepci6n fundamental en este plano, su paso al plano del amor cortes, la salida que encuentra el sujeto en esta forma de amor, plantean la pregunta por lo que se ama en la mujer más allá de ella misma, y esto pone en tela de juicio que es lo verdaderamente fundamental en todo lo relaciónado con el amor en su punto culminante.
Lo que se desea propiamente en la mujer amada es precisamente lo que le falta. Y lo que le falta en este caso es precisamente el objeto primordial cuyo equivalente iba a encontrar el sujeto en el hijo, como sustituto imaginario al que volverá a recurrir.
En el punto más extremo del amor, en el amor más idealizado, lo que se busca en la mujer es lo que le falta. Lo que se busca más allá de ella misma, es el objeto central de toda la economía libidinal —el falo.