El falo simbólico. Cómo realizar la falta. El recuerdo pantalla, detención en una imagen. Alternancia de las identificaciones perversas. Estructura del exhibicionismo reactivo.
Siguiendo con nuestras reflexiones sobre el objeto, hoy voy a proponerles lo que de ello se deduce a propósito de un problema que materializa la cuestión del objeto de una forma particularmente aguda, a saber el fetiche y el fetichismo.
Verán ustedes aquí de nuevo los esquemas que he tratado de aportarles en estos últimos tiempos, expresados muy especialmente en estas afirmaciones pardójicas —lo que se ama en el objeto es lo que le falta— sólo se da lo que no se tiene.
Este esquema fundamental que implica en todo intercambio simbólico, sea cual sea el sentido de su funcionamiento, la permanencia del carácter constituyente de un más allá del objeto, nos permite tener una nueva visión de esa perversión que ha tenido un papel ejemplar en la teoría analítica, y establecer de otra forma lo que podría llamar sus ecuaciones fundamentales .
Se trata pues del fetichismo.
1)
Freud aborda la cuestión del fetichismo en dos textos fundamentales, escalonados de 1904 a 1927, y si otros vuelven a referirse a esta cuestión ulteriormente, estos dos son los más preciosos —el párrafo sobre el fetichismo en los Tres ensayos para una teoría sexual y el artículo titulado Fetichismo.
Freud nos dice de entrada en este artículo que el fetiche es el símbolo de algo, pero que sin duda lo que va a decirnos nos decepcionará, pues se ha dicho de todo sobre el fetiche desde que se habla, y el propio Freud habla, del análisis. Se trata, una vez más, del pene.
Pero inmediatamente después, Freud subraya que no se trata de cualquier pene. No parece que se le haya sacado demasiado partido a esta precisión en su fondo estructural, o sea en las suposiciones fundamentales que implica si se lee por primera vez sin prejuicios. Por decirlo de una vez, el pene en cuestión no es el pene real, sino el pene en la medida en que la mujer lo tiene —es decir en la medida en que no lo tiene
Subrayo el punto oscilante donde debemos detenernos un momento para darnos cuenta de lo que normalmente se elude. Para alguien que no se sirva de nuestras claves, se trata simplemente de un desconocimiento de lo real —se trata del falo que la mujer no tiene y que debería tener por razones que dependen de la dudosa relación del niño con la realidad. Esta es la vía común, sostenida habitualmente en todo tipo de especulaciones sobre el futuro, el desarrollo y las crisis del fetichismo, y como he podido verificar con una amplia lectura de todo lo que se ha escrito sobre el fetichismo, conduce a toda clase de callejones sin salida.
Como siempre, me esforzaré por no extenderme demasiado en esa selva de la literatura analítica. En verdad, se trata aquí de un tema que exigiría, para tratarlo eficazmente, no ya horas, sino una historia detallada, porque nada hay tan delicado, incluso pesado, como situar el punto preciso donde una materia se escabulle al evitar el autor el punto crucial de una distinción. Les daré pues aquí, en una parte de lo que voy a exponerles, el resultado más o menos decantado de mis lecturas, pidiéndoles que me sigan.
Para evitar las errancias a las que se ven llevados los distintos autores durante anos si evitan este punto, para situar de forma adecuada lo que esta en juego, el nervio diferencial es el siguiente —no se trata en absoluto de un falo real que, como real, exista o no exista, sino de un falo simbólico que por su naturaleza se presenta en el intercambio como ausencia, una ausencia que funciona en cuanto tal.
En efecto, todo lo que se puede transmitir en el intercambio simbólico es siempre algo que es tanto ausencia como presencia. Sirve para tener esa especie de alternancia fundamental que hace que, tras aparecer en un punto, desaparezca para reaparecer en otro. Dicho de otra manera, circula dejando tras de sí el signo de su ausencia en el lugar de donde proviene. En otros términos todavía, el falo en cuestión, lo reconocemos enseguida —es un objeto simbólico.
Por otra parte, se establece a través de este objeto un ciclo estructural de amenazas imaginarias limitadas por la dirección y el empleo del falo real. Este es el sentido del complejo de castración, y así es como el hombre queda prendido en el. Pero hay también otro uso, que esta, digamos, escondido por los fantasmas más o menos temibles de la relación del hombre con las prohibiciones, en lo que en estas concierne al uso del falo —se trata de la función simbólica del falo. La diferenciación simbólica de los sexos se instaura porque el falo está o no está, y sólo en función de que está o no está.
Este falo, la mujer no lo tiene, simbólicamente. Pero no tener el falo simbólicamente es participar de él a título de ausencia, así pues es tenerlo de algún modo. El falo siempre esta más allá de toda relación entre el hombre y la mujer. Puede ser alguna vez objeto de una nostalgia imaginaria por parte de la mujer, puesto que ella sólo tiene un falo pequeñito. Pero este falo que puede sentir como insuficiente no es el único que interviene en su caso, pues al estar implicada en la relación intersubjetiva, para el hombre hay, más allá de ella misma, el falo que ella no tiene, es decir, el falo simbólico, que existe ahí como ausencia. Esto es del todo independiente de la inferioridad que ella pueda sentir en el plano imaginario, debido a su participación real en el falo.
Este pene simbólico, que el otro día situaba yo en el esquema de la homosexual, desempeña una función esencial en la entrada de la niña en el intercambio simbólico. Porque la niña no tiene este falo, es decir también porque lo tiene en el plano simbólico, porque entra en la dialéctica simbólica de tener o de no tener el falo, así es como entra en esa relación ordenada y simbolizada que es la diferenciación de los sexos, relación interhumana asumida, disciplinada, tipificada, ordenada, objeto de prohibiciones, marcada, por ejemplo, por la estructura fundamental de la ley del incesto. Esto es lo que quiere decir Freud cuando escribe que la niña entra en el complejo de Edipo por medio de lo que el llama la idea de la castración —precisamente esta, que ella no tiene el falo, pero no lo tiene simbólicamente, de modo que puede tenerlo— mientras que el niño, así es como sale.
Vemos en este punto como se justifica, estructuralmente hablando, el androcentrismo que, en la esquematización levi-straussiana, carácteriza a las estructuras elementales del parentesco. Las mujeres se intercambian entre linajes fundados en el linaje masculino, elegido precisamente por ser simbólico e improbable. Es un hecho, las mujeres se intercambian como objetos entre linajes masculinos. Se introducen mediante un intercambio, el del falo que reciben simbólicamente, y a cambio darán ese hijo que tome para ellas función de Ersatz, de sustituto, de equivalente del falo, con el que introducen en la genealogía simbólica patrocentríca, en sí misma estéril, la fecundidad natural. Si entran en la cadena del intercambio simbólico, si se instalan en ella y ocupan su lugar, si adquieren su valor, es en la medida en que se arriman a ese objeto único central, carácterizado por no ser precisamente un objeto, sino un objeto que ha experimentado de la forma más radical la valorización simbólica.
Esto puede uno expresarlo de mil maneras en cuanto lo ve. Este tema fundamental, que la mujer se da, ¿qué expresa si se examina detenidamente, sino la afirmación del don? Nos acercamos aquí a la experiencia psicológica concrete tal como la encontramos, que es, en este caso, paradójica. En el acto del amor, quien recibe realmente es la mujer, recibe mucho más de lo que da. Todo nos indica, y la experiencia analítica lo subraya, que no hay posición más receptora, más devoradora en el plano imaginario. Si esto se invierte en la afirmación contraria, que la mujer se da, es porque así debe ser simbólicamente, o sea que debe dar algo a cambio de lo que recibe, es decir del falo simbólico.
He aquí pues que el fetiche, nos dice Freud, representa al falo como ausente, el falo simbólico. ¿Como no ver que hace falta esta especie de inversión inicial para que podamos comprender cosas que de otro modo serían pardójicas? Por ejemplo, el fetichista es siempre el niño, nunca la niña Si todo residiera en el plano de la deficiencia, o incluso de la inferioridad imaginaria, el fetichismo debería declararse más abiertamente en aquel de los dos sexos que esta realmente privado de falo. Pero no es así. El fetichismo es excesivamente raro en la mujer, en su sentido propio e individualizado, encarnado en un objeto tal que podamos considerar que corresponde de forma simbólica al falo como ausente.
Tratemos de ver en primer lugar como puede engendrarse esta singular relación del sujeto con un objeto que no es un objeto.
2)
El fetiche, nos dice el análisis, es un símbolo. En este sentido casi lo ponemos en pie de igualdad con cualquier otro síntoma neurótico.
Pero si en el fetichismo no se trata de una neurosis, sino de una perversión, eso no va. Así es como se clasifican las cosas desde un punto de vista nosográfico, por razones de apariencia clínica que sin duda tienen cierto valor, pero hay que examinarlo de cerca para confirmarlo en la estructura, desde el punto de vista del análisis. En verdad, no pocos autores muestran aquí alguna vacilación y llegan a situar el fetichismo en el límite de las perversiones y las neurosis, precisamente dado el carácter simbólico por excelencia del fantasma crucial.
Partiendo de lo más elevado de la estructura, detengámonos pues un instante en esta posición de interposición, en virtud de la cual lo que se ama en el objeto de amor es algo que está más allá.
Este algo no es nada, sin lugar a dudas, sino que tiene la propiedad de estar ahí simbólicamente. Como es símbolo, no sólo puede sino que debe ser esa nada. ¿Qué puede materializar para nosotros, de la forma más neta, esta relación de interposición por la cual aquello a lo que se apunta está más allá de lo que se presenta, sino una de las imagenes verdaderamente más fundamentales de la relación humana en el mundo, el velo, la cortina?
El velo, la cortina delante de algo, permite igualmente la mejor ilustración de la situación fundamental del amor. Puede decirse incluso que al estar presente la cortina, lo que se encuentra más allá como falta tiende a realizarse como imagen. Sobre el velo se dibuja la imagen. Esta y ninguna otra es la función de una cortina, cualquiera que sea. La cortina cobra su valor, su ser y su consistencia, precisamente porque sobre ella se proyecta y se imagine la ausencia.
La cortina es, digamos, el ídolo de la ausencia. Si el velo de Maya es la metáfora más comunmente empleada para expresar la relación del hombre con todo lo que lo cautiva, no faltan razones, sin duda, pero con toda seguridad se debe al sentimiento de que hay cierta ilusión fundamental en todas las relaciones urdidas con su deseo. Ahí es donde el hombre encarna, hace un ídolo, de su sentimiento de esa nada que hay más allá del objeto del amor.
Tengan presente este esquema fundamental si quieren situar correctamente los elementos que intervienen en la instauración de la relación fetichista, con independencia del momento en que la consideremos.
He aquí el sujeto, el objeto y ese más allá que es nada, o bien el símbolo, o el falo en cuanto que le falta a la mujer. Pero una vez colocada la cortina, sobre ella puede dibujarse algo que dice —el objeto esta más allá. El objeto puede ocupar entonces el lugar de la falta y ser también propiamente el soporte del amor, pero en cuanto que no es precisamente el punto donde se prende el deseo. En cierto modo, el deseo aparece aquí como metáfora del amor, pero lo que lo cautiva, o sea el objeto, se muestra como ilusorio, y valorado como ilusorio.
El famoso splitting del ego, en el caso del fetiche, nos lo explican diciendo que la castración de la mujer es al mismo tiempo afirmada y negada. Si el fetiche esta ahí, entonces es que no ha perdido el falo, pero al mismo tiempo es posible hacérselo perder, es decir castrarla. La ambigüedad de la relación con el fetiche es permanente y se manifiesta sin cesar en los síntomas. Esta vivencia manifiestamente ambigüa, ilusión sostenida y adorada, se vive al mismo tiempo en un frágil equilibrio siempre a merced de que el telón se derrumbe o se alce. Esta es la relación que esta en juego en la relación del fetichista con su objeto.
Freud, si seguimos su texto, habla de Verleugnung a propósito de la posición fundamental de denegación en la relación con el fetiche. Pero también dice que se trata de mantener en pie auirecht zu halter, esta relación compleja, como si hablara de un decorado. La lengua de Freud, tan gráfica y tan precisa al mismo tiempo, posee términos que tienen aquí todo su valor. El horror a la castración, dice, se ha erigido, con esta creación de un sustituto, un monumento. El fetiche es un Denkmal. La palabra trofeo no aparece, pero en verdad esta presente, acompaña al signo de un triunfo, das Zeichen des Triumphes. Muchas veces los autores, ante el fenómeno típico del fetiche, hablaran de como el sujeto heraldiza su relación con el sexo. Aquí Freud nos hace dar un paso más.
¿Por qué se produce esto? ¿Por qué es necesario? Lo veremos más adelante. Como siempre, se va demasiado aprisa. Si se va directamente al porque, se entra inmediatamente en un caos pandemoniaco de todas las tendencias, que acuden en tropel a explicar por que puede estar el sujeto más o menos lejos del objeto y sentirse detenido o amenazado por el, en conflicto con el. Por ahora, sigamos en la estructura.
Aquí está la estructura, en la relación con el más allá y con el velo. Sobre el velo puede imaginarse, es decir instaurarse como capture imaginaria y lugar del deseo, la relación con un más allá, fundamental en toda instauración de la relación simbólica. Se trata del descenso al plano imaginario del ritmo ternario sujeto-objeto-más allá, fundamental en la relación simbólica. Dicho de otra manera, en la función del velo se trata de la proyección de la posición intermedia del objeto.
Antes de ir más lejos y abordar la exigencia que hace que el sujeto tenga necesidad de un velo, veremos por que otro rodeo se instituye también una relación simbólica en lo imaginario.
La otra vez les hablé, a propósito de la estructura perversa, de la metonimia, así como de la elusión y el mensaje entre líneas, que son formas elevadas de la metonimia. Esta claro, Freud no nos dice otra cosa, salvo que no emplea el término metonimia. Lo que constituye el fetiche, el elemento simbólico que fija el fetiche y lo proyecta sobre el velo, se tome prestado especialmente de la dimensión histórica. Es el momento de la historia en el cual la imagen se detiene.
Recuerdo haber recurrido en otro tiempo a la comparación con la película que se detiene de pronto, precisamente antes del momento en que lo que se busca en la madre, es decir el falo que tiene y no tiene, se ha de ver como presencia-ausencia y ausencia-presencia. La rememoración de la historia se detiene y se suspende en el momento inmediatamente anterior.
Me refiero a la rememoración de la historia, porque no puede darse otro sentido al término de recuerdo pantalla, tan fundamental en la fenomenología y la conceptualización freudianas. El recuerdo pantalla, el Deckerinnerung, no es simplemente una instantánea, es un a interrupción de la historia, un momento en el cual se detiene y se fija, y al mismo tiempo indica la continuación de su movimiento más allá del velo. El recuerdo pantalla esta vinculado con la historia a través de toda la cadena, es una detención de dicha cadena, y por eso es metonímico, porque la historia, por naturaleza, prosigue. Deteniéndose ahí, la cadena indica su continuación, en adelante velada, su continuación ausente, a saber, la represión, que es lo que está en juego, como dice claramente Freud.
Sólo hablamos de represión en la medida en que hay cadena simbólica. Si puede designarse como el punto de una represión un fenómeno que puede pasar por imaginario, pues el fetiche es de alguna forma imagen, e imagen proyectada, es porque tal imagen es sólo el punto límite entre la historia, como algo que tiene una continuación, y el momento en que se interrumpe. Esta imagen es el signo, el indicador, del punto de la represión.
Si leen ustedes atentamente el texto de Freud, verán que esta forma de articular las cosas da, en verdad, todo su peso a las expresiones que el emplea.
Una vez más, vemos como se distingue aquí entre la relación con el objeto de amor y la relación de frustración con el objeto. Se trata de dos relaciones distintas. El amor se transfiere mediante una metáfora al deseo que se prende al objeto como ilusorio, mientras que la constitución del objeto no es metafórica, sino metonímica. Es un punto en la cadena de la historia, allí donde la historia se detiene. Es signo de que ahí empieza el más allá constituido por el sujeto. ¿Por qué? ¿Por qué es ahí donde el sujeto ha de constituir este más allá? ¿por qué el velo le es al hombre más precioso que la realidad? ¿Por qué el dominio de esta relación ilusoria se convierte en un constituyente esencial, necesario, de su relación con el objeto? Esta es la cuestión planteada por el fetichismo.
Antes de ir más lejos, ya pueden ver ustedes cuantas cosas se aclaran entonces, incluido el hecho de que Freud nos dé como primer ejemplo de un análisis de fetichista esa maravillosa historia de un calembur. Un señor que había pasado su primera infancia en Inglaterra y había ido a convertirse en fetichista a Alemania, buscaba siempre un ligero brillo en la nariz, y edemas podía verlo, ein Glanz auf die Nase. Esto significaba, nada más y nada menos, una mirada a la nariz, nariz que a su vez era, por supuesto, un símbolo. La expresión alemana se limitaba a trasponer la expresión inglesa a glance on the nose, que le venía de sus primeros años. Ya ven ustedes como interviene aquí, proyectándose en un punto sobre el velo, la cadena histórica, que puede contener incluso toda una frase, y más aún, una frase en una lengua olvidada.
¿Cuáles son las causas de la instauración de la estructura fetichista? Aquí, los gramáticos no nos den ninguna garantía.
Desde hace algún tiempo los autores pasan buenos apuros. Por una parte, no podemos perder de vista la noción de que la génesis del fetichismo esta articulada esencialmente con el complejo de castración. Por otra parte, es en las relaciones preedípicas, y en ninguna otra parte, donde se pone de manifiesto de la forma más clara que la madre fálica es el elemento central, el motor decisivo. ¿Cómo conciliar las dos cosas?
Los autores lo hacen más o menos cómodamente. Observemos tan sólo las comodidades, por otra parte medianas, que pueden encontrar aquí los miembros de la escuela inglesa, gracias al sistema de la señora Melanie Klem. Dicho sistema estructura las primeras etapas de las tendencias orales, particularmente en su momento más agresivo, introduciendo la presencia del pene paterno por proyección retroactiva, es decir retroactivando el complejo de Edipo a las primera relaciones con los objetos considerados como introyectables. Se tiene así un acceso más fácil a un material que permite la interpretación. Como todavía no me he lanzado nunca a hacer una crítica exhaustiva de lo que significa el sistema de la señora Melanie Klein, dejaremos de lado por el momento lo que pueda traer a colación en este sentido algún que otro autor. Para limitarnos a lo que nosotros mismos hemos sacado a la luz, partiremos de la relación fundamental que es la del niño real, la madre simbólica y su falo, el de ella, que para ella es imaginario.
Este esquema debe manejarse con precaución, porque se concentra en un mismo plano, cuando de hecho corresponde a distintos planos e interviene en etapas sucesivas de la historia. En efecto, durante mucho tiempo el niño no está en condiciones de apropiarse la relación de pertenencia imaginaria que constituye la profunda división de la madre con respecto a el. Este año trataremos de dilucidar esta cuestión. Siguiendo en esta vía veremos como y en que momento esto entra en juego para el niño, como se produce la entrada del niño en la relación con el objeto simbólico, con el falo como su principal moneda. Aquí hay cuestiones temporales, cronológicas, de orden y de sucesión, que trataremos de abordar, como nos lo indica la historia del psicoanálisis, desde el punto de vista de la patología.
¿Qué nos enseñan aquí las observaciones cuando las desmenuzamos? Nos muestran fenómenos que se manifiestan correlativamente a este síntoma singular que pone al sujeto en una relación electiva con un fetiche, el objeto fascinante inscrito sobre el velo, en cuya órbita gira su vida erótica. Digo órbita porque sin duda el sujeto conserve cierta libertad de movimientos, perceptibles cuando analizamos y no cuando se hace tan sólo una descripción clínica. Si se toma una observación, se ven muy bien elementos que les he articulado hoy y que Binet ya había indicado, por ejemplo ese punto asombroso del recuerdo pantalla, que fija la detención en los bajos del vestido de la madre, o de su corsé, o también la relación esencialmente ambigüa del sujeto con el fetiche, relación de ilusión, que así es como se vive y así se prefiere, o bien la función particularmente satisfactoria de un objeto inerte, plenamente a merced del sujeto para la maniobra de sus relaciones eróticas. Todo esto se ve en una observación, pero hace falta el análisis para aislar mejor lo que ocurre cada vez que, por una razón cualquiera, el recurso al fetiche decae, se agota, se gasta , o simplemente se escabulle .
El comportamiento amoroso, y más simplemente la relación erótica del sujeto, se reduce a una defensa. Pueden comprobarlo si leen en el International Journal las observaciones de la señora Sylvia Payne, XX-2, del señor Gillespie, de la señora Greenacre, del señor Dugmore Hunter, XXXV-3, o también algunos trabajos aparecidos en el Psycho-Analytic Study of the Child. Esto también lo entrevió Freud y esta articulado en nuestro esquema. Freud nos dice que el fetichismo es una defensa contra la homosexualidad y el señor Gillespie indica que el margen entre ambos es extraordinariamente estrecho. En resumen, en las relaciones con el objeto amoroso que organizan este ciclo en el fetichista, encontramos una alternancia de identificaciones. identificaciones con la mujer enfrentada al pene destructor, el falo imaginario de las experiencias primordiales del período oro-anal, centradas en la agresividad de la teoría sádica del coito, y en efecto, muchas experiencias que el análisis saca a la luz muestran una observación de la escena primitiva percibida como cruel, agresiva, violenta, incluso asesina. A la inversa, identificación del sujeto con el falo imaginario, que le hace ser para la mujer un puro objeto que puede devorar y en el límite destruirlo.
El niño se encuentra enfrentado a esta oscilación entre los dos polos de la relación imaginaria primitiva, de una forma que podemos llamar bruta, antes de la instauración de la relación en su legalidad edípica por la introducción del padre como sujeto, centro de orden y de posesión legítima. El niño está entregado a la oscilación bipolar de la relación entre dos objetos inconciliables, que conduce de cualquier forma a un desenlace destructivo, incluso asesino. He aquí lo que se encuentra en el fondo de las relaciones amorosas cuando emanan de la vida del sujeto, tienden a esbozarse y se tratan de ordenar. En una determinada manera de comprender el análisis, que es precisamente la via moderna, y en esto recuerda en parte al que es mi propio camino, el analista interviene aquí para hacer percibir al sujeto la alternancia de sus posiciones y al mismo tiempo sus significaciónes respectivas. Podemos decir que introduce la distancia simbólica necesaria para que el sujeto advierta el sentido.
Las observaciones son aquí extremadamente ricas y fructíferas, por ejemplo, cuando nos muestran las mil formas que puede adquirir, en la actualidad de la vida precoz del sujeto, el descompletamiento fundamental que deja al sujeto entregado a la relación imaginaria, ya sea por la vía de la identificación con la mujer, ya sea ocupando el lugar del falo imaginario, es decir, de cualquier forma, en una simbolización insuficiente de la relación tercera. Los autores notan con mucha frecuencia la ausencia a veces repetida del padre en la historia del sujeto, la carencia, como suele decirse, del padre como presencia —se va de viaje, a la guerra, etc.
Más aún, se advierte cierto tipo de posición del sujeto, a veces singularmente reproducida en los fantasmas, la de una inmovilización forzada. En ocasiones se manifiesta a través de una atadura efectivamente sufrida por el sujeto —hay un ejemplo muy bello en la observación de Sylvia Payne. A consecuencia de una extravagante prescripción médica, habían impedido a un niño que caminara hasta la edad de dos años, con ataduras efectivas que lo mantenían en su cama. Esto tuvo sus consecuencias. El hecho de haber vivido tan estrechamente vigilado en la habitación de sus padres lo dejaba en la posición ejemplar de una total entrega a una relación puramente visual, sin el menor esbozo de reacción muscular. Había asumido la relación con sus padres en el estilo de rabia y de cólera que pueden ustedes suponer. Si bien son raros los casos tan ejemplares, algunos autores han insistido en que la fobia de algunas madres que mantienen a sus hijos a distancia, sin contacto, casi como si fueran una fuente de infección, sin duda tiene alguna relación con el valor predominante dado a la relación visual en la constitución de la relación primitiva con el objeto materno.
Mucho más instructiva que tal ejemplo de enviciamiento de la relación primordial, es la relación patológica que se presenta como el reverso, o el complemento, de la adherencia libidinal al fetiche. El fetichismo es en efecto una clase que engloba nosológicamente toda clase de fenómenos cuya afinidad o parentesco con el fetichismo nos indica de algún modo nuestra intuición.
Que determinado sujeto de quien nos habla la señora Payne este prendado de un impermeable, parece de la misma naturaleza que si lo estuviera de unos zapatos. No nos equivocamos al pensar así. Sin embargo, hablando desde un punto de vista estructural, el impermeable contiene por sí mismo ciertas relaciones e indica una posición algo distinta de las que suponen el zapato o el corset Estos objetos se encuentran de por sl, directamente, en la posición del velo entre el sujeto y el objeto. No ocurre igual con el impermeable, ni con el resto de tipos de fetiches vestimentarios más o menos envolventes. Por otra parte, hay que concederle un lugar a la cualidad especial que implica el plástico. Esta carácterística, muy a menudo presente, alberga como un último misterio, que sin duda esclarecerla psicológicamente la sensorialidad que alberga el facto especial del propio plástico. Tal vez pueda tomarse, con mayor facilidad que cualquier otra cosa, como un forro de la piel , o quizás tenga carácterísticas aislantes especiales. Dejando de lado la estructura misma de los informes aportados en determinados centros donde la observación se plantea analíticamente, se ve que el impermeable juega aquí un papel no exactamente igual al del velo. Mas bien se trata de algo detrás de lo cual el sujeto se centra. Se sitúa, no ante velo, sino detrás, es decir en el lugar de la madre, adhiriéndose a una posición de identificación en la que esta tiene necesidad de ser protegida, en este caso mediante una envoltura.
Esto nos da la transición entre los casos de fetichismo y los casos de travestismo. La envoltura no es como el velo, sino una forma de protección. Se trata de una égida con la que el sujeto se envuelve, identificado con el personaje femenino.
Otra relación típica, a veces particularmente ejemplar, son las explosiones de un exhibicionismo en algunos casos verdaderamente reactivo, a veces en alternancia con el fetichismo. Esto se observa siempre que el sujeto se esfuerza por salir de su laberinto en razón de alguna puesta en juego de lo real que le deja en una posición de equilibrio inestable, y ahí se produce una cristalización o una inversión de su posición. Lo que ilustra manifiestamente el esquema del caso freudiano de homosexualidad femenina, en el cual la introducción del padre como elemento real produce un intercambio de los términos, de forma que lo que se situaba en un más allá, el padre simbólico, se implica en la relación imaginaria, mientras que el sujeto tome una posición homosexual demostrativa con respecto al padre.
Tenemos igualmente casos muy bonitos, en los que se ve al sujeto, si ha tratado de acceder a una relación plena en ciertas condiciones de realización artificiales, de forzamiento de lo real, expresar mediante un acting out, es decir en el plano imaginario, lo que en la situación se encontraba simbólicamente latente. Tenemos un ejemplo de ello en el sujeto que intenta por primera vez una relación real con una mujer, pero colocándose en esa posición de experiencia consistente en ir a mostrar de que es capaz. Lo consigue más o menos bien, gracias a la ayuda de la mujer, pero a continuación, sin que nada en el permitiera prever hasta entonces la posibilidad de tales síntomas, se entrega a una exhibición muy singular y muy bien calculada, consistente en mostrar su sexo al paso de un tren internacional, de modo que nadie puede pescarle con las manos en la mesa. En este caso el sujeto se vio forzado a dar salida a algo hasta entonces implícito en su posición. Su exhibicionismo es tan sólo la expresión o la proyección en el plano imaginario de algo cuyas repercusiones simbólicas el mismo no había comprendido del todo, a saber, que a fin de cuentas el acto que acababa de realizar no era sino el intento de mostrar —de mostrar que era capaz como cualquier otro de tener una relación normal.
Encontramos en diversas ocasiones esta especie de exhibicionismo reactivo en observaciones muy próximas al fetichismo o que son claramente de fetichismo. Se trata, es de suponer, de actos delictivos que son equivalentes del fetichismo. La señora Melitta Schmideberg nos presenta por ejemplo a un hombre casado con una mujer unas dos veces más voluminosa que el, una verdadera pareja a lo Dubout, en la que le correspondía el papel de ubuesca víctima, como un burro de carga. Un buen día. este hombre, que hacía lo que podía en esa situación horrible, se entera de que va a ser padre. Se precipita a un parque publico y empieza a mostrar su órgano a un grupo de jovencitas.
La señora Schmideberg, que aquí parece un poco excesivamente annafreudiana, encuentra todo tipo de analogías con el hecho de que el padre del chico ya era un poquito víctima de su mujer y habla conseguido librarse de la situación haciéndose sorprender un día con una criada, cosa que, por medio de la reivindicación celosa, había dejado a su consorte un poco a su merced. Esto no explica nada. La señora Schmideberg elude lo principal. Cree haber analizado una perversión, cree que ha hecho un short analysis. No tiene ninguna necesidad de maravillarse, pues no se trata en absoluto de ninguna perversión, y ella tampoco ha hecho ningún análisis. Deja de lado el hecho de que en esta ocasión, si el sujeto se manifestó, fue mediante un acto de exhibición. No hay ninguna otra forma de explicar tal acto sino refiriéndose a ese mecanismo de desencadenamiento por el cual algo que está demás en lo real , inasimilable simbólicamente, tiende a precipitar lo que se encuentra en el fondo de la relación simbólica, o sea la equivalencia falo-niño.
A falta de poder asumir esta paternidad, a falta incluso de creer en ella, ese buen hombre se fue a enseñar al lugar oportuno el equivalente del niño, es decir lo que entonces le quedaba del uso de su falo.