Una vez que ha llegado a la parte patética de su obra sobre el chiste, la segunda parte, Freud se plantea la pregunta por el origen del placer, del placer que procura el chiste.
Por supuesto, se vuelve cada vez más necesario —se lo recuerdo a aquéllos de ustedes que se creerían dispensados de ello— el que al menos hayan hecho una lectura del texto de El Chiste. Es la única manera que tienen de conocer esta obra, aparte del caso, que creo que no sería del agrado de ustedes, de que yo mismo les leyera aquí el texto. Voy a extraer de éste algunos fragmentos, pero eso hace bajar sensiblemente el nivel de la atención. Es el único modo de comprobarles que las fórmulas que les aporto, o que intento aportarles, siguen frecuentemente a la línea, quiero decir lo más cerca posible, las cuestiones que se plantea Freud.
Las cuestiones que se plantea Freud, se las plantea en una marcha a menudo sinuosa. El se refiere a temas diversamente recibidos, psicológicos Y otros, a los que se refiere implícitamente por la manera en que se sirve de los temas recibidos —estos también son importantes, más importantes todavía que los que le sirven de referencia. Los que le sirven de referencia, son los que posee en (común) con sus lectores. La manera en que se sirve de ellos hace aparecer —verdaderamente, es preciso no haber abierto el texto para no darse cuenta de ello— una dimensión que antes de él no había sido sugerida nunca.
Esta dimensión es precisamente la del papeldel significante. Yo quisiera ir directamente al grano de lo que hoy nos ocupa, a saber cuál es, se pregunta Freud, la fuente del placer.
¿Cuál es la fuente del placer?, nos dice. Ella es esencialmente lo que, en un lenguaje demasiado extendido en nuestros días, y del que se servirían algunos cuando desearían… La fuente del placer del chiste hay que buscarla esencialmente en su aspecto formal. Felizmente, no es así como se expresa Freud, él se expresa de un modo todavía mucho más preciso: la fuente del placer en el chiste —llega a decir— es simplemente la chanza (plaisanterie). Esa es la verdadera fuente propia.
Sin embargo, por supuesto, el placer que extraemos en el curso del ejercicio del chiste está centrado en otra parte. ¿No nos percatamos de la dirección de esta fuente, y a todo lo largo de su análisis, de esta suerte de ambigüedad que es inherente al ejercicio mismo del chiste, que hace que no nos percatemos de dónde nos llega el placer, y es necesario todo el esfuerzo de su análisis para habérnoslo mostrado? Este es un elemento, un camino absolutamente esencial.
Conforme a un sistema de referencia que va a aparecer cada vez más marcado hasta el final de la obra, a esta fuente primitiva del placer, él la ha relaciónado a un período lúdico de la actividad infantil, que es algo que se relacióna con ese primer juego con las palabras que, en suma, nos remite directamente a la adquisición del lenguaje en tanto que puro significante, pues es propiamente hablando al juego verbal, al ejercicio que nosotros diríamos casi puramente, para no decir emisor, puramente emisor de la forma verbal, que él va a remitir, primitivo y esencial, el placer.
¿Es entonces pura y simplemente una suerte de retorno a un ejercicio del significante como tal, a un período anterior al control, al que la crítica, al que la razón va a obligar progresivamente, por el hecho de la educación, de todos los aprendizajes de la realidad, va a forzar al sujeto a aportar este control y esta crítica a ese uso del significante? ¿Es entonces en esta diferencia que va a consistir el principal resorte del ejercicio del placer en el chiste?
Seguramente la cosa parece muy simple, si es a todo esto que se resume lo que nos aporta Freud. Por supuesto, él está lejos de limitarse a esto: él nos dice que ahí está la fuente del placer, pero también nos muestra en qué vía ese placer es utilizado. Este placer, de alguna manera sirve a una operación que se refiere a la liberación de aquellas antiguas vías, en tanto que todavía están ahí en potencia virtual, existiendo, sosteniendo de algún modo todavía algo. Y por el hecho de pasar por esas vías, les da un privilegio en relación a aquellas que han sido llevadas al primer plano del control del pensamiento del sujeto por su progreso hacia el estado adulto.
Volver a hallar ese privilegio en esas vías es algo que nos hace volver a entrar de golpe —y en esto interviene todo el análisis anterior que él ha hecho del resorte y del mecanismo del chiste— en unas vías estructurantes que son las mismas del inconsciente.
En otros términos, las dos caras del chiste —es él mismo quien se expresa así— son, por una parte, esta cara de ejercicio del significante, con esta libertad que lleva al máximo toda su posibilidad de ambigüedad fundamental, e incluso, para decirlo todo, su carácter primitivo en relación al sentido, la esencial polivalencia que tiene en relación al sentido, la función creadora que tiene en relación al sentido, el acento arbitrario que aporta en el sentido. Esta es una de las caras.
La otra, es el hecho de que este ejercicio por sí mismo nos introduce, nos dirige, evoca todo lo que es del orden del inconsciente; y esto esta suficientemente indicado, según Freud, por el hecho de que las estructuras que revela el chiste, la manera en que funciona su constitución, su cristalización, no son otras que las mismas que él mismo ha descubierto en sus primeras aprehensiones del inconsciente, a saber a nivel del sueño, a nivel de los actos falidos, o logrados, como quieran entenderlo, a nivel de los síntomas mismos.
Es a esto que hemos intentado dar una fórmula más ceñida, más precisa, cuando, bajo la forma, bajo la rubrica, de metáfora y de metonimia, reencontremos en sus formas más generales, las formas que tienen equivalentes para todo ejercicio del lenguaje, y también para lo que reencontraremos de estructurante en el inconsciente; estas formas son las formas más generales, de las cuales entonces la condensación, el desplazamiento, los otros mecanismos que Freud pone de relieve en las estructuras del inconsciente, de alguna manera no son más que aplicaciones.
Esta común medida del inconsciente con lo que le conferimos, no simplemente por las vías de los hábitos mentales, sino porque efectivamente hay dinámica en la relación con el deseo, esta común medida del inconsciente y de la estructura de la palabra en tanto que está comandada por las leyes del significante, es a esto que trataremos de aproximarnos cada vez más cerca, que trataremos de ejemplificar, de volver ejemplar, por medio de nuestro recurso a la obra de Freud sobre el chiste. Es lo que intentaremos mirar de más cerca hoy.
Si ponemos el acento sobre lo que se podría llamar la autonomía de las leyes del significante, si decimos que en relación al mecanismo de la creación del sentido ellas son primeras, esto por supuesto no nos dispensa de plantearnos la cuestión de cómo debemos concebir, no solamente la aparición del sentido, sino, para parodiar una fórmula que ha sido producida bastante torpemente en la escuela lógico-positivista, diríamos: el sentido del sentido , no que esto tenga sentido. ¿Pero qué queremos decir cuando se trata del sentido? Y también Freud, en ese capitulo sobre el mecanismo del placer, lo evoca, se refiere a ello sin cesar, y no deja de tener en cuenta esa fórmula tan a menudo extendida a propósito del ejercicio del chiste: sentido en el contrasentido (sens dans le non-sens), como desde hace algún tiempo decían los autores, por una suerte de fórmula que de alguna manera toma en cuenta las dos caras aparentes del placer: la manera en que ante todo sorprende por el contrasentido (non-sens), en que por otra parte nos fija y nos recompensa con la aparición de no sé qué sentido secreto, además siempre tan dificil de definir si partimos de esta perspectiva, en este mismo contrasentido, o bien pasaje facilitado por un contrasentido que en ese momento nos aturde, nos sidera.
Esto está quizá más cerca del mecanismo, y Freud seguramente está también mucho más cerca de concederle más propiedades. A saber que el contrasentido tiene ahí, por un instante, la función de engañarnos el tiempo suficiente como para que un sentido desapercibido hasta entonces, o por otra parte que también ha pasado muy rápido, fugitivo, un sentido relampagueante, de la misma naturaleza que la sideración que nos ha retenido un instante en el contrasentido, nos sorprenda a través de esta comprensión del chiste.
De hecho, si se miran las cosas de más cerca, se ve que Freud llega hasta a repudiar este término de contrasentido, y es ahí también que yo quisiera que nos detengamos hoy, pues lo propio de estas aproximaciones es tanto que permiten precisamente evitar el último término, el último reverte del mecanismo en juego, como detenerse en fórmulas que sin ninguna duda tienen su apariencia, su seducción psicológica, pero que no son, propiamente hablando, las que convienen.
Voy a proponerles que partamos de algo que tampoco será un recurso al. nitro, del que sin ninguna duda sabemos, en efecto, que puede extraer algún placer de esos juegos verbales, y con el que uno puede referirse en efecto a algo de este orden para dar sentido y peso a una suerte de psicogénesis del mecanismo del chiste (esprit), pero del que, después de todo, si ustedes piensan en ello de otro modo que por una especie de satisfacción, de rutina que se establece por el hecho de que referirse a algo como esta actividad lúdica primitiva, lejana, a la que después de todo se le pueden conceder todas las gracias, no es tal vez tampoco algo que deba satisfacernos tanto, puesto que tampoco es seguro que el. placer del chiste (esprit) en el. que el niño no participa más que de muy lejos, sea algo que deba ser exhaustivamente explicado por un recurso a la fantasía.Pero yo quisiera llegar a algo que haga el nudo entre este uso del significante y lo que podemos llamar una satisfacción o un placer. Volveré a esta referencia que parece elemental: que si recurrimos al niño, de todos modos es preciso que no olvidemos que el significante al comienzo está hecho para servir para algo está hecho para expresar una demanda.
Detengámonos pues un instante en el resorte de la demanda. Este es que algo de una necesidad pasa al medio del significante que está dirigido al otro. Ya la última vez les hice observar que está referencia elemental merecería que intentemos sondear sus tiempos.
Sus tiempos están tan poco sondeados como hice alusión a ello en alguna parte, en uno de mis artículos. Un personaje eminentemente representativo de la jerarquía psicoanalítica hizo todo un artículo, de aproximadamente una docena de páginas, para maravillarse de las virtudes de lo que él llama el wording, palabra que corresponde en inglés a lo que en francés, más torpemente, llamamos pasaje a lo verbal o verbalización. Evidentemente, es más elegante en inglés que en francés. El se maravilla porque una paciente, singularmente apuntada por una intervención que él había hecho diciéndole algo que más o menos quería decir: "usted tiene singulares, o incluso fuertes (falta palabra) ", lo que en inglés tiene además un acento más insistente todavía que en francés se haya literalmente trastornado, como por una acusación, como por una denuncia, mientras que, cuando él retomó el mismo término unos momentos más tarde, sirviéndose de "N (falta resto de palabra) ", es decir, "necesidad", encontró a alguien del. todo dócil para aceptar su interpretación.
El carácter de montaña que le es otorgado por el autor en cuestión a este descubrimiento, nos muestra bien hasta qué punto el arte del wording está todavía, en el interior del análisis, o al menos de un cierto circulo del. análisis, en estado primitivo. Pues en verdad todo esta ahí: la demanda es algo que por sí misma es tan relativa al otro que, por el hecho de que el otro lo acuse, el propio sujeto se encuentra inmediatamente en posición de acusar, de rechazarlo, mientras que al evocar la necesidad él autentifica a esta necesidad, la asume, la homologa, la lleva a él comienza ya a reconocerla, lo que es una satisfacción esencial.
El mecanismo de la demanda naturalmente es el hecho de que el otro por naturaleza se le opone, o aún, que se podría decir que la demanda por naturaleza exige que uno se le oponga, para ser sostenida como demanda. (Esto) está ligado justamente a la introducción en la comunicación del lenguaje, (lo que) a cada instante es ilustrado por el modo bajo el cual el otro accede a la demanda.
Reflexionemos bien. Es en la medida en que la dimensión del lenguaje viene ahí para ser remodelada, pero también para derramar en el complejo significante, al infinito, el si sistema de las necesidades, que la demanda es esencialmente algo que por su naturaleza se plantea como pudiendo ser exorbitante. No es por nada que los niños demandan la luna. Demandan la luna porque demandar la luna es de la naturaleza de una necesidad que se expresa por intermedio del sistema significante; también, además, que no vacilamos en prometérsela; ¡también, por otra parte, estamos muy cerca de tenerla!
Al fin de cuentas, no tenemos todavía la luna, y lo que de todos modos es esencial es percatarse y poner de relieve lo siguiente: después de todo, en esta demanda de satisfacción de una necesidad, ¿qué sucede, pura y simplemente? Respondemos a la demanda, damos a nuestro prójimo lo que nos demanda. ¿Por qué ojo de aguja es preciso que pase? ¿Por qué reducción de sus pretensiones tiene que reducirse él mismo para que la demanda sea reconocida?
Esto es lo que pone suficientemente de relieve el fenómeno de la necesidad cuando aparece desnudo. Diría incluso que, para acceder a ella en tanto que necesidad, es preciso que nos remitamos, más allá del sujeto, a no sé qué Otro que se llama Cristo, quien se identifica al pobre para aquellos que practican la caridad cristiana; pero incluso para los otros, para el hombre del deseo, para el Don Juan de Moliere él por supuesto da al mendigo lo que éste le demanda, y no es por nada que él añade "por amor a la humanidad". Es a un Otro más allá de aquel que está frente a ustedes, al fin de cuentas, que la respuesta a la de manda, el. acuerdo a la demanda, es deferido. Y la historia, que es una de las historias sobre las cuales Freud hace girar su análisis del chiste, la historia llamada del salmón con mayonesa, es la más bella historia que da aquí la ilustración de esto.
Un personaje se indigna después de haberle dado a un pedigüeño algún dinero, del que éste tiene necesidad para hacer frente a no sé qué deudas, a sus vencimientos, al verle dar, al objeto de su generosidad, otro empleo que el que corresponde de alguna manera a otro espíritu limitado. Es una historia verdaderamente graciosa cuando, al volverlo a encontrar al día siguiente en un restaurante, a punto de ofrecerse lo que es considerado como el signo de un gasto suntuario, un salmón con mayonesa, le dice, con ese acentito vienés que puede dar el tono de la historia: "¿Cómo? ¿Es para esto que te he dado el dinero? ¿Para regalarte un salmón con mayonesa?" A lo cual, entonces, el otro entra en el chiste y responde: "¡Pero entonces yo no comprendo: cuando no tengo dinero no puedo comprar salmón con mayonesa, y cuando lo tengo tampoco puedo comprarlo! ¿Cuándo, entonces, comeré salmón con mayonesa?"
Toda especie de ejemplo del chiste es todavía más significativo por el dominio mismo en que se desplaza, es más significativo todavía por su particularidad, que parece ser algo especial en la historia, que no puede ser generalizado. Es por esta particularidad que llegaremos al resorte más vivo del dominio en el cual nos situamos, y la pertinencia de esta historia no es menor que la de cualquier otra historia, la que siempre nos mete en el corazón mismo del problema, en la relación entre el significante y el deseo, y en el hecho de que el deseo haya cambiado profundamente de acento, se haya subvertido, vuelto ambigüo él mismo, por su pasaje por las vías del significante.
Entendamos bien lo que quiere decir todo esto. Es siempre en nombre de cierto registro que hace intervenir al Otro más allá de aquél que demanda, que toda satisfacción es acordada, y esto precisamente pervierte profundamente el sistema de la demanda y de la respuesta a la demanda. Cubrir a los desnudos, dar de comer a los hambrientos, visitar a los enfermos. No tengo necesidad de recordar las siete, ocho o nueve obras de misericordia; es bastante sorprendente, en sus propios términos, que cubrir a los desnudos se podría decir, si la demanda fuera algo que debiera ser sostenida en su agudeza directa, ¿por qué no vestir, quiero decir el Christian Dior, a los que están desnudos? Eso sucede cada tanto, pero en general es que se ha comenzado por desvestirlos uno mismo.
Del mismo modo, dar de comer a los hambrientos. ¿Por qué no "llenarles la boca"? Eso no se hace, eso les harta mal, ellos están habituados a la sobriedad, no hay que causarles desarreglos.
En cuanto a visitar a los enfermos, recordaré el dicho de Sacha Guitry: "hacer una visita es un placer, ¡si no cuando uno llega, al menos cuando uno se va!"
La relación de temática de la demanda está en el corazón de lo que hoy constituye nuestro propósito. Intentemos pues esquematizar lo que sucede en ese tiempo de detención que de alguna manera descalza, por una suerte de vía singular, en bayoneta si uno puede expresarse así, la comunicación de la demanda a su acceso.
Esto no es otra cosa que algo mítico, pero algo profundamente verdadero, que les ruego que se remitan a él para hacer uso de este pequeño esquema, y de la manera siguiente:
Supongamos la cosa, que de todos modos debe existir en alguna parte, aunque más no fuera en nuestro esquema, una demanda que pasa, pues al fin de cuentas todo está ahí. Si Freud introdujo una nueva dimensión en nuestra consideración del hombre, ésta es que, a pesar de todo, yo no diría que algo pasa, sino que algo que está destinado a pasar, el deseo, que deberla pasar, deja en alguna parte no solamente unas huellas, sino un circuito insistente.
Partamos pues, en él esquema, de algo que representarla a la demanda que pasa. Pongamos, puesto que hay infancia, muy bien podemos hacer refugiarse allí a la demanda que pasa. Este niño, que articula algo que, para él, todavía no es más que articulación incierta, pero articulación en la cual obtiene placer, a la que se refiere Freud. El dirige su demanda. Digamos que ella parte —felizmente, todavía no ha entrado en juego—, se dibuja algo que parte de este punto, que llamaremos delta o D mayúscula, demanda, y esto.
¿Qué nos describe esto? Esto nos describe la función de la necesidad; algo se expresa, que parte del sujeto y que termina la línea de su necesidad. Es precisamente lo que termina la curva de lo que hemos aislado aquí como el discurso, y éste está hecho con la ayuda de la movilización de algo que es preexistente. Yo no he inventado lalínea del discurso, la puesta en juego del stock, muy reducido en ese momento, del stock del. significante, en tanto que, correlativamente, articula algo.
Vean cómo son las cosas. Si ustedes quieren, superpongan juntos los dos planos, el de la intención, tan confusa como la supongan, del joven sujeto en tanto que dirige el llamado, y el. del significante, tan desordenado también como puedan suponer su uso, en tanto que es movilizado en este esfuerzo, en este llamado que progresa al mismo tiempo, y algo tiene un sentido de crecimiento que ya les he marcado, la utilidad para comprender el efecto retroactivo de la frase, que se riza hasta el fin del segundo tiempo. Observen que esas dos líneas todavía no se han entrecruzado, en otros términos: que el que dice algo, dice a la vez más y menos que lo que debe decir. La referencia aquí al carácter de tanteo del primer uso de la lengua por parte del niño encuentra su pleno empleo.
En otros términos, si progresa paralelamente sobre las dos líneas el acabamiento de algo que ahí se llamará la demanda, es igualmente al. fin del segundo tiempo que el significante se rizará sobre algo que aquí acaba de una manera tan aproximativa como ustedes quieran, el sentido de la demanda, lo que constituye el mensaje, algo que el Otro —digamos la madre, como para admitir cada tanto la existencia de buenas madres— evoca, propiamente hablando, que coexiste con el acabamiento del mensaje.
Uno y otro se determinan al mismo tiempo, uno como mensaje, el otro como Otro, y en un tercer tiempo de esta doble curva veremos algo que aquí se acaba, y aquí también algo que, al menos a titulo hipotético, vamos a indicar cómo podemos nombrarlos, situarlos en esta estructuración de la demanda, que es la que intentamos poner completamente en la base, en el fundamento, del ejercicio primero del significante en la expresión del deseo.
Yo les pediría que al menos provisoriamente admitan, como la referencia más útil para lo que intentaremos desarrollar ulteriormente, que admitan en el tercer tiempo ese caso ideal en que la demanda de alguna manera encuentra exactamente lo que la prolonga, a saber, el Otro que la retoma a propósito de su mensaje.
Creo que lo que aquí debemos considerar es algo que no puede confundirse exactamente aquí con la satisfacción, ya que en la intervención, en el ejercicio mismo de todo significante a propósito de la manifestación de la necesidad, hay algo que la transforma y que ya le aporta, por el complemento del significante, ese mínimo de transformaciones, de metáforas, para decirlo todo, que hace que lo que es significado es algo más allá de la necesidad bruta, remodelada por el uso del significante.
Para decirlo todo, es aquí que comienza a ejercerse, a intervenir, a entrar en la creación de lo significado, algo que no es una pura y simple traducción de la necesidad, sino una retoma, una reasunción, un remodelado de la necesidad, la creación de un deseo que es otra cosa que la necesidad, que es un deseo más que un significante. Como decía Lenin: el socialismo es algo probablemente muy simpático, pero la comunidad perfecta tiene además la electrificación.
Aquí, en la expresión de la necesidad, esta además el significante. Y del otro lado, aquí, en el tercer tiempo, hay seguramente algo que corresponde a esta aparición milagrosa —la hemos supuesto milagrosa, plenamente satisfactoria de la satisfacción por el Otro de algo, algo que ahí es creado. Es algo que aquí desemboca normalmente en lo que Freud nos presenta como el placer del ejercicio del significante, para decirlo todo: el ejercicio de la cadena significante como tal, en e se caso ideal de éxito, en el caso en que el Otro viene aquí en la prolongación misma del ejercicio del significante. Lo que prolonga el esfuerzo del significante como tal es esta resolución aquí en un placer propio, auténtico, el placer de este uso del significante. Ustedes lo ven sobre algunas líneas límites.
Les ruego que por un instante admitan, a titulo de hipótesis, hablando propiamente, la hipótesis que permanecerá subyacente a todo lo que vamos a intentar concebir que se produce en los casos comunes, en los casos de ejercicio real del significante. Para el uso de la demanda, es algo que estará subtendido por esta referencia primitiva a lo que podríamos llamar el pleno éxito, o el primer éxito, o el éxito mítico, o la forma arcaica primordial del ejercicio del significante.
Ese pasaje pleno, ese pasaje con éxito de la demanda como tal en lo real, en tanto que crea al mismo tiempo el mensaje y el Otro, desemboca por una parte en este recorrido del significante, que es introducido por el uso del significante como tal, y por otra parte prolonga directamente el ejercicio del significante en un placer auténtico. Uno y otro se balancean. Por una parte está este ejercicio que reencontramos, en efecto, con Freud, completamente en el origen del juego verbal como tal, que es un placer original siempre listo para resurgir. Y por supuesto, cuánto siempre, en todas partes, lo que ahora vamos a ver de lo que sucede para oponerse a ello, cuán enmascarada esta por otra parte esta novedad que aparece no simplemente en la respuesta a la demanda, sino en el hecho de que en la demanda verbal misma aparece algo original que complejiza, que transforma la necesidad, que la pone sobre el plano de lo que a partir de ahí llamaremos el deseo, siendo el deseo algo que está definido por un decalaje esencial en relación a todo lo que es del orden pura y simplemente de la dirección imaginaria de la necesidad, que es algo que la introduce por sí mismo en otro orden, en el orden simbólico, con todo lo que puede aportar aquí de perturbación.
Para decirlo todo, vemos aquí surgir, a propósito de ese mito primero — al que les ruego referirse, porque es preciso que nos apoyemos sobre esto en todo lo que sigue—, a falta de lo cual se vuelve incomprensible todo lo que nos será articulado por Freud a propósito del mecanismo propio del placer del chiste. Subrayo que esta novedad que aparece en el significado por la introducción del significante es algo que reencontramos por todas partes como una dimensión esencial acentuada por Freud en todos los rodeos, en lo que era manifestación del inconsciente.
Freud nos dice a veces que algo nos aparece al nivel de las formaciones del inconsciente, que se llama sorpresa. Es algo que conviene tomar, no como un accidente de este descubrimiento, sino como una dimensión esencial de su esencia. Hay algo originario, el fenómeno de la sorpresa, que se produce en el interior de una formación del inconsciente, en lento que en sí misma ella choca al sujeto por su carácter sorprendente, pero también en el momento en que ustedes producen su develamiento para el sujeto, ustedes: proponen en él este asentimiento de la sorpresa—. Freud lo indica. en toda clase de puntos, sea en el Análisis de los sueños, sea en la Psicopatología de la vida cotidiana, sea aún, y a todo instante en el. texto del chiste. Esta dimensión de la sorpresa es consustancial a lo que es del deseo, en tanto que este ha pasado al nivel del inconsciente. Esta dimensión, es lo que el Nereo lleva con él de una condición de emergencia que le es propia en tanto que deseo; es propiamente aquella por la cual él es incluso susceptible de entrar en el inconsciente, pues no todo deseo es susceptible de entrar en el inconsciente. Sólo entran en el inconsciente esos deseos que, por haber sido simbolizados, pueden, al entrar en el inconsciente, conservar bajo su forma simbólica,
bajo la forma de esta huella indestructible cuyo ejemplo retoma Freud en el Witz de los deseos que no se gastan, que no tienen el carácter de impermanencia propio de toda insatisfacción, pero que, al contrario, son soportados por esta estructura simbólica que los mantiene en un cierto nivel de circulación del significante, el que les he designado que en este esquema debe estar situado en este circuito entre el mensaje y el Otro, es decir, ocupando una función, un lugar que, según los casos, según las incidencias en que se produce, hace que sea por las mismas vías que debemos concebir el circuito giratorio del inconsciente en tanto que él está ahí siempre listo para reaparecer.
Es en la acción de la metáfora, en tanto que es por eso que algunos circuitos originales acaben de golpear en el circuito corriente, banal, recibido de la metonimia, que se produce el surgimiento del nuevo sentido, en tanto, finalmente, que en el chiste es manifiesto que se produce es te peloteo entre mensaje y Otro, que va a producir el efecto original del chiste.
Volvamos ahora a entrar en más detalles, para intentar captarlo y concebirlo.
Si ya no estamos en ese nivel primordial, en ese nivel mítico de la primera instauración de la demanda en su forma propia, ¿cómo pasan las cosas?
Remitámonos a ese tema absolutamente fundamental a todo lo largo de las historias de chistes. No se ve más que esto, no se ven más que pedigüeños a quienes se otorgan cosas, sea que se les otorgue lo que no piden sea que se les haya otorgado lo que piden y hacen de eso otro uso, sea que frente a quien les ha dado se comporten con una muy especial insolencia que reproduce, si. se puede decir, en la relación entre el demandante y el solicitado, esa bendita dimensión de la ingratitud. Si no, sería verdaderamente insoportable acceder a ninguna demanda, pues observen, como nos lo ha hecho notar con mucha pertinencia nuestro amigo Mannoni en una excelente obra, que el mecanismo normal de la demanda a la cual se accede es provocar demandas siempre renovadas, pues al fin de cuentas, ¿qué es esta demanda, en tanto que ella encuentra a su auditor, la oreja para la que está destinada?
Hagamos aquí un poquito de etimología, aunque no sea sino en el uso del significante que reside forzosamente la dimensión esencial a la que uno debe referirse. Sin embargo, un poco de etimología esta bien para aclararnos.
Esta demanda, tan marcada por los temas de la exigencia en la práctica concreta, en el uso, en el empleo del término, y más todavía en el anglosajón que en otras lenguas, pero también en otras lenguas, originariamente es demandare, es confiarse, es, sobre el plano de una comunidad de registro y de lenguaje, una entrega de sí, de todas sus necesidades, a un otro. El material significante de la demanda se presta sin duda para tomar otro acento que le es muy especialmente impuesto por el ejercicio efectivo de la demanda.
Pero aquí, el hecho del. origen de los materiales empleados metafóricamente, ustedes lo ven por el progreso de la lengua, está bien para instruirnos de lo que se trata en ese famoso complejo de dependencia que recién evocaba según los términos de Mannoni. En efecto, cuando aquél que demanda puede pensar que efectivamente el otro ha verdaderamente aceptado una de sus demandas, no tiene allí en efecto más limites: él puede, él debe, es normal que él le confíe todas sus necesidades. Todo lo que yo evocaba hace un momento de los beneficios de la ingratitud, pone un término a las cosas, pone un término a lo que no sabría detenerse.
Pero, también, el pedigüeño no tiene la costumbre, por experiencia, de presentar así su demanda toda desnuda; la demanda no tiene nada de confiada, él sabe demasiado bien con qué tiene que vérselas en el espíritu del otro, y es por eso que disfraza su demanda. Es decir, que él demanda algo de lo que tiene necesidad en nombre de otra cosa, de la que a veces tiene necesidad también, pero que será más fácilmente admitida como pretexto a la demanda; a la necesidad de esta otra cosa, si no la tiene la inventará, pura y simplemente, y sobre todo tendrá en cuenta, en la formulación de su demanda, lo que es el sistema del otro, al que yo hacia alusión recién. Se dirigirá de una cierta manera a la benefactora, de otra manera al banquero —todos personajes que se perfilan de una manera tan divertida—, de otra manera al casamentero, de otra manera a estos o a aquéllos, es decir que su deseo no solamente estará capturado y ordenado en el sistema del significante, sino en el sistema del significante tal como esta instaurado, instituido en el otro, es decir, según el código del otro, y, simplemente, su demanda comenzará a formularse a partir del otro, para ante todo reflejarse sobre algo que desde hace mucho tiempo ha pasado al estado activo en su discurso, sobre el yo (je), aquí y ahí, que profiere la demanda para reflejarla sobre el otro, e ir por este circuito a acabar en mensaje.
¿Qué quiere decir? Esto es el llamado, la intención, es el circuito de la necesidad secundaria, a la que ustedes ven que todavía no hay tanta necesidad de darle demasiado el. acento de la razón, sino el del control, control por el sistema del otro, que por supuesto implica ya todo tipo de factores, que únicamente para el caso estamos fundados para calificar de racionales Digamos que si es racional tenerlo en cuenta, no está por eso implicado en su estructura que sean efectivamente racionales.
¿Qué sucede sobre la cadena del significante según esos tres tiempos que vemos aquí describirse? Es algo que de nuevo moviliza todo el aparato, toda la disposición, todo el material para llegar aquí ante todo a algo, pero a algo que no pasa de golpe hacia el otro, que viene aquí a reflejarse en ese algo que en el segundo tiempo ha correspondido al llamado al otro, es decir, en este objeto en tanto que es el objeto admisible para el otro, que es el objeto de lo que quiere desear el otro, que es el objeto metonímico, y es por reflejarse sobre este objeto, por venir en el tercer tiempo a converger hacia el mensaje , que nos encontramos pues aquí, no en este feliz estado de satisfacción que hubiéramos obtenido al cabo de los tres tiempos de la primera mítica representación de la demanda y de su éxito con su novedad sorprendente y su placer por sí mismo satisfactorio. Nos encontramos detenidos sobre un mensaje que lleva en sí mismo ese carácter de ambigüedad de ser el reencuentro de una formulación aliena desde su punto de partida, en tanto que parte del Otro, y por este lado va a desembocar en algo que de alguna manera es deseo del Otro, en tanto que es del. Otro mismo que ha sido evocado el llamado, y, por otra parte, en su aparato significante mismo, por introducir todo tipo de elementos convencionales que son, propiamente hablando, Lo que llamaremos el carácter de comunidad, o de desplazamiento propiamente hablando, de los objetos, en tanto que los objetos están profundamente arreglados por el mundo del Otro. Y hemos visto que el discurso, entre esos dos puntos de terminación de la flecha en el tercer tiempo, es algo tan sorprenderte, que es eso mismo lo que puede desembocar en lo que llamaremos lapsus, tropiezo de palabras por las dos vías .
No es cierto que sea una significación unívoca la formada es tan poco unívoca que el carácter de error y desconocimiento del lenguaje es su dimensión esencial.
Es sobre la ambigüedad de esta formación de mensaje que va a trabajar el chiste es a partir de ese punto, a títulos diversos, que puede ser formado el chiste. Yo no trazaré hoy, todavía diversidad de las formas bajo las cuales ese mensaje puede ser retomado tal como está constituido bajo su forma ambigüa esencial, bajo su forma ambigüa en cuanto a la estructura, para seguir un tratamiento que tiene, según lo que nos ha dicho Freud, el fin de restaurar finalmente el encaminamiento ideal que debe concluir en la sorpresa de una novedad, por una parte, y, por otra parte en el placer del juego del significante. Este es el objeto del chiste.
El objeto del chiste es reevocarnos esta dimensión por la cual el deseo, si no recupera, al menos indica todo lo que ha perdido en el curso del camino, a saber, lo que ha dejado a nivel de la cadena metonímica, por una parte de residuos por otra parte lo que no realiza plenamente a nivel de la metáfora, si llamamos metáfora natural a lo que ha pasado recién en esta pura y simple ideal transición del deseo, en tanto que se forma en el sujeto, hacia el Otro que lo retoma, y que accede a él.
Nos encontramos aquí en un estadio más evolucionado, en el estadio en que ya han intervenido en la psicología del sujeto esas dos cosas que se llaman el yo (je), por una parte, y por otra par te el objeto profundamente transformado que es el objeto metonímico. Nos encontramos ante la metáfora, no la natural, sino el ejercicio corriente de la metáfora que tiene éxito o que fracasa en esta ambigüedad del mensaje del que se trata o no a hora de valorizar en las condiciones que quedan al estado natural Tenemos toda una parte de ese deseo que va a continuar circulando bajo la forma de un residuo del significante en el inconsciente. En el caso del chiste, por una suerte de forzamiento, de sombra feliz de éxitos asombrosos y puramente vehiculizados por el significante, de reflejos de la satisfacción antigua algo va a pasar, que muy exactamente tiene por efecto reproducir ese placer primero de la demanda satisfecha, al mismo tiempo que ésta accede a una novedad original. Es ese algo que el chiste, por su esencia, realiza, ¿y realiza cómo?
Qué hemos visto hasta aquí? Hemos dicho, en suma, que de lo que se trata para esto, es que este esquema puede servirnos para percibir ese algo que es el acabamiento de la curva primera de esta cadena significante, y que es también algo que prolonga lo que pasa de la necesidad intencional en el discurso. ¿Como? Por el chiste, ¿Pero cómo va a llegar a aparecer el chiste?
Aquí reencontramos las dimensiones del sentido y del contrasentido (non-sens), pero creo que debemos estrecharlas de más cerca.
Si algo ha sido apuntado en lo que la últimavez les he dado como indicación de la función metonímica, es hablando propiamente, lo que en el desarrollo simple de la cadena significante se produce de igualación, de nivelamiento, de equivalencia, es decir, de tantas borraduras como una reducción del sentido.
Esto no quiere decir que sea el contrasentido es algo que, por el sólo hecho de que yo había tomado la referencia marxista, que ponernos en función dos objetos de necesidad, de modo tal que uno deviene la medida del valor del otro, borra de él lo que es precisamente el orden de la necesidad, y por este hecho lo introduce en el ordendel valor, desde el punto de vista del sentido, por una especie de neologismo que presenta también una ambigüedad puede ser llamado el de-sentido (dé-sens). Llamémoslo hoy, simplemente el poco de sentido (peu de sens), y así verán bien, una vez que tengan esta clave, la significación de la cadena metonímica de este poco de sentido.
Allí está precisamente aquello sobre lo cuál juegan la mayor parte de los chistes. Conviene que el chiste valorice, haga salir el carácter no de contrasentido, nosotros no estamos en el chiste de esas almas nobles que inmediatamente tras el gran desierto de la que habremos revelado los grandes misterios de la absurdidad general, el discurso del alma bella, si no ha logrado ennoblecer nuestros sentimientos a ennoblecido recientemente su dignidad de escritor. Pero en tanto ese discurso sobre el contrasentido no es menos el discurso más vano que hubiéramos podido escuchar jamás. No hay absoluta ente juego del contrasentido pero cada vez que el equivoco es introducido —así se tratase de la historia del becerro, de ese becerro con el cual yo mismo me divertía la última vez al hacer de él casi la respuesta de Heinrich Heine, digamos que ese becerro, después de todo no vale mucho que digamos en la fecha en que se habla de él—, y también todo lo que ustedes pueden encontrar en los juegos de palabras, más especialmente aquellos que se llaman juegos de pablabras del. pensamiento, consiste en jugar sobre esta delgadez de las palabras par a sostener un sentido pleno.
Es este poco de sentido el que como tal es retomado y por donde algo pasa que reduce en su alcance a este mensaje, en tanto que es, a la vez éxito, fracaso, pero forma necesaria de toda formulación de la demanda, y que viene a interrogar al Otro a propósito de ese poco de sentido aquí y la dimensión esencial del Otro.
Eso por lo que Freud se detiene, como en algo completamente primordial, en la naturaleza misma del mot d’ esprit, del trait d’ esprit, es que no hay chiste solitario, el chiste es solidario de algo, aunque nosotros mismos lo hayamos forjado, inventado, si es que nosotros inventamos chiste y no que él nos inventa a nosotros. Experimentamos la necesidad de proponerlo al Otro, es el Otro quien está encargado de autentificarlo.
¿Qué es este Otro? ¿Por qué este Otro? ¿Qué es esta necesidad del Otro?
Yo no sé si hoy tendremos tiempo suficiente para definirlo, para darle su estructura y sus límites, pero en el punto al que hemos llegando diremos simplemente esto: que lo que es comunicado en el chiste al Otro, es lo que juega esencialmente de una manera ya singularmente astuta, y de la que conviene sostener ante nuestros, ojos el carácter del que se trata. De lo que se trata siempre, es no de provocar esa invocación patética de no sé qué absurdidad fundamental, a la que hacia alusión recién al referirme a la obra de una de las grandes cabezas locas de esta época. Lo que se trata de sugerir es esta dimensión del poco de sentido interrogando de alguna manera el valor como tal, intimándolo si se puede decir a realizar su dimensión de valor, intimándolo a develarse como verdadero valor, lo que es, obsérvenlo bien, una astucia del lenguaje, pues cuanto más se devele como verdadero valor más se develará como estando soportarlo por lo que yo llamo el poco de sentidos El no puede responder más que en el sentido del poco de sentido, y es ahí que está la naturaleza del mensaje propio del chiste, es decir, eso en lo cual aquí, a nivel del mensaje yo retomo con el Otro se camino interrumpido de la metonimia, y le llevo esta interrogación: ¿qué quiere decir todo eso?
El chiste no se acaba sino más allá de éste, es decir, en tanto que el Otro acusa el golpe, responde al chiste, lo autentifica como chiste es decir, percibe lo que, en ese vehículo como tal de la pregunta sobre el poco de sentido, lo que hay ahí de demanda de sentido, es decir, de evocación de un, sentido más allá de ese algo que estás inacabado y que en todo eso ha quedado en el camino, marcado por el signo del Otro, que marca sobre todo con su profunda ambigüedad toda formulación del deseo, ligándolo como tal, y hablando propiamente a las necesidades, y a las ambigüedades del significante como tal, a la homonimia, hablando propiamente, entiendan, a la homofonía. Es por eso que el Otro responde a eso, es decir, sobre el circuito superior, el que va de A al mensaje, y autentificica ¿que?
Lo que hay ahí adentro, diríamos, de contrasentido (non-sens). Ahí también insisto. Yo no creo que sea necesario mantener este término no de contrasentido, que no tiene sentido más que en la perspectiva de la razón de la crítica, es decir que esto, precisamente, está evitado en este circuito.
Les propongo la fórmula del paso-de-sentido (pas-de-sens); del paso-de-sentido como se dice el pal-de-vis (vuelta de tornillo), el pas-de-quatre, el pas-de-suze, el Pas-de-Calais, Este paso-de-sentido es, propiamente hablando, lo que es realizado en la metáfora, pues en la metáfora es la intención del sujeto, es la necesidad del sujeto la que, más allá del uso metonímico, más allá de lo que se encuentra en la medida común en los valores recibidos para satisfacerse introduce justamente este paso-de-sentido este algo que, sofocando un elemento en el lugar en que está al sustituirlo por otro, casi diría por cualquiera, introduce siempre este más allá de la necesidad por relación a todo deseo formulado que está en el origen de la metáfora.
¿Qué es lo que hace ahí el chiste? No indica nada más que la dimensión misma el como tal, hablando propiamente, el paso si puedo decir en su forma, el paso vaciado de toda especie de necesidad que aquí expresaría de todos modos lo que, en el chiste, puede manifestar lo que en mi está latente como deseo, y, por supuesto algo, que pueda encontrar eco en el otro, pero no forzosamente.
Lo importante es que esta dimensión del paso-de-sentido sea retornada, autentificada. Es a eso que corresponde un desplazamiento. No es, más allá del objeto que se produce la novedad al mismo tiempo que el paso-de-sentido, al mismo tiempo que para los dos sujetos. Aquél que habla es aquél que habla al otro, que le comunica como chiste, él ha recorrido este segmento de la dimensión metonímica, él ha hecho recibir el poco de sentido como tal. El Otro ha autentificado el paso-de-sentido, y el placer se acaba para el sujeto. Es en tanto que ha llegado a sorprender al otro con su chiste fue le cosecha el placer que es precisamente el mismo placer primitivo que el sujeto mítico arcaico, infantil primordial que les evocaba recién, había recogido el primer uso del significante.
Los dejaré sobre este recorrido. Espero que no les haya parecido demasiado artificial, ni demasiado pedante. Me excuso con aquéllos a quienes este tipo de pequeños ejercicios de trapecio les trae dolor de cabeza . A pesar de todo creo que es necesario no porque no los crea de un espíritu capaz de captar estas cosas" pero no creo que lo que yo llamo vuestro buen sentido sea algo tan adulterado por los estudios médicos, psicológicos, analíticos y otros a los que se han entregado como para que no puedan seguirme en estos caminos por simples alusiones. Sin embargo, las leyes de mi enseñanza no vuelven extemporáneo que separemos de cualquier manera estas etapas, esos tiempos esenciales del progreso de la subjetividad en el chiste.
Subjetividad. Esa es la palabra a la que llego ahora, puesto que hasta el presente y hoy mismo al trabajar con ustedes los caminos el significante, falta algo en medio de todo eso o falta no sin la razón, ustedes lo verán no es por nada que en medio de todo esto hoy no veamos aparecer sino sujetos casi ausentes, especies de soportes para reenviar la pelota del significante y sin embargo ¿qué más esencial a la dimensión del chiste que la subjetividad?
Cuando digo subjetividad, digo que en ninguna parte es aprehensible el objeto del chiste, puesto que incluso lo que él designa más allá de lo que formula, su carácter de alusión esencial, de alusión interna, es algo que aquí no hace alusión a nada, si no es a la necesidad del paso-de-sentido.
Y sin embargo, en esta ausencia total de objeto, al fin de cuentas, algo sostiene al chiste que es lo más vivido de lo vivido, lo más asumido de lo asumido, algo que hace de él hablando propiamente, una cosa tan subjetiva. Como dice en alguna parte Freud, esta condicionalidad subjetiva esencial, la palabra soberana es ahí la que surge entre líneas. "No es chiste", dice, con ese carácter acerado de las fórmulas que uno casi no encuentra en ningún autor literario, jamás vi eso bajo la pluma de nadie, "no es chiste más que lo que yo mismo reconozco como chiste", y sin embargo tengo necesidad del otro, pues todo su capítulo, el que sigue a aquel del que acabo de hablarles; hoy, a saber, del mecanismo del placer, y que él llama Los motivos del chiste, las tendencias sociales valorizadas por el chiste —se lo ha traducido en francés por los móviles, yo jamás comprendí por qué se traducía motivo por móvil, en francés— tienen por referencia esencial a este otro.
No hay placer del chiste sin este otro, este otro también en tanto que sujeto, esas relaciones de los dos sujetos, de aquél que él llama la primera persona del chiste, aquél que lo hace, y aquél al cual, dice, es absolutamente necesario que se lo comunique. El orden del otro que esto sugiere, y para decirlo todo desde ahora, el hecho de que este otro es, hablando propiamente, y esto con rasgos carácterísticos que no son comprensibles en ninguna otra parte con tal relieve, que en ese nivel ese otro sea aquí lo que yo llamo el Otro con una A mayúscula.
Es lo que espero mostrarles la próxima vez.