Tengo la impresión de que el trimestre pasado —tuve de ello algunas resonancias— los he sofocado un poco. No me di cuenta, de lo contrario no lo hubiera hecho. También tengo la impresión de haberme repetido, de haber pisoteado. Por otra parte, eso quizá no ha impedido que algunas cosas que yo quería hacerles entender hayan quedado en el camino.
Eso quizá vale la pena que hagamos un pequeño retorno para atrás, digamos una mirada sobre la manera con que he abordado las cosas este año. Lo que trato de mostrarles a propósito del chiste, del que he desprendido cierto esquema cuya utilidad quizá no va a aparecerles inmediatamente, es su unidad, cómo las cosas se encajan, cómo se engranan con el esquema precedente.
Al fin de cuentas, se trata de algo que ustedes deben percibir como una constante en lo que les enseño. Aunque convendría que esta constante no sea simplemente algo como una banderita en el horizonte, respecto de la cual ustedes se orientarían. Es preciso que comprendan adónde los lleva eso, en qué rodeos eso los lleva. Esta constante, es la observación que yo creo absolutamente fundamental para comprender lo que hay en Freud, la de la importancia del lenguaje, lo hemos dicho al comienzo y a continuación de la palabra. Y cuanto más nos aproximamos a nuestro objeto, más nos percatamos de dónde está la diferencia de la importancia del significante en la economía del deseo, digamos aún en la formación, la información del significado.
Ustedes han podido percatarse de ello anoche, al escuchar lo que nos ha aportado de interesante en nuestra sesión científica, la señora Pankoff. Resulta que en América la gente se preocupa de lo mismo que lo que yo les explico aquí Ellos tratan de introducir lo esencial en la determinación de los trastornos psíquicos, de los trastornos económicos, el hecho de la comunicación y de lo que en este caso ellos llaman el mensaje. Ustedes han podido escuchar a la señora Pankoff hablarles de alguien que está lejos de haber nacido con la última lluvia, a saber el señor Bateson, antropólogo y etnógrafo, quien ha aportado algo que nos hace reflexionar un poco más allá de la punta de nuestras narices, que concierne a la acción terapéutica. El trata de formular algo que esta en el principio de la génesis del trastorno psicótico, en algo que se establece entre la madre y el hijo, y que no es simplemente el efecto de tensión, de retención, de distensión, de ratificación, de frustración en el sentido elemental que yo preciso, de relación interhumana, como si fuera algo que sucede en el extremo de un elástico, que trata de poner desde el principio la noción de la comunicación en tanto que está centrada, no simplemente sobre un contacto, sobre una relación, sobre un entorno, sino sobre una significación, que trata de ponerla en el principio de lo que ha ocurrido como originariamente discordante, desgarrante en lo que liga al niño en sus relaciones con la madre, y cuando él designa, cuando él denota como siendo el elemento discordante esencial de esta relación, el hecho de que la comunicación se haya presentado bajo una forma de doble relación, como muy bien se los ha dicho anoche la señora Pankoff, diciéndoles que en el mismo mensaje que es aquel donde el niño ha descifrado el comportamiento de su madre, en el mismo mensaje hay dos elementos que no están definidos el uno en relación al otro, en el sentido simplemente de que el uno se presenta como la defensa del sujeto en relación a lo que quiere decir el otro, lo que es la noción común que tenemos en lo que sucede a nivel del mecanismo de la defensa que ustedes analizan.
Ustedes pueden decir lo que el sujeto dice, para desconocer que hay alguna parte de significación en él. El se anuncia a sí mismo, del mismo modo que les anuncia al lado el pretexto.
No se trata de eso. Se trata de algo que concierne al otro, y que es recibido por el otro de tal manera que, si responde sobre un punto, sabe por este mismo hecho que va a encontrarse atrapado en el otro. Como nos lo dijo ayer la señora Pankoff, si yo respondo a la declaración de amor que me hace mi madre, voy a provocar su retracción, y si no la escucho como tal, es decir si no le respondo, voy a perderla.
Ven ustedes pues cómo somos introducidos en esta dialéctica del doble sentido, en cuanto que ya interesa un elemento tercero. No es uno detrás del otro, es decir algo que está más allá del sentido, un sentido que tendría ese privilegio de ser más auténtico, esos dos mensajes se dan simultáneos en la misma emisión, si se puede decir, de significación, lo que crea en el sujeto una posición tal que se encuentra en un callejón sin salida. Esto les prueba que incluso en América se hacen enormes progresos.
¿Esto quiere decir que eso sea completamente suficiente? Anoche la señora Pankoff subrayó muy bien lo que esta tentativa tenia de ramplona, de empírica. Por supuesto, no se trata para nada de empirismo. Si en América además no hubiera unos trabajos que son muy importantes, que están hechos sobre el plano de lo que se llama la estrategia de los juegos, ni siquiera habrían soñado con introducir eso en el análisis, lo que de todos modos es ahí una reconstrucción de algo que está supuesto haber pasado en el origen, que determina esta posición profundamente desgarrada, inestable del sujeto respecto justamente de lo que tiene de constituyente el mensaje para el sujeto. Si esta posición no implica que el mensaje es algo constituyente para el sujeto, mal se ve cómo podríamos. darle, en esta doble relación primitiva, unos efectos tan grandes.
Entonces la cuestión que se plantea es la de saber cuál será la situación, cuál será el proceso de la comunicación en tanto que no llega a ser constituyente para el sujeto. Esta es otra referencia que es preciso investigar. Hasta ahora, cuando ustedes leen y entienden lo que quiere decir el señor Bateson, ven que, en suma, todo está centrado sobre el doble mensaje, sin duda, pero sobre el doble mensaje en tanto que doble significación.
Es ahí precisamente que el sistema peca, ¿y justamente en qué? En esto: es que sólo hay esta manera de concebir las cosas, de presentarlas, que descuida justamente lo que el significante tiene de constituyente en la significación.
Anoche yo habla tomado una nota al pasar, que ahora me falta, que yo habla recogido en las palabras mismas de la señora Pankoff, y que se reduce poco más o menos a esto: no hay, decía ella, palabra que fundarla la palabra en tanto que acto. Y esto está muy en la vía de lo que yo aproximo ahora.
Entre esas palabras, es preciso que haya una que funde la palabra en tanto que acto en el sujeto. Es en este sentido que ella manifestaba su exigencia, su sentimiento de la insuficiencia del sistema. Es por eso que la señora Pankoff manifestaba una exigencia de estabilización de todo el sistema, por el hecho de que en el interior de la palabra haya en alguna parte algo que funde la palabra en tanto que verdadera. Ella se dirigía entonces, en ese sentido, a un recurso a la perspectiva de la personalidad. Es precisamente lo que ella aportó ayer, y esto es algo que al menos tiene el mérito de testimoniar de una cierta exigencia correspondiente a algo que, en el sistema, nos deja inciertos, no nos permite una deducción, una construcción suficiente.
Yo no creo absolutamente que sea así que podamos formularlo. Esta referencia personalista, no la creo psicológicamente fundada más que en el sentido de que no podemos no presentir que en este impasse que crean las significaciónes, en tanto que ella está supuesta desencadenada por los conciertos (concerts) profundos del sujeto cuando es un esquizofrénico, no podemos no sentir que hay algo que debe estar en el principio de ese déficit. No es simplemente la experiencia mantenida, aprehendida, impresa de esos impasses de las significaciónes, sino también algo que es la carencia de algo que funda la significación misma, y que es el significante, y algo más todavía, que es justamente lo que hoy voy a abordar, es decir algo que se funda, no simplemente como personalidad, como algo que funda la palabra en tanto que acto, como la señora Pankoff lo decía anoche, sino algo que se postula como lo que da autoridad a la ley.
Aquí llamamos ley, justamente, a lo que se articula propiamente a nivel del significante, es decir el texto de la ley.
No es lo mismo decir que hay una persona que debe estar ahí para sostener, si se puede decir, la autenticidad de la palabra, y decir que hay algo que autoriza el texto de la ley, porque ese algo que autoriza el texto de la ley es algo que se basta por estar él mismo a nivel del significante, es decir el nombre del padre, lo que yo llamo el nombre del padre, es decir el padre simbólico. Esto es algo que subsiste a nivel del significante. Es algo que en el Otro, en tanto que es la sede de la ley, representa a este Otro en el Otro, ese significante que da soporte a la ley, que promulga la ley.
Esto es precisamente lo que expresa el mito necesario en el pensamiento de Freud, el mito del Edipo. Eso por lo cual —miren bien allí— es necesario que procure él mismo bajo esta forma mítica, el origen de la ley, es para que haya algo que haga que la ley esté fundada en el padre. Es preciso que haya el asesinato del padre. Las dos cosas están estrechamente ligadas, es decir que el padre en tanto que promulga la ley, es el padre muerto, es decir el símbolo del padre; el padre muerto es el nombre del padre, que ahí está construido sobre el contenido.
Esto es completamente esencial. Voy a recordarles en este caso por qué.
¿Alrededor de qué he centrado todo lo que les enseñé hace dos años sobre la psicosis? Alrededor de algo que llamé la Verwerfung. He tratado de hacérselas entender como algo que es diferente que la Verdrängung, es decir el hecho de que la cadena significante continúa, lo sepan ustedes o no, desarrollándose, ordenándose en el otro, lo que es esencialmente el descubrimiento freudiano.
Pero les he dicho que la Verwerfung era algo que no estaba simplemente más allá de vuestro acceso, es decir en el Otro en tanto que reprimido y en tanto que significante. Eso es la Verdränung. Pero esto es la cadena significante, la prueba es que ella continúa obrando sin que ustedes le den la menor significación. Ella determina la menor significación sin que ustedes la conozcan como cadena significante.
También les he dicho que hay otra cosa que, en este caso, es Verwerfung. Puede haber en la cadena de los significantes un significante o una letra que falta, que siempre falta en la tipografía, pues se trata de un espacio tipográfico. El espacio del significante, el espacio del inconsciente es un espacio tipográfico. Es preciso tratar de definir el espacio tipográfico como algo que se constituye en una línea, en unos cuadraditos. Hay leyes topológicas del espacio tipográfico.
Hay algo que falta en esta cadena de los significantes. Ustedes deben comprender la importancia de la falta del significante particular del que acabo de hablar, que es el nombre del padre en tanto que, justamente, funda como tal el hecho de que hay ley, es decir articulación en un cierto orden del significante; complejo de Edipo o ley del Edipo, o ley de interdicción de la madre, por ejemplo, el significante que significa que en el interior de ese significante, el significante existe.
Eso es el nombre del padre, y como ustedes lo ven, en el interior del otro es un significante esencial. Es alrededor de eso que he tratado de centrarles lo que sucede en la psicosis, a saber cómo el sujeto debe suplir la falta de ese significante esencial que es el nombre del padre, y es alrededor de eso que he tratado de ordenarles todo lo que yo he llamado la reacción en cadena, o la desbandada que se produce en la psicosis.
¿Qué debo hacer aquí? ¿Debo comprometerme inmediatamente en este recuerdo de lo que les he dicho a propósito del Presidente Schreber? ¿O bien es preciso que les muestre de una manera todavía más precisa lo que yo articulo, lo que simplemente acabo de anunciar, mostrándoles en el detalle qué relación articularles a nivel del esquema de este año que para mi gran sorpresa no interesa a todo el mundo, pero que de todos modos interesa a algunos, y, a nivel del esquema de este año, tratar de articularles lo que acabo de tratar de indicarles?
No olviden que este esquema ha sido construido para representarles lo que sucede a nivel de algo que merece el nombre de técnica, la técnica del chiste, que es algo particular, muy singular, puesto que manifiestamente eso puede ser fabricado de la manera más intencional del mundo por el sujeto, que, como se los he mostrado, el chiste algunas veces no es más que el reverso de un lapsus, y del que la experiencia muestra que muchos chistes nacen de esa manera, uno se da cuenta a posteriori de que hubo chiste. Salió solo. Al principio eso podría, en algunos casos, ser tomado por exactamente lo contrario, un signo de ingenuidad. La vez pasada hice alusión al chiste ingenuo.
Este chiste, con su resultado, que es esa satisfacción que le es particular, es alrededor de eso que el trimestre pasado he tratado de organizarles este esquema, para tratar de ubicar cómo podríamos concebir el origen de esa satisfacción especial que él da. Eso no nos ha hecho remontar a ninguna otra cosa que a la dialéctica de la demanda a partir del ego.
Recuerden el esquema de lo que podría llamar el ideal primordial simbólico, que es completamente inexistente en el momento de la demanda satisfecha en tanto que está representado por la simultaneidad de la intención, en tanto que ella va a manifestarse como mensaje, y de la llegada de ese mensaje como tal al Otro, quiero decir el hecho de que el significante puesto que esta cadena es la cadena significante, llega al Otro. El ve como tal si hay perfecta identidad, simultaneidad, superposición exacta entre la manifestación de la intención en tanto que es la del ego, y el hecho de que el significante es como tal ratificado en el Otro, ese algo que está en el principio de la posibilidad misma de la palabra. Suponemos pues —es a eso que yo llamo el momento primordial ideal— que, si ese momento existe, debe estar constituido por esta simultaneidad, esta coextensividad exacta del deseo en tanto que se manifiesta, y del significante en tanto que lo porta y lo comporta. Si ese momento existe, la continuación, es decir algo, aquí que va a suceder al mensaje, es algo que va a suceder a su pasaje en el Otro, que va a corresponder a lo que es necesario, y a lo que está realizado en el Otro y en el sujeto para que haya satisfacción.
Este es muy precisamente el punto de partida necesario para que ustedes comprendan que eso no ocurre jamás. Esto es, a saber, que es de la naturaleza y del efecto del significante que lo que llega aquí se presente como significado, es decir como algo que está hecho por la transformación, por la refracción de su deseo por su pasaje por el significante, ¿y por qué? Porque es para eso que estas dos líneas están entrecruzadas; es para hacerles sentir el hecho de que el deseo se expresa y pasa por el significante, es decir que cruza la línea significante, y que a nivel de ese cruzamiento del deseo con la línea significante, él encuentra ¿qué? Encuentra al Otro.
Veremos a continuación, puesto que habrá que volver a ello, lo que en este esquema es este Otro. Encuentra al Otro, no les he dicho como persona, encuentra al Otro como tesoro del significante, como sede del código. En otros términos, es ahí que ocurre la refracción del deseo por el significante. El deseo llega pues como significado otro que lo que era al comienzo, y ahí tienen por qué, no vuestra hija es muda, sino por qué vuestro deseo es siempre cornudo.
Es porque en el intervalo, esto de lo que se trata les muestra que son más bien ustedes los que lo son, cornudos; ustedes mismos son traicionados, en cuanto que vuestro deseo se ha acostado con el significante. Esto es esencial. Yo no sé cómo es preciso que articule mejor las cosas, para hacérselas comprender. Esto se sostiene en el hecho de que el deseo en tanto que emanación, despunta de un momento de este ego radical, por el sólo hecho de que está ese camino.
Esa es la significación del esquema. Está ahí para visualizarles este concepto: que el pasaje a través de la cadena del significante introduce en la dialéctica del deseo por sí mismo este cambio esencial.
Entonces está bien claro que, para la satisfacción del deseo, todo depende de lo que sucede en ese punto ante todo definido como lugar del código, como algo esencial que ya por sí mismo desde el origen, ab origine, por el sólo hecho de su estructura de significante, aporta esta modificación esencial del deseo a nivel de su franqueamiento significante. Todo lo demás está implicado ahí, puesto que no solamente está el código, también hay otra cosa. Yo me sitúo ahí en el nivel más radical, pero por supuesto está la ley, están las interdicciónes, esta el superyó, etc. Pero para comprender cómo están edificados estos diversos niveles, es preciso comprender que ya en el nivel más radical, en tanto que hay un Otro desde que ustedes hablan a alguien, que hay un otro Otro en él, en tanto que sujeto del código, ya nos encontramos sometidos a esta dialéctica de cornudificación del deseo.
Entonces todo depende, se comprueba, de lo que sucede en ese punto de cruzamiento, en ese nivel de franqueamiento.
Se comprueba que toda satisfacción posible del deseo humano va entonces a depender del acuerdo del sistema significante en tanto que está articulado en la palabra del sujeto y, el señor Perogrullo se los diría, del sistema del significante en tanto que reposando en el código, o sea en el nivel del Otro en tanto que lugar y sede del código. Escuchando eso, un niñito quedaría convencido, y yo no pretendo que lo que acabo de explicarles nos haga dar un paso más. Todavía tenemos que articularlo.
Es ahí que vamos a aproximar la juntura que quiero hacerles entre este esquema y lo que hace un momento les he anunciado como esencial en lo que concierne a la cuestión importante del nombre del padre. Ustedes van a verlo prepararse, dibujarse, y no engendrarse, o sobre todo engendrarse él mismo, pero el salto que debe hacer para llegar, pues no todo sucede a nivel de la continuidad, siendo justamente lo propio del significante ser discontinuo.
¿Qué es lo que la técnica del chiste nos aporta por la experiencia? Es lo que he tratado de hacerles sentir de todas las maneras, es algo que, aún no comportando ninguna satisfacción particular inmediata, consiste en que algo sucede en el otro que es equivalente, que representa, que simboliza lo que se podría llamar la condición necesaria para toda satisfacción, a saber que ustedes son, justamente, escuchados más allá de lo que dicen, puesto que en ningún caso lo que ustedes dicen puede verdaderamente hacerlos entender.
El chiste, como tal, se desarrolla en la dimensión de la metáfora, es decir que es más allá del significante, en tanto que por él ustedes buscan significar algo, que a pesar de todo ustedes siempre significan otra cosa. Es Justamente en algo que va a presentarse como tropiezo del significante que ustedes son satisfechos, simplemente en cuanto que en ese signo el Otro reconoce esta dimensión más allá donde debe significarse lo que está en causa, y que como tal ustedes no pueden significar.
Eso es esa dimensión que nos revela el chiste, y es importante, ella funda en la experiencia a este esquema por la necesidad que tuvimos de construirlo, de rendirnos cuenta de lo que sucede en el chiste, a saber que ese algo que suple hasta el punto de darnos una especie de felicidad en el fracaso de la comunicación del deseo por la vía del significante, es algo que, en el chiste, se realiza de la manera siguiente: que el Otro ratifica un mensaje como tropiezo, como fracaso, y por este tropiezo mismo reconoce la dimensión más allá en la cual se sitúa el verdadero deseo, es decir lo que no llega, a causa del significante, a ser significado.
Ven ustedes que aquí la dimensión del Otro se extiende un poco, pues ya no es solamente, ahí, la sede del código; ahí interviene como sujeto, ratificando un mensaje en el código, complicándolo, es decir que ahí ya está en el nivel de aquel que constituye la ley como tal, puesto que es capaz de añadir allí ese chiste, ese mensaje como suplementario, es decir como él mismo designando el más allá del mensaje.
Es por esto que este año he comenzado, cuando se trataba de las formaciones del inconsciente, hablándoles del chiste.
Tratemos de ver de más cerca, en una situación menos excepcional que la del chiste, a este Otro en tanto que buscamos descubrir en su dimensión la necesidad de este significante, en tanto que funda el significante, es decir en tanto que es el significante que instaura la legitimidad de la ley o del código.
Para retomar nuestra dialéctica del deseo, no todo el tiempo vamos a expresarnos, cuando nos dirigimos al Otro, por la vía del chiste. Si pudiéramos hacerlo, seríamos más dichosos en cierta forma. Esto es, durante el corto tiempo del discurso que yo les dirijo, lo que trato de hacer. No siempre llego a ello. Es vuestra falta o la mía, pero desde ese punto de vista es absolutamente indiscernible. Pero, en fin, sobre el plano pedestre de lo que sucede cuando yo me dirijo al Otro, hay una dimensión que nos permite fundarlo de la manera más elemental a nivel de la conjunción del deseo y de ese significante del Otro. Es una palabra que es absolutamente maravillosa en francés, sobre todos los equívocos que pueden hacerse, y sobre cuántos retruécanos, que yo mismo me ruborizo por usar de ella aquí, sino de la manera más discreta. Desde que haya dicho esa palabra, ustedes se acordarán de ella en seguida, me remito a una especie de evocación. Es la palabra «tú».
Ese «tú» es absolutamente esencial en lo que varias veces he llamado la palabra plena, la palabra en tanto que funda algo en la historia, el «tú» de «tú eres mi maestro», o «tú eres mi mujer». Ese «tu», es el significante del llamado al Otro, ese Otro del que les he mostrado —y lo recuerdo a quienes han querido seguir toda la cadena de mis seminarios sobre la psicosis— el uso que yo hago de él, la demostración que he tratado de hacer vivir ante ustedes alrededor de esa distancia entre «tú eres el que me seguirás»‘ y »tú eres el que me seguirá». En otros términos, lo que ya en ese momento yo aproximaba para ustedes, eso en lo que he tratado de ejercitarlos, es precisamente aquello a lo que ahora voy a hacer alusión, y a lo que ya habla dado su nombre.
Hay ahí, en esos dos términos, con su diferencia, y más en uno que en el otro, e incluso completamente en uno y para nada en el otro, un llamado. En el «tú eres el que me seguirás» hay algo que no está en el «tú eres el que me seguirá». Y eso se llama la invocación. Si yo digo «tú eres el que me seguirás», yo te invoco, yo te discierno, yo te discierno como siendo el que me seguirás, yo suscito en tí el «si» que dice «estoy consigo», «me consagro a ti», «yo soy el que te seguirá». Pero si yo digo: «tú eres el que me seguirá», no hago nada parecido, yo anuncio, constato, objetivo, e incluso, dado el caso, rechazo. Eso puede querer decir: «tú eres el que me seguirá siempre, y yo tengo mi claque». Es incluso, de la manera más habitual, más consecuente en que esta frase es pronunciada, un rechazo. La invocación es algo que exige, por supuesto, una muy otra dimensión, a saber justamente que yo haga depender mi deseo de tu ser, en el sentido de que yo lo llamo a entrar en la vía de ese deseo cualquiera que pueda ser, de una manera incondicional.
Esto es ese proceso de la invocación, en el sentido de que quiere decir que yo hago llamamiento a la voz, es decir a lo que soporta la palabra, no a la palabra, sino al sujeto, justamente en tanto que él la porta, y es por eso que, a ese nivel, yo estoy en el nivel que hace unos momentos he llamado, hablando con la señora Pankoff, el nivel personalista. Es por eso precisamente que los personalistas les meten y les vuelven a meter el tú, tú, tú a lo largo del día. El señor Martin Buber, por ejemplo, cuyo nombre pronunció al pasar la señora Pankoff, es en efecto, en este registro, un nombre eminente.
Por supuesto, hay ahí un nivel fenomenológico esencial, y no podemos no pasar por allí. Tampoco hace falta únicamente ceder a su espejismo, a saber prosternarse, pues es un poco ahí que, efectivamente, nos volvemos a encontrar con ese peligro a nivel de esta actitud personalista, que da de buena gana en la prosternación mística. ¿Y por qué no? No rehusamos ninguna actitud a nadie, simplemente demandamos el derecho de comprenderlos, lo que por otra parte no nos es rehusado del lado personalista, pero que nos es rehusado del lado cientista, porque si ustedes comienzan a otorgar una autenticidad a la estructura subjetiva de lo que les dice el místico, el cientista considera también que ustedes caen en una complacencia ridícula.
Mientras que me parece que toda estructura subjetiva, cualquiera que sea, en la medida en que podemos seguir lo que ella articula, es estrictamente equivalente desde el punto de vista del análisis subjetivo a cualquier otra, a saber que sólo los cretinos imbéciles del tipo del señor Blondel (el psiquiatra), pueden objetar, en nombre de una pretendida «conciencia mórbida» inefable, vivida, del otro, algo que se presenta como no inefable, sino articulado. Esto debe ser como tal rechazado y esto en nombre de que la confusión viene de lo siguiente: que se cree que lo que se articula es justamente lo que está más allá, mientras que no hay nada de eso. Es lo que está más allá que lo articula.
En otros términos, no hay que hablar de inefable en cuanto a ese sujeto, sea delirante o místico. Estamos a nivel de la estructura subjetiva de algo que, como tal, no puede presentarse de otra manera que como se presenta, y que como tal, por consiguiente, se presenta con su entero valor a su nivel de credibilidad.
Si hay lo inefable, sea en el delirante, sea en el místico, por definición no se hable de ello, puesto que es inefable. Entonces no tenemos que juzgar lo que articula, a saber su palabra, sobre aquello de lo que no puede hablar. Si es suponible, y nosotros lo suponemos con mucho gusto, que hay lo inefable, jamás en nombre de lo inefable nos rehusaremos a captar lo que demuestra como estructura en una palabra, cualquiera que sea. Podemos allí perdernos, entonces renunciamos; pero si no nos perdemos, el orden que ella demuestra y de vela hay que tomarlo como tal, y en general nos damos cuenta que es infinitamente más fecundo tomara como tal y tratar de articular allí el orden que postula, a condición de tener justos puntos de referencia. Es a lo que nos esforzamos aquí: partimos de la idea de que ella estaba hecha esencialmente para representar el significado. Enseguida nos ahogamos, porque recaemos en las oposiciones precedentes, a saber que, el significado, no lo conocemos.
Ese «tú» del que se trata, es aquél que invocamos, pero invocándolo es de todos modos esa impenetrabilidad personal subjetiva la que por supuesto será interesada, pero no es a ese nivel que buscamos alcanzarlo. Buscamos darle lo que está en causa en toda invocación. El término invocación tiene un uso histórico, es lo que se producía en cierta ceremonia de los antiguos, quienes tenían más sabiduría que nosotros en algunos puntos, que ellos practicaban antes del combate. Esto consistía en esa ceremonia de hacer lo que era preciso, probablemente ellos lo sabían, para poner de su lado a los dioses de los otros. Esto es exactamente lo que quiere decir invocación, y es en eso que reside la relación esencial a la que ahora vuelvo a llevarlos, de esta etapa segunda, necesaria, del llamado, para que el deseo y la demanda sean satisfechos. No basta con decirle simplemente: tú, tú, tú, y obtener una participación palpitante, se trata justamente de darle la misma voz que deseamos que tenga, de evocar esta voz que en el chiste está justamente presente, al menos como su propia dimensión. El chiste es una provocación que no tiene éxito en el gran esfuerzo, en el gran milagro de la invocación. Es en el nivel de la palabra, y en tanto que se trata de que esta voz se articule de manera conforme a nuestro deseo, que la invocación se ubica.
Volvemos a encontrar entonces en este nivel, esto que es que toda satisfacción de la demanda, en tanto que ella depende del Otro, va pues a estar suspendida a lo que sucede aquí es decir en este vaivén que da vueltas del mensaje al código, y del código al mensaje, que permite que mi mensaje sea autentificado por el Otro en el código. Volvemos al punto precedente, es decir a lo que constituye la esencia del interés que juntos mantenemos este año en el chiste.
Simplemente les haré observar al pasar que, si hubiésemos tenido este esquema, es decir que, si yo hubiese podido no dárselos sino forjárselos en ese momento, en otros términos, que si hubiésemos llegado juntos en el mismo momento al mismo chiste, yo habría podido, sobre este esquema, representarles lo que sucede esencialmente en el Presidente Schreber, en tanto que se volvió la presa, el sujeto absolutamente dependiente de sus voces.
Si ustedes observan atentamente el esquema que está detrás mío, y si suponen simplemente que esté Verworfen todo lo que puede en el Otro responder de cualquier manera en ese nivel que yo llamo el nivel del nombre-del-padre, que encarna, especifica, particulariza, lo sé, ¿pero particulariza qué? Lo que acabo de dibujarles, que debe en el Otro representar al Otro en tanto que dando alcance a la ley.
Si ustedes suponen que esto está ausente, lo que es la definición que les he dado de la Verwerfung del nombre-del-padre, se darán cuenta que los dos enlaces que aquí he encuadrado, a saber ir y volver del mensaje al código y del código al mensaje, son por eso mismo destruidos e imposibles, y que esto les permite volver a llevar sobre este esquema los dos tipos fundamentales de fenómenos de voz que experimenta en sustitución de este defecto, de esta falta en tanto precisamente que ha sido evocada una vez.
Ese es el punto de báscula, de viraje que precipita al sujeto en la psicosis, y dejo de lado por el momento en qué y a qué momento, y por qué es a continuación, es en el hueco, es en el vacío constituido por esto, que justamente, lo que es llamado en un momento a nivel del «tu eres», nombre-del-padre, y que este nombre-del-padre, en tanto que es capaz de ratificar el mensaje, es garante, que se produce lo que entonces ustedes pueden ver sobre ese esquema, a saber que se produce como autónomo, y en razón de este hecho, que la ley como tal se presenta como autónoma.
Ese año comencé mi discurso sobre la psicosis a propósito de una frase que les había dicho en una de mis presentaciones de enfermos, y en la cual se captaba muy bien a qué momento la frase refunfuñada por la paciente: «vengo del fiambrero», basculaba por la serie de esas aposiciones que ya no eran asumibles por la sujeto, con la palabra «chancha», que no era más allá integrable por el sujeto, y por su propio movimiento, por su propia inercia de significante, basculaba del otro lado timoneada por la réplica en el Otro. Esa era pura y simple fenomenológia elemental.
Se trata de ver por qué, y por otra parte después de todo nos dispensamos de ello, eso de lo que se trata, por la exclusión de lo que sucede entre el mensaje y el Otro, va a tener por resultado las dos grandes categorías de voces y de alucinaciones que tiene Schreber, a saber la emisión aquí, a nivel del Otro, de los significantes de la lengua fundamental, es decir de lo que se presenta como tal, es decir como unos elementos amontonados y originales del código, articulables únicamente unos en relación a los otros, pues esta lengua fundamental está tan organizada que, literalmente, cubre al mundo con su red de significantes, sin que ninguna otra cosa sea allí segura y cierta, sino que se trata de la significación esencial total. Cada una de esas palabras tiene su peso propio, su acento, su pesada de significante. El sujeto las articula unas en relación a las otras. Cada vez que son aisladas, la dimensión propiamente enigmática de la significación, en tanto que es infinitamente menos evidente que la certeza que comporta, es algo completamente impactante.
En otros términos, el otro no emite, si puedo decir, más que más allá del código, sin ninguna posibilidad de integrar allí algo que pueda venir de por acá, es decir del sitio donde el sujeto articula su mensaje. Y por otro lado, sobre todo por poco que ustedes vuelvan a poner aquí las flechitas, va a venir algo que en ningún caso será autentificación del mensaje, es decir retorno desde el Otro en tanto que soporte del código sobre el mensaje, para integrarlo, autentificarlo en el código con una intención cualquiera, pero que por supuesto vendrá también del Otro como todo mensaje, puesto que no hay medio de que un mensaje parta, sino del Otro, incluso cuando parte de nosotros como reflejo del Otro, puesto que está hecho con una lengua que es la lengua del Otro. Este mensaje entonces partirá del Otro aquí, y abandonará este punto de referencia para articularse es esta especie de discurso: «yo ahora yo quiero darle…», «especialmente quiero para mi…», «y ahora eso debe sin embargo…».
¿Qué es lo que falta en todo eso? El pensamiento principal, que se expresa a nivel de la lengua fundamental, las voces mismas que conocen toda la teoría, las voces mismas que también dicen: «nos falta la reflexión». Eso quiere decir que del Otro parten, en efecto, unos mensajes de otra categoría de mensajes. Es, propiamente hablando, un mensaje que, como tal, no es posible ratificarlo, un mensaje que se manifiesta también en la dimensión pura y quebrada del significante, algo que no comporta su significación sino más allá de sí mismo, algo que, por el hecho de no poder participar en esta autentificación por el «tú», se presenta como algo que no tiene otro objeto que presentar como ausente esta posición del «tú» donde la significación se autentifica, pues seguramente el sujeto se esfuerza por completar esta significación. El les da, pues, los complementos de sus frases: «yo no quiero ahora», dicen las voces, eso se sitúa en otra parte. El se dice entonces que él, Schreber, no puede confesar que es una puta, «eine Hure».
No todo es pronunciado, el mensaje queda aquí roto en tanto que es esto, precisamente, que él no puede pasar por la voz absolutamente, no puede llegar al nivel del mensaje más que en tanto que mensaje interrumpido.
Pienso haberles indicado suficientemente que la dimensión esencial que se desarrolla y que se impone en el Otro, en tanto que es el lugar de reposo, el tesoro del significante, comporta, para que él pueda ejercer plenamente su función de Otro, lo siguiente: que en el pasaje del significante, haya ese significante del Otro, en tanto que Otro. ¿Por qué? Quiero decir, en tanto que el Otro tiene justamente, él también, más allá de él, este Otro, en tanto que es capaz de dar fundamento a la ley. Pero ésta es una dimensión que es del orden del significante, por supuesto, que se encarna en personas que, si o no, soportarán esta autoridad. Pero el hecho, por ejemplo, de que dado el caso las personas falten, que haya carencia paterna en el sentido, por ejemplo, de que el padre sea demasiado «boludo», es algo que en sí mismo no es la cosa esencial. Lo que es esencial, es que el sujeto, por el lado que sea, haya adquirido la dimensión del nombre-del-padre.
Por supuesto, lo que sucede efectivamente, lo que ustedes puedes encontrar en las biografias, es que el padre, precisamente, a menudo está ahí para ocuparse de la vajilla en la cocina, con el delantal de su mujer. De ningún modo eso basta para determinar una esquizofrenia.
Voy a proponerles el esquemita por el cual quiero introducir para la próxima vez lo siguiente: es lo que va a permitirnos hacer la unión entre esta distinción que puede parecerles un poco escolástica, del nombre-del-padre y del padre real, del nombre-del-padre en tanto que dado el caso puede faltar, y del padre que no parece tener tanta necesidad de estar ahí para que no falte. Voy pues a introducir lo que constituirá el objeto de mi lección de la próxima vez, a saber lo que desde hoy intitulo: la metáfora paterna.
Esto es, a saber, que seguramente un nombre no es nunca un significante como los otros. Es muy importante tenerlo, pero esto no quiere decir por eso que se acceda a él, no más que a la satisfacción del deseo en principio cornudo, del que les hablaba hace un momento. Es por eso que en el acto, el famoso acto de la palabra del que ayer nos hablaba la señora Pankoff, es en esta dimensión que nosotros llamamos metafórica que va a realizarse concretamente, psicológicamente, la evocación de la que hablaba hace un momento.
En otros términos, el nombre-del-padre hay que tenerlo, pero también hay que saber servirse de él, y es de eso, es por ahí que la suerte y la salida de todo el asunto pueden depender mucho. Las palabras reales que se pronuncian alrededor del sujeto, particularmente en su infancia, pero la esencia de la metáfora paterna que hoy les anuncio, la próxima vez hablaremos de ello más ampliamente, consiste en un triángulo.
Y todo lo que se realiza en el S, depende de lo que se plantea como significantes en el A. El A, si es verdaderamente el lugar del significante, debe llevar algún reflejo de ese significante esencial que yo les represento ahí en ese zig-zag, y que en otra parte (en mi articulo sobre La instancia de la letra) he llamado el esquema L.
Es preciso que algo al menos se distinga allí, que distinga al menos esos cuatro puntos cardinales. De estos, tenemos tres que están dados por los tres términos subjetivos del complejo de Edipo en tanto que significante, en cada punta del triángulo. Y es sobre eso que volveré la próxima vez. Por el momento les ruego simplemente, cuestión de abrirles el apetito, que admitan lo que les digo.
El cuarto término, es en efecto el S. Pero como es él, y como él, no solamente se los acuerdo, sino que es de ahí que partimos, es en efecto inefablemente estúpido, no tiene su significante. En las tres puntas del triángulo Edípico él está afuera, depende de lo que va a suceder en ese juego, y es el muerto en la partida. Es incluso porque la partida está estructurada así, quiero decir que ella no se prosigue solamente como partida particular, sino como partida que se instituye en regla, que el sujeto va a encontrarse dependiendo de los tres polos que se llaman el ideal del yo, el superyó y la realidad.
Pero para comprender esta transformación del primer florecimiento en el otro, es preciso ver que, por muerto que sea el sujeto, puesto que sujeto hay, está en esa partida a sus expensas, es decir que en ese punto inconstituido en el que está, será necesario que allí participe, si no con sus centavos, quizá no los tiene todavía, al menos con su piel, con sus imagenes, con todo lo que se sigue, con su estructura imaginaria. Y el cuarto término, el S, va a representarse en algo que se opone, en el ternario, a los significantes del Edipo, es decir en algo que, para que eso pegue, debe también ser ternario, pues por supuesto en el stock y en el bagaje de las imagenes, abran para saberlo los libros del señor Jung y de su escuela, verán que hay de ellas cualquier cantidad, eso brota y vegeta por todas partes, y está la serpiente, el dragón, las lenguas, el ojo en llamas, la planta verde, el jarrón de flores, la portera; todo eso son imagenes verdaderamente todas fundamentales, e indiscutiblemente atiborradas de significación.
Pero no tenemos, estrictamente, nada que ver con eso, ni ustedes se pasean a ese nivel, salvo para perderse con vuestra lucecita apagada en la foresta vegetante de los arquetipos primitivos, y para comprender allí algo, es preciso saber que para lo que nos interesa, a saber la dialéctica intersubjetiva, eso es en tanto que hay tres imagenes selecciónadas — articulo un poco fuerte mi pensamiento— para tomar en todo eso el papel de guía, lo que no es precisamente muy difícil de comprender, puesto que tenemos algo ya absolutamente preparado, y muy preparado de alguna manera para ser no solamente lo homólogo, sino para confundirse con la base del triángulo madre-padre-niño, esto es la relación del cuerpo fragmentado al mismo tiempo envuelto por no pocas de esas imagenes de las que hablábamos recién, con la función unificante de la imagen total del cuerpo, dicho de otro modo la relación del yo (moi) y la imagen especular.
Eso nos da ya la base del triángulo imaginario. El otro punto, es ahí precisamente que vamos a ver el efecto de la metáfora paterna, el otro punto, se los he dicho en mi seminario del año pasado sobre la relación de objeto, pero van a verlo tomar ahora su lugar en esto en lo que entramos este año, es decir para las formaciones del inconsciente, este punto, pienso que ustedes lo han reconocido por el sólo hecho de verlo aquí como tercero con la madre y el niño, pero lo ven en otra relación, que además no les he enmascarado para nada el año pasado puesto que es sobre eso que terminamos, a saber en la relación con el nombre del padre, es decir lo que habla hecho surgir el nacimiento del fantasma del cabalito de nuestro pequeño Hans, ese tercer punto lo nombro finalmente, pienso que todos ustedes lo tienen en los labios, eso no es otra cosa que el falo, y es por e so que el falo ocupa un lugar de objeto tan central en la economía freudiana, lo que por si sólo basta para mostrarnos que el psicoanálisis de hoy se aparta de ella cada vez más, y que precisamente ese falo, en tanto que función fundamental a la cual se identifica imaginariamente el sujeto, está completamente eludido, para ser reducido a la noción de objeto parcial, lo que no es absolutamente, en la economía de Freud, su función original.
Este falo nos volverá a llevar de paso a algo que no ha sido completamente comprendido, al menos en lo que he creído escuchar, al final de mi discurso de la última vez, es decir a la comedia.
Hoy los dejaré sobre este tema. Yo quería simplemente, para terminar, mostrarles en qué dirección y en qué vía este discurso complejo por el cual trato de juntar todas las cosas que hemos dicho, se enlaza y se mantiene junto.