Comienzo por cumplir mis promesas. La última vez les había indicado el artículo de Sartre que se llama «La trascendencia del ego«, esbozo de una descripción fenomenológica. Ese artículo se encuentra en el sexto volumen de las «Recherches Philosophiques», páginas 85 a 103, una excelente revista que dejó de aparecer con la guerra y con la desaparición de su editor, Boivin.
Muchos de ustedes escucharon anoche el relato clínico de uno de nuestros amigos y excelente psicoanalista, sobre el tema del obsesivo. Lo escucharon hablar a propósito del deseo y de la demanda.
Procuramos poner de relieve, porque no es una cuestión solamente teórica, sino que está ligada a lo esencial de nuestra práctica, esa cuestión alrededor de la cual se juega el problema de la estructura del deseo y la demanda que es algo que sin duda, se aplica directamente a la clínica, la vivifica, la vuelve —diría— comprensible. Diría casi que es un signo el haberla manejado demasiado al nivel de la comprensión; pueden experimentar no sé qué sentimiento de insuficiencia, y por otra parte es verdad, es que el nivel de la comprensión está lejos de agotar los resortes de lo que es la estructura que procuramos penetrar, porque es sobre ella que tratamos de actuar, y que la clave alrededor de la cual debemos hacer pivotear esa distinción de la demanda y el deseo, por cuanto después clarifica la demanda, pero que, al contrario, sitúa bien en su lugar, es decir, en su punto estrictamente enigmático, la posición del deseo del hombre. La clave de todo esto es la relación del sujeto al significante. Lo que carácteriza a la demanda no es solamente que es una relación del sujeto a otro sujeto, es que esa relación se hace por la intermediación del lenguaje es decir, por la intermediación del sistema de los significantes.
Por cuanto abordamos ahora la cuestión —se los anuncié— del deseo, en tanto que es el fundamento del sueño, y ustedes saben que no es simple saber cuál es ese deseo, en tanto es el motor del sueño. Saben que él es, por lo menos, doble, que ese deseo, en principio, está en la prosecución del dormir. Freud lo articuló de la forma más expresa, es decir, de ese estado en el cual , para el sujeto, se suspende la realidad. El deseo es deseo de muerte, es, por otra parte y al mismo tiempo perfectamente compatible, frecuentemente es por intermedio del segundo deseo, que se satisface el primero, siendo eso en lo que el sujeto del Wunsch se satisface. Y a ese sujeto quisiera ponerlo entre paréntesis: el sujeto, no sabemos qué es; y en cuanto al sujeto del Wunsch, del sueño, es cuestión de saber quién es.
Cuando algunos dicen el yo (moi), se engañan. Freud afirmó seguramente lo contrario. Y si se dice que es lo inconsciente, no es poco decir. Luego, cuando digo: el sujeto del Wunsch se satisface, pongo ese sujeto entre paréntesis, y todo lo que nos dice Freud es que es un Wunsch quien se satisface.
Se satisface, ¿de qué? Diría que se satisfase del ser, entiendan, del ser que se satisface. Es todo cuanto podemos decir, porque está bien claro que el sueño no aporta consigo ninguna otra satisfacción que la del nivel del Wunsch, es decir, una «satisfacción», si así se puede decir, verbal. El Wunsch se contenta aquí con apariencias, y eso está bien claro si se trata de un sueño, y también, por otra parte, el carácter de esa satisfacción está aquí reflejado en el lenguaje por el que nos es expresado, por esa satisfacción del ser de la que me he expresado en su momento, donde se traiciona la ambigüedad de la palabra ‘ser’ en tanto que está ahí, que se desliza por todas partes y que también debe formularse así por esa forma gramatical de reenvío del ser. ¿El ser satisfecho puede ser tomado por el lado sustancial? No hay otra cosa sustancial en el ser que esa palabra misma, él se satisface del ser, no podemos tomarlo por lo que es del ser, si no es al pie de la letra.
Al fin de cuentas es efectivamente como algo del orden del ser que satisface al Wunsch. No es sino en el sueño, por lo menos en el plano del ser, que el Wunsch puede satisfacerse . Quiero hacer algo aquí que hago a menudo, ese pequeño preámbulo, esa mirada hacia atrás, esa nota que les permita apartar los ojos de no sé qué, que abarca nada menos que al conjunto de la historia de la especulación psicológica; no obstante que la psicología moderna comenzó por formular, como saben, en los términos del atomismo psicológico todas las hipótesis. Cada uno sabe que no andamos más por allí, en el asociacionismo, y que hemos hecho progresos considerables desde que hicimos entrar la demanda de totalidad, la unidad del campo, la intencionalidad y otras fuerzas en consideración. Pero yo diría que la historia no está totalmente ordenada, no está reglada totalmente a causa del psicoanálisis de Freud precisamente, sino que no se ve en realidad cómo jugó el resorte de ese ordenamiento, quiero decir que se ha dejado escapar la esencia y la persistencia de lo que había sido pretendidamente reducido.
En principio es verdad; el asociacionismo de la tradición de la escuela psicológica inglesa, donde está el juego articulado en un vasto error, si así me puedo expresar, donde yo diría que se nota el campo de lo real en el sentido en que se trata la aprehensión psicológica de lo real, donde en suma, se trata de explicar, no sólo que hay hombres que piensan, sino que hay hombres que se desplazan en el mundo aprehendiendo de un modo aproximadamente conveniente el campo de los objetos.
¿Dónde está, pues, ese campo de los objetos en su carácter fragmentado, estructurado? ¿De qué? De la cadena significante, simplemente. Voy a tratar de elegir verdaderamente un ejemplo para tratar de hacerles sentir que no se trata de otra cosa. Todo lo que se aporta en la teoría asociacionista llamada estructurada, para concebir la progresividad de la aprehensión psicológica, a partir de la asunción hasta la constitución ordenada igualmente a lo real, no es otra cosa que dotar de golpe, a esos campos de lo real, del carácter fragmentado y estructurado de la cadena significante.
A partir de allí uno advierte que va a haber mal don y que puede haber relaciones más originales con lo real, si así se puede decir, y por eso se parte de la noción proporcionalista, y se va hacia todos los casos donde esa aprehensión del mundo es, en cierto modo, más elemental, justamente menos estructurada por la cadena significante, sin saber que es de eso de lo que se trata; se va hacia la psicología animal, se evocan todos los lineamientos estigmáticos gracias a los cuales el animal puede llegar a estructurar su mundo y trata de encontrar allí su punto de referencia.
Uno se imagina que cuando ha hecho eso ha resuelto en una suerte de teoría de campo animado, de vector del deseo primordial, que ha hecho reabsorción de esos famosos elementos que eran una primera y falsa aprehensión del campo de lo real por la psicología del sujeto humano. No es simplemente que no se hizo nada; se ha descripto otra cosa, se ha introducido otra psicología, pero los elementos del asociacionismo sobreviven perfectamente al establecimiento de la psicología más primitiva, quiero decir, que procura alcanzar el nivel de la coaptación en el campo sensoriomotriz del sujeto con su Unwelt, con su ambiente (entourage).
No queda sino lo que se relata, que todos los problemas relevados a propósito del asociacionismo, que sobrevive perfectamente a eso, que no ha sido para nada una reducción, sino una especie de desplazamiento del punto de mira, y la prueba es, justamente, el campo analítico, en el cual siguen reinando todos los principios del asociacionismo, pues nada ha estrangulado, ahogado, el hecho de que, cuando hemos comenzado a explorar el campo del inconsciente, lo hemos hecho, lo re-hacemos todos los días, a partir de algo que en principio se llama asociación libre, y hasta el presente, aunque es un término aproximado, inexacto para designar al discurso analítico, la mira de la asociación libre sigue válida, y las experiencias originales recelan de las palabras inducidas, y guardan siempre, aunque no un valor terapéutico ni práctico, guardan su valor orientador para la exploración del campo de lo inconsciente, y eso en sí bastaría para mostrarnos que estamos en un campo donde reina la palabra (mot), donde reina el significante.
Pero si eso no les alcanza. todavía, completo ese paréntesis por lo que trato de hacerles recordar sobre qué se funda la teoría asociacionista, y sobre ese fondo de experiencia, lo que sigue, lo que se coordina en el espíritu de un sujeto a tal nivel, o, para retomar la exploración tal como está dirigida en esa primera relación experimental, los elementos, los átomos, las ideas, como se dice, sin duda aproximada, insuficientemente pero no sin razón, se presenta bajo esa forma.
¿Por quién son introducidas esas ideas originalmente? Se trata de relaciones de contigüidad. Vean, sigan los textos, vean de qué se habla, sobre qué ejemplos se apoyan, y reconocerán perfectamente que la contigüidad no es otra cosa que esa combinación discursiva sobre la cual se funda el efecto que aquí llamamos metonimia. Sin duda, contigüidad entre dos cosas que han sobrevenido, aún cuando sean evocadas en la memoria sobre el plano de las leyes de asociación.
¿Que quiere decir eso? Eso significa cómo un evento ha sido vivido en un contexto que podemos llamar contexto de azar, en sentido amplio. Surgido del evento evocado, el otro vendrá al espíritu constituyendo una asociación de contigüidad, que no es sino un reencuentro. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que se rompe, que sus elementos son tomados en un mismo texto de relato. Es porque el evento evocado en la memoria es un evento relatado, y que el relato forma el texto, que podemos hablar de contigüidad a ese nivel.
Contigüidad que, por otra parte, distinguimos, por ejemplo, en una experiencia de palabras inducidas. Una palabra vendrá con otra; si a propósito de la palabra ‘cereza’ yo evoco la palabra ‘mesa’, ésa será una relación de contigüidad, porque allí hubo tal día, cerezas en la mesa. Pero relación de contigüidad si hablamos de algo que no es sino relación de similitud. Siempre una relación de similitud es también una relación de significantes, por más que la similitud sea el pasaje de una a otra por una semejanza que es una similitud de ser, similitud del uno al otro, entre el uno y el otro, en tanto el uno y el otro son diferentes; hay algún asunto del ser que los hace semejantes.
No voy a entrar en toda la dialéctica de lo mismo y de lo otro, con todo lo que tiene de difícil y de infinitamente más rico que lo que un primer abordaje permite suponer. A los que se interesen por esto los remito a Parménides; verán allí que se gastó un cierto tiempo antes de que se agotara la cuestión .
Lo que aquí digo, simplemente, y que quiero hacerles sentir es, ya que he hablado en su momento de cerezas, que hay otros usos que el metonímico a propósito de esa palabra, diría justamente servir, un uso metafórico; puedo servirme de él para hablar del labio, diciendo que ese labio es como una cereza, y ubicar a la palabra ‘cereza’ viniendo como palabra inducida a propósito de la palabra ‘labio’. ¿Por qué están ligadas aquí? Porque ambos son rojos, semejantes en algún atributo. No es por ser sólo eso, o porque tienen los dos la misma forma analógicamente. Lo que está claro, es efecto de metáfora. Aquí no hay ninguna especie de ambigüedad cuando hablo de una experiencia de palabras inducidas, de la cereza a propósito del labio.
Estamos sobre el plano de la metáfora, en el sentido más sustancial de lo que contiene ese efecto, ese término, y sobre el plano más formal; eso siempre se presenta como yo se los reduje a ese efecto de metáfora: a un efecto de sustitución en la cadena significante.
Es al margen de que la cereza puede ser puesta en un contexto estructural o no, a propósito del labio, que la cereza está allí.
ustedes pueden decirme: la cereza puede venir a propósito de los labios en una función de contigüidad: la cereza desapareció entre los labios, o ella me ha dado a tomar la cereza sobre sus labios. Sí, así es como puede presentarse, Pero, ¿de qué se trata?. Se trata de una contigüidad que es, precisamente, la del relato del que hablé en su momento, ya que el suceso en el cual se integra esa contigüidad, y que hace que la cereza esté efectivamente un corto tiempo en contacto con los labios, es algo que desde el punto de vista real no debe engañarnos. No es que la cereza toque el labio lo que importa: es que sea ‘tragada’ (avalé: creído, comido); así como no es el que sea tenida con los labios en el gesto erótico que evoqué, es que nos sea ofrecida en ese momento erótico lo que cuenta.
Si detenemos un instante esa cereza en contacto con los labios, es en función de un flash que es precisamente, flash de relato. ¿Cuál es la frase, cuáles las palabras que suspenden un instante la cereza entre los labios? Es precisamente porque existe esa dimensión del relato en tanto instituye ese flash, que esa imagen, en tanto creada por la suspensión del relato, deviene efectivamente uno de los estímulos del deseo, al margen de imponer un tono que no es aquí sino implicación del lenguaje del acto.
El lenguaje introduce en el acto esa estimulación après-coup, ese elemento estimulante que es aislado como tal, y que en la oración viene a alimentar ese acto mismo de suspensión que toma valor de fantasma que tiene significación erótica en el rodeo del acto.
Pienso que es suficiente para mostrarles; esa instancia del significante en tanto está en el fundamento de la estructuración de un cierto campo psicológico, que no es la totalidad del campo psicológico, que es, precisamente, esa parte que, hasta un cierto grado, está por convención en el interior de lo que podemos llamar la psicología, por más que la psicología se constituya sobre la base de lo que llamaría una suerte de teoría unitaria intencional o apetitiva del campo.
Esa presencia del significante está articulada de una manera infinitamente más perentoria, infinitamente más potente, infinitamente más eficaz en la experiencia freudiana, y es eso lo que Freud nos evoca todo el tiempo. Es igualmente eso lo que se tiende a olvidar de la manera más singular.
Por más que quieran hacer del psicoanálisis algo que iría en el mismo sentido, en la misma dirección que aquélla en la cual la psicología vino a situar su interés, quiero decir, en el sentido del campo de apariencia clínica (cliniquaire). Para un campo intencional, donde lo inconsciente sería una especie de pozo, de vía de perforación —si así puede decirse— , paralelo a la evolución general de la psicología, y que nos habría permitido llegar -también por otro acceso al nivel de esas tensiones elementales, al nivel del campo de las profundidades, por más que ocurra algo más reducido a lo vital, a lo elemental que vemos en la superficie, que sería el campo llamado preconsciente o consciente.
Eso, lo repito, es un error. Es precisamente en ese sentido, que todo cuanto decimos toma su valor y su importancia; y si algunos de ustedes pudieron seguir mi consejo la última vez y remitirse a los dos artículos aparecidos en 1915, ¿qué pueden leer allí?
Allí pueden ver y leer esto: Si ustedes remiten, por ejemplo, al artículo «Das Unbewuste», el punto que allí aparece más sensible, el punto de hallazgo de algo que sería otra cosa que elementos significantes, cosas que los que no comprenden nada de lo que aquí articulo, llaman una teoría intelectualista.
Iremos, pues, a colocarnos al nivel de los sentimientos inconscientes, por más que Freud habla de ello, porque está claro que se opondrá, naturalmente, a todo eso que, en lugar de hablar de significante, no es la vía afectiva, la dinámica. A todo eso, estoy lejos de tratar de contestar, porque es por explicar de una forma clara que me quedo corto por ahí, al nivel del Unbewuste.
¿Qué verán articular a Freud? Exactamente esto: En la tercera parte de «Das Unbewuste», Freud nos explica netamente que no puede ser reprimido, sino lo que él llama «Vorstellungrepräsentanz». Sólo eso puede ser reprimido. Eso quiere decir «representante en la representación», ¿de qué? Del movimiento pulsional que aquí es llamado «Triebegung» .
Aquí el texto no deja lugar a ninguna ambigüedad. Nos dice expresamente que la Triebegung, en todo caso, es un concepto, y, como tal, apunta a lo que más precisamente podemos llamar la unidad de la «moción pulsional», y no es cuestión de tratar esa Triebegung ni como consciente ni como inconsciente. He aquí lo que el texto dice. ¿Qué quiere decir eso? Simplemente, que debemos tomar como un concepto objetivo eso que llamamos Triebegung. Es una unidad objetiva, y no es ni consciente ni inconsciente: es, simplemente, lo que es, un fragmento aislado de la realidad, que concebimos como teniendo su propia incidencia de acción.
En mi opinión, nada hay más destacable que el que sea su representante en la representación. Ese es el valor exacto del término alemán; y que ese representante de la pulsión de que se trate, Trieb, pueda pertenecer a lo inconsciente, implica, justamente, eso que en su momento puse con signo de interrogación, a saber, un sujeto inconsciente .
(Falta en el original)
…sentación, y ello ustedes ya lo han escuchado bien, no adónde quiero llegar sino donde precisamente llegaremos en cuanto que Vorstellungsrepräsentanz es estrictamente equivalente al término y noción del significante.
El que Freud se hubiera opuesto a esto, está igualmente articulado de la manera más precisa por él mismo. Todo lo que se puede connotar bajo los términos que él mismo reúne de sensación, sentimiento, afecto, ¿qué dice de eso Freud? Dice que no es sino por negligencia de la expresión que, según el contexto, tiene o no inconvenientes, como todas las negligencias, pero es un relajamiento el que se diga que son inconscientes. En principio, dice, no puede serlo jamás. Le deniega formalmente toda posibilidad de una incidencia inconsciente.
Esto es expresado y repetido de una manera que no puede comportar ninguna especie de duda, ninguna especie de ambigüedad. El afecto, cuando hablamos de un afecto inconsciente, quiere decir que es percibido, incluso conocido, pero ¿conocido cómo? En sus ligaduras, no porque sea inconsciente; es percibido, nos dice, simplemente porque ha sido agregado a una representación reprimida. Dicho de otra manera, ha debido acomodarse al contexto subsistente en lo preconsciente, lo que permite ser sostenido por la conciencia, lo que no es difícil para una manifestación de su último contexto.
Así está articulado en Freud. No basta que lo articule una vez: lo articula cien veces y vuelve a ello cada vez que es necesario. Allí se inserta precisamente el enigma, el enigma de lo que se llama la transformación de ese afecto, en lo que se muestra particularmente plástico, y en lo que todos los autores que se aproximan a esa cuestión del afecto, cada vez que el tema cae bajo su mirada, son sorprendidos aún si no osan tocar la cuestión.
Lo sorprendente es que yo, que hago psicoanálisis intelectualista, yo, voy a pasarme todo un año hablando de eso; y, por el contrario, se pueden contar con los dedos de la mano los artículos consagrados a la cuestión del afecto en el análisis, aún cuando los analistas se llenan la boca cuando hablan de una observación clínica, ya que, por supuesto, es al afecto al que siempre recurren.
Conozco un sólo artículo válido sobre el tema del afecto, un artículo de Glover, de quien se habla mucho en los textos de Marjory Brayerly. Hay en ese artículo una tentativa de paso al frente en el descubrimiento de esa noción del afecto, que deja un poco que desear respecto de lo que Freud dice del tema. Ese artículo es, además, detestable, como el conjunto de ese libro que, consagrándose a lo que se llama tendencias del psicoanálisis, hace una bella ilustración de todos los lugares verdaderamente imposibles donde el psicoanálisis está a punto de anidar, pasando por la moral, la personología y otras perspectivas tan prácticas alrededor de las cuales el bla bla bla de nuestra época gusta dispensarse .
Por el contrario, si retomamos lo que nos concierne, las cosas serias, ¿qué leemos en Freud?. Leemos esto: El problema del afecto consiste en saber en qué se convierte cuando se desliga de la representación reprimida, y que no depende más que de la representación sustitutiva a la cual encuentra y con la que se liga.
Al desligamiento corresponde esa posibilidad de anexión que le es propia, y en la que el afecto se presenta en la experiencia analítica como algo problemático que hace que, por ejemplo, en lo vivido de una histérica – es de allí que parte el análisis, es de allí de donde parte Freud cuando comienza a articular las verdades analíticas – un afecto surge en el texto ordinario, comprensible, comunicable, de lo vivido de todos los días de una histérica. Ese afecto que está ahí parece la transformación de otra cosa – vale la pena que nos detengamos en esto – de otra cosa que no es otro afecto que lo que él sería en lo inconsciente. Eso, Freud lo deniega absolutamente. No hay cosa semejante; es la transformación del factor puramente cuantitativo bajo una forma transformada, y toda la cuestión consiste en saber cómo son posibles esas transformaciones en el afecto; cómo un afecto que está, por ejemplo, en lo profundo, es concebible que el texto inconsciente, restituido como tal o cual, se presente bajo otra forma cuando se presenta en el contexto preconsciente.
¿Qué nos dice Freud?
Primer texto: «Toda la diferencia proviene de que las representaciones son investimentos – fundadas sobre trazas mnésicas – en tanto que los afectos y sentimientos corresponden a procesos de descarga cuyas manifestaciones finales son percibidas como sensaciones». Tal es la regla de la formación de los afectos.
Es como yo se los dije: el afecto reenvía al factor cuantitativo de la pulsión; eso es lo que él entiende que no es solamente mudable, móvil, sino sometido a la variable que constituye ese factor, y lo articula diciendo que su suerte puede ser «de tres tipos: o bien el afecto -totalmente o en parte- subsiste tal cual; o bien sufre una transformación en angustia», es lo que escribe en 1915, y donde vemos engancharse una posición que el artículo «Inhibición, síntoma y angustia» articulará en la tópica, «o bien es suprimido, es decir, que su desarrollo es francamente impedido».
«Hay una diferencia notable, nos dice, en relación a la representación inconsciente; ella es, a la vez, reprimida, queda en el sistema inconsciente como formación real, en tanto que al afecto inconsciente no le corresponde en ese mismo lugar sino un rudimento que no ha podido llegar a desarrollarse».
Esto es un preámbulo inevitable antes de entrar en el modo por el que voy a plantear las cuestiones de la interpretación del deseo del sueño. Les dije que para eso tomaría un sueño extraído del texto de Freud porque, después de todo, es la mejor vía, todavía, para estar seguro de lo que él procura decir cuando habla del deseo del sueño. Vamos a tomar un sueño extraído de ese artículo que se llama «Los dos principios del suceder psíquico», de 1911, aparecido justo antes del caso Schreber.
Tomo ese sueño y la forma en que Freud habla de él y lo trata en ese artículo, porque allí está articulado de un modo simple, ejemplar, significativo, no ambigüo; y para mostrar cómo Freud entiende la manipulación de las Vorstellungrepräsentanz, cuando se trata de la formulación del deseo inconsciente.
Lo que se desprende del conjunto de la obra de Freud concerniente a las relaciones de esas Vorstellungrepräsentanz con el proceso primario, no deja lugar a dudas. Si el proceso primario es apto, a pesar de estar sometido al primer principio, el principio del placer, no hay otra forma de concebir la oposición que en Freud está marcada entre el principio del placer y el de la realidad, si no es percatándonos de que lo que nos es dado como surgimiento alucinatorio, o el principio primario, es decir, al deseo a nivel del proceso primario, encuentra su satisfacción en algo que no es una imagen sino otra cosa: un significante. Es por lo demás sorprendente que uno no se haya dado cuenta de eso de otra manera, quiero decir, en la clínica. Parece que no fue advertido, precisamente, por cuanto la noción de significante era algo que no estaba elaborado en el momento de la expansión de la psiquiatría clásica, ya que es en la masividad de la experiencia analítica donde se nos presentan las formas problemáticas mayores, más insistentes de la cuestión de la alucinación. Si no es en las alucinaciones verbales o de estructura verbal, en la intrusión, la inmixión en el campo real, no de una imagen ni de un fantasma, ¿qué es lo que simplemente soportaría un proceso de alucinación?
Pero si una alucinación nos plantea problemas que le son propios, es porque se trata de significantes y no de imagenes, cosas o percepciones, en fin, de falsas percepciones de lo real, como se dice. Pero a nivel de Freud esto no da lugar a dudas y,precisamente al final de ese artículo, para ilustrar lo que llama Neurotishe-ferung, es decir, la palabra Ferung hay que retenerla; quiere decir ‘durar’; no es muy habitual en alemán; está ligada al verbo ferung, y esa idea de duración de valorización, ya que es ése el uso más común, hablamos de la valorización puramente neurótica, aunque el proceso primario irrumpa allí, Freud pone como ejemplo un sueño. Helo aquí.
Es el sueño de un sujeto en duelo por su padre al que- nos dice- ha asistido en los largos tormentos de su fin. Este sueño se presenta así: El padre aún vive y le habla como hasta no hace mucho tiempo. Mediante ello no deja de experimentar de manera en extremo dolorosa, el sentimiento de que su padre, sin embargo, ya está muerto, sólo que no lo sabía – el padre. Es un sueño corto, un sueño que, como siempre, Freud lo aporta transcripto, ya que lo esencial del análisis freudiano se funda siempre en el relato del sueño en tanto articulado. Ese sueño se repite con insistencia en los meses que siguen al deceso del padre.
¿Cómo va a abordarlo Freud? Está fuera de dudas que Freud jamás pensó que un sueño existiría al margen de la distinción del contenido manifiesto y del contenido latente. En cuanto a lo que se podría llamar con ese término, en el análisis, que creo que no tiene equivalente, el del «Wishful thinking», quisiera en algo hacer rendir su equivalencia con ‘alarma’. Esto sólo debería bastar para hacer desconfiar a un analista, para hacerlo defenderse y a persuadirlo de que está en la falsa vía.
Freud aguijonea ese Wishful y nos dice que simplemente, es porque tiene necesidad de ver a su padre y que ello le da placer; pero no es suficiente, por la simple razón de que eso no parece ser una satisfacción plena, y que pasa con elementos de contenido y carácter doloroso suficientemente marcado, llevamos esta posibilidad al límite para evitarnos un peso precipitado.
No pienso, al fin de cuentas, que un sólo psicoanalista pueda llegar hasta allí cuando se trata de un sueño. Y porque no se puede ir hasta allí, los psicoanalistas no se interesan más por el sueño.
¿Cómo aborda Freud las cosas? Sigamos su texto: Ningún otro medio conduce a la inteligencia del sueño en su sonoridad de sin sentido, más que el agregado «según su deseo», o «a consecuencias de su deseo», después de las palabras «mientras su padre estaba muerto». Y el corolario: Si ustedes quieren que él lo anhele, al fin de la frase da eso, y que «él no lo sabía», el padre, que ése era el anhelo de su hijo. Ahora se entiende que el pensamiento del sueño le fuera doloroso, recordar que él le había deseado la muerte a su padre, y cuán espantoso sería si no hubiese dudado.
Esto los conduce a dar su peso a la forma en que Freud trata el problema. Es un significante. Son cosas que son cláusulas de las que trataremos de articular en el plano lingüístico eso que ellas son: el valor exacto de lo que permite acceder a la inteligencia del sueño. Son dados como tales, y por el hecho de que su emplazamiento, su adaptación en el texto, libera el sentido de ese texto.
Les ruego entender lo que estoy diciendo. No estoy diciendo que ésa es la interpretación; puede que lo sea, pero todavía no lo digo; los suspendo en ese momento en que cierto significante es designado como producido por su falta.
¿De qué se trata? ¿Cuál es el fenómeno del sueño? Es remitiéndolo a su contexto que accedemos a lo que nos es dado como la inteligencia del sueño, a saber, que el sujeto se halla en situación de reproche a sí mismo, de ése que se reprocha a propósito de la persona amada, y este reproche nos lleva, en este ejemplo, a la significación infantil del deseo de muerte. Estamos ante un caso típico donde el término transferencia, Ubertragung, es empleado en el sentido con que es primitivamente empleado en «La ciencia de los sueños». Se trata de un saldo (ra… (Falta en el original) …lo de muerte original, en otra cosa que es un anhelo análogo, homólogo, paralelo, de alguna manera similar, introduciéndose para hacer revivir el anhelo arcaico del que se trata.
Esto merece que nos detengamos, porque es a partir de allí, simplemente, que podemos tratar de elaborar lo que quiere decir interpretación, ya que hemos dejado de lado la interpretación del «Wishful». Para regular esa interpretación, no hay sino una advertencia que hacer. Si no podemos traducir el «Wishful thinking» por «pensamiento deseante, deseoso», es por una razón muy simple: es que «Wishful thinking» tiene un sentido, y lo tiene, pero está empleado en uno de esos contextos donde ese sentido no es válido. Si quieren poner a prueba la pertinencia de «Wishful-thinking» cada vez que es empleado, no van a hacer la distinción de que «Wishful thinking» no es el tomar el deseo por realidad. En ese único aspecto es inaplicable a la interpretación del sueño, porque eso quiere decir que uno sueña porque se sueña, y es por eso que esa interpretación a ese nivel no es nunca aplicable a un sueño.
Es necesario que lleguemos al procedimiento de añadidos de significantes, lo que supone la sustracción previa del mismo. Hablo de lo que supone el texto de Freud, siendo la sustracción exactamente eso, el sentido del término del que se sirve para designar la operación de represión pura, en su efecto: de supresión.
Entonces , nos encontramos detenidos por lo que presentaría para nosotros un obstáculo y una objeción que, si no estamos decididos de antemano a creer, como dice Prevert, debemos igualmente detenernos en esto: que la simple sustitución de los términos «Nachsein Wunsch» y «daber Wunschte», es decir que él, el hijo, desea la muerte del padre, que la simple restitución de las cláusulas desde el punto de vista de lo que Freud mismo nos designa como la meta final de la interpretación, es decir, la instauración del deseo inconsciente, no da estrictamente nada.
Pues, entonces, ¿qué restituir en ese momento? Es algo que, el sujeto conoce perfectamente. Durante la enfermedad extremadamente dolorosa, el sujeto, en efecto, deseó a su padre la muerte como solución y fin de sus tormentos y dolor, y no se lo mostró; hizo todo por disimularlo al deseo, al anhelo que estaba en su contexto reciente, en su contexto vivido, perfectamente accesible. No hay necesidad de hablar de preconsciente, sino de recuerdo consciente, perfectamente accesible al texto continuo de la conciencia. Si el sueño sustrae a un texto algo que no está hurtado a la conciencia del sujeto, si lo sustrae es, si puedo decirlo, fenómeno de sustracción que toma valor positivo; quiero decir que ése es el problema, la relación de la represión en tanto que sin ninguna duda, se trata de la Vorstellungrepräsentanz.
Y aún de modo típico, si algo merece ese término, es justamente algo que es, en sí mismo, una forma vacía de sentido, «según su deseo», aislada en si misma. Ese «según su deseo» no quiere decir nada; quiere decir que aquél de quien se habló precedentemente ¿deseaba qué? Eso depende igualmente de la frase que está antes; y es en ese sentido que deseo introducirlos para mostrarles el carácter irreductible de lo que se trata en relación a toda concepción que releve de una suerte de elaboración imaginaria, de abstracción de datos objetales de un campo, cuando se trata del significante y de lo que haría la originalidad del campo que, en lo vivido, es el psiquismo, que en el sujeto humano, es instaurado por y para la acción del significante.
Eso es lo que tenemos, esas formas significantes que, en si mismas, no se conciben, no se sostienen sino por cuanto están articuladas con otros significantes, y de hecho, se trata de eso.
Sé bien que me introduzco en algo que supondría una articulación más larga que todo eso de que se trata. Esto está ligado a una suerte de experiencias seguidas con mucho cuidado y perseverancia por la escuela de Marburg, la del pensamiento sin imagenes, suerte de intuición; en los trabajos de esa escuela, que se hacían en pequeños círculos cerrados de psicólogos, uno era conducido a pensar sin imagenes esas clases de formas significantes sin contexto y en estado naciente, que plantea la noción de ‘vorstellungs’.
Esto justifica que se mencione que Freud asistió durante dos años al curso de Brentano, según testimonios fiables, y que la psicología de Brentano en tanto que da cierta concepción de la Vorstellung, basta para darnos el peso exacto de lo que podría valer en el espíritu de Freud, y no sólo en mi interpretación, tomando el término de Vorstellung.
El problema es, justamente, la relación que hay entre la represión, y si la represión debe aplicarse exactamente como tal a algo que es del orden de la Vorstellung; y, por otra parte, ese hecho que no es otra cosa que la aparición de un nuevo sentido, por algo que es diferente para nosotros en el punto en que avanzamos, que es diferente del hecho de la represión, que es lo que podemos llamar en el contexto, en el del preconsciente, la elisión de dos cláusulas.
¿La elisión es la misma cosa que la represión? ¿Es exactamente la pareja, el contrario? ¿Cuál es el efecto de la elisión? Está claro que es un efecto de sentido. Para explicarlo en el plano más formal, hace falta que consideremos que esa elisión – digo elisión, no alusión no es una figuración. Ese sueño no hace alusión – lejos de ello – a lo que lo precedió, a las relaciones del padre con el hijo; introduce algo que suena absurdamente, que tiene su alcance de significación sobre el plano manifiesto original. Se trata de una ‘figura verborum’, de una figura de palabras, de términos que, para emplear el mismo término que es pareja del primero, se trata de una elisión y esa elisión produce un efecto de significado. Esa elisión equivale a una sustitución de términos faltantes de un plano, de un cero; pero un cero que no equivale a nada, y el efecto de que se trata, puede ser califificado de metafórico.
El sueño es una metáfora. En esa metáfora, algo nuevo surge que es un significado, un sentido sin duda enigmático (Falta en el original) …que durante siglos ha impulsado a los seres a un rodeo de existencia, sobre los caminos más o menos tortuosos que los llevaban al nigromante, y lo que él hace surgir en el círculo del encantamiento, eso llamado sombra, frente a lo que no pasaba otra cosa que lo que pasa en el sueño, a saber, ese ser que está allí sin que se sepa cómo existe y frente al cual, literalmente, no se puede decir nada, ya que él habla, por supuesto. Pero no interesa, diría que hasta cierto punto, lo que dice es también lo que no dice, tampoco nos lo dice en el sueño; esa palabra no toma su valor más que del hecho de que a quien él llamó el ser amado del reino de las sobras, el no puede literalmente decirle nada de lo que es la verdad de su corazón.
Esa confrontación, esa escena estructurada, ese escenario ¿no nos sugiere que en el mismo debemos tratar de situar el alcance? ¿Qué es? Esto tiene un valor fundamental de estructurado y estructurante, que es lo que trato de precisar este año ante ustedes bajo el nombre de fantasma. ¿Es un fantasma? ¿Hay un cierto número de carácteres exigibles para que, en semejante presentación, en tal escenario, reconozcamos los carácteres del fantasma?
Es ésta una primera cuestión que, desgraciadamente, no podremos comenzar a articular sino la próxima vez.
Entiendan que le daremos respuestas precisas, que nos permitirán aproximarnos a eso que efectivamente es un fantasma, y lo que es un fantasma del sueño. Se los articulo enseguida, un fantasma que tiene formas muy particulares, quiero decir que un fantasma del sueño, en tanto podemos precisar el sentido de la palabra ‘fantasma’ , no tiene el mismo alcance que un fantasma de la vigilia, sea inconsciente o no. He aquí un primer punto sobre el que les responderé a esta cuestión la próxima vez.
El segundo punto, a propósito de la articulación del fantasma, cómo debemos concebir que yace la incidencia de lo que podemos llamar, de lo que Freud llamó mecanismos de elaboración del sueño, sus relaciones, por una parte con la represión supuesta antecedente. La relación de esa represión con los significantes de los que mostraré hasta qué punto Freud aísla y articula la incidencia de su ausencia, en términos de pura relación significante.
Esos significantes, quiero decir, las relaciones que hay entre los significantes del relato «él estaba muerto» por una parte, «él no lo sabía», por otra parte, y «según su deseo», en tercer lugar, vamos a tratar de plantearlos , de ubicarlos y hacerlos funcionar sobre las líneas, trayectos de las respectivas cadenas del sujeto y del significante tal como son planteadas aquí, repetidas, urgidas ante ustedes bajo la forma de nuestro grafo. Y verán a la vez para qué puede servir esto que no es sino la posición topológica de los elementos y las relaciones sin las cuales no hay funcionamiento posible del discurso, y cómo sólo la noción de las estructuras que permiten ese funcionamiento del discurso, pueden permitir también dar sentido a lo que las dos cláusulas en cuestión, pueden, hasta cierto punto, ser llamadas, ser verdaderamente el contenido, como dice Freud, la realidad, lo que está realmente reprimido .
Pero esto no alcanza. Nos falta asimismo distinguir cómo y por qué el sueño hace aquí uso de los elementos que sin duda son reprimidos, pero precisamente, allí, a un nivel en el que no lo son; es decir, donde lo recientemente vivido los puso en juego como tales, y donde, lejos de ser reprimidos, el sueño los elide. ¿Por qué? ¿Para producir qué efecto? Diría que no es más que para producir una significación, allí no hay dudas, y veremos que la misma elisión del mismo deseo puede tener, según estructuras diferentes, efectos totalmente distintos. Para simplemente despertar, estimular un poco vuestra curiosidad, quisiera hacerles señalar que puede haber allí una relación entre la elisión y la cláusula «según su deseo» y el hecho de que en otros contextos que no son el sueño, por ejemplo, la psicosis, esto puede llegar al desconocimiento de la muerte.
El «él no lo sabía» o «él no quería saber nada», se articula de otra manera con «él estaba muerto», o aún en un contexto todavía diferente, pueden tener interés de ser distinguidos de entrada como la Verwerfung se distingue de la Verneinung.
Esto puede llevar a sentimientos de invasión o de irrupción, o a momentos fecundos de la psicosis donde el sujeto piensa que tiene frente a sí efectivamente algo mucho más cerca que la imagen del sueño que nosotros no podemos esperar ahí, es decir, que tiene frente a sí a alguien que está muerto, que él vive con un muerto que, simplemente, no lo sabe que él esta muerto. Y aún puede ser, hasta cierto punto que en la vida normal, la que vivimos todos los días, nos ocurra más a menudo de lo que creemos, el tener en nuestra presencia a alguien que, con todas las apariencias de un comportamiento social satisfactorio, es alguien que a la vez desea , por ejemplo, desde el punto de vista del interés, de lo que nos permite estar de acuerdo con un ser humano, y conocemos más de uno, cuando se los señala busquen entre sus relaciones, alguien que es un muerto y momificado, que no espera sino el pequeño golpe que los conduzca a su fin.
No es verdad también que en presencia de ese algo que, después de todo, puede ser mucho más difusamente presentado… (Falta en el original) …cia tranquila, y que una gran parte de nuestro comportamiento con nuestros semejantes puede ser algo que vamos a tomar en cuenta cuando nos ocupamos de escuchar los discursos, confidencias, el discurso libre de un sujeto bajo la experiencia del psicoanálisis, puede introducir en nosotros una reacción mucho más importante a medir, mucho más presente, esencial, que la que nos corresponde de esa suerte de precaución que nos hace tomar para no hacer destacar al semi-muerto que allí donde él está, donde está a punto de hablarnos, está la media presa de la muerte, y eso también porque nosotros, sobre ese tema donde tal audacia de intervención no dejaría de comportar algún contragolpe, que es precisamente en su contra que nos defendemos más, es lo que hay de más ficticio en nosotros, de más repetido (repeté), a saber, la semi-muerte.
En breve, lo ven, las preguntas más a cerrar se multiplican al punteo donde hoy llegamos en este discurso, y sin duda, si ese sueño debe aportarles algo concerniente a las relaciones del sujeto con el deseo, es que hay un valor que no debe sorprendernos, dados sus protagonistas, un padre y un hijo, la muerte presente, y, verán, la relación al deseo.
No es por azar que elegimos este ejemplo, que vamos a explotar la próxima vez.