Los dejé la última vez en alguna cosa que tiende al abordaje de nuestro problema, el problema del deseo y su interpretación; un cierto ordenamiento de la estructura significante que se enuncia en el significante como comportando esa duplicidad interna del enunciado: proceso del enunciado y proceso del acto de la enunciación.
Les indiqué el acento sobre la diferencia existente entre el yo (je), en tanto implicado en un enunciado cualquiera, del yo (je) que, con igual jerarquía que cualquier otro, es el sujeto de un proceso enunciado; por ejemplo, que no sea la única palabra (mot) del enunciado ni del yo (je) en tanto que él esta implicado en toda enunciación, sino que en él se anuncia como el yo (je) de la enunciación .
Ese modo por el cual se enuncia como el yo (je) de la enunciación, no es indiferente, si se enuncia al nombrarse como lo hace la pequeña Anna Freud al inicio del mensaje de su sueño.
Les he indicado que queda allí algo ambigüo que es que, si ese yo (je) como yo (je) de la enunciación, es autentificado o no en ese momento.
Les dejo entender que no lo es todavía, y que es eso lo que constituye la diferencia que Freud nos da, por ser la que distingue el deseo del sueño en el niño, del deseo del sueño en el adulto, que es que algo no está todavía terminado, precipitado por la estructura; no está todavía distinguido en la estructura, que es, justamente eso de lo que, por otra parte, les doy el reflejo y la huella; huella tardía, porque se encuentra al nivel de una prueba que supone ya las condiciones muy definidas por la experiencia, que no permiten prejuzgar en el fondo lo que está en el sujeto.
Pero la dificultad que permanece aún largo tiempo para el sujeto, es distinguir ese yo (je) de la enunciación, del yo (je) del enunciado, y que se traduce por este tropiezo tardío delante del test que el azar, aún, y el olfato (flair) del psicólogo, han hecho elegir a Binet la forma «Tengo tres hermanos, Pablo, Ernesto y yo».
La dificultad que hay, es que el niño no tiene lo que le hace falta, además del enunciado; a saber, que el sujeto no sabe descontarse. Pero esa huella que les marqué es algo, un índice, y hay otros; ese elemento esencial que constituye la distinción, la diferencia para el sujeto del yo (je) de la enunciación del yo (je) del enunciado.
Ahora, les he dicho, tomamos las cosas no por una vía de la que no puedo decir que sea empírica porque ya está trazada, ya ha sido construida por Freud, cuando nos dice que el deseo del sueño en un adulto, es un deseo que le es prestado, y que es la marca de una represión, represión que, a ese nivel, él refiere como siendo una censura.
Cuando entra en el mecanismo de esa censura, cuando nos muestra lo que es una censura, a saber, las imposibilidades de una censura, pues allí abajo es donde pone el acento; es allí que trato de hacerlos detener en vuestra reflexión un instante, diciéndoles una especie de contradicción interna que es la de que todo lo no-dicho a nivel de la enunciación, contradicción interna que estructura el «yo (je) no digo que».
Se los dije el otro día en diversas formas humorísticas que ese que dirá tal o cual cosa de tal o cual personaje del que hay que respetar sus palabras, no tendrá que vérselas conmigo. ¿Qué quiere decir profiriendo esa frase, si sólo es una toma de partido irónica?. Yo (je) pronuncio, yo (je) me encuentro pronunciando precisamente lo que no hay que decir, y Freud mismo ha señalado ampliamente, cuando nos muestra el mecanismo, la articulación, el sentido del sueño, cuan frecuentemente el sueño toma esa vía, es decir que lo que articula como no debiendo ser dicho es, justamente, lo que tiene para decir, y es por eso que pasa lo que en el sueño es efectivamente dicho.
Esto nos lleva a algo que está ligado a la estructura más profunda del significante. Quisiera detenerme un instante todavía, ya que ese elemento, ese resorte del «yo (je) no digo» como tal, no por nada Freud, en su artículo de la «Verneinung», lo pone en la raíz misma de la frase más primitiva en la que el sujeto se constituye como tal, y se constituye, especialmente, como inconsciente.
La relación de esa Verneinung con la Bejahung más primitiva, es algo que comienza a plantearse. Se trata de saber siempre lo que pasa al nivel más primitivo; ¿es, por ejemplo, el par bueno o malo, según que elijamos o no, tal o cual de esos términos primitivos?. Ya optamos por una teorizacion, toda una orientación de nuestro pensamiento analítico, y ustedes saben el rol que ha jugado ese término de ‘bueno’ y ‘malo’ en una cierta especificación de la vía analítica; es, por cierto, un par muy primitivo.
Sobre ese no-dicho, y sobre la función del ne (no) en el «Je ne dis pas», «Yo no digo», es allí que me detendré un instante, antes de dar un paso más, porque creo que allí está la articulación esencial. Esa suerte de no (ne) del «yo( je) no (ne) digo (dis) (pas)», que hace que , precisamente diciendo que no se dice, se dice, cosa que parece casi una suerte de evidencia por el absurdo, es algo en lo que tenemos que detenernos, recordando lo que ya les indiqué como siendo la propiedad más radical, – si se puede decir- del significante. Y si ustedes se acuerdan, ya traté de llevarlos por vía de una imagen, de un ejemplo, mostrando a la vez la relación que hay entre el significante y una cierta especie de índice o de signo que he llamado : la huella que ya ella porta la marca de no sé qué especie de reverso de la impronta de lo real .
Les hablé de Robinson Crusoe y del Paso de la huella del paso (pas) de Viernes, y nos detuvimos un instante en esto: eso ya es el significante; y les he dicho que el significante comienza no en la huella, sino en esto de que se la borre, y no es el haberla borrado lo que constituye el significante; es algo que se plantea como pudiendo ser borrado lo que inaugura el significante.
Dicho de otra manera, Robinson Crusoe borra la huella del paso de Viernes, pero, ¿qué hace en su lugar? Si quiere guardar el lugar del pie de Viernes, hace falta, por lo menos, una cruz, es decir, una barra y otra barra sobre ella. Ese es el significante específico. El significante específico es algo que se presenta como pudiendo ser borrado y que justamente, en esa operación de borrado como tal, subsiste.
Quiero decir que el significante borrado se presenta ya como tal con sus propiedades de no dicho. En tanto que con la barra anuló ese significante, lo perpetúo como tal indefinidamente, inauguro la dimensión del significante como tal. Hacer una cruz , es precisamente lo que no existe en ninguna forma de demarcación (reperage) de alguna manera permitida. No hay, que creer que los seres no parlantes, los animales, no señalizan nada, sino que no dejan intencionalmente como he dicho, más que las huellas de las huellas. Volveremos, cuando tengamos tiempo, sobre los hábitos del hipopótamo. Veremos lo que deja sobre sus pasos a propósito de sus congéneres .
Lo que deja el hombre tras de sí, es un significante, es una cruz, es una barra, en tanto barrada, en tanto que recubierta por otra barra que, por otra parte indica que, como tal, está borrada.
Esa función del nombre del ‘no’, en tanto es el significante que se anula a sí mismo, es algo que seguramente merece un amplio desarrollo. Es sorprendente ver hasta qué punto los lógicos , por ser, como siempre, demasiado psicólogos , han hecho en clasificación, en su articulación de la negación, han dejado extrañamente de lado lo más original.
Saben, o no lo saben; y después de todo, no tengo la intención de hacerlos entrar en los diferentes modos de la negación. Quiero simplemente decirles que más originalmente que lo que se puede articular en el orden del concepto, en el orden de lo que distingue el sentido de la negación de la privación, etc; más originalmente, es en el fenómeno de lo hablado, en la experiencia, en el empirismo lingüístico, que debemos encontrar en su origen lo que para nosotros es más importante. Y es por eso que sólo allí me detendría, y aquí no puedo al menos por un instante, no manifestar algunas investigaciones que tienen valor de experiencia, y especialmente la que fue hecha por Edouard Pichon, quien fue, como saben, uno de nuestros mayores psicoanalistas, que murió al comienzo de la guerra de una grave enfermedad cardíaca. Edouard Pichon, a propósito de la negación, ha hecho esa distinción de la cual es necesario que tengan al menos una pequeña percepción, una pequeña noción, una pequeña idea.
El se percata de algo; él habría querido, manifiestamente quería ser psicólogo; nos escribe que lo que él hace es una suerte de exploración de las palabras en el pensamiento.
Como cualquiera, él es susceptible de ilusiones sobre sí mismo, porque felizmente eso es lo que hay allí de más débil en su obra: esa pretensión de remontar las palabras al pensamiento. Pero por otra parte, resulta ser un observador admirable; quiero decir que tenía un sentido de la materia (etoffe) lingüisteril, que hace que nos informe más sobre las palabras que sobre el pensamiento. Y en cuanto a las palabras, en cuanto a ese uso de la negación, es especialmente en francés que se detiene sobre ese uso de la negación; y ahí no ha podido hacer ese hallazgo que hace esa distinción, que se articula en esa distinción que hace de lo forclusivo y lo discordancial
Enseguida voy a darles ejemplos de la distinción que hace. Tomemos una frase como ‘No hay nadie aquí’ ( Il n’y a personne ici). Esta es forclusiva: queda inmediatamente excluido que aquí haya alguien. Pichon se detiene en lo que hay de remarcable, que cada vez que en francés nos la vemos con una forclución simple y pura, hace falta que empleemos dos términos, un ‘no’ (ne ) y después, algo que aquí está representado por el ‘nadie’ (personne), que podría serlo por el ‘no’ (pas): «no tengo dónde alojarlo » (quité ) .
Por otra parte ha destacado un gran número de usos del ‘no’ (ne) y justamente, los más indicativos allí, como en todas partes, los que plantean los problemas más paradójicos, se manifiestan siempre, es decir que, en primer lugar, jamás un ‘no’ (ne) puro y simple, o casi nunca, es puesto en uso para indicar la pura y simple negación, lo que por ejemplo en alemán o en inglés, se encarna en el «nicht» o en el ‘not’ . El ‘no’ (ne) solo, librado a sí mismo, expresa lo que Pichon llama una discordancia, y esa discordancia es precisamente algo que se sitúa entre el proceso del enunciado y de la enunciación.
Para decirlo todo, e ilustrar de qué se trata, voy a darles justamente el ejemplo sobre el cual Pichon más se detuvo, efectivamente, pues es especialmente ilustrativo, es el empleo de esos ‘no’ (ne) que la gente que no comprende nada, es decir, la gente que quiere comprender, llama el ‘no’ (ne) expletivo (expletif)
Se los digo porque ya he acentuado esto la última vez, ya he hecho alusión a propósito de un artículo que me había parecido ligeramente escándaloso aparecido en Le Monde sobre el así llamado «ne expletif».Ese ‘no’ expletivo que no es un ‘no’ expletivo, que es un ‘no’ absolutamente esencial para el uso de la lengua francesa, es el que se encuentra en la frase: «Je crains qu’ il en vienne» (temo que el venga). Cada cual sabe que el «Je crains qu’il ne vienne» quiere decir » temo que él venga», y no que yo (je) temo que él no venga . Pero en francés se dice «Je crains qu’ il ne vienne». En otros términos, el francés, en ese punto de su uso lingüístico toma, al ‘ne’, en alguna parte de su errancia, si así puede decirse, de su descenso de un proceso de la enunciación donde el ‘ne’ se ubica sobre la articulación de la enunciación, sobre el significante puro y simple, llamado en acto. Por ejemplo, en ‘ne’ de «Je ne dis pas que je suis ta femme» (no digo que soy tu mujer), el ‘ne’ de «Je ne suis pas ta femme» (no soy tu mujer). Sin ninguna duda no estamos aquí para hacer la génesis del lenguaje, pero algo está implicado aún en nuestra experiencia.
Lo que quiero mostrarles que nos indica la articulación que da Freud de la negación, es que implica que la negación desciende de la enunciación al enunciado. Y cómo no sorprenderse, porque después de todo, toda negación en el enunciado implica una cierta paradoja, porque plantea algo que, para plantearlo al mismo tiempo, digamos, en un cierto número de casos, como no existiendo parte alguna entre la enunciación y el enunciado, y en ese plano donde se instauran las discordancias, donde algo en mi temor adelanta el hecho de que él venga, y deseando que él no venga (qu’il ne vienne pas) puede articularse de otro modo ese «temo que venga» (Je crains qu’il vienne), como un «temo que venga» (Je crains qu’il ne vienne), abrochando al pasar, por así decir, ese ‘no’ (ne) de discordancia que se distingue como tal, en la negación, del ‘ne’ forclusivo.
Ustedes me dirán: esto es un fenómeno particular de la lengua francesa; lo evocaron oportunamente hablando del ‘nicht’ alemán y el ‘not’ inglés. Por cierto eso no es lo importante. Lo importante es que la lengua inglesa, por ejemplo, donde articulamos cosas análogas, a saber, lo que percibimos, y esto se los puedo demostrar aquí porque no estoy aquí para hacer un curso de lingüística, es algo análogo a lo que se manifiesta en el hecho de que en inglés, la negación no puede aplicarse en forma directa al verbo, en tanto que es verbo del enunciado, el verbo designante del proceso en el enunciado. No decimos «I eat not», sino «I don’t eat».
En otros términos, he aquí que tenemos huellas en la articulación del sistema lingüístico inglés, de esto: para todo lo que es del orden de la negación, el enunciado es llevado a tomar una forma, que es calcada sobre el empleo de un auxiliar; el auxiliar es típicamente el que en el enunciado introduce la dimensión del sujeto. ‘I don’t eat’, ‘ I won’t eat’, o ‘I won’t go’ que es, hablando con propiedad «yo no iré», que no implica sólo el hecho, sino mi resolución de sujeto de no ir, el hecho de que para toda negación, en tanto negación pura, algo como una dimensión auxiliar aparece. Y esto, en la lengua inglesa, es la huella de algo que enlaza esencialmente la negación a una suerte de posición original de la enunciación como tal.
El segundo tiempo o etapa de lo que la última vez traté de articular ante ustedes, está constituido por esto: que para mostrarles por qué camino, por qué vía el sujeto se introduce en la dialéctica del otro, en tanto que ella le es impuesta por la estructura misma de esa diferencia de la enunciación y del enunciado, los llevé por una vía que hice, se los dije, expresamente empírica.
No es la única. Quiero decir que introduzco allí la historia real del sujeto. Les he dicho que el paso siguiente de eso por lo cual en el origen el sujeto se constituye en el proceso de la distinción de ese yo (je) de la enunciación, con el yo (je) del enunciado, es la dimensión de no saber nada. El comprueba en esto, que es sobre el fondo de que el otro sabe todo de sus pensamientos, porque sus pensamientos son por naturaleza y estructuralmente, en (su) origen, ese discurso del otro, que descubre de hecho, que el otro no sabe nada de sus pensamientos. Ahí se inaugura para él la vía que es la que buscamos, la vía por donde el sujeto va a desarrollar esa exigencia contradictoria de lo dicho, y encontrar el difícil camino por donde ha de efectuar ese no-dicho en su ser, y devenir esa suerte de ser con el que tenemos que vérnosla.
Un sujeto que tiene la dimensión de lo inconsciente, esto es el paso esencial que, en la experiencia del hombre, nos hace hacer el psicoanálisis en relación a que después de largos siglos, la filosofía está en alguna medida, diría, cada vez más obstinada en proseguir ese discurso: el sujeto no es sino el correlativo del objeto en la relación de conocimiento. El sujeto es eso que está supuesto por el conocimiento de los objetos, esa suerte de extraño sujeto del que no sé ya dónde he dicho, que podía hacer los domingos de filósofo, porque el resto de la semana, es decir, durante el trabajo, cada uno puede descuidarlo plenamente. Ese sujeto no es sino la sombra, en cierto modo, el doble de los objetos, ese algo que es olvidado en ese sujeto; esto es, que el sujeto es el sujeto que habla .
Lo que cambia completamente la naturaleza de sus relaciones al objeto, es el punto crucial de sus relaciones al objeto, que se llama, justamente, el deseo. Es en ese campo que tratamos de articular las relaciones del sujeto al objeto, en el sentido en que son relaciones de deseo, porque es en este campo que la experiencia analítica nos enseña que debe articularse.
La relación del sujeto al objeto no es una relación de necesidad. La relación del sujeto al objeto es una relación compleja que, precisamente, trato de articular ante ustedes. Comencemos por indicar esto: es porque allí se sitúa esa relación de la articulación del sujeto al objeto, que el objeto se encuentra siendo ese algo que no es el correlativo y correspondiente de una necesidad del sujeto, sino algo que soporta el sujeto en el preciso momento en que debe encarar, si se puede decir, su existencia en el sentido más radical. Esto es que, justamente, existe en el lenguaje, es decir que él consiste en algo que está fuera de él, algo que no puede asir en su naturaleza propia de lenguaje, sino en el preciso momento en que él, como sujeto, debe borrarse, evanescerse, desaparecer, tras un significante, que es precisamente el punto (de) pánico, si así podemos decirlo, alrededor del cual ha de engancharse algo, justamente, al objeto de deseo que, en tanto tal, se engancha.
Alguien que no voy a nombrar para no hacer embrollo, un contemporáneo ya muerto, ha escrito por ahí: «Si llegáramos a comprender lo que el avaro llegaría a saber, lo que el avaro ha perdido cuando se le roba su cofre, se aprendería mucho».
Esto es exactamente lo que debemos aprender, por nosotros mismos, y a enseñar a los otros.
El análisis es el primer lugar, la primera dimensión en la cual puede responderse a esa palabra; y porque el avaro es ridículo, es decir, mucho más próximo al inconsciente para que ustedes puedan soportarlo, va a hacer falta que encuentre otro ejemplo más noble para hacerles asir lo que quiero decir.
Podría comenzar a articularles en los mismos términos que en su momento en lo concerniente a la existencia, y en dos minutos me tomarían por un existencialista, y no es lo que deseo.
Voy a tomar ejemplo en la película «La regle du Jeu», de Jean Renoir. En un momento, el personaje protagonizado por Dalio, que es el viejo personaje como se ve en una cierta zona social, y no hay que creer que esté limitado a esa zona social; es un colecciónista de objetos, específicamente de cajas de música. Imagínense, si todavía se acuerdan del film, del momento en que Dalio revela frente a una numerosa concurrencia su último descubrimiento, una cajita musical particularmente bella. En ese momento, el personaje está, literalmente, en aquella posición que podemos y debemos llamar exactamente de pudor, se sonroja, se borra, desaparece, está muy molesto. Lo que ha mostrado lo ha mostrado, pero como los que están allí podrían comprender que estamos a ese nivel, en ese punto de oscilación que asimos, que se manifiesta al extremo en esa pasión por el objeto de colecciónista.
Es una de las formas del objeto del deseo. Lo que el sujeto muestra no sería otra cosa que el punto mayor, más intimo de él mismo. Lo que es soportado por ese objeto, es justamente lo que no puede develar ni aún a sí mismo, es algo que está al borde del más grande secreto.
Es eso, en esa vía que debemos buscar de saber qué es el cofre para el avaro. Hace falta que demos un paso más, ciertamente, para estar del todo en el nivel del avaro, y es por eso que el avaro no puede ser tratado sino por la comedia.
Pero entonces, eso de lo que se trata, eso por lo cual somos introducidos, es que a partir de un cierto momento el sujeto se encuentra comprometido en particular, su deseo (voeu) en tanto secreto. El deseo, lo que es el deseo, ¿cómo se expresa? Por esas formas de la lengua a las cuales hice alusión la última vez, por las que, según las lenguas, los modos, los registros, las diversas cuerdas (cordes), han sido inventadas. No se fíen siempre de lo que dicen los gramáticos. El subjuntivo no es también el subjuntivo que parece, y el tipo de deseo (voeu) -busco en mi memoria algo que me sirva para poder hacerles imaginar, y no sé por qué me vuelve a llegar del fondo de mi memoria este pequeño poema que tuve ciertas dificultades en recomponer, es decir, en volver a resituar:
«Etre une belle fille
Blonde et populaire,
Qui mette de la joie dans l’air
Lorsqu’elle sourit,
Donne de l’appétit
Aux ouvriers de Saint-Denis.» ver nota
Esto ha sido escrito por una persona que es contemporánea nuestra, discreta poetisa, pero una de sus carácterísticas es ser pequeña y negra, y que sin ninguna duda, expresa en su nostalgia el apetito a los obreros de Saint-Denis, algo que puede ligarse fuertemente a tal o cual momento de sus ensueños ideológicos. Pero no podemos decir, sin más, que ésa sea su ocupación ordinaria.
Eso en lo que quiero hacerlos detenerse un instante alrededor de ese fenómeno que es un fenómeno poético, es, de entrada, esto en lo que encontramos algo muy importante en cuanto a la estructura temporal. Es posible que sea la forma pura, no digo del deseo (voeu), sino del anhelo (souhaite), es decir, lo que en el deseo (voeu) es enunciado como anhelado. Decimos que el sujeto primitivo está elidido, pero eso no quiere decir nada; no está elidido porque está articulado aquí, es lo anhelado (souhaite), es algo que se presenta en infinitivo, como ven, y de lo cual, si tratan de introducirse en el interior de la estructura, verán que eso se sitúa en posición de estar delante del sujeto, y de determinarlo retroactivamente.
No se trata ni de una simple aspiración, ni de una queja (regret). Se trata de algo que se plantea delante del sujeto, como determinándolo retroactivamente en un cierto tipo de ser.
Esto se sitúa en el aire. Es sólo como eso, que lo anhelado se articula, dándonos algo que allí puede retener, cuando tratamos de dar sentido a la frase con la que termina «La ciencia de los sueños», a saber, que el deseo indestructible modela el presente, a imagen del pasado.
Eso nos introduce a la vez, en la ambigüedad de ese enunciado por sus carácterísticas estructurales, porque después de todo, el carácter gratuito de esa enunciación tiene algunas consecuencias en las cuales nada nos impide engancharnos. Quiero decir que nada nos impide engancharnos en la observación siguiente: que ese deseo (voeu) poéticamente expresado, como al azar titulado, habiéndome referido al texto «Voeu secret» (Secreto deseo), es, pues, eso que yo había encontrado en mi memoria después de veinticinco o casi treinta años, buscando algo que nos llevara al secreto del deseo, ese deseo secreto que se comunica, por supuesto, ahí está todo el problema.
¿Cómo comunicar a los otros algo que se constituyó como secreto? Respuesta: por algún engaño (mesonge), ya que, al fin de cuentas, eso para nosotros que somos un poquito más malignos que los demás, puede traducirse: tan cierto como que soy una bella muchacha rubia y popular, deseo llenar el aire de alegría, despertar el apetito a los obreros de Saint-Denis, y no está dicho que todo ser, ni aún generoso, ni aún poético, ni aún poetisa, tenga tales ganas (envie) como ésas de llenar el aire de alegría.
Después de todo, ¿por qué? ¿Por qué sino en el fantasma, y para demostrar hasta qué punto el objeto del fantasma es metonímico, es decir, que es la alegría la que va a circular así? En cuanto a los obreros de Saint-Denis, tienen buena espalda. Que se repartan el asunto entre ellos; son, en todo caso, bastante numerosos como para que uno sepa a cuál dirigirse.
Bajo esta digresión, los introduje en la estructura del deseo por la vía de la poesía. Podemos entrar allí por la vía de las cosas serias, es decir, por el rol efectivo que el deseo juega, y ese deseo, del que vimos cómo habría de esperarse allí, que debería en definitiva encontrar su lugar en alguna parte, entre ese punto de donde partimos diciendo que el sujeto se aliena allí esencialmente, en la alienación del llamado, del llamado de la necesidad, no obstante que debe entrar en los desfiladeros del significante; y ese más allá donde va a introducirse como esencial la dimensión de lo no-dicho, es necesario que se articule en alguna parte.
Lo vemos en el sueño que he elegido, ese sueño que es, seguramente, un sueño de los más problemáticos en tanto sueño de la aparición de un muerto, ese sueño de aparición de un muerto del que Freud en la página 433 de la Traumdeutung, edición alemana, páginas 381 y 382 de «La ciencia de los sueños», concerniente a la aparición de muertos, está lejos de habernos revelado su secreto.
Aún cuando articula muchas cosas, que eso es esencial, y es con ese propósito que Freud marcó con su acento máximo a lo largo de ese análisis de sueños en la Traumdeutung, lo que hay de profundo en el primer abordaje que ha sido el de la psicología de lo inconsciente, a saber, la ambivalencia de sentimientos respecto de seres amados y respetados. Es algo, por lo demás, donde el sueño que elegí para comenzar a articular la función del deseo en el sueño, está vuelto a abordar.
Pudieron ver que hice la relectura, recientemente, de la Traumdeutung en su primera edición, con ciertos fines, y que al mismo tiempo, la última vez hice una alusión de que en la Traumdeutung se olvida siempre lo que hay adentro. Había olvidado que en 1930 ese sueño había sido añadido. Fue añadido en nota, después de la publicación de las obras completas, y después, en la edición de 1930, fue agregado en el texto. Está, pues, en el texto de la Traumdeutung.
Ese sueño está así constituido; se los repito: el sujeto ve aparecer a su padre delante de él, ese padre que acaba de perder después de una enfermedad que ha constituido para él largos tormentos. Lo ve aparecer delante de él, y él es penetrado, nos dice el texto, por un profundo dolor al pensar que su padre está muerto y que él no lo sabía; formulación en la que Freud insiste sobre su carácter que resuena absurdamente, del que dice: él se completa, se comprende, si se agrega que estaba muerto según su deseo que él no sabia que era según su deseo, por cierto que él estaba muerto.
He aquí lo que inscribo sobre el grafo, según el escalonamiento siguiente:
«él no lo sabía» se relacióna esencialmente a la dimensión de la constitución del sujeto, a pesar de que es sobre un «él no sabía» inútil, que el sujeto debe situarse; y que es precisamente allí, que vamos a tratar de ver en el detalle de la experiencia, que él debió constituirse a sí mismo como no sabiendo, único punto de salida que le está dado para que lo que está no-dicho tome afectivamente alcance de no-dicho.
Es al nivel del enunciado que eso se hace; pero sin ninguna duda, ningún enunciado de ese tipo puede hacerse, sino como soportado por la subyacencia de una enunciación; pues para todo ser que no habla, tenemos pruebas, «él estaba muerto» no quiere decir nada. Diría más: tenemos pruebas de que hasta la indiferencia inmediata que tienen la mayoría de los animales por los deshechos, por los cadáveres de sus semejantes, por cuanto son cadáveres. Para que un animal se ate a un difunto, se cita el ejemplo de los perros. Hace falta, precisamente, que el perro esté en esa postura excepcional de hacer que, si no tiene inconsciente, tiene un superyó, es decir, algo que ha entrado en juego que permita que sea del orden de un cierto anudamiento de articulación significante. Pero dejemos eso de lado.
Que ese «él estaba muerto» ya supone que el sujeto introduce algo que es del orden de la existencia, la existencia como no siendo otra cosa que el hecho de que el sujeto, a partir del momento en que se plantea en el significante, no puede destruirse, que entra en ese encadenamiento intolerable que para él se despliega inmediatamente en lo imaginario, que hace que no puede concebirse sino como reflejándose siempre en la existencia.
Eso no es construcción del filósofo. He podido constatar eso en los que llamamos pacientes; y me acuerdo de una paciente de la que eso fue uno de los pivotes de su experiencia interior, que precisamente a propósito de un sueño, ella toca, sin ninguna duda, no en cualquier momento de su análisis, algo de aprehendido, de vivido oníricamente, que no era sino una suerte de sentimiento puro de existencia, de existir de una forma definida, si puede decirse; y del seno de esa existencia, reflejaba siempre, para ella una nueva existencia. Y ésta, ateniéndonos a su íntima intuición, si puede decirse, muy lejos (a porte de vue), la existencia siendo aprehendida y sentida como algo que, por su naturaleza, no puede reducirse (eteindre) sino a reflejar siempre más lejos; y esto, siendo acompañado por ella, precisamente, por un dolor intolerable.
Esto es algo que está próximo a lo que nos da el contenido del sueño, porque al fin, ¿qué tenemos? Tenemos aquí un sueño que es el de un hijo. Siempre está bien hacer resaltar a propósito de un sueño, que el que lo hace es el soñante. Siempre hay que acordarse de ello, cuando se empieza a hablar del personaje del sueño.
¿Qué tenemos aquí? El problema de lo que llamamos identificación, se plantea con facilidades particulares, ya que en el sueño no hay ninguna necesidad dialéctica, para pensar que hay alguna relación de identificación entre el sueño y sus propias fantasías de sueño.
¿Que tenemos? Tenemos al sujeto que esta allí delante de su padre, penetrado del más profundo dolor, y enfrente de el, tenemos al padre que no sabe que él está muerto o, más exactamente, porque hay que ponerlo al tiempo donde el sujeto lo aprehende y nos lo comunica, él no lo sabia.
Insisto, sin poder de hecho insistir allí hasta el fin, de momento; pero entiendo siempre no darles las cosas aproximativas que me llevan alguna vez a la oscuridad, porque también esa regla de conducta me impide darles las cosas aproximadas (á peu pres); y como no puedo precisarlas enseguida, naturalmente, eso deja las puertas abiertas.
Sin embargo es importante, para lo que es del sueño, que recuerden que la forma por la cual él nos es comunicado, es siempre un enunciado: ¿el sujeto nos da cuenta de qué? De otro enunciado, pero no es totalmente suficiente decir eso. De otro enunciado que él nos presenta como enunciación, ya que es un hecho que el sujeto nos cuenta el sueño, precisamente, para que busquemos la clave, el sentido, es decir, lo que él quiere decir; es decir, para algo distinto que el enunciado que nos relata el hecho de que (donc que ceci) él no sabía; que sea dicho en imperfecto, tiene en esta perspectiva, su importancia. El no sabía, en lo que les enuncio, para aquéllos, que la cuestión de las relaciones del sueño con la palabra por la cual lo acuñamos, puede abordar en el dibujo (dessin), el primer plano del clivaje.
Pero continuemos. He aquí, pues, cómo las cosas se reparten: de un lado, del lado de lo que se presenta en el sueño como el sujeto, ¿qué? Un afecto, el dolor. ¿Dolor de qué? De que él estaba muerto. Y del otro lado, correspondiendo a ese dolor, ¿»él no sabia» qué? La misma cosa: que él estaba muerto.
Freud nos dice que se encuentra allí su sentido e, implícitamente, su interpretación. Les he indicado suficientemente que no lo es.
Pero, ¿qué quiere decir esto? Si estamos, como Freud nos indica formalmente hacerlo, no simplemente en ese pasaje, sino en aquél al cual les rogué remitirse en lo concerniente a la represión, estamos al nivel del significante, deben ver enseguida que podemos hacer de ese «según su deseo», más de un uso.
El estaba muerto según su deseo. ¿A qué nos lleva eso? Me parece que algunos de entre ustedes al menos, pueden acordarse de ese punto adonde en otro tiempo los llevé, el del sujeto que, después de haber agotado bajo todas las formas la vía del deseo, en tanto que no es conocido por el sujeto, es el castigo, ¿de qué crimen? De ningún otro crimen que el de haber existido justamente en ese deseo, se encuentra llevado al punto donde no hay que proferir otra exclamación que «mejor no haber nacido», donde desemboca la existencia que llega a la extinción de su deseo; y ese dolor que siente el sujeto en el sueño, no olvidemos que es un sujeto del que no sabemos otra cosa que ese antecedente inmediato de que ha visto morir a su padre en el padecimiento de una larga enfermedad plena de tormentos.
Ese dolor está cerca en la experiencia, de ese dolor de la existencia cuando no lo habita nada más que esa existencia misma, y que todo en el exceso del sufrimiento, tiende a abolir ese término indesarraigable, que es el deseo de vivir.
Ese dolor de existir, de existir cuando el deseo no está más allí, si ha sido vivido por alguien, lo ha sido por aquél que esté lejos de ser un extraño para el sujeto. Pero en todo caso, lo que está claro es que, en el sueño, el sujeto sabía de ese dolor.
El sentido de ese dolor, no sabremos jamás si aquél que lo experimentó en lo real, lo sabia o no lo sabía, pero, por el contrario, lo que es sensible es que ni en el sueño, por cierto, ni fuera del sueño, seguramente antes de que la interpretación lo conduzca allí, el sujeto mismo no sabe que lo que él asume es ese dolor en tanto que tal; y la prueba es que en el sueño no puede articularlo sino de una forma fiel, cínica, que responde absurdamente, ¿a qué? Freud allí responde, si nos remitimos al pequeño capítulo de la Traumdeutung, y donde habla de los sueños absurdos, muy especialmente a propósito de ese sueño, y es una confirmación de lo que estoy procurando articularles aquí, de haberlo releído; veremos que él precisa que si el sentimiento de absurdo es a menudo ligado en los sueños a cierta suerte de contradicción, ligado a la estructura misma de lo inconsciente, y que desemboca en lo risible, en ciertos casos, ese absurdo – lo dice a propósito de ese sueño – se introduce en el sueño como elemento, ¿de qué? Como elemento expresivo de un repudio particularmente violento del sentido aquí designado. Y seguramente, en efecto, el sujeto puede ver que su padre no sabía su anhelo, anhelo de él, del sujeto, que su padre muera para acabar con sus sufrimientos.
Es decir que, a ese nivel, él, el sujeto, sabe cuál es su anhelo. El puede ver o no ver; todo depende del punto de análisis en que está, que ese anhelo fue el suyo en el pasado, que su padre muera, y no por su padre sino por él, el sujeto, que era su rival. Pero lo que no puede ver para nada, en el punto en el que está, es eso de que, asumiendo el dolor de su padre sin saberlo, lo que es logrado mantener delante de él, en el objeto, esa ignorancia que le es absolutamente necesaria a él, la que consiste en que más vale no haber nacido.
No hay allí nada, en último término, de la existencia, más que el dolor de existir, más bien asumirlo como el del otro que está allí y que habla siempre como yo (moi) del soñante; continúa hablando, ve desnudarse ese último misterio que no es sino al fin de cuentas, que el contenido más secreto de ese deseo, ése del que no tenemos ningún elemento en el sueño mismo, sino eso que sabemos por el conocimiento.
Lo que es el contenido de ese deseo, es el deseo de la castración del padre, es decir, el deseo por excelencia que, al momento de la muerte del padre retorna sobre el hijo, porque es, a su turno, ser castrado.
Estamos allí al nivel de lo que ya está en la línea plena de la palabra (parole) del sujeto, y está bien que así sea; pero hace falta que una cierta introducción por parte del analista sea tal, que ya algo problemático sea introducido en esa observación que es de naturaleza tal, que hace surgir lo que hasta entonces estaba reprimido y punteado; a saber, que él ya estaba muerto desde hacía mucho tiempo según su deseo, según el deseo de Edipo, y hacer surgir eso, como tal, de lo inconsciente.
Pero se trata de saber, de dar todo su alcance a ese algo que va mucho más allá de la cuestión de lo que es su deseo, pues ese deseo de castrar al padre con su retorno sobre el sujeto, es algo que va más allá de todo deseo justificable. Si es, como decimos, una necesidad estructurante, una necesidad significante, y aquí el deseo no es sino la máscara de lo que hay de más profundo en la estructura del deseo, tal como lo denuncia el sueño.
Eso no es otra cosa que un deseo, pero la esencia del «según» de la relación (rapport) de encadenamiento necesario, que impide al sujeto escapar a esa concatenación de la existencia, está determinada por la naturaleza del significante.
Ese «según» es ahí el punto de lo que quiero hacerles destacar; es que, al fin de cuentas, en esa problemática de borramiento del sujeto que en la oración es su salvación, en ese punto último donde el sujeto debe ser deseado, una última ignorancia, el resorte, la Verdrängung, es aquí el sentido en el cual traté de introducirlos al final de la última vez. Todo reposa en ese resorte de la Verdrängung, sobre no la represión de algo pleno, de algo que se descubre, de algo que se ve y que se comprende; sino en la elisión de un puro y simple significante, del «según», de lo que signa el acuerdo o la discordancia, acuerdo o discordia entre la enunciación y el significante, entre lo que es de la relación en el enunciado, y lo que está en las necesidades de la enunciación.
Es alrededor de la elisión de una cláusula, de un puro y simple significante, que todo subsiste, y que, al fin de cuentas, lo que se manifiesta en el deseo del sueño, es que él no lo sabía.
Veremos que, cuando tomamos el sueño de alguien que conocemos mejor, ya que tomaremos la próxima vez un sueño de Freud, el que está muy cerca de éste, el sueño que hace Freud concerniente también a su padre, el que hace él cuando lo ve bajo la forma de Garibaldi. Allí iremos más lejos, y veremos verdaderamente lo que es el deseo de Freud, y los que aquí me reprochan no hacer suficiente caso del erotismo anal, tendrán lo suyo.
Pero por un instante, quedemos en este sueño esquemático, en ese sueño de la confrontación del sujeto con la muerte.
¿Qué quiere decir eso? Al llamar esa sombra, es esa sangre la que va a correr, ya que eso quiere decir que ese sueño no es sino que él no está muerto. El puede sufrir en el lugar del otro. Pero detrás de ese sufrimiento, lo que se mantiene es el engaño alrededor del cual en ese momento crucial, él es el único al cual puede aún acoplarse, aquél justamente del rival, del padre asesino, de la fijación imaginaria; y es también allí que retomaremos las cosas la próxima vez, alrededor de la explicación que pienso haber preparado suficientemente para la articulación de hoy, la elucidación de la fórmula siguiente, como siendo la fórmula constante del fantasma en lo inconsciente: $ à a.
Esa relación del sujeto en tanto que es barrado, anulado, abolido por la acción del significante, y que encuentra su soporte en el otro, en lo que define, para el sujeto que habla, el objeto como tal; a saber, es al otro que tratamos de identificar, que identificaremos rápidamente porque los que asistieron al primer año de este seminario, ya han oído hablar durante un trimestre. Ese otro, ese objeto prevalente en el erotismo humano, es la imagen del cuerpo propio en sentido amplio, que la daremos.
Esta allí, en ese fantasma humano que es el fantasma de él, y que no es más que una sombra. Es allí que el sujeto mantiene su existencia, mantiene el velo que hace que pueda continuar siendo un sujeto que habla.